Mala gente

Por Antonio Zugasti

La noche del debate ante las elecciones a la Comunidad Autónoma de Madrid, me acordaba de esos versos de Machado que Serrat cantaba de una forma impresionante: mala gente que camina y va apestando la tierra. Allí, en la pantalla del televisor, allí estaba la mala gente. En ese momento no caminaban, estaban muy formalitas de pie ante su atril, pero lo de mala gente se traslucía en cada una de sus palabras.

Repetían de mil maneras la gran mentira de que se preocupan del bienestar de todos los madrileños. Cuando los partidos de la derecha, PP y VOX, están claramente al servicio de una élite económica que progresa precisamente acosta de la gran mayoría de madrileños.

Pero no eran los programas que exponían –más o menos lo esperado– lo que invitaba a reflexionar, sino el hecho de que millones de madrileños voten a esta mala gente. ¿Es que son también mala gente? Por supuesto que la gran mayoría no lo son. Pero tradicionalmente las derechas se han presentado como los defensores del orden y la tranquilidad –menos la tranquilidad de tener un trabajo seguro y decente, claro–, y del respeto a la propiedad privada, incluso como los más identificados con los sentimientos religiosos de buena parte de la población. Lo que en la sociedad se tenía como las características de la buena gente. Pero lo que la derecha considera como característica de la buena gente es algo que de bueno tiene bastante poco.

Los votantes de las derechas son gente engañada y muy bien engañada. Se les ofrece un futuro amable, que se concreta en libertad y cervecitas. No aparecen los cientos de miles de madrileños que tienen que dedicar la mitad o más de sus ingresos para tener una vivienda, muchas veces indecente. De poca libertad y cervecitas pueden disfrutar los amenazados por un despido o un desahucio.

También se fomenta el temor a la inseguridad: ¡Cuidado con los okupas! ¡Que vienen los emigrantes a quitarnos el trabajo! En el fondo de su discurso se encuentra una sutil invitación al egoísmo y a la indiferencia ante los problemas de los demás. Y al servicio de este engaño están los grandes medios de comunicación, propiedad de ese capital al que sirve la derecha política. Además aprovechan de una manera incansable los errores de la izquierda: fomentan el miedo al comunismo –que sí, la Unión Soviética fue algo totalmente rechazable, pero hace más de treinta años que despareció–. O vuelven a agitar el fantasma de la ETA, que también pertenece al pasado.

El gran problema de la izquierda es cómo se desmontan todas las mentiras de la derecha. El ministro de propaganda de Hitler decía que una mentira cincuenta veces repetida se convierte en verdad. Y eso no es cierto, una mentira puede llegar a convencer a la gente, pero sigue siendo mentira. Y una mentira siempre puede acabar descubriéndose. El discurso de la izquierda tendría que insistir más en poner de manifiesto las mentiras de la derecha.

Y recalcar los valores éticos –y también cristianos– que hay en el fondo del discurso de izquierdas. Se busca el bienestar de todos, y se busca a través del diálogo, el consenso, la solidaridad y la cooperación. Se pueden cometer errores y dejarse arrastrar por el propio ego a posturas inaceptables, pero en el fondo siguen esos valores humanos y éticos que constituyen la última razón de ser de la izquierda

Iglesias Evangélicas

Por– Antonio Zugasti

Las iglesias evangélicas son bastante independientes, no hay una jerarquía que marque las líneas por donde todas deben ir. Por eso entre ellas podemos encontrar de todo, incluso iglesias con una orientación progresista que puede acercarlas a la Teología de la Liberación, con su opción por los pobres y su lucha contra la injusticia y la desigualdad de nuestro mundo.

Pero la gran mayoría son muy conservadoras y claramente escoradas hacia la derecha más radical. Lo mismo Bolsonaro en Brasil, que Trump en EE.UU. han contado con el apoyo decisivo de las iglesias evangélicas.

A estas iglesias les podemos aplicar el popular refrán español: Dime de que presumes, y te diré de qué careces. Se llaman “evangélicas”, pero su posición no puede ser más opuesta al Evangelio que predicó Jesús de Nazaret, y que acabó llevándolo a la cruz. Las creencias de estos “evangélicos” a lo que les llevan es a buscar la riqueza como la cosa más deseable del mundo. Cuando en el Evangelio podemos leer que «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de los Cielos», y en otro pasaje Jesús dice: “No podéis servir a Dios y a las riquezas”, pues para los “evangélicos” la riqueza viene a ser un premio que Dios da a sus amigos, a los que se portan bien, participando en el culto de su
iglesia y aportando generosamente para mantenerla.

