Las claves de una catástrofe anunciada

El lamentable papel de Europa en la guerra Rusia – Ucrania y las lágrimas que desató

El reconocido sociólogo portugués analiza cómo se llegó al conflicto y la incapacidad de los dirigentes europeos para desarmar una guerra largamente preparada. El papel de Estados Unidos y lo que le espera a la política y la economía internacional.

Boaventura de Sousa Santos

Por Boaventura de Sousa Santos

Debido a que Europa no ha sido capaz de hacer frente a las causas de la crisis, está condenada a hacer frente a sus consecuencias. El polvo de la tragedia está lejos de haberse asentado, pero, aun así, nos vemos obligados a concluir que los líderes europeos no estaban ni están a la altura de la situación que estamos viviendo. Pasarán a la historia como los líderes más mediocres que Europa ha tenido desde el final de la Segunda Guerra Mundial. 

Seguí en vivo el minuto a minuto de la guerra entre Rusia y Ucrania 

Ahora están haciendo todo lo posible en la ayuda humanitaria, y no se puede cuestionar el mérito de dicho esfuerzo. Pero lo hacen para salvar las apariencias ante el mayor escándalo de este tiempo. Gobiernan los pueblos que, en los últimos setenta años, más se han organizado y manifestado contra la guerra en cualquier parte del mundo donde sea que esta se haya producido. Y no fueron capaces de defenderlos de la guerra que, al menos desde 2014, se venía gestando en casa. 

Las democracias europeas acaban de demostrar que gobiernan sin el pueblo. Hay muchas razones que nos llevan a esta conclusión.

Una guerra preparada hace mucho

Esta guerra estaba siendo preparada hace mucho tiempo tanto por Rusia como por Estados Unidos. En el caso de Rusia, la acumulación de inmensas reservas de oro en los últimos años y la prioridad otorgada a la asociación estratégica con China, concretamente en el ámbito financiero, con miras a la fusión bancaria y la creación de una nueva moneda internacional, y en el comercio, donde hay enormes posibilidades de expansión con la iniciativa Belt and Road en Eurasia. 

En las relaciones con los socios europeos, Rusia ha demostrado ser un socio creíble, dejando claras sus preocupaciones de seguridad. Preocupaciones legítimas, si por un momento pensamos que en el mundo de las superpotencias no hay buenos ni malos, hay intereses estratégicos que hay que acomodar. Este fue el caso en la crisis de los misiles de 1962 con la línea roja de Estados Unidos, que no quería misiles de mediano alcance instalados a 70 km de su frontera. Que no se piense que fue solo la Unión Soviética la que cedió. Estados Unidos también desistió de los misiles de mediano alcance que tenía en Turquía. Cedieron de manera recíproca, se acomodaron, y tuvieron un acuerdo duradero. ¿Por qué no fue posible lo mismo en el caso de Ucrania? Veamos la preparación en el lado estadounidense.

La democracia es solo la pantalla de EE.UU.

Ante el declive del dominio global que ha tenido desde 1945, EE.UU. busca consolidar a toda costa zonas de influencia, que garanticen facilidades comerciales para sus empresas y acceso a materias primas. Lo que escribo a continuación se puede leer en documentos oficiales y think tanks, por lo que se prescinde de teorías conspirativas. La política del regime change no está dirigida a crear democracias, solo gobiernos que sean fieles a los intereses de Estados Unidos. 

No fueron estados democráticos los que surgieron de las sangrientas intervenciones en Vietnam, Afganistán, Iraq, Siria, y LibiaNo fue para promover la democracia que alentaron golpes de Estado que depusieron a presidentes elegidos democráticamente en Honduras (2009), Paraguay (2012), Brasil (2016), Bolivia (2019), sin mencionar el golpe de 2014 en Ucrania. 

Desde hace algún tiempo, el principal rival es China. En el caso de Europa, la estrategia estadounidense tiene dos pilares: provocar a Rusia y neutralizar a Europa (especialmente a Alemania). La Rand Corporation, una conocida organización de investigación estratégica, publicó en 2019 un informe preparado a petición del Pentágono, titulado «Extendiendo Rusia. Competir desde terreno ventajoso». En él se analiza cómo impactar a los países para que la provocación pueda ser explotada por Estados Unidos. 

Cómo desestabilizar a Rusia

Con respecto a Rusia, dice: «Hemos analizado una serie de medidas no violentas capaces de explotar las vulnerabilidades y ansiedades reales de Rusia como un medio para presionar al ejército y la economía de Rusia y el estatus político del régimen en el país y en el extranjero. Los pasos que hemos examinado no tendrían la defensa ni la disuasión como objetivo principal, aunque podrían contribuir a ambos. Por el contrario, tales pasos se consideran elementos de una campaña diseñada para desestabilizar al adversario, obligando a Rusia a competir en campos o regiones donde Estados Unidos tiene una ventaja competitiva, llevando a Rusia a expandirse militar o económicamente, o haciendo que el régimen pierda prestigio e influencia a nivel nacional y/o internacional». 

¿Necesitamos saber más para entender lo que está sucediendo en Ucrania? Rusia fue provocada a expandirse para luego ser criticada por hacerlo. La expansión de la OTAN hacia el este, en contra de lo que se había acordado con Gorbachov en 1990, fue la pieza clave inicial de la provocación. La violación de los acuerdos de Minsk fue otra pieza. Cabe señalar que Rusia comenzó por no apoyar el reclamo de independencia de Donetsk y Lugansk después del golpe de 2014. Prefería una fuerte autonomía dentro de Ucrania, como está establecido en los acuerdos de Minsk. Estos acuerdos fueron rotos por Ucrania con el apoyo de Estados Unidos, no por Rusia.

El papel destinado a Europa

En cuanto a Europa, el principio es consolidar la condición de socio menor que no se atreva a perturbar la política de las zonas de influencia. Europa debe ser un socio fiable, pero no puede esperar reciprocidad. Por eso la UE, ante la ignorante sorpresa de sus líderes, fue excluida del AUKUS, el tratado de seguridad para la región del Índico y el Pacífico entre EE.UU., Australia e Inglaterra. 

La estrategia del socio menor requiere que se profundice la dependencia europea, no solo en el ámbito militar (ya garantizado por la OTAN) sino también en el económico, es decir, en términos energéticos. La política exterior (y la democracia) de EE. UU. está dominada por tres oligarquías (no solo hay oligarcas en Rusia y Ucrania): el complejo militar-industrial; el complejo gasífero, petrolero y minero; y el complejo bancario-inmobiliario. Estos complejos tienen ganancias fabulosas gracias a las llamadas rentas monopólicas, situaciones privilegiadas de mercado que les permiten inflar los precios.

El objetivo de estos complejos es mantener al mundo en guerra y crear una mayor dependencia de los suministros de armas estadounidenses. La dependencia energética de Europa en relación con Rusia era inaceptable. Desde el punto de vista de Europa, no se trataba de dependencia, se trataba de racionalidad económica y diversidad de socios. 

Con la invasión de Ucrania y las sanciones, todo se consumó como estaba previsto, y la apreciación inmediata de los precios de las acciones de los tres complejos tenía champán esperándolosUna Europa mediocre, ignorante y sin visión estratégica cae impotente en manos de estos complejos, que ahora les dirán los precios a cobrar. Europa está empobrecida y desestabilizada por no haber tenido líderes a la altura del momento. 

Además de eso, se apresura a armar a los nazis. Tampoco recuerda que, en diciembre de 2021, la Asamblea General de la ONU adoptó, a propuesta de Rusia, una resolución contra la «glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que promuevan el racismo, la xenofobia y la intolerancia». Dos países votaron en contra, Estados Unidos y Ucrania.

¿Para qué sirve la OTAN?

Las negociaciones de paz en curso son una equivocación. No tiene sentido que sean entre Rusia y Ucrania. Deberían ser entre Rusia y EE.UU./OTAN/Unión Europea. La crisis de los misiles de 1962 se resolvió entre la URSS y Estados Unidos. ¿Alguien se acordó de llamar a Fidel Castro para las negociaciones? 

Es una cruel ilusión pensar que habrá una paz duradera en Europa sin compromiso real por parte de Occidente. Ucrania, cuya independencia todos queremos, no debería unirse a la OTAN. ¿Finlandia, Suecia, Suiza o Austria han necesitado hasta ahora la OTAN para sentirse seguros y desarrollarse? 

De hecho, la OTAN debería haber sido desmantelada tan pronto como acabó el Pacto de Varsovia. Solo entonces la UE podría haber creado una política y una fuerza de defensa militar que respondiera a sus intereses, no a los intereses estadounidenses. ¿Qué amenaza había para la seguridad de Europa que justificara las intervenciones de la OTAN en Serbia (1999), Afganistán (2001), Irak (2004), y Libia (2011)? Después de todo esto, ¿es posible seguir considerando a la OTAN como una organización defensiva?

Elecciones en Portugal 

Boaventura de Sousa: «Si ganan las izquierdas en Portugal, habrá paz social; si son las derechas, crisis social» 

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El sociólogo Boaventura de Sousa Santos

BEATRIZ ASUAR GALLEGO@BEAASUARGALLEGO 

Portugal volverá a votar el 30 de enero de 2022. El Gobierno de Antònio Costa ha llegado a su fin tras la caída de los Presupuestos, la máxima exposición de un pacto entre las izquierdas lusas que, en realidad, llevaba tiempo roto. La extrema derecha podría ser el partido más beneficiado de este nuevo encuentro en las urnas tras una etapa marcada por la covid-19 y un gran sentimiento de frustración entre todos aquellos que votaron para que los socialistas, los comunistas y el Bloco de Esquerda siguieran la senda que iniciaron en 2015 con la recuperación de los derechos perdidos con la troika. El sociólogo Boaventura de Sousa Santos (Coímbra, 1940) reflexiona con Público sobre este contexto. La pandemia, como ya explicó en su libro El futuro comienza ahora. De la pandemia a la utopía (Akal, 2021), ha cambiado todo el panorama político y social. No se puede leer la crisis política sin atender a esto pero, con su habitual «optimismo», el reconocido intelectual no da nada por perdido. Hasta las elecciones hay dos meses de vértigo para las izquierdas —que se arriesgan a que los conservadores y la extrema derecha vuelvan al poder— muestren que su entendimiento no fue una excepción y que son alternativa. 
 

Usted dio una charla en Madrid por la presentación de ‘Izquierdas del mundo, uníos’. Era 2018 y el ejemplo a seguir para las izquierdas europeas era el Gobierno portugués. ¿Cómo debemos verlo ahora: sigue valiendo o, con la perspectiva actual, se puede decir que fue el modelo no funcionó? 
 

