Nuestra Pascua de cada día

–Por Pedro Pierre

“Pascua”… ¿significa para muchos un largo feriado, para otros el paso de un tal Jesús de Nazaret de la muerte a la resurrección o el paso de un Pueblo esclavo en Egipto a la libertad? ¿Por qué es la Pascua un proceso tan ajeno a nosotros como personas y como Pueblo?

Tal vez porque nunca nos hemos sentado para escucharnos en comunidad, sea de hombres y mujeres que queremos vivir de verdad, no de rodillas sino de pie, no superficialmente sino intensamente, sea de hermanos y creyentes en ese Jesús de Nazaret que nos quiere sacar del aburrimiento, el individualismo, la sola acumulación de bienes materiales para despertar y pasar -la Pascua- a una felicidad más profunda y duradera que se enraíza en la fraternidad y la solidaridad. Ese despertar personal y esta comunión fraterna desembocan en un proceso -la Pascua, nuevamente- de vida colectiva mejor para todos, sembrado de dificultades y de sufrimientos, pero indisolublemente ligado a una experiencia de felicidad superiora.

Eso es el largo y duro esfuerzo de personas que alcanzan su verdadera madurez con dimensión colectiva porque no se puede crecer ni mejorar solos. Es la larga y dura lucha de un Pueblo que deja de ser una masa sin rumbo ni perspectivas, que se encamina hacia una comunión de personas hermanadas y solidarias las unas de las otras.

Esta historia de la Pascua comienza hace casi 4,000 años, como una llamada para nosotros a entrar en esa dinámica para llegar a ser verdaderamente humanos y felices. Es la historia de un pueblo de esclavos que deciden salir juntos de la esclavitud para emprender un camino desconocido, apoyándose en el recuerdo de sus antepasados que habían dejado la explotación de unos reyes que utilizaban la religión para justificar su dominación y explotación.
Estos antepasados se llamaban Abraham y Sara, y habían descubierto en esa experiencia la presencia de un Dios diferente porque amigo de ellos y fortaleza para concretizar un sueño de fraternidad e igualdad.

Ese pueblo de esclavos tuvo la ayuda de Moisés y de su hermana Miriam no sólo para salir de Egipto, sino de emprender la utopía de la equidad: compartirlo todo para que cada uno tenga, aunque sea poco, lo necesario para sobrevivir y proseguir el sueño de una vida juntos en comunidad. Felizmente acompañaron su éxodo de Egipto –la Pascua, más colectiva que individual- con su sentido de espiritualidad que habían sembrado en ellos Abraham y Sara:
la de un Dios amigo. Este ‘éxodo’ no era solamente ‘salir’ de la esclavitud y cosechar la libertad en un desierto implacable.

Era también ‘llegar’: era una Pascua. Era la construcción de un triple proyecto. Por una parte, conservar la libertad: no ser esclavos de nadie, ni entre ellos, ni de algún pueblo extranjero. Eso suponía la puesta en marcha de la fraternidad. En medio de mucha escasez -40 años, dice la Biblia, es decir el tiempo de una generación entera- se convencieron que la equidad era la única manera de lograrlo. Y lo lograron porque entendieron que si unos acumulaban lo poco que se tenía, otros iban a morirse de hambre.

Libertad, equidad y fe. Decidieron hacer una alianza con ese Dios amigo del que sentían la presencia en esta experiencia de libertad, o liberación, y equidad, o compartir fraterno. En su honor hicieron una fiesta con la mejor comida que tenían. Esa mejor comida era comer en familia un corderito, porque en el desierto era el único animal que resistía la escasez, el animal de los pobres. Eran pobres todos, pero libres, libres y fraternos. La familia era el lugar del crecimiento personal: los mayores convencían a los jóvenes y los jóvenes soñaban que era posible no solamente sobrevivir sino convivir dignamente en la equidad salvadora.

Además, el Dios amigo de Abraham y Sara los seguía, compañero de camino, luz en la oscuridad y aliento en los conflictos, para no perder la brújula de la libertad, porque no hay libertad sin fraternidad, ni hay fraternidad sin compartir equitativa. Les costó 40 años, una generación entera, para comprenderlo y no asimilarlo. Descubrieron que el éxodo -la Pascua- era un proceso permanente: más libertad gracias a más fraternidad; más fraternidad gracias a más compartir. Y Dios presente con ellos en este éxodo como manera de vivir personal y colectivamente.Una vez llegados en Palestina, la “Tierra Prometida”, fruto sus luchas por la libertad y la equidad, continuaron viviendo la misma trilogía: libertad, equidad y fe. Se les unieron otros campesinos y pastores de ovejas.

Se prometieron unos a otros y prometieron a su Dios amigo y compañero que no apartarían de este ‘éxodo permanente’, seguros que su Dios los llevaría a buen puerto y futuro feliz.

La Biblia nos dice que continuaron fieles, a lo menos un pequeño resto, 1,000 años más, hasta llegar a un tal Jesús de Nazaret que retomó el proceso del ‘éxodo’ como Pascua permanente, a la vez individual y colectiva. Lo transformó en ‘Movimiento’, es decir un dinamismo colectivo organizado, que llamó el Reino de Dios, porque Dios no era ajeno a ese proceso, sino su alma y su destino. La comunión de hermanos compartiendo en equidad se transformaba en comunión con Dios, amigo, compañero, padre y madre.

Hoy, 2,000 años más tarde, seguimos en el ‘éxodo’ comenzado por Abraham y Sara, en la Pascua permanente de Moisés y Miriam, en la alianza con un Dios liberador y compañero de camino, padre y madre incansablemente. ¿Vivimos así esta Semana santa? O ¿nos hemos dejado llevar por el consumismo individualista, la vida fácil de la corrupción tranquila, la indiferencia egoísta frente a tantas esclavitudes modernas? Tal vez la misma religión nos ha adormecido mediante prácticas repetidas y sin sentido.

Tal vez hemos reducido el mensaje de Jesús a una cuantas oraciones y devociones sin mayor compromiso. Tal vez hemos enterrado nuestra espiritualidad confundiéndola con unos ritos vacíos de contenido. Cada Semana santa es un llamado a volver a las fuentes, a retomar el camino del primer éxodo, para que nuestra vida sea un Pascua, un paso a una vida mejor hecha de fraternidad sin frontera, de compartir equitativa, y de felicidad con un Dios-con-nosotros. ¡Felices Pascuas de resurrección!

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