El perfil mayoritariamente involutivo del episcopado español (II)

Episcopado español

«Para argumentar por qué el episcopado español es mayoritariamente involutivo y restauracionista, la primera apuesta que urge poner en su sitio es -tomando prestada la expresión de Hans Urs von Balthasar- la teología ‘papolátrica’ «

«El Papa Montini tuvo que articular la necesidad de renovar la Iglesia con su responsabilidad por guardar la comunión. El cuidado de este equilibrio –tan inestable como frágil- explica (aunque no siempre justifique) la atención que prestó a los sectores más reacios a los cambios que se estaban proponiendo»

«Tal es el contexto en el que entender la ‘Nota explicativa previa’ a la ‘Lumen Gentium’, adjuntada por ‘mandato de la autoridad superior’, como la guía de comprensión de dicha Constitución en todo lo referido a la colegialidad episcopal»

«De acuerdo con esta ‘Nota explicativa previa’, el Papa puede actuar ‘según su propio criterio’ (propia discretio) y ‘como le parezca’ (ad placitum)»

«Desde un punto de vista estrictamente jurídico, esta ‘Nota explicativa previa’ no forma parte del cuerpo doctrinal de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Sin embargo, y a pesar de ello, es un texto que va a propiciar la lectura involutiva y preconciliar que -incubada en la concesión de Pablo VI a la minoría conciliar- alcanza su cenit durante el largo pontificado de Juan Pablo II y en el de Benedicto XVI»

Por Jesús Martínez Gordo

Y puesto a desarrollar la tarea de argumentar por qué el episcopado español es mayoritariamente involutivo y restauracionista, la primera apuesta que urge poner en su sitio es -tomando prestada la expresión de Hans Urs von Balthasar- la teología “papolátrica” que -propiciada por la curia vaticana durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI y no desautorizada en el de Pablo VI- tiene una enorme importancia en el perfil eclesial y social de la gran mayoría del episcopado español. Y, con ellos, en el de no pocos cristianos y colectivos de nuestros días.

La raíz «papolátrica» de la involución

Es cierto que el Papa Montini tuvo que articular la necesidad de renovar la Iglesia con su responsabilidad por guardar la comunión. El cuidado de este equilibrio –tan inestable como frágil- explica (aunque no siempre justifique) la atención que prestó a los sectores más reacios a los cambios que se estaban proponiendo. Tal es el contexto en el que entender la “Nota explicativa previa” a la “Lumen Gentium”, adjuntada por “mandato de la autoridad superior”, como la guía de comprensión de dicha Constitución en todo lo referido a la colegialidad episcopal.

De acuerdo con esta “Nota explicativa previa”, el Papa puede actuar “según su propio criterio” (“propia discretio”) y “como le parezca” (“ad placitum”). Ya en su día K. Rahner indicó que eran afirmaciones poco felices y que nunca hasta entonces se había procedido a una tesis sobre el primado de ese tono.

Es cierto, matizaba el teólogo alemán, que el texto de la “Nota explicativa” se autocorrige cuando apela al “bien de la Iglesia” como explicación de este modo de proceder, pero es innegable que abre las puertas a una comprensión de la colegialidad en las antípodas de lo explícitamente aprobado y de lo que forma parte del cuerpo constituyente de la Iglesia. En definitiva, va mucho más lejos de lo aprobado en el Vaticano I con el dogma de la infalibilidad papal (1870).

Ya, en su día, fueron bastantes los padres conciliares que se percataron de que tal incorporación no sólo obedecía a la voluntad papal de acallar a la minoría, sino también al temor (en buena parte, compartido por el mismo Pablo VI) de que la doctrina sobre la colegialidad acabara diluyendo el modo como los papas habían venido ejerciendo hasta entonces su responsabilidad primacial. Lo probaba, por ejemplo, que firmara los documentos conciliares como “obispo de la Iglesia” y no “de Roma” o la reserva de las cuestiones referidas a la contracepción y al celibato sacerdotal, asuntos que recibirán un tratamiento personal en sendas encíclicas: “Sacerdotalis coelibatus” (1967) y “Humanae vitae” (1968), una vez clausurado el Vaticano II (1962-1965).

Desde un punto de vista estrictamente jurídico, esta “Nota explicativa previa” no forma parte del cuerpo doctrinal de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, al no haber sido aprobada por los padres conciliares ni estar explícitamente ratificada por el “Obispo de la Iglesia”, es decir, por el Papa, como el resto de los documentos conciliares. Sin embargo, y a pesar de ello, es un texto que va a propiciar la lectura involutiva y preconciliar que -incubada en la concesión de Pablo VI a la minoría conciliar- alcanza su cenit durante el largo pontificado de Juan Pablo II y en el de Benedicto XVI.

A los redactores de la “Nota explicativa” les inquieta que se atribuyan al papado poderes reales, pero que no los pueda ejercer libremente. Para salir al paso de tal riesgo recurren a la teoría -inadecuadamente aplicada- del doble sujeto de poder supremo en la Iglesia: el poder del Papa tiene la misma finalidad y alcance que el de todo el colegio (Papa incluido). Es un cuadro calcado de la categoría secular del poder monárquico absoluto.

El Vaticano I no había definido el primado del Papa como una monarquía; y menos todavía como una monarquía absoluta, a pesar de que dicho imaginario estuviera presente en los manuales romanos de teología y de derecho canónico en el inicio del siglo XX. Estar de acuerdo con esta proposición implica -según H. Legrand- compartir que el gobierno colegial no es más que una de las dos formas posibles de ejercicio del poder supremo en la Iglesia; que la participación del episcopado en el gobierno eclesial queda pendiente de una libre decisión del Papa y que sólo existe el gobierno del sucesor de Pedro, quien, de manera discrecional, (es el término que emplea la “Nota”) puede adoptar la forma personal o colegial.

