La lógica deshumana del capitalismo

«El tratamiento a los mayores nos da una imagen de la lógica deshumana del capitalismo»

Naiz [Foto: la escritora Silvia Federici

Por Maddi Txintxurreta 

Es marxista con muchos ‘peros’ y feminista sin duda alguna. Dice que le gusta «explicar» y son muchas y muchos quienes la escuchan. Con ‘Calibán y la bruja’ como su obra clave, Silvia Federici es una referente del feminismo.

Silvia Federici (Parma, Italia, 1942) llega a Iruñea invitada por Katakrak. Pende de sus ojos el peso de una mirada prospectora desviada de lo común –vuelta hacia los comunes– y hojea los títulos que llevan su firma y que Katakrak ha colocado en una mesa aparte. «¿Puedo llevarme una copia de este?» pregunta a la responsable del espacio cultural, y esta le responde con un «claro» tan evidente que parece que piensa: «¡Si es suyo!»

Ochenta años atraviesan sus palabras y su cuerpo y no puede dejar de mirar a la historia para leer el mundo actual: lo piensa, mastica y devuelve comprensible a sus lectoras. Recurre y regresa a menudo a las luchas feministas de la década de 1970 en Estados Unidos, como si intuyera que si hace cincuenta años no hubiera estado allí, no estaría en Iruñea un día de octubre del 2022 presentando ‘Ir más allá de la piel’.

Viene a Katakrak a presentar ‘Ir más allá de la piel’. En esta obra aterriza su pensamiento al mundo actual, al capitalismo contemporáneo. Teniendo en cuenta que vivimos una época de constantes cambios, a usted, como escritora, ¿le supone alguna dificultad pensar e interpretar la época actual?

¡Al contrario! Todos mis libros llegan hasta la experiencia contemporánea, a pesar de que siempre tengo una perspectiva histórica, porque el pasado para mí no es pasado, no es algo que ha muerto: vive en el presente. Nunca podría analizar el presente olvidándome del pasado. La clave es comprender el cambio social, comprender cómo las estructuras que son históricas todavía se transforman. El capitalismo tiene una historia de más de cinco siglos y en cada fase histórica se cambia, se vuelve en respuesta a las luchas, a los cambios económicos, a las crisis… pero la experiencia actual es fundamental.

En sus trabajos sostiene que las mujeres son el principal motor para la producción capitalista; antes de los 70 porque se dedicaban de manera gratuita a los trabajos reproductivos y, después, con su entrada en el mercado laboral, porque son ellas las que soportan las peores condiciones laborales, además de que siguen con el trabajo reproductivo gratuito.

Sí, cualquier tipo de trabajo, las mujeres lo hacen. Hacen el trabajo de reproducción, que incluye el trabajo del campo, de la agricultura o de la sanidad. También el trabajo extradoméstico, en las oficinas, en las fábricas, el trabajo industrial. En Bangladesh, en México a la frontera con Estados Unidos, en las llamadas zonas de libre comercio, hay formas de explotación del trabajo de la mujer similares a la esclavitud. Por eso, hoy las mujeres son las protagonistas del desarrollo. Y creo que siempre ha sido así.

¿No le parece que esta situación de vulnerabilidad les ofrece al mismo tiempo un gran poder, en cuanto las necesita el capital?

Claro, el trabajo de la mujer ha sido la fuerza que ha permitido relanzar una nueva fase del desarrollo. Por eso mismo las mujeres son las protagonistas de muchísimas luchas sociales, empezando por la lucha sobre la reproducción y la lucha contra la destrucción de la naturaleza. En muchos lugares de África y América Latina vemos que las mujeres están en primera línea contra la deforestación, contra la política del extractivismo, la minería, la extracción petrolera… porque se dan cuenta de que la destrucción de la naturaleza es la destrucción de la vida, de la comunidad. Y saben que aunque estas empresas pueden traer salarios para los jóvenes, destruyen a la comunidad la posibilidad de reproducirse.

Participó en la campaña ‘Salario para el trabajo doméstico’ en los años 70. La falta de salario convierte a las mujeres en dependientes y domésticas, sin embargo, el salario es uno de los mayores mecanismos de control del capital. ¿Cuál debe ser el punto de encuentro entre el trabajo de hogar y de cuidados y el salario para que no suponga una dependencia esclava de los hombres ni del capital?

