Adviento en las familias de la cárcel de Navalcarnero: De la derrota a la esperanza

«La cárcel es verdad que mata muchas ilusiones, pero también nos brinda la posibilidad de poder abrirnos a una realidad distinta»
«Continuó hablando la madre de un muchacho fallecido ahora va a hacer tres años, y con otro enganchado a la droga, y como siempre fue también una lección de esperanza y de humanidad»
«En todos los relatos, lágrimas redentoras, miradas de afecto hacia las personas en prisión, y desde luego no derrota, sino lucha»
«Y en nuestro interior un grito profundo al Dios de Jesús, Maranatha, ‘Ven Señor Jesús’; ven en nuestra ayuda te necesitamos, necesitamos que nos des luz cada día para escuchar, para acompañar, para reír y para llorar. Necesitamos sentirte siempre a nuestro lado»
16.12.2021 | capellán de la cárcel de Navalcarnero
Hace dos semanas, nos reunimos como cada mes el grupo de familias de la cárcel de Navalcarnero, para intentar pasar un rato, compartir, y poner en común cómo estábamos cada uno de nosotros. Lo hicimos en vísperas de comenzar la celebración del adviento, un tiempo especial para los cristianos, de esperanza, de mirada hacia adelante, y de sentir y experimentar que no estamos solos. Fue una tarde como siempre muy especial, dura por muchos aspectos, pero a la vez llena de emoción, de cariño, y de humanidad, y por todo eso, llena también de Dios.
Fue un pórtico muy especial de entrada a nuestro adviento, y así lo vivimos los que, dentro del grupo, nos consideramos creyentes en el Dios de la vida, en el Dios hecho hombre en Jesús, que precisamente manifiesta su divinidad en la humanidad y debilidad de cada ser humano. Y desde luego que en el grupo de familias, esto se manifiesta de modo especial: debilidad que en ocasiones roza con la impotencia, y el no saber qué tenemos que hacer, o hacia dónde tenemos que dirigirnos.

Por fin esta vez después de varias reuniones donde éramos pocos, debido a que muchos tenían miedo por la pandemia, nos pudimos reunir un grupo de quince personas, y además hubo una familia nueva, la madre de uno de los chicos, cuyo hijo lleva en prisión dos años, y que también en este día pudo compartirlo con nosotros. La tarde fue de encuentro, de compartir, de llantos en algunas ocasiones, pero en muchas de ánimos y de esperanza. La dureza de la vida de estas familias siempre se mezcla con la mirada enternecedora y esperanzadora de luchar cada día. La cárcel es verdad que mata muchas ilusiones, pero también nos brinda la posibilidad de poder abrirnos a una realidad distinta.
Fue muy impresionante el primer testimonio que pudimos escuchar de una de las familias. Como siempre, antes de comenzar a hablar compartimos un café y varios bollos caseros que habían traído, ese primer momento de desenfado y de cariño ya es parte de la reunión; esa humanidad fraterna es la que nos lleva después a sentirnos unidos en el dolor y en el sufrimiento. Y eso sí, desde la mirada atenta siempre del Dios de la misericordia, que en cada lágrima y en cada grito de auxilio se nos sigue haciendo presente y le sentimos cercano.
Una familia que hacía tiempo no venía, por el miedo al covid, comenzó hablando, pero fue impresionante porque vinieron la mujer del chaval que está en prisión, su hermana y su madre. Y fue precisamente la madre, la suegra del chaval en prisión la que tuvo un testimonio muy especial y que dió en el clavo me parece a mí de muchas situaciones que vivimos en prisión y también fuera de ella. Nos dijo que estaba pasando un momento muy malo porque estaba entendiendo lo que significaba “perder la libertad”. “
Muchas veces había oído hablar de la cárcel, pero siempre me parecía una realidad que estaba fuera de mis preocupaciones, un lugar donde iban los que habían cometido algún delito y se lo merecían. Pero jamás imaginé lo que podría suponer perder la libertad como parte de tu vida, lo que podría significar estar encerrado. Ahora lo voy entendiendo, y me pongo en su lugar. La cárcel te parte la vida. Pero a la vez me ha hecho tener una mirada muy especial hacia la gente que está en prisión, y poder pensar en lo que significa la misericordia. Todos podemos cometer errores pero es necesario vivir también una experiencia de misericordia y mirar a los otros, a los que están allí de otra manera, porque todos podemos en algún momento y por circunstancias estar allí. Además yo soy creyente y la misericordia supone mirar a los otros como Dios nos mira a nosotros. Ahora muchos días me quita la paz esta situación, pienso en cómo estarán allí dentro, con todo controlado, sin poder disponer de su vida. Nosotros hemos estado encerrados apenas unos meses, con todo tipo de comodidades y no hemos aguantado. Me da penal mucha pena, y admiro a las personas que vais por allí a dar un poco de esperanza y ayuda, en medio de ese sufrimiento”.

