Curso de Mateo (3).

Un programa de paz. Las bienaventuranzas

Hemos identificado a veces evangelio con ley, santidad con sacralidad antimundana, fidelidad a Dios con represión del gozo. Pues bien, en contra de eso, las bienaventuranzas son un programa de dicha política y social, capaz de vincular en camino de paz a todos los hombres

Por| X. Pikaza

El evangelio de Mateo ha reinterpretado las tres primeras bienaventuranzas de Lucas (Lc 6, 20.21), desde la perspectiva de su propia iglesia (hacia el 80 d. C.), presentándolas como un programa de pacificación cristiana. Ciertamente, son palabras de anuncio gozoso de Reino, pero, al mismo tiempo, ellas ofrecen el más hondo programa de pacificación social del cristianismo. La Iglesia posterior ha pactado con muchos poderes políticos y sociales, defendiendo incluso la “guerra justa”. Para el Jesús de Mateo no hay guerras justas, ni pactos militares capaces de crear la paz. Su propuesta de paz es más honda, más actual que todas las propuestas posteriores de los documentos de la Iglesia.

Presentación.

Suponemos conocidas las tres primeras bienaventuranzas de Lc 6, 20-21 (bienaventurados los pobres, los hambrientos, los que lloran…). Mateo parte probablemente de ellas, pero aumenta su número hasta siete, presentándolas así como un programa de vida y de pacificación cristiana. Prescindimos aquí de la 8ª (la 4ª de Lucas), que trata de la persecución, para analizar las siete anteriores, como propuesta básica de paz de la Iglesia. En esa línea las presentamos, de un modo unitario, como siete peldaños de una gran Escala de Paz, como la Via Pacis del Evangelio.

El mismo orden de las bienaventuranzas va marcando su avance y sentido, desde la primera (los pobres) hasta la última (los pacificadores). No es posible ser pacificador, crear la paz, a no ser recorriendo ese camino de pobreza, mansedumbre, capacidad de sufrimiento etc. Así lo iremos viendo, mientras vamos trazando un recorrido de paz para la Iglesia, para el conjunto de la humanidad.

Las siete bienaventuranzas: Mt 5, 3-9

(1)Bienaventurados los pobres de Espíritu. Sólo se puede hablar de paz donde se empieza poniendo en el centro a los pobres. Mt 5, 3 ha dicho pobres de espíritu donde Lc 6, 20 decía simplemente pobres. Con eso, Mateo no ha negado la bienaventuranza de la pobreza material, pues él sigue hablando en su evangelio de pobres, vencidos y pequeños (cf. Mt 18, 1-14), pero ha querido referirse en especial a los cristianos. En ese sentido, habla de los pobres de espíritu, esto es, de aquellos que no se limitan simplemente a sufrir una suerte que les viene marcada de fuera (porque han sido derrotados por otros, vencidos por la vida), sino que habla de aquellos que, pudiendo vivir de otra manera, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad y, sobre todo, por servicio a los demás, como Jesús, que, pudiendo haberse puesto al lado de los vencedores, se unió a los pobres, iniciando con ellos un camino de salvación (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11).

 Así aparece como el siervo que no grita, no se ensalza, no esclaviza (cf. Mt 12, 15–21), iniciando un camino de solidaridad humana desde la pobreza. Quien quiera vivir como rico no puede hacer la paz. Donde se busca dinero se logran otras cosas, no se puede hablar de paz.

(2) Bienaventurados los que sufren. Sólo aquellos que sufren y saben sufrir pueden ser constructores de paz. Lucas hablaba de aquellos que lloran (hoi klaiontes), destacando quizá el llanto físico, aceptado o no (en la línea de la pobreza material). Mateo, en cambio, dice hoi penthountes, término que parece referirse más en concreto a los que “saben” sufrir, es decir, a los que aceptan el dolor, más aún, a quienes lo comparten con otros y así lo convierten en fuente de vida fecunda. Ciertamente, podemos decir con el texto de Lucas, que son bienaventurados todos los que lloran, por la razón que fuere, sin distinguir la forma en que asumen o no su sufrimiento.

Mateo en cambio parece haber puesto de relieve el valor de maduración e incluso de “revolución radical” del sufrimiento. Sólo aquellos que, quizá con miedo, saben aceptar el sufrimiento pueden ayudar a los demás, abriendo con ellos y para ellos un camino de vida. Quien no sabe sufrir terminará siendo un dictador. Quien hace sufrir a los demás (por hambre o terror, por guerra o dictadura) no podrá ser hombre de paz. Sólo aquellos que se ponen en el lugar de los que sufren y sufren con ellos pueden iniciar el camino de paz del evangelio.

(3) Bienaventurados los mansos… (Mt 5, 5). Ésta es una bienaventuranza nueva, que Mateo o su iglesia han creado, siguiendo el testimonio de Jesús, que ha sido pobre y pequeño (sin poder económico o social), pero que ha sabido elevar y enriquecer a los pequeños, convirtiendo su pobreza en fuente de gracia y de vida para muchos. Mansos son los que actúan sin imponerse, los que ayudan a los demás desde su pobreza. Así ha dicho Jesús: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumamos, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde…» (Mt 11, 28-29). Siendo pobre (manso, no violento), Jesús puede ayudar a los pobres. Pues bien, esa bienaventuranza (tomada del Salmo 37, 11, expresa una experiencia radical, de tipo político: “los manos heredarán la tierra”, no al modo actual (por posesión violenta), sino al modo de Dios: “por herencia de gracia”. Esta palabra (los mansos heredarán la tierra) proclama una utopía de pacificación “política”, que invierte todos los principios y táctica de guerra. Sólo los mansos, los que renuncian a toda imposición militar para “conquistar la tierra” podrán poseerla de verdad, pues tierra no se conquista por guerra, sino que se “hereda”: la recibimos de aquellos que nos han precedido y queremos ofrecerla como regalo a quienes nos sigan. La tierra que se conquista y somete por la fuerza se vuelve un infierne de guerras; cuanto más la dominemos más la destruiremos. Sólo los mansos podrán heredar y disfrutar la tierra en paz; los otros, los violentos, la destruyen y se destruyen entre sí.

(4) Hambrientos de justicia. En vez de hambrientos sin más (como Lc 6, 21), Mt 5, 6 dice hambrientos y sedientos de justicia. Ciertamente, son bienaventurados los carentes de comida, como supone Mt 25, 31-46 (pues el mismo Jesús habita y sufre en ellos), pero Mateo sabe también, como indica ese pasaje, que hay hambrientos mesiánicos, que entregan la vida por los otros, dando de comer a los necesitados, buscando así la justicia de Dios que es la liberación de los oprimidos (Antiguo Testamento) y la justificación y perdón de los pecadores (San Pablo). Esta bienaventuranza habla de los hambrientos creativos, de aquellos que habiendo descubierto la presencia de Dios en los necesitados se empeñan en ponerse al servicio de ellos. Éstos son los verdaderos “justos”, los portadores de justicia (cf. Mt 25, 37). Es evidente que entre ellos se sitúa Jesús, Mesías de la justicia del reino (cf. Mt 6, 33). En este contexto se entiende su palabra: “no sólo de pan vive el hombre” (cf. Mt 4, 4)… No hay sólo “hambre de pan”, sino también de “justicia”. Sólo a través de esta justicia, que es la liberación de los pobres, se puede hacer la paz.

(5) Bienaventurados los misericordiosos (Mt 5, 7). Ellos aparecen vinculados al Dios de Israel a quien la Escritura presenta como «clemente y misericordioso, lento a la ira…» (Ex 34, 6-7). La fe en el Dios misericordioso y clemente ha definido y marcado la historia de Israel, viniendo a culminar, según el evangelio, en Jesús de Nazaret, a quien Mateo ha definido, de un modo muy intenso, como el Mesías misericordioso, Hijo de David que tiene piedad de los perdidos y excluidos de la tierra (cf. Mt 9, 27; 25, 22; 20, 30-31).

Desde ese fondo se entiende su novedad mesiánica, conforme a las palabras centrales de Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9, 13; 12,17; cf. Os 6, 6). Eso significa que la “religión” (sacrificio) de Jesús es la misericordia. Éste es el sacrificio que Jesús pide a los suyos: que sean misericordiosos, que sean capaces de compartir la vida con los otros, creando así la paz. Desde ese fondo, la religión de Jesús se hace política y la política se hace “misericordia”, dirigida por la ternura de corazón, por el amor gratuito, y no por la dureza de la ley implacable o la venganza. Ésta es la dicha más honda de Jesús, su felicidad mesiánica: compartir desde el corazón la suerte de los pobres, ayudar a los necesitados. Ésta es la nota fundante del evangelio, el principio de la política cristiana: la misericordia que hace felices a los hombres y que crea la paz. Aplicando las palabras de Mt 7, 1, se podría decir: “sembrad misericordia y la misericordia llenará vuestra vida…”.

(6) Limpios de corazón (Mt 5, 8). Un judaísmo bastante extendido en tiempos de Jesús tenía miedo de aquello que mancha al hombre y puede separarle de la santidad de Dios. A su juicio, la limpieza básica se logra través de la ley: es pureza de manos que se lavan de acuerdo con el rito, de observancias que se cumplen realizando lo mandado, en vestidos y comidas etc. Es religión de normas exteriores (de prestigios nacionales o sociales, de insignias, de banderas…).

Pues bien, en contra de esa pureza de ley, puesta al servicio de los fuertes (piadosos y cumplidores), Jesús ha destacado la pureza del corazón, abierta en forma solidaria a todos los hombres, especialmente a los expulsados del sistema. El mensaje de Jesús, tal como lo viven los cristianos de la Iglesia de Mateo, exige que superemos un sistema de purezas que se centran en las manchas de la piel o en la forma de cumplir el sábado (cf. Mc 1, 4-0-45; 2, 23-3, 6), tabúes de sangre y sexo (cf. Mc 5), de pureza externa y comidas (cf. Mc 7). Jesús quiso ofrecer a sus amigos y seguidores un programa distinto: la pureza del corazón misericordioso que se abre a los necesitados, por encima de toda ley o patria particular (de tipo político o religioso). Así podemos decir que la patria de Jesús (su nación política, su iglesia) es la misericordia universal, desde los más pobres.

Sólo así, desde el corazón, se puede iniciar un camino de paz, pues los limpios de corazón no sólo “verán a Dios” (en el futuro), sino que pueden ver ya a los demás (incluso a los enemigos) con los ojos de Dios. El limpio de corazón no hará nunca la guerra, pues no verá jamás a los enemigos como enemigos, sino como personas.

(7) Hacedores de paz (Mt 5, 9). Otros tipos de judaísmo podían tener sus propios bienaventurados: los guerreros de Dios que conquistan el reino (celotas), los buenos sacerdotes con su ritual de sacrificios, los cumplidores de la ley… (en línea farisea). Pues bien, para Jesús, judío mesiánico, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los hombres son capaces de “hacer” (poiein) la paz del Reino, regalando generosamente la vida a los demás. De los pobres de la primera a los pacificadores de la séptima bienaventuranza discurre así un camino recto: la Via Pacis, el camino triunfal de la paz, que se opone no sólo a otras formas de judaísmo, sino al ideal de victoria del imperio romano. Aquí culmina el mensaje de Jesús, aquí se condensa su proyecto mesiánico, centrado en el surgimiento de unos hombres y mujeres que sean hacedores de paz (eirenopoioi.

Conclusión.

Estos hacedores de paz sólo pueden aparecer claramente al final del despliegue de las bienaventuranzas que empieza con los pobres y continúa con los sufridos y los mansos etc. Estos pacificadores de Jesús siguen siendo, según eso, los pobres y excluidos que renuncian con un gesto de paz a la violencia del ambiente. En contra de la política oficial de Roma y de los reyes herodianos, la paz no es obra de los emperadores y monarcas que instauran su dominio por la fuerza, como Augusto, que edificó en el centro de Roma su Ara Pacis (Altar de la Paz), para expresar su soberanía (y soberbia) mundial. A los ojos del Cristo de Mateo, los portadores de la paz de Augusto, simbolizado en su Altar central de Romo, serían unos engañados e impositores.

La verdadera paz viene de abajo, desde el perdón de los más pobres, a través de aquellos que van suscitando comunidades de personas que se aman y se abren en misericordia activa hacia todo el mundo. En ese sentido, la tradición cristiana dirá que el pacificador por excelencia ha sido Cristo (él es nuestra paz: Ef 2, 14-15), pues ha querido reunir con su gesto de entrega no violena todos los hombres. Ésta es la paz que no se logra con poder y dinero (desde arriba), sino a partir de los pobres y de aquellos que sufren, abriendo un camino de concordia gratuita y amorosa por donde pueden caminar todos los hombres.

Éste es el proyecto y propuesta de las bienaventuranzas, que ha empezado en los pobres para culminar aquí, en una paz que aparece, como ya hemos indicado, en forma de espada mesiánica, en la línea de Mc 13, 12-13: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra. No he venido para traer paz, sino espada. Porque yo he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra” (Mt 10, 34-35). La paz de Jesús rompe las vinculaciones impositivas (de tipo familiar o social) de los privilegiados del sistema para abrirse a todos los hombres y mujeres, desde los más pobres, reuniéndolos en la gran familia de los hijos de Dios.

La Iglesia de Mateo ha proclamado así la paz familiar y social de Jesús. Siglos de espiritualismo sacral e idealista nos han impedido abrir los ojos y entender el evangelio como programa de gozo salvador y libertad dichosa, como movimiento de paz que se expresa y expande en un plano social y político. 

Bienaventuranzas de las personas ancianas

Bienaventuranzas de las personas ancianas
Bienaventuranzas de las personas ancianas

Felices quienes se han esforzado en mejorar su propio mundo, pensando en el futuro de la Tierra que es el de los hijos de sus hijos.   

Felices quienes no han derrochado ni les han dominado los bienes materiales: dejarán en herencia únicamente el testimonio de su propia vida.

Felices quienes han mantenido abierta su mente hacia todo lo positivo que podía ayudar a mejorar la vida de las personas con las que han convivido.

Felices quienes no se han dejado aferrar por las tradiciones y han permanecido despiertos ante la novedad de cada día; quienes se han equivocado y humildemente han sabido rectificar.

Felices quienes han vivido una larga vida, tejida de alegrías que han disfrutado al máximo y penas que les han ayudado a madurar y a crecer como personas.

Felices quienes disfrutan los últimos años de la vida siendo agradecidos, compartiendo sabiduría, cuidado, consejos, dulzura, serenidad y alegría.

Felices quienes disfrutan cada momento con la familia, con cada viaje, con los amigos y amigas, con cada nuevo amanecer y con la luna que ilumina su esperanza.

Felices quienes pueden dejar en los demás un buen recuerdo, quienes han mantenido la paz y la sonrisa, quienes han desgastado su corazón amando a los demás sin esperar ninguna recompensa.

La Buena Noticia del Dgo. 4º-A

Bienaventurados

Lectura de la Palabra

Mateo 5,1-12a

                                                            Dichosos los pobres en el espírituEn aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Comentario a la lectura

Mateo, al formular las Bienaventuranzas, se preocupa de trazar los rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su propio estilo de vida en medio de una sociedad secularizada.

No es posible proponer la Buena Noticia de Jesús de cualquier forma. El Evangelio solo se difunde desde actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de inspirar la actuación de la Iglesia y de los cristianos en su peregrinación hacia el Padre.

Dichosa la Iglesia «pobre de espíritu» y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia, sin riqueza ni esplendor, sostenida solo por la autoridad humilde de Jesús.