Sí, pero voy a agregar: solamente se dice que el salario es una medida de control cuando se habla de las mujeres y del trabajo de hogar. No se dice que es una medida de control cuando se habla de los salarios de los profesores o de los salarios de los obreros industriales. Si es verdad que luchar por un salario reproduce el capital, ¿porqué no creamos los mismos discursos en relación a todos los trabajadores asalariados? ¿Qué vamos a proponer? ¿Que todos trabajen sin salarios?

El discurso por el salario en el trabajo doméstico era una estrategia de un momento concreto para liberar las mujeres de la dependencia de los hombres, para visibilizar que lo doméstico es un trabajo, un trabajo que produce capital y sustenta cualquier actividad productiva. Porque aunque no produce coches, produce trabajadores para generaciones futuras. Por ello, pedir un salario era una forma de abrir una vía de contacto y negociación entre mujeres y capital. En los años 70, la relación mujeres-capital era mediada por los hombres. Entonces, el salario no era el fin, nunca lo propusimos como tal, sino una estrategia para cambiar la relación de poder entre mujeres-hombres, mujeres-estado y mujeres-capital. Y a partir de esta posición empezar un nuevo ciclo de lucha.

En ‘Calibán y la bruja’ determinó que el capitalismo ha transformado los cuerpos en máquinas de trabajo y sostiene que las mujeres sufren una doble mecanización, productiva y reproductiva. ¿La implicación de los hombres en el trabajo de hogar y de los cuidados ayudaría a resolver esta situación?

¡Claro! Pero dos cosas: lo primero, esto no cambiaría la condición de este trabajo. El problema sigue siendo que este trabajo está desvalorizado, no está remunerado y no da acceso a beneficios como pensiones o un seguro de salud. Compartir el trabajo con los hombres es un paso. Pero lo más importante de todo es responsabilizar al Estado. Hemos visto en las luchas en torno al trabajo doméstico que la dificultad de compartir el trabajo con los hombres no es solamente la falta de voluntad de los varones, que es tanta, es también que la organización actual del trabajo y de los salarios provoque que sea mejor que el varón trabaje fuera de casa, porque su salario es mayor. Entonces, además de compartir, se necesita un cambio de la organización del trabajo asalariado.

En Euskal Herria, algunos sindicatos y partidos llevan tiempo reivindicando un sistema público de cuidados. ¿Cree que esto podría ser efectivo contra la crisis de los cuidados?

Claro que el Estado se debe responsabilizar. Aunque yo soy crítica con lo que dicen, porque el Estado debe responsabilizarse sin establecer un sistema de control y la comunidad debe decidir qué servicios nos va a dar el Estado. Soy contraria a que el Estado organice, debemos ser partícipes. Siempre he dicho que estos discursos de los comunes, los entramados comunitarios, las asambleas vecinales, son necesarios para cambiar nuestra relación con lo público. Porque hoy el Estado es neoliberal y no tiene ningún interés en reproducir nuestra vida. Nos ofrecen la sanidad para que volvamos a trabajar lo antes posible, nos ofrecen servicios, lo más baratos que pueden. Entonces, necesitamos una lucha desde abajo y esto significa que la comunidad debe organizarse y relacionarse con quienes trabajan en los servicios públicos. No es suficiente abrir las ventanas y aplaudir a las enfermeras, tenemos que encontrarnos con ellas y decidir qué necesitamos, qué podemos hacer.

«Cuando hablamos de trabajadores es necesario tener en cuenta la diversidad y saber que aún así podemos pensar en formas de lucha conjuntas. Se trata de pensar cómo juntarnos de manera que los que tienen más privilegios no sean los que dominen la lucha. Es una cuestión de organización»

El cuerpo cambia, envejece, se vuelve inservible en la lógica capitalista y se deshecha. ¿Cómo debemos resignificar, recuperar, ‘reciclar’ estos cuerpos?

Cuando pensamos en la condición de los mayores hoy, vemos verdaderamente la violencia de esta sociedad capitalista y cómo destruye a las personas. En muchas sociedades precapitalistas, y pienso sobre todo en las comunidades indígenas de Norte América, los mayores eran los guías, también las mujeres mayores. Tenían la sabiduría y la experiencia, la memoria colectiva del pueblo. Tomaban las decisiones. Ahora los mayores son los tontos, no son productivos, pesan, dan problemas a las familias, son una carga. Vivimos una desvalorización de los mayores y se desvaloriza la reproducción. Y todavía el capitalismo privilegia, en el contexto de esta desvalorización general, la infancia, porque de ahí vienen los futuros trabajadores. Así que los mayores se pueden desechar como basura.

