«El otro es el camino»

«El otro es el camino»: Bergoglio hace su propio resumen del viaje a Chipre y Grecia 

Llegada de Francisco a Roma

En breve, sabremos qué ha comentado el Papa a los periodistas en el vuelo de regreso 

«El otro es el camino para volver a encontrarse con uno mismo. Las buenas decisiones incluyen siempre a los demás, no sólo a uno mismo» 

Por Jesús Bastante 

Francisco ya está de vuelta en Roma. A las 12,50, con algo de retraso respecto al horario previsto, el vuelo papal aterrizó en Ciampino. Ahora, Bergoglio se dirige a Santa María la Mayor, donde reside la ‘Salus Populi Romana’, para dar las gracias por el éxito de un viaje que, a buen seguro, tendrá frutos en el futuro inmediato. 

Durante el vuelo, la cuenta oficial del Papa en Twitter, @pontifex, publicó un mensaje de Francisco: «En griego hay un refrán iluminador: o fílos ine állos eaftós, “el amigo es otro yo”. Sí, el otro es el camino para volver a encontrarse con uno mismo. Las buenas decisiones incluyen siempre a los demás, no sólo a uno mismo#ViajeApostólico«. Todo un aviso a navegantes. 

En breve, los periodistas acreditados en el vuelo papal (entre ellos, nuestro corresponsal, Hernán Reyes Alcaide), darán cuenta de la tradicional entrevista que Francisco concede en el viaje de regreso de un viaje de cinco días que lo llevó a Chipre y Grecia, con una escala vibrante en la isla de Lesbos. A buen seguro, no tendrá desperdicio. Y se lo contaremos, como siempre, #primeroenRD

El poder de los gestos

Francisco en Chipre: el poder de los gestos 

Francisco besa la cruz de Crisóstomos

Francisco El Papa besa la cruz de Crisóstomos 

Bergoglio alaba el papel de la pequeña Iglesia católica en Chipre y la pone de ejemplo ante las Iglesias de Europa «marcadas por la crisis de fe» 

El Papa propone el testimonio como modelo de actuación frente al proselistimo y aboga por la necesidad de «cristianos luminosos» 

04.12.2021 José Lorenzo 

La fraternidad -es decir, el abrazo y los brazos abiertos- la paciencia, la escucha, la disposición a hablar y a encontrar, el dejarse asombrar por el que llega, el perseverar como la llave maestra para la reconciliación… El papa Francisco fundamentó en esos –pero no solo– elementos el verdadero motor que puede hacer caminar a la humanidad a través de la actual “oscuridad de la historia”, como subrayó durante eucaristía que presidió en Nicosia en su segunda jornada en Chipre. 

Se trata de dar una oportunidad “al poder de los gestos”, en lugar de a “los gestos de poder” que hoy siguen marcando el lenguaje de la comunidad internacional, como se ve en la pertinaz exhibición de estupidez estos mismos días en las fronteras entre Bielorrusia y Polonia, pero también entre Rusia y Ucrania, en Sudán y en tantas guerras olvidadas. También en la anomalía que vive esta isla dividida -pero no aislada- por una dolorosa cicatriz que estos días está acogiendo su 53º viaje internacional, el tercero de este año. 

Ecumenismo, reconciliación, acogida 

Mosaico de civilizaciones, la cuna de Afrodita es la parada previa a su segunda estancia en Grecia (el único país que puede presumir de esta distinción), pero no obedece, como ningún otro periplo del Papa argentino, a un mero capricho, sino que el objeto y objetivo está cuidadosamente delineado, perfilado en sus aristas, que tienen que ver con una irrenunciable vertiente ecuménica, pero también de reconocimiento a la labor de la minoría católica, tan difícil en tantas ocasiones; un indisimulado deseo de ayudar a encontrar una salida al contencioso que dividió la isla en 1974, convirtiéndola en un avispero, pálido reflejo del histórico conflicto entre otomanos y cruzados; y, finalmente, un enérgico grito contra la conciencia dormida de una comunidad internacional ciega y sorda al sufrimiento de los migrantes. 