Dichosa la que «llora» con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y de poder, pues podrá compartir mejor la suerte de los perdedores y el destino de Jesús.

Dichosa la Iglesia que renuncia a imponerse por la fuerza, practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor.

Dichosa la Iglesia que tiene «hambre y sed de justicia», pues buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para todos.

Dichosa la Iglesia compasiva que renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios, pues acogerá a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús.

Dichosa la Iglesia de «corazón limpio» y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús.

Dichosa la Iglesia que «trabaja por la paz» y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra concordia, pues contagiará la paz de Jesús.

Dichosa la Iglesia que sufre la hostilidad y persecución a causa de la justicia sin rehuir el martirio, pues sabrá llorar con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús

La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Solo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.       (José Antonio Pagola)

Testigos de la Palabra

Cristian Javá Ríos, mártir de la Amazonía

Cristian Javá Ríos era un indígena Kukama, defensor de su territorio y monitor ambiental en la comunidad indígena La Petrolera, ubicada en el distrito de Urarinas del departamento nororiental de Loreto en Perú. Murió a tiros tras ser emboscado por bandas criminales que estarían intentado expulsar a las comunidades indígenas de esa zona de la Selva Amazónica.

Según ACODECOSPAT, una asociación que agrupa a 64 comunidades indígenas Kukama y Urarina, el 17 de abril una delegación de la comunidad indígena La Petrolera se dirigió a una zona dentro de su territorio comunal que había sido invadida con el objeto de retomar posesión de ella; pero los invasores les tendieron una emboscada causando la muerte a Cristian Javá y dejando a otras cinco personas heridas.

Testimonios locales aseguran que las bandas llevaban meses amenazando a la población de La Petrolera; impidiendo incluso labores de remediación ambiental y vigilancia en zonas cercanas a sus asentamientos. Esto habría sido denunciado ante la Fiscalía de Nauta, pero según un boletín de prensa de ACODECOSPAT la institución no habría tomado ninguna acción.

ACODECOSPAT denuncia que las invasiones a los territorios comunales en el Chambira y Patoyacu responden a intereses de personas que acuerdan con la empresa y el Estado la implementación de proyectos de «desarrollo» (como sistemas de saneamiento) para lucrarse a través de ellos. La misma organización sugiere que habría un relación entre los ataques a los oleoductos de la zona y las empresas encargadas de remediación.

Cristian Javá era un joven esposo y padre de un bebé de seis meses

Antagonismo entre riqueza y pobreza en el mundo actual

 POr| Faustino Vilabrille

1.-Predilección de Dios por los pobres: La predilección de Dios por los pobres es un hecho evidente a lo largo de toda la Biblia y particularmente en los Evangelios que recogen el mensaje central de Jesucristo, como se refleja en texto de las Bienaventuranzas, que tienen dos versiones, una más amplia de Mateo y otra más breve de Lucas, la que recoge el Evangelio de este domingo. En ellas, Jesús llama dichosos a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los odiados, a los excluidos, a los insultados, y en cambio se expresa con gran dureza contra los ricos.

2.-La causa de que otros sufran: Parece una contradicción, pero no lo es, porque los pobres nunca son causa de que otros sufran la pobreza, pero los ricos sí que son causa de que los pobres sufran porque son pobres empobrecidos por ellos. Hoy sabemos perfectamente que no hay ninguna riqueza que sea inocente, porque sabemos algo de cómo funciona la economía. Sin duda, el pecado más grave del mundo actual es la injusticia que los ricos y los países ricos cometen contra los pobres y los países pobres. La riqueza siempre deja víctimas por el camino.

Para Jesús, el dichoso es el pobre, no la pobreza, porque la pobreza es injusta, degradante, inhumana, antinatural, fuente de sufrimientos, de impotencia, de desesperación. Dios puso de sobra para todos en este mundo, es la injusticia que hay en este pequeño planeta la que impide que el pan llegue a todos.

3.-Qué gente seguía a Jesus: Evidentemente, no se puede ser feliz ni dichoso en la pobreza. Para entender por qué Jesús habla de esta manera hay que analizar un poco la realidad que tenía Jesús delante de sus ojos: aquellas gentes eran una multitud de pobres, de hambrientos, de enfermos, dediscapacitados físicos y mentales, de esclavos, de marginados, de maltratados por Roma y por la religión judía que imponía grandes cargas sobre los más débiles. Eran una multitud de gente desesperada, impotente, incapaz de salir de la opresión más absoluta.

4.-El tesoro de Jesucristo: Estas gentes acuden a Jesús desde toda Judea, desde Tiro, desde Sidón e incluso de la propia Jerusalén, llevando toda clase de enfermos, buscando que Jesús los cure de tanto sufrimiento y tanto mal. Son capaces de seguir a Jesús durante varios días seguidos, incluso con hambre, porque encuentran en El un poco de esperanza para sus innumerables males. Jesús cura y atiende a todos cuantos acuden a El. No deja a nadie sin respuesta, y les pide que tengan hambre y sed de justicia, y que incluso se arriesguen a ser perseguidos por causa de luchar por la justicia. El tesoro de Jesucristo era atender a los pobres en todas sus necesidades. Traslademos aquella situación a la realidad de hoy:

5.-Reparto de la extrema pobreza en el mundo:

-En 4 países, todos africanos menos 1, el 70% viven en extrema pobreza: 54,4 millones.

-En 7 países, todos africanos menos 1, del 50 al 70 % viven en extrema pobreza: 128,3 millones.

-En 9 países, todos africanos, del 40 al 50 % viven en extrema pobreza: 50,95 millones.

-En 11 países, todos africanos excepto 2, del 30 al 40 % viven en extrema pobreza: 132,2 millones.

-En 4 países, de ellos 2 africanos, del 20 al 30 % viven en extrema pobreza: 21 millones.

-En 18 países, de ellos 13 africanos, del 10 al 20 % viven en extrema pobreza: 59,49 millones.

-En 11 países, de ellos 2 africanos, del 5 al 10 % viven en extrema pobreza: 110,2 millones.

-En 35 países, de ellos 2 africanos, del 1 al 5 % viven en extrema pobreza: 39,3 millones.

Estos 99 países concentran nada menos que 595,84 millones de personas en extrema pobreza, que disponen como máximo de 1,66 euros por persona y día. De esos 99 países, 46 son africanos, es decir, que casi la mitad de los más empobrecidos del mundo están en África; son sobre todo mujeres, niños y niñas que pasan hambre todos los días, que mueren directamente de hambre o de enfermedades causadas por el hambre. El resto se reparten casi todos entre América del Sur, la India y Bangladés.

6.-Consecuencias de la pandemia para los pobres:Los datos que consignamos son de antes del Covid-19, pues la pandemia junto al cambio climático con sus desastres, elevó la cifra de la extrema pobreza a 811 millones de personas (Fuentes: FAO, FIDA, OMS, PMA, conjuntamente). Según recientes estudios, de no revertir el cambio climático, este puede aumentar hasta 135 millones más el número de los empobrecidos del mundo para 2030. Defender al Estado y a lo Público es un imperativo categórico, porque durante la pandemia los gobiernos de los países desarrollados han protegido a sus ciudadanos elevando sus déficits públicos y endeudándose a gran escala, hasta llegar a niveles record. Sin la sanidad pública el desastre hubiera sido mucho mayor.

7.-Consecuencias de la pandemia para los ricos: precisamente en este mismo período de pandemia el patrimonio de las 10 personas más ricas del mundo pasó de 700.000 millones de dólares a 1,5 billones de dólares, lo que significa que ganaron 15.000 dólares por segundo, o casi 1.300 millones de dólares al día durante este periodo (en euros 1140 millones diarios. Fuente: Osfam). No juzgamos nefastos a los ricos, pero consideramos completamente nefasta su riqueza, y objetivamente entendemos que tanto ellos como ella están muy lejos de ser coherentes con Jesús y su mensaje, pues el texto de hoy dice: «¡Ay de vosotros, los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo!»

8.-EEspañalos más ricos no quieren subir el SMI a 1000 euros como vimos estos días, pero 10 consejeros del Ibex,aparte de los sueldos que perciben anualmente, atesoran en conjunto más de 300 millones de euros en pensiones: Francisco González del BBVA: 79,7 millones, Ana Botín del Santander 49,44, Florentino Pérez de ACS 45,21, Jaime Guardiola del Sabadell 25,52, Carlos Torres del BBVA 23,06, Marcelino F. Verdes de ACS 22,71, J.Manuel Entrecanales de Acciona 19,68, José Antonio Alvarez del Santander 18,08, Antonio Huertas de Mapfre 13,41, José Damian Bogas de Endesa 12,91 de euros en pensiones. (Ver EL PAIS 9 de mayo del 2021 y ABC Economía). Sobre estos ricos y su riqueza cabe hacer una reflexión similar a la del apartado anterior.

9.-El Mensaje y el compromiso de Jesús de Nazaret: Leyendo, pues, el Evangelio de hoy, vemos cómo el mensaje de Jesús de Nazaret sigue de plena actualidad. Pero no se trata solo de conocerlo sino de practicarlo, siguiendo a Jesucristo haciendo lo que El hizo y denunciando las injusticias y los injustos como así lo hizo El, que bien sabía lo que le iba a pasar: «El Hijo del Hombre (así le gustaba calificarse a si mismo) va a ser perseguido y reprobado, por los jefes del pueblo, los sumos sacerdotes y los escribas (los entendidos en leyes) y condenado a muerte». Jesús no murió por ofrecer un sacrificio a Dios, que no lo necesita, y menos de su Hijo Predilecto. Jesús defendió y cuidó a los empobrecidos del pueblo, denunciando a las autoridades religiosas y políticas que los oprimían, por lo que en una reunión decidieron darle muerte: «hay que acabar con este hombre» (Juan 11,45-54). La muerte de Jesús fue un verdadero asesinato religioso-político, urdido por las autoridades religiosas y ejecutado por los políticos y militares al servicio del Imperio Romano.

Aparte de todas esas super-riquezas, los países desarrollados nunca hemos consumido tanto como consumimos ahora,y sin embargo ¿por qué hay tanta infelicidad? El neoliberalismo nos hace depositar la felicidad en el tener, y no en el ser.

10.-Yla Iglesia: ¿qué decir de la Iglesia actual, que acumula tanta riqueza en cuentas bancarias, edificios, iglesias, catedrales, conventos, monasterios, vasos «sagrados», retablos, sagrarios, custodias, ropas, imágenes, cuadros… y ahora en España aun más inmatriculando miles de bienes, mientras 811 millones de personas pasan hambre extrema? Sencillamente que se olvidó del Evangelio, que lo dejó al margen, que se olvidó de quien debe ser su tesoro: los empobrecidos del mundo, como lo fueron de Jesucristo, que denunciaba las injusticias y a los injustos de que eran víctimas. ¿Por qué no lo hace la Iglesia como lo hacía Jesús?

11.-Una antigua tradición: Cuenta una antigua tradición que en el año 257 el alcalde de Roma, le pidió al diácono Lorenzo que le entregara todos los tesoros de la Iglesia porque el emperador los necesitaba para una guerra. Lorenzo reunió a todos los pobres, lisiados, mendigos, huérfanos, viudas, ancianos, mutilados, ciegos y leprosos a los que él ayudaba en sus penurias. Llamó al alcalde y le dijo: «Mire, estos son los tesoros de la Iglesia». El alcalde, que esperaba otra clase de tesoros, viéndose contrariado, mandó martirizar al diácono Lorenzo. Hoy es San Lorenzo.

12.-El Hermano Francisco, Obispo de RomaEl Papa Francisco, convocando un Sínodo Universal, quiere renovar la Iglesia desde su mismo origen que es Jesucristo, para que siendo fiel a El y a su mensaje sea un camino de luz, de verdad y de vida para la Humanidad, y que los tesoros de la Iglesia sean siempre los más oprimidos y necesitados del mundo, junto con la Madre Tierra que es uno más entre ellos, y los que son sus causantes dejen de serlo para que no hay ni opresores ni oprimidos, es decir, que los opresores sean liberados de oprimir, y los oprimidos sean liberados de sufrir la opresión, para la liberación de todos, desde el sentido profundo que da a nuestra existencia saber que el ansia de vida para siempre que llevamos dentro tendrá su culminación más allá de la frontera de esta orilla de la vida como la tuvo para Jesucristo, porque la vida es parasiempreLa muerte no rompe la vida. La vida cambia, pero no tiene fin. Entre tanto hagamos lo que hizo Jesús: «Yo he venido para que todos tengan vida y vida enabundancia».

Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino

Las bienaventuranzas

Bienaventuranzas: Un desafío, un lamento y una revolución (Lc 6, 20-26)

Bienaventuranzas de Cerezo
Bienaventuranzas de Cerezo

Hace 45 años, bajo la dirección de B. Forcano, un grupo de amigos y colegas publicamos un número de “Misión Abierta” (1977, 1), titulado “El desafío de las bienaventuranzas”. Era difícil encontrar un grupo más significativo:Pere Codina, analista social;G. Caffarena, filósofo;A. Aparicio, biblista;J. Tamayo, teólogo social;Rufino Velasco, eclesiólogo; M. A. de Prada, director de un colectivo social sobre emigración y un servidor. Algunos (al menos Forcano, Tamayo, un servidor seguimos en la brecha).

Aquel número tuvo una inmensa acogida y sigue siendo  más actual que entonces cuando aún se sentía yse vivía el impulso transformador del Vaticano II. Han venido después tiempos duros, tanto en política, como en ordenamiento social y en un tipo de gran parálisis eclesial. Sería bueno publicar de nuevo aquel número… Un profesor alemán, que estaba preparando su “habilitación” universitaria (Habilitationschrift) con una tesis sobre el tema, me dijo que era, en conjunto, el mejor trabajo que había sobre las bienaventuranzas.

Por Xabier Pikaza

Felicidad  y lamento. Guerra y victoria de las bienaventuranzas

        Me gustaría publicar mi trabajo de entonces (las páginas 28-41 de la revista); andan por ahí, pueden encontrarse con algún buscador. Pero he preferido volver al centro de nuevo libro sobre el tema, para destacar tres ideas fundamentales.

1.Las bienaventuranzas son un “desafío” de Jesús, un reto e idealrevolucionario: Una protesta contra el orden dominante, un reto, un camino radical de transformación, con un lema que puede concretarse así: Pobres del mundo, hambrientos y sufrientes y perseguidos, tomad conciencia de vuestra situación, poneos en píe, iniciad la marcha de la felicidad transformadora.

2.En esa línea se puede hablar de la “lucha” de las bienaventuranzas…, pero no en una línea de “maldición” y guerra a muerte contra los ricos, sino más bien de “lamentación” solidaria… Jesús no dice “malditos los ricos” (matemos a los ricos, satisfechos, opresores…), sino “lamentémonos” de ellos, porque en el fondo de su riqueza y opresión llevan un germen de muerte, de dolor y fracaso humano, con riesgo no sólo de destruirse a sí mismos, sino de destruir este planeta de Dios que es la tierra. Ayudémosles a encontrar la felicidad.

3.Entendidas así, las bienaventuranzas son una promesa de futuro: Los ricos, opresores y perseguidores no van a perder, han perdido ya. El mundo no va a perdurar y triunfar por los ricos, perseguidores etc.; por ellos se está destruyendo. Pero existe Dios, el Dios de los pobres, hambrientos, sufriente y perseguidos… Ése es el Dios de Jesús, el Dios de la nueva humanidad, el Dios de la “iglesia-comunidad de los pobres”. Por medio de ellos promete e inicia Jesús un camino de felicidad y futuro para los hombres.