Hemos visto con el covid-19 en Estados Unidos que muchos de los mayores que murieron estaban en los centros públicos financiados por el Estado. Pero la crisis de estos centros era precedente al covid-19, porque en estos centros se han cortado los fondos, el personal, así que dejan a los mayores durante horas en sus camas. El tratamiento a los mayores nos da una imagen de la lógica deshumana de esta sociedad capitalista.

Algunas voces que se declaran feministas defienden el sentido más biologicista del cuerpo y reprochan tanto al movimiento queer como al transfeminismo que vacían de contenido la categoría mujer, que «borran» a las mujeres. ¿Qué opinión le merece esto?

Creo que hay problemas en ambos lados. Yo vengo de una lucha que surgió en los años 70, cuando el feminismo criticó la concepción del capitalismo sobre la mujer. Siempre hemos subrayado que mujer no es un concepto biológico. Pero la mujer es importante como sujeto político, porque mujer, en la historia de la sociedad capitalista, ha significado toda una organización particular de la explotación y del trabajo. Y todo un tipo de lucha contra la discriminación.

Es cierto que el feminismo siempre ha tenido más conciencia de las diversidades. Pero lo mismo pasa con los trabajadores, ¿no? ¿Vamos a desechar la condición del trabajador explotado porque un trabajador no es lo mismo en el País Vasco o en España, o en África? Claro que la categoría del trabajador explotado es importante para comprender la lucha en la historia del capitalismo. Y, a pesar de ello, la categoría del trabajador explotado incluye una gran variedad. ¿Porqué se responsabiliza de la diversidad solamente al movimiento feminista? ¿Porqué no se le pide lo mismo al movimiento de los trabajadores?

Cuando hablamos de trabajadores es necesario tener en cuenta la diversidad y saber que aún así podemos pensar en formas de lucha conjuntas. Se trata de pensar cómo juntarnos de manera que los que tienen más privilegios no sean los que dominen la lucha. Es una cuestión de organización.

Pero, como defiende la teoría interseccional, la relación entre opresor y oprimido es coyuntural y esto puede general tensiones.

Verás, en los años 70, a partir del movimiento del Poder Negro, hubo una discusión muy interesante. Trataba de la diferencia entre autonomía y separatismo, porque había una parte del movimiento negro a favor del separatismo, de una forma de organización sin blancos. La autonomía, sin embargo, significa poder decidir, tener espacios sin personas blancas, pero a pesar de ello poder juntarnos en las luchas donde tenemos intereses comunes decidiendo cuándo, dónde y de qué forma.

Este discurso también se ha tratado en el movimiento feminista. Las separatistas decían ‘nada de trabajo con los hombres. Vamos a crear comunidades de mujeres, vamos a crear una cultura exclusivamente de mujeres, porque la relaciones con los hombres son siempre de dominación’. Por otro lado, y yo me posiciono en este lado, hay mujeres que dicen que no, porque los hombres también son explotados.

En ‘Calibán y la bruja’ hablo de acumulación de diferencias, acumulación de jerarquías: el capitalismo, cada vez, en cada fase de desarrollo, no deconstruye estas divisiones. Es así, dividiéndonos, haciendo que peleemos unos con otros, como ha podido perpetuarse. El discurso no debe ser que nunca nos podemos encontrar con los hombres, sino que tenemos nuestra autonomía y capacidad de decidir, que nos organizamos como mujeres y no incluimos hombres en nuestra organización. Y vamos a decidir en qué espacios y cómo participarán los hombres.

Defiende en ‘Reencantar el mundo. El feminismo y la política de los comunes’ la vida comunal libre de relaciones productivas. ¿Cómo podemos imaginar los comunes?

