Vivir en comunidad

Diálogo con José Arregi – Guy et Régine Ringwalt

 Reflexiones /

Guy et Régine Ringwalt: Este número de PARVIS se presenta bajo el título “Vivre en communauté”. ¿Qué te sugiere de entrada?

Todo está dicho en esas dos palabras: vivir comunidad. La vida brota de la comunión para la comunión: cada ser viviente es una forma particular que emerge de una unión de partículas, átomos, moléculas, células, tejidos, órganos…. Y planetas, estrellas, galaxias, universo o multiverso… Desde lo infinitamente pequeño a lo infinitamente grande, todo es relación con todo. Ser es inter-ser, como decía Tich Nhat Hanh. También los seres humanos nacemos de otros y somos con otros, y formamos con todo un cuerpo animado, en el que el bien propio y el bien común son inseparables. Cuanta más comunión, más plenitud de ser.

José Arregi: Pero ¿es posible llegar a conciliar realmente el interés propio y el interés común?

Esa es la cuestión humana por excelencia. La evolución nos ha dotado de una maravillosa y peligrosa conciencia del “yo”: nos da una formidable capacidad de comunión y es el mayor obstáculo para aunar el bien propio y el bien común. Somos una especie contradictoria. Nuestro gran reto –biológico y científico, personal y político, mental y espiritual…– es caminar hacia una conciencia de sí más libre y amplia, más individual y universal a la vez. Saber ser más uno mismo siendo más en común sería la gran sabiduría.

GRR: ¿La Iglesia puede aportar esa sabiduría?

JA: Debe y puede aportar su grano, pero, para ello, es preciso que se libere de sus ataduras dogmáticas e institucionales, dejándose inspirar por Jesús: “Todos/as sois hermanos/as”, “Amaos”, “Que sean uno, como yo en ti y tú en mí”, “Sed compasivos”, “Misericordia quiero, y no sacrificios”… Esa es la experiencia espiritual originaria que late en todas las religiones y a la vez las transciende todas, incluido el cristianismo. La comunión profunda de la vida a todos los niveles constituye también la esencia de la Iglesia de Jesús, su ser profundo, su experiencia fontal, su vocación última hacia dentro y hacia fuera, hasta superar todo dentro y fuera. La gran dificultad es el apego al yo superficial, el ego. El apego a la institución eclesiástica es una forma de apego al yo superficial. Vivir en común conlleva algún tipo de institucionalización, pero la institucionalización de la comunión no depende de ninguna revelación divina, sino de las circunstancias históricas y culturales.

GRR: ¿Podrías explicarte un poco más sobre esto último?

Ninguna religión, doctrina, rito ni mandamiento proviene desde fuera. Dios no es un señor soberano que crea, habla, ordena, escucha, responde desde fuera. Es el Alma y la Comunión, el Interser de todo cuanto es. Crea, actúa, ilumina, inspira, anima, se revela en el corazón de cuanto es. Jesús nunca pensó en establecer ninguna institución, ni sacramentos, ni jerarquías, ni congregaciones religiosas, ni leyes, ni dogmas. Y aunque lo hubiera hecho, no por ello sería vinculante a la letra, pues Jesús fue un hombre de su tiempo. Lo que nos vincula y hace libres es el Espíritu que le inspiró y que lo anima todo, que le llevó a crear un movimiento de comunión subversiva, de hermanas y hermanos, libres y en comunión. Ese espíritu creativo es lo que ha de empujar a la Iglesia y animarla a dar formas nuevas y plurales a la comunión transformadora, a la comunidad de comunidades –libres y liberadoras– que es. Ya no podemos concebir que el vivir en comunión requiera una misma organización, una autoridad jerárquica, unanimidad de creencias… Jesús pensó que su grupo de discípulas y discípulos itinerantes formaba una familia fraterno-sororal “sin padre” ni “maestro” ni “señor”.

GRR: Tú has sido franciscano, has vivido en comunidad durante muchos años.

JA: Sí. Cuarto de una familia de 13 hermanos, a la edad de 6 ó 7 años, en una peregrinación al santuario franciscano de Arantzazu, mirando boquiabierto una larga fila de jóvenes franciscanos estudiantes de teología que nos despedían a los peregrinos, me sentí profundamente atraído. A los 10 años (en 1963, en pleno Concilio Vaticano II), sin saber muy bien lo que estaba pasando, dejé la familia (a la que no volví a ver hasta un año después, y no había teléfono), ingresé en el Seminario de Arantzazu, una enorme familia de 150 compañeros de mi edad (¡qué riqueza!), sin ninguna compañera (¡qué carencia!). A los 15 años tomé el hábito y un años después –sin tampoco saber lo que hacía, y sin noticia alguna del Mayo 68– profesé los tres votos (pobreza, celibato y obediencia), junto con otros 15 compañeros.

GRR: ¿A los 16 años?