El argumento de 2018 todavía sirve, pese a las dificultades y a que estamos en un período de mucha incertidumbre. Pero sí: la solución portuguesa sigue siendo la alternativa de gobernabilidad. El problema es que las condiciones en Portugal —y en el mundo— cambiaron mucho con la pandemia. En Portugal hubo un desempeño casi brillante en la gestión de la pandemia a nivel mundial, gracias a la cohesión política. Los principales actores políticos —Marcelo Rebelo de Sousa, el presidente de la República del conservador Partido Social Demócrata (PSD); Antònio Costa, el primer ministro del Partido Socialista (PS); y Rui Rio, actual líder de la oposición (PSD)— estuvieron de acuerdo en que no tenían que hacer de la pandemia una discusión política porque, sin cohesión política, no habría cohesión social, y eso es fundamental en una pandemia. Los partidos de izquierdas también colaboraron mucho en este proceso. 

«Algunas heridas que existían de antes, se han hecho más fuertes después la pandemia» 

Llegamos ahora a este punto porque algunas heridas que existían de antes, se hicieron más fuertes después de la pandemia. Portugal, a partir de 2011, pasó por un ajuste estructural, la troika, que desencadenó una grave crisis social. Las desigualdades sociales se profundizaron y los recortes en los salarios y en las pensiones fueron enormes. En 2015-2016, la idea de las alianzas de izquierdas —PS, el Bloco de Esquerda (BE) y el Partido Comunista Portugués (PCP)— era cerrar la puerta a la Troika, y eso se logró.  

En 2019 todo cambió porque, tras las últimas elecciones, ya no había acuerdo escrito. El PCP, preocupado por su pérdida de votos, no quiso firmar un documento. Los socialistas tampoco quisieron negociar con el Bloco. Y ahora han salido a la luz las cuestiones más complicadas para las izquierdas para negociar, que son problemas que también hay en España: la subida de salarios, la reforma laboral y la gestión del Sistema Nacional de Salud

Portugal irá a elecciones el 30 de enero: las izquierdas se juegan la gobernanza que ganaron en 2015 

BEATRIZ ASUAR GALLEGO 

El problema con los Presupuestos fue que se llegó a su tramitación sin haber negociado con tiempo estas cuestiones. Se mezclaron cambios políticos, como la reforma laboral, con cuestiones presupuestarias. Fue una gran frustración porque Portugal avanza bien, este trimestre crece al 4,2% y esto supera la media europea. Y así, ante la sorpresa de todos, porque este escenario perjudica a las izquierdas, se vuelve a votar.

  
 Las izquierdas se juegan la gobernanza en el país. ¿Cómo han perdido esta oportunidad por no llegar a un acuerdo? La prensa está dividida en varias posiciones, y a mi juicio ninguna está bien. Hay una parte que dice que las negociaciones fracasaron porque los socialistas querían elecciones para conseguir mayoría absoluta. Yo seguí muy de cerca las negociaciones, sin poder pero observando e intentando establecer puentes, y vi todos los documentos. Hubo avances y los socialistas cedieron, pero no lo suficiente pero que ni siquiera el Bloco se abstuviera. 

«No hay alternativa al capitalismo y el voto del resentimiento va para la extrema derecha» 

Otra parte, más conservadora, dice que la culpa es de las izquierdas porque no saben entenderse y que lo de 2015 fue excepcional. Un mensaje ya dirigido a ganar votos en las elecciones. 

La izquierda portuguesa busca cómo rearmarse tras el fiasco de los Presupuestos y el avance de la extrema derecha 

BEATRIZ ASUAR GALLEGO 

Por último, los más socialistas niegan que hubiera interés por ir a elecciones porque lo más probable es que salgan perjudicados por el cansancio que arrastra el pueblo por la pandemia o por fracasos y fallos como el precio del combustible. 

Yo realmente creo que fallaron el PS y el Bloco. El PCP, que tiene más química con los socialistas, negoció todo lo que pudo. Pero hay otro problema y es que se crearon una propia trampa al creer en la idea de que los partidos a la izquierda de los socialistas pierden votos si ayudan al PS. Yo creo que no es así. La razón de la pérdida de votos tiene que ver con que no tenemos alternativa clara al capitalismo y el resentimiento de la gente no va para las izquierdas, como sucedió en los años 60 o 70; va para la extrema derecha.  

Respecto a las medidas, las demandas del Bloco y el PCP eran prácticamente las mismas: salarios, reforma laboral y del Sistema Nacional de Salud. El PS tendría que haber negociado más, y lo va a tener que hacer tras las elecciones si las izquierdas vuelven a sumar. Tras esta crisis, que es muy negativa, puede salir algo positivo: que las izquierdas negocien en términos de programa político y no de presupuestos. Al PS ahora le toca aclarar si quiere acabar con las leyes laborales de la troika, como siempre ha dicho, y si quiere cambiar el sistema de salud de manera que el sector privado no siga buscando médicos en el público, que se está quedando sin sanitarios por esto. Si el PS hace estas dos cosas, hay condiciones para un nuevo acuerdo. 

El pacto de izquierdas de Portugal, referente en España, a punto de saltar por los aires 

BEATRIZ ASUAR GALLEGO 

¿Le preocupa el supuesto avance del partido ultraderechista Chega!? 

La extrema derecha va a crecer porque se ha apropiado de la idea del antisistema; dicen que izquierdas y derechas son todo lo mismo y que es necesario un cambio. Si las izquierdas tienen mayoría, estoy seguro de que se entenderán. Pero si las derechas ganan, todo dependerá del candidato del PSD, que corresponde a la derecha moderada y al PP español —aunque muchas veces el PP no sea nada moderado—. Tanto el PSD, como los democristianos (CDS), están disputando sus líderes, aunque lo más importante es el PSD. 

Su actual líder, Rui Rio, exalcalde de Oporto, ha dicho que acordará con Chega!, nuestro partido de la extrema derecha. El otro candidato, Paulo Rangel, ha dicho que con la extrema derecha no irá nunca, aunque nunca sabemos qué va a decir después de las elecciones. 

¿Por qué ha crecido tanto la extrema derecha desde las últimas elecciones? Las encuestas dicen que pueden llegar a ser el tercer partido más votado. 

En Portugal había una extrema derecha reprimida. Hay dos tiempos. Yendo más lejos, la explicación viene con el colonialismo portugués. La descolonización, junto con la democracia, generó problemas para colonos, gente de la clase media que estaba en Angola, Mozambique, etc., que tuvo que salir de allí sin dinero ni nada. Ellos quedaron muy resentidos con el sistema democrático y nunca estuvieron de acuerdo con el 25 de abril de 1974 porque le retiró, de alguna manera, lo que tenían. Esto se articuló con grupos fascistas, que ya existían antes, que son los salazaristas en Portugal y los fascistas en España. Es decir, grupos que estaban abajo de la política oficial, que vienen de las heridas del colonialismo. 

En las últimas elecciones estos grupos consiguieron elegir un miembro en el Parlamento, y esto fue algo muy importante para la extrema derecha. 

«Las derechas pueden llegar a gobernar por méritos de las izquierdas por no entenderse más que por los suyos» 

En los últimos tiempos, la pandemia tuvo mucha repercusión. La integración en la UE desestructuró la economía de empresas pequeñas, de pequeñas actividades, piscifactorías, del ámbito de lo rural, etc. Los problemas fueron creciendo de tal manera que Portugal es uno de los países con más desigualdad de Europa. El Gobierno de Costa intentó responder a ello, pero no ha ido al fondo. No ha abordado, por ejemplo, las pensiones o subidas mayores de los salarios. Por esto había mucha expectativa y, cuando hay mucha expectativa, también hay mucha frustración, que en este caso la absorbió contra la extrema derecha. Ojalá estar equivocado, pero todos creemos que la extrema derecha va a crecer, y esto, con la desilusión por la caída de los Presupuestos, puede provocar que las derechas gobiernen más bien por méritos de las izquierdas por no entenderse que por mérito de las derechas, ya que están todos los partidos rotos. Pero las derechas no tienen programa más allá de derrocar el Gobierno de izquierdas, como pasa en España también. 
 

En las negociaciones, si es la parte más de izquierdas la que no cede, se suele criticar que no atendieron a una necesidad de acuerdo mayor, sobre todo cuando los socialistas alegan que no pueden impulsar medidas que pongan en riesgo la economía o puedan ser frenadas por Europa. Pero, a la vez, se dice que la única forma de parar a las derechas es con medidas realmente valientes y de izquierdas. ¿Cómo se puede compaginar esto? 

Se puede compaginar y, además, es necesario. Yo soy un optimista. Nada esta perdido en términos de unidad. No se puede decir quién tuvo más o menos culpa. Los socialistas ganaron las elecciones, y el resto de partidos no pueden imponer sus programas, pueden presionar. Pero el gran elefante en la casa es la Unión Europea (UE) porque es neoliberal. No es que Alemania o Suecia sean neoliberales, es que exportan neoliberalismo. Se llaman así mismos países frugales, ¡qué tontería!, no son frugales para nada. Son ricos gracias a la explotación que han hecho de nuestros migrantes en los años 60 o 70. 

«Los socialistas siempre tienen miedo, y suelen virar hacia la derecha si están solos» 

Es una cosa loca pensar que los países del sur no gobernamos bien, como se dijo en la pandemia, pero el partido socialista tiene miedo. Siempre tiene miedo. 

El caso de Portugal es el resultado del éxito. La UE quiso reprobar la solución de izquierdas de 2015 y Costa aguantó. Dos años después, se dieron cuenta de que Portugal, limitando la austeridad, lograba paz social y crecimiento económico. Por esto, eligieron a nuestro ministro de Finanzas como ministro de Finanzas europeo. ¡Qué enorme contradicción!, porque antes era un peligroso comunista. Esto muestra que la UE puede ser mucho más presionada y los socialistas no lo hacen. La pandemia fue la oportunidad para reclamar que se debía avanzar más, porque la pandemia nos costó más. El PSOE español, por ejemplo, presionó más con aspectos como las patentes de las vacunas, que pidió que fueran liberadas, pero Costa, presionado por Alemania, calló. Bruselas vuelve ahora en un nuevo ciclo con sus recetas neoliberales de siempre, y perdemos mucho con esto. 