Es lo que se conoce como Teología de la Prosperidad, el polo opuesto a la Teología de la Liberación. Una versión amable de la terrible Teología de la predestinación de Calvino, según la cual todos los seres humanos estamos predestinados por Dios a la salvación o a la condenación, independientemente de lo que hagamos o no hagamos. Pero la angustiosa incertidumbre que eso crea -¿somos de los que se van salvar o de los que se van a condenar?-,
se puede aliviar con las señales que Dios te da en la vida: si las cosas te van bien, prosperas y te enriqueces, es señal de que eres de los favorecidos por Dios y te vas a salvar.

Naturalmente, una teología que cambia el ”Dios o la riqueza” por el “Dios y la riqueza” es muy atractiva para mucha gente. Pero también son muy hábiles para ganarse adeptos entre los que no han sido nada favorecidos en el reparto de la riqueza. Aquí funciona el principio esperanza.

Crean unos ambientes que son muy atractivos para muchas personas. Ambientes muy cálidos, que dan la bienvenida a todo el mundo, lanzan mensajes muy sencillos, y crean comunidades de esperanza, esperanza en la ayuda divina para todos sus problemas, sean económicos o de salud. Con cánticos y alocuciones ardientes se crea un clima de euforia en que todo el mundo
espera su milagro, a ver si lo sanan o consigue un buen trabajo. Y muchas veces sale sanado porque se reconstituye sicológicamente.

Tienen un nuevo grupo de amigos, confidentes, personas que les apoyan… y tienen esperanza en la ayuda divina.
A una pastora de estas iglesias evangélicas, Yadira Maestre, fundadora de la Iglesia Cristo Viene en Usera (Madrid), recurrió el Partido Popular en su esfuerzo por ganar el voto de la comunidad hispana en Madrid. Parece que el acendrado catolicismo de buena parte de la derecha española no le impidió al PP recurrir a una pastora evangélica cuando se tata de ganar
votos.

Pero seguramente han pensado después que esto les podía hacer perder muchos votos entre los católicos, y han borrado ese acto con la pastora evangélica de su historial. Pero, por supuesto, a ellos les parece muy bien eso de “Dios y la riqueza”.

Enfrentamiento en el PP

Por Antonio Zugasti

 En todos los grupos humanos hay diversidad de opiniones y posturas, lo que da origen a discusiones y debates. Eso es algo totalmente natural e inevitable. Pero lo ocurrido últimamente en el PP (Partido Pecador) va mucho más allá. Frecuentemente saltan a los medios de comunicación las divergencias y enfrentamientos en el gobierno de coalición. Pero hay una diferencia fundamental con lo ocurrido en el PP. Dentro del gobierno se discute por puntos concretos de su acción de gobierno: si hay que controlar más o menos el precio de los alquileres, hasta dónde hay que llegar en una reforma fiscal, qué tenemos que hacer en la protección del medio ambiente… y en la discusión sobre esos puntos no llega la sangre al río. Podrán quedar más o menos contentos, pero se llega a un cierto acuerdo.

Dentro del PP ha sido totalmente distinto. No ha aparecido por ningún lado que hubiera desacuerdos a nivel político entre Casado y Ayuso. Lo que se traslucía era una lucha personal por el poder dentro del partido, y cuando esa lucha ha estallado violentamente tampoco aparecen motivaciones políticas para el enfrenamiento. Aparece abiertamente la ambición personal de los dos rivales. Y resulta paradójico que, en un partido abrumado por una corrupción asfixiante, el Presidente recurra a acusar de corrupción (acusación que seguramente será cierta) a su rival. Lo que resulta evidente es que se trata de un partido sin valores morales de ningún tipo.

Ante esta situación, parece que sería natural un hundimiento clamoroso de las expectativas de ese partido. Pero eso es bastante dudoso. Lo que se prevé es una deriva hacia VOX, pero el campo de la derecha no sufrirá una gran pérdida.

Y aquí está la cuestión clave: ¿A qué se debe que el pensamiento de la derecha haya penetrado de tal manera en la sociedad que pueda soportar escándalos tan evidentes como el actual? ¿No influirá también que en la izquierda lo que nos encontramos casi siempre es un pensamiento demasiado atado a viejas fórmulas?

A mí me parece que hay mucho de esto último. Parece que la izquierda ha aceptado como inevitable el fracaso del proyecto socialista. Efectivamente ha fallado un proyecto de socialismo, pero el capitalismo sigue siendo totalmente inaceptable. No se ha hecho una crítica seria de las causas del fracaso, y menos se han buscado caminos nuevos. Es necesario levantar nuevas utopías capaces de movilizar a lo mejor del ser humano. Poner en pie un ilusionante proyecto de nueva sociedad que renueve la esperanza de un mundo realmente humano para todas