El encuentro con la comunidad católica maronita, primero, y las autoridades ortodoxas, después, sirvió a Jorge Mario Bergoglio para, en un ejercicio de humildad, elogiar la sinodalidad de la Iglesia ortodoxa, un camino por el que apuesta claramente también para la católica, nada menos que con una convocatoria sinodal, pero saliendo del individualismo y abandonando antiguas seguridades y la “pretensión de la autosuficiencia”, expresiones que no llevaban dedicatoria pero que fácilmente se intuye que van dirigidas a los de la casa propia. 

Testimonio, sí; proselitismo, no 

Lejos de eso, invitaba a “seguir el camino del encuentro personal, prestar atención a las preguntas de la gente” y desechar la tentación aún dominante del proselitismo, dando una oportunidad “al testimonio”. “No es moralismo, que juzga, sino misericordia que abraza; no se trata de culto exterior, sino de amor vivido”. 

Para eso, “para iluminar la noche que a menudo nos rodea”, el pontífice argentino abogó por “cristianos iluminados, pero sobre todo luminosos, que toquen con ternura las cegueras de los hermanos, que con gestos y palabras de consuelo enciendan luces de esperanza en la oscuridad”. 

Un recado para las Iglesias de Europa 

Lo decía Bergoglio desde la capital de Chipre, pero no era un deseo solo para aquella Iglesia. Era, más bien, para las comunidades creyentes de la vieja Europa, “marcadas por la crisis de fe”, que tienen mucho que aprender de una Iglesia chipriota que “tiene estos brazos abiertos”, que “acoge, integra y acompaña”. 

Tanto el presidente de la República chipriota como el arzobispo ortodoxo eran plenamente conscientes de que en pocas ocasiones podrían sus diversas reivindicaciones contar con un altavoz semejante al de la visita del líder moral más importante del mundo. Y no perdieron la ocasión, centrada sobre todo en los problemas internos derivados de la partición del país, pero el profundo desasosiego que genera la influencia turca sobre la mitad de la isla quedó meridianamente claro con un discurso muy duro de Crisóstomo II, que denunció a las claras la limpieza étnica practica por Turquía en las últimas cuatro décadas. 

Las heridas de una división 

Recogió el guante Bergoglio en su homilía, aunque si en realidad fue menos vehemente (no puede perder la baza de contar con el presidente turco como mediador en conflictos con el Extremo y Medio Oriente, así como con su papel posibilista en el tablero de ajedrez en el que los migrantes son los peones de hoy), no ocultó que la herida más dolorosa en ese hermosa isla es “la provocada por la terrible laceración que ha padecido en los últimos decenios”, refiriéndose al “sufrimiento interior” de quienes no han podido volver ni a sus casas ni a sus lugares de culto y celebración. Lugares hoy ocupados por Turquía. 

Frente a ello, les ofreció Bergoglio un bálsamo poco novedoso, es verdad, resbaladizo, largo, tortuoso y recurrente en su pontificado: el diálogo, sin el cual “no hay alternativas para la reconciliación. Fue ahí donde animó a las partes a cambiar el orden de los factores: dejar los gestos de poder para aferrarse al poder de los gestos

El encuentro más esperado 

Le quedaba aún, poco más de veinticuatro horas después de su aterrizaje en la isla, su encuentro más esperado, en el que Bergoglio se crece porque se entrega a fondo y donde el dolor le coloniza los gestos, porque, como dijo al salir del Vaticano, “toca las llagas” de los que sufren, y lo volvió a hacer en un encuentro ecuménico con un grupo de migrantes en una parroquia de la capital. 

Como en tantos otros lugares a lo largo de sus ocho años largos de pontificado, tocó, acarició, abrazó las historias de dolor y desarraigo de hombres y mujeres que pusieron confiadamente en sus intervenciones ante él su fe, su esperanza, su voluntad de seguir caminado a pesar de tanto sufrimiento acumulado. 

