El «régimen de terror» que hay en El Salvador

Cardenal Gregorio Rosa Chávez denuncia que Nayib Bukele implantó “un régimen de terror” con la Ley de excepción

También señala que hay un enfriamiento de las relaciones entre la Iglesia y el gobierno: antes “había un teléfono directo, hoy no hay nada de eso”

Gregorio Rosa Chávez, obispo auxiliar emérito de San Salvador, primer cardenal salvadoreño y cercano a san Oscar Romero, ha plantado cara a Nayib Bukele, presidente de El Salvador. Acusa al primer mandatario de implantar “un régimen de terror” tras promulgar la Ley de excepción, desde marzo de 2022, para combatir a las pandillas.

Denunció, en entrevista con Radio Hogar de la arquidiócesis de Panamá, que el Estado ha procedido sin derechos fundamentales como la libertad de expresión, de reunión, de un juicio justo, privadas las correspondencias y “esto es algo peligrosísimo para los que tienen conciencia de lo que es la dignidad humana”.

Lo que más le preocupa es la avasalladora máquina propagandística al servicio del gobierno, que “presentan una cara de un país muy maravilloso, donde todo era felicidad y alegría, paz, tranquilidad y yo tenía que decir que había muchísimo sufrimiento”.

Ataque por redes sociales

Cuenta Rosa Chávez que ha sido objeto de “un ataque frontal y descarado que nunca había vivido en mis 40 años de obispo” a través de las redes solo por oponerse a la forma como se está aplicando está ley. Esa misma maquinaria propagandística “no respeta ningún criterio ético y que aplasta al adversario, quién se opone a esta decisión de la vida social”.

“Son tirar la piedra y esconder la mano, por eso no uso las redes sociales, ahí no hay control de lo que se dicen y lo que se hace”, dijo en alusión directa a Christian Guevara, del partido Nuevas Ideas, quien lo tildó “de estar comiendo del mismo plato con pandilleros”, mensaje que luego borró de redes como informó el Instituto Cultura Romeriana.

Al respecto, señaló que “ese tweet me lo mandaron y me cayó en gracia, porque me recordé de Jesús que comía con publicanos y pecadores. Esto lo explico yo en la respuesta larga en entrevista con un semanario católico (Alfa y Omega)”.

Criminalización exacerbada

El cardenal lamenta que el trabajo con jóvenes en riesgo “se ha criminalizado” y pareciera que no tienen derecho a redimirse. Cuenta que en uno de los talleres con jóvenes que “podían caer en las pandillas o habían caído. Y estábamos en el refrigerio, me le acerqué a uno a preguntarle por qué te gusta venir a nuestro taller. Me responde, porque aquí no me dicen que no sirvo para nada, aquí me dan amor y me dan una oportunidad”.

Entonces le ha vuelto a preguntar: “¿Tú por qué haces violencia? y me respondió, cómo quiere que yo ame si nunca me he sentido amado”. Respuesta que para el alto jerarca “profundamente cierta, porque la forma que tenemos de tratamiento es una forma de odio y nadie tiene derecho a redimirse con este enfoque, por supuesto, no es un enfoque cristiano para nada” con relación a la Ley de excepción”.

Relaciones congeladas

Todo este contexto ha enfriado las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia, porque “en anteriores gobiernos había un teléfono directo al que uno podía llamar y hablar con algunos funcionarios y hasta con el Presidente o había un enlace con quién tomar contacto con el gobierno, hoy no hay nada de eso, ningún contacto ha habido desde que llegó el Presidente al poder”.

Recuerda que tras el triunfo de Bukele “lo visitamos para felicitarlo por su triunfo y después no ha habido ningún contacto oficial. Es un muro que se ha levantado y eso nunca pasó antes y es algo que yo recalqué, porque es un fenómeno que llama muchísimo la atención en un país con tanta tradición, donde la Iglesia ha estado presente, con tantos mártires derramando su sangre como Óscar Romero”.

Por ahora, asegura Rosa Chávez “hay un régimen de terror” y como pastores “debemos seguir el ejemplo de Romero” hasta las últimas consecuencias

Ante la situación política de El Salvador

El legado de Ignacio Ellacuría, ante la situación política actual de El Salvador —

Martha Zechmeister CJ, teóloga

«Hay que reconocer incondicionalmente que estamos de nuevo en un punto cero»
En este texto breve quiero confrontar las dos aporías fundamentales que me plantea el tratar de proponer el legado de Ellacuría ante la situación política actual de El Salvador. Supongo que siempre es más importante para una buena teología plantear las preguntas adecuadas, reconocer el problema, que dar respuestas precipitadas que nadie ha pedido.

Comienzo con tres premisas de mis reflexiones
La primera: podemos intentar hacer una exégesis minuciosa de los textos de Ellacuría para captar sus raíces filosóficas y la dinámica específica de su pensamiento, pero si nos guiamos por un mero interés retrospectivo y académico, esto puede convertirse en una traición a esta herencia intelectual. Porque precisamente esta herencia nos obliga a estar despiertos y vulnerables a nuestro momento histórico actual con la misma sensibilidad sismográfica que Ellacuría tuvo con el suyo.

Y no hacemos teología fiel a este legado cuando respondemos a los desafíos del presente con las formulaciones literales de Ellacuría, como si fuesen estereotipos, sino cuando luchamos con la misma audacia y creatividad por la palabra que nos exige la situación concreta. La repetición estéril sería una copia ridícula de este pensador.

La segunda premisa: El Norte global habla del «cambio de los tiempos», de una crisis sin precedentes y del regreso de la guerra después de 70 años de paz. Y el Sur global se pregunta con asombro: ¿cuándo no hubo guerra y violencia mortal? ¿Cuándo no hubo crisis que se cobraran innumerables vidas? No es que el Sur no reconozca la magnitud del conflicto ucraniano. Las frágiles economías y, sobre todo, los pobres de estos países, son duramente golpeados por las galopantes subidas de precios del petróleo y del trigo. Pero una vez más parece confirmarse que hay vidas humanas que valen más que otras.

El Norte sigue negándose, como en tiempos de Ellacuría, a mirarse en el espejo inverso del Sur, que le enfrentaría a su propia verdad y podría mostrarle formas de salir de la crisis. En lugar de un copro-análisis a fondo, sigue dedicándose a restañar los daños de una forma chapucera que tarde o temprano se convertirá en rebote desastroso.

La tercera premisa se refiere a la situación política actual de El Salvador. Supongo que, al menos, están informados a grandes rasgos de lo que sucede. El presidente joven y chic ha mantenido una presencia constante en los titulares de medios como la BBC, el New York Times o El País. 

Trato decir, en pocas pinceladas, lo mínimo: detrás de la fachada cool del «presidente más popular de América Latina», que cuenta con la aprobación del 80 al 90 por ciento de la población salvadoreña, se esconde un autócrata, como salido de un manual de ciencias políticas, que suspende sistemáticamente todas las instituciones del Estado de Derecho y las somete a su control. Desde marzo, vivimos en un “estado de excepción” permanente, que ya ha sido prolongado tres veces por el parlamento, un órgano completamente sometido al presidente. Ya no hay separación de poderes: el ejecutivo opera también a través del legislativo y del judicial.