En ese sentido, el socialismo en Portugal ahora tuvo más culpa que los otros. Nadie quería elecciones. Nuestros dirigentes, los tres de izquierdas, no han visto bien el momento de peligro que corre la gente por el crecimiento y la voracidad de la extrema derecha. La derecha quiere el poder para manejar los fondos de resiliencia de recuperación, y en el pasado se ha visto que los fondos regentados por ellos fueron un fracaso. 
 

¿Qué está en juego si las derechas llegan a dirigir la recuperación? 

Los empresarios, el poder, van a entrar muy duro ahora contras las izquierdas y van a movilizar todos los medios que tienen. No les interesa el presupuesto porque hasta 2027 tienen millones de euros para gastar en sus negocios de clientelas, porque son gente muy conectada con el poder económico. Por esto, el problema no es un fracaso ahora, que se puede solucionar en el futuro. El problema es el montón de plata que viene de la UE y que sea la derecha la que lo gestione, recuperando toda la corrupción y todos los negocios que hemos visto en el pasado. Esto es lo que más me molesta. 
 

¿Cómo deben afrontar las izquierdas estos dos meses hasta las elecciones? 

Tienen que trabajar con un pie en las instituciones y otro pie fuera; en las calles, con las protestas y con las huelgas. El problema es que la pandemia paró todo esto porque no se podía salir. La extrema derecha, de clase más alta, estaba más protegida en términos salud y, por esto, tenía menos miedo, pero las izquierdas, que son más humildes, tuvieron más miedo. Ahora hay que recuperar esto. 

El PCP, más parecido en España a Izquierda Unida —el Bloco es más cercano a Podemos—, tiene influencia en sindicatos importantes y, por esto, siempre tiene dos voces: la de la negociación y la de la calle. Vamos a pasar ahora, creo, por un período en el que las izquierdas, sobre todo el PCP, van a presionar en las calles con protestas para demostrar que un Gobierno de derechas tendrá que aguantar mucha hostilidad de la lucha social, y un Gobierno de izquierdas tendrá que atender a un pacto social. 

«Es un momento de turbulencia política: si ganan las izquierdas, habrá paz social; si vencen las derechas, crisis social» 

El Bloco está más limitado porque no tiene casi nada de presencia en sindicatos y municipios; es una izquierda más joven y urbana. Por esto, ahora tiene que organizar su estrategia porque no puede ir a la campaña solo con el discurso de que la legislatura fracasó por culpa de los socialistas. Esto no convence a todos. 

Por todo esto, creo que vamos a pasar por un momento de turbulencia política, que va a depender al final de las elecciones. Si vamos a un Gobierno de izquierdas, con un acuerdo político, podemos estar en un contexto de paz social. Si gana la derecha, va a haber turbulencia y polarización, que puede ser buena para las izquierdas, pero aún más buena para la extrema derecha. Por esto hay que decir a toda la gente que vaya a votar, y que vote a la izquierdas, para evitar a la derecha, que no va a gobernar bien y va a distribuir el dinero para los suyos. Va a crear una crisis social. 

¿Hay ahora algún ejemplo de Gobierno de izquierdas que pueda seguir Porgual? 

Todos nosotros prestamos mucha atención a lo que pasa en España porque ambos países siguieron diferentes estrategias. En Portugal fue un acuerdo de incidencia parlamentaria y en España un Gobierno de coalición, que muestra un acuerdo político más grande pero, a la vez, parecía más inestable. Como sociólogo debo decir que entonces fallé porque yo pensaba que un Gobierno socialista tiene más estabilidad porque si una coalición no se entiende, colapsa el Gobierno. Y nunca pensé que la crisis de Presupuestos llegaría a ser tan fatal. Así, lo que vemos ahora, es que la opción de articulación política más humilde fracasa y la solución más osada y avanzada sigue en España

De todas formas, lo importante es que se articulen de forma pragmática, en cosas limitadas, para que nadie pierda su identidad. Como ocurre en España, con una formación monárquica y otra republicana, pero sin que eso entre en el acuerdo. Creo que es la única solución ahora y para el futuro. Y los fracasos en política nunca son definitivos, siempre está la posibilidad de hacerlo mejor. En Portugal tenemos que saber aprovechar esta crisis. 

¿Es posible un Gobierno de coalición entre las izquierdas lusas? 

Me gustaría, pero otra cosa es que sea posible. Lo mejor sería un acuerdo político escrito y seguir después el modelo español. Recuerdo muchas conversaciones con Unidas Podemos sobre la solución portuguesa, porque de alguna manera fuimos una enseñanza. Ahora sería al revés y hay que aprender de España. La gente ha visto que esos peligrosos comunistas son capaces de dirigir un ministerio y que tienen buenas competencias técnicas. 

Todo dependerá del resultado de las elecciones porque si el Bloco y el PCP disminuyen mucho van a tener aún más cuidado. Creo que no deberían, pero ningún partido piensa muy bien si cree que está al borde de desaparecer. Ojalá eso no pase, que las izquierdas no disminuyan mucho y los socialistas no tengan mayoría absoluta porque, como dice el Bloco, el PS vira mucho. Los socialistas votaron más veces en el último año con la derecha que con las izquierdas porque, como se ha visto también en España, cuando están solos tienen tendencia de ir hacia la derecha. Y pasa en toda Europa. 

Por último, por su relación con Unidas Podemos, ¿qué le pareció la salida de Pablo Iglesias y la posibilidad de que Yolanda Díaz sea la próxima candidata de las izquierdas? 

Yolanda es una gran política, la gran esperanza de Europa. La conozco, hemos intercambiado documentos, sobre todo sobre la reforma laboral, y es una mujer de una potencia extraordinaria. La gran esperanza de las políticas de izquierdas de Europa. 

«Pablo Iglesias abrió el camino y Yolanda Díaz lo está ampliando» 

Pablo es muy amigo, y un gran político. Estuvo al frente de una transición muy dura. Llevó a una izquierda que estaba fuera de las instituciones hasta el Gobierno y, quien hace estos pasos, siempre es la primera víctima. Dejar la Vicepresidencia me pareció un golpe de genio. ¡Qué riego altísimo!, salir del Gobierno para disputar la Comunidad de Madrid. Y qué coraje, después de todo el acoso a su persona y a su familia desde la extrema derecha. No lo hizo por cansancio, fue por cálculo, para abrir. Y no digo que como político sea perfecto. Creo que la gestión con Íñigo Errejón no se manejó bien, quizás por parte de los dos, pero pienso que Íñigo es otro gran político y que unidos siempre fueron mejores.  

Pero ahora las mujeres llegan a la primera fila, como aquí en Portugal, que el Bloco está liderado por mujeres excelentes como Mariana Mortágua, que siempre he dicho que debería ser ministra de Finanzas. 
 

En resumen, creo que España ha tenido dos grandes políticos como Pablo y Yolanda. Y no podría imaginar una mejor transición de Pablo para otra persona que a Yolanda: una mujer con otro perfil, que no venía de los conflictos del pasado, de una gran radicalidad pero con una excelente competencia técnica, capaz de hablar con todos. Pablo abrió camino, Yolanda lo está ampliando. Quizás dirás que soy demasiado optimista. Bueno, vamos a ver. 

De la pandemia a la utopía

Bienvenidos al feliz mundo pandémico: violencia, guerra fría y vacunas

Boaventura de Sousa Santos,

En un libro reciente sobre la pandemia titulado El futuro comienza ahora: de la pandemia a la utopía (Ediciones Akal, 2021), escribí que a medida que pasara la fase aguda de la pandemia nos encontraríamos con tres escenarios posibles, de los cuales dependería la calidad futura de la vida humana y no humana, que comúnmente llamamos naturaleza. Los tres escenarios son el negacionismo, el gatopardismo y la alternativa civilizatoria.

El primer escenario consiste en negar la gravedad excepcional de esta pandemia y afirmar que pronto todo volverá a la normalidad, aunque, mientras tanto, hayan muerto unos 4 millones de personas, algunas de ellas innecesariamente. El segundo escenario reconoce que la pandemia ha sido (es) grave y que se necesitan algunos ajustes en las políticas públicas, particularmente en el sector salud, pero no se necesitan cambios estructurales. Cambiar lo necesario para que nada cambie en esencia.

El tercer escenario se basa en la idea de que las medidas propuestas en el segundo escenario son importantes y urgentes, pero no son suficientes. Además de eso, es necesario cambiar nuestros modos de producción, consumo y vida en sociedad. Después de todo, la vida humana es el 0,01% de la vida total del planeta, pero se comporta como si fuera dueña del planeta, comprometiendo los ciclos vitales de este sin saber que, con ello, está comprometiendo la calidad e incluso la posibilidad de vida humana en el futuro más o menos lejano.

Cada escenario ofrece una narrativa pandémica adecuada para que sea la única posible y legítima, a la vez que es apoyada social y políticamente por las fuerzas que más se beneficiarán de ella. Los tres escenarios representan los nuevos términos en los que se afianzarán los conflictos sociales y políticos en las próximas décadas. Lo que ocurra tendrá un impacto importante en la vida de la sociedad, pero será muy desigual en los diferentes países del mundo.
Los conflictos que generará cada escenario aún no están mapeados y pueden sorprendernos. Tampoco es posible anticipar las consecuencias.

Sólo sabemos que la oposición al escenario imperante se hará por referencia a uno de los otros escenarios posibles.  En este punto se puede decir que el primer escenario parece prevalecer a nivel mundial. Este escenario tiene varias manifestaciones muy diferentes y desigualmente distribuidas en todo el mundo.

La violencia represiva del Estado

La primera de estas manifestaciones es la violencia represiva del Estado ante la crisis social agravada por la pandemia. Después de 40 años de concentración de la riqueza y ataques a los derechos económicos y sociales de las clases populares, cada vez más vulnerables por las políticas neoliberales, ya habían estallado fuertes protestas sociales contra la austeridad en muchos países antes de la pandemia.

Con la pandemia, la desaceleración de la actividad económica y el gasto de emergencia que, por insuficiente que fuera, tuvo que hacerse, agravaron la situación financiera del Estado; la solución, típica del neoliberalismo, era hacer pagar el costo de la crisis a quienes menos condiciones tenían para hacerlo. Y la gente está diciendo: ¡Basta! Este escenario ya es claramente visible en algunos países de desarrollo intermedio que están gobernados por fuerzas políticas de derecha y que han estado adoptando políticas neoliberales con mayor fidelidad. Estos son los casos de Colombia, Brasil e India.