El Papa saluda a una de las migrantes que intervino en el encuentro 

Todos habían llegado a través de ese Mediterráneo que, denunciaría de nuevo el Papa, «se está convirtiendo en un cementerio», arribados en pésimas condiciones a las mismas costas del mar del que surgió vestida de espuma la Venus-Afrodita de Boticelli y que se han convertido en las principales víctimas de “la guerra de nuestros días”, que son las migraciones. 

Era el preludio de lo que será uno de los momentos más esperados de la segunda parte de su viaje, su nueva peregrinación a Lesbos, para, como en esta pequeña parroquia, encontrarse con las personas que se ven obligadas a abandonar su hogar y que son esclavizadas, vendidas, torturadas, humilladas y, finalmente, dejadas morir a su suerte cuando no asesinadas o convertidas en un vergonzoso objeto de presión por países sin entrañas de misericordia. 

La cálida acogida a todos ellos por parte de Francisco, la emocionada y emocionante intervención ante un anciano que por momentos disimula su fragilidad, las lágrimas de pesar, los silencios restallantes por los que se colaba la sana indignación y el compromiso de la perseverancia en el testimonio de las bienaventuranzas, “la constitución perenne del cristianismo”, se convirtieron en en estos días en Chipre en poderosos gestos que hacen que la esperanza no haya sido ahogada aún por la noche

El Papa en Chipre

«No hay ni debe haber muros en la Iglesia católica, es la convivencia de la diversidad» 

Francisco, en la catedral maronita de Nicosia Vatican News 

El Papa agradeció a la Iglesia chipriota por ser «lugar de encuentro, diálogo y aprendizaje del arte de construir puentes» 

«Ninguno de nosotros estamos llamados al proselitismo, estamos llamados a la misericordia. Las raíces de nuestra misericordia están en el Señor. Su misericordia no defrauda. ¿Quién hace la unidad? El Espíritu Santo. El que quiera entender, que entienda. El Espíritu Santo es el espíritu de la armonía» 

«Queridos hermanos y hermanas, necesitamos una Iglesia paciente. Una Iglesia que no se deja turbar y desconcertar por los cambios, sino que acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del Evangelio» 

«No sirve ser impulsivos y agresivos, nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos de la crisis» 

«Cuando hay una paz rigorista, no es de Dios. Yo sospecho de aquellos que no discuten nunca, algo esconden, siempre» 

«Esta es la fraternidad en la Iglesia, se puede discutir sobre visiones, sensibilidades e ideas diferentes. Y decirse las  cosas en la cara con sinceridad en ciertos casos ayuda, es ocasión de crecimiento y de cambio. Pero  recordemos siempre que no se discute para hacerse la guerra, para imponerse, sino para expresar y vivir la  vitalidad del Espíritu, que es amor y comunión. Se discute, pero seguimos siendo hermanos» 

«Con su fraternidad pueden recordar a todos, a toda Europa, que para construir un futuro digno del hombre es necesario trabajar juntos,  superar las divisiones, derribar los muros y cultivar el sueño de la unidad. Necesitamos acogernos e  integrarnos, caminar juntos, ser todos hermanos y hermanas» 

Por Jesús Bastante 

«No hay ni debe haber muros en la Iglesia católica». El Papa quiso dejar clara su intención de trabajar por romper muros de exclusión, en el interior de la Iglesia y de cara al exterior, en su primer discurso a su llegada a Chipre. Un lugar del mundo que, aún hoy, simboliza la separación. Un país partido en dos, una Iglesia también diversa. Y con necesidad de «paciencia y fraternidad», las dos claves que, tomando el ejemplo del apóstol Bernabé, recomendó Bergoglio. 