El presidente ha declarado una «guerra contra los terroristas», como llama a su campaña contra las pandillas. No dice que él mismo ha pactado anteriormente con ellos. El estado de excepción justifica todo tipo de detenciones arbitrarias por mera sospecha o denuncia anónima. Incluso autoriza el asesinato de presuntos mareros por parte de policías y militares. Ser joven y vivir en un barrio marginal es suficiente delito para estar a merced de la arbitrariedad.

Mientras tanto, El Salvador es el país con la mayor tasa de personas encarceladas del mundo, con casi el 2% de la población adulta en prisión, hacinada en condiciones inimaginables. Con todo esto, es obvio que se trata de cualquier cosa menos de una estrategia eficaz contra la violencia de las pandillas, sino de un show a gran escala que en realidad sólo tiene un objetivo: la reelección del presidente, que en realidad está prohibida por la Constitución.

Les recomiendo, entre otros muchos, el artículo de BBC Mundo: Bukele contra las maras «En lugar de responder de manera efectiva a la violencia de las pandillas, Bukele está sometiendo al pueblo de El Salvador a una tragedia».
Pasemos ahora a las aporías a las que me enfrento en el intento de hacer productivo el legado de Ellacuría ante la actual situación política de El Salvador.

Primera aporía: ¿Cómo seguir hablando de los «pobres con espíritu» frente a las mayorías pobres seducidas por un «flautista de Hamelín»? La tonada más efectiva de su flauta es, obviamente, el despliegue de sus trolls en las redes sociales, que se encargan de que todo aquel que no sea un seguidor incondicional, todo aquel que piense diferente, sea expuesto al linchamiento digital e incluso a la persecución física. En un contexto así: ¿cómo leer los textos de Ellacuría que hablan de los pobres como ‘sujetos de redención’, aquellos sujetos donde se hace manifiesto el soplo del espíritu que renueva la faz de la tierra y transforma la sociedad con la justicia? 

Que la redención viene de abajo es uno de los fundamentos esenciales de la teología que me compromete. ¿Pero cómo no caer en patrones de arrogancia intelectual que afirman que las masas acríticas están a la merced de los trucos baratos por falta de educación? ¿Cómo conservar el respeto por los “pequeños y sencillos” (Mt 11, 25), a quienes se revela el espíritu que se esconde de quienes se creen sabios?

Intento sugerir algunas líneas para una posible respuesta. ¿No padecen la teología y la Iglesia la misma enfermedad que los partidos políticos tradicionales? ¿No hemos perdido en gran parte la comunión y la comunicación vital con el mundo de los pobres, esa mayoría que aún vive de pura subsistencia, resolviendo de día a día sus necesidades más inmediatas, vulnerable a la violencia y a los desastres naturales? 

Es posible seguir utilizando toda la nomenclatura de la teología de la liberación, hacer esfuerzos para desarrollarla intelectualmente en el contexto postmoderno para no perder relevancia. Sin embargo, si este esfuerzo intelectual no se hace realidad en medio de los pequeños y vulnerables, si no es experimentado por ellos de manera efectiva y real, y sobre todo si no se alimenta de su sabiduría, de la revelación del Espíritu a través de ellos, es una palabrería vacía.

Sería una traición pomposa de los privilegiados del evangelio. Lo que hace falta no es juzgar y dirigir desde arriba, sino reconocer la urgencia de nuestra conversión, callarnos, escuchar con paciencia y humildad, buscar comprender, vivir sin agendas ocultas una auténtica y fraterna amistad con los que están abajo y pisoteados.

Segunda aporía: ¿Cómo proponer el diálogo como camino para romper el círculo vicioso de la violencia histórica a una mayoría que defiende la fuerza bruta como única solución posible para el país? Esta es la convicción engendrada por una sociedad autoritaria que espera la salvación a través del macho fuerte y su mano súper-dura: toda propuesta alternativa aparece como una ingenuidad.

“No es necesario extenderse en razones y pruebas de por qué es urgente salir de una situación intolerable, que está destruyendo no sólo a los salvadoreños, sino a El Salvador; no sólo a determinados grupos sociales, sino a la nación entera. Es necesario salir. Pero, ¿es necesario el diálogo entre las partes enfrentadas en el conflicto[…]? ¿O puede resolverse pronto el conflicto mediante otro instrumento principal de pacificación distinto del diálogo[…]?”

Estas palabras de Ellacuría, escritas en 1980, al inicio de la guerra civil salvadoreña, no pueden ser más actuales. También hoy la voluntad de diálogo parece estar fuera de los límites de lo posible por mucho tiempo.

Podemos decirlo de nuevo con Ellacuría: “Estamos en una hora gravísima para la patria, en la cual pueden fructificar años y años de sacrificios o en la cual pueden quedar inutilizadas para mucho tiempo las esperanzas de días mejores.”

Una vez más, ofrezco algunas pinceladas sobre cómo salir de esta situación aparentemente desesperada. Lo más importante, creo, es reconocer incondicionalmente que estamos de nuevo en un punto cero, que no podemos presuponer nada de lo que ya hemos celebrado como conquistas. Los debates que tenemos que enfrentar son espantosamente similares a los que Ellacuría tuvo en su época.

Son los debates sobre los fundamentos de la sociedad, como el debate sobre la universalidad de los derechos humanos. Estos se tambalean hasta sus cimientos cuando se niegan a los que están encarcelados por su supuesta afiliación a las pandillas. Porque si los derechos humanos no se aplican a ellos, tampoco están garantizados para mí.

Otro debate que tenemos que llevar a cabo de nuevo es lo que significa realmente la democracia. Democracia, no entendida como el derecho formal del sufragio en las urnas; y no como lo único que parece quedar de ella en la realidad política actual de El Salvador: el derecho de la mayoría a imponer su voluntad y su percepción de la realidad a la minoría. Es mucho más importante defender una concepción de la democracia que nos obligue a reconocer que los que son diferentes a mí y piensan diferente también tienen derecho a existir; una comprensión de la democracia que proteja a las minorías y facilita el diálogo entre todos los grupos sociales.

Semana Mons Romero
A pesar de todo lo que exige nuestra seriedad y honradez teológica frente a esta situación, quiero terminar con una experiencia que me ha dado esperanza en medio de todo esto. Hemos llevado a cabo un proyecto de investigación con víctimas de la violencia salvadoreña y les recomiendo el libro que es fruto de este proyecto. En el proceso, nos encontramos con un grupo de jóvenes autoorganizados en un barrio marginal, unidos por su pasión por el arte de la calle como el hip hop, el grafiti, el patinaje a un alto nivel deportivo etc. Se comprenden conscientemente como una alternativa a las maras.