Yo hablo de la necesidad de las relaciones comunales hoy, en una sociedad donde en cualquier parte estamos circundados, circundadas, por la relación capitalista. Entonces, la concepción de los comunes hoy no es una concepción final. Pero podemos pensar en lo comunal, sea en el marco de las relaciones sociales, de compartir los bienes, pero sobre todo como un principio de organización social que se puede y se debe aplicar a cualquier aspecto de nuestras vidas. Por ejemplo, compartiendo la riqueza natural y la riqueza que se produce o colaborando en la reproducción de la vida, etcétera. También en la justicia. Decir no a las cárceles, no a la Policía y pensar en la justicia de forma comunal. Hay varios ejemplos en el seno de las comunidades indígenas, porque ellos tienen otros sistemas, como el sistema restaurativo, y podemos valorar si pueden inspirarnos.

Esto, por ello, es un principio de organización social para crear una sociedad que no esté fundada en la explotación ni en la competencia, sino en la colaboración. Y, sobre todo, bajo el principio de responsabilizarnos; de todo, no solamente de nuestras vidas individuales, también de la vida de la comunidad. Responsabilizarnos también de la reproducción de la riqueza que usamos.

Las comunidades indígenas nos dan una lección, pues ellos decían: ‘Debemos dar a la naturaleza para que las próximas generaciones la puedan usar’. Así, no solamente hay que consumir, buscar y traer, también se debe reproducir. Eso es lo que te hace miembro de una comunidad. Porque el miembro de una comunidad no es la persona que llega y toma, es alguien que se responsabiliza de los otros, de las otras, y de la medida de reproducción.

Para mí, lo comunitario es una forma de crear más resistencia, de fortalecer nuestra resistencia hacia el Estado y al capital. Es, también, un terreno para la experimentación. Necesitamos experimentar, la sociedad que queremos construir no se va a construir en un momento. Se va a construir a través de un largo proceso de lucha, que debe ser también un proceso de experimentación para lograr nuevas formas de autogobierno. Ahora no somos capaces de gobernarnos sin el Estado, porque hemos interiorizado esta dependencia. Por ello, necesitamos un proceso de liberación y, para mí, el común es eso.

Fuente: https://www.naiz.eus/es/info/especial/20221114/el-tratamiento-a-los-mayores-nos-da-una-imagen-de-la-logica-deshumana-del-capitalismo

Una historia de Leon Tolstóy

¿Cuánta tierra necesita un hombre?. La mente capitalista

Leonardo Boff

Sentado en círculo con los rústicos peones de su hacienda Yásnaya Poliana, Leo Tolstói (1828-1910) el gran escritor ruso, les contó la siguiente historia que me permito resumir para ejemplificar cómo funciona la cabeza de un capitalista.
Había un campesino pobre, pero muy deseoso de poseer cada vez más tierra para cultivar y hacerse rico. Pensó: “Voy a hacer un pacto con el diablo. Este me va a dar suerte”, dijo a su mujer, que torció el gesto y le advirtió: “Marido mío, cuidado con el diablo, nunca sale nada bueno de un pacto con él; ese deseo tuyo de hacerte rico puede echarte a perder”.

Pero, ante la insistencia de su marido, resolvió acompañarlo. Así que partieron, llevando unas pocas pertenencias.

Supieron que lejos de allí había un grupo de gitanos que vendían tierras baratas. Y se encaminaron hacia aquel lugar. Cuando llegaron, allí estaba de pie el diablo, bien trajeado, dándose aires de rico comerciante de tierras. El campesino y su mujer saludaron educadamente a los gitanos. Cuando iban a expresar su deseo de adquirir tierras, el diablo sin ceremonias se anticipó y dijo:

“Buen señor, veo que viene de lejos y tiene un gran deseo de hacer fortuna. Tengo una excelente propuesta para usted, mejor que la de los gitanos. Le propongo lo siguiente: usted pone una cantidad razonable de dinero en una bolsa aquí a mi lado. Todo lo que usted recorra a lo largo de un día, desde el amanecer hasta la puesta del sol, siempre que esté de vuelta antes de ponerse el sol, esa tierra recorrida será suya. En caso contrario, perderá las tierras y el dinero de la bolsa”.

Los ojos del campesino, ávido de riqueza, brillaron de emoción y dijo:

“Me parece una propuesta excelente. Tengo piernas fuertes. Acepto. Mañana bien temprano, al amanecer, me pondré a correr y todo el territorio que mis piernas consigan alcanzar será mío”.

El diablo, siempre malicioso, sonrió contento.