Desde abril, Colombia vive un intenso conflicto social, con un paro nacional y bloqueo de carreteras liderado por organizaciones sociales indígenas, campesinas y sindicales y por movimientos espontáneos donde destacan jóvenes “hambrientos y sin futuro”. La represión por parte del Estado ha sido violenta y desproporcionada, con más de 61 personas asesinadas por la policía o por actores armados ilegales en conjunto con la policía, 358 desaparecidos y 47 personas con heridas en los ojos. La ciudad de Cali, la ciudad más negra de Colombia, y las regiones indígenas y campesinas del Cauca han sido el epicentro. Un decreto presidencial del 28 de mayo, ciertamente inconstitucional, ha creado un verdadero estado de sitio que permite la “asistencia militar” en el uso de la fuerza y ​​la violencia contra la población civil y las protestas pacíficas.

Brasil, por su parte, es hoy el laboratorio mundial del negacionismo. Con aproximadamente el 3% de la población mundial, representa el 13% de las muertes en el mundo. El rechazo militante de las medidas sanitarias y la reserva de vacunas hizo que el virus se propagara sin control, llegando a las poblaciones más vulnerables, “negros y pobres”, como dicen en la jerga brasileña.

Está en marcha una operación de darwinismo social, si no una política genocida, especialmente en el caso de la población indígena. Se han presentado más de 100 solicitudes de impeachment en el Congreso, se han presentado varias denuncias por crímenes de lesa humanidad en tribunales internacionales y se han presentado varias demandas para declarar interdicto por incapacidad mental al presidente. Mientras tanto, el país comenzó a despertar y a manifestarse en las calles contra esta política de muerte. El día 29 de mayo, unas 500.000 personas se manifestaron en 213 ciudades unidas bajo el lema “Fuera Bolsonaro”.

Finalmente, India es el retrato más cruel del neoliberalismo. Como el mayor productor de vacunas del mundo, no ha logrado vacunar a su población y, por el contrario, la desprotege activamente. El gobierno aprovechó la crisis social para promulgar leyes agrarias neoliberales que harán aún más difíciles y precarias las condiciones de vida de los campesinos, la mayoría de la población. Se convirtió en un caso ejemplar de error de cálculo por parte de los gobernantes. Pensando que la pandemia dificultaría las protestas sociales contra estas leyes, el gobierno se sorprendió con una de las movilizaciones campesinas más grandes y duraderas de las últimas décadas.

La nueva guerra fría

La primera generación de la Guerra Fría terminó con la caída del Muro de Berlín. Pero como el capitalismo se alimenta de contradicciones que a menudo generan enemigos reales o imaginarios (guerra contra el comunismo, guerra contra las drogas, guerra contra el terrorismo, guerra contra la corrupción), no pasó mucho tiempo antes de que surgiera una nueva guerra fría, esta vez teniendo como principal enemigo a China, a la que se unió progresivamente la Rusia desovietizada.

Aunque siempre se disfraza con terminologías idealistas (como democracia versus dictadura), de lo que siempre se trata es de controlar o neutralizar a los competidores reales o potenciales. En esta nueva generación de guerra fría, la verdadera contradicción es entre el capitalismo de mercado, dominado por el capital financiero y las multinacionales estadounidenses, y el capitalismo de estado dominado por China, un imperio en decadencia contra un imperio en ascenso.

La pandemia trajo una nueva agresión a la nueva guerra fría. Por un lado, China se afirmó como la fábrica mundial de productos de protección personal contra el coronavirus y superó con creces a Estados Unidos en la protección de sus ciudadanos. Por otro lado, los avances chinos en la cuarta revolución industrial (inteligencia artificial) generaron temores de que China se convirtiera en la primera economía del mundo antes de 2030, como se predijo inicialmente en los estudios de los servicios secretos estadounidenses.

Ante este temor, la administración estadounidense intensificó la presión sobre los aliados para detener el avance de China. Este proceso comenzó con el presidente Donald Trump y se intensificó enormemente con su sucesor Joe Biden. El origen del virus es la más reciente arma de la guerra fría.

Como en epidemias anteriores, siempre es importante conocer el origen del virus, aunque siempre es difícil dada la imposibilidad de identificar al paciente cero. Lo nuevo en este caso es la intensa politización del origen del virus, atribuyéndolo, sin pruebas, a China y convirtiendo su propagación en un accidente de laboratorio, si no en un acto de guerra biológica. La teoría de la conspiración del Laboratorio de Wuhan fue propuesta en enero de 2020 por la extrema derecha estadounidense de Steve Bannon en asociación con un disidente chino para quien “el virus había sido liberado deliberadamente por el Partido Comunista Chino”.

Fue esto en lo que Trump se basó para hablar del “virus chino”. Tras la misión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) a China, esta teoría quedó desacreditada, reconociendo incluso la casi imposibilidad de conocer con precisión el origen del virus. Pero como en la guerra fría no se buscan medios para neutralizar al enemigo, la administración Biden volvió a la carga y presionó a sus aliados para promover la sospecha. Es muy posible que el período pandémico intermitente en el que posiblemente estamos entrando cree nuevas oportunidades para la politización de la pandemia en detrimento de los objetivos de la OMS. Este es el caso de la geopolítica de las vacunas.

Capitalismo de vacunas o vacuna popular

Como sabemos, la existencia de vacunas es el único hecho nuevo para proteger la vida en tiempos de pandemia. Las vacunas contra COVID-19 se crearon en un tiempo récord y no es de extrañar que, si bien ya se están produciendo en masa, aún existan muchas incógnitas sobre su efectividad y posibles efectos secundarios, y sobre si la población inoculada esté sirviendo como conejillo de indias.

Sin embargo, se sabe que la protección eficaz contra el virus solo tendrá lugar cuando un porcentaje significativo de la población mundial esté vacunada y que la protección con las vacunas actuales será tanto más eficaz cuanto más rápido ocurra esto, ya que esta es la única forma de evitar que el virus continúe propagándose y desarrolle nuevas variantes para las que las vacunas no ofrezcan protección. A pesar de todas las declaraciones y advertencias de la OMS al respecto, por ahora está claro que prevalece el escenario del negacionismo. En otras palabras, la gravedad de la pandemia no justifica ninguna medida excepcional para combatirla.

Así, los derechos de propiedad intelectual (patentes) deben seguir vigentes como en períodos normales, la producción y distribución de vacunas debe ser responsabilidad exclusiva de las empresas farmacéuticas que las desarrollaron y las distribuirán a los precios definidos por la ley de la oferta y la demanda. Esta posición es naturalmente defendida por las propias empresas farmacéuticas, por los Estados más desarrollados (también por Brasil y Colombia) y por las instituciones internacionales que avalan los intereses del capital multinacional.

Esta postura representa un peligro para el mundo, ya que retrasará la vacunación de la población mundial. Además, hay algo moralmente detestable en esto cuando asistimos al surgimiento de un verdadero apartheid entre la “euforia de la vacunación” de los países ricos (Israel con el 59% de la población totalmente vacunada) y la pesadilla de la vacunación de la gran mayoría de la población mundial.

Los países menos desarrollados solo recibieron el 0,3% de las vacunas disponibles hasta el final de mayo de 2021. En países como Brasil, India, Irán y Nepal, el virus continúa propagándose sin control, mientras que Canadá ha ordenado vacunas para diez veces su población y el Reino Unido ocho veces. Según Vaccine Alliance, los países ricos habrán comprado 1.500 millones de dosis en exceso.

Igualmente, es detestable lo que New York Times del 29 de mayo llama “turismo de vacuna”. Consiste en un viaje a Miami para los miembros de las élites económicas y políticas de América Latina y otras regiones del mundo para ser vacunado. Estos viajes incluyen vacaciones (el intervalo entre dosis) y cuestan miles de dólares. Y Miami no es el único paraíso de las vacunas en el mundo. Que estos viajes puedan ser vehículos para la propagación de nuevas variantes del virus no se les ocurre a quienes viajan ni a quienes les dan la bienvenida.

El capitalismo de vacunas es el modo de acceso a la vacuna determinado exclusivamente por la solvencia monetaria, tanto la propia como la del Estado o institución que las adquiere para su distribución interna. Si prevalece este modo de distribución, es muy probable que entremos en un período de pandemia intermitente.
En este caso, no se trata de la aparición de una nueva pandemia, sino del manejo prolongado de la pandemia actual. Por ejemplo, mantener patentes sobre la producción de vacunas retrasará peligrosamente la vacunación de la población mundial, hasta tal punto que la población vacunada eventualmente estará expuesta al virus.

No es sorprendente que muchas voces se alcen contra el capitalismo de las vacunas y muchos grupos se estén organizando para promover alternativas de distribución que sean éticamente más justas y materialmente más efectivas para enfrentar la pandemia. Las alternativas son diversas.

Algunas están permeadas por el escenario del gatopardismo (haz cambios para que lo esencial no cambie). Este es el caso de la intensificación de las donaciones de vacunas o la promesa de las empresas farmacéuticas de incrementar la infraestructura de producción. Esta es la solución Covax, la iniciativa que tiene como objetivo crear un fondo global de vacunas para distribución mundial y que integra a la OMS, la Gavi Vaccine Alliance y la CEPI (Coalition for Epidemic Preparedness Innovations). Su objetivo sería vacunar a toda la población en riesgo y a todo el personal de salud para finales de 2021, una quinta parte de la población mundial. Sería un objetivo insuficiente, pero incluso eso se ve comprometido por el hecho de que alrededor de 30 países más ricos (a los que se unió Brasil) han abandonado Covax.

La única alternativa efectiva al capitalismo de las vacunas está en el escenario de la alternativa civilizatoria, que asume el carácter excepcional del tiempo presente y la necesidad de inventar nuevas soluciones que preparen a la población mundial para evitar otras pandemias y defenderse mejor de las que se presenten. Entre estas soluciones se encuentran la constitución de bienes públicos universales, como la salud y todos los medicamentos y vacunas considerados imprescindibles para defenderla en una emergencia sanitaria.

En el caso específico de las vacunas, han circulado varias peticiones por todo el mundo para que la vacuna contra la covid-19 sea de acceso universal. Los presidentes de Sudáfrica y Pakistán, entre más de 140 figuras públicas de todo el mundo, pidieron una “vacuna democrática”. En mayo de 2021, OXFAM lanzó una petición para una vacuna gratuita accesible para todos. Según OXFAM, costaría $ 25 mil millones, el equivalente a menos de cuatro meses de ganancias para las 10 principales compañías farmacéuticas.