Entre ellos, los mayores «adoptan» a niños de la calle. De lo contrario, serán reclutados por las pandillas ya a la temprana edad de siete u ochos años. Con gran astucia, se mueven entre la violencia de las maras y la violencia todavía más brutal de las «fuerzas de seguridad». Con ellos, redescubrí toda la teoría del arte de Theodor W. Adorno en un modo nuevo y vital: el arte es capaz de poner las condiciones vigentes patas arriba, de vislumbrar la situación desesperada desde una perspectiva nueva y sorprendente. Y las palabras de Monseñor Romero en su homilía de la fiesta de la Epifanía de 1979 han recuperado para mí su verdadero encanto: 

“Cuando miremos que nuestras fuerzas humanas ya no pueden, cuando miramos a la patria como en un callejón sin salida, cuando decimos: ´Aquí la política, la diplomacia no pueden, aquí todo es un destrozo, un desastre y negarlo es ser loco´, es necesario una salvación transcendente. Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor. De allí que los cristianos tienen una gran misión en esta hora de la patria: mantener esa esperanza”.
https://www.religiondigital.org/opinion/Ignacio-Ellacuria-situacion-politica-Salvador-Romero-Bukele-Maras_0_2470852901.html

Presentación de «Una Misión en El Salvador» en la Semana del Libro – Biblioteca de Horcajo

Algunas claves para leer el libro “Una Misión en El Salvador” 

  En el 36º aniversario de la Parroquia Madre de los Pobres de San Salvador me han pedido que les relate cómo fueron los comienzos de la Parroquia.   Y yo, aprovechando el confinamiento obligado por la pandemia que estamos sufriendo, he recogido algunas enseñanzas recibidas en la experiencia misionera de esos años vividos en El Salvador y las he puesto por escrito, en esta Iglesia rural de la diócesis de Cuenca donde ahora me encuentro trabajado pastoralmente.

Por eso quiero presentar algunas claves para leer este libro, que viene a ser una pequeña experiencia con muchos nombres y apellidos, que superan este pequeño libro.           Pido disculpas por no poder poner todos los nombres y fotografías de todos los que han participado en esta experiencia eclesial y popular, pero quedamos pendientes si hiciera falta hacer una segunda edición.

Estas claves de lectura podrían ayudar en el presente, ya que nos abren posibilidades para enfrentar los retos que nos presenta hoy el Papa Francisco cuando nos habla de la necesidad de una conversión pastoral de las parroquias “en la línea evangelizadora”, en “una Iglesia en salida”, más laical, más sinodal y más participativa.

* La primera clave es la clave misionera de “Iglesia en salida”:

Es la Comunidad cristiana de la Parroquia San Atanasio de Madrid la que me envía a realizar una Misión a un Pueblo y una Iglesia sufrientes que nos piden ayuda por la situación de guerra civil y la persecución que está sufriendo. Y la Misión consiste en llevar el consuelo y la solidaridad cristiana del acompañamiento a ese Pueblo y a esa Iglesia salvadoreña. Ese proceso de acompañamiento se mantiene en la actualidad, pues seguimos apoyando el proyecto de Ayuda Escolar, que atiende a los jóvenes de La Chacra para que puedan estudiar en la Universidad.

Y aunque la Parroquia San Atanasio ha sido cerrada por el Arzobispado, la misma comunidad cristiana se ha integrado en una parroquia cercana, y permanece la Asociación de Solidaridad San Atanasio, que está legalizada y es la que edita este libro.  Los beneficios que se puedan sacar de la venta del libro, será para apoyar el proyecto de estudiantes, ya que este año, por la situación de pandemia, no se han podido realizar las actividades solidarias como el teatro y los conciertos de música que solemos hacer todos los años para recaudar fondos para el proyecto.

* La segunda es la clave evangelizadora:

Teníamos claro desde el principio que la prioridad para nosotros era siempre la evangelización como tarea primordial de la Iglesia, según nos dice el Concilio y la Evangelii Nuntiandi de San Pablo VI.

  • El primer objetivo del Plan Pastoral de la Parroquia será la formación de agentes de pastoral, si queremos unos laicos bien formados que sean sujetos del proyecto liberador tanto en la sociedad como en la Iglesia que está naciendo.
  • La realización de las misiones populares, aún en tiempos de guerra, en los distintos sectores de la Parroquia y también acompañando en las misiones populares de las parroquias hermanas de Ixcán (Guatemala), Tocoa (Honduras) y Arcatao en Chalatenango (El Salvador).
  • La Catequesis Familiar como una forma de evangelización en las familias donde se ayuda a los padres, para que sean ellos los verdaderos catequistas de sus hijos y así se logra una evangelización que integra a las familias a la Parroquia y a vivir la fe en pequeñas comunidades cristianas en los Grupos Bíblicos de los distintos sectores de la Parroquia.
  • La Pastoral Juvenil donde se acompaña a los jóvenes en su proceso educativo de la fe cristiana en los grupos juveniles de cada sector, participando en las misiones populares y en las celebraciones de religiosidad popular como Viacrucis , Procesiones, Posadas y Pastorelas, siempre orientadas en sentido evangelizador.
  • El apoyo y participación de BIPO (Biblistas Populares de El Salvador), que apoyamos personalmente y con la infraestructura  en los primeros años hasta que se adquirió un local propio. Ha sido, y sigue siendo, un proyecto evangelizador de personas voluntarias que realizan talleres de formación bíblica para líderes de las parroquias y comunidades, además de preparar materiales que después reproduzcan esos líderes o agentes pastorales en los grupos bíblicos y comunidades de sus parroquias.
  • La tercera es la clave social de promoción y desarrollo liberador:

Iniciando varios proyectos de asistencia, promoción y desarrollo; y a la vez educando a los laicos responsables de dichos proyectos en la Doctrina Social de la Iglesia (D.S.I.) Aún en los tiempos de guerra, que era mucho más difícil.

  • Otra clave que aparece en el libro es el apoyo al proceso de diálogo y de búsqueda de la paz para terminar la guerra, como la participación en Las Marchas por la Paz y en las primeras Repoblaciones, de refugiados internos y refugiados en otros paises como Honduras y Nicaragua, que se atrevieron a volver a sus lugares de origen en medio de la situación de guerra civil.

Las Repoblaciones era una utopía muy atrayente, pero que casi nadie creía en ello. Solo lo creía el pueblo,los más pobres y sus organizaciones populares, los refugiados que habían tenido que salir huyendo para salvar sus vidas, y que ahora tenían el coraje de volver a sus lugares de origen con la oposición de las Fuerzas Armadas, que iban a intentar impedirlo a toda costa. Por eso intentamos acompañar en las primeras repoblaciones y después con el mandato del Arzobispo y los permisos del Alto Estado Mayor acompañando las Repoblaciones de Cuscatlán por dos años.

C/ Bancaria de la Asociación San Atanasio del proyecto de “Ayuda Escolar” de la Chacra, en El Salvador, donde ingresar los donativos:

C/  Asociación San Atanasio

Proyecto: Formación Animadores

Concepto: donativo libros

ES56 2038 1923 1830 0090 3827  

El Cardenal de El Salvador

Gregorio Rosa Chávez: “La Iglesia profética del papa Francisco tiene mala prensa”

El cardenal salvadoreño comparte con Vida Nueva su nueva situación de jubilado y el momento actual del pontificado

El 3 de septiembre de 2022, el cardenal Gregorio Rosa Chávez cumplía 80 años y, un mes después, el papa Francisco aceptaba su renuncia como obispo auxiliar de San Salvador. Habían transcurrido cinco años desde que presentara la dimisión por límite de edad y, en todo este tiempo –como ya ocurriera tras superar “el susto y el desconcierto inicial” por su designación en 2017– el primer purpurado del pequeño país centroamericano ha seguido “con muy pocos cambios” en su rutina diaria. Eso sí, siempre fiel al espíritu y la memoria de su añorado monseñor Romero, y dispuesto a secundar el “compromiso insobornable del Santo Padre por impulsar reformas profundas en la Iglesia”.

PREGUNTA.- ¿Ha llegado al fin la hora de jubilarse o Francisco todavía le tiene reservado algún encargo?