Una vida, dos caminos: Ricos opresores, pobres oprimidos

Conforme a la teología del AT, en Israel se consideraban felices ante todo aquellos que formaban parte del buen pueblo de la alianza, cumplidores de la ley, bendecidos con un tipo de riqueza “justa”, herederos de la tierra prometida, fieles a los mandamientos de pureza israelita, separados de los pecadores e impuros. Eran felices porque adoraban a Dios en su templo, estudiaban y cumplían la buena ley, sabiéndose perdonados y guiados por un Dios superior de Jesús, a quien veían como garante de su bienaventuranza.

Se sentían felices porque eran ricos, porque eran buenos, porque pensaban ser que eran buenos y que lo merecían.  Pues bien, Jesús elevó frente a ellos su gran desafío, el reto de las bienaventuranzas, la más fuerte de todas las revoluciones:

  • Felices los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
  • ‒ Felices los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
  • ‒ Felices los que ahora lloráis, porque reiréis.
  • ‒ Felices vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, pues vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso hacían vuestros padres con los profetas (Lc 6, 20‒23).

Frente a las bienaventuranzas elevó Jesús su lamento, que comienza por ay, su endecha funeraria.  Lo contrario a la bienaventuranza no es la maldición (la maldición se contrapone a la bendición), sino el lamento. Jesús no maldice a nadie, no maldice a los ricos, no les combate ni condena. Hace algo mucho más profundo: Se lamenta, llora por ellos, diciendo:

  • Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
  • ‒ ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
  • ‒ ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
  • ‒ ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas (Lc 6, 24‒26)[1].

 El evangelio de Lucas, ha transmitido así estas palabras en la forma y contexto original de Jesús, recogiendo su experiencia y mensaje central de encuentro con las personas a las que se dirige, en segunda persona, con un tú o un vosotros, en gesto y llamada de felicidad o de lamento. Por medio de ellas expresa Jesús su primera y más honda reacción ante las personas, a quienes se dirige llamándoles felices en su pobreza, en su hambre y desdicha o haciéndoles objeto de su “lamento”; no les condena, se duele por ellas, conforme a una experiencia y práctica que está bien documentada en el libro y género literario de las lamentaciones. De esa manera, la gran alegría de las “felicitaciones” va unida al lamento Jesús que llora, como el Dios de las Lamentaciones del Antiguo Testamento[2].

Pobre palabra desfigurada por el mundo pero valorada

Tres felicidades, tres caminos de vida: Pobreza, hambre y llanto

 Jesús descubre la felicidad de Dios en los pobres y así la proclama con su vida, ofreciendo hartura a los hambrientos y consuelo a los que llora, iniciando con ellos un camino de transformación radical de su existencia, no sólo en un plano intimista, sino en un plano de toda la persona. No les llama felices por algo que posean (¡para que queden así!), sino para que cambien, porque Dios se encuentra (se revela) en ellos, porque ha venido (está viniendo ya) y porque su venida transforma de un modo radical su forma de vida.

Dios introduce y realiza su Reino a través de los pobres‒hambrientos y de los que lloran; y de tal manera cambia su forma de ser que ellos, los desposeídos se descubren herederos, beneficiarios, del Reino de Dios no sólo en esperanza, sino desde ese mismo momento. Estas palabras de felicidad trazan así un principio y camino de dicha, mostrando que el don y tarea más honda de la vida es ser felices, descubriendo y consiguiendo su más honda verdad y riqueza. Esa verdad de la vida no está en tener, en hartarse de cosas, en buscar placeres, sino en vivir buscando, cultivando y gozando la felicidad.

 De manera paradójica y sobrecogedora, estas bienaventuranzas invierten los valores normales de un mundo en el que los hombres y mujeres quiere triunfar y disfrutar por la riqueza, la saciedad y las satisfacciones de tipo posesivo, haciendo que los pobres y hambrientos descubran y disfruten la realidad desde el otro lado de la vida, de forma que Jesús les acaba diciendo “felices seréis cuando los hombres os odien, os separen e injurien…” porque ha descubierto que hay hombre y mujeres que buscan sólo su dinero, su comida y posesiones y por eso envidian y persiguen a los otros, siendo de esa forma radicalmente infelices[3].

Estas bienaventuranzas nos sitúan ante la enseñanza originaria de Jesús, que no puede entenderse de forma aislada, como si los pobres (que tienen hambre y lloran) estuvieran separados de los ricos, que se sacian a sí mismos, como si hubiera compartimentos estancos para unos y otros, como si la riqueza de unos fuera separable del hambre y del llanto de otros y al contrario. Por la lógica misma de la historia  descubrimos que la pobreza de unos depende (deriva) de la riqueza de los otros, y lo mismo a la inversa.

Francisco: “Las Bienaventuranzas son el navegador (GPS) de la vida  cristiana” – Buena Voz Noticias

No es una felicidad espiritualista, sino encarnada en el conflicto  y persecución de la historia.

 Ciertamente, en un sentido se podría hablar de una felicidad interior (superior) desvinculada de la riqueza exterior de unos y de la pobreza de otros, como indicaría la tradición religiosa de la India (con Krisna y Buda). Pero en la línea del Antiguo Testamento (libro de Job), y conforme a su experiencia social y personal (como artesano pobre en una tierra de injusticia y pobreza), Jesús ha descubierto y formulado de un modo insuperable la relación que existe entre la bienaventuranza de unos y los infelicidad (ayes) de otros. Algunos han pensado que esta la división de los hombres en ricos y pobres, saciados y hambrientos, disfrutadores y sufrientes resulta simplista, pero Jesús ha visto que la suerte de unos y de otros se encuentra vinculada:

‒ Felices los pobres, porque vuestro es el reino de Dios… Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!Esta primera “felicitación” es la más general, tanto por el sujeto (pobres: todos los oprimidos, tristes y/o enfermos del mundo) como por el predicado (el reino, el mundo nuevo). Al decir “felices vosotros, los pobres”, Jesús hace una elección y muestra (confirma) que los privilegiados de Dios son precisamente los expulsados y oprimidos de la tierra; comenzando a partir de los pobres, Jesús abre un camino de vida no sólo para ellos (¡que han de empezar a ser felices en su pobreza!), sino incluso para los ricos que han de cambiar su vida desde el servicio a los pobres.

Eso significa que los pobres son felices por serlo, porque en ellos se expresa y comienza a desplegarse el camino de Dios que es el Reino. Por el contrario, los ricos son infelices por serlo, porque han encontrado (recibido) aquello que buscaban, una dicha o felicidad hecha de cosas, (posesiones) que les atan, les poseen, impidiendo, al mismo tiempo, que los pobres puedan compartir los bienes de la tierra. En ese sentido, como he dicho, la bienaventuranza de los pobres resulta inseparable de la “lamentación sobre los ricos”; Jesús no les maldice, sino que se lamenta de ellos; no les condena al infierno, a través de alguna especie de sentencia airada, sino que muestra su gran tristeza por ellos.

Esta bienaventuranza y esta lamentación nos sitúan ante la paradoja del Dios que no actúa como prepotente, que no se impone desde fuera con superioridad, como un rey sobre su tropa, sino que va “creciendo”, esto es, desplegándose en amor y libertad desde lo más bajo, en solidaridad creadora, sanadora, al servicio de los expulsados y los pobres. Por eso, Jesús tiene que lamentarse y dolerse ante un tipo de ricos, porque corren el riesgo de perderse en su riqueza, destruyendo además a los pobres, mientras éstos, los pobres, pueden abrir un camino de vida para los mismos ricos.

              En esa línea, leídas desde el conjunto de la vida y mensaje Jesús, estas bienaventuranzas de los pobres (los que tienen hambre y lloran), con la lamentación sobre los ricos, constituyen el centro y clave de su enseñanza y tarea mesiánica, centrada en el descubrimiento del valor más hondo de la vida, desde la misma pobreza y sufrimiento de los más pequeños. Jesús ha visto, con toda claridad, que los ricos corren el riesgo de perderse en su riqueza (y por su forma de oprimir a los pobres). Los pobres en cambio (hambrientos, oprimidos) puede descubrir y cultivar el sentido (la grandeza) de su vida como don y comunión de amor, en una sociedad injusta (como era Galilea en tiempos de Jesús), en un mundo de riquezas que pueden convertir a los hombres en “seres rapaces” y egoístas, que divinizan su propio dinero.

‒ Felices los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados… Felices los que ahora lloráis, porque reiréis. Pero ay de vosotros los que estáis saciados, los que ahora reís La felicitación y el lamento anterior se divide ahora en dos partes: Por un lado están los hambrientos (pobreza alimenticia, de tipo más económico) y por otros los que lloran (pobreza más radical, de impotencia y quiebra humana). 

              Lógicamente frente a esas dos felicitaciones, Jesús eleva dos lamentos: Uno por los saciados (los satisfechos de sí mismos, seguros en sus bienes) y los que ríen, es decir, los que atesoran un tipo de felicidad de tipo posesivo, de cosas y satisfacciones inmediatas, sin descubrir ni tener en cuenta los valores más hondos, ni preocuparse por las necesidades de los otros, los que tienen hambre, los que lloran.

              Estas son las dos concreciones fundamentales de una riqueza opresora, que se expresa en un tipo forma de saciedad opresora (mantenerse sobre el hambre de otros) y de risa injusta (gozar del llanto de otros). Jesús muestra así el riesgo de una saciedad que destruye a quien la tiene (le hace insensible al hambre de los pobres) y de una risa que deshumaniza a quien a quien la disfruta, pues lo hace a costa del sufrimiento de los enfermos y pobres. Estos motivos nos sitúan ante la paradoja del Dios del evangelio, que es hartura para todos, empezando por los hambrientos, y que es felicidad también para todos, empezando por que lloran y sufren. De esta forma se dividen los hombres[4].

Cuarta felicidad: Dichosos cuando os persigan

Bienaventuranzas
Bienaventuranzas

            Como he dicho, las “felicitaciones” y los “ayes” (lamentaciones) no se cierran en compartimentos estancos, sino que se vinculan en el campo concreto del conflicto humano, formando así la paradoja central del evangelio. Esa oposición se concreta en forma de guerra entre ricos y pobres, que no es lucha entre iguales, sino opresión de unos sobre otros. Pues bien, paradójicamente, conforme a la lógica anterior de su discurso, Jesús llama bienaventurados a los perdedores y se lamenta de los vencedores:Felices vosotros cuando os odien y os excluyan por el Hijo del Hombre… Ay de vosotros cuando todos os alaben y hablen bien de vosotros (Lc 6, 22. 26).

            En un primer momento, este pasaje proclama la felicidad concreta de los creyentes de Jesús, perseguidos a causa del Hijo del Hombre, esto es, por su mensaje y forma de vida, y eleva su lamentación contra aquellos que triunfan y son alabados por ello, conforme a una “lógica” de felicidad elevada sobre la opresión y el dolor de otros. Pero, al situarse en el contexto general de las bienaventuranzas, donde el tema no es la iglesia en cuanto tal, sino la oposición entre ricos y pobres, saciados y hambrientos, esta “felicitación” ha de entenderse en sentido universal, aplicándola a todos los perseguidos de la tierra.

Allí donde la vida se entiende como lucha sólo pueden ser bienaventurados (felices) los pobres, es decir, perdedores (hambrientos y oprimidos), mientras que los vencedores, por hecho de serlo, aparecen de un modo directo como opresores, de forma que el Cristo se lamenta por ellos. En esa línea, la victoria constituye una derrota (una opresión), que no se entiende sólo en sentido religioso, sino integral, humano. Todos aquellos que vencen y ratifican su victoria imponiéndose así sobre los otros aparecen como perseguidores. Según eso, toda victoria en el mundo es una derrota opresora, que empieza expresándose en un plano económico.

En este mundo, toda riqueza material es opresora

Sin decirlo quizá expresamente (y queriendo a veces ocultarlo), los que buscan su felicidad en la riqueza excluyen, oprimen y/o marginan (es decir, persiguen) a los pobres. Desde ese fondo (en este contexto dialéctico de oposición) no se puede hablar de “ricos buenos”, que podrían seguir buscando con plena tranquilidad su riqueza, pues ella hace que existan pobres a su lado. En esa línea, rico que se cierra en sí y no comparte su vida y camino con aquellos que pasan hambre y sufren a su lado es de hecho un perseguidor, conforme al modelo del canto de María (Lc 1, 46‒55), ya evocado en el capítulo anterior, y del juicio de Mt 25, 31‒46, del que tratará el capítulo siguiente.

Jesús no contrapone la felicidad de los pobres (en Lc 6, 20‒26) a la maldición directa de los ricos, en una línea de enfrentamiento antitético entre extremos semejantes, con salvación de unos y condena de otros. Al contrario, el texto habla más bien de felicidad de unos (pobres, hambrientos, perseguidos) y de lamentación sobre otros. El Dios de la felicidad de los pobres se lamenta y sufre por la dicha falsa de los ricos y saciados, esto es, de aquellos que abandonan su camino de amor, destruyéndose a sí mismos, mientras los pobres pasan hambre.

Dios Padre

Este Dios de lamentación no grita no condena a los ricos gritando “apartaos de mí malditos al fuego eterno” (como hará Mt 25,41, en otro contexto), ni les llama malaventurados, sino que se duele por ellos diciendo: ¡ay de vosotros, que estáis ahora saciados…! (Lc 6, 24-25). Entendida así, esta lamentación por los ricos‒saciados‒autosatisfechos‒perseguidores constituye un elemento esencial del mensaje de Jesús: no se puede llamar felices a los pobres sin decir, al mismo tiempo ay de vosotros, ricos[5].

Las felicitaciones de Jesús muestran que todo lo que existe es gracia, regalo de vida en libertad, desde la pobreza hecha signo de amor de Dios no apresa ni retiene nada de un modo egoísta, no se reserva cosa alguna, sino que entrega todo, se da a sí mismo por (para) los hombres, en un gesto de absoluta generosidad, abierta en esperanza a la paz de Dios, que es la vida de los hombres (cf. Flp 2, 6‒11; Rom 8, 32).

El Dios de la felicidad

El Dios de esta felicidad no vigila, ni está espiando el posible pecado de los hombres para castigarles, sino que se duele porque ellos, negándole a él (que es gratuidad), se nieguen y corran el riesgo de destruirse a sí mismos. Dios no juega a la ley, no resuelve ni despliega la vida a la fuerza. Por eso, siendo Todo el más pobre de todos (1 Cor 15, 28), el que pasa mayor riesgo, pues no guarda nada para sí, ningún tipo de caudal (como Mammón), sino que lo regalo todo, de manea que, al decir “bienaventurados los pobres”, se está “retratando” a sí mismo, como el Pobre por excelencia, aquel que pudiendo tener todo no se queda con nada (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2,6‒11), siendo así bienaventurado, como fundamento y sentido de todo lo que existe. Desde ese fondo pueden precisarse ya las notas de la felicidad de Dios.

‒ Las palabras de felicitación de Lc 6, 20‒22 proclaman la presencia del Dios que es gracia, riqueza, alimento y gozo de los hombres caminantes, a quienes muestran que ha llegado el Reino de la “salvación” de Dios. Este Dios de la felicidad no empieza exigiendo a los hombres que cambien, para así hacerles felices, sino que les ofrece su felicidad para que vean y entiendan y sean felices desde su pobreza. Desde ese fondo se entienden otras palabras ya citadas de Jesús: “¡Felices vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen!” (Lc 10, 23‒24; Mt 13, 16-17). Sólo porque Dios les ama, y porque les abre los ojos a fin de que vean y conozcan (en la línea ya evocada de Mt 11, 2‒4), Jesús puede decirles ¡felices vosotros, los pobres…!, no porque son pobres, sino porque pueden ver de un modo nuevo, contemplando y gozando la dicha de Dios.