También el grupo parlamentario GUE / NGL del Parlamento Europeo pidió (a través de la voz de Marisa Matias y Marc Botenga) una vacuna popular. Ricardo Petrella y el Ágora de los Habitantes de la Tierra lanzaron una campaña mundial para la declaración de la vacuna como bien público gratuito y universal. Esta petición es parte de un movimiento más amplio por un sistema mundial público común para la salud y la seguridad de la vida, libre de patentes, fuera del mercado, basado en el derecho universal a la vida. Para lograr este objetivo, en el contexto actual de la pandemia, sería suficiente que, con la justificación de la inversión pública aplicada en la investigación de vacunas, las universidades y los Estados interesados ​​compartan todos los conocimientos y tecnologías disponibles, depositándolos en el Fondo de Acceso a la Tecnología de la OMS.

Estas ideas presiden la People’s Vaccine Alliance y contrastan la cooperación con la competencia, la solidaridad con el lucro. Es una vasta alianza global que considera las vacunas como un bien público universal y que, como tal, deben ser producidas lo más rápido posible por todos los laboratorios del mundo que tengan la capacidad para hacerlo y distribuidas a costo cero o a un precio asequible. Esta será la vacuna popular.

Esta posición es defendida por la mayoría de los países del Sur Global y por varias organizaciones y asociaciones transnacionales de ciudadanía activa, derechos humanos y salud pública. Se divide en tres propuestas.
Primero, la suspensión de patentes sobre vacunas y sus componentes y materias primas. La propia Fundación Bill y Melinda Gates, que inicialmente se opuso a la suspensión de patentes, se unió a ella el 6 de mayo de 2021, luego de que Estados Unidos se mostrara partidario de esta solución. El lobby corporativo es considerado el más poderoso del mundo y ciertamente se está moviendo para ofrecer una dura oposición.

Recordemos que cuando Brasil propuso suspender las patentes de medicamentos retrovirales hace 20 años para combatir eficazmente el VIH/SIDA, la reacción fue brutal, incluso por parte de Estados Unidos. Pero Brasil se impuso y los resultados fueron inmediatos.
La segunda propuesta es la transferencia de tecnología a países del Sur Global. La disponibilidad para la producción es total y la posibilidad real es mucho mayor de lo que uno puede imaginar. Cuando la OMS anunció la demanda de productores de ARN mensajero (ARNm, el nuevo tipo de vacuna) fue inundada de propuestas por parte de los países del Sur Global. El presidente Paul Kagame de Ruanda hizo un llamamiento muy enérgico a este respecto en la última reunión de la OMS, mostrando que la iniciativa Covax sería insuficiente porque estaba limitada por los intereses de las multinacionales farmacéuticas. La tercera propuesta consiste en apoyo financiero para la producción en el Sur Global.

La vacuna popular es la única alternativa capaz de minimizar los inmensos costos sociales que se proyectan para los próximos tiempos. Tiene lugar en un momento oportuno. Últimamente se ha hablado mucho de la justicia histórica en relación con el mundo que sufrió la injusticia histórica del colonialismo y se empobreció por el saqueo de sus riquezas y la dependencia económica a la que fue sometido después de la independencia política. Aquí radica una oportunidad histórica para hacer justicia histórica.

Propuestas para un cristianismo liberador

Propuestas para reconstruir las izquierdas y reubicar el cristianismo liberador

Los Diez Mandamientos de la nueva izquierda, según Tamayo

«Las cartas van dirigidas a diferentes colectivos que conforman la izquierda plural hoy: partidos políticos y movimientos sociales que luchan contra el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el sexismo, la homofobia, así como a la ciudadanía no organizada que comparte los objetivos y aspiraciones de dichos partidos y movimientos»

«Estos diez mandamientos se resumen en dos: primero, la opción de las izquierdas no está entre la política de lo posible y la de lo imposible, sino “en saber estar siempre a la izquierda de lo posible”; segundo, la opción de las izquierdas no está entre democracia y revolución, sino en “democratizar la revolución y revolucionar la democracia”, como el mismo Boaventura afirma»

Por Juan José Tamayo

En septiembre de 2017 fui invitado por el Ministerio de Educación de El Salvador a participar en el Encuentro Internacional sobre Cultura de Paz en El Salvador: educación, memoria y justicia transicional” con una conferencia sobre “Monseñor Romero; Hacia una cultura de Paz. Ese año coincidían dos efemérides de especial relevancia en el país: los 25 años de la firma de los Acuerdos de Paz y el centenario del natalicio de monseñor Romero.

Durante mi estancia en San Salvador, la dirigencia de Frente Farabundo Martí de liberación Nacional, que en ese momento ostentaba la Presidencia de la República de El Salvador en la persona de Salvador Sánchez Cerán, me invitó a un coloquio sobre la reconstrucción de la izquierda, que contó con un debate enriquecedor. En dicho coloquio hice una reflexión sobre el tema teniendo como referencia las “Catorce cartas a las izquierdas”, del prestigioso científico social portugués Boaventura de Sousa Santos, que recoge en su libro La difícil democracia (Akal, Madrid, 2017). Ofrezco a continuación una síntesis de mi exposición cuatro años después, que creo posee la misma vigencia, o quizá mayor, que entonces.

El presente decálogo constituye una lectura personal de las “Catorce cartas a las izquierdas”, del prestigioso científico social portugués Boaventura de Sousa Santos, que recoge en su libro La difícil democracia (Akal, Madrid, 2017). El género literario epistolar utilizado demuestra la modestia con la que el autor hace sus propuestas: no son tesis, sino “cartas”, no imposiciones, sino invitaciones o, mejor, incitaciones, e incluso, provocaciones para el debate entre las izquierdas. Las cartas van dirigidas a diferentes colectivos que conforman la izquierda plural hoy: partidos políticos y movimientos sociales que luchan contra el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el sexismo, la homofobia, así como a la ciudadanía no organizada que comparte los objetivos y aspiraciones de dichos partidos y movimientos.Son una llamada a reconstruir las izquierdas para evitar la barbarie que se avecina y constituyen una interpelación para que las izquierdas se reinventen en las actuales condiciones partiendo de una rigurosa lectura del cambio de paradigma que se está produciendo y al que deben contribuir política e ideológicamente.

He aquí las líneas fundamentales, que reformulo en el siguiente decálogo.

1. Urgencia de la reflexión. Las izquierdas no suelen estar prestas para la reflexión ni cuando gobiernan ni cuando están en la oposición. Siempre tienen otras urgencias antes que la de reflexionar. Y eso es un suicidio, porque sin reflexión se impone la repetición cansina de slogans intemporales que no hacen avanzar la historia hacia la emancipación, sino que la someten a la dictadura de lo dado. Frente a la instalación en lo dado, que se limita a dar respuestas del pasado a preguntas del presente sin creatividad alguna, las izquierdas deberían seguir la propuesta de Bloch: “Si la teoría no coincide con los hechos, peor para los hechos”.

2. Los Estados nacionales son pos-soberanos: han perdido la soberanía y han transferido no pocas de sus prerrogativas a los poderes financieros.  Esa es precisamente la pretensión del neoliberalismo: desorganizar el Estados siguiendo una serie de transiciones regresivas: de la responsabilidad colectiva a la individual; de la acción basada en la tributación a la acción con base en el crédito que genera la asfixia financiera del Estado; del reconocimiento de la existencia de bienes públicos a cuidar por el Estado a la idea de que las intervenciones del Estado en áreas potencialmente rentables reducen ilegítimamente las posibilidades del beneficio privado.; de la primacía del Estado a la del mercado; de los derechos sociales a la filantropía.3. Las izquierdas del Norte global empezaron siendo colonialistas y algunas siguen siéndolo hoy, suscribieron el “pacto colonial”, aceptaron acríticamente que las independencias de las colonias terminarían con el colonialismo y minusvaloraron el neocolonialismo y el colonialismo interno. Es hora de cambiar de rumbo. El desafío que tienen delante es participar activamente en las luchas anticoloniales de nuevo tipo.

4. Las izquierdas deben refundar la democracia más allá del neoliberalismo y enfrentarse a la antidemocracia, compaginar democracia representativa y democracia participativa y directa, y articular estas democracias con la democracia comunitaria de las comunidades indígenas y campesinas africanas, asiáticas y latinoamericanas. Han de legitimar otras formas de democracia como la demo-diversidad, ampliar los campos de deliberación democráticas en la familia, la calle, la escuela, la universidad, la fábrica, los conocimientos y saberes, y los medios de comunicación social. Están llamadas a promover la reforma democrática de la ONU y de las agencias internacionales, defender una democracia anticapitalista ante un capitalismo cada vez más antidemocrático y salvaje. En caso de tener que optar entre capitalismo y democracia, hacer prevalecer la democracia real.

En afortunada expresión de Boaventura, es necesario democratizar la democracia, asediada por la dictadura del mercado y secuestrada por poderes antidemocráticos, poner la justicia al servicio de la democracia y de la ciudadanía, y en el caso de nuestro continente, ¡democratizar Europa! Una democracia real y radical que sea al mismo tiempo posliberal, anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, ecológica, etc.5. Es prioritario, incluso un imperativo irrenunciable, des-mercantilizar. Producimos y utilizamos mercancías, pero ni nosotros ni los otros somos mercancías, como tampoco lo es la naturaleza. Por eso nuestra relación con los otros y con la naturaleza tiene que ser fraterno-sororal y eco-humana, no mercantil. Los seres humanos somos ciudadanos antes que consumidores y emprendedores. No todo es venal, no todo se compra y se vende. Hay bienes que son públicos y comunes con los que no se puede mercantilizar, mercadear: la naturaleza, el agua, la salud, la cultura, la educación.  

6. Des-colonizar es otra de las tareas urgentes de las izquierdas. Lo que significa erradicar de las relaciones sociales toda forma de dominación basada en la dialéctica superioridad-inferioridad de algunos seres humanos: mujeres, negros, indígenas, etc. La tarea de la descolonización le afecta especialmente a Europa, centro del colonialismo moderno. Su complejo de superioridad en todos los órdenes: religioso, cultural, político, científico-técnico, epistemológico, etc., le llevó a creer que tenía una misión colonizadora, e incluso redentora, del mundo y la incapacitó para descubrir los valores de otras culturas no europeas. Si Europa quiere reconciliarse con el mundo y consigo misma resulta necesaria, decisiva y urgente su descolonización. Para ello tiene que vencer su arrogancia multisecular.7. Existe una disyunción, que Boaventura califica de perturbadora, entre las izquierdas latinoamericanas y las europeas. Las europeas parecen coincidir en la necesidad del crecimiento como respuesta a las patologías que sufre Europa, como solución al problema del desempleo y como mejora de las condiciones de vida de quienes la tienen más amenazadas. Las izquierdas latinoamericanas se debaten en torno al modelo de desarrollo y crecimiento y en concreto en torno al extractivismo. Dos son las posturas: la que se muestra a favor como medio para reducir la pobreza y la que se declara contraria por considerarlo la fase más reciente del colonialismo. Para Boaventura, el neo-extractivismo constituye la continuidad más directa del colonialismo histórico, ya que supone:

. la expulsión de campesinos e indígenas de sus tierras y territorios (negación del derecho al territorio);

. el asesinato múltiple e impune de líderes y lideresas sociales a manos de sicarios contratados por los empresarios;

. la expansión de la frontera agrícola sin asumir responsabilidad alguna en el deterioro y destrucción ambiental.