RESPUESTA.- Cada cardenal recibe un encargo del Santo Padre. A mí me ha incluido en el grupo que apoya el trabajo del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Integral. Fuera de eso, me ha encargado varias misiones puntuales. La última, hace poco más de un año, presidir la beatificación de fray Cosme Spessotto, el padre Rutilio Grande y sus compañeros Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus.

Libro-entrevista

P.- Es el primer purpurado en la historia de El Salvador y el único obispo no titular que es cardenal. ¿Cómo ha vivido y vive esta doble circunstancia?

R.- Como es algo inédito, jamás me pasó por la cabeza que podría suceder. En el libro-entrevista del padre Ariel Beramendi [‘Conversaciones con el cardenal Gregorio Rosa Chávez. Candidato al “Premio Nobel de fidelidad”’] cuento los detalles. Pasado el susto y el desconcierto inicial, sigo mi rutina diaria con muy pocos cambios.

P.- ¿Sigue pensando que el “mérito” es de monseñor Romero, que el suyo es un cardenalato póstumo para el santo mártir?

R.- El papa Francisco ha confirmado en diversas ocasiones que la figura de Romero estaba detrás de esta decisión. Mucha gente, por su parte, ha añadido otros elementos que tienen que ver con mi vida y mi ministerio. Pero es evidente que, en mi nueva situación, la figura predominante es la de nuestro amado profeta, pastor y mártir.

Romero y Francisco

P.- ¿Qué hubiera opinado él de las reformas emprendidas por Francisco? ¿Y de las resistencias que encuentra dentro de la propia Iglesia?

R.- Cuando uno lee las homilías de monseñor Romero y las compara con el magisterio del papa Francisco, encuentra muchas coincidencias. Ambos sueñan con una Iglesia que sea realmente –como reza el título de la segunda carta pastoral de Romero– “el Cuerpo de Cristo en la historia”. Por tanto, estaría feliz al conocer este compromiso insobornable del Santo Padre por impulsar reformas profundas en la Iglesia. En la homilía dominical pronunciada la víspera de su martirio, nuestro santo dijo: “Ya sé que hay muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarla [a la Iglesia] de que ha dejado la predicación del Evangelio para meterse en política, pero no acepto yo esta acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín y de Puebla, no solo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueblo” (‘Homilía’, 23 de marzo de 1980).

Del Vaticano II a Medellín

P.- Como latinoamericano también, ¿ha sentido que a Francisco no se le tiene la debida consideración –incluso respeto– por su origen?

R.- Cuando yo terminaba mis estudios de filosofía, se celebraba en Roma el Concilio Vaticano II. Me parecía normal pensar que el centro de la Iglesia estaba en Europa y que aquí nos tocaba “copiar” lo que venía de allí. Éramos como un “espejo”. Eso fue cambiando, sobre todo, cuando, gracias a la Conferencia de Medellín (1968), nos dimos cuenta de que también aquí había una palabra que decir al viejo mundo. Y fue surgiendo una nueva corriente teológica y una nueva manera de ser Iglesia. El papa Francisco es como la expresión madura de esta experiencia eclesial. Él sueña con una Iglesia profética, “pobre para los pobres”, y el profetismo tiene mala prensa. (…)

Centroamérica, 1986

por Ángel García Forcada 

  

En el verano de 1986, siendo un joven estudiante jesuita, visité durante tres meses Centroamérica (Honduras y unos pocos días en El Salvador). Siendo ya médico, además de las tareas parroquiales en una zona rural, atendía pacientes por las mañanas en un dispensario del Gobierno que contaba con el apoyo de una ONG británica y el párroco de la localidad, un jesuita que también era médico.


En mi consulta descubrí todo un espectro de sufrimiento humano que apenas había conocido en mi país de origen: enfermedades infecciosas como la tuberculosis, que en aquellos días no era tan frecuente en España (más tarde, con la pandemia de SIDA, la situación cambió); infecciones por hongos que yo apenas sabía existían; fiebre reumática (una enfermedad del corazón y las articulaciones) que no he vuelto a ver en mi práctica clínica; mordeduras de serpiente; desgarros después del parto en las casas, que no podíamos reparar y derivábamos al hospital; y, sobre todo, las consecuencias terribles de la miseria: la malnutrición infantil con sus diversas manifestaciones clínicas, hasta el mortal marasmo, forma extrema de desnutrición que resulta casi irreversible. Vi morir no pocos niños en aquellos breves meses.

Ya lo vivió Romero

Encontré las situaciones vitales que describe en sus escritos monseñor Romero, el santo salvadoreño: “Campesinos sin tierra ni trabajo estable, sin agua ni luz en sus pobres viviendas, sin asistencia sanitaria cuando sus mujeres dan a luz y sin escuelas cuando sus hijos llegan a la edad escolar… Habitantes de tugurios cuya miseria supera toda imaginación, y sufriendo el insulto de las mansiones cercanas”.

Allí descubrí muchas cosas que me han enriquecido y acompañado hasta hoy. Por ejemplo, que mi vocación en la vida era la medicina, no el sacerdocio. Yo quería servir a mis semejantes como médico, no mediante la pertenencia a una orden religiosa. Me admiró la dignidad con la que la mayoría de la población llevaba adelante unas vidas que me parecían duras, con condiciones de vida precarias, que se tambaleaban por completo cuando acontecía la enfermedad. Vi de cerca la violencia política que asolaba Centroamérica en esos tiempos y que, unos años más tarde, se convirtió en violencia social, peor si cabe. Pero también viví la esperanza de un continente, expresada en una religiosidad de gran riqueza y tradición, en el compromiso de muchos por una sociedad más justa, hasta el sacrificio de la propia vida.

Tras su rastro

Una de las figuras que encontré –amén de otras muchas personas, en el mundo religioso y fuera de él– fue el ya mencionado monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, que había sido asesinado unos años antes de mi visita, el 24 de marzo de 1980. Visité su mausoleo y hablé con personas que le conocieron y trataron, leí libros sobre él, escuché sus homilías. Su testimonio y sus palabras, su compromiso con el pueblo del que fue pastor y por el que entregó su vida, su fe en el Dios de Jesús, me han ayudado e inspirado durante toda mi vida, sobre todo en momentos de dificultad.

Aquellos meses de Centroamérica me fundamentaron como médico y como persona, aunque no fueron nada fáciles: estuve en contacto directo con más sufrimiento humano del que hubiese deseado, y que solo conocía de oídas, a través las imágenes de los periódicos y la televisión. Creo que gran parte de lo que soy y de lo que mi vida ha sido hasta ahora lo debo a aquella visita; puedo afirmar que, en mi caso, Honduras fue un lugar de liberación, una tierra de encuentro con Dios. Por eso me entristece tanto ver en lo que los actuales gobernantes han convertido a la región, después de unos tiempos en que pareció que un mundo mejor era posible para sus habitantes.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos

San Romero de América

Monseñor Romero, luces para el camino hacia la Pascua

por Flor María Ramírez 


Cuarenta y tres años han pasado desde el Martirio de Monseñor Romero un 24 de marzo y la situación de tensión y desesperanza lamentablemente sigue latente en su país. Por muchos años, Monseñor fue la “voz de los sin voz”,  denunció sin temor la violencia, las violaciones a los derechos humanos y las arbitrariedades que sumergieron a El Salvador en una cruenta guerra de más de 12 años.