‒ Estas palabras de felicidad son performativas pues realiza lo que dicen. No son una enseñanza sobre algo que siempre sucede, sino “actúan” diciendo“Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (Mt 11, 2-2; cf. Lc 7, 18‒23;). No son sentencia para el fin del tiempo, ni expresión invisible de un reino espiritual, sino palabra creadora en la vida concreta de los hombres. Cuando dice a los ¡felices vosotros!, Jesús les está haciendo partícipes del reino, que es riqueza compartida, gozo de vivir en gratuidad, desde la pequeñez y sufrimiento  de la vida, haciéndoles capaces de “ver” y conocer, de tal forma que ellos (los pobres) se descubran insertos en la suerte y camino de Dios, que sufre en el mundo, en dolores de parto, hasta la manifestación definitiva de la filiación, por la que ellos, los pobres, comparten la misma vida de Dios, como hijos suyos, carne de su carne (cf. Rom 8, 23). De esa forma, siendo pobres (en su misma pobreza), ellos pueden ser y son felices.

‒‒ Estas palabras de felicidad no pueden imponerse: ellas pueden ser negarlas, y así aparecen vinculadas con los ayes o lamentos del Dios que ama de tal modo a los hombres que se lamenta y sufre por aquellos que se pierden (pueden perderse), rechazando la gracia de la luz (conocimiento de amor), que él les ofrece. En esa línea, ellas son “performativas” (realizan lo que dicen), pero sin imposición, y así “permiten” que los hombres nieguen a Dios (y se nieguen a sí mismos), al optar por su seguridad egoísta, corriendo así el riesgo de perderse. De un modo consecuente, Dios no impone (no puede imponer) su “salvación” sobre los ricos, pues si lo hiciera no sería Dios, ni la salvación sería felicidad, sino malaventuranza universal. Unidas de esa forma a los ayes, las bienaventuranzas trazan un camino de revelación (plenitud) de Dios, desde la “pobreza” (que es gratuidad y renuncia a toda imposición, por parte de Dios y de los hombres)[6].

Jesús nos muestra las bienaventuranzas como camno de vida
Jesús nos muestra las bienaventuranzas como camno de vida

 NOTAS

 [1] Las felicidades/bienaventuranzas de Jesús forman parte del sermón fundacional, que Lucas presenta como “sermon de la llanura” y Mateo como “sermón” de la montaña. Para una introducción general, cf. M. Dibelius, Die Bergpredigt, en Id., Botschaft und Geschichte I, Mohr, Tübingen 1953, 79-174; J. Dupont, Béatitudes I-III, Gabalda, Paris 1969/1973; El mensaje de las bienaventuranzas, Estella 1988; G. Eichholz, Auslegung der Bergpredigt, Neukirchener, Neukirchen 1984; J. Jeremias, El sermon de la montaña, en Abba. El mensaje central del NT, Sígueme, Salamanca 2005, 237-258; J. Lambrecht, Ich aber sage euch. Die Bergpredigt als programmatische Rede Jesu (Mt 5–7; Lk 6, 20-49), KBW, Stuttgart 1984; S. A. Panimolle, Il discorso della montagna, Paoline, Cinisello Balsamo 1986; G. Strecker, Die Bergpredigt. Ein exegetischer Kommentar, Vandemhoeck, Göttingen 1984; H. T. Wrege, Die Überlieferungsgeschichte der Bergpredigt, WUNT 9, Tübingen 1968. Sobre las “felicidades“ en Lucas, conforme al Documento Q, cf. Th. Hieke, Q 6:20–21 The Beatitudes for the Poor, Hungry, and Mourning,Documenta Q., Peeters, Leuven 2001. Sigue siendo básica la obra de J. Dupont, Les Béatitudes I‒III, Gabalda, Paris 1969/1973. Cf. también F. Bovon, El evangelio según san Lucas. I-II Sígueme, Salamanca 1995 y 2002; R. Dillmann y M. C. Mora Paz, Comentario al Evangelio de Lucas, Verbo Divino, Estella 2004; I. Gómez‒Acebo, Lucas, GLNT, Verbo Divino, Estella 2008; J. Rius Camps, El éxodo del hombre libre. Catequesis sobre el evangelio de Lucas, El Almendro, Córdoba 1991.

[2] Sobre el género de las “lamentaciones” en el Antiguo Testamento y en el judaísmo, cf. V. Morla, Lamentaciones, Verbo Divino, Estella 2004.

[3] Para indicar, a modo de ejemplo, la novedad de bienaventuranzas puede recordarse la más conocida bienaventuranza (dicha) del “hidalgo” propuesta (en una línea de AT y de cultura greco/latina), por José M. Gabriel y Galán (1870‒1905), poeta salmantino, afincado en la Alta Extremadura, en un poema titulado El Ama, que comienza así: «Yo aprendí en el hogar en qué se funda la dicha más perfecta, y para hacerla mía quise yo ser como mi padre era /y busqué una mujer como mi madre entre las hijas de mi hidalga tierra. / Y fui como mi padre, y fue mi esposa viviente imagen de la madre muerta…». Cr. https://www.poesi.as/Jose_Maria_Gabriel_y_Galan.htm).

Ésta es la dicha/bienaventuranza de un varón patriarca que se casa con una mujer como su madre, en armonía de hogar que debería repetirse por generaciones y generaciones (en la línea de Gen 2, 24). (a) Es la dicha/bienaventuranza de un propietario de casa abundante, con criadas y criados, agricultores y pastores (caberos, ovejeros, vaqueros…). Es la dicha/riqueza de un terrateniente, que gobierna de un modo “paternal” (con la ayuda de su esposa buena) la hacienda familiar (como Job antes de ser “tocado” por la mano siniestra de la desventura). (b) Esta es la dicha de un patriarca, con familia extensa y tierras de labranza y de riqueza, en armonía de la naturaleza, con tierras de labor, con mieses y hortalizas, con dehesas de animales…; ésta es la bienaventuranza de las estaciones del año que se van sucediendo, con las fuertes labores de la siembra, la cosecha, y los rebaños… (c) Es la dicha de una mujer tomada “de entre las hijas de la hidalga tierra”, mujer rica (hija de algo), propietaria de tierras que gobierna su marido. De esa forma, el poeta castellano/extremeño, Gabriel y Galán, nos situaba ante la bienaventuranza de los “hidalgos” (ricos) de la tradición clásica. Pero, pasando a Jesús descubrimos que sus bienaventurados (con la dicha más perfecta) no son la de los ricos varones hidalgos (o casados con hidalgas, como Gabriel y Galán), sino más bien los pobres sin casa, ni hidalguía material (quizá ni familia), que viven en el límite del hambre, pordioseros (ptôjoi), mendigos, sin familia, sufrientes de campos y caminos, mendigos de la vida, sin más riqueza que su necesidad y sufrimiento.

 [4]  Por un lado, están los pobres (hambrientos, sufrientes…), privilegiados de Dios, santos del cielo en la tierra, porque pueden descubrir la vida como don de gracia y esperanza de futuro, desde la pobreza y el hambre, en un camino que ha de abrirse generosamente a todos. Sólo desde ellos (hambrientos, sufrientes…) se puede iniciar un camino de reino.  Por otro lado están los ricos (saciados), que viven y rían a costa de los otros). Ellos no pueden aspirar al Reino, pues se han convertido en reino para sí mismos. Jesús no les condena con ira, no les manda a ningún tipo de infierno impuesto desde fuera; pero se lamenta y duele de ellos, porque no encuentran ni quieren tomar el camino de la vida. Éste es un motivo que desarrollará de un modo especial Mt 5, 3‒12, como indicaré en el capítulo siguiente.

 [5] Quien siendo rico no comparte su riqueza con los pobres, hambrientos, sufrientes queda en manos de su “des‒dicha” de muerte (no de la “ira” de Dios, a no ser en el sentido radical que ha dado a esa palabra Rom 1‒3). Esta distinción entre felicitación de unos y el lamento por otros constituye, a mi juicio, la clave del mensaje de Jesús, tal como he puesto de relieve en Comentario de Mateo, Verbo Divino, Estella 2017. Para una visión inicial del tema desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, cf. G. Groody, Globalización, espiritualidad y justicia: Navegando por la ruta de la paz, Verbo Divino, Estella 2009. El evangelio supera la oposición antitética entre salvación y condena, bendición y maldición. No hay en Dios condena. sino “lamentación” por los ricos‒opresores‒perseguidores que se pierden a sí mismos, como he puesto de relieve en Entrañable Dios. Las obras de misericordia (con J. A. Pagola), Verbo Divino, Estella 2016.

[6] El Dios Creador se manifiesta en la vida humana como gracia y fuente de felicidad. Si Dios hiciera con nosotros un negocio para su provecho (si nos hubiera creado para sacar ganancias), también nosotros podríamos hacer negocios con él. Pero no es negocio sino gracia, no es Capital‒Mammón y Mercado, sino generosidad de amor, y así pide (nos ruega) que seamos como él un manantial de gracia

Bienaventuranzas 2

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Las siete felicidades de Jesús: De los ojos, las manos y el tacto; de la caricia y el oído, del pan y la esperanza

Como dije ayer (Domingo de felicidad 1), Jesús fue un «bienaventurado»: Descubrió en su vida la felicidad y quiso hacer felices a los hombres y mujeres, a los niños y mayores de su entorno. Siguiendo en esa línea quiero hoy exponer las siete felicidades de su programa mesiánico.Vinieron a preguntarle  los «discípulos de Juan», los penitentes de la vida, partidarios del juicio-juicio, de la ley estricta, y le dijeron: ¿Qué traes de nuevo? ¿En qué te distingues de todos nosotros? Y Jesús les expuso su programa de felicidad. Un programa para todos, especialmente para los pobres, enfermos y oprimidos de Galilea: “¿Eres tú el que debía venir o esperamos a otro?Así respondió a los enviados de Juan. Este es mi programa: Que los hombres vivan y sean felices.

Por | X Pikaza Ibarrondo

El texto de las siete felicidades

Habiendo oído… las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, ¡y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí! (Mt 11, 2‒6; cf. Lc 4, 17‒18)[8].

       Esta respuesta recoge  e interpreta con mucha precisión el mensaje y obra de felicidad de Dios, encarnada en Jesús, que no ha venido a enseñar la Ley sagrada como rabino, ni a organizar el buen culto del templo (como sacerdote), ni a reinar como gobernante (en la línea de David), ni a enseñar meditación interna, como Krisna, ni a superar los deseos, como Buda, ni siquiera a convertir a los demás en una línea penitencial, como quería Juan Bautista, sino a ofrecer el testimonio de la felicidad de Dios y a impulsarla con la vida, curando, animando, abriendo caminos.                     Estas obras del Cristo son precisamente aquellas que hacen felices a los hombres, en esta tierra, en un sentido intenso, material y espiritual, como expresión radical de la fe en la vida, en línea de sanación‒curación, no para que los hombres se sometan a Dios y le supliquen así como sometidos, sino para que vivan, se muevan y sean en plenitud (cf. Hch 17, 28), como creaturas queridas. No son “obras” de felicidad puramente intimista, propias de “expertos religiosos” separados del mundo, ni obras de ley y cumplimiento externo, sino experiencias de vida total, abiertas de un modo particular a los enfermos, pobres y excluidos de la tierra.

En esa línea, ellas retoman el principio y sentido de las siete bienaventuranzas del Antiguo Testamento,  como expresión de felicidad de la vida entera, en cuerpo y alma, en vida y muerte, pero sin patriarcalismo económico‒social, sin ley nacional, sin conquista violenta de la tierra, una felicidad abierta a todos, desde los más pobres.

A Juan Bautista le importaba la conversión (para que viniera el perdón de Dios). Jesús, en cambio, empieza ofreciendo a los hombres curación (esto es, salud humana), y felicidad, como signo de que Dios, es decir, como experiencia y camino de felicidad, construyendo así un templo de vida humana (no de sacrificios externos) sobre el mundo.

Parece que todos deberían haber saludado con júbilo un mensaje y camino de felicidad como esta de Jesús. Pero los poderes del mundo tienen miedo de la felicidad auténtica,  ellos prefieren que los hombres sigan sometidos a su ley, no libres y felices, y así mataron a Jesús. Por eso, el texto termina diciendo: “Y bienaventurados aquellos que no se escandalicen de mí”. Estos son los momentos básicos de su felicidad:

1.Felicidad de los ojos: Que los ciegos vean (Mt 11, 5). En esta palabras late y se expresa el recuerdo de algunas “curaciones” integrales de Jesús, que han recogido con mucho interés los evangelios (cf. Mc 8, 22-26; Mc 10, 46-52; Mt 9, 27-30; 20, 30-34; Jn 9, 1-41. Pues bien, esas palabras expresan y ratifican al mismo tiempo la experiencia superior de un conocimiento liberador del Reino de Dios (cf. Mt 13, 10-17) tal como aparece en la controversia de Jesús con un tipo de rabinismo judío del entorno.              La primera felicidad es que los hombres “vean”, que descubran por sí mismos el don y tarea de la vida, que se dejen transformar por la gracia y libertad del Reino, que sean felices y se amen mutuamente. En esa línea hablará Mt 5, 8 de la bienaventuranza de los limpios de corazón, que verán a Dios, interpretando así el corazón como sede de la visión más profunda. Pero el mundo en general no quiere la felicidad de los hombres, sino que se sometan, que sean “súbditos” del estado, cumplidores de sus leyes, productores y consumidores de sus bienes. 

2.Felicidad de los pies: Que los cojos anden(Mt 11, 5). Conforme a la palabra de Pablo en Atenas (Hch 17, 28), los hombres “vivimos, nos movemos y somos” en Dios. En ese contexto, los verdaderos cojos (= paralíticos, mancos, encorvados…) son aquellos que se encierran y detienen (se paralizan) en sí mismos, de manera que no pueden moverse, en un plano corporal y espiritual. Pues bien, en contra de eso, la felicidad de Jesús es que los hombres se “desaten”, que puedan andar por sí mismos, tomando así en libertad los caminos del Reino.                                                             Jesús se ocupó de los que son cojos bajo un sistema de poder, de aquellos están paralizados bajo un tipo de verdad e “interés” oficial, de los que tienen miedo de desatarse y andar, haciéndoles capaces de vivir y moverse en libertad, como recuerda la tradición de los evangelios (cf. Mt 8, 5-13; Mt 9, 2-7; 15, 30-31; 21, 14). Según eso, tras la felicidad de los ojos, le importó la felicidad de los pies y las manos: Que los hombres y mujeres “anden”, que puedan caminar y obrar en línea de Reino, pues la felicidad se identifica con la felicidad del hombre que se mueve, que vive plenamente, en su plano corporal y “espiritual”. 