Fueron palabras muy especiales, que confieso a mí me llegaron muy adentro, y se me ocurrió felicitarla y decirla que estaba diciendo algo que todos pensábamos cuando íbamos allí; incluso que a los voluntarios, y a mí como cura, la cárcel nos había cambiado la vida, nos la cambiaba cada día; nos hacía y nos hace mirar de otra manera al ser humano, y también mirarnos a nosotros de otro modo. La clave está en lo que ella decía: en la misericordia. Esa misericordia que supone cambiar la vida. Confieso que cuando la escuchamos todos nos quedamos con la boca abierta, había sido capaz de resumir en pocas palabras lo que todos sentíamos; y lo dijo con total serenidad pero a la vez con plena convicción de lo que estaba diciendo. Además se la veía como una familia muy unida, y muy llena de vida, intentando apoyar a su familiar en la cárcel, sin quitar por supuesto ni un solo ápice a la responsabilidad que el tenía en todo lo que había sucedido. Fue un testimonio sereno, bonito y lleno de realidad, que a todos nos hizo mucho bien y sentir que en el fondo era lo que todos sentíamos y vivíamos.
Continuó hablando la madre de un muchacho fallecido ahora va a hacer tres años, y con otro enganchado a la droga, y como siempre fue también una lección de esperanza y de humanidad. Hablaba, con lágrimas en los ojos, como cada vez que se expresa, pero diciéndonos que ella estará siempre al pie de sus hijos. Que lo estuvo al pie del que ya falleció, que la cárcel lo perjudicó más de lo que le ayudó, pero que ella siempre estuvo con él. Y ahora con el que le queda; es una mujer de profunda fe, nunca se queja, siempre habla de Dios como de su Padre, como el que la anima cada día, y siempre tiene palabras de aliento para otras personas. Es una mujer donde Dios y toda su debilidad se nos manifiesta. En su rostro, en sus sollozos, en sus palabras…. Descubrimos la auténtica espera del adviento, descubrimos al Dios que se nos hace presente en ella. Y como digo eso sí, siempre dando ánimos a los demás, y con ganas de compartir y seguir hacia adelante.
Una de las familias estaba especialmente mal en este día porque a su hijo, después de estar siete años en prisión, y conseguir por fin un tercer grado (un régimen donde aunque siga siendo preso, salía a trabajar, y tenia los fines de semana libres), había tenido una regresión a segundo grado ( es decir, había vuelto de nuevo a estar en prisión total). Y la madre se encontraba dividida entre la metedura de pata de su hijo, y el castigo sin duda, desproporcionado del propio centro. Le habían pillado con un porro en el bolsillo y eso era motivo de regresión.