JA: Sí, en 1969. Hoy, solo 53 años después, nos parece un sinsentido, y lo es. Un nuevo mundo estaba emergiendo, pero aún no lo sabía. Tardaría 20 años más en caer en cuenta plenamente de que el modelo tradicional de la llamada “Vida religiosa” no se tiene en pie. El anhelo profundo que inspiró sus orígenes y todas las transformaciones que ha conocido sigue aún vigente: el anhelo de comunión consigo y con todo, empezando por los últimos. Pero el marco teológico-canónico medieval ya no se sostiene por ningún lado: ni Jesús aconsejó los votos, ni es un “estado de perfección”, ni se trata de una vida de mayor entrega a Dios ni de mayor compromiso con los más pobres. He conocido muchas monjas y frailes de admirable madurez, experiencia espiritual, generosidad y compromiso por los últimos, pero no más que fuera de las comunidades religiosas. El modelo tradicional responde a una imagen dualista, maniquea, patriarcal, piramidal del ser humano, de Dios, de Jesús, de la Iglesia, que está en contradicción con la visión actual holística del mundo, del ser humano, de Dios… El desmoronamiento de las congregaciones es un signo del Espíritu universal. Desde hace décadas, anima múltiples movimientos de comunidades, formadas de personas célibes o casadas mixtas, comunidades transformadoras y contemplativas, ecológicas y liberadoras, místicas y políticas, creyentes o no creyentes, dentro o fuera de un marco religioso, pero transcendiéndolo.

GRR: ¿Por eso dejaste la Orden franciscana?

JA: La dejé porque el obispo de la diócesis me retiró la licencia para seguir enseñando teología. Fue en el año 2010, a mis 57 años. Entonces se me planteó una gran disyuntiva: sumisión o libertad. Me pareció que la Vida me pedía ser fiel a mí mismo y a mi misión, y me pedía ahorrar conflictos a mis hermanos franciscanos, que siguen siéndolo. Por todo eso abandoné tanto la Orden como el sacerdocio. Cinco años después me casé, y voy descubriendo cada día lo que de verdad significa “vivir en comunidad”, muy en concreto y a fondo, con otra persona hecha, igual que yo, de carne y hueso, de luz y de sombra, de arcilla preciosa y frágil: acoger y dejarse acoger, cuidar y dejarse cuidar, pedir perdón y perdonar, perdonarme, comprendernos mutuamente en todo, confiar siempre en ella y confiar cuanto puedo en mí mismo, tener paciencia con ella y más todavía conmigo mismo, hablar y escuchar, disentir, aprender, callar juntos, colaborar, desearnos lo mejor, compartir las grandes inquietudes y las grandes causas del mundo de hoy, sufrir y disfrutar juntos, disfrutar mucho, dejar que la ternura, sobre todo la ternura, renazca cada día. Eso es vivir en común. Es un ejercicio de humanidad. Un camino de desapego y de liberación. Una gran exigencia y, sobre todo, una gran bendición.

GRR: ¿Es posible que la Iglesia sea todavía lugar y signo de esa comunión?

JA: Es su ser y su misión. Y existen innumerables comunidades que viven la comunión o caminan hacia ella en lo más hondo y concreto. Pero, para ello, la institución de la Iglesia, de todas las Iglesias, de la Iglesia “católica romana” en particular, debe llevar a cabo una profunda metamorfosis interna. No bastará con remiendos y meros cambios de estilo. El Aliento de la vida la llama a transformar radicalmente o a dejar que caiga simplemente todo su andamiaje institucional, clerical, su Derecho Canónico, su teología y su código moral oficiales; responden a una cultura de hace milenios que entre nosotros ha desaparecido y pronto desaparecerá en todos los continentes.

Es indispensable que las Iglesias se dejen animar e infundan el espíritu de la koinonía (comunión), un término fundamental en los orígenes del movimiento cristiano, que significaba cuatro cosas: comunión de mesa o fracción del pan o eucaristía, comunión con Cristo o con Dios, comunión real de bienes, comunión de comunidades. Eso es la Iglesia –hecha de Iglesias–, para eso es. No habrá eucaristía en la Tierra mientras haya quienes padecen hambre; no podremos comulgar con el cuerpo real de Jesús mientras la humanidad no sea una única comunidad de pueblos diversos; no habrá comunión con Dios mientras no haya una justa distribución de todos los bienes; no habrá comunión en la Iglesia mientras todas las Iglesias no se reconozcan como hermanas, iguales, libres; mientras no desaparezca la subordinación de unas Iglesias a otras, mientras no se derogue la constitución jerárquica y clerical, machista: un sistema de poder y de sumisión bajo un sumo representante de Cristo, un papa elegido por unos cardenales elegidos por el papa, que elige y ordena a unos obispos que eligen y ordenan a unos sacerdotes dotados de poderes sagrados exclusivos; la Iglesia no será comunión mientras se conciba y funcione como formada por tres estamentos: clérigos, religiosos y todo el resto que no son ni lo uno ni lo otro a quienes se llama “laicos”.

Tal vez sea ya demasiado tarde para esta gran metamorfosis, y no quepa esperar sino su entera disolución institucional o la pervivencia de residuos convertidos en reductos sin alma inspiradora de vida y de comunión. Sea como fuere, allí donde estamos, a título personal y comunitario, humilde y confiadamente, podemos tratar de respirar y de vivir del Espíritu que alienta y ensancha la vida, y tratar de contribuir con nuestro pequeño aliento a la gran comunión eco-liberadora que la humanidad está llamada a ser. La comunión que es el corazón de todo lo Real, el horizonte que lo atrae, el espíritu que animó a Jesús y que sigue alentando en todos los seres.