Es una interpretación que sobrepasa lo aprobado por el Vaticano I ya que en el “proemium” de la definición sobre la infalibilidad de 1870 se señala como finalidad del primado el servicio del episcopado y no el gobierno cotidiano de toda la iglesia. Es así como la “Nota explicativa” lleva la doctrina de la colegialidad a un callejón sin salida ya que ésta no consiste -como sostiene J. Ratzinger en su diagnóstico del postconcilio- en quitar al monarca y poner en su lugar un parlamento, sino en reconocer -como hace el Vaticano II- el valor que tienen las iglesias locales en una Iglesia sinodal y, a la vez, colegial; y también corresponsable.

Así pues, la lectura del Vaticano II a partir de esta “Nota explicativa previa” desvirtúa la colegialidad episcopal y el mismo episcopado, imposibilitando su comprensión como un concierto entre pares, es decir, entre sucesores de los apóstoles, en el que hay un director de orquesta; una imagen, probablemente más feliz que la de la relación entre la cabeza y los miembros.

Los «olvidos» del Código de Derecho Canónico (1983)

El Código de Derecho Canónico es importante porque media la eclesiología doctrinalmente profesada y la concretamente operativizada. De ahí la conveniencia de analizar cómo recibe la conciliar articulación entre primado, colegialidad y sinodalidad y en qué grado la solapa al privilegiar la “Nota explicativa previa” a la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”.

Hay, cuando menos, tres importantes datos que disparan las alarmas.

En primer lugar, el ministerio petrino no es presentado como un servicio a la unidad y a la comunión de la Iglesia, sino como la autoridad suprema, investida de un poder de jurisdicción sobre toda la cristiandad. Los redactores del nuevo Código de Derecho Canónico, al fijar el primado en estos términos, recuperan la formulación del código anterior (canon 196), activan su interpretación maximalista y aparcan las equilibradas aportaciones conciliares entre el primado petrino y la colegialidad episcopal.

Como resultado de ello, los lazos de comunión estructurada que hay -cierto que desde la diferencia- entre el papa y los obispos quedan diluidos en favor de un fortísimo subrayado de la dependencia que vincula a los sucesores de los apóstoles con el obispo de Roma. El gobierno eclesial pasa a ser, de nuevo, más unipersonal y autoritativo que colegial, con el riesgo, ya adelantado en su día por Hans Urs von Balthasar, de propiciar una teología, una espiritualidad, un magisterio y un gobierno “papolátricos”.

En segundo lugar, es cierto que el nuevo Código de Derecho Canónico establece, institucional y eclesiológicamente, la identidad y misión de los laicos, de los sacerdotes, del papa, del colegio episcopal, del sínodo de los obispos, del colegio de cardenales, de la curia romana y de los nuncios, pero también lo es que se olvida de establecer qué es una iglesia local en la comunión católica (“communio Ecclesiarum”) y cuáles son sus derechos y obligaciones. Al dejar de lado esta importante cuestión, propicia una relectura muy limitada de lo que es la “comunión eclesial” y la “iglesia local” o “particular”.

Los redactores del nuevo Código de Derecho Canónico ignoran que “la diócesis es una porción del pueblo de Dios que se confía a un Obispo (…) en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica” (CD 11). Y no tienen en cuenta, igualmente, lo que proclama la Constitución Dogmática sobre la Iglesia cuando afirma que “los Obispos son, individual y colectivamente, el principio y fundamento visible de unidad en sus iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a partir de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso, cada Obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad” (LG 23).

Hay, finalmente, un tercer punto particularmente, penoso: cada obispo y todo el cuerpo episcopal queda sometido a la autoridad de la Santa Sede, a pesar de que según el Vaticano II, los sucesores de los apóstoles son “vicarios y legados de Cristo” y “no deben ser considerados como los vicarios de los pontífices romanos” (LG 27). No deja de ser sorprendente que el Código de Derecho Canónico silencie este punto capital y que reserve para el papa, además de los títulos de “jefe del colegio de los obispos” y “pastor de toda la Iglesia”, el de “vicario de Cristo (Cf. CIC 313).

La sombra de la “Nota explicativa previa” a la Constitución Dogmática “Lumen Gentium” empieza a ser larga. Tan larga que marca la redacción del Código de Derecho Canónico de 1983, reinterpretando y corrigiendo -involutivamente, por supuesto- la doctrina conciliar sobre la colegialidad episcopal.

Como es de prever, esta concepción del primado de Pedro requiere de obispos que la compartan y que estén dispuestos a proceder en las diócesis que se les encomienden en conformidad con ella, es decir, de manera no solo autoritativa, sino, si así lo vieran necesario, autoritaria. En definitiva, reproduciendo el preconciliar e involutivo modelo de autoridad y ejercicio del poder en la Iglesia.

Quizá, por ello, no extraña, desgraciadamente, que una buena parte de los obispos españoles actuales (por tanto, no todos) compartan y estén dispuestos a defender esta preconciliar e involutiva concepción papolátrica del primado de Pedro y de la autoridad. Y tampoco a hacerla suya, ejerciendo su ministerio episcopal, de manera parecida a la “papolátrica”, en sus respectivas diócesis.

Pero tampoco me extraña que éste, el del reparto del poder episcopal, sea uno de los temas estrella en el Camino Sinodal alemán. Se ha agotado el tiempo, se dice por aquellos lares, para el modelo medieval y unipersonal de ejercer el poder en la Iglesia. Urge superarlo separando su vertiente ejecutiva, de la legislativa y judicial. Lo que tenemos delante no es un asunto menor, sino una cuestión sistémica, fundamento del denostado clericalismo que todos denunciamos pero que muy pocos parecen estar dispuestos a interrumpir en sus raíces. Y estas son la concepción y el ejercicio absolutista de la autoridad, tanto papal como episcopal. Y con ella, en no menor medida, de la presbiteral.

