“Naturaleza y bien común: un desafío para el Mundo Rural”

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La búsqueda del bien común, desde siempre, ha sido una de las esencias del Mundo Rural. Los trabajos comunitarios, la explotación de tierras en común, la comercialización y compras de bienes en cooperativas, la limpieza de caminos y montes, el arreglo de acequias de riego, etc., son ejemplos de que esta búsqueda del bien común ha sido una de las formas de vivir en nuestros pueblos y forma parte de nuestra vida cotidiana.
Las personas somos seres sociales; necesitamos a otras personas para poder realizarnos como tales; esto significa que no podemos vivir ni desplegar nuestras cualidades si no nos relacionamos con los demás (cf. GS 12). Ya desde que nacemos necesitamos a nuestros padres, a la sociedad que nos proteja y nos de las cosas que nos son imprescindibles para subsistir. Ya decía Aristóteles que las personas “somos sociales por naturaleza. Por tanto, la búsqueda del bien común de forma comunitaria es la mejor forma de poder llevarlo a cabo, de tener una mirada común, de mirar hacia un mismo horizonte.
Pero ¿qué es el bien común?
Partimos de que el bien común es «esa suma de condiciones de la vida social que permiten alcanzar a los individuos y a las colectividades su propia perfección más plena y fácilmente» (GS 26); y esto significa que dentro del bien común entran todos aquellos bienes o servicios que pueden ser usados o aprovechados por todas las personas con la finalidad de alcanzar un objetivo o beneficiarse de alguna forma. Es decir, un bien común es aquel medio por el cual los individuos se valen o sirven para poder desarrollarse, tanto económico como social o sicológico.
La concepción del bien común es una noción que interesa a todas las personas, ya que su esencia característica de favorecer a todos, sin limitaciones en su consumo, concierne a todos los individuos de una sociedad. Pero el verdadero “bien común incorpora también a las generaciones futuras» (LS 159). Por esta razón, los bienes comunes son perseguidos con tanto anhelo, independientemente del ámbito en el que dicho concepto es aplicado.
Características del bien común
· Es una concepción de aquello que favorece a todas las personas de una sociedad, no solo a aquellos que pueden comprarlo o conseguirlo por ser más fuertes o más listos.
· No excluye a ningún individuo de su utilización o consumo porque “el bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral (LS 157).
· Si no existe un control, puede agotarse, como puede ser el agua, el aire limpio, la tierra, etc. · Posee características que son de ventajas para todos, siendo beneficiadas todas las personas de la comunidad.
· Puede ser un bien material o inmaterial: el agua, el aire, los bosques, la tierra, la cultura, el arte, la sabiduría popular, las tradiciones, la lengua…
· Además, “el bien común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera violencia” (LS 157).
Las personas, generalmente, somos conscientes de que los bienes comunes han de ser para todos, disfrutarlos todos y beneficiar a todos. No obstante el individualismo que nos invade como un virus “difícil de vencer” (LS 105) y que “nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando ambiciones y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común” (LS 105), así como la inmediatez, la ‘rapidación’ entendida como “la continua aceleración de los cambios de la humanidad y del planeta [unida a] la intensificación de ritmos de vida y de trabajo” (LS 18) y la comodidad, dogmas del neoliberalismo del que estamos contagiados, impiden que seamos capaces de poner los bienes comunes al alcance de todo el mundo.
Ya hemos apuntado que la tierra, el agua, el aire, los bosques, los animales que comparten la madre tierra con nosotros, son parte del bien común del que podemos disfrutar y con el que debemos vivir; y con los dogmas del neoliberalismo de la inmediatez, la rapidez y la comodidad, son muy difíciles de cuidarlos y repartirlos con los demás seres.
El entorno que nos rodea no es solo nuestro hogar, sino todo lo que nos mantiene vivos. Por eso, cuidar el medio ambiente es algo que debe ser inherente a nosotros que tendríamos que considerar que el “el clima es un bien común, de todos y para todos” (LS 23).
En ocasiones, con nuestros hechos, ponemos en peligro el medio ambiente y a nosotros mismos. Nuestra interacción con él debe ser de manera que utilicemos los recursos que nos brinda la naturaleza, pero de forma sostenible.
Un medio ambiente limpio es esencial para una vida saludable: cuanto más dejamos de lado el medio ambiente, más se contamina y tiene un impacto dañino en nuestra salud. Por ejemplo, la contaminación del aire puede provocar enfermedades respiratorias y cáncer, entre otros problemas.