El colectivo Berpiztu Kristau Taldea de la Iglesia diocesana de Bilbao

«Reivindicamos el acceso de la mujer a todos los servicios y ministerios, incluido el sacerdotal»

Evento del colectivo "Berpiztu Kristau Taldea"
Evento del colectivo «Berpiztu Kristau Taldea»

Hace unos pocos días José Alberto Vicente y Miguel Angel Esnaola compartían sus experiencias de vida como curas en un evento abierto organizado por el colectivo ‘Berpiztu Kristau Taldea’, convocado para reflexionar colectivamente sobre qué tipo de cura necesita en este momento la Iglesia diocesana de Bilbao

Se lanzaron claves como la importancia de estar presentes en el mundo, la necesidad de la oración y reflexión a través de la acción directa o la importancia participar como uno más en la comunidad

También se planteó con fuerza, en un momento sinodal como el que vive nuestra iglesia con el que dice querer superar las dinámicas clericales, la necesidad de pasar del concepto de parroquia al de comunidad

El diálogo se dirigió, también, al modelo de Iglesia que se busca. Porque el tipo de cura que se necesita en la diócesis de Bilbao va a la mano del tipo de Iglesia y de comunidad que se necesita o se quiere impulsar

Por | Berpiztu Kristau Taldea

(Berpiztu Kristau Taldea).- Hace unos pocos días José Alberto Vicente y Miguel Angel Esnaola compartían las experiencias de vida que les han determinado en su manera de ser curas. Lo hacían en un evento abierto organizado por el colectivo “Berpiztu Kristau Taldea” en la parroquia de la Inmaculada Concepción, en Bilbao, convocado para reflexionar colectivamente sobre qué tipo de cura necesita en este momento la Iglesia diocesana de Bilbao.

A lo largo de la reflexión, abierta al diálogo entre las personas asistentes, se lanzaron claves como la importancia de estar presentes en el mundo de hoy, la necesidad de la oración y reflexión a través de la acción directa y el valor que tiene, para un cura y una comunidad creyente, participar como uno más, junto con el resto de agentes (sociales, políticos, económicos), en la dinamización de la vida del barrio o del municipio en el que se está presente. Porque la vida de ese lugar, su mejora, también es objetivo y sentido de la presencia de la comunidad cristiana y del cura que es parte de ella. Dice el Papa Francisco que “todo está conectado” (Laudato si, 240), nada le puede resultar ajeno.

Colectivo Berpiztu Kristau Taldea
Colectivo Berpiztu Kristau Taldea

También se planteó con fuerza, en un momento sinodal como el que vive nuestra iglesia con el que dice querer superar las dinámicas clericales, la necesidad de pasar del concepto de parroquia al de comunidad, y de hacer que la realidad de las calles y plazas esté presente en el templo que reúne y convoca a la comunidad creyente para celebrar. Sólo de esa forma la celebración será, realmente, una experiencia de encarnación real al estilo de Jesús de Nazaret y podrá transitar, a partir de las diferentes vivencias, hasta ese Cristo resucitado que nos presenta un modelo de ser y de estar en el mundo.

En la conversación se recordó la importancia de la escucha profunda y activa del Espíritu tanto a través de la oración y la celebración como de la implicación y participación. Además, se señaló la necesidad de un buen acompañamiento al cura que ha de ser realizado, principalmente, en el marco de una comunidad y de su presencia vital (no esporádica), también en su fase formativa como seminarista, en entornos vitales normalizados donde viven las mujeres y hombres de hoy. En definitiva, un acompañamiento y una experiencia “en medio del pueblo de Dios”.

El diálogo se dirigió, también, al modelo de Iglesia que se busca. Porque el tipo de cura que se necesita en la diócesis de Bilbao va a la mano del tipo de Iglesia y de comunidad que se necesita o se quiere impulsar en esta diócesis para las próximas décadas. Un modelo que está por construir y que requiere de grandes dosis de atrevimiento, audacia y creatividad. Para no repetir modelos caducos que ya no sirven o realizar sólo pequeños remiendos a lo que necesita de una renovación en profundidad. Por eso es imprescindible que ésta sea la prioridad en este tiempo y en todos los esfuerzos que se realicen en los consejos y órganos de participación y de diálogo de la diócesis de Bilbao. Ya no hay tiempo para distraerse con asuntos de segundo nivel.

Es, por eso mismo, momento de leer, a la luz de los tiempos y del Espíritu, el texto del evangelio: “Nadie echa un remiendo de paño sin cardar a un vestido viejo; de lo contrario lo añadido tira de ello, lo nuevo de lo viejo, y se hace un rasgón peor. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; de lo contrario, el vino revienta los odres y se echan a perder odres y vino. A vino nuevo odres nuevos” (Marcos 2, 21-22). Y de ponernos a la par de Nicodemo cuando se preguntaba, ante Jesús, “¿cómo se puede nacer de nuevo siendo viejo? (Juan 3, 4).

