En el 45º Aniversario de Rutilio Grande

Mañana celebraremos por primera vez la fiesta de Rutilio Grande en su calidad de beato mártir reconocido por la Iglesia, junto con sus dos compañeros. Les comparto un articulito que saldrá en la revista ECA próximamente sobre el significado de su trabajo y vida:       

Rutilio Grande y compañeros

Una fiesta religiosa con significado social

1.- La génesis de un mártir

El año abrió con la beatificación de Rutilio Grande, Cosme Spessotto y los dos compañeros del primero, Nelson y Manuel, el día 22 de Enero. En medio de una coyuntura política tensa, con ataques a todo mensaje religioso que tenga algo de profetismo social, la beatificación significó una especie de descanso y apoyo para los sectores críticos con el régimen del Presidente Bukele y la confirmación en su tarea de mantener la vitalidad de una Iglesia que siempre ha estado pendiente de los problemas sociales y de sus soluciones. La especial relación entre Rutilio Grande y los jesuitas de la UCA en esa tarea de cambiar la realidad de opresión y marginación de los pobres, amerita que hagamos una reflexión sobre el significado de esta beatificación, precisamente cuando la Universidad está siendo de nuevo acosada por el poder público, enemigo de toda crítica social o democrática.

Rutilio se incorporó a la parroquia de Aguilares en 1972, después de un largo periplo vital de incorporación a su pensamiento del Concilio Vaticano II y de la Segunda Conferencia Episcopal latinoamericana en sus conocidos Documentos de Medellín. El Vaticano II lo asumió, especialmente en sus aspectos pastorales, en la Bélgica aperturista y conciliar del Cardenal Suenens. Medellín en la diócesis de Riobamba, de la mano de ese Padre de la Iglesia Latinoamericana, Mons. Leonidas Proaño, protagonista con otros pastores de la renovación de una Iglesia participativa y cercana a los pobres. Todavía en la diócesis de Riobamba conservan el austero lugar donde Rutilio se alojó. Su vida en el Seminario, sus diálogos y seguimiento de los seminaristas, sus conversaciones con su amigo Mons. Romero, fueron formando ese carácter abierto a las necesidades de la gente, empático con todos, respetuoso con las tradiciones populares y capaz de desafiarlas desde el Evangelio y la honduras del o sentimiento popular. Sin darse plenamente cuenta, se iba construyendo en su vida esa dimensión profética que después estalló en plenitud martirial en Aguilares.

Porque Rutilio Grande fue, efectivamente, un profeta de fuertes raíces sociales.    En la dura explotación que predominaba en el campo se esforzó no solo en crear conciencia entre los campesinos, sino también en empoderarlos y animarlos a organizarse y buscar soluciones a sus problemas. El acaparamiento de la tierra en pocas manos, la pobreza, la marginación en el campo educativo, eran realidades permanentes e hirientes, que llevaban al reclamo, al enfrentamiento y, en un primer momento, a la violencia represiva. Rutilio sabía que el Evangelio de Jesús no era un recetario espiritualista, sino que llevaba siempre a la fraternidad y a la justicia. Los mecanismos de avance en la denuncia y la consiguiente propuesta de un mundo diferente la propugnaban desde algunos años antes los jesuitas de la UCA. Sin olvidar las características propias de una pastoral parroquial, a Rutilio le gustaba conversar y apoyarse en los análisis de sus compañeros universitarios, y contrastar los análisis con su propia experiencia de cercanía con los pobres. Pues aunque escuchaba con respeto e interés a sus compañeros universitarios, el lenguaje, la cercanía humana, la transmisión del Evangelio y la simbología de apropiación y difusión del mensaje evangélico eran muy propios de Rutilio. La religiosidad y la cultura popular que dominaban la zona se convirtieron en él, así mismo, en instrumento de anuncio de los valores del Evangelio. La fiesta del maíz, recuperada conjuntamente con la gente (hombres y mujeres de maíz, como tantas veces se les ha nombrado a los campesinos desde el tiempo de los mayas), señalaba esa intensa conjunción de los valores culturales y cristianos.            Los campesinos se apropiaban conscientemente de su propia identidad y dignidad en torno a la fiesta del maíz y hacían presentes sus valores evangélicos de solidaridad, cercanía humana, compartiendo y convirtiendo en banquete común la fiesta de la cosecha. La mujer, especialmente, recuperaba en estas fiestas el protagonismo y la dignidad de la creadora de vida. La elección de la “Reina” de las fiestas del maíz no se elegía desde la apariencia física externa, sino desde el trabajo y la calidad de los productos compartidos.