Es importante cuidar nuestro medio ambiente porque solo tenemos una Tierra como nuestro hogar, un medio ambiente limpio significa una vida más sana para las personas y otros seres vivos, manteniendo los ecosistemas y la biodiversidad que es indispensable para nuestra vida en la tierra.
¿Qué pasa si no se cuida el medio ambiente? Al no cuidar nuestro medio ambiente podemos desembocar en una serie de problemas que, no podemos olvidar, “están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura” (LS 22).
1. Escasez de agua. Todos sabemos que “el agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos. Las fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios, agropecuarios e industriales” (LS 28), y por tanto supone la escasez de alimentos.
2. La contaminación del aire. Los coches que construimos, las industrias y las plantas de energía, todos producen gases nocivos para el medio ambiente. También incentivará al calentamiento global, que, a su vez, provocará inundaciones, tormentas intensas y cambios en los comportamientos climáticos, con temperaturas extremas.
3. Residuos sólidos y peligrosos. “Hay que considerar también la contaminación producida por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería” (LS 21). Parece que vivimos sin ser conscientes de lo enormemente perjudiciales que son para nosotros y para las generaciones futuras.
4. Pérdida de biodiversidad. La extinción de algunas especies es algo que sucederá si no cuidamos nuestro entorno. Por ejemplo, algunas plantas medicinales pueden extinguirse, lo que supone una gran pérdida para nosotros porque “las diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental” (LS 32), aunque también es cierto que no podemos reducir nuestra mirada a las especies como una mirada interesada, “no basta pensar en las distintas especies sólo como eventuales ‘recursos’ explotables, olvidando que tienen un valor en sí mismas” (LS 33).
Además, en nuestro Mundo Rural, aparecen otras consecuencias más específicas que nos afectan especialmente a nosotros: Los grandes proyectos, que han de ser instalados en suelo rústico, como pueden ser las macrogranjas, las instalaciones eólicas, los paneles solares que ocupan grandes extensiones de terrenos agrícola.
Mención especial merecen los incendios que cada año azotan nuestros campos, nuestros pueblos y nuestra vida, muchas veces por no llevar a cabo unas políticas forestales adecuadas y realizadas con la colaboración de las personas que vivimos en el mundo rural.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
· ¿Qué costumbres hay/había en mi pueblo que sean signo del trabajo por el bien común?
· ¿Qué gestos veo/realizo a mi alrededor (en mi pueblo/comarca) de cuidados de la naturaleza?
· ¿Qué gestos vemos de agresiones contra la naturaleza?
JUZGAR
´´LABRARÁS Y CUIDARÁS DE LA TIERRA ´´ (cf. Gén 2,15)
Es evidente que los distintos sistemas políticos vigentes en la actualidad no son capaces de dar respuesta a las necesidades vitales de un sector considerable de la población mundial, entre otras cosas porque todos ellos tienen un común denominador que es lo que el papa Francisco denomina en su encíclica Laudato Si el “paradigma tecnoeconómico” (cf. LS 52.203), que nos hace vivir en una doble ilusión: la de que todo es posible para la tecnología y la de que el dinero lo puede resolver todo. Como sabemos este paradigma (al que podemos llamar, igualmente, neoliberal) tiene como su rostro más visible al sistema capitalista.
Dicho sistema (actualmente enraizado en la globalización) se basa, además de en la creación de necesidades superfluas, en una libre y rápida circulación del dinero y las mercancías desarrollando una economía competitiva, lo cual provoca, entre otras muchas cosas, un debilitamiento de los sistemas públicos y en consecuencia una merma en la salvaguarda de lo común. Unido esto a un consumo desaforado y a un uso indiscriminado de productos de usar y tirar, provocando en la ciudadanía un individualismo feroz y en ese ‘estar cada uno a lo suyo’ se pierde el concepto de ‘compromiso con el Bien Común’, de tal manera que política y economía se alían para desarticular dicho compromiso comunitario; es por ello que “hoy pensando en el Bien común, necesitamos imperiosamente que la política y la economía en diálogo, se coloquen decididamente al servicio de la vida, especialmente de la vida humana” (LS, 189); sin embargo no podemos conformarnos con que ‘los otros’ (echando balones fuera) sean los que se movilicen; es imprescindible que todos, como humanidad, nos demos cuenta de que estamos llamados “a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilo de vida, de producción y de consumo” (LS, 23); lo cual implica, como explica Adela Cortina (citado en E. Tabarés, “Exigencias éticas a nivel ciudadano”, Revista Militante-Mundo Rural nº 538, pág. 16), que “La ciudadanía madura en la sociedad civil no es la ciudadanía pasiva, que deja en manos ajenas el curso de la vida pública, pero tampoco esa ciudadanía febrilmente participativa, como la ardilla que se menea, se pasea, sube y baja, no se está quieta jamás, sin lograr con todo ello cosa de alguna utilidad común. Como dice Benjamín Barber, también en los regímenes totalitarios la ciudadanía es activa y participativa.