Se abre un debate que se prolongará -guste o no- durante una buena parte del presente siglo, al menos hasta que se alcance una solución aceptable o se acabe convocando un concilio ecuménico. Si esto último aconteciera en estos momentos, nos encontraríamos, nuevamente, con un episcopado español con el pie cambiado, a no ser que se empiecen a nombrar, de manera inmediata, obispos con un perfil, menos “papolátrico”, más colegial y, sobre todo, corresponsable

Pero, hasta que ello sea posible algún día, al menos podemos dejar de comprender a los obispos como delegados del Papa y, además de exigir la intervención del pueblo de Dios en su elección o nombramiento, mostrar las razones teológicas que nos asisten para cambiar el juramento que, actualmente vigente, tienen que prestar quienes sean nominados para integrarse en la lista de los sucesores de los apóstoles.

Los obispos, delegados del Papa, no de Cristo

Antes de ahora, he sostenido que una de las decisiones postconciliares en la que se puede apreciar con toda claridad este proyecto involutivo y preconciliar de la Iglesia, del papado y del episcopado es el juramento de fidelidad que, en aplicación del canon 380, se exige a los obispos. Tal y como se ordena en este precepto, “antes de tomar posesión canónica de su oficio, el que ha sido promovido al episcopado debe hacer la profesión de fe y prestar el juramento de fidelidad a la Sede Apostólica, según la fórmula aprobada por la misma Sede Apostólica”.

Y la fórmula de tal juramento de fidelidad, vigente desde 1972, y posteriormente objeto de algunas pequeñas modificaciones, es del siguiente tenor:

“Seré siempre fiel y obediente a la Santa Iglesia Apostólica Romana y al Sumo Pontífice, Sucesor del Bienaventurado Apóstol Pedro en el primado y Vicario de Cristo, y a sus legítimos Sucesores. Y no sólo los trataré con el mayor honor, sino que, en la medida de mis posibilidades, velaré por que se los respete debidamente y mantenga alejados de cualquier ofensa.

Será mi preocupación promover y defender los derechos y la autoridad de los Romanos Pontífices; así como las prerrogativas de sus legados y procuradores. Informaré al Romano Pontífice con sinceridad de cualquier cosa que pueda constituir un ataque contra ellos por parte de cualquiera.

Procuraré cumplir con todo empeño, de acuerdo con el espíritu y la letra de los sagrados cánones, los deberes apostólicos que me han sido confiados de enseñar, santificar y gobernar, en comunión jerárquica con el Vicario de Cristo y con los miembros del Colegio Episcopal.

Pondré diligente atención en mantener puro e intacto el depósito de la fe y en transmitirlo de modo auténtico, acogeré fraternalmente a los que yerran en la fe y haré todo lo posible para que vuelvan a la plenitud de la verdad católica.

Prometo que participaré o responderé, salvo impedimento, si me llaman a los Concilios y otras actividades colegiadas de los Obispos.

Administraré diligentemente, de acuerdo con las normas de los sagrados cánones, los bienes temporales pertenecientes a la Iglesia que se me encomienden, cuidando diligentemente de que no se pierdan o dañen de ninguna manera.

Haré mías las disposiciones del Concilio Vaticano II y de los demás decretos canónicos sobre la institución y el ámbito de acción de las Conferencias Episcopales, así como de los consejos presbiterales y pastorales, y promoveré gustosamente el uso ordenado de sus tareas.

Finalmente, en los tiempos establecidos, haré, personalmente o por medio de otros, en conformidad con lo establecido por el derecho, la visita “ad limina apostolorum”, daré cuenta de mi oficio pastoral e informaré fielmente sobre la situación del clero y del pueblo a mí confiado; además, aceptaré respetuosamente lo que se me ordene y lo pondré en práctica con el máximo empeño”.

El trato del modelo de obispo resultante con el Papa –y, lo que es más sorprendente, con la curia vaticana- no es el propio de un sucesor de los apóstoles, sino, análogo al de un vicario con su obispo ya que según el canon 480, “el vicario general y el vicario episcopal deben informar al obispo diocesano sobre los asuntos más importantes por resolver o ya resueltos, y nunca actuarán contra la voluntad e intenciones del obispo diocesano”. Se abre o se refuerza, como se puede apreciar, un tiempo en el que el sucesor de Pedro empieza a ser concebido como el “obispo del mundo”, reduciendo a los demás sucesores de los apóstoles a vicarios o delegados suyos; una involución que coloca, de nuevo, a la Iglesia en la mentalidad y forma de gobierno propiamente preconciliares.

A diferencia de este tipo de Iglesia, en el aprobado por el Vaticano II, los obispos son “vicarios y legados de Cristo” y “no deben ser considerados como los vicarios de los pontífices romanos”. Justamente, por ello, han de gobernar sus respectivas iglesias locales con la autoridad de Cristo “que ejercen personalmente” en su nombre, es decir, de manera “propia, ordinaria e inmediata, aunque su ejercicio esté regulado en última instancia (“ultimatim”) por la suprema autoridad de la Iglesia” (LG 27).

Por ello, la Iglesia es comunión de iglesias particulares, presidida, en la unidad de fe y en la comunión, por el sucesor de Pedro. Y en tal comunión reside la soberanía eclesial. Esta eclesiología está pendiente de desarrollo teológico y jurídico; y, por tanto, de ser estrenada. No tiene nada que ver con la obsesión por el poder y la jurisdicción del obispo de Roma, como si fuera el obispo del mundo, que se ha venido promoviendo y desarrollando estos últimos años y que hace de la inmensa mayoría de los obispos delegados del Papa, nunca -como proclama el Vaticano II,- “vicarios de Cristo”. Y, por supuesto, tampoco tiene que ver con la teología que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, recurría al imaginario matrimonial para señalar cómo era la relación de todos los obispos con sus respectivas diócesis.