Y así fue. Bien temprano, apenas el sol despuntó en el horizonte, el campesino, lleno de codicia, echó a correr. Corría y corría mucho. Saltó cercas, atravesó riachuelos y, no contento, ni siquiera se paró a descansar. Veía delante de sí una encantadora planicie verde y pensó: “aquí voy a plantar trigo en abundancia”. Mirando a la izquierda, se abría un valle muy plano y pensó: “aquí puedo hacer una plantación de lino para dar y vender”.

Subió, con dificultad, una pequeña colina y vio que allá abajo había un campo de tierra virgen. Y pensó: “quiero también aquella tierra. Ahí voy a criar ganado y ovejas y voy a llenar las alforjas de las burras con mucho dinero”.

Y así recorrió muchos kilómetros, nunca satisfecho con lo que había conquistado, pues los lugares que veía le atraían y alimentaban aún más su deseo incontrolado de poseerlos también.

De repente miró al cielo y se dio cuenta de que el sol se estaba ocultando detrás de una montaña. Se dijo a sí mismo:

“No hay tiempo que perder. Tengo que volver corriendo, si no, pierdo todos los terrenos recorridos y, encima, el dinero. “Un día de dolor, una vida de amor”, pensó, como decía su abuelo.

Se puso a correr con una velocidad desmedida para sus cansadas piernas, pero tenía que correr sin reparar en los límites de sus tensos músculos. Miraba siempre la posición de sol, cerca ya del horizonte, enorme y rojo como la sangre. Pero aún no se había ocultado totalmente. Cansadísimo, corría sin parar y ya ni sentía las piernas. Con tristeza pensó: “tal vez abarqué demasiadas tierras y puedo perder todo. Pero sigamos adelante”.

Viendo, a lo lejos al diablo, solemnemente de pie y a su lado la saca de dinero, recobró un poco el ánimo, seguro de que llegaría antes de ponerse el sol. Reunió todas las energías que tenía e hizo un último esfuerzo. Saltó una cerca, atravesó un riachuelo y corría, casi volando. No muy lejos de la llegada, se tiró hacia delante perdiendo casi el equilibrio. Recuperado, dio todavía unos pasos largos.

Y entonces, extenuado y ya sin fuerzas, se desplomó en el suelo. Sangraba por la boca y todo su cuerpo estaba cubierto de arañazos y de sudor.

El diablo, malvadamente, solo sonrió y tomó la bolsa de dinero. Indiferente al destino del muerto, aun se dio el trabajo de hacer una fosa del tamaño del campesino y lo metió dentro. Eran solo siete palmos de tierra, la parte menor que le tocaba de todos los terrenos recorridos. No necesitaba más que eso. Su mujer, petrificada, presenciaba todo hecha un mar de lágrimas».

Este cuento nos recuerda al poeta pernambucano João Cabral de Melo Neto (1920-1999) que nos dejó la conmovedora obra Muerte y Vida Severina (1995). En el funeral del labrador dice:

“Esta cueva en que estás, con palmos medida, es la cuenta menor que sacaste en vida; es la parte que te cabe de este latifundio”.

La mujer del campesino tenía razón al advertir : “Cuidado con el diablo, pues te impulsa a tener más dinero cada vez y luego acaba contigo y toma todo tu dinero”. Es la lógica del capital. En él vivimos y sufrimos. Avanzando sobre los bosques y las selvas él nos trajo la Covid-19.

¿Cómo nos libraremos de él?

*Leonardo Boff es escritor y ha escrito: Habitar la Tierra:¿cuál es el camino para la fraternidad universal? Vozes 2021.

Ante el futuro, desencanto o esperanzar

Leonardo Boff

Estamos en pleno 2021, año que no ha acabado porque la Covid-19 ha anulado la cuenta del tiempo al continuar su obra letal. El 2022 no puede ser inaugurado todavía. El hecho es que el virus ha puesto de rodillas a todos los poderes, especialmente a los militaristas, pues su arsenal de muerte se ha hecho totalmente ineficaz.