El Evangelio y la política

Por Antonio Zugasti
Parecen campos muy distantes, pero entre ellos hay una relación inevitable
En los tiempos de la dictadura se contaba una anécdota –no sé si verídica o no- según la cual Franco, en la conversación con un visitante, le había dado este consejo: “Haga usted como yo, no se meta en política”. Y efectivamente Franco no pertenecía a ningún partido político: los había prohibido todos. Para él eso era no meterse en política.
Como buen nacional católico, el Generalísimo seguía una norma muy antigua de la Jerarquía Eclesiástica; ésta afirmaba estar por encima de los posicionamientos políticos, y aconsejaba a sus fieles seguir la misma conducta. Parece que para sus eminencias la tradicional Alianza del Trono y el Altar no tenía nada de política,… y para no irnos tan lejos parece que, según ellos, las leyes que permiten las inmatriculaciones tampoco tienen mucho que ver con la política.
Somos animales politicos
Lo que pasa es que eso de no meterse en política tiene sus dificultades. Aristóteles define al ser humano como animal político. Vivimos en la polis, hoy diríamos en la sociedad, y no parece posible que la sociedad viva en la plena anarquía; son inevitables ciertas normas. Y esas normas se deciden en el campo político.
¿Nos obliga el Evangelio a olvidar esa faceta de los seres humanos? En el momento más solemne que nos presenta el Evangelio, en el grandioso escenario del Juicio Final, Jesús se dirige a toda la humanidad de todos los siglos: “Lo que hicisteis con estos pequeños hermanos míos: los que tenían hambre, los enfermos, los emigrantes… conmigo lo hicisteis. Lo que con ellos no hicisteis, el pan que les negasteis, a mi me lo negasteis”.
Parte tu pan con el hambriento…
No nos echa en cara ninguno de esos pecados por los que los curas nos hacían confesarnos una y otra vez. Sólo nos rechaza si no dimos de comer a los hambrientos.
Eso está muy bien, Señor, pero ¿cómo damos de comer a todos los que tienen hambre? Si fueran uno o dos los que tienen hambre, no sería demasiado complicado: parte tu pan con el hambriento; pero son cientos de millones… ¿Qué hacemos?
Si fuera por falta de alimentos… cultivaríamos más. Pero alimentos hay de sobra; el problema es que muchos se atiborran y a otros no llegan, y eso es provocado por la organización de la sociedad, de la polis, es decir, llegamos al campo de la política. Nos encontramos con una acción política perversa, que nos lleva a una estructura de la sociedad en que se da una pésima distribución, lo mismo de los alimentos que de la atención sanitaria, el trabajo… o el poder.
…pero ello no basta
El partir tu pan con el hambriento está muy bien, es necesario hacerlo, pero es evidente que no basta. Incluso puede llegar a ser un lavado de conciencia que nos libere de la obligación de trabajar por un cambio en la estructura de la sociedad. Un cambio que nos lleve a una sociedad más igualitaria en que todos los seres humanos tengamos cubiertas nuestras necesidades básicas. Pues ese cambio sólo se puede hacer desde el campo de la política.
El campo de la política es muy amplio; no se trata sólo de participar en un partido político. Ese animal político que somos lo seres humanos hace política cuando enseña en un instituto, cuando pone ladrillos y también cuando se encierra en sus propios intereses y vuelve la espalda a todos los que en el mundo tienen hambre y tienen sed o soportan los sufrimientos causados por guerras provocadas por la ambición sin límites de grandes potencias o grandes multinacionales.
Tampoco vale refugiarnos en un resignado “¿Y yo qué puedo hacer?” Todos podemos hacer algo y todos estamos haciendo algo, con nuestra acción o con nuestra inacción. En el Juicio Final unos van a un lado y otros a otro, nadie se queda en el centro. Jesús nos empuja a tomar partido por un mundo en que todos tengan el pan de cada día. No hacerlo supone aceptar este mundo injusto, de brutales desigualdades.
El imaginario colectivo
Trabajamos por un mundo más humano desde el campo estrictamente político, participando en un partido que tenga como objetivo un cambio social favorable a las grandes mayorías de la humanidad, pero también podemos hacerlo desde un movimiento social y desde una asociación cultural. Zygmunt Bauman, uno de los sociólogos que han analizado el sistema capitalista con más agudeza, dice que la derecha está ganando la batalla política porque ha ganado la batalla cultural e ideológica, el imaginario colectivo, la forma en que vemos el mundo y nuestra vida en él; es el imaginario burgués. Por eso es tan importante la batalla cultural, el esfuerzo por cambiar ese imaginario colectivo.
Dos escollos
En este trabajo es importante evitar dos escollos: uno es pensar que la cosa está perdida, que son esfuerzos inútiles y que no hay nada que hacer. Otro es tener grandes pretensiones y buscar un cambio rápido y profundo, lo que nos puede llevar a la frustración y al desánimo. Mientras que la fe a lo que nos lleva es a pensar que luchamos junto a Jesús en una larga batalla, pero que tiene asegurada la victoria final.