Es evidente que la universalidad de la Iglesia no pasa por la supeditación de los obispos a la curia, sino por visualizar con mucha más claridad la relación sacramental que existe entre el Papa (sucesor de Pedro) y el colegio de los obispos (sucesores de los apóstoles), así como por representar el vínculo de todos ellos con sus respectivas iglesias locales y de todas estas con las restantes. Nada que ver con el carrerismo que, como “fruta madura” de la lectura involutiva reseñada, sigue dándose, desgraciadamente, en nuestros días; también entre los obispos españoles. 

El documento de la CEE «El Dios fiel mantiene su alianza»

Cuáles son los 6 asuntos prioritarios para el bien común en España, según los obispos?

Plenaria de la Conferencia Episcopal Española

En el extenso documento «El Dios fiel mantiene su alianza» (DT 7,9), aprobado en la Asamblea Plenaria de noviembre de 2022 y que se ha presentado hoy día 13-E en la sede de la Conferencia Episcopal Española, los obispos ofrecen su visión sobre el momento actual y la sociedad española y enumeran una serie de asuntos prioritarios para ahondar en el bien común en este momento histórico en España. Son estos:

1.- Construir la “sociedad de los cuidados”

«La necesaria reformulación del estado del bienestar habría de hacerse en clave familiar no individual. El apoyo a la familia ha de pasar por la vivienda, las condiciones laborales, el salario familiar, el protagonismo en la educación, la sanidad, los servicios sociales, etc. En definitiva, construir una verdadera «sociedad de los cuidados»».

2.- La prioridad del trabajo sobre el capital

«En esta época de revolución tecnológica y energética, el trabajo, especialmente el de los jóvenes, es un asunto de extraordinaria importancia. Recordamos la prioridad del trabajo (la persona) sobre el capital (las cosas) para abordar como sociedad esta cuestión clave para el desarrollo de la persona, el desarrollo de la familia y la contribución al bien común».

3.- El cuidado de los vulnerables

«El cuidado de los ancianos es responsabilidad primera de la familia, pero la familia necesita apoyo y ayudas. Es imprescindible un diálogo social e institucional sobre la atención a las personas mayores. Merece una reflexión especial la situación de los enfermos mentales y de las personas que los acompañan y cuidan».

4.- Reconocerse como nación

«La familia une biografía y genealogía. Las familias van situándose en el territorio, haciendo sociedad y alumbrando comunidades políticas. Los vínculos desarrollados a lo largo de la historia y sus expresiones culturales, económicas, sociales, religiosas y políticas nos permiten reconocernos como nación, en la diversidad de pueblos, culturas y regiones».

5.- La acogida a los inmigrantes

“Una nación abierta a la comunidad de naciones, acogedora y hospitalaria, que recibe inmigrantes con el agradecimiento y el realismo de quien ha conocido grandes emigraciones en siglos pasados. El mismo fenómeno migratorio ha de comprometernos con el desarrollo, la libertad y la justicia en las naciones de las que, tantas veces, se han visto obligados a salir por razones de hambre o persecución”.

6.- La apuesta por el diálogo

“Llamados a caminar juntos en esta tierra y en esta la historia, queremos dialogar desde la escucha y la propuesta. La sinodalidad, estilo de la Iglesia del siglo XXI, nos invita a este coloquio que proponemos con la esperanza de propiciar encuentros que favorezcan la dignidad de la persona y el bien común”.

Oración por la Paz en Ucrania

¿Cómo acompañar al Papa en el acto de consagración al Corazón Inmaculado de María?

Papa Francisco 

Sigue en directo a través de Vatican News, el Acto de Consagración de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María. El mismo acto, el mismo día, será realizado en Fátima por el Cardenal Konrad Krajewski

Lo realizará el Santo Padre este viernes 25 de marzo, a las 17.00 horas en la Basílica de San Pedro, Solemnidad de la Anunciación del Señor

Será una oración pública y coral, que une a toda la Iglesia, para implorar la paz y consagrar al Corazón Inmaculado de María a la humanidad entera y en especial a Rusia y Ucrania

25.03.2022 | Renato Martinez

(Vatican News).- “El viernes 25 de marzo, durante la Celebración de la Penitencia que presidirá a las 17.00 horas en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco consagrará a Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de MaríaEl mismo acto, el mismo día, será realizado en Fátima por el Cardenal Konrad Krajewski, Limosnero Pontificio, como enviado del Santo Padre», este era el anuncio que realizó el Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Matteo Bruni, el pasado 15 de marzo anunciando que el Santo Padre realizaría este Acto de Consagración de Rusia y Ucrania en el día de la Solemnidad de la Anunciación del Señor.

¿Qué es el Acto de Consagración?

El Acto que realizará este viernes el Papa Francisco será una oración pública y coral, que une a toda la Iglesia, para implorar la paz y consagrar al Corazón Inmaculado de María a la humanidad entera y en especial a Rusia y Ucrania. Como escribió el Santo Padre en su Carta a los Obispos para el Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de María, este 23 de marzo, “la Iglesia, en esta hora oscura, está fuertemente llamada a interceder ante el Príncipe de la paz y a estar cerca de cuantos sufren en carne propia las consecuencias del conflicto”.

Este Acto previsto en torno a las 18:30, hora de Roma, lo realiza el Papa Francisco acogiendo las numerosas peticiones del Pueblo de Dios, para invocar la paz renovados por el perdón de Dios, y “quiere ser un gesto de la Iglesia universal, que en este momento dramático lleva a Dios, por mediación de la Madre suya y nuestra, el grito de dolor de cuantos sufren e imploran el fin de la violencia, y confía el futuro de la humanidad a la Reina de la paz”.

¿Dónde poder seguir el Acto de Consagración?