El primer encuentro oficial del Papa a su llegada a Nicosia (a una hora del aeropuerto de Lárnaca) fue con los sacerdotes, religiosos y religiosas, diáconos, catequistas, asociaciones y movimientos eclesiales de Chipre, en la catedral maronita de Nuestra Señora de las Gracias, a la que llegó en un pequeño Fiat oscuro. 

Antes que Francisco, tomaron la palabra el patriarca maronita, cardenal Béchara Rai, y que habló de «la expectativa de una reunificación» entre los dos pueblos de la isla, dividida desde 1974; y dos religiosas, una franciscana del Sagrado Corazón, que hizo una encendida crítica de la invasión turca de aquel año; y la otra de la orden de las josefinas, quien destacó el trabajo de la Iglesia por los más desfavorecidos, descartados, excluidos. 

El arte de construir puentes 

En su discurso, Bergoglio mostró su alegría por llegar a este país de frontera, al tiempo que agradeció a la Iglesia chipriota por ser «lugar de encuentro, diálogo y aprendizaje del arte de construir puentes«. 

Siguiendo las huellas del apóstol Bernabé, «hijo de este pueblo, discípulo enamorado de Jesús, intrépido anunciador del Evangelio  que, pasando por las nacientes comunidades cristianas, veía cómo actuaba la gracia de Dios y se alegraba de ello», Francisco afirmó llegar con su mismo deseo: «Ver la gracia de Dios obrando en su Iglesia y en su tierra, alegrándome con ustedes por las maravillas que el Señor obra y exhortándolos a perseverar siempre, sin cansarse, sin desanimarse nunca».   

«Los miro y veo la riqueza de su diversidad», apuntó el Papa, quien quiso saludar a la Iglesia maronita, «que en el curso de los siglos  ha llegado en varias ocasiones a la isla y que, a menudo atravesando muchas pruebas, ha perseverado en la fe». 

«Deseo de paz» para el Líbano 

En este momento, mostró su preocupación «por la crisis» en el Líbano. «Noto el sufrimiento de un pueblo cansado y probado por la violencia y el dolor». «Llevo a mi oración el deseo de paz  que sube desde el corazón de ese país. Les agradezco lo que hacen aquí en Chipre», prosiguió, agradeciendo a los maronitas ser como los cedros del Líbano, que «surge desde las raíces y crece lentamente». «Ustedes son estas raíces, trasplantadas en Chipre para difundir la  fragancia y la belleza del Evangelio. ¡Gracias!». 

Francisco también saludó a la Iglesia latina, «presente aquí por milenios, que ha visto crecer en el tiempo, junto a sus hijos, el entusiasmo de la fe y que hoy, gracias a la presencia de tantos hermanos y hermanas migrantes, se presenta como un pueblo ‘multicolor’, un auténtico lugar de encuentro entre etnias y culturas diferentes».  

«Este rostro de la Iglesia refleja el rol de Chipre en el continente europeo: una tierra de campos dorados, una isla acariciada por las olas del mar, pero sobre todo una historia que es cruce de pueblos y mosaico de encuentros», glosó Bergoglio. «Así es también la Iglesia: católica, es decir, universal, espacio abierto en el que  todos son acogidos y alcanzados por la misericordia de Dios y su invitación a amar». 

«Ninguno de nosotros estamos llamados al proselitismo, estamos llamados a la misericordia. Las raíces de nuestra misericordia están en el Señor. Su misericordia no defrauda. ¿Quién hace la unidad? El Espíritu Santo. El que quiera entender, que entienda. El Espíritu Santo es el espíritu de la armonía», improvisó. 

«Así es también la Iglesia: católica, es decir, universal, espacio abierto en el que  todos son acogidos y alcanzados por la misericordia de Dios y su invitación a amar» 

Y es que, insistió, «no hay ni debe haber muros en la Iglesia católica, es una casa común, es el lugar de las relaciones, es la convivencia de la  diversidad».  