Las homilías de San Óscar Romero se transmitían cada domingo en la radio abierta, sus palabras eran consuelo, eran un bálsamo ante una espiral de violencia; con su valentía puso a la vista pública las injusticias de una guerra sin fin alimentada por un contexto internacional de polarización. Fue un pastor y un líder que se transformó por la realidad del pueblo, adquirió gran conciencia de su rol, en “disposición de dar mi vida por Dios, sea cual sea el fin de mi vida”, dijo San Óscar Romero.

Su camino, ha sido uno de liberación y preparación, decía en una de sus homilías cuaresmales que “sentimos en el Cristo de la Semana Santa, con su cruz a cuestas que es el pueblo que va cargando también su cruz. Sentimos en el Cristo de los brazos abiertos y crucificados, al pueblo crucificado; pero que desde Cristo, un pueblo crucificado y humillado, encuentra su esperanza”. (Homilía 19 de marzo  de 1978, IV p. 80)

San Óscar Romero

Monseñor ahora canonizado, fue un  pastor con voz potente, fuerte y clara que se comprometió con la justicia y con la búsqueda de una solución al conflicto. Su legado se ha hecho cada vez más conocido y asimilado por las nuevas generaciones en contextos adversos en donde la violencia es latente. Hoy su influencia trasciende a la Iglesia Católica y a las fronteras salvadoreñas. Su labor ha sido reconocida en diferentes foros ecuménicos, políticos y sociales. El arzobispo ocupa un lugar especial al ser considerado uno de los 10 mártires del siglo XX en la Abadía de Westminster, al lado de Martin Luther King.

Descrito por Casaldáliga

El histórico San Romero de América era descrito por Pedro Casaldáliga como:

“Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo)… pero el pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio…”

Fue siempre la esperanza la que dio fuerza a su trayectoria valiente y la que ayudó a la Iglesia a asimilar su Martirio: “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Podemos ver en la imagen, vida y obra de Romero un camino claro hacia la Pascua, de cómo nuestras palabras, pensamientos y acciones pueden ser luz en un contexto de sombras, anunciar la Resurrección en lo más profundo de nuestras comunidades.

San Oscar Romero

Celebramos un año más la santidad de Mons. Romero en el día de su muerte martirial. Y es bueno preguntarnos qué es lo que hace santo a este obispo, tímido y profeta al mismo tiempo, riguroso consigo mismo y libre para anunciar el Evangelio del Reino, que se dirigía espiritualmente con un sacerdote el Opus Dei y se confesaba con un jesuita. Y la respuesta que brota con mayor rapidez es clara: Sentía cercano al prójimo oprimido y veía en él el rostro del Señor crucificado. Y ahí, en la debilidad del infravalorado y marginado, encontraba la fuerza para anunciar y denunciar. Hablaba con todos, trataba de ayudar siempre, soportaba ataques, insultos e incluso la enemistad de algunos (a veces más que algunos) de sus hermanos en el episcopado. Pero su cariño y su preocupación indeclinable eran los pequeños, los marginados y los perseguidos por defender y trabajar en favor de la igual dignidad humana de los hijos e hijas de Dios. Vivía con una enorme sencillez en un asilo de enfermos terminales y disfrutaba sintiéndose acogido y querido por los pobres. Su bondad y su heroicidad nos facilita ponerlo en una hornacina del pasado, como una de las personas que nos recuerda al Jesús que pasó por este mundo “haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hechos 10, 38). Pero no basta la admiración de una santidad si no se siente al mismo tiempo un fuego interior como el que sentía los apóstoles al interiorizar la resurrección del Señor.

Hoy, al recordarlo, cuando tendemos a ponerlo en un pasado violento y heroico, muy diferente de nuestra actualidad, le hacemos un flaco favor a su santidad. Porque de muchas maneras el prójimo oprimido continúa estando a nuestro lado. Y un santo del que recordemos sus glorias pasadas sin que nos inquiete en nuestro presente no deja de ser una especie de adorno personal y, con frecuencia, una muestra de narcisismo institucional. Quienes viven y sufren en la marginalidad y la pobreza, los migrantes menospreciados por su origen o por el color de su piel, las víctimas de las guerras, los saharauis abandonados porque la economía es más importante que las personas, son parte de esa legión de oprimidos que siguen cuestionando nuestras historias personales y sociales. Si no los sentimos inmediatos, si algo no nos llama a hacerlos históricamente significativos, nos alejamos de lo más hondo de nuestra realidad humana: la capacidad de sentirnos fraternos, miembros de la misma especie. Y al olvidar y traicionar nuestra humanidad traicionamos también nuestra fe. De poco nos serviría entonces el recuerdo de aquellos que en el pasado amaron tanto a sus prójimos que pudieron vivir sin que el odio de los violentos, e incluso la muerte, nublara su mirada de profetas.

Mons. Romero nos llama siempre al presente. Así lo entendieron quienes propusieron en la ONU que el 24 de marzo fuera el “Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con las Violaciones Graves de los Derechos Humanos y para la Dignidad de las Víctimas”. La Asamblea General de la ONU aprobó en 2010 la titulación de ese día en honor a Monseñor Romero. Casi podríamos decir que lo canonizó antes que su propia y nuestra Iglesia. Pero tanto a los cristianos como a la ciudadanía humanista nos cuesta demasiado romper la comodidad que nos cuestiona el que sufre. Y ponemos al margen de nuestras mentes a quien la sociedad ha marginado ya antes, de un modo injusto y con frecuencia violento. El Romero santo y asesinado debe ser para nosotros siempre un recuerdo peligroso. Peligroso para el statu quo del dinero, de la egolatría y del poder, y peligroso también para quienes, despertados y urgidos por su recuerdo, tratemos simultáneamente de odiar al mal y amar al enemigo. Sólo podremos celebrar a Romero desde la solidaridad humilde y combativa. Esa misma solidaridad que tuvo quien “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos” (2Cor 8, 9).

P. José Mª Tojeira

San Romero de América

Otro nuevo aniversario de su martirio, y ya son 43 años

Romero
Romero

«Y como cada 24 de Marzo, los que nos sentimos vinculados a su proyecto y a su espiritualidad nos conmovemos y nos llenamos de emoción»

«Se ha sustituido, a mi entender, una violencia de la calle, de pandillas, por una violencia de corte institucional: el miedo a las pandillas se ha sustituido por el miedo al gobierno, y a la policía»

«Un nuevo 24 de marzo, seguimos afirmando que el proyecto de Monseñor Romero, que hizo carne en él mismo el proyecto de Jesús de Nazaret, sigue vivo»

«Su poder estaba en el servicio, su poder se basaba como el de Jesús, en lavar los pies de los pobres, y en defenderlos hasta el final»

Por Javier Sánchez, capellán cárcel de Navalcarnero

Estamos celebrando un nuevo 24 de marzo, un nuevo aniversario del martirio de Monseñor Romero, nuestro santo de América latina, canonizado definitivamente por el papa Francisco el 14 de octubre de 2018, aunque el pueblo salvadoreño lo canonizó ya desde el mismo momento en el que la bala asesina traspasó su corazón. Un corazón lleno de amor, de evangelio y de vida, con el que aquella bala acabó físicamente, pero un corazón que permanece en el pueblo salvadoreño, entre su pobrerío, como él siempre decía, y por supuesto, en el mismo corazón del Dios de la vida, que resucitó también a Jesús de Nazaret.