La lectura, reflexión y discusión comunitaria del Evangelio en los cantones y caseríos iban señalando el camino de la hermandad y de la defensa de los propios derechos básicos. La discusión del Evangelio se conectaba de tal manera con la vida real que muchos campesinos quisieron aprender a leer para poder tener acceso personal al Nuevo Testamento. Rutilio, en el proceso de aprendizaje de la lectura, impulsó la metodología de Paulo Freire, que acababa de publicar poco antes la Pedagogía del Oprimido. Y el Evangelio le ofrecía la posibilidad de poner valores fraternos y deseados como contrapunto de una realidad de pobreza y marginación. El espíritu profético crecía y se iban conjugando las dos grandes capacidades de Rutilio y Ellacuría unidas posteriormente en la generosidad del martirio. Todo el tono, la frase y el espíritu de Rutilio era profecía. Ellacu, como le decían sus compañeros desde la amistad, no era un profeta, sino un intelectual con un muy alto desarrollo de la racionalidad y con una enorme capacidad de análisis y de propuesta. Respetaba la profecía y sabía complementar la intuición del profeta con el análisis social y con el diseño de posibles caminos hacia el futuro. Lo hacía en tiempo de Rutilio tratando de evitar la catástrofe que se cernía en El Salvador previo a la guerra y lo demostró después, cuando supo insistir, desde el primer momento del estallido de la guerra civil, en la necesidad de diálogo y de una salida pacífica del conflicto. A Rutilio, que llegaba con relativa frecuencia a la casa de los profesores de la UCA, le gustaba escuchar los análisis del Rector y compartir también con él y su comunidad los pasos que iba dando en el campo de la pastoral social. La profecía se enriquecía con el método y la reflexión sistemática, y el pensamiento racional con la experiencia de un pastor que sabía conectar con las profundas esperanzas de su pueblo.

Años después del asesinato de Rutilio y reflexionando sobre la “conversión” de Mons. Romero, Ellacuría decía que “el asesinato del P. Grande, el primero de los sacerdotes mártires que le tocó entregar, sacudió su conciencia… Se le descubrió algo que antes no había visto, a pesar de su buena voluntad y de su pureza de intención, a pesar de sus hora de oración y de su ortodoxia repetida, de su fidelidad al magisterio y a la jerarquía vaticana… Esto nuevo fue la verdad deslumbrante de un sacerdote que se había dedicado a evangelizar a los pobres” y que fue asesinado porque esa evangelización condujo a los pobres a historizar la salvación con un proyecto liberador. Ahí inició Romero su historia de profeta y mártir, “no porque él la hubiera elegido, sino porque Dios lo llenó con las voces históricas del sufrimiento de su pueblo elegido y con la voz de la sangre del primer justo que moría martirialmente en El Salvador actual para que todos tuvieran más vida y para que la Iglesia entera recuperara su pulso profético” (textos tomados de Ignacio Ellacuría, Escritos teológicos, pg 96). No hay duda que la experiencia atribuida a la vida de nuestro hoy San Óscar Romero, fue también parte no solo de la reflexión teológica de Ellacuría, sino de su conversión a una historia personal de salvación que le llevó también a la ofrenda martirial de su sangre.

2.- Hombre de fe y de Iglesia

Rutilio no hubiera llegado a ser considerado mártir si no hubiera tenido una profunda convicción en que el camino concreto de Jesús de Nazaret le daba sentido a su vida y a su trabajo. Lo que desde la perspectiva cristiana llamamos fe implica, humanamente hablando, el asentimiento radical a un modo de entender la vida como agradecimiento y como responsabilidad. Y era precisamente esos dos aspectos los que establecían un vínculo muy profundo con el campesinado. Rutilio se sentía agradecido por ese modo salvadoreño de ser en la vida, solidario, vinculado a la tierra y a la comunidad. Y al mismo tiempo se sentía responsable de que esa actitud solidaria y, hoy diríamos, ecológica y justa, fuera compartida por todos, “cada cual con su taburete”, como cantamos en las eucaristías inspirándonos en sus palabras. En una sociedad profundamente individualista y consumista como la actual, y al mismo tiempo tan dependiente de las apariencias y la propaganda, la figura de Rutilio, con su modo de entender la vida, continúa teniendo una dimensión desafiante no solo en el campo religioso sino también en la dimensión sociopolítica del ser humano. La actitud de agradecimiento resulta indispensable para lo que el Papa Francisco, en su última encíclica, Frattelli Tutti, llama amistad social. Y la responsabilidad se vuelve imprescindible cuando en el entorno domina la opresión del prójimo y la indiferencia o el silencio. Mientras la injusticia estructural y el pecado social rompen la cohesión de la comunidad humana e impiden el desarrollo del amor y la solidaridad, la comunión con el Dios amor (Padre bueno) produce un agradecimiento que se expande socialmente como fraternidad militante y como responsabilidad profética.