Por eso lo que importa es que sea lúcida y responsable que no se deje manipular emocionalmente ni tampoco con argumentos sofisticados, que le importe el bien común y no sólo el particular. Que sea desde esa madurez participativa”. Por tanto, educarnos frente a la indiferencia ciudadana, asumir las tareas de una ética de la responsabilidad, es uno de los grandes retos a nivel personal y a nivel del sistema educativo. Es cierto que “No todos están llamados a trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la sociedad germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del bien común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se preocupan por un lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado, un paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es de todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia consumista” (LS 232).
Por otra parte, frente a este capitalismo depredador, se puede dar un golpe pendular que nos lleva a una especie de ‘panteísmo inmovilista’, es decir, a la idea de que la naturaleza es una especie de dios que no se puede tocar, este falso respeto nos lleva a no ser consciente de todo lo que la naturaleza nos puede ofrecer. Los cristianos creemos que se puede y se debe lograr el equilibrio entre ambos extremos, un equilibrio al que se nos invita ya desde el libro del Génesis cuando se nos dice: “Labrarás y cuidarás de la tierra” (Gén 2,15); en este sentido creemos que “Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo” (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es del Señor» (Sal 24,1), a él pertenece «la tierra y cuanto hay en ella» (Dt 10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: «La tierra no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois forasteros y huéspedes en mi tierra» (Lv 25,23)” (LS 67).
La razón humana nos ha llevado a grandes logros que no podemos ni debemos rechazar, pero cuando esta razón se ha convertido en un dios, la diosa razón que –de tanto mirarse a sí misma- ha producido un “histórico apagón” (L. E. Aute), es bueno que recuperemos una visión integral de la persona, lo cual nos lleva a poner en funcionamiento la dimensión afectiva del hombre, la ´inteligencia emocional’, mediante el afecto, la compasión, la simpatía, la piedad y el cuidado de cada uno de los seres vivos de la tierra y es que “Si tenemos en cuenta la complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas, deberíamos reconocer que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y transformar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad. Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje” (LS 63). Si los ciudadanos y ciudadanas no asumimos nuestra responsabilidad y no salimos de la indiferencia, nadie puede hacerlo por nosotros. Asumamos pues las responsabilidades personales, sociales e institucionales en que la forma de producir no ha conseguido atender las demandas vitales de los pueblos, generando por el contrario un foso entre ricos y pobres y un drama ecológico del que somos responsables por haber entendido mal nuestra ‘superioridad’, los cristianos no entendemos la “como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota de su fe” (LS 220), de tal manera que “ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, [y] no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217).
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
· ¿Tenemos conciencia de que los recursos de la tierra son finitos y de que pueden acabarse? ¿Cómo lo expresamos y vivimos?
· ¿Es necesario el cambio de vida, el decrecimiento para el cuidado del medio ambiente?
· ¿Solo se puede trabajar por el bien común desde los poderes públicos?
ACTUAR
Haber constatado la realidad, ser críticos ante ella, no significa que nos tengamos que dar por vencidos; los movimientos rurales cristianos (MJRC y MRC) estamos convencidos de que, como nos dice Francisco, “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle” (LS S 205).
El camino no es fácil porque, como hemos visto, partimos de una crisis global al ser esta física, ética y espiritual, derivada en gran medida por nuestros comportamientos; por ello es necesario una nueva forma de vivir en nuestra casa común y administrarla de una forma responsable y creativa, lo cual “implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia ‘no debe ser fabricada sino descubierta, develada” (LS 225). El camino por seguir debería tener varias dimensiones:
El cambio de paradigma.
Si hemos constatado que el problema se asienta en un paradigma cultural, la verdadera solución que pueda ser realmente eficaz debería ser cambiar ese paradigma, porque “si se quiere conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas de pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado” (LS 215).
Es este cambio de paradigma el que nos puede llevar a una nueva ecología que respete los ciclos de la naturaleza y esté al servicio de toda la humanidad. No una ecología basada en el crecimiento infinito y que excluya a los pobres.