 3. Felicidad de la piel y del tacto: Que los leprosos queden limpios, que hombres y mujeres puedan acariciarse en amor.(11, 5)La lepra es para la Biblia (y más en concreto para los evangelios) una enfermedad somática y una mancha (=impureza) religiosa, pues, conforme a la Ley (Lev 13‒14), los leprosos quedan excluidos del culto de Dios, como infortunados permanentes. En contra de eso, Jesús viene y actúa como sanador de leprosos, en sentido corporal, pero sobre todo personal y social (cf. Mc 1, 40-45; Mt 8, 2-4), proclamando la bienaventuranza o felicidad de Dios a los excluidos por “impuros”, diciéndoles: Sentíos limpios, amaos, vivid en ternura de piel, de tacto.  Esta es la felicidad de saberse limpios, de tocarse, acariciarse, compartiendo juntos la «marcha de la vida», marcha en amor, en limpieza de alma y cuerpo, buscando cada uno la felicidad del otro.                                                                                         Esta actitud y conducta de Jesús resultaba escandalosa en un mundo que excluía del templo de Dios y de la vida en amor a los leprosos por impuros y malditos (como muestra el caso de Job). Pues bien, en lugar de ratificar la bendición y bienaventuranza de los puros (limpios), que habitan en el templo de Dios y cumplen su Ley nacional (como destacaban muchos salmos), Jesús ha proclamado los bienaventurados a los leprosos eimpuros, expresando (iniciando) así la mayor de la inversiones o revoluciones religiosas (humanas) de occidente.

4. Felicidad de la lengua y del oído: Que los mudos hablen, que los sordos oigan (cf. Mc 11, 5). La tradición del evangelio ha vinculado a sordos y mudos, pues ambas enfermedades solían ir unidas, y así presenta a Jesús como aquel que ha “curado” a unos y otros de un modo conjunto (cf. Mt 9, 33-34; 12, 22; 13, 14-15). Curar significa aquí ante todo acoger, animar, y así aparece en este pasaje como un milagro de fuerte simbolismo mesiánico (de reconciliación humana).                                                            Como enviado de Dios, Jesús ha querido crear (está creando) grupos de personas que escuchan y hablan, pero no en un plano exclusivamente religioso (obedecer a la Ley, dialogar sobre ella, como dicen varios salmos y muchos textos rabínicos), sino en sentido humano, integral: Que los hombres puedan hablar y escucharse mutuamente, comunicándose en su verdad como personas, como han de hacer padres e hijos, enamorados y esposos, amigos y posibles enemigos, en sentido radical, todos los hombres y mujeres de la tierra. Ésta es la felicidad de la Palabra, esto es, de la comunicación de hombres y pueblos.

5.Felicidad de la vida: Que los muertos resuciten (Mt 11, 5). Estas resurrecciones pueden aludir a las que Jesús había realizado, según la tradición, haciendo volver a este mundo a personas que estaban o parecían ya muertas (cf. Mc 5, 21-43; Mt 9, 18-23; Lc 7, 11‒17; Jn 11; Mt 27, 52-53. Pero, en el fondo de ellas, se ha expresado la más honda fe en la resurrección, como despliegue integral de Vida de aquellos (hombres y mujeres) que creen en el Dios que resucita a los muertos (cf. Mc 12, 18‒27 y par).                          En un sentido, allí donde la vida se interpreta como maldición, resucitar tras la muerte sería la mayor de las desdichas. Pues bien, en contra de eso, allí donde la vida se concibe como gracia, la felicidad consiste en “renacer” en un mundo donde ella es manantial de felicidad (por encima de la muerte), felicidad que se da (regala) y que no muere, que se comunica y alcanza su plenitud en el Dios de la vida. El Job bíblico no había conocido esta felicidad, Krisna y Buda la entendían de otra forma (como inmortalidad o nirvana). Pues bien, Jesús nos sitúa aquí ante la felicidad del Dios que no muere, una felicidad que se expresa en aquellos que viven en él, por encima (resucitando) de la muerte, conforme al mensaje pascual de Jesús en la Iglesia (cf. Mc 16, 1‒8; Mt 28, 16‒20).

6.Felicidad de los excluidos: Y los pobres reciben la buena noticia(11, 5). Pobres (ptôkhoi, mendigos) son aquellos que no pueden mantenerse la vida por sí mismos, pues carecen de trabajo o medios para subsistir, a diferencia de los miembros de clase humilde (penêtes) capaces de alimentarse, aunque a costa de duros sacrificios. Evangelizar a esos mendigos no es darles un simple mensaje espiritual, sino abrir para ellos un camino de esperanza (como dirá la primera bienaventuranza: Lc 6, 20 y Mt 5, 3), con lo que ella implica de cambio (transformación) en las condiciones personales y sociales de los hombres.                                                                                                    La felicidad de Jesús es buena nueva de vida para los pobres: Que ellos puedan mantenerse (vivir) en dignidad y relacionarse unos con otros, siendo así portadores de felicidad, de curación y esperanza, como supone el envío de Mt 10, 8-10. En esa línea aparece aquí Jesús como buena nueva de felicidad para los mendigos, no porque ellos sea pobres, sino porque, siéndolo, pueden ser portadores de un mensaje de felicidad que les transforma y capacita para hacer felices a los otros.

7 Y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí (M 1,6). Las obras anteriores de bienaventuranza (sanaciones, resurrección, liberación de los pobres…) culminan de forma paradójica en esta conclusión de Mt 11, 6: ¡Bienaventurado, makarios, aquel que no se escandaliza de mí! (es decir, aquel que no se escandaliza de mi felicidad). Eso significa que hay un mundo de poder social y religioso, económico y militar que no quiere (no soporta) la felicidad de Jesús, porque ella va en contra de sus intereses. Estas palabras de “riesgo de escándalo” se dirigen, en primer lugar, en contra de una oligarquía social de Galilea, que no aprueba el cambio de Jesús, sino que quiere que sigan dominando sobre el mundo las relaciones y rangos de felicidad de la sociedad establecida, con ricos felices y pobres sometidos!                    Todo el anuncio de bienaventuranza de Jesús como sanación en libertad, para la vida tiene que culminar con estas palabras sombrías (¡Bienaventurado el que no se escandaliza de mí!) que pueden entenderse a la luz de los “ayes” o lamentaciones que en Lc 6, 24‒26 siguen a las bienaventuranzas. En sentido estricto, esos ayes no son “malaventuranzas” (y mucho menos maldiciones), sino expresión de la tristeza mesiánica, en la línea de las Lamentaciones clásicas del libro de ese nombre.

La felicidad de Jesús constituye, por tanto, un motivo de “escándalo” para aquellos poderosos que quieren mantener sus privilegios (su placer personal, parcial, elitista), impidiendo así que todos puedan ser felices. Ciertamente, él no ha luchado de un modo externo (económico‒militar) en contra de nadie, pero su proyecto de bienaventuranza resulta peligroso para los “privilegiados” de un sistema, que dice querer a los pobres y enfermos, pero pretende tenerles sometidos (que no se curen, que no vean, que no entiendan, que no sean dueños de sí mismos). Ante ellos sólo quedará el “dolor” de Jesús, expresado en forma de lamentación, como seguiré indicando.

 Las últimas palabras (¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!) están indicando que algunos (muchos) no quieren la felicidad de los pobres (como insinuaba el libro de Job). Ciertamente,  quizá están dispuestos a ayudarles, pero desde arriba, dándoles de comer, para mantenerles de esa forma sometidos: Que no vean de verdad, que no anden libres, que no sean verdaderamente autónomos, señores de sus propias vidas. Muchos no quieren que se implante y crezca un movimiento de sanación y liberación real, de resurrección de los muertos. Para ellos la bienaventuranza de los pobres (enfermos, oprimidos…) es más peligrosa que una lucha militar, y por eso acaban condenando a muerte a Jesús, para impedir que él les haga de verdad felices. Y desde aquí podemos pasar ya a las bienaventuranzas de Lucas

Domingo de las bienaventuranzas 1

Jesús, un hombre feliz

Súbete a un monte elevado, evangelizador de Sion,

grita con voz fuerte, evangelizador de Jerusalén;

grita con fuerza, no temas, di a las ciudades de Judá:¡Aquí está vuestro Dios!

Mirad, Yahvé se acerca con poder… él trae su salario

y su recompensa le precede (Is 40, 9-10).

Ésta es la buena nueva de la libertad que resuena poderosa sobre un mundo de opresión y cautiverio. El evangelizador (en hebreo mebasser,  en el texto griego de los LXX euangelidsome­nos) es un personaje misterioso, de carácter poético-religio­so, como ángel de Dios, su mensajero de gozo creador entre los hombres. El ángel vuela y se presenta en las montañas que rodean a Sion, ciudad de ruinas y llanto, prego­nando la noticia de la venida de Dios[7]. 

Este evangelio no anuncia ya una victoria militar o política, sino la venida más alta de Dios, gracia de vida, alegría y plenitud para los hombres. Según eso, el evangelizador es el heraldo o mensajero de Dios y está encargado de anunciar su victoria en la ciudad santa y la tierra del entorno (Jerusalén y Judá). Otro texto cargado de poesía y esperanza describe así la llegada de ese heraldo:  