No obstante, el genio del capitalismo, a propósito de la pandemia, hizo que la clase capitalista transnacional se reestructurase mediante el Great Reset (el Gran Reinicio), expandiendo la reciente economía digital mediante la integración de los gigantes: Microsoft, Facebook, Apple, Amazon, Google, Zoom y otros con el complejo militar-industrial-de seguridad. Tal evento representa la formación de un poder inmenso, nunca antes habido. Notemos que se trata de un poder económico de naturaleza capitalista y que por lo tanto realiza su propósito esencial de maximización de los lucros de forma ilimitada, explotando sin consideración a los seres humanos y a la naturaleza.

La consecuencia de esta radicalización del capitalismo confirma lo que un sociólogo de la universidad de California-Santa Bárbara, William I. Robinson bien ha observado en un artículo reciente (ALAI 20/12/2021): “A medida que el mundo se vaya librando de la pandemia, habrá más desigualdad, conflictos, militarismo y autoritarismo, y en esta misma medida aumentarán las convulsiones sociales y los conflictos civiles. Los grupos dominantes se empeñarán en expandir el estado policial global para contener a los descontentos en masa, venidos de abajo”. En efecto, se utilizará la inteligencia artificial con sus billones de algoritmos para controlar a cada persona y a la sociedad entera. ¿Ese poder brutal adónde llevará a la humanidad?

Sabiendo de la lógica inexorable del sistema capitalista, Max Weber, uno de los que mejor la analizaron críticamente, afirmó un poco antes de morir: “Lo que nos espera no es el florecimiento del otoño, nos espera una noche polar, gélida, sombría y ardua (Le Savant et le Politique, Paris 1990, p. 194). Acuñó la fuerte expresión que apunta al corazón del capitalismo: él es una “jaula de hierro”(Stahlartes Gehäuse) que no consigue romper y, por eso, nos puede llevar a una gran catástrofe (cf. el pertinente análisis de M.Löwy, La jaula de hierro: Max Weber y el marxismo weberiano, México 2017). Esta opinión es compartida por grandes nombres como Thomas Mann, Oswald Spengler, Ferdinand Tönnies, Eric Hobsbawn, entre otros. Varios modelos de sociedad-mundo están siendo discutidos para la pos-pandemia. Los más importantes, además del Great Reset de los multibillonarios, son: el capitalismo verde, el ecosocialismo, el bien vivir y convivir de los andinos, la biocivilización, de varios grupos y del Papa Francisco entre otros. No cabe aquí detallar tales proyectos, cosa que hice en el libro Covid-19: La Madre Tierra contraataca a la Humanidad ( Vozes 2020). Solamente diría: o cambiamos de paradigma de producción, de consumo, de convivencia y, especialmente, de relación con la naturaleza, con respeto y cuidado, sintiéndonos parte de ella y no sobre ella como dueños y señores, o se realizará el pronóstico de Max Weber: de 2030 hasta 2050 como máximo podremos conocer un armagedón ecológico-social extremadamente dañino para la vida y para la Tierra.

En este sentido, mi sentimiento del mundo me dice que quien irá a destruir el orden del capital, con su economía, política y cultura, no será ningún movimiento o escuela de pensamiento crítico. Será la propia Tierra, planeta limitado que ya no soporta un proyecto de crecimiento ilimitado. El visible cambio climático, objeto de discusión y de toma de decisiones (prácticamente ninguna) de las últimas COPs de la ONU, el agotamiento creciente de los bienes y servicios naturales fundamentales para la vida (The Earth Overshoot) y la amenaza de ruptura de los principales nueve límites planetarios, que no pueden ser rotos sino al precio del colapso de la civilización, son algunos indicadores de una tragedia inminente.

Un número significativo de especialistas en clima afirman que llegamos demasiado tarde. Con lo ya acumulado de gases de efecto invernadero no podremos contener la catástrofe, podremos solamente con ciencia y tecnología disminuir sus efectos desastrosos. Pero la gran crisis irreversible vendrá. Por eso se han vuelto escépticos y hasta tecnofatalistas.

¿Seremos pesimistas resignados o adeptos, en el sentido de Nietzsche, a la “resignación heroica”? Estimo, como decía un presocrático, que debemos esperar lo inesperado, pues si no lo esperamos cuando llegue no lo percibiremos. Lo inesperado puede ocurrir dentro de la perspectiva cuántica: el sufrimiento actual a causa de la crisis sistémica no será en vano; está acumulando energías beneficiosas que, al alcanzar cierto nivel de complejidad y de acumulación, darán un salto hacia otro orden más alto con un nuevo horizonte de esperanza para la vida y para el planeta vivo, Gaia, la Madre Tierra. Paulo Freire acuñó la expresión esperanzar: no quedarnos esperando que la situación mejore algún día sino crear las condiciones para que la esperanza no sea vana, sino que con nuestro empeño la hagamos efectiva.

