
Por Gabriel Mª Otalora
La iglesia nace a partir de la experiencia de Pentecostés. Aquellos primeros cristianos se sienten comunidad fraterna (comunión) con la tarea de anunciar que Dios-Amor ha triunfado y nos ama a todos por igual. La experiencia se recoge al comienzo del libro Hechos, del evangelista Lucas, destacando la labor misionera de Pablo, como un fruto visible, que culmina con la evangelización de Roma, comenzando por los esclavos y las mujeres. Su éxito, empero, trae grandes persecuciones, durante siglos.
La sinodalidad impulsada por Francisco está muy relacionada con el libro Hechos de los Apóstoles; ella es el presente y el futuro próximo de nuestra Iglesia que comenzó en Jesús. Sospecho que Francisco ha entendido que un Concilio Vaticano III hubiese ocasionado un cisma, y ha preferido exhortaciones apostólicas (Evangelii Gaudium, Querida amazona, Amoris laetitia…), o las enciclicas Laudato si, Fratelli Tutti junto a centenares de discursos para que no queden dudas sobre el papel evangelizador.
Junto a esta ingente y poderosa opinión que nos alerta sobre las actitudes verdaderamente evangelizadoras, Francisco ha iniciado el camino sinodal centrado en la comunión, la participación y la misión. Se trata de un proceso, es decir, un camino que va más allá de un hecho puntual al que le espera un largo recorrido, en el que toda la comunidad está llamada hoy a caminar junta en el discernimiento de la tarea de evangelización. ¡Como en los primeros tiempos!
En palabras del Papa, el camino sinodales el que Dios espera de toda la Iglesia del tercer milenio mediante el diálogo -hablar y escuchar- con respeto, abierto a las posiciones de los otros. Y aquí el Papa recuerda expresamente la Carta de Pablo 1 Cor 12,7 que proclama las actitudes de amor que deben presidir nuestras conductas. Y la principal de todas ellas, recalca, es la humildad para un diálogo sinodal eficaz y servicial.
La teóloga Cristina Inogés, resalta que servicio y sinodalidad van de la mano; servir para ser comunión en nuestro ser caminando juntos para superar el clericalismo, afrontar la indiferencia religiosa y superar nuestras divisiones. Para ello, hemos de favorecer la escucha recíproca, incluyendo a quienes no piensan como nosotros o viven alejados de la Iglesia.
Como decía, el libro de Hechos es el precursor de la gran iglesia sinodal que quiere reunirse desde las diferentes corrientes existentes. No es un “invento” de Francisco. En Hechos se vive el embrión eclesial como la culminación de un difícil y decisivo proceso sinodal de la primera Iglesia, participativo en el discernimiento, con la participación de todos los miembros de aquella comunidad (Iglesia): el relato de la misión (Hch 13-14), comienza y se cierra con una reunión comunitaria.
Lucas viene a decirnos que los conflictos, cuando lleguen, no hay que evitarlos, porque problema que aparcas, problema que crece. Que busquemos el potencial positivo de la resolución de conflictos mediante los cuales el testimonio cristiano avanzará de la mano del Espíritu. El evangelista nos muestra la experiencia de coexistir diversos puntos de tensión para que veamos la manera en la que el conflicto fue manejado hasta lograr avances en la evangelización. Nos interpela a revivir aquél evento y sus dificultades para afrontar nuestra tarea de discernir la voluntad de Dios en medio de los desafíos de nuestro tiempo.
La sinodalidad propuesta por Francisco quiere integrar las diferencias. Sin diferencias no hay unidad o comunión. Unidad no es uniformidad. Cierto es que la sinodalidad no evita los conflictos, pero es el camino adecuado para gestionarlos y solucionarlos de una forma fecunda. En Hechos apreciamos diagnósticos de la situación, la información fluye a todos, se dan propuestas claras de soluciones… La comunidad participa de una u otra manera en la toma de decisiones presentando candidatos o eligiendo los cargos, orando… Y los dirigentes aparecen como líderes que implican a toda la comunidad en las decisiones desde la fe en la acción del Espíritu Santo.
Estamos en un momento clave de la historia de la Iglesia, en el que los obispos se tomen en serio la encomienda papal de liderar la actitud sinodal en sus comunidades con el espíritu de Hechos, abriendo la puerta a una mayor -y mejor- participación de toda la comunidad eclesial. De momento, bienvenida sea la posibilidad de votar las mujeres y los laicos en el sínodo (hasta ahora reservado a los obispos), muy en la línea, precisamente, con el mensaje de los Hechos de los Apóstoles.