Y como cada 24 de Marzo, los que nos sentimos vinculados a su proyecto y a su espiritualidad nos conmovemos y nos llenamos de emoción, porque seguimos descubriendo que en Monseñor Romero se dan las características del auténtico seguidor de Jesús de Nazaret, asesinado como él por decir lo que El mismo decía: que Dios es un Padre de todos, que todos nos merecemos lo mismo, que la pobreza no la quiere Dios y que ese mismo Dios a quien confesamos como Padre-Madre quiere que todos seamos felices, en cada minuto de nuestra vida, como quieren todos los padres y madres, para cada uno de sus hijos. 

Monseñor Romero
Monseñor Romero

     En estos meses, y con todo lo que está pasando en la “Tierra Santa” salvadoreña, me he preguntado muchas veces qué diría nuestro Monseñor, de lo que sucede en su querida tierra salvadoreña. Me he preguntado no sólo qué pensaría, sino cuál sería su actitud. Y quizás, con un cierto pesimismo, e incluso con lágrimas en los ojos, me parece que Monseñor Romero actuaría como actuó, defendiendo a las mayorías pobres, poniéndose de su parte, a su favor, y criticando a las minorías ricas, o riquísimas diría yo, que siguen controlando casi todo el país. Después de 31 años de los acuerdos de paz, de enero de 1992, descubrimos que el país sigue sumido en la más absoluta pobreza y desigualdad social; con pena descubrimos que la sangre de los más de 60.000 salvadoreños que murieron en la contienda civil, no ha servido para esa paz y justicia social, que nuestra Tierra Santa salvadoreña, se merece.

Las causas que motivaron el conflicto civil, permanecen, porque la injusticia, la pobreza y la desigualdad, allí continúan. Siguiendo de cerca lo que va sucediendo allí, hay que decir con pena que son muchos los salvadoreños que tienen que seguir dejando su país en busca de un futuro mejor, o lo que es más, en búsqueda de un mínimo de vida que les posibilite una dignidad para vivir como seres humanos, con todas las oportunidades de cualquier otra persona, en cualquier otro país del mundo. La sangría migratoria permanece y va aumentando en un país, tan pequeño y tan rico, que a mi juicio sería fácil gobernar, si no fuera porque los gobernantes, incluso el de ahora, están solo preocupados por acaparar y por mantenerse en su puesto de poder. 

Descubrimos con espanto y con horror que la violencia permanece, hasta hace poco fueron las maras, las pandillas juveniles las que extorsionaban son su violencia a la mayoría del pueblo salvadoreño; en muchos barrios de la capital, de San Salvador, a unas ciertas horas del día no se podía salir a la calle, porque el control de esos barrios estaba en manos de las pandillas, que practicaban la violencia contra quien fuera; en muchas poblaciones no se podía vivir en paz, porque a la mínima podías encontrarte con unas balas. Solo se podía vivir en paz en los campos, en los cantones rurales; recuerdo la vez que estuve por allí, en Arcatao, en el departamento de Chalatenango, en el año 2015 cuando nos decía la gente del pueblo que allí eran pobres, pero “por los menos no nos matan, como en la ciudad”, y al escucharlo me llenaba de pena y los ojos se me cubrían de lágrimas.

Maras en Salvador

Cuanto dolor, cuanta violencia, cuanta sangre derramada en la contienda civil para nada. Pero ahora, el actual gobierno, se jacta de que ha eliminado la violencia, lo que no dice es que ha eliminado quizás la violencia de las maras, pero a consta de practicar una violencia institucional: son muchos los jóvenes que son detenidos y acusados de pertenencia a las pandillas, por el simple hecho de llevar un tatuaje en la piel o tener un aspecto. Hace unos días detuvieron a jóvenes en el mismo Arcatao, simplemente, por estar tatuados, y fueron llevados casi como animales a una cárcel modelo, segura parece ser, que ha constado muchos millones de dólares, y que el actual gobierno dice que es la solución frente a esa violencia. Se ha sustituido, a mi entender, una violencia de la calle, de pandillas, por una violencia de corte institucional: el miedo a las pandillas se ha sustituido por el miedo al gobierno, y a la policía

     Y en medio de todo ese dolor y toda esa injusticia, seguimos pensando que la vida de Monseñor Romero mereció y merece la pena, que merece la pena seguir no solo recordando y resucitando en el pueblo a un hombre, un obispo, que en los tres años que estuvo al frente de la Archidiócesis de San Salvador, fue capaz de transmitirnos con su actuar que otro país era posible, que se podían cambiar las cosas, desde una revolución sin violencia, pero defendiendo una justicia social para todos. Que un país nuevo podía irse construyendo, desde las nuevas bases de reconocer que todos somos iguales, y que la dignidad de todos los seres humanos, a la que todos tenemos derecho por ser personas, es la misma. En el centro fundamental de la vida de Monseñor estaba y está su amor profundo a Dios, Padre-Madre y su amor “al pueblo crucificado”, en palabras de Jon Sobrino. Precisamente por eso, por su defensa de ese pueblo martirizado, asesinaron a Romero, como asesinaron a Jesús de Nazaret y como han asesinado en la historia a todos los que siguen defendiendo la paz y la justicia como elementos inseparables: no puede haber auténtica paz sin justicia. 

 Un nuevo 24 de marzo, seguimos afirmando que el proyecto de Monseñor Romero, que hizo carne en él mismo el proyecto de Jesús de Nazaret, sigue vivo, que ese proyecto no ha sido asesinado con aquella bala que le quitó la vida, ni con la cruz que crucificó al maestro de Nazaret, sino que ese proyecto sigue presente, y merece la pena continuarlo.

Papa Francisco y monseñor Romero

     Ha sido necesario que viniera un papa del otro lado del mundo, del otro lado de la tierra,  para que la Iglesia reconociera como tal a San Romero de América como modelo de vida, porque eso significa ser santo: modelo de vida para los cristianos. Y el papa Francisco al hablar de Romero dijo que era santo porque el milagro de Romero fue su misma vida. Su vida entregada en favor del pueblo, su cuerpo entregado y su sangre derramada como la de Jesús, fue la que le  hizo santo. Romero se hizo plena eucaristía, derramó hasta la última gota de su sangre por su pueblo, entregó hasta el último aliento de su vida por los pobres. Y fue precisamente, cuando celebraba la Eucaristía, cuando su vida no es que fuera arrebatada, no es que nadie se la quitara, como dice el evangelio de San Juan, sino que él mismo la entregó.

En aquella tarde del 24 de marzo de 1980, San Romero se hizo Eucaristía, se hizo cuerpo entregado y sangre derramada por todos, como decía el profesor Manuel Gesteira; ese día, no solo es que Monseñor se uniera al sacrifico de Jesús, como hacemos siempre, sino que parece que el mismo se sacrificaba por su pueblo, como lo hizo el maestro. Así lo describe la hermana madre Lucita, religiosa del hospital la divina providencia: “Volviendo al momento  de la muerte de Monseñor, en que el proyectil destrozó la vida de nuestro querido Pastor, él por instinto de conservación e cogió al altar, haló el mantel y en ese momento se volcó el copón y las hostias sin consagrar se esparcieron sobre el altar. Las hermanas de nuestra comunidad del hospitalito interpretaron  este signo como que Dios le dijera: hoy no quiero que me ofrezcas el pan y el vino como en todas las eucaristías, hoy la victima eres tu OSCAR, y en se mismo instante, Monseñor cayó a los pies de la imagen de Cristo, a quien tuvo como modelo toda su vida” ( Dios proveerá, testimonio de la hermana Luz Isabel Cueva (madre Lucita). 