  • ¡Qué hermosos son sobre los montes
  • los pies del evangelizador que anuncia la paz,
  • del evangelizador bueno que anuncia salvación!
  • De aquel que dice a Sion. ¡Reina tu Dios!
  • Escucha la voz de los vigías, que cantan a coro
  • pues contemplan cara a cara a Dios que vuelve a Sión.
  • Cantad a coro ruinas de Jerusalén… pues los confines de la tierra
  • verán la victoria de nuestro Dios (Is 52, 7-10).
  • El cautiverio de Sion y el sufrimiento de sus hijos era una derrota de Dios. Pero el tiempo de esa derrota se ha cumplido y llega la felicidad para el pueblo oprimido, y en esa línea el profeta ha vinculado la buena nueva de evangelio para los pobres/cautivos con el reinado de Dios sobre la tierra. En esa línea, el «evangel­iza­dor» viene a presentarse como mensa­jero que corre alegre por los montes y se acerca a Sion para anunciar allí la victoria de la vida de Dios, como dicen varios salmos:
  •  Cantad a Yahvé un cántico nuevo, evangelizad (bassru) día tras día su victoria…
  • Decid a los pueblos. ¡Yahvé es rey! Alégrese el cielo, goce la tierra…
  • delante de Yahvé que llega, ya llega a regir la tierra (Sal 96, 2. 10. 11. 13).
  • También aquí la palabra evangelizar (LXX Sal 95, 2: eangelidsesthe) signi­fica proclamar la buena nueva del reinado de felicidad de Dios sobre los hombres. Este anuncio de victoria define a Dios como aquel que actúa de forma salvadora, tal como lo anuncia y proclama su profeta. Dios ha dejado que dominen por un tiempo los poderes de opresión, tristeza y muerte (hambre, sufrimiento), pero él viene ahora y se manifiesta como salvador para su pueblo, empezando por los pobres y oprimidos, los que lloran, los hambrientos, como sigue diciendo la tradición de este “profeta” de buenas noticias, que es el Siervo de Yahvé. Lógicamente, este Siervo‒Profeta de felicidad ha conocido (sufrido) de un modo intenso el sufrimiento, y sólo así, desde el fondo del dolor, podrá anunciar la dicha y bienaventuranza de su pueblo, es decir, de los oprimidos: 
  • El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación.
  • verá su descendencia, prolongará sus años…
  • Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con sus crímenes (de éllos).
  • Le daré una multitud como herencia, y tendrá como despojo una muchedumbre.
  • Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores;
  • él cargó con el pecado de muchos e intercedió por los pecadores (Is 52, 9-11).
  • De esta forma se vincula el anuncio de la felicidad con la opresión y sufrimiento de los hombres. Sólo el que sabe sufrir y ha sufrido como el Siervo puede ser evangelista de felicidad, como sabe y dice Tercer Isaías (Is 56-66), sacando las consecuencias del mensaje anterior del Segundo Isaías (Is 40‒55), a quien Dios había revelado ya su identidad: “te he constituido para decir a los cautivos ¡sa­lid!; para mandar a los que estaban en tinieblas ¡venid a la luz!” (Is 49, 9). Pues bien, ahora, como enviado final y evangelizador de Dios, el profeta se presenta expresamente como evangelizar de felicidad para los pobres. 
  • El Espíritu de Yahvé está sobre mí, porque Yahvé me ha ungido.
  • me ha enviado para evangelizar a los pobres,
  • para vendar los corazones que están rotos,
  • para proclamar la liberación de los cautivos
  • y la libertad de los prisioneros (Is 61, 1).
  • Éste es el anuncio final y más hondo de evangelio israelita. El profeta-siervo no se ha limitado a compartir el sufri­miento de los pobres, sino que desde el fondo del mismo sufrimiento les anuncia e inicia con ellos el camino de de la felicidad de Dios que le ha enviado para evangelizar a los pobres (lebasser anawim, euangelisasthai ptokhôis) en palabras que recoge y recrea la tradición de Jesús. Hasta aquí ha podido llegar y hasta aquí ha llegado el evangelio del antiguo testamen­to; aquí empieza el camino de Jesús.
  • Posiblemente, Jesús no ha empleado la palabra «euangelion» (o su equivalente semita besorah) en forma de sustantivo, como si fuera una realidad que pudiera separarse de su mensaje y entrega de Reino. Lo que él hace es, a mi enten­der, algo anterior, más ­importante: Jesús se presenta a sí mismo y actúa como «evangelista de Dios» entre los pobres, hambrientos, sufrientes de su pueblo, ofreciéndoles él mismo, con su palabra y sus “milagros” un camino de felicidad
  • Éste ha sido su atrevimiento, su osadía de Reino, que hemos situado a la luz de su experiencia en el bautismo. Esta certeza de que el tiempo se ha cumplido (Mc 1, 14‒15) y de que irrumpe el Reino como felicidad y vida de Dios desde los pobres, hambrientos y oprimidos constituye la razón de su vida y su mensaje, la «ipsissima vox Iesu» (Palabra radical de Jesús) y a partir de ella han de interpretarse todas sus restantes acciones y palabras: Su perdón, su solidaridad activa, sus “milagros”. Desde aquí se entiende el contenido radicalmente gozoso de su anuncio.
  • Superando la actitud de miedo y juicio del Bautista, Jesús ha descubierto que el amor de Dios supera (perdona) todos los pecados de los hombres, y así viene a decirlo y expresarlo de forma apasionada y contagiosa entre los pobres y excluidos. En esa perspectiva, a la luz de las palabras de consuelo y misión de Isaías II y III, se entiende las manifestaciones de consuelo y gozo jubiloso de su anuncio de bienaventuranza:
  •  ¡Felices vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque escuchan!
  • Porque os digo que muchos profetas y reyes
  • Quisieron ver lo que veis y no vieron,
  • escuchar lo que escucháis y no escucharon (Mt 13, 16‒17; Lc 10, 23‒24).
  • Ésta es la palabra clave de la felicidad escatológica (makarioi…), propia de los ojos que ven, de los oídos que escuchan. Éste es el gozo inmenso, el gran tesoro de aquellos, llegando a las fronteras de la vida nueva, descubren y disfrutan la alegría desbordante de Dios sobre el pasado y presente de opresión y pobreza de los “condenados” de la tierra. Como profeta de esa nueva vida, superando las señales de muerte que anunciaba Juan Bautista, ­Jesús ha ido anunciando y sembrando entre los excluidos de su tierra el gozo de Dios, como recogen y proclaman de un modo ya definitivo las palabras de Lc 60, 20‒22. Esta es la experiencia fundamental que ha recogido el evangelio de Lucas en el “sermón de Nazaret”:
  • El Espíritu del Señor está sobre mí.
  • por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres,
  • me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos,
  • para dar la vista a los ciegos,
  • para liberar a los contribulados,
  • para anunciar el año agradable del Señor (Lc 4, 18-19).
  • Probablemente esta palabra, con citas de Is 61, 1-2; 58, 6 que condensan el mensaje del Isaías III (y de Isaías II), ha sido construida por el mismo Lucas. Pero ella refleja de manera muy precisa el mensaje y vida de Jesús como evangelizador de los pobres, que es mensaje de «año nuevo (agradable) de Dios», año de remisión universal, el evangelio definitivo de la felicidad de Dios.
  • ‒ Este evangelio es posible porque existe Dios y porque él se manifiesta como salvador y felicidad para los pobres. Éste no es el Dios del poder de Roma, ni tampoco el de los grandes sacerdotes de Jerusalén, sino el de los pequeños, los pobres y hambrientos de la tierra.  Sin el descubri­miento gozoso de ese Dios como poder de amor y libertad, sin la expe­riencia creadora de su vida que se expresa y actúa a través de los expulsados de la vida de la tierra no puede hablarse de felicidad de Jesús y su evangelio.
  • ‒ Esta felicidad del evangelio es posible porque Jesús lo está cumpliendo, retomandoy recorriendo paso a paso los rasgos y las promesas del libro de Isaías. Aquí se sitúa la novedad y el escándalo de Jesús, que no es escándalo del mal, sino de un bien mucho más alto que pone en riesgo (condena) a los que buscan y se sienten dueños de una felicidad que quiere imponerse por dinero, por hartura de bienes materiales, y por un tipo de “alegría” falsa que consiste en dominar sobre los otros, “riéndose” de ellos.  
  • Las obras del Cristo, un despliegue de felicidad.
  • Conforme a lo anterior, Jesús no es rey guerrero, sacerdote de templo, rabino de escuela, ni maestro de penitencia, como Juan Bautista, sino simplemente hombre de pueblo, laico de Dios, que se ha sabido vinculado a las promesas de evangelio (felicidad) del libro de Isaías, apareciendo así como testigo y promotor de su obra en medio de los más pobres de su tierra, que no son ya los judíos del exilio o post‒exilio del signo VI‒V a.C., sino los israelitas pobres de Galilea.
  • En el apartado anterior he presentado el sentido original de sus palabras. Ahora me detento en sus obras mesiánica, que no han de entenderse en un sentido religioso estrecho (obras de conversión penitencial como decía Juan Bautista, de culto de templo como querían los sacerdotes o de cumplimiento estricto de una ley nacional sagrada, como las que cumplían los nuevos fariseos), sino de liberación plenamente humana,  en línea de evangelio, como muestran las palabras con las que ha respondido a los emisarios del Bautista, que había sido iniciador de su bautismo, cuando le preguntan “eres tú el que debía venir o esperamos a otro”:
  • Habiendo oído… las obras del Cristo, Juan envió desde la cárcel a unos discípulos para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperamos a otro? Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena noticia, ¡y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí! (Mt 11, 2‒6; cf. Lc 4, 17‒18)[8].
  • Esta respuesta, transmitida por el documento Q, de gran antigüedad (cf. Lc 7, 18-23), ha sido quizá re‒formulada por la iglesia, pues presenta en conjunto las diversas curaciones de Jesús, en la línea de las profecías de Is 35, 5-6; 42, 1; 61, 1, incluyendo entre ellas la resurrección de los muertos, como plenitud de felicidad pascual. Pero ellas recogen e interpretan con mucha precisión el mensaje y obra de felicidad de Dios, encarnada en Jesús, que no ha venido a enseñar la Ley sagrada como rabino, ni a organizar el buen culto del templo (como sacerdote), ni a reinar como gobernante (en la línea de David), ni a enseñar meditación interna, como Krisna, ni a superar los deseos, como Buda, ni siquiera a convertirse en una línea penitencial, como quería Juan Bautista, sino a ofrecer el testimonio de la felicidad de Dios y a impulsarla con la vida, curando, animando, abriendo caminos.
  • Estas obras del Cristo son precisamente aquellas que hacen felices a los hombres, en esta tierra, en un sentido intenso, material y espiritual, como expresión radical de la fe en la vida, en línea de sanación‒curación, no para que los hombres se sometan a Dios y le supliquen así como sometidos, sino para que vivan, se muevan y sean en plenitud (cf. Hch 17, 28), como creaturas queridas. No son “obras” de felicidad puramente intimista, propias de “expertos religiosos” separados del mundo, ni obras de ley y cumplimiento externo, sino experiencias de vida total, abiertas de un modo particular a los enfermos, pobres y excluidos de la tierra.
  • En esa línea, ellas retoman el principio y sentido de las siete bienaventuranzas del Antiguo Testamento, que he presentado en el capítulo anterior, como expresión de felicidad de la vida entera, en cuerpo y alma, en vida y muerte, pero sin patriarcalismo económico‒social, sin ley nacional, sin conquista violenta de la tierra, una felicidad abierta a todos, desde los más pobres. A Juan Bautista le importaba la conversión (para que viniera el perdón de Dios). Jesús, en cambio, empieza ofreciendo a los hombres curación (esto es, salud humana), y felicidad, como signo de que Dios, es decir, como experiencia y camino de felicidad, construyendo así un templo de vida humana (no de sacrificios externos) sobre el mundo.
  • Parece que todos deberían haber saludado con júbilo un mensaje y camino de felicidad como esta de Jesús. Pero los poderes del mundo tienen miedo de la felicidad auténtica, de la curación del hombre, de su libertad, de un templo que se identifica con la misma vida humana, prefiriendo más bien un templo externo como el edificado desde el tiempo antiguo sobre la era de Arauna (cf. cap. anterior). Lógicamente, ellos prefieren que los hombres sigan sometidos a su ley, no libres y felices, y así mataron a Jesús. Por eso, el texto termina diciendo: “Y bienaventurados aquellos que no se escandalicen de mí”. Estos son los momentos básicos de su felicidad:
    • Felicidad de los ojos: Que los ciegos vean (Mt 11, 5). En esta palabras late y se expresa el recuerdo de algunas “curaciones” integrales de Jesús, que han recogido con mucho interés los evangelios (cf. Mc 8, 22-26; Mc 10, 46-52; Mt 9, 27-30; 20, 30-34; Jn 9, 1-41. Pues bien, esas palabras expresan y ratifican al mismo tiempo la experiencia superior de un conocimiento liberador del Reino de Dios (cf. Mt 13, 10-17) tal como aparece en la controversia de Jesús con un tipo de rabinismo judío del entorno.
  • La primera felicidad es que los hombres “vean”, que descubran por sí mismos el don y tarea de la vida, que se dejen transformar por la gracia y libertad del Reino, que sean felices y se amen mutuamente. En esa línea hablará Mt 5, 8 de la bienaventuranza de los limpios de corazón, que verán a Dios, interpretando así el corazón como sede de la visión más profunda. Pero el mundo en general no quiere la felicidad de los hombres, sino que se sometan, que sean “súbditos” del estado, cumplidores de sus leyes, productores y consumidores de sus bienes. 
    • Felicidad de los pies: Que los cojos anden (Mt 11, 5). Conforme a la palabra de Pablo en Atenas (Hch 17, 28), los hombres “vivimos, nos movemos y somos” en Dios. En ese contexto, los verdaderos cojos (= paralíticos, mancos, encorvados…) son aquellos que se encierran y detienen (se paralizan) en sí mismos, de manera que no pueden moverse, en un plano corporal y espiritual. Pues bien, en contra de eso, la felicidad de Jesús es que los hombres se “desaten”, que puedan andar por sí mismos, tomando así en libertad los caminos del Reino.
  • Jesús se ocupó de los que son cojos bajo un sistema de poder, de aquellos están paralizados bajo un tipo de verdad e “interés” oficial, de los que tienen miedo de desatarse y andar, haciéndoles capaces de vivir y moverse en libertad, como recuerda la tradición de los evangelios (cf. Mt 8, 5-13; Mt 9, 2-7; 15, 30-31; 21, 14). Según eso, tras la felicidad de los ojos, le importó la felicidad de los pies y las manos: Que los hombres y mujeres “anden”, que puedan caminar y obrar en línea de Reino, pues la felicidad se identifica con la felicidad del hombre que se mueve, que vive plenamente, en su plano corporal y “espiritual”. 
    • Felicidad de la piel y del tacto: Que los leprosos queden limpios (11, 5)La lepra es para la Biblia (y más en concreto para los evangelios) una enfermedad somática y una mancha (=impureza) religiosa, pues, conforme a la Ley (Lev 13‒14), los leprosos quedan excluidos del culto de Dios, como infortunados permanentes. En contra de eso, Jesús viene y actúa como sanador de leprosos, en sentido corporal, pero sobre todo personal y social (cf. Mc 1, 40-45; Mt 8, 2-4), proclamando la bienaventuranza o felicidad de Dios a los excluidos por “impuros”, diciéndoles: ¡Quedad limpios!
  • Esta actitud y conducta de Jesús resultaba escandalosa en un mundo que excluía del templo de Dios y de la vida en amor a los leprosos por impuros y malditos (como muestra el caso de Job). Pues bien, en lugar de ratificar la bendición y bienaventuranza de los puros (limpios), que habitan en el templo de Dios y cumplen su Ley nacional (como destacaban muchos salmos), Jesús ha proclamado los bienaventurados a los leprosos eimpuros, expresando (iniciando) así la mayor de la inversiones o revoluciones religiosas (humanas) de occidente.
    • Felicidad de la lengua y del oído: Que los mudos hablen, que los sordos oigan (cf. Mc 11, 5). La tradición del evangelio ha vinculado a sordos y mudos, pues ambas enfermedades solían ir unidas, y así presenta a Jesús como aquel que ha “curado” a unos y otros de un modo conjunto (cf. Mt 9, 33-34; 12, 22; 13, 14-15). Curar significa aquí ante todo acoger, animar, y así aparece en este pasaje como un milagro de fuerte simbolismo mesiánico (de reconciliación humana).
  • Como enviado de Dios, Jesús ha querido crear (está creando) grupos de personas que escuchan y hablan, pero no en un plano exclusivamente religioso (obedecer a la Ley, dialogar sobre ella, como dicen varios salmos y muchos textos rabínicos), sino en sentido humano, integral: Que los hombres puedan hablar y escucharse mutuamente, comunicándose en su verdad como personas, como han de hacer padres e hijos, enamorados y esposos, amigos y posibles enemigos, en sentido radical, todos los hombres y mujeres de la tierra. Ésta es la felicidad de la Palabra, esto es, de la comunicación de hombres y pueblos.
    • Felicidad de la vida: Que los muertos resuciten (Mt 11, 5). Estas resurrecciones pueden aludir a las que Jesús había realizado, según la tradición, haciendo volver a este mundo a personas que estaban o parecían ya muertas (cf. Mc 5, 21-43; Mt 9, 18-23; Lc 7, 11‒17; Jn 11; Mt 27, 52-53. Pero, en el fondo de ellas, se ha expresado la más honda fe en la resurrección, como despliegue integral de Vida de aquellos (hombres y mujeres) que creen en el Dios que resucita a los muertos (cf. Mc 12, 18‒27 y par).
  • En un sentido, allí donde la vida se interpreta como maldición, resucitar tras la muerte sería la mayor de las desdichas. Pues bien, en contra de eso, allí donde la vida se concibe como gracia, la felicidad consiste en “renacer” en un mundo donde ella es manantial de felicidad (por encima de la muerte), felicidad que se da (regala) y que no muere, que se comunica y alcanza su plenitud en el Dios de la vida. El Job bíblico no había conocido esta felicidad, Krisna y Buda la entendían de otra forma (como inmortalidad o nirvana). Pues bien, Jesús nos sitúa aquí ante la felicidad del Dios que no muere, una felicidad que se expresa en aquellos que viven en él, por encima (resucitando) de la muerte, conforme al mensaje pascual de Jesús en la Iglesia (cf. Mc 16, 1‒8; Mt 28, 16‒20).
  • ‒ Felicidad de los excluidos: Y los pobres reciben la buena noticia (11, 5). Pobres (ptôkhoi, mendigos) son aquellos que no pueden mantenerse la vida por sí mismos, pues carecen de trabajo o medios para subsistir, a diferencia de los miembros de clase humilde (penêtes) capaces de alimentarse, aunque a costa de duros sacrificios. Evangelizar a esos mendigos no es darles un simple mensaje espiritual, sino abrir para ellos un camino de esperanza (como dirá la primera bienaventuranza: Lc 6, 20 y Mt 5, 3), con lo que ella implica de cambio (transformación) en las condiciones personales y sociales de los hombres.
  • La felicidad de Jesús es buena nueva de vida para los pobres: Que ellos puedan mantenerse (vivir) en dignidad y relacionarse unos con otros, siendo así portadores de felicidad, de curación y esperanza, como supone el envío de Mt 10, 8-10. En esa línea aparece aquí Jesús como buena nueva de felicidad para los mendigos, no porque ellos sea pobres, sino porque, siéndolo, pueden ser portadores de un mensaje de felicidad que les transforma y capacita para hacer felices a los otros.
  • ‒ Y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí… (M 1,6). Las obras anteriores de bienaventuranza (sanaciones, resurrección, liberación de los pobres…) culminan de forma paradójica en esta conclusión de Mt 11, 6: ¡Bienaventurado, makarios, aquel que no se escandaliza de mí! (es decir, aquel que no se escandaliza de mi felicidad). Eso significa que hay un mundo de poder social y religioso, económico y militar que no quiere (no soporta) la felicidad de Jesús, porque ella va en contra de sus intereses. Estas palabras de “riesgo de escándalo” se dirigen, en primer lugar, en contra de una oligarquía social de Galilea, que no aprueba el cambio de Jesús, sino que quiere que sigan dominando sobre el mundo las relaciones y rangos de felicidad de la sociedad establecida, con ricos felices y pobres sometidos!
  • Todo el anuncio de bienaventuranza de Jesús como sanación en libertad, para la vida tiene que culminar con estas palabras sombrías (¡Bienaventurado el que no se escandaliza de mí!) que pueden entenderse a la luz de los “ayes” o lamentaciones que en Lc 6, 24‒26 siguen a las bienaventuranzas. En sentido estricto, esos ayes no son “malaventuranzas” (y mucho menos maldiciones), sino expresión de la tristeza mesiánica, en la línea de las Lamentaciones clásicas del libro de ese nombre.
  • La felicidad de Jesús constituye, por tanto, un motivo de “escándalo” para aquellos poderosos que quieren mantener sus privilegios (su placer personal, parcial, elitista), impidiendo así que todos puedan ser felices. Ciertamente, él no ha luchado de un modo externo (económico‒militar) en contra de nadie, pero su proyecto de bienaventuranza resulta peligroso para los “privilegiados” de un sistema, que dice querer a los pobres y enfermos, pero pretende tenerles sometidos (que no se curen, que no vean, que no entiendan, que no sean dueños de sí mismos). Ante ellos sólo quedará el “dolor” de Jesús, expresado en forma de lamentación, como seguiré indicando.
  • Las últimas palabras (¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!) están indicando que algunos (muchos) no quieren la felicidad de los pobres (como insinuaba el libro de Job). Ciertamente,  quizá están dispuestos a ayudarle, pero desde arriba, dándoles de comer, para mantenerles de esa forma sometidos: Que no vean de verdad, que no anden libres, que no sean verdaderamente autónomos, señores de sus propias vidas. Muchos no quieren que se implante y crezca un movimiento de sanación y liberación real, de resurrección de los muertos. Para ellos la bienaventuranza de los pobres (enfermos, oprimidos…) es más peligrosa que una lucha militar, y por eso acaban condenando a muerte a Jesús, para impedir que él les haga de verdad felices. Y desde aquí podemos pasar ya a las bienaventuranzas de Lucas
  • NOTAS
  • [1] He desarrollado el tema en X. Pikaza, Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015. De un modo especial: M. Navarro, Jesús de Nazaret: la invitación a la felicidad de un hombre feliz, Iglesia Viva 210 (2002) 35-68; Ungido para la vida, Verbo Divino, Estella 1999. Cf. también G. Barbaglio, Jesús, hebreo de Galilea, Sec. Trinitario, Salamanca 2003; J. D. Crossan, Jesús. Vida de un campesino judío, Crítica, Barcelona 1994; J. D. G. Dunn, Jesús recordado, Verbo Divino, Estella 2009; J. Gnilka, Jesús de Nazaret, Herder, Barcelona 1993; F. Martínez Fresneda, Jesús de Nazaret, Inst. Teológico, Murcia 2007; J. P Meier, Un judío marginal I-V, Verbo Divino, Estella 1998-2017; J. A. Pagola, Jesús, aproximación histórica, PPC, Madrid 2007; J. Philippe, La felicidad donde no se espera. Meditación sobre las bienaventuranzas, Patmos, Madrid 2018; A. Puig, Jesús. Una biografía, Destino, Barcelona 2005; E. P. Sanders, Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid 2004; G. Theissen y A. Merz, El Jesús histórico, Sígueme, Salamanca 1999; S. Vidal, Los tres proyectos de Jesús y el cristianismo naciente, Sígueme, Salamanca 2003; N. T. Wright, The NT and the Victory of the People of God I‒II, SPCK, London 1992, 1996.
  • [2] Cf. “Bautismo” en Gran Diccionario Bíblico, Verbo Divino, Estella 2017. 150‒154. He desarrollado extensamente el tema en Comentario a Marcos, Verbo Divino, Estella 2013. Además de las “biografías” de Jesús, citadas en nota anterior, sobre el bautismo cf. J. D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu, Sec Trinitario, Salamanca 1981; G. Barth, El bautismo en el tiempo del cristianismo primitivo, BEB 60, Sígueme, Salamanca 1986; C. K. Barret, Espíritu Santo en la tradición sinóptica, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; E. Schweizer, El Espíritu Santo, BEB 41,Sígueme, Salamanca 1992.
  • [3] Así lo ha puesto de relieve A. Vázquez, siguiendo a Vergote: «Muchos hombres religiosos, incluso fundadores de religiones han pasado por una época de “pecado” pasando luego por una conversión generalmente seguida de una fase penitencial, alejada del trato con los pecadores, “huyendo” de la tentación. Jesús, en cambio, aparece con frecuencia rodeado de “impuros” y, dejándose invitar de publicanos y pecadores, sin importarle siquiera las críticas a que esto daba lugar; pero, por otro lado, no aparecen jamás atisbos de que haya tenido nunca la más mínima experiencia de sentimiento ni de conciencia de culpa que le llevase a pedir perdón a Dios. He aquí un caso único diferencial entre los grandes hombres religiosos de la humanidad, lo cual parece demostrar que Jesús no era un hombre simplemente religioso, sino que su estilo de ser religioso tenía un carácter “nuevo” e inédito lo mismo que su mensaje. “Que Jesús se presente como un hombre que no experimenta la conciencia de pecado constituye un misterio psicológico” (A. Vázquez, Psicología de Jesús, en F. Fernández, Diccionario de Jesús de Nazaret, Monte Carmelo 2001, 1049‒1972,  http://www.galiciadigital.com/opinion/autor.67.php, con cita de A. Vergote, «Jesus de Nazareth sous le regard de la psychologie», en Explorations de 1’espace théologique, Univ. Press, Leuven 1900, 20).
  • [4] He desarrollado el tema en Hijo de Hombre. Cristología Bíblica, Sec. Trinitario Salamanca 1997; Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015 y Evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2013. Cf. G. W. H. Lampe, The seal of the Spirit, Oxford UP 1977, 33-45; H. Mühlen, El Espíritu Santo en la iglesia, Secretariado Trinitario, Salamanca 1998; M. Sabbe, Le baptême de Jésus, en I. de la Potterie (ed.), De Jésus aux évangiles, (BEThL 25) Gembloux-Paris 1967, 184-211.
  • [5] Sobre la creación por la “mirada” ha dicho San Juan de la cruz una apalabra definitiva: “Las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría. Según dice san Pablo, el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia (Heb 1,3). Es, pues, de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural… El mirarlas mucho buenas (cf. Gen 1, 31) era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo” (Cántico Espiritual B 5, 3.4). En desarrollado el tema en Ejercicio de Amor. San Juan de la Cruz, San Pablo, Madrid 2019, sobre estrofa 5.
  • [6] Así lo ha puesto de relieve A. Torres Qeiruga, Del Terror de Isaac alAbbá de Jesús. Hacia una nueva imagen de Dios, Verbo Divino, Estella 2000.
  • [7] He desarrollado este motivo del “evangelio” como buena nueva de felicidad y curación, que va de Iasías II y III hasta Jesús y el Nuevo Testamento, en Evangelio de Marcos,  Verbo Divino, Estella 2012, 39‒43. Cf. G. Friedrich, Euangelion, TDNT 2, 724-725 707-710; O. Schilling, Basar (buena nueva), Diccionario teológico del AT, Cristiandad, Madrid 1978, I, 861-865. Sobre los textos de Isaías II y III, cf. P. E. Bonnard, Le Second Isaie, son disciple et leur éditeurs (Isaïe 40-45), Paris 1972; K. Elliger, Deutero Jesaja (40,1-45,7) (BKAT 11/1), Neukirchen 1978;   C. Westermann, Jesaja 40-66 (ATD 19), Göttingen 1966. 
  • [8] He estudiado el texto en Comentario de Mateo, Verbo Divino, Estella 2017. Cf. E. Drewermann, Das Matthäusevangelium I-III, Walter V., Olten 1992/1995; M. García, Mateo. Guía de lectura del NT, Verbo Divino, Estella 2015; I. Goma Civit, El evangelio según san Mateo I-II, Facultad Teológica, Barcelona 1980, M. Grilli y C. Langner, Comentario al evangelio de Mateo, Verbo Divino, Estella 2011; M. J. Lagrange, Évangile selon Saint Matthieu, EB, Paris 1923; U. Luz, El evangelio según san Mateo. 1-IV, Sígueme, Salamanca 2001/4; S. Pérez Millás, Mateo. Comentario exegético I-VIII,Clie, Viladecavals 2009/2113; R. Schnackenburg, R., Matthäusevangelium I-II (NEB), Würzburg 1985/7; J. L.Sicre, El Evangelio de Mateo. Un drama con final feliz, Verbo Divino, Estella 2019; W. Trilling, El evangelio según san Mateo I-II, NTM, Herder, Barcelona 1970. Cf. también Cf. D. J. Verseput, The Rejection of the Humble Messianic King. A Stuy of the Composition of Matthew 11-12, Lang, Frankfurt 1986; I. Schottroff y W. Stegemann, Jesús de Nazaret, esperanza de los pobres, Sígueme, Salamanca 1981.