La amistad social la manifestaba especialmente Rutilio a través de su propio sentimiento de Iglesia. Seguidora de Jesús de Nazaret, la Iglesia no podía para este mártir salvadoreño separarse de la realidad de los pobres. En el rostro de los pobres veía el rostro sufriente del Señor al tiempo que surgía el deseo de liberar de su sufrimiento al oprimido. Asesinado poco antes de la reunión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla, junto con otros que corrieron la misma suerte que él por su defensa de los pobres, crearon un nuevo modo de actuar que los documentos de Puebla recogen como “proceso dinámico de liberación integral… que pertenece a la entraña misma de una evangelización que tiende hacia la realización auténtica del hombre” (Puebla, 480). En los números siguientes este documento episcopal define una serie de rasgos que en muchos aspectos reflejan este tipo de trabajo pastoral en la que se unían a la perfección las dos claves de un solo mandamiento que exige unir el amor a Dios y el amor al ser humano, tanto en la relación personal como en el acontecer histórico y estructural.

Este afán de cercanía con la historia y con las personas concretas cuaja en Rutilio a través de su dimensión eclesial, que es, o debe ser, a todas luces una dimensión profundamente comunitaria. Ama a su pueblo y a su gente, se siente pastor y hermano al mismo tiempo y trata de inculcar los valores comunitarios de fraternidad y solidaridad en todo grupo social con el que le toca trabajar. Desde los seminaristas con los que trabajó en el Seminario Mayor San José hasta los campesinos empobrecidos de Aguilares y El Paisnal junto a los cuales buscaba liberación y justicia. Fiel lector del Concilio Vaticano II, al que cita con frecuencia en sus escritos, junto con los documentos de la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana en Medellín, busca siempre que la comunidad cristiana se identifique y trabaje por acercarse a la comunidad del Reino de Dios. Su relación amistosa con obispos señeros de la Iglesia salvadoreña, como los Monseñores Chávez y González, Rivera Damas y San Óscar Romero, es fruto de esa entrega y servicio a los valores sociales y comunitarios expresados en su opción por los más pobres.                                                      Consciente de las divisiones existentes en la Iglesia en aquellos momentos, busca siempre unificar los carismas y ponerlos al servicio del bien común. No se desespera ante la lentitud de algunos procesos de conversión ni ante las diversas tendencias. Y aunque sufre con las divisiones, trata de orientar la realidad hacia la comunión. Su amor a los pobres hace que de un modo especial respete las devociones y costumbres, tratando, desde ellas, y no sin ellas, de enfocar todo hacia una vida cristiana eclesial consciente, responsable y solidaria.

En su trabajo pastoral y en sus escritos se advierte ese profundo respeto a la gente. La mayoría de sus escritos hacen referencia a su trabajo apostólico. Y nos descubren a un verdadero apóstol de los que en la actualidad definiría la Iglesia como miembro activo de una “Iglesia en salida”, así como “pastor con olor a oveja”. Está convencido de la necesidad que tiene la Iglesia y la sociedad de su tiempo de hombres nuevos, profundamente convertidos al seguimiento de Jesucristo y a la construcción de la comunidad cristiana eclesial. Piensa que sólo desde ahí existe la posibilidad auténtica de renovar adecuada y permanentemente las estructuras injustas o de pecado. Incluso en su método pastoral, privilegia la conversión y la profundización en la fe como comienzo de trabajo pastoral, sobre otros métodos más preocupados del análisis socioeconómico que de la vivencia religiosa. Cosa que se percibe especialmente en lo referente a la religiosidad popular, muy fuerte en las zonas rurales de El Salvador en aquellos años. Se opone a discursos o actitudes que lleven a la secularización o que desconcierten al campesino. Al contrario, respeta profundamente la religiosidad popular y la ve como un elemento básico para profundizar en la fe y la vida espiritual. El aprovechamiento de las devociones populares y la fidelidad personal a quienes trabajan en ellas se traslucen en sus escritos. Incluso en ocasiones, y dada su intensidad por respetar la religiosidad y cultura salvadoreña, se advierte en él cierto sufrimiento por el estilo demasiado alejado de la realidad cultural de algunos compañeros de apostolado. Hay en él una verdadera preocupación por congeniar espiritualidad intensa y libertad creciente, procesual, en la medida en que se avanza en la conversión y en la profundización en la fe. Incluso los análisis de la realidad nacional que aparecen entre sus papeles de estudio, están al servicio de la evangelización. Destaca en sus escritos la preocupación por una adecuada catequesis que lleve a vivir y hacer vivir una experiencia cristiana de comunión. En ella se centra especialmente en la familia, insistiendo en la defensa del matrimonio como escuela de solidaridad. Se preocupa por lo mismo de preparar adecuadamente a los novios, insiste en la educación de los hijos y en convertir a la familia en una auténtica “eclesiola” en la línea del Vaticano II.

