La Buena Noticia del Dgo. 5º-A

La sal y la luz del mundo

Vosotros sois la luz del mundo

Jesús nos invita a hacer visible con nuestra vida la fuerza transformadora del Evangelio

Es sal y luz quien hace presente en el mundo el Dios del Reino y el Reino de Dios.

Se da nu testimonio gustoso (sal) y luminoso (luz) cuando se practica la solidaridad y la justicia, cuando se comparte el pan, cuando se trata de defender a las personas.

Es testimonio es el que convence y hace vislumbrar la cercanía y la bondad de Dios.

Lectura de la Palabra

Mateo 5,13-16

Vosotros sois la luz del mundo

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.»

Comentario a la lectura

¿Para qué sirve una Iglesia?

Mons. Romero titula su homilía de este domingo «La Iglesia cuya debilidad se apoya en Cristo».  En una primera parte -de la que se extrae la siguiente cita- habla de la Iglesia como sal de la tierra y luz del mundo, a partir del texto del Evangelio de hoy.   En la segunda parte, retoma la primera lectura (Isaías) presentando las buenas obras como el rostro luminoso de la Iglesia.  En la tercera parte, parte de la segunda lectura (1 Cor) para mostrar cómo nos apoyamos en Cristo en nuestra debilidad.

¿Para qué sirve una Iglesia, un cristiano, cuando su predicación, su ejemplo se ha trastornado en un servilismo, en adulación, en quedar bien con el mundo?  Sal insípida, luz apagada. Qué fácil es estar bien con todo el mundo, pero qué ineficaz ser lámpara apagada, ¿Para qué sirve? La Iglesia necesita de cada uno de nosotros y de todos en conjunto.  Cada cristiano tiene que ser como una antorcha y el conjunto de cristianos tiene que ser como una ciudad en la montaña.  ….. Y esto es lo que yo quisiera dejar ahora, hermanos, como llamamiento en nombre de Cristo: que cada uno sea luz en su propia profesión.   ….Allí está su vocación, queridos laicos: el médico, el abogado, el ingeniero, el empleado, la vendedora de mercado, el  que se gana la vida cargando maletas en el mercado, el jornalero, el carpintero, cada uno en su propia vocación. …. El hombre brilla cuando es más luz del Señor; cuando hace de su profesión un servicio a la humanidad; cuando cómo lámpara se va consumiendo mientras ilumina.”

En este texto, Monseñor Romero hace una llamada tanto a cada cristiano/a individual como a la Iglesia en su conjunto.  Su pregunta «¿para qué sirve una Iglesia?  ¿Para qué sirve un cristiano?» rara vez se  nos ocurre.  Después de todo, ¿para qué servimos como Iglesia y como cristianos en el mundo actual? ¿Nos hemos convertido a veces en un museo histórico de creaciones religioso-culturales más o menos interesantes?  ¿A veces nos quedamos sin sentido? ¿Somos una minoría (significativa) a escala mundial?   De todas formas, ¿qué sentido tienen todos los que están inscritos en los registros de bautismo de todos los países?    ¿Para qué servimos esos pequeños grupos de personas (especialmente mayores) los domingos en nuestras iglesias?  ¿Para qué servimos, esos grandes grupos de personas en los lugares de peregrinación, en la JMJ, en los encuentros anuales de Taizé, en Roma?  ¿Para qué servimos, una iglesia con cada vez menos sacerdotes y más edificios eclesiásticos y monasterios vacíos?  ¿Qué sentido tienen las reuniones pastorales en las parroquias, las catequesis, nuestra liturgia?   ¿Para qué servimos como comunidades de fe en las márgenes de la Iglesia?  Así podemos hacer muchas más preguntas desde los entresijos actuales de la Iglesia.   ¿Cuál es el propósito de una Iglesia dentro de la política mundial presente y futura (y las guerras), el comercio mundial, ….Tal vez deberíamos hacer estas preguntas de Monseñor Romero: ¿Cuál es el propósito de una Iglesia, cuál es el propósito de un cristiano, hoy en el mundo?   No debemos rehuir estas cuestiones.   Son cuestiones fundamentales para nuestro «examen de conciencia».