Ser cristiano se parece más a ser pobre que a ir a misa

Las Bienaventuranzas (Lc 6, 17. 20-26)

Por Tomás Muro Ugalde

La ética cristiana

El evangelista S Lucas nos propone hoy el estilo, el «cómo» ser y vivir desde Cristo: el comportamiento: es decir, la moral y la ética. Son las bienaventuranzas: “Dichosos” y, al mismo tiempo, como contrapunto de San Lucas, las “malaventuranzas.”ay de vosotro

 Tengamos en cuenta que en el estilo de vida, en el talante que tengamos en la vida, en el comportamiento se juega nuestra felicidad, nuestra serenidad en la vida. Jesús habla de felicidad: seréis dichosos, bienaventurados y felices…

No se puede vivir de cualquier manera, ni se puede ser feliz de cualquier modo, ni en la vida vale todo.

maldito – bendito

El profeta Jeremías y Jesús usan palabras fuertes para expresar cuál ha de ser el comportamiento humano ¡maldito quien confía en el orgullo del  hombre! ¡Ay de vosotros los ricos y los que estáis saciados, quienes confiáis en vuestra riqueza, en vuestro poder o en vuestra sabiduría!

Al mismo tiempo, Jesús propone un estilo de vida enormemente chocante para nuestra mentalidad. Tan chocante que, apenas nadie, sigue ese camino, que sin embargo es el que lleva a la felicidad. Bienaventurados los pobres, los que se esfuerzan y trabajan en la vida por la paz, porque realmente son dichosos y libres.

En los parlamentos, lo mismo da sea Vitoria que Madrid u otras instituciones, si alguien osara proponer estos criterios de vida, duraría veinte minutos como mucho.

Sin embargo los grandes problemas de la vida y las grandes tristezas las tenemos en casa: el problema del sentido de la vida, la pacificación del pueblo tras tantos años turbulentos de violencia, la depresión y el suicidio en aumento, Ucrania-Rusia-Usa-Otan…

¿Cómo llegar a vivir serenamente en paz y dichosos?

JesuCristo nos propone el camino de las bienaventuranzas, de la confianza en Dios y no en las cosas. Alguien decía aquello de que: Cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa.

El filósofo alemán del siglo XX, M. Heidegger decía: solamente Dios puede salvarnos.

Jesús tiene una escala de valores diferente:

Jesús cree inicial y únicamente en Dios Padre. Bendito quien confía en el Señor (Jeremías). Desde Dios, Jesús vive, ama y entrega su vida por todos los hombres, no se reserva nada para sí: se vacía no solamente de cosas (pobreza material), sino incluso se vacía de su propia persona, que la entrega hasta la última gota de su sangre (pobreza personal).

Me parece que solamente quien cree en Dios puede ser libremente pobre y se es pobre libremente cuando creemos y confiamos en Dios

¿En qué o en quién ponemos nuestra confianza?

El salmo 20,9 dice:Unos confían en sus carros, y otros en caballos; mas nosotros confiamos en el SEÑOR.

    La riqueza, el poder, el dinero, el orgullo, deben de tener algún atractivo especial y fuerte porque los seres humanos seguimos poniendo nuestra fe, nuestra confianza y nuestra esperanza en ellos.

Para muchos de nosotros es más importante el dinero que Dios y que el hombre. Es más importante la raza, la patria que Dios y que el mismo hombre; para muchos de nosotros es más importante el estar arriba, ocupar cargos o dominar que Dios y el ser humano. Para muchos de nosotros son más importantes las cosas que los valores. Lo que cuenta es tener cosas.

No confundamos las cosas con los valores.

Los bienes, las cosas son lo que son y sirven para lo que sirven, pero los valores no se logran con tener.

Del tener no viene el ser. Es evidente que hoy en día, en los países que llamamos desarrollados, tenemos muchas más cosas de las que tenían nuestros mayores hace 70 o 100 años. Pero ¿somos más pacíficos, somos más felices-dichosos, somos más honrados, más libres de lo que fueron aquellos mayores?

El sentido de la vida, la esperanza, la felicidad, la paz, el perdón, la convivencia no son valores que se fabriquen en ninguna industria ni se venden en ningún supermercado.

En nuestra sociedad ¿alguien cree en la pobreza (no miseria, pero sí pobreza libremente elegida) como forma valiosa de vida, pobreza que nos hace libres? ¿Alguien cree en la humildad, en el “estar abajo” en actitud de servicio? (recordemos el debate político de estas últimas semanas). 

05. Tres breves conclusiones:

En primer lugar:

Nosotros hemos centrado todo el cristianismo en la práctica religiosa casi estrictamente sacramental. Eso puede que tenga algún interés, pero no es ni lo único, ni lo más importante, porque ser cristiano se parece más a ser pobre que a ir a misa, se parece más a ser servicial que sacral, a trabajar por los demás que a refugiarse en un castillo de espiritualidad del Templo.

Y en segundo lugar:

Posiblemente el estilo de vida en el ámbito socio.cultural.político que nos toca vivir, en el «aquí» occidental y en el «ahora» no genera valores: produce cosas, pero no valores. Este proyecto y sistema producen consumismo, sin.sentido, muerte, droga, paro, guerras y racismos, pero no felicidad ni personas.

pongamos la confianza en Dios

    Se trata de ser dichosos en la vida, de vivir en serenidad, a lo cual llegaremos poniendo nuestra confianza en Dios

Las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret

La verdadera interpretación

Por José Comblin 

Jesús dice: ¡“Bienaventurados los pobres, porque el reino de Dios les pertenece! ¡Bienaventurados vosotros que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados! ¡Bienaventurados ustedes que ahora lloran, porque han de reir!…(Lc. 6,20-21). 
Explicaron esas bienaventuranzas como siendo palabras de consuelo: “Consolaos vosotros los pobres, porque el reino de Dios les pertenece – ¡en el cielo! Bienaventurados los que tienen hambre, porque serán saciados – ¡en el cielo!…”. 

Sería como una recompensa o un consuelo por la paciencia que tuvieron en la tierra. Eso fue repetido durante siglos, hasta el momento en que los trabajadores y los pobres del mundo se rebelaron y perdieron la confianza en los predicadores. 

Sin embargo, Jesús quiso decir: “¡Levántense los pobres! ¡En marcha! ¡Vosotros vais a realizar el reino de Dios! ¡Levántense los que tienen hambre! ¡En marcha! ¡Vayan a conquistar la comida! ¡Levántense los que lloran! ¡En marcha! ¡Viene el momento en que vosotros vais a reír!”. 

Con eso Jesús quería darles ánimo a los pobres, movilizar sus fuerzas, darles coraje frente a la falta de esperanza. ¡No quiso aconsejar a los pobres el quedar esperando que del cielo les viniese un cambio sin que ellos tuviesen nada que hacer, como si la pobreza fuera en sí misma una virtud que Dios fuera a recompensar! 

Esa fue la interpretación de las elites sociales, de los privilegiados y muchas veces una expresiva parcela del clero simplemente repitió la interpretación de los poderosos, haciéndose portavoz de los privilegiados, consiguiendo la pasividad de los pobres por razones religiosas. 

Ese fue el gran escándalo de la historia. El mensaje que debía levantar el ánimo de los pobres fue desviado y sirvió para mantenerlos en la pasividad. Les enseñaron a conformarse con su pobreza, en lugar de convocarlos para luchar contra esa pobreza. ¡Fue la gran traición de los clérigos! Desgraciadamente esa traición todavía continúa en muchos lugares que todavía cultivan la antigua cristiandad. 

(Párrafos del ensayo “¿QUÉ ES LA VERDAD?”, DE JOSÉ COMBLIN, Página 16, editado por el MOVIMIENTO TAMBIÉN SOMOS IGLESIA – CHILE, en mayo 2007, (Traducción del original portugués: “O que é a verdade?”, Editorial Paulus, 2005; hecha por Juan Subercaseaux A., en Santiago de Chile, el 11 de Setiembre de 2007) 

Felicidad de Jesús

Fray Luis de León y la portada de la Universidad de Slamanca
  • Felicidad de Jesús. Por la senda de los muchos sabios (pobres) que en el mundo han sido

Un poeta de la Nueva Castilla, afincado en la Vieja (Salamanca) escribió un poema sobre la “descansada vida de los pocos sabios que en el mundo han sido” (Luis de León). Jesús, en cambio, ofreció felicidad para multitud de pobres, llamados a escuchar la palabra de dicha de la vida, siendo no sólo felices ellos, sino irradiando felicidad a los ricos.