Ese hacerse Eucaristía fue el motivo de su santidad. De ahí que contemplar a Monseñor Romero sea contemplar al mismo Jesús de Nazaret en aquella primera Eucaristía. Así me lo  reconoció  también el papa Francisco, en la visita que tuve la suerte de disfrutar con él hace unos meses, me dijo que “era un hombre tremendamente evangélico y por eso muy humano”, el papa reconoce una vez más que evangelio y humanidad son dos elementos intrínsecamente unidos: solo se puede ser evangélico si se es plenamente humano. Y diría algo más, esa humanidad es la que nos lleva al misterio profundo del Dios encarnado en Jesús. En Jesús Dios se hace hombre para que hombres podamos llegar a divinizarnos, como también dice Leonardo Boff en su libro “Encarnación, la humanidad y jovialidad de nuestro Dios”. 

San Óscar Romero
San Óscar Romero

     Si la eucaristía es signo de vida renovada cada día, si la eucaristía hace presente el proyecto de Jesús, muerto y resucitado y podemos seguir diciendo que su proyecto sigue vivo cuando nos reunimos los cristianos y cuando hacemos de esa eucaristía vida y no rito, podemos decir también que la vida de Monseñor continúa siendo actual, que a los 43 años de su martirio él también sigue vivo en medio de su pueblo, y especialmente donde él quiso estar siempre, en medio de “su pobrerío”. “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, había dicho poco antes de ser asesinado. Y así comprobé que era, porque en cada casa, en cada puerta, en cada comunidad, en cada cantón de El Salvador hay una foto del Santo; porque cada campesino y campesina salvadoreños siempre te hablan de aquel obispo “que era uno como los demás, que llegaba a tu casa, se sentaba contiguo, compartía unas tortitas y hasta podía ver contigo la telenovela”, era obispo del pueblo y para el pueblo.

Su poder estaba en el servicio, su poder se basaba como el de Jesús, en lavar los pies de los pobres, y en defenderlos hasta el final. Gesto de lavar los pies que también hace el papa Francisco cada jueves santo, visitando las cárceles y lavando los pies a los presos, a los que nadie quiere, a “los malos”, que siempre nos dan lecciones de vida, de humanidad y de evangelio. Francisco, y así también me lo hizo saber en esa visita , dice “que el gesto que nos identifica como cristianos es el gesto de lavar los pies al hermano, especialmente al más pobre y necesitado”, y sin duda que uno de esos pobres de hoy son los presos, los privados de libertad, que también hoy son tratados sin dignidad por ser “delincuentes”, pero esos mismos delincuentes que nos dan lecciones de solidaridad y de humanidad, cada vez que tratamos con ellos y compartimos su vida, y yo tengo la suerte de hacerlo cada día en la cárcel de Navalcarnero. Por eso, unido al papa Francisco, siempre diré que el Salvador  y la cárcel, son “Tierra Santa”, tierra de crucificados, y habría que descalzarse al pisarlas.

  Romero fue maestro del lavado de pies, siempre estuvo dispuesto a hacerlo, no escatimó esfuerzo en ello, y nos mostró un nuevo rostro de obispo y de Iglesia; similar al rostro nuevo de Iglesia que nos está mostrando ahora el papa Francisco, en su empeño de estar cerca de los más pobres, inmigrantes y encarcelados, y en hacer de la iglesia una comunidad de acogida y misericordia para todos, en hacer una Iglesia pobre y para los pobres. 

Semana Romero
Semana Romero

Romero sigue vivo en el corazón del pueblo salvadoreño, y en el corazón de Dios, como sigue vivo Jesús de Nazaret. Cuando asesinaron a los jesuitas de la UCA, en 1989, así lo demostraron, al acribillar a balazos una foto de Monseñor, a la entrada de la UCA: habían pasado nueve años después del genocidio pero al ver la foto la llenaron de balas, balas de rabia, porque habían podido acabar con su cuerpo pero no con su vida.

    43 años después seguimos dando gracias por su vida, seguimos pensando que merece la pena haberlo conocido, que su vida no fue baldía, y le seguimos pidiendo por su pueblo, las palabras de su última homilía, siguen presentes, pedimos en su nombre “que cese la represión”, que no se responda a la violencia con más violencia, porque la violencia es negativa venga de donde venga y en ningún caso se puede justificar. Nos seguimos acogiendo a su proyecto y le seguimos rezando. Hoy Monseñor pedimos por el pueblo salvadoreño, seguimos pidiendo justicia para la Tierra Santa de El Salvador. Te seguimos diciendo que nos eches una mano, que hagas posible que la paz y la justicia puedan llegar a esta martirizada tierra, que la pobreza termine y que todos los salvadoreños y salvadoreñas, puedan ser tratados como se merecen, con la dignidad de todo ser humano.

Monseñor, como tú ya decías, nosotros solos no podemos, necesitamos la ayuda de Dios Padre-Madre y de tu misma intercesión. Te pedimos el milagro de la justicia y la paz para toda nuestra tierra. Que la Tierra Santa de El Salvador, tierra de mártires, pueda llegar a ser algún día tierra de igualdad, tierra de vida, esa es nuestra esperanza y ese es nuestro deseo a los 43 años de tu martirio. Te sentimos cerca, te sentimos a nuestro lado, te sentimos resucitado en nuestro pueblo, ayúdanos a mantener la esperanza y a ser siempre lo que tú fuiste, voz de los sin voz, que los cristianos y cristianas salvadoreños, que toda la iglesia salvadoreña sea la Iglesia de los pobres, la que tú nos enseñaste, que defienda siempre al pueblo, esa Iglesia en la que tu ofreciste la vida y en la que sigues resucitado. “San Romero de América, pastor y mártir nuestro, nadie podrá callar tu última homilía” (Pedro Casaldáliga)

43º Aniversario de Mons. Romero

Actualidad de Monseñor Romero en el 43º aniversario de su asesinato

Monseñor Romero
Monseñor Romero

Urge recuperar su figura profética y liberadora, su dimensión política subversiva y su teología de la liberación hecha realidad a nivel personal, eclesial y social

En este clima es necesario hacer memoria histórica de de la figura de monseñor Romero como modelo y referente de un cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y participativa

Por Juan José Tamayo

El 24 de marzo conmemoramos el cuarenta y tres aniversario del asesinato de monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador, mártir por defender la causa de la justicia y canonizado por el papa Francisco en 2018, tras la pertinaz resistencia de sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Urge recuperar su figura profética y liberadora, su dimensión política subversiva y su teología de la liberación hecha realidad a nivel personal, eclesial y social. 

Hoy se respira un clima de conservadurismo en importantes sectores de la curia romana, de no pocos obispos y sacerdotes católicos, contrarios a las reformas de Francisco. Estamos asistiendo, a su vez, al avance del nuevo fenómeno político y religioso del cristoneofascismo, que consiste en la alianza entre la extrema derecha política, económica y social y organizaciones integristas dentro de la Iglesia católica, como, en España, HazteOír, Germinans germinavit, Asociación de Abogados Cristianos, El Yunke, etc. (cf. Juan José Tamayo, La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye?, Icaria, Barcelona, 2022, 3ª ed.). 