Finalmente, como fruto del evento se compartió y promovió la siguiente declaraciónque será remitida al Obispo de Bilbao y difundida públicamente:

Qué curas necesita nuestra diócesis

Hoy, 7 de abril de 2022, reunidos en la parroquia de la Inmaculada Concepción del barrio bilbaíno de Basurto, el colectivo “Berpiztu Kristau Taldea”, con seguidores y seguidoras de Jesús del lugar y también de otros, venidos de diferentes sitios de Bizkaia, nos sumamos a quienes, queriendo superar el actual modelo de Iglesia, clerical y patriarcal, no solo apoyan el pleno reconocimiento y dignidad de las mujeres en una institución eclesiástica que las invisibiliza, sino que reivindicamos, de manera particular, su acceso a todos los servicios y ministerios, incluido, por supuesto, el sacerdotal, así como a todos los espacios de decisión y organismos que, dentro de nuestra Iglesia, aseguren su completa igualdad con los varones.

Además, nos sumamos a todos los partidarios y partidarias de impulsar una doble vía de acceso al ministerio sacerdotal (célibe o casado, hombre o mujer), y a quienes promueven una nueva forma de ser “sacerdotes de la comunidad”, especialmente en aquellas parroquias condenadas a vivir sin la celebración eucarística o a vincularse en las llamadas “unidades pastorales” por una ausencia desmedidamente prolongada de presbíteros.

Pero conscientes de la inviabilidad canónica, hoy por hoy, de estas propuestas, queremos dirigirnos a nuestro Obispo para que abra un diálogo sinodal en el que pueda participar todo el pueblo de Dios en Bizkaia y en el que, por lo menos, sea posible discernir el perfil humano, espiritual, teológico, pastoral y eclesial que consideramos necesario impulsar tanto en la formación de los nuevos presbíteros diocesanos seculares como en la formación permanente de los que ya lo son.

También le íbamos a solicitar que -prolongando una tradición en nuestra diócesis, interrumpida en los últimos veinticinco años- no solo consultara a los órganos oficiales de corresponsabilidad diocesanos, sino, igualmente, a los diferentes consejos pastorales en los territorios sobre la persona que pudiera ser el Rector de nuestro Seminario los próximos 5 años, como máximo. Por lo que sabemos, no ha actuado de esta manera. Entendíamos que no hacerlo así, sería un modo de proceder clericalista que buscamos superar. Visto que no ha procedido de esta manera, solo nos queda desearle que haya acertado en la decisión tomada, esperando que, efectivamente, se abra un nuevo tiempo para nuestro seminario y, sobre todo, para nuestra diócesis porque hemos acordado, de manera sinodal, el tipo de presbítero que consideramos necesario promover y favorecer. E, igualmente la pastoral vocacional y la ministerialidad laical que es preciso promover.

A la espera de que abra ese tiempo sinodal que le proponemos, le manifestamos que nos gustaría conocer su parecer sobre la posibilidad de que el proceso formativo de los futuros presbíteros diocesanos se desarrolle no tanto en un edificio separado con presencias puntuales en nuestras comunidades, cuanto en el seno de las parroquias que conforman nuestra diócesis y que el grupo de formadores y formadoras del Rector (por supuesto, éste último, itinerante) quede conformado por los equipos ministeriales de los territorios en los que los seminaristas viven durante su proceso formativo.

La Iglesia como “Comunidad” o “Asamblea”

Nos hemos acostumbrado a considerar normal la asimilación de los conceptos “Comunidad” y “Asamblea” a la institución eclesial. Pero, ¿refleja eso una realidad? ¿Es la Iglesia una Comunidad, una Asamblea, la Comunidad y la Asamblea de los seguidores de Jesús de Nazaret? Pretende serlo, quiere creer que lo es, pero hay serios motivos para ponerlo en duda.

Aunque en el Nuevo Testamento la palabra “Comunidad”, κοινότητς en la lengua griega, original del texto, no aparece ni una sola vez, sí aparece bastantes veces el término Εκκλησία, Ecclesia en latín, con el significado de “Asamblea” y “Comunidad”, y del que proviene la palabra Iglesia para referirse al colectivo de los bautizados.

Todo esto ha hecho en nuestra cultura religiosa que esos términos sean interpretados como sinónimos y los usemos para referirnos al colectivo de los seguidores de Jesús de Nazaret. Pero repetimos la pregunta: ¿Es la Iglesia Católica Romana, o alguna de las otras iglesias cristianas, una asamblea o comunidad de los seguidores del Jesús del Evangelio?

Veamos: en los tres evangelios sinópticos aparece el pasaje del joven rico del que dice que guardaba los mandamientos pero no era digno de seguir a Jesús por estar apegado a su riqueza. Con esa premisa de guardar los mandamientos y un cumplimiento formal de los preceptos religiosos acerca del culto, sería aceptado como miembro de cualquier iglesia cristiana, y en el caso de la nuestra, siendo rico como era, sería recibido con los brazos abiertos en el Opus Dei, que se caracteriza precisamente por su implicación clasista en el funcionamiento y conservación del injusto sistema social dominante. De hecho, el joven de ese pasaje evangélico era más buena persona que muchos cristianos, incluso con dignidades eclesiásticas. Conclusión: el tipo de iglesia(s) que conocemos no son lo que Jesús consideraría la asamblea o comunidad de sus seguidores.