Por esta razón, el Santo Padre invita a todo el pueblo de Dios a unirse a este Acto consacratorio, convocado para este viernes 25 de marzo, a las 17.00, hora de Roma, para que el Pueblo santo de Dios eleve la súplica a su Madre de manera unánime y apremiante. Después de la celebración penitencial, con el rito de reconciliación de varios penitentes con la confesión y absolución individual, el Papa Francisco realizará el Acto de Consagración que lo puedes seguir a través de Vatican News en:

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Cura de pueblo

Antonio López Villar

Desde hace siete años, Antonio López Villar es el cura de cuatro pueblos del sur de la Serranía de Cuenca, en el sureste de la provincia. Son Cardenete, Engídanos, Villar del Humo y Yémeda, cuatro hermosos nombres para cuatro pueblos de la hoy España vacía. Sus habitantes tienen tanto derecho – o más, según Antonio – a tener la mejor atención pastoral y no ser siempre los últimos. Ejercer de cura allí es desde luego algo especial.

Llamo con los nudillos en la puerta de aluminio y plástico traslúcido de la puerta de la vivienda, porque no hay timbre, después de retirar la cortina de tela que la protege del sol y la lluvia. Desde dentro preguntan: «¿Quién?», Contesto: «Antonio, el cura». Me abre Nazaret, la joven dominicana que cuida a la tía Simona, que cumplirá en febrero 110 años. Cuando entro y estoy a su lado pocas veces me reconoce, suele confundirme con compañeros anteriores a quienes se queja de lo poco que yo, el cura actual, la visita «Porque usted sí que venía todos los domingos, pero este de ahora, no viene nunca», me dice.

Hasta hace muy pocos años el sacerdote residía en la localidad y su presencia era mucho más cercana con todos los vecinos. Yo trato de ir los domingos y un día entre semana a cada uno de los cuatro – y conste que no me quejo – que acompaño en la Serranía Baja Conquense y entre todos no sumo mil habitantes (cuando hablan de pueblos de diez mil habitantes a mí me da la risa).

Vivimos una pastoral de presencia que se echa de menos si no está, pero que no se aprecia ni se echa mano de ella cuando permanece.

¿Qué hace un cura de pueblo? Fundamentalmente es una labor de acompañamiento a comunidades parroquiales que yo, personalmente (y en eso coincidimos  los compañeros del arciprestazgo), considero no tienen identidad de pertenencia a una comunidad cristiana; sencillamente viven una pertenencia local: «la parroquia de mi pueblo». La vinculación entre las personas que participan en la vida de la parroquia es familiar, de amistad (o enemistad), o de vecindad; pero en muy pocas personas ha transcendido el sentido de comunidad que va más allá de cualquier otro tipo de consideración (nos une el Amor de Dios por encima de todo, el convencimiento de que nuestro modo de ser y vivir como comunidad hace presente el amor de Dios a toda la creación). A eso no se ha llegado.

En 2019 comenzamos, a nivel diocesano, el Plan Pastoral para la renovación de las Parroquias, que ahora se ha solapado con la fase diocesana del Sínodo. Pero aun así a la gente le cuesta mucho comprometerse y tratar de salir de su espacio de confort, de su comodidad, para que, en las nuevas circunstancias que viven nuestros pueblos, nos planteemos acciones distintas y modos nuevos de ser y de vivir nuestro ser cristiano. Los pocos matrimonios de mediana edad que viven en el pueblo no se acercan a la parroquia salvo a celebraciones concretas y no acompañan a sus hijos (los que los tienen) en un proceso de vivencia de fe. Han sido absorbidos por la indiferencia generalizada frente a lo religioso. [«Eso sí, si la Misa del Gallo (por poner un ejemplo) no la celebras a las 00,00 de la Noche Buena estás quitándoles sus tradiciones; y no les vale que nos reunamos a las 18,00 ó a las 20,00 horas, porque de ese modo no les da tiempo a preparar la cena»]. Todo entre comillas y entre corchetes.

Considero que, siguiendo la dinámica del Evangelio, si creemos de verdad que los más pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, debemos poner a disposición de los más desfavorecidos a nivel pastoral los mejores medios para que se formen de modo adecuado y no sean siempre los últimos. Una de las principales tareas del sacerdote rural, del cura de pueblo, es sacudirse a diario esa insatisfacción, ese no detectar ningún avance y continuar adelante con alegría y entusiasmo, con determinación, porque somos conscientes de que no queremos dejarnos llevar por un efectivismo que requiere ver los frutos conseguidos a cada paso que damos.

Acompaña la vida de los vecinos que no son reticentes a su presencia, preside las celebraciones ordinarias y extraordinarias, visita a los enfermos, procura atender las necesidades de las personas que no pueden ser atendidas por los servicios sociales por falta de medios o la complicada maraña burocrática, apoya todas las actividades culturales y formativas que tienen lugar en la localidad, está dispuesto a la escucha atenta y desinteresada y a mediar en los conflictos. Pretende ser el amigo cercano de quien siempre se puede echar mano; lo trágico es cuando nadie demanda otra cosa que lo puramente convencional. Vivimos en gran medida una pastoral de presencia que, en muchos casos, se echa de menos si no está (“Es que nunca estás en tu casa”), pero que no se aprecia y ni echa mano de ella cuando permanece.

Ser cura de pueblo es aceptar que en el abandono, en la soledad y en el vacío está presente la gracia de Dios y optar por vivirla ahí.

Ser cura de pueblo es vivir la opción preferencial por los pobres, los olvidados, los sin servicios, los abandonados de los que sólo se acuerdan cuando hay elecciones en el horizonte; ser cura de pueblo es hacer presente a la iglesia samaritana que acompaña a los dejados de lado cuyas opiniones no cuentan para nada, a los improductivos, a los resistentes, a los que se han quedado a base de puro no querer irse cuando las condiciones se han ido endureciendo de un modo extremo. Ser cura de pueblo es querer ser y estar porque estamos convencidos de que en este espacio también hay que anunciar el Evangelio a los pobres y oprimidos, a los desprovistos de oportunidades.