. el envenenamiento de poblaciones campesinas por la pulverización aérea de herbicidas e insecticidas.  

8. Las izquierdas deben construir una alternativa de poder, y no solo una alternancia en el poder.  La política de izquierdas debe ser simultánea y conjuntamente anticapitalista, antiimperialista, contrahegemónica, antirracista, anticolonial, antipatriarcal y antihomófoba.9. La pluralidad de las izquierdas es un valor a fomentar y a defender, pero hay que evitar la fragmentación. Por lo mismo es necesario reconocer la diferencia como derecho, pero intentando maximizar las convergencias y minimizar las divergencias.

10. Los partidos y gobiernos progresistas o de izquierda abandonaron con relativa frecuencia la defensa de los derechos humanos más básicos en nombre del desarrollo. Boaventura mira el mundo con los ojos de la Blimunda de la novela Memorial del convento, de Saramago, que veían en la oscuridad, y constata que:

– la mayoría de los seres humanos no son sujetos de derechos humanos, sino objetos de discursos de derechos humanos.

– hay mucho sufrimiento humano injusto no considerado violación de derechos humanos.

– se invoca la defensa de los derechos humanos para justificar la invasión de países, saqueo de sus riquezas Y muertes de víctimas inocentes consideradas efectos colaterales.

A la vista de estas situaciones, Boaventura se pregunta: “¿La primacía del lenguaje de los derechos humanos es el producto de una victoria histórica o de una derrota histórica? ¿La invocación de los derechos humanos es una herramienta eficaz en la lucha contra la indignidad a la que están sujetos tantos grupos sociales, o se trata, más bien, de un obstáculo que des-radicaliza y trivializa la opresión en que se traduce la indignidad y suaviza la mala conciencia de los opresores?” (p. 337). Yo me inclino por la segunda parte de la disyuntiva. Los hechos están a la vista lo demuestran.

Estos diez mandamientos se resumen en dos: primero, la opción de las izquierdas no está entre la política de lo posible y la de lo imposible, sino “en saber estar siempre a la izquierda de lo posible”; segundo, la opción de las izquierdas no está entre democracia y revolución, sino en “democratizar la revolución y revolucionar la democracia”, como el mismo Boaventura afirma.

Espero que estas reflexiones contribuyan a repensar la relación del cristianismo liberador en el Sur Global y sus correspondientes teologías de la liberación con las izquierdas alternativas en el actual momento histórico caracterizado por la complejidad y la incertidumbre en todos los campos del saber y del quehacer humano. Dos guías excelentes para reformular, repensar y practicar esta relación son Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador, de Francisco Fernández Buey en una edición de Rafael Díaz-Salazar (Trotta, Madrid, 2021), y Cristianismo de liberación. Perspectivas marxistas y ecosocialistas, de Michael Löwy (El Viejo Topo, Barcelona, 2019) Fernández Buey sigue el hilo rojo, herético, utópico y subversivo de las religiones, y muy especialmente del cristianismo, como inspiradoras de no pocas de las luchas por la justicia y la igualdad, como ya hiciera el filósofo de la esperanza Ernst Bloch, y reconoce el importante papel jugado por el cristianismo emancipador en la construcción de una izquierda alternativa ecosocialista, que compagine el rojo, el verde y el violeta. Ejemplifica dicho papel en tres figuras relevantes de distintos momentos históricos:Bartolomé de Las Casas, Simone Weil y José María Valverde.

Michael Löwy destaca la correcta ubicación del cristianismo de liberación en los movimientos populares de América Latina y de sus luchas ecosocialistas, y de la teología de la liberación en el horizonte de la teoría crítica del capitalismo. Los cristianos y las cristianas de liberación comparten con los movimientos populares el análisis de la realidad desde “punto de vista de los vencidos”, como afirmara Walter Benjamin. Löwyreconoce la relevancia histórica de dicho cristianismo en la resistencia al neoliberalismo, al poder ideológico del sistema y a la religión del mercado. “Su perspectiva -afirma- no es el desarrollo, sino la liberación, rompiendo con las estrecheces opresivas del sistema dominante”.

Colombia en llamas

El fin del neoliberalismo será violento

BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS

Participantes en una representación artística y simbólica en el Parque de los Deseos, durante una nueva jornada de protestas en el marco del Paro Nacional, en Medellín (Colombia).- EFE / Luis Eduardo Noriega A.

 

Colombia está en llamas. Actualmente es uno de los países con más muertos por covid-19, ocupando el cuarto lugar en la región después de Estados Unidos, Brasil y México, teniendo hasta la fecha tan solo el 3,5% de la población totalmente vacunada y siendo parte de los países que se niegan a apoyar la solicitud de liberación de las patentes de las vacunas. Es también el país que en 2020 tenía el 42,5% de su población en condición de pobreza monetaria y el 15,1% de la misma en condición de pobreza monetaria extrema. A estos datos mínimos pero significativos le podemos sumar que, tras la firma del acuerdo de paz de 2016, se han asesinado entre 700 y 1.100 personas defensores y defensoras de derechos humanos (las cifras varían entre las ONG y las instituciones gubernamentales).

Las zonas que antiguamente fueron de dominio de las FARC-EP hoy están en disputa por parte de distintos grupos armados ilegales, los cuales no solo buscan intereses económicos (narcotráfico, minería ilegal) sino que también traen consigo un horrible y sangriento interés por el control sobre la población civil, afectando gravemente el tejido social y dando como resultado que esto es sólo la punta del iceberg del nuevo panorama que atraviesa el país.

Es en este contexto, y tras casi tres años bajo el gobierno de una derecha opositora al acuerdo de paz en medio de una pandemia que ha matado a miles de personas, en el que pueblo trabajador ha salido a las calles a levantar su voz en contra de una anunciada reforma tributaria que buscó, bajo la lógica del Gobierno, recaudar 23 billones de pesos (algo cercano a 6.300 millones de dólares) para mejorar las finanzas públicas y financiar los programas de asistencia social. Si bien es cierto que el país necesita mejorar su sistema tributario, esta reforma planteaba aumentar el número de personas que declaran y pagan impuestos sobre la renta con el aval, la visión y el marco conceptual del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Plantear la idea de que más personas sean las encargadas de tributar y financiar los gastos del Estado, en teoría, no suena descabellado, es más, llevaría a pensar que serían las personas de altos ingresos quienes más pagarían impuestos teniendo en cuenta los principios de progresividad, equidad y eficiencia tributaria consagrados en la Constitución Política de Colombia. Pero, según los datos del Banco Mundial, Colombia es uno de los países más desiguales de América Latina (el índice GINI es de 51,3), reflejando una política fiscal inadecuada y regresiva que posibilita una alta concentración del ingreso y la riqueza, y ocasiona por ello un menor desarrollo, dado que los ingresos y la riqueza se quedan en manos de un porcentaje muy pequeño de la población. La reforma planteada, se uniría al largo y complejo sistema tributario del país que no refleja una verdadera política progresiva y que está lleno de beneficios tributarios dirigidos a las personas con mayores ingresos.

Podríamos afirmar que a partir de 2016 el pueblo trabajador ha inundado las calles y plazas de Colombia exigiendo la defensa de la paz y el cumplimiento de los acuerdos, la protección de los líderes sociales y la solidaridad con quienes han sido asesinados, así como el rechazo a propuestas de modificación de los regímenes pensionales, laborales y tributarios. Así, en los últimos cinco años Colombia ha visto sus calles recorridas por jóvenes, mujeres, indígenas, afros, docentes, pensionados y estudiantes que han generado hechos insólitos como una de las mayores manifestaciones en el país desde la década de 1970, como lo fue la llevada a cabo el 21 de noviembre de 2019 (21N).

Gracias a este empoderamiento popular, y a pesar de la pandemia de la covid-19, Colombia volvió a marchar del 9 al 21 de septiembre de 2020 para protestar en contra del abuso policial, del mal manejo del Gobierno ante la crisis económica y social provocada por la pandemia y para sentar una voz que dijera basta ya a las masacres en el país, las cuales no tuvieron tregua a pesar de las medidas de confinamiento. En especial hay que subrayar la Minga (movilización indígena) del suroccidente colombiano, ocurrida en octubre de 2020 liderada por las organizaciones indígenas, que emocionó por sus consignas y valentía y que logró movilizar a una gran parte de la sociedad en torno a sus exigencias tras su recorrido por el país, logrando la opinión favorable de millones de personas que los recibieron calurosamente en cada ciudad durante su viaje hasta la capital.

Bajo este panorama el pueblo decidió a partir del 28 de abril (28A) de 2021 marchar en contra de la reforma tributaria y del gobierno indolente. La represión de las fuerzas policiales es brutal. El malestar ciudadano ha sido objeto de estigmatización y represión por parte de la fuerza pública, lo que ha llevado a que distintas organizaciones de derechos humanos registren entre el 28 de abril y el 5 de mayo un total de 1.708 casos de violencia policial, 381 víctimas de violencia física por parte de la Policía, 31 muertes (en proceso de verificación), 1.180 detenciones arbitrarias en contra de los manifestantes, 239 intervenciones violentas por parte de la fuerza pública, 31 víctimas de agresión en sus ojos, 110 casos de disparos de armas de fuego por parte de la Policía y 10 víctimas de violencia sexual por parte de fuerza pública. De igual manera, la Defensoría del Pueblo (la figura del ombudsman en Colombia) señaló que se registraron 87 quejas por presuntas desapariciones durante las protestas del Paro Nacional del 28A.