Creo que, con nuestra participación, ese salto podrá ocurrir y estaría dentro de las posibilidades de la historia del universo y de la Tierra: del actual caos destructivo podemos pasar a un caos generativo de un nuevo modo de ser y de habitar el planeta Tierra.

En esto creo y espero, reforzado por la palabra de la Revelación que afirma: “Dios creó todas las cosas por amor porque es el apasionado amante de la vida” (Sabiduría 11,26). Él no permitirá que terminemos trágicamente así. Todavía viviremos bajo la luz benevolente del sol.


*Leonardo Boff, ecoteólogo, filósofo y escritor, ha escrito El doloroso parto de la Madre Tierra: una sociedad de fraternidad sin fronteras y de amistad social, Vozes 2021; Habitar la Tierra:¿cuál es el camino para la fraternidad universal?, Vozes 2021

Cómo salvar el capitalismo

Antonio Zugasti

Hace casi veinte años que Susan George – investigadora, escritora, conferenciante y presidenta de honor de ATTAC Francia– publicó un libro titulado Informe Lugano. Se trataba de una obra de ficción socio-política. En ella suponía que al acercarnos al siglo XXI, las más destacadas figuras de la élite económica mundial se habían reunido para ver cómo podían asegurar el desarrollo sin trabas del capitalismo en el próximo siglo.

Para estudiar en profundidad esa cuestión eligen a un grupo de expertos en diversas materias que, con el mayor secreto, debían analizar todos los datos disponibles y redactar un informe, el Informe Lugano, en que expusieran las medidas que sería necesario tomar para mantener incólume el sistema capitalista a lo largo del siglo XXI. Las conclusiones del Informe son dramáticas: el sistema neoliberal globalizado no podrá salvarse del caos y la implosión si no procede de inmediato a reducir la población mundial en dos mil millones de personas durante los próximos veinte años. Esa es la fórmula que los expertos ven necesario aplicar para que el capitalismo siga en pie.

Estas conclusiones del informe son algo imaginado por la autora, pero la realdad nos dice que se acercan mucho a lo que está en la mente de los prohombres del capitalismo, a lo que está en su ADN más profundo: el beneficio por encima de todo, sin que ninguna norma ética pueda obstaculizar la ambición más desmedida. De hecho en estos 20 años el hambre y las guerras fomentadas por una economía sin escrúpulos han supuesto millones de víctimas. Pero en el mundo todavía seguimos siendo demasiados para lo que recomendaba en Informe Lugano.

Y ahora llega el coronavirus, que les viene muy bien para seguir aplicando la receta del Informe. Para los capitalistas más despiadados se trata de una gran oportunidad: salvar su economía y sacrificar vidas humanas. Esa ha sido claramente su línea de actuación ante la pandemia. Trump es seguramente el ejemplo más notorio de esta política. Ha puesto claramente la economía por encima de las personas, lo que ha llevado a que EE.UU. sea el país con mayor cantidad de víctimas de todo el mundo. Consciente además de que la mayoría de las vidas sacrificadas a la economía pertenecen a las clases más bajas de la sociedad, afroamericanos, latinos, blancos pobres que ni en sueños pueden pensar en costear lo que cuesta la asistencia en las privadísimas y carísimas clínicas de EE.UU. Excedentes humanos, aportan muy poco a la economía, sobran. Bueno es liberarse de ellos.

Para disimular ante la sociedad este comportamiento despiadado cualquier recurso es bueno. Hasta presentarse a la puerta de una iglesia presbiteriana con una Biblia en la mano. Trump, el ejemplo más puro de una conducta anticristiana, escudándose en la Biblia para justificar su despreocupación por la salud de los ciudadanos y su rechazo a las manifestaciones en protesta por el asesinato de George Floyd. Lo que pasa es que, desgraciadamente, en EE.UU. está ampliamente implantada una derecha religiosa ultraconservadora en la que Trump consigue una gran parte de sus apoyos.