Ser cura de pueblo es querer estar y ser aquí en el nombre del Señor para acercar su amor, su compasión y su misericordia, para cuidar, para procurar desde la fe, la ternura de Dios a quienes se experimentan como «dejados de su mano»; ser cura de pueblo es continuar trabajando y haciendo presente el Reino de Dios sin renunciar a la Esperanza activa de que las cosas pueden cambiar y la realidad se puede transformar si entre nosotros estrechamos los lazos de atención y solidaridad unos con otros.

Ser cura de pueblo es crear espacios de atención, de escucha y de búsqueda interior para quienes deseen acogerlos y construirlos en sí mismos.
Ser cura de pueblo es aceptar que en el abandono, en la soledad y en el vacío está presente la gracia de Dios y optar por vivirla ahí y no en otro lugar u otras circunstancias.
Ser cura de pueblo es construir donde otros no quieren edificar porque no ven futuro.
Ser cura de pueblo es permanecer donde otros huyen.
Ser cura de pueblo es querer estar hasta el final, ser el último en irse, cuando ya no quede nadie, para cerrar la puerta y tirar la llave al río.
Ser cura de pueblo no tiene ningún reconocimiento social, ni falta que nos hace

Hablemos de liderazgo parroquial II

  


Según la definición de la RAE, liderazgo es “situación de superioridad en que se halla una institución u organización, un producto o un sector económico, dentro de su ámbito”. Su raíz etimológica es anglosajona proveniente de “lead” que significa guía. Pero ambas definiciones, una estructural y la otra intrínseca, no proyectan la demanda que implica el liderazgo parroquial.

Probablemente han escuchado la historia de los dos vendedores de zapatos que fueron enviados a África para abrir mercado, uno mandó un telegrama diciendo: “mercado cerrado, nadie usa zapatos”, mientras que el otro escribió: “maravillosa oportunidad, nadie usa zapatos”. Podría decir que algo similar ocurre con las parroquias ahora, muchos piensan que están muriendo, y somos algunos los que pensamos que aún no han visto nada.

Podemos sacar en contra de esta idea innumerables estadísticas de parroquias que han cerrado o seminarios que quedan vacíos, pero quisiera que recordáramos, como sacerdotes o incluso como laicos que hemos tenido una experiencia de conversión, cómo al inicio, ya sea que hayamos entrado al seminario o hayamos salido de un retiro o cualquier encuentro con Dios, asistíamos a todo, queríamos leer todos los libros o folletos, enterarnos de todo, entrar al coro, al grupo juvenil, al grupo de adoración, a la pequeña comunidad, íbamos a dos tres misas los domingos, etc.

Poco a poco, al siguiente año, ya empezábamos a sentir el peso de las responsabilidades, y aprendimos a limitarnos en cada cosa, hasta que terminamos solo con aquello que nos llenaba el alma, podría haber sido el silencio o solo comunidad, organizar los retiros o dar catequesis infantil; un sacerdote recién ordenado experimenta lo mismo, cuando llega a su primera parroquia quiere hacer todo, participar en todo e involucrarse con todos, hasta que, con el tiempo, va dejando responsabilidades a los demás; lo que realmente pasa es que los impulsos se van reduciendo, cuando iniciamos cada una de las participaciones son impulsivas, luego son impulsivos los periodos, hasta que finalmente el impulso está en todo nuestro programa de vida.

La compasión, esencial en el liderazgo parroquial

Muchas veces pasa lo mismo con el liderazgo, creemos que hay recetas a seguir y buscamos los pasos que impulsivamente seguimos, pensando que obtendremos el resultado final sin darnos cuenta que estamos haciendo un torpe intento impulsivo. Cuando ese mismo impulso lo dejamos de dirigir a los pasos y lo ponemos en todo el proyecto, es entonces cuando empezamos a construir un liderazgo más sólido. El liderazgo es un proyecto personal a largo plazo.

Las parroquias en mi diócesis son de 30,000 habitantes, aproximadamente, con sus excepciones tanto arriba como abajo de ese rango; sin embargo, comparten entre todas unos porcentajes de participación muy similares: 75% se dice católica, el 6.6% asiste a misa dominical y el 0.7% está comprometido con algún apostolado.

De modo que tenemos cerca de 200 personas que podemos llamar apasionados por el apostolado parroquial, tenemos otro grupo más grande, cerca de 2,500 que van a misa por diferentes razones y ayudan cuando pueden en algún proyecto sin comprometerse a nada, pero tienen algo de identidad; tenemos otro grupo mayor, poco más de 20,000, que van a misa algunas veces al año, su religiosidad está plagada de supersticiones, y su única identidad es, muchas veces, una tradición familiar; y finalmente un pequeño grupo que crece cada día más de personas que están alejadas por muchas razones, que pueden tener o no otras identificaciones religiosas. Pero nadie, ninguna persona de cada uno de esos grupos, puede ser ajeno a lo que es más esencial en el liderazgo parroquial: la compasión.

Una renovación parroquial sustentable

Incluso la persona menos creyente no puede ser inmune a la compasión, simplemente dejaría de ser humano. La compasión es un movimiento natural de la persona que al verse envuelto en manifestaciones violentas, simplemente se esconde, pero ahí está. No tendríamos familia, ni habría abuelos entusiasmados por sus nietos, ni celebraciones de cumpleaños ni más bodas o reuniones de amigos para ver el futbol si no fuéramos compasivos. Es algo que llevamos dentro y que podemos sentir. Imagina solo por un momento que Jesús hubiera dicho: “perdonen a su hermano como el Padre los perdona, aunque no sé si esto sea posible” (!¡)

Cuando cualquiera piensa que, tener una parroquia renovada con líderes compasivos que muevan a las personas a ser discípulos y encontrarse renovadamente con Cristo, es algo imposible o en el mejor de los casos muy difícil, no es por su propia culpa, sino que es culpa nuestra, de quienes pretendemos encabezar algún tipo de liderazgo, de los obispos, líderes y estructuras que actúan con un supuesto plan y dirigen su impulso a cada uno de los pasos, que les generan números que adornan muy bien sus informes; porque realizar metas cortas por impulsos es una gran tentación, pero eso no crea un liderazgo parroquial sólido pensando a largo plazo y es un error.

