Sobre masculinidades

escrito por

 Grupo sobre Género y Feminismos

Nos parece interesante, para empezar, observar tres situaciones que podrían ser perfectamente reales…

Situación 1. Una madre acompaña a su hijo en la compra de un envoltorio de corcho con el cual disfrazarse para la representación de Navidad en la escuela infantil donde va. El niño elige el corcho de color rosa. La madre, preocupada, llama por teléfono al padre. Reproducimos brevemente la conversación:

Madre: El niño ha elegido el disfraz de corcho de color rosa… ¿Qué te parece?
Padre: Si lo ha elegido él me parece muy bien. ¿Cuál es el problema?
Madre: es que es muuuy rosa, muuuucho…
Padre: ¿y qué? ¿Tú no eras feminista?
Madre: Sí, pero es que tengo miedo de que los otros niños o los padres se rían, o lo ridiculicen.

Situación 2. En una juguetería una madre compra los regalos de Navidad para su único hijo: un dinosaurio y un estuche para pintarse las uñas con diferentes colores. La dependienta presupone que los destinatarios son dos (un niño y una niña) y envuelve los regalos por separado: el dinosaurio con papel de regalo azul y el estuche con los esmaltes de uñas con papel rosa.

Situación 3. Un grupo de embarazadas descubren que tan solo una de ellas será madre de un niño, el resto tendrán niñas. Todas felicitan a la futura madre del niño por el chollo que supone educar un futuro adolescente con menos problemas y con más oportunidades de triunfar en la vida.

Las tres situaciones son ejemplos cotidianos de como los humanos construimos el género más o menos conscientemente. Incluso antes de nacer, el género proyecta sobre el feto una serie de presupuestos sobre los comportamientos y las acciones futuras. ¿Pero, qué entendemos por género? Y, por otra parte, ¿qué es la masculinidad?

El género clásicamente se ha entendido como construcción natural (de nacimiento), binaria (hombre/mujer), asociada a rasgos biológicos como los genitales o el aspecto físico (el fenotipo) y que condiciona indefectiblemente la orientación sexual (heterosexual, obviamente). Los estudios de género concluyen, sin embargo, que el género es básicamente una construcción social, por lo tanto, contingente y cambiante, asentada sobre aspectos físicos y especialmente psicológicos, que incide en las conductas y los roles de las personas y que históricamente ha favorecido al hombre (considerado el género “dominante”) en detrimento de la mujer (considerada el “sexo débil”).

La masculinidad es, dentro de este constructo de género, el modelo de normalidad asociado a los hombres e incorpora toda una serie de premisas sobre aquello que es adecuado –y sobre lo que no– en el comportamiento de un hombre. Tradicionalmente ha considerado inapropiada la expresividad emocional (“los hombres no lloran”) y ha potenciado la agresividad como herramienta de dominio sobre los otros.

El profesor y activista Luciano Fabbri[1] define la masculinidad como un «dispositivo de poder orientado a la producción social de varones cis hetero, en tanto que sujetos dominantes en la trama de relacionas de poder generizadas». Por lo tanto, la masculinidad puede ser entendida como un mecanismo de género que jerarquiza las relaciones interpersonales, confiriendo privilegios a los hombres a la vez que ninguneando y oprimiendo a las mujeres. Todo ello lo conocemos más comúnmente por machismo.

Este machismo, asociado irremediablemente a la masculinidad, es nocivo principalmente para las mujeres y colectivos tradicionalmente marginados (personas transexuales, intersexuales o queer), pero también es perjudicial para los propios hombres, por la coacción que supone a una vida emocionalmente libre y plena. La activista afroamericana bell hooks[2] afirma sobre ello que «los niños patriarcales, como sus homólogos adultos, conocen las normas: saben que no tienen que expresar sentimientos, con excepción de la ira; que no tienen que hacer nada que se considere femenino o de mujeres. […] los chicos aceptaban que para ser viriles tenían que imponer respeto, ser duros, no hablar de sus problemas y dominar a las mujeres». Incluso llega a asegurar que «se educa a todos los chicos para que sean asesinos aunque aprendan a esconder el asesino y actúen como jóvenes patriarcas benévolos».

La violencia machista mata, tal y como relata bell hooks. Demasiado a menudo se producen agresiones, violencia sexual y asesinatos de mujeres y criaturas. La ira, la frustración que provoca la represión emocional, la obligación de imponerse, de dominar al otro, la carencia de una cultura del consentimiento, la cosificación y sexualización del cuerpo femenino, están en la raíz de esta lacra social.

Pero no todo son malas noticias: que el género y la masculinidad sean constructos sociales, a pesar de que sean muy estables y sólidamente incrustados en las creencias sociales, hace que puedan ser modificables. Esto abre el camino a plantear de qué maneras se puede transformar esta realidad.

Por un lado, podemos intentar construir nuevas masculinidades, dando por sentado que no aspiren a ser hegemónicas, es decir, que no tengan voluntad de dominio sobre los otros y que se fundamenten en principios de igualdad y de noviolencia. Existe el peligro de que este análisis acabe resultando demasiado auto-centrado en el hombre, por eso es imprescindible escuchar las reivindicaciones de los colectivos perjudicados por el machismo y empatizar con ellos.

Por otro lado, podemos deconstruir la masculinidad, desertar de los privilegios que conlleva, abandonar la investigación improductiva sobre la identidad del hombre y fijar la atención en cómo construimos nuestras relaciones interpersonales, evitando que dichas relaciones se asienten sobre la desigualdad, la injusticia o que resulten opresivas para los otros. Simplemente dejar de preguntarnos «cómo ser un hombre», para centrar los esfuerzos en cómo establecer vínculos igualitarios y sanos con el resto de personas. Fabbri lo describe de este modo: «…podríamos pensar la des-masculinización no sólo como menor presencia, menor protagonismo, menor monopolización de los espacios políticos, fundamentalmente de conducción y representación, por parte de los varones cis militantes, sino también, y fundamentalmente, un desplazamiento feminista en los términos de la política y el poder».

Ambas propuestas son objeto de discusión este curso en el Grupo de Género y Feminismos de Cristianisme i Justícia. El grupo está abierto a la participación de todas las personas que se sientan interpeladas por lo que explicamos en este artículo y quieran profundizar en ello mediante un encuentro mensual de debate y reflexión colectiva.

***

[1] Doctor en Ciencias Sociales (UBA) y Licenciado en Ciencia Política (UNR). Coordinador del Área de Género y Sexualidades de la UNR e integrante del Instituto Masculinidades y Cambio Social, Rosario (Argentina). Cita extraída de “La masculinidad como proyecto político extractivista. Una propuesta de re-conceptualización” dentro del libro “La masculinidad incomodada” (UNR, 2021), páginas 27-43.

[2] bell hooks, acrónimo de Gloria Jean Watkinsque, escritora y activista feminista afroamericana. Lamentablemente murió a finales de 2021. Cita extraída del capítulo 3 “Ser un nen” dentro del libro “La voluntat de canviar” (Tigre de paper, 2021). La traducción al castellano es nuestra.

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