En el contexto de una situación socialmente explosiva, en la que los justos reclamos de las mayorías populares se enfrentaban con una represión cada día más cruel y brutal, el P. Rutilio sufrió las acusaciones tan características de los regímenes represivos en aquellos años. En realidad era un hombre conocedor de la Doctrina Social de la Iglesia y comprometido con ella. Los ataques que recibe, e incluso las polémicas que mantiene en los periódicos, tienen como base su fidelidad al pensamiento social eclesial. Quienes le atacan no solo carecen de escrúpulos, sino que están acostumbrados a defender sus intereses con la fuerza bruta. Son momentos de cambio en El Salvador e incluso en la misma Iglesia, en la que chocan quienes tienen una visión religiosa espiritualista, individualista, ajena a la realidad temporal y excesivamente ritualista, con quienes viven simultáneamente la conciencia social que brota del Evangelio y el escándalo de una realidad social rota por la injusticia y la violencia de los poderosos. Rutilio une el recto entendimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, con una teología latinoamericana preocupada por la situación los pobres, comprometida con el desarrollo de la fraternidad, la justa reivindicación de los derechos que brotan de la dignidad humana y cristiana, y el rechazo de la violencia. Como todos los profetas latinoamericanos de aquella época fue calificado de extremista y subversivo, aunque partiera en su predicación y en su labor pastoral de lo más hondo del Evangelio. La parábola del Evangelio de Mateo sobre el juicio final (Mt 25, 31-46), el programa que Jesús anuncia en Nazaret leyendo la profecía liberadora de Isaías (Lc 4, 16-21) le exigían un compromiso claro en la defensa de los derechos de los más pobres, y le llevaban a insistir en el pensamiento tradicional de la Iglesia sobre el destino universal de los bienes, traducido en El Salvador como el derecho de los campesinos a la tierra y al ingreso digno.

Su respuesta ante los ataques que recibía se basó más en la insistencia de los valores comunitarios y en la ejemplaridad de Jesús. Cuando advierte que se está dañando a los más pobres a través del abuso de poder, su lenguaje se fortalece y adquiere una dimensión profética y de denuncia. Pero une siempre siempre a la denuncia una clara exigencia de perdonar al enemigo e incluso “amar a los caínes”, como decía en su modo de predicar, tan impactante y gráfico. Esa defensa y cercanía con los pobres le llevó al final a morir en medio de ellos, un adolescente y un adulto mayor como símbolo de la universalidad de su proyecto evangelizador. Como decían los obispos en Puebla en 1978, “la denuncia profética de la Iglesia y sus compromisos concretos con el pobre le han traído, en no pocos casos, persecuciones y vejaciones de diversa índole. Los mismos pobres han sido las primeras víctimas de dichas vejaciones” (Puebla 1138). Morir con los pobres es seguir el camino de Jesús, que siendo rico se hizo pobre hasta en la muerte para enriquecernos solidariamente con la salvación, como dice Pablo en 2 Cor 8, 9.

3.- El espíritu de Ignacio

Todo este estilo pastoral y vivencia religiosa hace que la Iglesia salvadoreña lo sienta muy suyo. De hecho el proceso de beatificación se inició a petición del Arzobispado de San Salvador y no desde la Compañía de Jesús, orden a la que perteneció. Pero fueron también su dimensión religiosa y su carisma ignaciano los que le condujeron al testimonio apostólico, sellado finalmente con su sangre. La pertenencia a una comunidad religiosa no le aparta de la vivencia diocesana de la pastoral, sino que le potencia como persona de servicio y de unidad. Su vivencia honda de los Ejercicios Espirituales le lleva siempre a actualizar su reforma de vida cada año y a buscar el mayor servicio del prójimo como la mejor forma de impulsar la mayor gloria de Dios. Es detallista, exigente consigo mismo y se siente especialmente invitado a tener una plena confianza en el Señor. Lector asiduo, trata de mantenerse al día con lecturas, hace resúmenes de libros y lecturas y enfoca todo hacia un mejor y más eficaz apostolado. Practicante de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, que le llevan a una reforma permanente de su vida, se siente impulsado apostólicamente por la Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús que da a todos los jesuitas la misión de promover una fe viva, íntimamente unida a la justicia.