Lo que empezó como una fuerte oposición a una reforma impopular y a un ministro de Hacienda que desconocía el valor de una docena de huevos (y en general de toda la cesta de la compra familiar), ha escalado al punto de no solo lograr que se retire dicha reforma en el Congreso y que dicho ministro renuncie, sino que el presidente de la República, Iván Duque Márquez, ha propuesto un espacio de diálogo con distintos sectores de la sociedad civil, diálogo que hasta el momento parece ser solo entre las élites del país, desde arriba, y nunca desde abajo. Las organizaciones sociales saben por experiencia que de este Gobierno nada bueno hay que esperar, pero como siempre lo han hecho no se rehúsan al diálogo. La primera victoria del movimiento ciudadano en las calles sobre la retirada de la reforma no llegó pacífica o gratuitamente. Además de las cifras antes mencionadas y recolectadas por las ONG del país, el presidente Duque anunció la militarización de Colombia antes de ceder al clamor social. A partir del 1 de mayo, las redes sociales y las calles colombianas han visto el horror de un despliegue militar típico de un estado de excepción dictatorial, con la Policía disparando en contra de manifestantes pacíficos y desarmados. Esta ha sido quizás la respuesta más violentamente represiva en tiempos de pandemia a nivel mundial.

Particularmente en Cali las protestas tuvieron una intensidad muy especial debido a la movilización de las organizaciones indígenas después del cruel asesinato de Sandra Liliana Peña, gobernadora indígena de apenas 35 años que proponía la recuperación de los conocimientos tradicionales y rechazaba la presencia de todos los actores armados en su territorio. Esta ciudad es el segundo centro urbano más negro de América del Sur, llena de contradicciones y luchas, y que ha visto cómo reprimen a su pueblo de la forma más aberrante posible. La situación es tal que, en medio de una reunión pacífica y retransmitida en directo por las redes sociales, se puede observar al escuadrón antidisturbios haciendo presencia para dispersar la manifestación, causando la muerte de un joven frente a más de 1.000 espectadores que observaban a través de internet. Desde Siloé, una comuna (favela) de Cali, se denunció también que durante la noche del 4 de mayo no se pudo acceder al servicio de internet en la zona.

La débil respuesta a la violencia policial por parte de las instituciones colombianas (tanto administrativas como judiciales) ha dado lugar a que civiles armados amenacen (y en ocasiones disparen) a los manifestantes bajo la idea de que son «vándalos» y «terroristas». En Cali, los estudiantes hicieron circular el siguiente «diálogo»: «Tenemos 25.000 armas», gritaba un hombre vestido de blanco desde su costosa camioneta aparcada frente a la Universidad del Valle (Univalle). «Nosotros tenemos una de las mejores bibliotecas del país», le contestó un estudiante. En Pereira, el alcalde promovía un «frente común» que incluyera a miembros de la seguridad privada, al Ejército y a la Policía para «recuperar el orden y la seguridad ciudadana», dando lugar a que un joven resultara herido con ocho balas y esté agonizando en un hospital de dicha ciudad.

¿Para dónde va Colombia?

Esta pregunta es importante para Colombia, pero más allá de Colombia me parece ver en los recientes acontecimientos el embrión de mucho de lo que pasará en el continente y en el mundo en las próximas décadas. Claro que cada país tiene una especificidad propia, pero lo que pasa en Colombia parece anunciar el peor de los escenarios que identifiqué en mi reciente libro sobre el periodo postpandemia (El futuro comienza ahora: de la pandemia a la utopía. Madrid: Akal. 2021). Este escenario consiste en la negación de la gravedad de la pandemia, la política de sobreponer la economía a la protección de la vida, y la obsesión ideológico-política de volver a la normalidad aun cuando la normalidad es el infierno para la gran mayoría de la población.

Las consecuencias de la pandemia no pueden ser mágicamente frenadas por la ideología de los gobiernos conservadores; la crisis social y económica pospandémica será gravísima, sobre todo porque se acumula con las crisis que preexistían a la pandemia. Será por eso mucho más grave.  Las políticas de ayuda de emergencia, por deficientes que sean, combinadas con el ablandamiento económico causado por la pandemia, van a causar un enorme endeudamiento del Estado, y el agravamiento de la deuda será una causa adicional para más y más austeridad. Los gobiernos conservadores no conocen otro medio de lidiar con las protestas pacíficas del pueblo trabajador en contra de la injusticia social que no sea la violencia represiva. Así van a responder y el mensaje va a incluir la militarización creciente de la vida cotidiana. Lo que implica el uso de fuerza letal que fue diseñada para enemigos externos. La degradación de la democracia, ya bastante evidente, se profundizará todavía más. ¿Hasta qué punto el mínimo democrático que todavía existe colapsará dando lugar a nuevos regímenes dictatoriales?

Este escenario no es especulación irrealista. Un reciente informe del FMI hace la misma previsión. Dicen los autores Philip Barrett y Sophia Chen* que las pandemias pueden tener dos tipos de efectos sobre la agitación social: un efecto atenuante, suprimiendo la posibilidad de causar disturbios al interferir en las actividades sociales, así como un efecto contrario que aumente la probabilidad de malestar social y por consiguiente se generen disturbios o protestas en la medida en que la pandemia se desvanezca. Lo que no dicen es que las protestas serán motivadas por las mismas políticas que el FMI y las agencias financieras promueven en todo el mundo. Es tanta la hipocresía del mundo en el que vivimos, que el FMI ignora u oculta las consecuencias de sus lineamientos. El pueblo colombiano merece y necesita de toda la solidaridad internacional. No estoy seguro de si la tendrán abiertamente de las agencias internacionales que dicen promover los derechos humanos, a pesar de que estos estén siendo violados tan gravemente en Colombia. Imaginemos por un momento que lo que está pasando en Colombia estuviese ocurriendo en Caracas, Rusia o cualquier otra parte del mundo declarado como no amigo de los Estados Unidos. Seguramente la Organización de Estados Americanos (OEA), el alto comisariado de la ONU y el Gobierno estadounidense ya estarían denunciando los abusos y proponiendo sanciones a los gobiernos infractores. ¿Por qué la suavidad en los comunicados emitidos hasta la fecha?

No se le puede escapar a nadie que Colombia es el mejor aliado de los Estados Unidos en América Latina, siendo el país que se ofreció para instalar siete bases militares estadounidenses en su territorio (situación que afortunadamente no ocurrió por intervención de la Corte Constitucional). Las relaciones internacionales en el presente viven el momento más escandaloso de hipocresía y parcialidad: solamente los enemigos de los intereses norteamericanos cometen violaciones de los derechos humanos. No es nuevo, pero ahora es más chocante. Las agencias multilaterales se rinden a esta hipocresía y parcialidad sin ningún tipo de vergüenza. Los colombianos, eso sí, pueden esperar la solidaridad de todos los demócratas del mundo. En su valentía y en nuestra solidaridad reside la esperanza. El neoliberalismo no muere sin matar, pero cuanto más mata más muere. Lo que está pasando en Colombia no es un problema colombiano, es un problema nuestro, de las y los demócratas del mundo.

Por el momento, las manifestaciones en Colombia no se ven próximas a finalizar y pese a que solo ha pasado una semana desde el inicio de las mismas, debemos insistir en superar el miedo que ronda las calles del país y en la esperanza de un futuro prometedor, más justo y en paz, para un país que ha querido terminar un conflicto de más de cincuenta años a través de un Acuerdo que agoniza bajo las garras del capitalismo abisal.

Social repercussions of Pandemics. IMF Working Paper. 2021

Vuelve el fascismo

[Por: Juan José Tamayo]
El científico social portugués Boaventura de Sousa Santos es el intelectual que más tempranamente y con mayor rigor ha desvelado la forma moderna del fascismo y quien en sus análisis políticos concede especial importancia a la proliferación y el fortalecimiento del fascismo social con fachada democrática como agravante de la crisis actual (Boaventura de Sousa Santos, La difícil democracia. Una mirada desde la periferia europea, Akal, Madrid, 2017). Boaventura distingue dos tipos de fascismo: el social y el político.

El fascismo social tiene lugar en las relaciones sociales cuando la parte más fuerte detenta un poder tan superior al de la parte inferior que le permite disponer de un derecho no oficial de veto y de control sobre sus deseos, necesidades y aspiraciones de una vida digna. Se trata de un derecho ejercido despóticamente sobre los seres pueblos y los pueblos y sobre la naturaleza, que es lo más contrario a un derecho fundado en la dignidad humana y de la tierra.
Boaventura ofrece tres ejemplos significativos de fascismo social: la violencia contra las mujeres ejercida por el patriarcado; el trabajo realizado en condiciones laborales reales de esclavitud y los jóvenes afrobrasileños de las periferias de las grandes ciudades. Yo añado una cuarta manifestación del fascismo social: el sistema prostitucional que convierte a las mujeres en esclavas de los proxenetas y traficantes de personas y de la masculinidad hegemónica que convierte a las mujeres en objetos sexuales de uso, abuso y llega al feminicidio como la máxima expresión del odio a la vida de las mujeres. “Vivimos –asevera- en sociedades que son políticamente democráticas y socialmente fascistas” (Santos, 2017, 320). La afirmación no puede ser más certera.
“Cuanto más se restrinjan los derechos sociales y económicos , y cuanto menos eficaz sea la acción judicial contra las violaciones de los derechos, mayor es el campo del fascismo social” y mayor es “el fortalecimiento de las pulsiones fascistas” (ibid.)

El fascismo político se traduce en un modelo de régimen político dictatorial caracterizado por el nacionalismo excluyente, el racismo, la xenofobia, la aporofobia, el patriarcado y la modelo de desarrollo científico técnico depredador e la naturaleza. Las clases dominantes prefieren a veces dicho régimen cuando ven amenazados sus interés de manera significativa por el modelo democrático. Seguir leyendo

El negacionismos, el gatopardismo y el transicionismo

Por Boaventura de Sousa Santos
La pandemia del nuevo coronavirus ha puesto en tela de juicio muchas de las certezas políticas que parecían haberse consolidado en los últimos cuarenta años, especialmente en el llamado Norte global. Las principales certezas fueron: el triunfo final del capitalismo sobre su gran competidor histórico, el socialismo soviético; la prioridad de los mercados en la regulación de la vida no sólo económica sino también social, con la consiguiente privatización y desregulación de la economía y las políticas sociales y la reducción del papel del Estado en la regulación de la vida colectiva; la globalización de la economía basada en ventajas comparativas en la producción y la distribución; la brutal flexibilización (precariedad) de las relaciones laborales como condición para aumentar el empleo y el crecimiento económico. En general, estas certezas constituían el orden neoliberal. Este orden se nutrió del desorden en la vida de las personas, especialmente aquellos que llegaron a la edad adulta durante estas décadas.