Paciencia para no juzgar 

Regresando a San Bernabé, el Papa quiso retomar dos palabras de su vida y misión. «La primera palabra es paciencia. Se habla de Bernabé como de un gran hombre de fe y de equilibrio,  que fue elegido por la Iglesia de Jerusalén —se puede decir la Iglesia madre— como la persona más idónea  para visitar una nueva comunidad, la de Antioquía, que estaba compuesta por diversas personas que se habían convertido recientemente del paganismo». 

De hecho, fue enviado «casi como un explorador«, encontrándose «personas que provenían de otro mundo, de otra cultura y sensibilidad religiosa», con «una fe llena de entusiasmo, pero todavía frágil». La actitud de Bernabé fue «de gran paciencia», de «entrar en la vida de personas hasta ese momento desconocidas, la paciencia de acoger la novedad sin juzgarla apresuradamente, la paciencia del discernimiento, que sabe captar los signos de la obra de Dios en todas partes, la paciencia de “estudiar” otras culturas y tradiciones». En una palabra, «la paciencia del acompañamiento».   

«[Bernabé] no sofocó la fe frágil de los recién llegados con actitudes estrictas, inflexibles, o con requerimientos demasiado exigentes en cuanto a la observancia  de los preceptos. Los acompañaba, los tomaba de la mano, dialogaba con ellos». Eso también ha de suceder hoy.  

«Queridos hermanos y hermanas, necesitamos una Iglesia paciente», proclamó el Papa. «Una Iglesia que no se deja turbar y desconcertar por los cambios, sino que acoge serenamente la novedad y discierne las situaciones a la luz del Evangelio», como el drama de la migración, que precisa «cultivar una mirada paciente y atenta, a ser signos visibles y creíbles de la paciencia de Dios que nunca deja a nadie fuera de casa, privado de su tierno abrazo». 

«La Iglesia en Chipre tiene estos brazos abiertos: acoge, integra y acompaña. Es un mensaje importante también para la Iglesia en toda Europa, marcada por la crisis de fe. No sirve ser impulsivos y agresivos, nostálgicos o quejumbrosos, es mejor seguir adelante leyendo los signos de los tiempos y también los signos de la crisis», recalcó Bergoglio, que prosiguió. 

«Es necesario volver a comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, sobre todo a las nuevas generaciones» 

«Es necesario volver a comenzar y anunciar el Evangelio con paciencia, sobre todo a las nuevas generaciones», dijo, dirigiéndose a los obispos: «Sean pastores pacientes en la cercanía, no se cansen nunca de buscar a Dios en la oración; a los sacerdotes, en el encuentro; a los hermanos de otras confesiones cristianas, con respeto y solicitud; y a los fieles, allí donde viven». 

A los sacerdotes, les pidió ser «pacientes con los fieles, siempre dispuestos a animarlos, ministros incansables del perdón y de la misericordia de Dios. Nunca jueces  severos, siempre padres amorosos» porque «la obra que el Señor realiza en la vida de cada persona es una historia  sagrada, dejémonos apasionar por ella». 

«Tomar consigo» al otro 

«En la multiforme variedad de su pueblo, paciencia significa también tener oídos y corazón para acoger sensibilidades espirituales diferentes, modos de expresar la fe distintos y  culturas diversas. La Iglesia no quiere uniformar, sino integrar con paciencia. Es lo que deseamos hacer  con la gracia de Dios en el itinerario sinodal: la oración paciente, la escucha paciente de una Iglesia dócil a  Dios y abierta al hombre», culminó.  

La segunda palabra tiene que ver con el encuentro de Bernabé con Pablo de Tarso. «Bernabé lo tomó consigo, lo presentó a la comunidad, contó lo que le había sucedido y  respondió por él». Ese ‘tomar consigo’, «es una actitud de amistad y de compartir la vida». «Significa hacerse cargo de la historia del otro, darse tiempo para conocerlo sin etiquetarlo, cargarlo  sobre los hombros cuando está cansado o herido, como hace el buen samaritano. Esto se  llama fraternidad, y es la segunda palabra»