Como buen jesuita había sido formado no solo en el amor radical a Jesucristo y a su Iglesia, sino también en una síntesis de los dinamismos universalistas y encarnacionales de su propia orden apostólica. Dinamismos que exigen siempre un control riguroso de sí mismo y una fuerte disponibilidad para enfrentar las tensiones de una vida y acción apostólica con frecuencia marcada por la cruz histórica o personal. El afán de servicio, el amor al pueblo salvadoreño y a su cultura, no se veía interrumpido por las limitaciones que todos podemos tener. Al contrario, tenía la capacidad de controlar todos aquellos rasgos de su carácter que pudieran perjudicar su servicio y apostolado. De carácter apasionado y, en ocasiones, muy detallista, ponía todas sus potencialidades al servicio del trabajo apostólico.                                                                              Aunque le tocó vivir tiempos y momentos duros, tensiones sociales e incluso comunitarias y religiosas que le sumieron en verdaderos momentos de crisis, nunca se apartó de un ejemplar servicio evangélico con y para sus parroquianos. A pesar de sus propias dificultades y crisis nunca dejó de ser cordial con la gente sencilla, alegre y generador de confianza, con una profunda paciencia y solidaridad para con los humildes y sencillos, ofreciéndoles siempre una sincera cercanía humana y un hondo equilibrio personal que infundía siempre serenidad y esperanza.

4.- Actualidad y ejemplaridad

Su vida, reconocida como martirial en toda su dimensión de servidor de Jesús hasta el derramamiento de su sangre, mantiene hoy en día, casi cincuenta años después de su sacrificio, un significado de permanente actualidad en nuestras tierras. El campo continúa abandonado. A pesar de ser un país de clara tradición agrícola, el hambre permanece como una herida sangrante entre nuestra población en pobreza. Los empresarios de la construcción arrasan con fuentes de agua, lugares arqueológicos y privan de sus derechos a los pobres, incluso metiendo en la cárcel a los defensores del medio ambiente. La pobreza, la violencia, la vulnerabilidad y la desigualdad continúan como problemas graves. La propaganda gubernamental de paz, felicidad y desarrollo, encubre las privaciones existentes. Y sus mensajes de felicidad se convierten rápidamente en insultos, amenazas y formas de persecución cuando las voces críticas recuerdan la pobreza o las violaciones estatales de Derechos Humanos. La corrupción, la arbitrariedad autoritaria, la debilidad de las instituciones, la escasa protección social, la ausencia de un diálogo sincero sobre los problemas socioeconómicos, el machismo, el abuso del débil, la tendencia a clasificar como amigos o enemigos según la crítica o la alabanza proferida, y la proliferación de un lenguaje de odio contra el pensamiento o la información crítica, continúan siendo un desafío para la convivencia y para cualquier proyecto de desarrollo justo y solidario.

Frente a esta dura realidad social, la vida y muerte de Rutilio, así como su resurrección en la vida de muchos salvadoreños, manifestada en la alegría de su beatificación y la de sus compañeros, nos invita a recuperar la profecía y la propuesta de un desarrollo democrático y social coherente con la igual dignidad de toda persona. Hoy tenemos más recursos que en el pasado, conocemos mejor las experiencias de otros pueblos, hemos desarrollado una mayor conciencia de la realidad, leemos mejores estudios y documentos que nos dan luz sobre la vida personal y social, la Doctrina Social de la Iglesia abarca cada día más la complejidad de las situaciones actuales. Nos queda como desafío “revitalizar nuestro modo de ser católico” (Aparecida 13), llenándonos de pasión misionera y evangelizadora, abriendo nuestra conciencia al clamor de los pobres, convirtiéndonos en profetas y testigos de una sociedad diferente en la que la fraternidad supere toda tendencia a dividirnos, clasificarnos y ubicar en la vida al prójimo y al hermano como superiores o inferiores. Rutilio fue un ejemplo hace casi medio siglo de lo que era revitalizar la fe en una situación compleja e injusta. Permanece para nosotros como impulso y fuerza, como ánimo y luz del espíritu. Que la celebración de su beatificación que marcó el inicio de este año, nos conduzca a la planificación y construcción de un futuro más fraterno y más justo.

José Mª Tojeira

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