Modelo y referente

En este clima es necesario hacer memoria histórica de de la figura de monseñor Romero como modelo y referente de un cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Él sigue siendo faro y antorcha que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de “Otro Mundo Posible”.  Ofrezco a continuación el siguiente decálogo que actualiza su vida, su mensaje y su práctica y constituye un desafío para el cristianismo instalado en el sistema.

Monseñor Romero
Monseñor Romero

1. Cristianismo liberador. Romero es el símbolo luminoso de un cristianismo liberador en el horizonte de la teología de la liberación que asumió la opción ética-evangélica por las personas y los colectivos empobrecidos de su país, frente a las tendencias alienantes y neoconservadoras. Puso en práctica, la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia” y ejemplificó con su vida y su muerte martirial el ideal del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.

2. Ciudadanía crítica, activa y participativa. Romero fomentó a través de sus homilías, cartas pastorales, emisora de la arquidiócesis -tantas veces agredida- y programas radiofónicos, el ejercicio de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Reconocía la existencia de una conciencia crítica que iba formándose en el cristianismo salvadoreño, un cristianismo consciente, no de masas. 

Citando la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla de los Ángeles (México) en 1979, defendía la necesidad de “ser forjadores de nuestra propia historia”, no permitiendo que sean otros quienes desde fuera impongan el destino a seguir. La Iglesia tiene que implicarse en dicha ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora” (Homilía 17/1/1979).

Monseñor Romero
Monseñor Romero

3. Pedagogía concientizadora desde la opción por los pobres. Monseñor Romero fue un excelente pedagogo que siguió el método jocista del ver-juzgar-actuar y el de concientización de Paulo Freire: paso de la conciencia ingenua e intransitiva a la conciencia transitiva y activa, de la conciencia mítica a la conciencia histórica, de la conciencia crítica a la acción transformadora y a la praxis liberadora. 

4. Espiritualidad liberadora. Monseñor Romero fue una persona espiritual, un místico, pero sin caer en el espiritualismo alejado de la realidad. Fue una persona profundamente piadosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales. Fue un pastor, pero de los que huelen a oveja, como pide el papa Francisco a los sacerdotes y obispos. Vivió la devoción a María, pero no la María sumisa, sino la María de Nazaret del Magnificat que declara destronados de los poderosos y empoderados a los humildes, despoja de sus bienes a los ricos y sacia a los pobres.

5. Monseñor Romero fue un referente en la lucha por la justicia para creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por la necesaria articulación entre espiritualidad y opción por los pobres, ejercicio pastoral y actitud profética.

monseñor Romero
monseñor Romero

6. Democracia participativa. La democracia hoy está enferma, gravemente herida, y, si no sabemos defenderla, es posible que esté herida de muerte. Se encuentra sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla. 

Estos sistemas de dominación son: el capitalismo en su versión neoliberal; el colonialismo en su versión neocolonial extractivista, anti-indigena y anti-afrodescendiente; el patriarcado en su versión más extrema de la violencia de género (machista), que se salda con decenas de miles de feminicidios en todo el mundo; los fundamentalismos religiosos y su irracional y destructora deriva terrorista; el modelo científico-técnico de desarrollo de la modernidad, que destruye nuestra casa común, la naturaleza; la violencia estructural del sistema, que somete a millones de personas a situaciones de extrema e inhumana pobreza y de muerte.

Como respuesta frente a la democracia herida de muerte es necesario, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, democratizar la revolución y revolucionar la democracia. Monseñor Romero puede ser un referente en esta tarea. Creo que es aplicable al cristianismo liberador lo que afirma Ellacuría de la relación entre revolución y universidad: 

“Si la revolución no pasa por la universidad, en el sentido de que no es ella su motor principal, la universidad debe pasar por la revolución, porque revolución y razón no tienen por qué estar en contradicción; más bien, en las cuestiones históricas se reclaman y se exigen mutuamente”.

Cierto: entre cristianismo y revolución no hay contradicción.

Monseñor Romero
Monseñor Romero Agencias

7. Trabajo por la paz y la justicia a través de la no violencia activa. Ignacio Ellacuría dijo: “Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Yo me atrevería a decir: monseñor Romero es piedra angular en el edificio de la cultura de paz que estamos llamados a construir todas y todos en El Salvador, en América Latina y en todo el mundo, eso sí, fundada en la justicia. 

8. Invitación a la utopía. La utopía sufre hoy un enorme desdén, cuando no un grave desprecio, un largo destierro y un maltrato semántico. Calificar a una persona, a un colectivo o a un proyecto de utópico no es precisamente un piropo, sino una descalificación en toda regla, es como llamarlos ingenuos, fantasmagóricos, ilusos, ajenos a la realidad. 

La utopía vive un largo destierro. Es excluida de todos los campos del saber y del quehacer humano y natural: de la ciencia, donde impera la razón científico-técnica; de la filosofía, donde impera la razón instrumental; de las ciencias sociales, por ejemplo, de la economía, donde impera la razón contante y sonante; de la política, donde se impone la razón de Estado; de las religiones, donde se tiende a proponer la salvación espiritual más allá de la historia.

Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II

La utopía sufre también un maltrato semántico por parte de los diccionaristas, que suelen definirla como plan bueno y muy halagüeño, pero irrealizable, subrayando su imposibilidad de realización y sometiendo a los seres humanos a una especie de fatalismo histórico que da por buena la afirmación “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”, los lleva a instalarse cómodamente en la realidad y a renunciar a todo cambio. 

Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II. Encarnó en su vida, su mensaje y su práctica liberadora el compromiso con la utopía, no como un ideal irrealizable, sino conforme a los dos momentos que la caracterizan: la denuncia y la propuesta de alternativas.  

– Denuncia de la negatividad de la historia, encarnada en los poderes que oprimían y explotaban a las mayorías populares: oligarquía, ejército, escuadrones de la muerte, gobierno de la Nación.

– Propuesta de alternativas, en lenguaje cristiano del reino de Dios como la gran utopía, que Romero traducía en la construcción una sociedad no violenta, justa e igualitaria, y de una “Iglesia de la esperanza”. Alternativas realizables a través de los movimientos populares, que el apoyó durante su ministerio pastoral mediado políticamente en San Salvador. 

Reivindicando a Romero
Reivindicando a Romero

La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberado de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo. 

9. Actitud antiimperialista. Romero se enfrentó al Imperio estadounidense en una carta dirigida al presidente Jimmy Carter en la que se oponía a la ayuda económica y militar de Estados Unidos al Gobierno y al Ejército de El Salvador porque constituía una injerencia inaceptable en los destinos de su país y agudizaba la injusticia y la represión contra el pueblo. Al final la ayuda llegó y sucedió lo que Romero había anunciado: intervencionismo estadounidense, más represión contra el pueblo y masacres contra poblaciones enteras. En eso derivó la ayuda del Pentágono.

10. ¡Cese la represión! Constantes fueron sus llamadas a la reconciliación, pero no en abstracto, sino acompañadas del reparto equitativo de la tierra, que pertenece a todos los salvadoreños. No justificó la violencia revolucionaria como respuesta a la violencia del sistema, sino que apeló al diálogo y la negociación, y a buscar soluciones racionales. Exigió al Ejército, a la Guardia Nacional, a la Policía y a los soldados que dejaran de matar a sus compatriotas en una llamada entre dramática y desesperada: “En nombre de Dios… y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!’”.

Juan José Tamayo/ Director de Monseñor Romero, mártir por la justicia (Tirant, Valencia, 2015)