            Para ser feliz, Luis de León se retiró en su casa-huerto rico, del monte en la ladera, junto al río, para cultivar su felicidad a solas, “libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo”, porque se decía: “vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo…”.

            Jesús quiso abrir una ancha senda de felicidad en el amor, sin odio ni recelo, pero con celo inmenso de vida, de esperanza. Una felicidad que no decía “vivir quiero conmigo”, sino en medio de otros, mis amigos, recibiendo y dando amor a ríos, con miles y millones de “sabios pobres”.           

Por X. Pikaza Ibarrondo

La felicidad solitaria del rico que dice hacerse pobre al retirarse al huerto junto al río tiene su valor, como yo mismo he destacado en algún escrito. Ese retiro de ermitaño puede formar parte del camino de la dicha más perfecta, amor de solitarios que convierten su desierto en campo que se abre al gozo compartido. En esa línea, el ideal y camino de la felicidad de Jesús tiene que ser una senda de bienaventuranza desde los más pobres (Imágenes. Fray Luis, en su Salamanca rica; ermita de pobre en la Batuecas; libro… ante una cúpula pobre de la pobre Jerusalén)

FELICIDAD DEL POBRE, UN PRINCIPIO DE EVANGELIO

En la forma actual de división, injusticia económica y opresión política, el rico en cuanto tal no puede ser feliz, a no ser de manera mentirosa, engañándose a sí mismo y engañando (oprimiendo a los demás). Conforme a Jesús, la felicidad se identifica con la gratuidad, esto es, con la fe (confianza en Dios), en medio de una vida de carencia y opresión.            Esta es la experiencia originaria de Jesús: Él descubre y dice que los pobres y excluidos que pueden ser felices, en contra de un orden social (un mundo) que vive empeñado en tener y poder, en la salud exterior y el dominio sobre los demás. La felicidad implica un tipo de “acogida”, de aceptación. Esto es algo que muchos pobres no saben, y por eso viene Jesús a decírselo, con su vida, con su presencia, con su ayuda.

Entendidas así, las bienaventuranzas constituyen un reto, una apuesta de Jesús, que descubre y expresa su felicidad entre los pobres, de quienes recibe y con quienes comparte la dicha de la vida, hecha de paz interior, de gratuidad y esperanza. En principio, no quiere cambiar nada por la fuerza, por la ley establecida, por un tipo de sacralidad del templo. Acepta las cosas como son, y en ellas descubre la felicidad.           

1.En el principio está la felicidad. No somos nosotros los que inventamos (creamos y cultivamos) la dicha, sino que ella empieza siendo un don, un regalo. De la felicidad del amor hemos nacido, los ojos dichosos de una madre han encendido felicidad en nuestros ojos… Por felicidad de Dios (=de la Vida) hemos nacido; partiendo de la felicidad nos vivimos, nos movemos y existimos.

             Ciertamente, en el Antiguo Testamento, la felicidad está vinculado a la justicia de Dios, que protege a huérfanos, viudas y extranjeros, a todos los que en este mundo no pueden (o no quieren) triunfar por sí mismos. Pero esa justicia abierta a los pobres (desde los más pobres) no puede existir sin felicidad precedente. Sin gozo primero no hay nada, sin un día olvidamos (o rechazamos del todo) la felicidad nos mataremos. En los países que se llaman “más adelantados”, el suicidio es ya la primera causa de muerte de los jóvenes.

2.La felicidad de los pobres, ellos nos evangelizan. Los ricos y poderosos de Luis de León en el siglo XVI (y los de ahora, siglo XXI) quieren ser felices por aquello que tienen, por su gran riqueza, sus palacios, sus afanas… pensando que así pueden alcanzar la dicha, pero sin lograr alcanzarla. Entre los más ricos son muchos los que se suiciden, los que sólo viven a base de drogas, analgésicos, mentidas. La felicidad no es algo que se tiene o se puede conseguir a golpe de talonario o palacio, sino un don antecedente, el propio ser, la vida.

            Jesús lo descubre así en los pobres, así lo aprende, así se lo dice. En ese sentido podemos y debemos decir que él ha sido “evangelizado” (ha recibido la buena nueva de Dios) por los pobres. Ellos le han hablado así con su vida del don de Dios que es vida, le han descubierto su tarea: Ellos le dicen que el mismo Dios le ha enviado a proclamar esta buena noticia de la vida y del Reino de Dios que está en los pobres, descubriendo en ellos rostro de Dios, e iniciando desde (con) ellos el camino el camino de la paz mesiánica (Lc 4, 18-19; Mt 11, 5).3.Bienaventurados los pobres, ellos pueden hacer bienaventurados a los ricos. No son los ricos los que deben ofrecer felicidad (bienaventuranza) a los pobres, pues no la tienen, sino todo lo contrario: Son los pobres los que pueden hacer bienaventurados a los ricos, si es que se dejan amar y acoger por los pobres, que no quieren quitarles nada (ni riqueza, ni poder). No se trata pues de una inversión de peones (que los pobres se hagan ricos, que los ricos se hagan pobres), sino de una elevación de todos.

            Se trata de subir de plano, sino de volver al origen de la creación: Vio Dios que todas las cosas eran buenas, especialmente los hombres.  Jesús descubrió en los pobres y supo por experiencia propia que la felicidad no es la riqueza o poder de algunos, ni un tipo de satisfacción externa, sino la gracia de la misma vida, pero no para encerrarse en ella, como ermitaños, eremitas de huerto junto al río, sino como hermanos, amigos de todos, por todos los caminos. Los pobres felices pueden irradiar esa experiencia, cambiando así no sólo su propia de vida, sino la vida de los mismos ricos, de forma que ellos también (los ricos) descubran y cultiven el gozo de la gratuidad, de la vida como don, felicidad compartida.

4. Los pobres han sido el mesías de Jesús, ellos le han enseñado a descubrir a Dios. Ciertamente, Jesús llama a su lado a los pobres (¡venid todos los cansados y agobiados…!), y lo hace como “mesías de Dios”. Pero han sido ellos los que le revelan el rostro divino de la vida: ellos le han dicho que hay Dios, el Dios que le habla y le llama, le enriquece y transforma por medio de ellos, los pobres.

            Por eso, Jesús ha salido del desierto del río Jordán, donde esperaba, con Juan Bautista, la llegada del juicio de la ira (el hacha, el huracán, el fuego…). Jesús salió de su pequeño huerto junto al río para anunciar a todos la felicidad de Dios, en medio de la misma pobreza y enfermedad del mundo. Alguien ha dicho que “los pobres mueren y no son felices” (cf. A. Camus). Pero Jesús sabe que los mismos pobres pueden ser y son felices, millones de hambrientos, sedientos, desnudos, extranjeros, enfermos y encarcelados (cf. Mt 25, 31-46), descubriendo y reconociendo en su pobreza la chispa de la vida, no para que todo siga igual, sino para transformarlo todo en justicia de amor.5. Los pobres son evangelizadores, ellos abren un camino universal de la felicidad. No una senda exclusivista de “club VIP” de ricos, sino una “vía magna” de bienaventuranza y victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio. Todos pueden unirse en ese camino de pobres. Para unirse en ese camino universal de vida no hace falta tener nada, sino ojos para admirar, corazón para latir en sintonía con otros, manos para acompañarse.

            Según eso (conforme a la bienaventuranzas y a Mt 15,31-46), privilegiados de Dios no son sólo los pobres-pobres, sino aquellos a quienes los pobres les ayudan a descubrir el gozo de la gratuidad, de forma que ellos, los ricos,  conviertan también su vida en don para los otros. Aquí no se habla ya sólo de pobres materiales, sino los hombres felices, que irradian la felicidad de Dios, según Jesús. De esa manera, unos y otros, pobres y aquellos que les acompañan y aprenden pueden formar y forman una iglesia fraterna de felicidad donde lo que importa es  la experiencia de Dios como vida y  el amor mutuo: amor al lejano y al cercano, al enemigo y al amigo, amor que crea comunión.   

EXPERIENCIA DE CRISTO, TAREA DE LA IGLESIA

1.Cómo enriquecerse unos a otros. Los ricos como ricos de bienes materiales pueden dar comida y casa, vestido, un tipo de dignidad externa. Los pobres, en cambio, pueden dar felicidad, experiencia de transformación, de curación personal… (Mt 25, 31-46). Conforme a los mandatos misioneros más antiguos (Mc 6; Mt 10; Lc 9 y 10) Jesús envía a sus discípulos sin bienes materiales (sin alforja ni dinero). Les dice que vayan  y ofrezcan palabra y curación.  

En contra de cierto pauperismo (antiguo o moderno), Jesús no ha rechazado a los dueños de casas y campos (sedentarios), que simbolizan el antiguo modelo israelita, donde cada familia poseía su heredad y vivía en armonía (pacto) con otras familias del entorno. No fue purista (que sólo admitía en su grupo a pobres sin casa), sino que buscó (y llamó) también a los propietarios, a quienes proclamaba y para quienes comenzaba a construir el Reino, pidiéndoles que acogieran a los pobres, compartiendo con ellos sus riquezas.

Así dice evangelio que él comía y bebía (cf. Mt 11, 19), no sólo con Leví, publicano (cf. Mc 2, 13-17), sino en las casas de otros propietarios (cf. Mc 14, 3-9; Lc 7, 36-50; 14, 1-24), aunque no ha iniciado su movimiento de Reino con ellos, sino con los pobres y en concreto con itinerantes (por necesidad u opción evangélica). No quiso trazar una oposición violenta (itinerantes-pobres contra propietarios), sino un movimiento de recreación para todos, desde aquellos que no tienen nada (que no han de juzgar, sino perdonar a los enemigos). No quiso la guerra, ni un pacto de poder, sino una transformación (simbiosis) entre itinerantes (sin propiedad) y propietarios, desde los más pobres, retomando así dos modelos sociales que habían surgido en la historia israelita, de forma sucesiva y separada.

2. Jesús abrió caminos y espacios de comunicación universal. Espacios de encuentro desde los itinerantes pobres, sin buscar una conquista violenta de la tierra (a diferencia de Josué en tiempo antiguo y de los celotas nuevos de la guerra del 67-70 d.C.) y sin necesidad de expulsar (matar) a los antiguos propietarios. Así empalma con el comienzo de la historia israelita (entrada de los hebreos en Palestina), superando la oposición entre propietarios antiguos y nuevos conquistadores (que tienden a ser otra vez propietarios, expulsando o matando a los anteriores). Sus itinerantes no toman la tierra por guerra, ni matan a los propietarios (como pedían ciertas leyes antiguas: cf. Ex 23, 23-33; 34, 11-16; Dt 7, 1-6 etc.), sino que les ofrecen salud y curación, iniciando un camino de entrega y solidaridad (Reino).

            Jesús retoma así el camino de  antiguos itinerantes pores (hebreos sin tierra), para iniciar con (como) ellos un camino del Reino, desde los pobres y expulsados de la nueva Galilea, no para proclamar otra guerra santa, sino para anunciar y ofrecer el Reino a los mismos sedentarios/propietarios, invirtiendo el esquema del éxodo (salida de Egipto) y la conquista antigua de la tierra. Esos itinerantes (por opción y/o necesidad) proclaman el reino a los ricos, abriendo un camino de perdón y paz donde triunfaba la guerra, invirtiendo el modelo del Éxodo desde la justicia social de los profetas. Ellos no expulsan a los “cananeos” (nuevos propietarios), sino que se ponen en sus manos y les curan, abriendo un camino de paz universal, que ofrecen a los sedentarios, para compartir con ellos una experiencia más honda de salud, de humanidad reconciliada. 

3.Iglesia antigua, un ensayo múltiple de comunicación. La iglesia primitiva de Jerusalén se llama “iglesia de los pobres”, conforme al testimonio del libro de los Hechos. Lo mismo aparece en los textos de Pablo: la iglesia es comunidad que no está fundada en los ricos y fuertes, sino experiencia de comunión, donde todos, unos y otros, pueden vincularse en amor y solidaridad, una iglesia que no está centrada en los ricos y poderosos, sino en los pobres que aman, abriendo así espacios de felicidad compartida.

La iglesia posterior ha corrido (y corre el riesgo) de convertirse en comunidad de ricos, en un plano de poder sacral e incluso de dinero. Ella ha tendido a ser iglesia de ricos al servicio de los pobres, ofreciendo una evangelización desde arriba: desde unas instituciones de poder sacral e incluso de dominio económico. Muchos dicen que ha tomado el poder para liberar y ayudar a los demás desde el poder: los ricos y poderosos ayudan a los pobres. Pero esa ayuda puede convertirse en signo de egoísmo propio, en una nueva forma de imposición de unos sobre otros.  

4. Iglesia siempre pobre, semilla de amor mutuo, no fuente de poder. Quizá la la mayor aventura (desventura) histórica del siglo XX y principios del XXI ha sido que algunos grupos (partidos políticos, estados, multinacionales capitalistas) han tomado el poder diciendo que quieren “ayudar” (enriquecer) de esa manera a los demás: el comunismo ha optado por tomar el Estado para trasformar desde allí a la población pero ha corrido el riesgo de convertirse en triste dictadura de unas instituciones absolutizas. También el capitalismo dice que quiere tomar el poder económico, para así abrir espacios de libertad para todos.  Pero ha corrido el riesgo de volver una más honda dictadura, en nombre de la libertad de todos, quitando así de hecho libertad y vida a los más pobres.

En contra de eso, queremos una iglesia donde pobres  de un tipo y de otro pobres vivan en comunión, donde nadie tome el poder para imponerse sobre los demás; una iglesia donde los más pobres y felices evangelicen a los otros, para que todos puedan compartir en comunión las riquezas de la vida que es Dios en nosotros.  Queremos una iglesia donde el valor fundamental sea el amor, vivido desde la pequeñez, sin que unos se impongan sobre otros… sin jerarquías sagradas (la jerarquía es la visión del poder como algo sagrado). Conforme al evangelio, la expresión y signo de Dios no es la jerarquía sino los pobres (cf. Mt 25, 31-46). 

5.Conclusión. ¿Un concilio permanente de pobres?  Un  concilio sin necesidad de grandes sedes, de hoteles de lujo donde se reúnen los más ricos de un tipo de club que pudiera llamarse de Wilderberg o de Salamanca, donde ahora (30.1.21) están reunidos en un convento de ricos (el antiguo San Esteban) los presidentes de las Españas para repartir dineros de Europa. Queremos un concilio permanente “de a pie de calle”, de vida. Queremos que Fray de León (de Salamanca) no se retire al huerto particular de su río, diciendo “vivir quiero conmigo”… Que el huerto separado, “del monte en la ladera” se convierte en monte abierto de bienaventuranzas de felicidad (Sermón del monte, Mt 5-7).

            En esa línea queremos ido soñar y soñamos en la posibilidad de un Concilio donde la palabra clave la tengan los pobres. No queremos que se diga “todo para los pobres, pero sin los pobres”, como algunos parecen decir (en el mejor de los casos). Queremos que se pueda proclamar: “pobres del mundo, uníos”; uníos en amor, no para tomar el poder dominar sobre los demás, ni siquiera para ayudarles desde arriba, sino para compartir con todos el camino de la vida. En esa línea, al final del llamado “concilio de Jerusalén” (Gal 2; Hch 15), la palabra clave fue “no os olvidéis de los pobres” (es decir, que los pobres no se olviden de vosotros).