Esta derecha religiosa ha contado con grandes recursos económicos para extenderse por América Latina, especialmente en Brasil, donde ha sido un elemento clave para la elección de Bolsonaro, un claro émulo de Trump. También aquí se ha seguido, corregida y aumentada, la misma política de Trump frente a la pandemia. Bolsonaro minimizó al principio los efectos del coronavirus, se resistió a imponer medidas de confinamiento, y él mismo en persona ha ignorado abiertamente las reglas de distanciamiento social. Cuando no le quedó más remedio tomó unas medidas muy laxas, y ahora reabre a toda prisa la economía, en una desescalada desordenada, cuando se cuentan más de 1.200 muertos diarios y la curva está lejos de aplanarse.

Afortunadamente en España los correligionarios de Trump y Bolsonaro no estaban en el poder cuando ha llegado el coronavirus. Bueno, no estaban en el poder político, pero siguen como siempre en el poder económico. Y se han repartido las tareas: los grandes empresarios lo que exigen es reactivar la economía a toda costa y caiga quien caiga. La extrema derecha política, PP y VOX, se han encargado de atacar ferozmente al gobierno, culparle de todos los muertos por la pandemia y, en vez de sacar la Biblia, se han envuelto en la bandera española, con lo cual manifiestas su patriotismo sin necesidad de pagar impuestos o dejar de evadir dinero a paraísos fiscales. En este ataque al gobierno “socialcomunista” no tienen reparo en recurrir machaconamente a la mentira. Pero para no dejarnos engañar basta con mirar la forma en que los gobiernos de extrema derecha están haciendo frente a la pandemia en el mundo.

 

El capitalismo embrutece

Fuente: J.Mª Castillo-Teología sin censura
Yo no soy economista. Por tanto, no se fíen de mis consideraciones sobre la razón de ser o la naturaleza del capitalismo. Pero yo no voy a decir ni palabra sobre la razón de ser, la naturaleza o los beneficios que produce el sistema capitalista. Sólo quiero decir una palabra que, a mi manera de ver, es determinante cuando se trata de analizar un sistema de gestión de la convivencia humana. Y en este caso, se trata de ver cómo gestionamos el uso o el abuso del dinero.

Pues bien, dicho esto, lo que yo veo – y lo ve cualquiera – es que el capitalismo embrutece a quienes vivimos de él y en él. Y además es un sistema que gestiona la economía de manera que centra todo el interés, de quienes viven de él, de forma que la “conditio sine qua non” de su prosperidad radica en el egoísmo y el consiguiente e inevitable embrutecimiento de quienes lo gestionan y fomentan.

Por el camino que sea, el proyecto del capitalismo es acumular. Y acumular es concentrar la riqueza en unos pocos. Lo que produce inevitablemente el empobrecimiento de los demás. De ahí que un mundo dominado por el capitalismo es inevitablemente un mundo desigual. Cada día que pasa, más desigual. El que no vea esto, sin duda alguna, es que está ciego.

Y si no, ¿qué está pasando en Europa, si la relacionamos con África? ¿Y qué viene ocurriendo en América, si establecemos la línea divisoria en la frontera que separa a Estados Unidos de México? Más en concreto: cuando estoy escribiendo esto, me entero de lo que han hecho Alemania y Holanda con los países más necesitados de la U,E.: Grecia, Italia, España…
Sin duda alguna, vivimos en un mundo embrutecido. Ha tenido que venir el coronavirus, para que nos enteremos. Pero, ni por ésas. Los más “listillos” dirán: “que se espabilen los torpes”. Yo, más bien, digo: a ver si, de una vez, caemos en la cuenta de que la cultura del capitalismo nos ha embrutecido a todos mucho más de lo que imaginamos. Hemos perdido lo más elemental de nuestra “humanidad”.

Y termino: quienes me conocen, saben que yo me dedico a la Religión y a la Teología. Pues bien, la Religión y la Teología tienen tanta responsabilidad, en esto del capitalismo y el embrutecimiento que produce, que el año que viene, en 2021, hará un siglo que Walter Benjamin escribió aquello de “El Capitalismo como Religión”. Desgraciadamente, Benjamin tenía razón. Y así estamos: nos sobran perfumes y marcas de coches, pero no tenemos mascarillas ni guantes para atender a los que se están muriendo. No cabe duda. Nos hemos embrutecido más de lo que imaginamos.