Entonces, ¿Cuándo se efectuó la perversión del colectivo eclesial para llegar a ser la negación que hoy es del espíritu del Evangelio? A esta pregunta se suele responder que los cambios que se empezaron a efectuar en el movimiento cristiano a partir del siglo IV, la época del emperador Constantino, acabaron generando el tipo de iglesia(s) que hoy conocemos: dogmática, ritual, jerárquica. Un estudio más atento de esta etapa histórica nos muestra que lo que ocurrió en esa época fue que se institucionalizó todo eso, incluida la propia Iglesia. Pero si se institucionalizaron esas lacras del colectivo eclesial es por que ya existían previamente.

En efecto, en la obra «El Evangelio marginado», del teólogo José María Castillo, se insiste en que las comunidades cristianas que Pablo iba creando nacían al margen del Evangelio y con desconocimiento de su contenido, que aún no había sido puesto por escrito. Pablo no conoció al Jesús terreno; en la experiencia que vivió en el camino de Damasco se le apareció el Resucitado. De ahí que la primera cristología, que se conoció y se difundió no se refería ni se centraba en lo histórico sino en lo escatológico. Esto significa que la Iglesia se expandió y empezó a organizarse sin conocer a Jesús, sus enseñanzas, su radicalidad antisistema, su valoración positiva de las mujeres y, sobre todo, la razón de ser del cristianismo. Así tenemos una Iglesia que margina el Evangelio, que vive prescindiendo del Evangelio, incluso en contra del Evangelio, como se explicita textualmente en el mencionado libro de J. M. Castillo. Se genera así una religiosidad basada en el culto, en la sumisión a las normas rituales establecidas y en la fiel observancia de tales rituales.

Es decir, la Iglesia nació, por así decir, con un defecto de fabricación. Aún hoy, al referirnos a la institución la solemos llamar “Comunidad de fe”, “Asamblea de creyentes”, sin darnos cuenta de que con esa formulación le estamos asignando a la institución un cometido, una misión, que nada tiene que ver con el encargo de Jesús a sus seguidores. Identificamos a la Iglesia con unas creencias que se viven cultual, ritualmente, en contraste con la misión que el Maestro le asignó: buscar el Reino de Dios y su justicia, un Reino distinto de los de este mundo.

Pues bien, esta misión, esta vocación, que sí tiene respaldo evangélico, fue vivida por una comunidad anterior y distinta de las que Pablo fundaba. El libro de los Hechos de los Apóstoles, que es la continuación o segunda parte del Evangelio de Lucas, nos cuenta que los miembros de la comunidad de Jerusalén …se reunían y tenían todas las cosas en común. Vendían sus posesiones y bienes, y los repartían a todos, a cada uno según su necesidad. Es decir, una práctica que no podía asumir el joven rico antes mencionado, y que la Iglesia institucional sigue sin poder asumir.

Precisamente, si Lucas transmitía esa enseñanza a las comunidades existentes era porque éstas no estaban siguiendo esa práctica de la comunidad de Jerusalén que había desaparecido como consecuencia de la guerra de los judíos contra Roma. También esa comunidad de Jerusalén era anterior a la escritura de los evangelios, pero es que los textos evángélicos fueron informados por ella. Muchos de los miembros de esa comunidad conocieron personalmente a Jesús y escucharon directamente su enseñanza, algunos incluso comieron con él. Lucas y Mateo recibieron el testimonio de Jesús, tal como suponen muchos exégetas modernos, a través de los refugiados judíos de Alejandría y Antioquía respectivamente después de la destrucción de Jerusalén y el Templo. Marcos lo tuvo más fácil; él mismo conoció personalmente a Jesús y perteneció a la mencionada comunidad.

Otra pista acerca del tipo de sociedad o Reino que Jesús propugnaba nos lo da el pasaje de la expulsión de los mercaderes del Templo. Dejó claro lo que opinaba del dinero y de la función que éste tenía cuando comparó con una cueva de ladrones los sitios donde se negociaba, y cuando aseveró que… No se puede servir a Dios y al dinero. La razón de ser del cristianismo es promover una sociedad inspirada en las Bienaventuranzas, con valores distintos a los del mercado.

Pues bien, si las creencias y el culto son factores que marginan el Evangelio y suplantan la verdadera razón de ser del cristianismo, ¿qué pasa con el otro factor, la jerarquía? Por los textos evangélicos sabemos que también en esta cuestión de la autoridad, la jerarquía, Jesús tenía una idea distinta de lo que era normal en la sociedad. Decía que entre sus seguidores …el que quiera ser grande, se haga servidor de los demás; y el que quiera ser el primero, se haga servidor de todos. Quien repase la historia de los dos últimos milenios podrá comprobar que en la Iglesia, al igual que en el resto de la sociedad, ese modelo de autoridad de servicio no se practicó jamás, ni antes ni después de Constantino. De las cartas de Pablo, principalmente su Epístola a los Romanos, y lo que nos cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, se deduce que había ya entonces una gran discrepancia entre los cristianos a pesar del Concilio de Jerusalén del año 50. Desde entonces se multiplicaron las discrepancias, y las decisiones de los concilios que intentaron resolverlas fueron en realidad causa de cismas. Tampoco sirvieron como factores de unificación la creación de la figura papal con poderes absolutos y la de la jerarquía y el magisterio eclesiales para definir doctrinas con carácter infalible.