Vale la pena recordar que la generación de jóvenes que entraron en el mercado laboral en la primera década de 2000 ya ha experimentado dos crisis económicas, la crisis financiera de 2008 y la actual crisis derivada de la pandemia. Pero la pandemia significó mucho más que eso. Demostró, en particular, que: es el Estado (no los mercados) quien puede proteger la vida de los ciudadanos; que la globalización puede poner en peligro la supervivencia de los ciudadanos si cada país no produce bienes esenciales; que los trabajadores en empleos precarios son los más afectados por no tener ninguna fuente de ingresos o protección social cuando termina el empleo, una experiencia que el Sur global conoce desde hace mucho tiempo; que las alternativas socialdemócratas y socialistas han vuelto a la imaginación de muchos, no solo porque la destrucción ecológica provocada por la expansión infinita del capitalismo ha llegado a límites extremos, sino porque, después de todo, los países que no han privatizado ni descapitalizado sus laboratorios parecen ser los más eficaces en la producción y más justos en la distribución de vacunas (Rusia y China).

No es de extrañar que los analistas financieros al servicio de aquellos que crearon el orden neoliberal ahora predigan que estamos entrando en una nueva era, la era del desorden. Es comprensible que así sea, ya que no saben imaginar nada fuera del catecismo neoliberal. El diagnóstico que hacen es muy lúcido y las preocupaciones que revelan son reales. Veamos algunos de sus rasgos principales. Los salarios de los trabajadores en el Norte global se han estancado en los últimos treinta años y las desigualdades sociales no han dejado de aumentar. La pandemia ha agravado la situación y es muy probable que dé lugar a un gran malestar social. En este período, hubo, de hecho, una lucha de clases de los ricos contra los pobres, y la resistencia de los hasta ahora derrotados puede surgir en cualquier momento. Los imperios en las etapas finales de la decadencia tienden a elegir figuras de caricatura, ya sea Boris Johnson en Inglaterra o Donald Trump en los Estados Unidos, que sólo aceleran el final. La deuda externa de muchos países como resultado de la pandemia será impagable e insostenible y los mercados financieros no parecen ser conscientes de ello. Lo mismo sucederá con el endeudamiento de las familias, especialmente de la clase media, ya que este fue el único recurso que tuvieron para mantener un cierto nivel de vida. Algunos países han optado por la vía fácil del turismo internacional (hoteles y restaurantes), una actividad por excelencia presencial que sufrirá de incertidumbre permanente. China aceleró su trayectoria para volver a ser la primera economía del mundo, como lo fue durante siglos hasta principios del siglo XIX. La segunda ola de globalización capitalista (1980-2020) ha llegado a su fin y no se sabe lo que viene después. La era de la privatización de las políticas sociales (a saber, la medicina) con amplias perspectivas de lucro parece haber llegado a su fin.

Estos diagnósticos, a veces esclarecedores, implican que entraremos en un período de opciones más decisivas y menos cómodas que las que han prevalecido en las últimas décadas. Anticipo tres caminos principales. Designo el primero como el negacionismo. No comparte el carácter dramático de la evaluación expuesta anteriormente. No ve ninguna amenaza para el capitalismo en la crisis actual. Por el contrario, cree que se ha fortalecido con la crisis actual. Después de todo, el número de multimillonarios no ha dejado de aumentar durante la pandemia y, además, ha habido sectores que han visto aumentar sus beneficios como resultado de la pandemia (véase el caso de Amazon o tecnologías de la comunicación, zoom, por ejemplo). Se reconoce que la crisis social va a empeorar; para contenerla, el Estado sólo tiene que fortalecer su sistema de «ley y orden», fortalecer su capacidad para reprimir las protestas sociales que ya han comenzado a suceder, y eso sin duda aumentará, ampliando el cuerpo de policía, readaptando al ejército para actuar contra los «enemigos internos», intensificando el sistema de vigilancia digital, ampliando el sistema penitenciario. En este escenario, el neoliberalismo seguirá dominando la economía y la sociedad. Se admite que será un neoliberalismo modificado genéticamente para poder defenderse del virus chino. Entiéndase, un neoliberalismo en tiempo de intensificación de la guerra fría con China y por lo tanto combinado con algún tribalismo nacionalista.

La segunda opción es la que más se corresponde con los intereses de los sectores que reconocen que se necesitan reformas para que el sistema pueda seguir funcionando, es decir, para que se pueda seguir garantizando el retorno del capital. Designo esta opción por el gatopardismo, en referencia a la novela Il Gattopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958): es necesario que existan cambios para que todo siga igual, para que lo esencial esté garantizado. Por ejemplo, el sector de la salud pública debería ampliarse y reducir las desigualdades sociales, pero no se piensa en cambiar el sistema productivo o el sistema financiero, la explotación de los recursos naturales, la destrucción de la naturaleza o los modelos de consumo. Esta posición reconoce implícitamente que el negacionismo puede llegar a dominar y teme que, a largo plazo, esto conduzca a la inviabilidad del gatopardismo. La legitimidad del gatopardismo se basa en una convivencia que se ha establecido en los últimos cuarenta años entre el capitalismo y la democracia, una democracia de baja intensidad y bien domesticada para no poner en cuestión el modelo económico y social, pero que aún garantiza algunos derechos humanos que dificultan la negación radical del sistema y la insurgencia anti-sistémica. Sin la válvula de seguridad de las reformas, acabará la mínima paz social y, sin ella, la represión será inevitable.

Sin embargo, hay una tercera posición que designo como transicionismo. Por el momento, que habita en la angustiosa inconformidad que surge en múltiples lugares: en el activismo ecológico de la juventud urbana, en todo el mundo; en la indignación y resistencia de los campesinos, pueblos indígenas y afrodescendientes y pueblos de los bosques y regiones ribereñas ante la impune invasión de sus territorios y el abandono del Estado en tiempos de pandemia; en la reivindicación de la importancia de las tareas de cuidado a cargo de las mujeres, a veces en el anonimato de las familias, ahora en las luchas de los movimientos populares, ahora frente a gobiernos y políticas de salud en varios países; en un nuevo activismo rebelde de artistas plásticos, poetas, grupos de teatro, raperos, sobre todo en las periferias de las grandes ciudades, un vasto grupo que podemos llamar artivismo. Esta es la posición que ve en la pandemia la señal de que el modelo civilizado que ha dominado el mundo desde el siglo XVI ha llegado a su fin y que es necesario iniciar una transición a otro u otros modelos civilizadores. El modelo actual se basa en la explotación ilimitada de la naturaleza y de los seres humanos, en la idea de un crecimiento económico infinito, en la prioridad del individualismo y la propiedad privada, y en el secularismo. Este modelo permitió impresionantes avances tecnológicos, pero concentró los beneficios en algunos grupos sociales al tiempo que causó y legitimó la exclusión de otros grupos sociales, de hecho mayoritarios, a través de tres modos principales de dominación: explotación de los trabajadores (capitalismo), legitimación del racismo de masacres y saqueos de razas consideradas inferiores y la apropiación de sus recursos y conocimientos (colonialismo) y el sexismo legitimando la devaluación del trabajo de cuidado de las mujeres y la violencia sistémica contra ellas en los espacios domésticos y públicos (patriarcado).

La pandemia, al mismo tiempo que empeoró estas desigualdades y discriminaciones, ha hecho más evidente que, si no cambiamos el modelo civilizatorio, nuevas pandemias seguirán plagando a la humanidad y el daño que causarán a la vida humana y no humana será impredecible. Dado que no se puede cambiar de un día a otro el modelo civilizatorio, se debe empezar a diseñar directivas de transición. De ahí la designación de transicionismo.

En mi opinión, el transicionismo, a pesar de ser una posición por ahora minoritaria, es la posición que me parece llevar más futuro y menos desgracia para la vida humana y no humana del planeta. Por lo tanto, merece más atención. Partiendo de ella, podemos anticipar que entraremos en una era de transición paradigmática hecha de varias transiciones. Las transiciones se producen cuando un modo dominante de vida individual y colectiva, creado por un determinado sistema económico, social, político y cultural, comienza a revelar crecientes dificultades para reproducirse al mismo tiempo que, dentro de ella, comienzan a germinar cada vez menos marginalmente, los signos y prácticas que apuntan a otras formas de vida cualitativamente diferentes. La idea de la transición es una idea intensamente política porque presupone la existencia alternativa entre dos horizontes posibles, uno distópico y otro utópico. Desde el punto de vista de la transición, no hacer nada, que es característico del negacionismo, implica de hecho una transición, pero una transición regresiva hacia un futuro irreparablemente distópico, un futuro en el que todos los males o disfunciones del presente se intensificarán y multiplicarán, un futuro sin futuro, ya que la vida humana se volverá inviable, como ya lo es para muchas personas en nuestro mundo.

Por el contrario, la transición apunta a un horizonte utópico. Y dado que la utopía por definición nunca se logra, la transición es potencialmente infinita, pero no menos urgente. Si no empezamos ahora, mañana puede ser demasiado tarde, como nos advierten los científicos del cambio climático y el calentamiento global, o los campesinos quienes están sufriendo los efectos dramáticos de los fenómenos meteorológicos extremos. La característica principal de las transiciones es que nunca se sabe con certeza cuando comienzan y cuando terminan. Es muy posible que nuestro tiempo sea evaluado en el futuro de una manera diferente a la que defendemos hoy. Incluso puede llegar a considerar que la transición ya ha comenzado, pero sufre bloqueos constantes. La otra característica de las transiciones es que no es muy visible para quienes la viven. Esta relativa invisibilidad es el otro lado de la semi-ceguera con la que tenemos que vivir el tiempo de transición. Es un tiempo de prueba y error, de avances y contratiempos, de cambios persistentes y efímeros, de modas y obsolescencias, de salidas disfrazadas de llegadas y viceversa. La transición sólo se identifica completamente después de que haya ocurrido.

El negacionismo, el gatopardismo y el transicionismo se enfrentarán en un futuro próximo, y la confrontación probablemente será menos pacífica y democrática de lo que nos gustaría. Una cosa es cierta, el tiempo de las grandes transiciones ha sido inscrito en la piel de nuestro tiempo y es muy posible que contradiga el verso de Dante. Dante escribió que la flecha que se ve venir viene más lentamente (che saetta previsa viene più lenta). Estamos viendo la flecha de la catástrofe ecológica viniendo hacia nosotros. Viene tan rápido que a veces se siente como si ya estuviera clavada en nosotros. Si es posible eliminarla, no será sin dolor.

– Boaventura de Sousa Santos es Director Emérito del Centro de Estudos Sociais da Universidade de Coimbra