Cuando el impulso se pone en el plan y no solo en las metas, permite crear una especie de economía del impulso, una administración que produce resultados pero al mismo tiempo crea las condiciones para que las cosas no se terminen ahí, sino que sigan creciendo hasta alcanzar una renovación parroquial sustentable. Es vivir la renovación con la emoción que te da el ver la construcción, teniendo lideres envisionados y no la puesta de cada ladrillo que produce líderes cansados. Se trata de tener en mente la visión global.

Ojos brillantes que van haciéndose nuevos discípulos

Muchas veces somos o tenemos líderes en nuestras parroquias que solo piensan en ese 6.6% de los que asisten a misa, por ejemplo, los jóvenes que invitan a los que van a misa para que se sumen al grupo juvenil; imagina cómo sería un líder que pensara que a todos les debe gustar la parroquia, que todos deberían encontrar un lugar, que todos deberían sentirse bienvenidos, y que simplemente todavía no se han enterado de lo maravilloso que es encontrar a Dios y al hermano, tendrían que provocar una transformación desde dentro; es como decíamos al inicio, ver un problema o una oportunidad.

En realidad un buen líder parroquial no debería “hacer” nada. Yo conozco líderes que hacen todo, están en tres ministerios, comunidad, y literal, venden gelatinas el domingo. El liderazgo parroquial depende de su capacidad de empoderar a otros. Su trabajo es despertar las posibilidades de los demás. Esto se verifica cuando ves que los ojos de los otros brillan, es entonces cuando el líder sabe que lo está haciendo bien. Cuando a la gente le brillan los ojos escuchando la prédica de su pastor, cuando le brillan los ojos por aprender, por alabar, por ayudar, etc, hay un líder detrás que lo está haciendo bien; entonces el éxito en la construcción de una parroquia renovada se trata de ver cuántos ojos brillantes van haciéndose nuevos discípulos.

Podemos encontrar miles de artículos sobre liderazgo, pero pocos van a hablar sobre el espíritu del liderazgo parroquial, se trata de un caminar discipular compasivo que debe desarrollar habilidades de escucha empática, mirar objetivamente al prójimo, conectar con sus necesidades y saber vivir en el respeto que la compasión dicta. Es el mismo itinerario que hizo el Buen Samaritano o el Padre de la parábola del hijo pródigo.

¿Arde la Iglesia? No hay duda

Es el libro que todo obispo debería tener en su mesita de noche, que todo católico debe tener en cuenta, todo lector de cualquier tendencia, interesado en el destino de la Iglesia como institución, debería consultar para captar el viento de la historia. Porque si bien la noticia se fija en momentos únicos del pontificado bergogliano , la Iglesia católica se encuentra inmersa durante 70 años en un proceso de transformación que tiene las características de una transición de época.
En su libro «¿The Church Burns? Crisis y futuro del cristianismo» el historiador Andrea Riccardi resume la larga ola de las últimas décadas, marcando el rumbo de una crisis -incluidas las respuestas dadas por la institución- que está en pleno apogeo. Grandes papas como Pablo VI y Juan Pablo II , Juan XXIII y Francisco han demostrado que son capaces de situarse en el escenario mundial, situándose como interlocutores de la sociedad moderna, pero mientras tanto la crisis estructural de la Iglesia como institución y ha avanzado la comunidad de personas, aparatos y asociaciones religiosas tradicionales. Seguir leyendo

El camino sinodal


por Rafael Narbona
Todas las reformas que han surgido en el seno de la Iglesia católica han sufrido el rechazo y la incomprensión de la jerarquía eclesiástica, siempre reacia a los cambios. Inocencio III contempló con recelo a san Francisco de Asís la primera vez que se entrevistó con él, sugiriéndole despectivo que tal vez debería predicar ante los cerdos, pues su atuendo era tan miserable que parecía apropiado para una porqueriza y no para una audiencia papal. Santa Teresa de Jesús no llegó a ser procesada por el Santo Oficio, pero ‘El Libro de la Vida’ permaneció en manos de los inquisidores hasta su muerte, sujeto a exámenes que rastreaban posibles herejías. San Juan de la Cruz fue encarcelado en Toledo por los Calzados, soportando toda clase de privaciones y vejaciones. Su celda no era un calabozo convencional, sino una antigua letrina. Las penurias no le impidieron comenzar el ‘Cántico espiritual’, una de las cimas de la mística española del XVI. El filósofo y jesuita Teilhard de Chardin publicó póstumamente gran parte de su obra para evitar represalias. Se le acusó de posiciones heréticas (cuestionó el pecado original, aprobó los métodos anticonceptivos y señaló que el fin del matrimonio no es la procreación, sino el enriquecimiento espiritual de los esposos), pero –como reconoció Benedicto XVI– su liturgia cósmica, que convertía el universo en una hostia viviente, inspiró ‘Gaudium et spes’, la única constitución pastoral del Concilio Vaticano II. El 20 de julio de 1981 L’Osservatore Romano afirmó que Teilhard de Chardin fue “un hombre poseído por Cristo en lo más profundo de su alma. Estaba preocupado por honrar tanto la fe como la razón, y anticipó la respuesta al llamamiento de Juan Pablo II: ‘No tengáis miedo, abrid, abrid de par en par las puertas de los inmensos ámbitos de la cultura, la civilización y el progreso a Cristo’”. Seguir leyendo

El CELAM perfila sus próximos pasos en perspectiva sinodal

[Por: Óscar Elizalde Prada | ADN Celam]
Con una celebración eucarística presidida por Monseñor Miguel Cabrejos Vidarte en la capilla de la Casa Lago de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), el Presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) dio inicio este miércoles 14 de julio, en la Ciudad de México, a la reunión de la Presidencia con los Centros Pastorales que se desarrollará hasta el próximo viernes 16 de julio.