Pero lo peor del caso es que la Iglesia como institución no se estaba aplicando al cumplimiento de la misión que Jesús había asignado a sus seguidores. La jerarquía eclesial fue, a lo largo de esos dos milenios, un factor de sofocamiento de todos los movimientos que, desde el seno del cristianismo, intentaban recuperar el carácter liberador y reivindicativo del mensaje de Jesús, desde los circunceliones del siglo IV a la Teología de la Liberación de siglo XX, pasando por las diversas “herejías” igualitaristas de la Edad Media: valdenses, husitas, jacqueries, irmandiños… En cada caso la jeraquía oficial de la Iglesia se aprestó a defender el sistema económico imperante: el esclavismo en el Bajo Imperio Romano, el feudalismo en la Edad Media, el orden burgués capitalista en el mundo actual…

¿Qué destino le espera al actual proceso del Sínodo de la Sinodalidad en marcha? Su convocatoria, aunque un tanto ambiguamente, parece anunciar o prometer que la institución eclesial quiere ir poniendo remedio a las disfunciones aquí descritas. El hecho de que la Iglesia se plantee hoy ese Sínodo que cuestiona o pone en revisión su manera de funcionar puede indicar que es consciente de la crisis en que se haya inmersa. ¿Seremos capaces de estudiar las causas generardoras de esa crisis y ponerle solución? ¿Será capaz de concienciarse sobre el asunto el conjunto de la membresía eclesial y los cristianos de otras iglesias? Creemos en la sinceridad del papa convocante, pero ¿se puede decir lo mismo del conjunto de la jerarquía eclesial?¿De verdad vamos a marchar todos juntos hacia la realización del proyecto de Jesús de Nazaret? Sólo así podríamos ostentar dignamente el titulo de Ecclesia o Comunidad de los seguidores del Mesías Jesús

De una Iglesia-institución a una Iglesia-comunidad

• De una Iglesia institución a una Iglesia «comunidad humana» Y De una Religión de culto a una fe de vida cotidiana
Pasar de un culto religioso que da seguridad a un culto de comportamientos que responden a los mandatos del amor, de los unos con los otros, puede ser difícil a corto plazo.
Asumir en el cotidiano de su vida los mandatos de Jesus que ponen de relieve el amor fraternal, la justicia la verdad puede ser fuente de paz y alegría.
La Iglesia, comunidad de fe, no desaparece con las iglesias de piedras que se vacían. Todo lo contrario, el culto de la vida cotidiana nos acerca mas de lo que nos manda Jesus.
En todo, el Jesus resucitado sigue presente en cada uno de nosotros y su Espíritu nos acompaña con sus dones.
19.02.2021 | Oscar Fortin Seguir leyendo

El virus que ataca las defensas de lo comunitario

Por Jesús Bonet Navarro
                                                Vidas cada vez más solitarias
Escribir sobre algunas consecuencias de la COVID-19 es subrayar algo que ya ocurría antes, pero que se ha acentuado o ha quedado más claramente al descubierto: cada vez más solos en una sociedad cada vez más conectada, porque conexión no es lo mismo que comunicación, aunque se empeñen algunos en confundirnos.
Y no sólo más solos y solitarios, sino, en muchos casos, más individualistas. Parece que –con palabras de Z. Bauman- “separar y mantener a distancia se ha convertido en la estrategia más habitual en la lucha urbana por la supervivencia” (Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre). La COVID ha incrementado la soledad, la incertidumbre, la desconfianza en el otro y el individualismo.
El individualismo es un virus que destruye las defensas de lo comunitario e infecta todas las células sociales, debilitando o aniquilando el tejido de la cooperación entre las personas. El sentido de lo público, de lo común, de lo colectivo, está casi diluido en el mar del individualismo. Y esto va a ser más difícil de recuperar en el futuro, a corto y medio plazo, que la inmunidad biológica de nuestros cuerpos mediante las vacunas; las “redes sociales” telemáticas no van arreglarlo, bastaría con que no lo estropearan más. Seguir leyendo

Para superar el clericalismo…

In memoriam del teólogo que apostó por el ‘ministro de la comunidad’ para superar el clericalismo

Joseph Moingt

Sostenía que es innegable que asistimos a un retorno difuso y ambiguo de lo religioso, pero también lo es que semejante vuelta no está aconteciendo en la forma que se podría esperar ya que no refuerza, para nada, a las grandes instituciones religiosas

Abogaba por tomarse en serio que el sacerdocio común no es una palabra vana o un brindis al sol

No hay, apuntó J. Moingt, razón teológica seria que se pueda oponer a que las mujeres sean ordenadas. Las que se aducen no pasan de ser folclóricas

El papel del ‘ministro de la comunidad’ sería diferente al del sacerdote “clásico”, puesto que no procedería del exterior de la comunidad. Sería, más bien, elegido por ella y estaría consagrado a su servicio