Ya en el inicio de la Copa del Mundo, hace unos meses, vimos una vez más cómo el poder y el dinero se apoderan de ella y la convierten en un llamamiento todavía débil para acabar con la discriminación de género y la explotación y el maltrato de los trabajadores.  Los capitanes de los equipos europeos decidieron no llevar brazaletes arco iris después.  No se quiere castigos, no se quiere tarjeta amarilla,  «jugar»  es más importante.   Un presidente de la FIFA que supuestamente gana tres millones de euros al año acusa de hipocresía a las voces críticas .   Hay mucho dinero en juego.  Una vez más, vemos cómo el gran mundo del fútbol profesional está atrapado en el poder y la riqueza.    Y, por supuesto, no se trata sólo de Qatar.   ¿Y Rusia, China?   Y más cerca también, hay cosas que van mal en cuanto a los derechos humanos básicos…    ¿Hemos escuchado una palabra o un mensaje de la Iglesia en esos contextos?  ¿No era lo suficientemente importante como para decir algo al respecto como cristianos o hacer algo como Iglesia?

En la cita a partir de la cual estamos escribiendo este comentario, Monseñor Romero ya dice muy claramente que cuando el cristiano, y la iglesia en su conjunto, está al servicio de los poderes del mundo, sirviendo de aval (religiosamente político) a un régimen político o a un sistema económico, o simplemente siendo «feliz» en un mundo que gira en torno a la violación de los derechos humanos básicos, entonces estamos irremediablemente perdidos. Entonces somos como la sal insípida y las lámparas apagadas.  De hecho, estas cosas no sirven para nada.  

«El hombre brilla cuando es la luz del Señor«.  Eso es probablemente un «ya visto y oído», lo sabemos por supuesto.  Tenemos que ser sal y luz en la sociedad, además de levadura.  DE ACUERDO.  ¿Y qué?    Sólo somos claramente visibles cuando somos la luz de Jesús.   ¿Para qué servimos como Iglesia? Exactamente para eso: ¡para ser la luz de Jesús!  Esa es nuestra misión, nuestra razón de ser.  Cuando la gente que nos rodea, cuando el mundo que nos rodea (lejos y cerca) no experimenta la presencia de Jesús en nuestro hablar y en nuestro silencio, en nuestras acciones, entonces no servimos para nada.  Como luz de Jesús, siempre nadaremos contra la corriente.

Monseñor Romero pide, con la insistencia del mismo Jesús («como una llamada en nombre de Cristo») que cada uno de nosotros sea testigo del Evangelio, en cada profesión, en cada trabajo, en cada hogar, en cada organización (social, política, cultural,…).  Que nuestras vidas sean expresiones del Evangelio, de la Buena Noticia de Dios, para nuestra historia humana de hoy.  En términos negativos, esto significa: no estar del lado de los que tienen poder y riqueza, sino denunciar proféticamente toda forma de poder y riqueza desde las víctimas (impotentes, excluidos, explotados, empobrecidos,…). Positivamente, se trata de una vida en la que el «cuido» es central: cuidar bien y permanentemente a los que sufren, a los que están enfermos, a los que se dejan envejecer, a los que están solos, a los que están heridos, a los que están detenidos, a los que tienen hambre, a los que están entre nosotros que son «extranjeros» (migrantes, refugiados), a los que viven en la calle, a los que se les mira mal, a los que no encuentran vivienda, a los que están excluidos, a esos «otros», ….Cuidar la naturaleza.   Esta es una tarea fundamental para cada cristiano. Cada uno según su orientación, capacidades profesionales y experiencia de trabajo y de vida puede atender a personas muy concretas, ser una Buena Noticia. 

Podemos hacerlo a pequeña escala como una antorcha de luz en las oscuras situaciones de la vida de las personas, pero también tenemos una responsabilidad colectiva como comunidad de cristianos.  Monseñor Romero compara la comunidad eclesial con el ejemplo evangélico de una ciudad brillante en la cima de una montaña: muy visible, atractiva, acogedora.  Iglesia, a cualquier nivel, como alternativa de bondad humana, de sinceridad, de justicia, de solidaridad, de compromiso con las personas vulnerables y dolientes.   Entonces nos convertiremos en lugares donde la infinita bondad y misericordia de Dios se hace más experimentable.  Entonces también se nos permitirá celebrarlo y orar por el Poder de Su Espíritu. 