Integración, discernimiento y evaluación

En su homilía Monseñor Cabrejos destacó la importancia de este encuentro tras la aprobación de la nueva estructura pastoral del Celam por la 38ª. Asamblea General Ordinaria, el pasado mes de mayo, como un espacio propicio para el encuentro, la integración, el discernimiento de los pasos el Celam deberá dar en perspectiva de sinodalidad, y la evaluación de los itinerarios que el organismo episcopal viene transitando para responder al mandato de los obispos en la Asamblea de Tegucigalpa (mayo de 2019).

Las palabras que el Santo Padre ha dirigido al Celam –en respuesta a la misiva que le envió la Presidencia, al concluir la 38ª. Asamblea General– son fuente de inspiración para las jornadas de oración, trabajo y reflexión que se desarrollan en estos días: “No olviden que las palabras que guían vuestro proceso de sinodalidad, ‘memoria’ y ‘desafíos’, tinene un denominador común: la ‘escucha’”, ha dicho el Papa Francisco al Celam, al tiempo que anima a los a que “no dejemos de escuchar lo que el Espíritu Santo nos sugiere a nosotros, pastores, poniendo un oído en la historia de nuestros pueblos, atentos a las raíces que los sustentan, y otro e el presente, escuchando los gritos de nuestros hermanos y hermanas”.

Grupo discerniente

Esta invitación del Obispo de Roma ha permeado los momentos de oración, reflexión y discernimiento comunitario que orienta el jesuita mexicano José Luis Serra, quien ha propuesto un itinerario teórico-práctico a la luz del método ignaciano de discernimiento, con el fin de ayudar a los participantes a constituirse como grupo discerniente.

La reunión se realiza en modalidad presencial y virtual, al mismo tiempo, con la presencia activa de la Presidencia del Celam, de la Secretaría General y de los Centros Pastorales, representados por los Obispos Coordinadores de los Consejos y los Directores de cada Centro: el Centro de Gestión del Conocimiento, el Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral, Centro de Formación CEBITEPAL y el Centro para la Comunicación.

Publicado en: https://prensacelam.org/2021/07/15/el-celam-perfila-sus-proximos-pasos-en-perspectiva-de-sinodalidad/

Hubo una vez en la Iglesia…

El tiempo avanza y nos vamos acercando al Sínodo que se abrirá el 9 de octubre en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, y el día 17 del mismo mes en el resto de las diócesis del mundo.
No va a ser un Sínodo más, lo que no significa que vaya a ser el más importante porque, a buen seguro, vendrán otros detrás de este con asuntos de igual de importancia. Sin embargo, este Sínodo, cuyo centro es la sinodalidad, es el primero donde todo el pueblo de Dios está llamado a participar de forma activa porque su voz va a ser escuchada.
Insistimos mucho en el significado de la palabra sinodalidad, que es caminar juntos, sin embargo, la sinodalidad también es transparencia, corresponsabilidad, valentía, generosidad, esperanza… No podemos olvidar que, a nosotros, nos va a tocar iniciar un proceso que no vamos a ver realizado como tal, es decir, nosotros no veremos una Iglesia plenamente sinodal porque llevará mucho tiempo que toda su estructura cambie para ser realmente sinodal. La Iglesia, desde siempre, ha pensado el tiempo en siglos. A nosotros nos toca ayudarla a pensar el tiempo en años, que ya será un gran avance. Seguir leyendo

Dos mujeres españolas en el Sínodo Eclesial

Carmen Peña y Cristina Inogés serán las dos mujeres españolas presentes en el Sínodo

Cristina Inogés

La profesora de Derecho Canónico de Comillas, Carmen Peña García, formará parte de la Comisión Teológica, que estará coordinada por el agustino Luis Marín de San Martín, y en la que en representación de nuestro país estarán Eloy Bueno de la Fuente y Santiago Madrigal
Cristina Inogés Sanz, por su parte, formará parte de la Comisión Metodológica, coordinada por Nathalie Becquart
19.07.2021 Jesús Bastante
Que las cosas están cambiando en la Iglesia da buena muestra el hecho de que las mujeres, poco a poco, dejan de ser ‘extrañas’ en una institución tradicionalmente copada por hombres (obispos, por más señas). El Francisco ha querido acabar con eso y, de hecho, son dos las españolas que formarán parte de las comisiones que preparan el Sínodo que arrancará en octubre de este año en Roma, en presencia del Papa.
¿Quiénes son? Cristina Inogés y Carmen Peña. La profesora de Derecho Canónico de Comillas, Carmen Peña García, formará parte de la Comisión Teológica, que estará coordinada por el agustino Luis Marín de San Martín, y en la que en representación de nuestro país estarán Eloy Bueno de la Fuente y Santiago Madrigal. Cristina Inogés Sanz, por su parte, formará parte de la Comisión Metodológica, coordinada por Nathalie Becquart.


Carmen Peña García
Breves biografías
Cristina Inogés, laica católica, teóloga por la Facultad de Teología Protestante de Madrid SEUT. Durante diez años (2004-2014), colaboró con la Facultad de Teología de Gotinga (Alemania), participando en las publicaciones ‘online’. Actualmente colabora en ‘Lecturas diarias’, de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (Argentina), según la biografía de PPC. Ella se define como «teóloga de espíritu beguino y ecuménico» en sus redes sociales.
Carmen Peña García, por su parte, es Doctora en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia Comillas, en cuya Facultad estudió también la Licenciatura en Derecho Canónico, licenciándose en 1995. Es también Licenciada y Doctora en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, Licenciada en Estudios Eclesiásticos por la Universidad Pontificia de Salamanca, y en Teología Dogmática y Fundamental por la Universidad P. Comillas. En 2014 participó, en calidad de Experta, en la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la Familia, celebrada en el Vaticano, y en octubre de 2018 fue nombrada Consultora del Dicasterio de Laicos, Familia y Vida del Vaticano, explica la web de Comillas.