Evidentemente, no estaría sujeto al celibato y sería un ministerio desempeñado tanto por padres como por madres de familia, viudos, viudas o célibes (sin obligación de permanecer como tales). Lo normal sería que desempeñaran su profesión civil y que su servicio eclesial fuera por un tiempo determinado, es decir, serían ordenados a título temporal

30.07.2020 | Jesús Martínez Gordo teólogo

El 28 de julio de 2020 ha fallecido Joseph Moingt, a los 104 años, un jesuita dedicado a la comprensión de la fe en un mundo progresivamente alejado de la misma. Pero también interesado en una Iglesia que, urgida a escuchar y discernir los latidos de dicho mundo, percibía desmedida y crecientemente alejada del mismo en una buena parte de sus responsables institucionales, aunque muy atenta a confrontarse con algunos de sus muchos retos entre otra parte notable de los bautizados. Sus aportaciones más relevantes han estado presididas por esta doble inquietud; incluido el último libro, publicado a los 103 años, “El Espíritu del cristianismo”, y escrito en primera persona y con una libertad envidiable.

Tuve la suerte de encontrarme con él en diferentes ocasiones en la residencia que, en las décadas finales del pasado siglo, tenían los jesuitas en la calle Monsieur (París). En una de estas visitas hablamos largo y tendido sobre una conferencia que, impartida por él en Suiza, fue recogida por Jean Bernard Lang y publicada como un resumen en la revista “Choisir” el año 1994. Probablemente se desconozca que no la pudo publicar, tal y como la había escrito, porque el obispo de la diócesis entendió que, lo entonces argumentado y propuesto por J. Moingt, no era de recibo, ni teológica ni pastoralmente. A partir de aquella intervención se le cerraron las puertas de aquella diócesis y de otras.

“El desembarco teológico de Normandía”

Joseph Moingt se adentró en una urgencia que, también compartida por su amigo Bernard Sesboüé, se encuentra en el origen de la famosa declaración Interdicasterial de 1997 dedicada a “la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes” que, en alguna ocasión, me he permitido denominar como “el desembarco teológico de Normandía”, al haber sido firmada por nada menos que ocho organismos vaticanos: la Congregación para el Clero; el Pontificio Consejo para los laicos; la Congregación para la Doctrina de la Fe; la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; la Congregación para los Obispos; la Congregación para la Evangelización de los Pueblos; la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y el Pontificio Consejo para la Interpretación de los Textos Legislativos. ¡Casi nada!

Si no me equivoco, creo que fue la primera vez -por supuesto, en el postconcilio- en la que se produjo un “desembarco” teológico y pastoral de tanto calado. Y también entiendo que semejante posicionamiento -indudablemente cargado de una enorme autoridad magisterial, aunque falible, no se olvide- no ha logrado acallar el problema que, J. Moingt entre otros, trató en aquella ocasión. Lo hemos podido ver, más recientemente, en la celebración del Sínodo sobre la Amazonía y lo estamos constatando en las reacciones (críticamente contundentes, por parte de la gran mayoría del episcopado alemán) que está provocando el reciente documento de la Congregación para el Clero sobre las parroquias (Instrucción pastoral, “La conversión pastoral de la comunidad al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia”). Seguir leyendo

Salud mental es vivir en comunidad

Por Andres Kogan Valderrama

Según datos arrojados, a través de una encuesta realizada por la Asociación de Municipalidades de Chile, el 79, 5% de las personas afirma que la emergencia sociosanitaria afecta emocionalmente al entorno y el 56% afirma que ha sentido ansiedad en momentos de cuarentena.
Unos datos que nos debieran poner en alerta, considerando que el encierro podrá traer consigo en el tiempo un aumento considerable de trastornos psicológicos y de suicidios en la población, tomando en cuenta que Chile junto a Corea del Sur presentan las tasas más altas al respecto a nivel mundial en NNA (Niños, Niñas y Adolescentes).

De ahí que esta emergencia sociosanitaria nos debiera hacer reflexionar sobre el sistema de vida que hemos estado teniendo antes de la pandemia y la importancia de generar políticas del cuidado a futuro para la población, en especial para los NNA, de manera de fortalecer vínculos comunitarios que sostengan nuestra salud mental. Seguir leyendo

Necesidad de cambiar el rumbo

Por Luis Armando González

La situación, verdaderamente crítica, generada por el Coronavirus invita a una reflexión sociológica (y ética) acerca de los hábitos sociales-culturales y las concepciones económicas predominantes, pues son ambas las que están siendo desafiadas por la propagación de ese virus y también por las medidas sanitarias que esa propagación exige. Aparte de los aspectos especializados –biológicos y médicos— del fenómeno, lo que es evidente es que el virus se contagia con facilidad pasmosa y que cualquier persona, aunque sea fuerte, joven o no pertenezca a grupos poblacionales en riesgo, puede ser invadida y convertirse en una transmisora de este. De esta evidencia, directa y simple, se sigue una consecuencia que choca con los hábitos sociales y culturales y con las concepciones económicas predominantes, cual es que las personas deben quedarse en su casa, reduciendo al mínimo el contacto con terceros.