Quizás también podamos verlo de otra manera.  ¿No será que Dios mismo es sal, levadura y luz en el mundo, en la historia, y que nosotros podemos dar testimonio de ello y participar activamente en ello: poniendo nuestras manos y nuestros corazones al servicio de la presencia solidaria y liberadora de Dios?   Nuestra responsabilidad como cristianos significa entonces dar vida una y otra vez a esa fuerza dinámica de la «sal y  levadura y luz» divinas, sacarla de las tinieblas, desenterrarla, servirla,….  Porque en realidad no se trata de nosotros, se trata de la decisión de salvación de Dios para la humanidad, para la creación, para su Reino.   Thomas Merton[1] escribe: «Cuando aceptamos la creación, cuando estamos abiertos al misterioso poder creativo de la voluntad de Dios, participamos en la creación.  … Lo verdaderamente creativo, sin embargo, es el consentimiento no forzado, a través del cual participamos verdaderamente en la dinámica del mundo creado por el amor de Dios».  Los cristianos individualmente y las comunidades eclesiales tienen entonces la tarea de levantarse contra todo lo que destruye esa dinámica divina (la levadura, la sal, la luz,…) y la tarea de mantenerse en esa dinámica, participando creativa y liberadoramente.   Que esto nos dé más energía y vigor para hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que venga Su Reino.

Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.

Si observamos nuestra propia experiencia eclesiástica cercana, ¿cuáles son nuestras respuestas sinceras a la pregunta «para qué sirve nuestra iglesia»? ¿Qué sentido tiene ser cristiano?

Monseñor Romero nos dice que «el hombre brilla cuando es la luz del Señor». ¿Con qué medios tratamos de ser esa «luz de Cristo» en nuestra vida diaria, en nuestras actividades de tiempo, en nuestra vida profesional, etc.? ¿Cómo podemos apoyarnos mutuamente en esto?

¿Dónde podemos crecer y ajustarnos para ponernos realmente al servicio de esa dinámica divina de salvación (que ya es sal, levadura, luz,…) en nuestra historia humana?

Por| Luis Van de Velde

A la luz de Romero…Iluminando nuestra realidad hoy

Comentario de Pagola:

Si la sal se vuelve sosa…

Pagola: «Cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo»

Sal

Pocos escritos pueden sacudir hoy el corazón de los creyentes con tanta fuerza como el pequeño libro de Paul Evdokimov, ‘El amor loco de Dios’. Con fe ardiente y palabras de fuego, el teólogo de San Petersburgo pone al descubierto nuestro cristianismo rutinario y satisfecho.

Así ve P. Evdokimov el momento actual: «Los cristianos han hecho todo lo posible para esterilizar el evangelio; se diría que lo han sumergido en un líquido neutralizante. Se amortigua todo lo que impresiona, supera o invierte. Convertida así en algo inofensivo, esta religión aplanada, prudente y razonable, el hombre no puede sino vomitarla». ¿De dónde procede este cristianismo inoperante y amortiguado?

Las críticas del teólogo ortodoxo no se detienen en cuestiones secundarias, sino que apuntan a lo esencial. La Iglesia aparece a sus ojos no como «un organismo vivo de la presencia real de Cristo», sino como una organización estática y «un lugar de autonutrición». Los cristianos no tienen sentido de la misión, y la fe cristiana «ha perdido extrañamente su cualidad de fermento». El evangelio vivido por los cristianos de hoy «no encuentra más que la total indiferencia».

Según Evdokimov, los cristianos han perdido contacto con el Dios vivo de Jesucristo y se pierden en disquisiciones doctrinales. Se confunde la verdad de Dios con las fórmulas dogmáticas, que en realidad solo son «iconos» que invitan a abrirnos al Misterio santo de Dios. El cristianismo se desplaza hacia lo exterior y periférico, cuando Dios habita en lo profundo.

«Cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo»

Se busca entonces un cristianismo rebajado y cómodo. Como decía Marcel More, «los cristianos han encontrado la manera de sentarse, no sabemos cómo, de forma confortable en la cruz». Se olvida que el cristianismo «no es una doctrina, sino una vida, una encarnación». Y cuando en la Iglesia ya no brilla la vida de Jesús, apenas se constata diferencia alguna con el mundo. La Iglesia «se convierte en espejo fiel del mundo», al que ella reconoce como «carne de su carne».

Muchos reaccionarán, sin duda, poniendo matices y reparos a una denuncia tan contundente, pero es difícil no reconocer el fondo de verdad hacia el que apunta Evdokimov: en la Iglesia falta santidad, fe viva, contacto con Dios. Faltan santos que escandalicen porque encarnan «el amor loco de Dios», faltan testigos vivos del evangelio de Jesucristo.

Las páginas ardientes del teólogo ruso no hacen sino recordar las de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaran? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente».

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