Algo fundamental para el cambio de paradigma es la educación integral; “no se trata de una educación que se limite a informar sin formar, se trata de una educación integral que nos muestre caminos hacia la conciencia crítica y así lograr que seamos capaces de cambiar los hábitos del consumo” (cf. LS 211); hábitos que brotan de esta cultura del ‘usar y tirar’; es necesario cambiar esa cultura, hay que llevar a un modelo circular, imitando el comportamiento de la propia naturaleza, hábitos que nos lleve a su vez a alejarnos de combustibles fósiles y abrazar las energías renovables. Es necesario superar la dependencia del consumo derrochador. Consumir en exceso agota recursos naturales, en las últimas décadas se está superando la capacidad de regeneración, “por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes” (LS 193).
Aquí se nos muestra el camino de una primera tarea concreta: cambiar nuestros hábitos de consumo, incluso utilizando lo que se llama ‘votar con la cartera’, es decir, que lo que compramos obliguen a los productores a cambiar sus formas de producir (por ejemplo: negarnos a comprar esas piezas de fruta que nos venden en pequeñas cantidades envueltas en envases y empezar a comprar, como siempre se ha hecho, a granel). Es importante que nos demos cuenta de que cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico» (LS 146). Por eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros»” (LS 296).
En este sentido, todos debemos de repensar el concepto de progreso, y esto exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo. De nuevo nos encontramos con una acción muy concreta para continuar en la senda del cambio de paradigma, una acción que ya va más allá de las cuestiones personales: organizarnos en grupos de reflexión, sean del tipo que sean, pero nos parece importante ser capaces de las voces de los movimientos ecologistas que han ayudado a poner en la agenda pública las cuestiones ambientales y nos lanzan una invitación a pensar a largo plazo, también es importante que los ciudadanos nos informemos y apoyemos estos colectivos, los cuales también deben sentarse a coordinarse porque es “necesario un diálogo abierto y amable entre los diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad, recordando siempre que ’la realidad es superior a la idea’” (LS 201).
El nivel político.
Como constata Naomi Klein: “nuestro sistema económico y nuestro sistema planetario están hoy en conflicto”. “Es una llamada de atención para la civilización, un mensaje poderoso, expresado en el lenguaje de incendios, inundaciones, sequias y extinciones, que advierten de la necesidad de un modelo económico completamente nuevo y una forma igualmente nueva de compartir el planeta” (citado en J.I. Kureethadam, Los diez mandamientos verdes de la Laudato Si, Madrid 2022, 221).
En el fondo lo que nos está ocurriendo es que vivimos una política esclavizada por la economía. Y una prueba de esto es lo que está ocurriendo con las cumbres mundiales sobre el medio ambiente, tal y como denuncia el Papa: “Llama la atención la debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos” (LS 54).
Por eso es necesario que la política, orientada al servicio del bien común, coja las riendas de la historia; y es que “La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación” (LS 178), por esta ‘pereza política’ a tomar decisiones que vayan más allá de la economía, los ciudadanos deberíamos estar atentos y, desde el mecanismo de la sana presión social (que no se reduce a votar cada cierto tiempo), hacer de ‘vigías’ para que nuestros políticos sean precisamente eso: garantes del bien común y teniendo especialmente en cuenta a los más vulnerables. En este sentido cabe apuntar la existencia de movimientos de consumidores que ejecutan presiones saludables sobre quienes detentan el poder político, económico y sociales.
Acciones concretas.
Aunque a lo largo de este apartado ya hemos apuntado un par de acciones que pueden estar al alcance de todos, nos gustaría apuntar algunas cosas que pueden darnos ideas de lo que podemos y debemos hacer:
Ø Evitar el uso de materiales de plástico.
Ø Reducir el consumo de agua.
Ø Separar residuos y consumir los menos posibles.
Ø Tratar con cuidado a los demás.
Ø Utilizar el transporte público o compartir el mismo vehículo.
Ø Apagar las luces innecesarias.
Ø Reclamar ante situaciones de injusticia.
Ø Participar en colectivos que favorezcan el cuidado de medio ambiente a través del bien común.
Ø Apoyar/participar en los movimientos que se esfuerzan en la concientización de la sociedad.
El camino, como hemos dicho, es difícil, pero no imposible, por eso Francisco nos invita a ser conscientes de que el cambio es posible: “No hay que pensar que estos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente. Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital nos permite experimentar que vale la pena pensar por este mundo” (LS 212).
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN:
· ¿Qué pasos tendríamos que dar como sociedad para superar el individualismo y así poder desarrollar un estilo de vida diferente desde el respeto a la naturaleza?
· ¿Qué compromiso podemos adquirir personalmente tras esta reflexión?
· ¿Qué acción podemos realizar como grupo?