¿La cárcel le iba a ayudar a superar la drogadicción? Es evidente que no, necesitaba otra ayuda. Pero a la vez, la madre era consciente de que su hijo había quebrantado una norma. Nos decía que no pensaba venir a la reunión, pero que para ella estos encuentros eran muy importantes, porque se sentía muy apoyada, y eso la daba vida. Se sentía escuchada, sentía que nadie la juzgaba y que entre todos la sacaban hacia adelante. A su hijo aún le quedan muchos años, esto ha sido una marcha hacia atrás, pero es consciente y así se lo hicimos ver que hay que seguir hacia adelante, de que no se puede tirar la toalla. Es una mujer luchadora, y que de nuevo siempre está al pie de su hijo. Es la fuerza del amor y de la entrega desinteresada a un hijo, pase lo que pase y sea lo que sea.
Y junto a ellas, otras madres nos relataban cómo estaban, y cuál era su situación. Una de las madres, que se incorporó justo este día, entre sollozos, nos decía la angustia de su hijo en la cárcel desde hace dos años; a sus veinticinco años, y ya privado de libertad. Nos relataba lo mal que lo estaban pasando, y cómo pensaba que su hijo estaba bien, hasta que sucedió lo que sucedió… por causa de las drogas y el alcohol, arruinó su vida y la vida de otra persona. Pero nos decía que se estaba encontrando muy agusto entre nosotros, porque por fin podía manifestar y decir lo que pensaba y decía, sin nadie que la juzgara y la hiciera sentirse mal. En sus lágrimas, veía yo también el rostro de su hijo, un muchacho joven, en lo mejor de la vida, pero entre rejas por su mala cabeza. Siempre que le veo le digo que es muy joven, y que tiene que aprender de lo que ha pasado, que tiene que cambiar, pero lleva ya la mochila un poco llena… y eso a veces le hace perder la esperanza, tanto a él, como a su madre…
Hubo más relatos, y más lágrimas, más voces entrecortadas, como las de la familia peruana que tienen a su hermano y a su hijo en prisión, y que siendo una familia humilde, y trabajadora, saben el daño que han hecho, pero solo les queda seguir mirando hacia adelante…O las palabras de un buen hombre, que sin tener que ver nada con un muchacho, porque se lo encontró en la calle un buen día pidiendo, le cogió cariño, y ahora va a visitarlo a la cárcel y ayuda a la familia en su seguimiento y , desde luego, en su sufrimiento. En todos los relatos, lágrimas redentoras, miradas de afecto hacia las personas en prisión, y desde luego no derrota, sino lucha.
Otra familia nos relataba cómo su vida había cambiado totalmente desde que su hijo entró en prisión hace ya más de cuatro años, cómo van siguiendo adelante como pueden, pero con la pena cada día de ver a su hijo allí, y con la experiencia, como tantos otros, de parecerles increíbles que su hijo pueda estar allí. “No es algo fácil, relativizas y comprendes muchas cosas y a mucha gente”, nos decían. Pero siempre con la cabeza bien alta y la mirada hacia adelante. Junto a eso su confianza profunda en Dios que se hace presente cada día en cada uno de sus sufrimientos.

Tarde de adviento, tarde de esperanza, tarde de venida, tarde de mirar la vida con los ojos del Dios que viene y se hace hombre, para acompañar nuestro caminar. Fue un encuentro duro como siempre, pero a la vez lleno de vida…. No se borran fácilmente los rostros de los que estamos allí, las miradas de ternura y de abatimiento, las lágrimas que caen por las mejillas…. Pero también las sonrisas, los apoyos, los abrazos, el compartir los bollos que habían preparado con ilusión, como parte del compartir la vida. En todos ellos había una palabra de Gracias hacia nosotros, gracias por estar ahí, acompañándoles a ellos y a sus familias. Y en nuestro interior un grito profundo al Dios de Jesús, Maranatha, “Ven Señor Jesús”; ven en nuestra ayuda te necesitamos, necesitamos que nos des luz cada día para escuchar, para acompañar, para reír y para llorar. Necesitamos sentirte siempre a nuestro lado.
Termino este escrito el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, en el corazón de nuestro adviento. Y ante nuestra Madre y discípula, pongo en esta mañana la imagen y el rostro de todas las madres, y me hago eco, una vez más de las palabras del evangelio que compartiremos hoy en la Eucaristía: “Porque para Dios nada hay imposible” ( Lc 1, 37). Y pongo delante de ella, y delante del Dios del pesebre, todas las “imposibilidades” que cada día veo en las familias de los presos, todo lo que cada día veo, comparto y abrazo en la cárcel de Navalcarnero.
No se trata de pedir milagros baratos, se trata de decirle a María que nos mire, y nos ayude cada día, y que nos haga creer que las cosas pueden cambiar, que depende de todos, pero que el Dios de la vida, pobre y humilde, que decidió meterse en nuestro mundo, está siempre a nuestro lado, pase lo pase, y suceda lo que suceda. Que las lágrimas redentoras de cada familia, en esa tarde de adviento, se transformen en vida y esperanza, por la fuerza del Espíritu de Jesús, y que sintamos que María nos sigue acurrucando a todos, desde sus brazos amorosos de Madre. Ven Señor Jesús y haz posible lo que de veras nos parece imposible. Eran las palabras también del Santo Romero ante la tumba del asesinado amigo y hermano, Rutilio Grande, a quien la iglesia va a beatificar próximamente, “Yo no puedo Señor, hazlo Tu”