 Comenzando con los hábitos socio-culturales predominantes, han salido a relucir los déficits en valores como la prudencia, el autocontrol e incluso la soledad, lo mismo que lo erosionadas que están las formas de convivencia cercanas, familiares y comunitarias, pero referidas estas últimas al espacio social que rodea el entorno familiar. La masificación consumista, con gente acostumbrada –desde hace unas tres décadas— a realizar una parte de su vida fuera del ámbito familiar-comunitario, ha sido contraproducente a la hora de ponerle freno a un virus que, como se anotó, se propaga con suma facilidad a través del contacto interpersonal.

 Insistir en el individualismo privatizador y posesivo, como rasgo cultural y económico de nuestro tiempo, hizo de perder de vista aspectos más sutiles de la cultura (y la economía) actual, como por ejemplo el hecho de que lo privado se ha diluido en lo público-masificado. O sea, lo privado –o lo que se considera tal— es una simulación, pues las personas están volcadas (o expuestas) incluso en sus momentos más íntimos a un público difuso, anónimo y masificado. Los grandes centros comerciales, los complejos turísticos y los parques temáticos son, en lo físico, los espacios en los que las personas realizan su “individualidad”. En el ámbito virtual, lo son las llamadas “redes sociales” que, naturalmente, no colman las ansias de quienes sienten que sin el gregarismo no pueden ser felices. Está tan arraigada, en la conciencia, las emociones y los hábitos de muchas personas esta forma de vivir que la idea de tener que quedarse en casa sonó (y suena) como una gigantesca locura. Gobiernos desbordados por la crisis sanitaria, como el de España, han tenido que emplearse a fondo para obligar a las personas a quedarse en casa.

  En cuanto a las concepciones económicas predominantes, fuertemente productivistas, nada más difícil que aceptar que empleados y trabajadores se queden en casa. Lo primero que seguramente asaltó la mente de empresarios, ejecutivos y directores gerenciales fue lo que se perdería en términos de ganancias si la gente dejaba de ir al trabajo. Hicieron caso omiso de la lógica económica más simple que indica que cualesquiera sean los costos que suponga que empleados y trabajadores dejen de laborar (incluso en el caso límite que no hagan nada en casa), mientras dura la crisis, esos costos siempre serán menores que los costos implicados en una propagación masiva del virus, pues a la pérdida de horas laborales de los afectados habrá que sumar los costos médicos para su recuperación y la de las personas contagiadas por ellos.

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Momentos de refrescar el real sentido de comunidad

El sacramento de la comunidad

Jesús es el Buen Pastor (Dibujo Cerezo B.)
Jesús es el Buen Pastor (Dibujo Cerezo B.)

Una comunidad se recrea cada día en la mesa de la vida, del compartir, de la intimidad, de sentirnos unidos por el anhelo renovado de una auténtica fraternidad y amistad.
La comunidad nace de una llamada que se escucha desde distintas realidades existenciales, que se nos comunica por medio de otros, que se metaboliza y discierne en lo hondo de nosotros mismos.
La comunidad convoca a la oración del corazón misericordioso, en el que resuenan las súplicas, las alegrías, las lágrimas y las esperanzas de la humanidad, de nuestro mundo.
La comunidad es garantía de la presencia de la Divinidad, por medio del otro que camina a mi lado en cualquier circunstancia, que sé que nunca me faltará cuando le necesite.
Una comunidad verdadera practica el don del perdón liberador, de la revisión fraterna comprensiva, de la autocrítica compasiva y favorece el crecimiento personal de todos sus miembros.
La comunidad nos ayuda a humanizarnos (y, por lo tanto, a divinizarnos), cuando contemplamos la injusticia, el desprecio, el abuso y nos comprometemos a combatirlos, pues no podemos permanecer indiferentes ante los atropellos hacia los más débiles.
La comunidad es un espacio para el encuentro gozoso de unos con otros. Para el encuentro con el otro, que en su diferencia me enriquece, me ayuda a crecer y me invita con cariño a salir de mi comodidad.
La comunidad es el lugar donde se experimenta la gratuidad, la donación desinteresada al otro, como semilla y signo de una nueva sociedad, donde se da el testimonio de que es más importante lo que se es y se ofrece que lo que se tiene.
La comunidad nos ayuda a valorar lo que de verdad es lo más importante, lo que tiene más interés y trascendencia, el tesoro más valioso, el gozo de estar unidos compartiéndolo todo.
La comunidad suaviza y hace llevadera la cruz de cada día, aceptando el carácter propio del otro, ayudándole en sus necesidades, practicando la humildad, dejándose guiar y transformar…
La comunidad es un don y un quehacer diario, que hay que regar, abonar y cuidar para que crezca, se fortalezca, dé frutos y adquiera así su máxima plenitud.
La comunidad es siempre deudora de otras personas que la precedieron y que nos han ofrecido su ejemplo de vida; de otras realidades que se han vivido en común; de experiencias históricas que la ayudan a caminar hacia lo que está llamada a ser.
La comunidad es una escuela de mística, de espiritualidad encarnada, de trascendencia, vislumbrando e intentando hacer realidad la utopía, ese otro mundo posible y necesario, que hoy no es todavía, pero que puede ser si nos empeñamos con esfuerzo, constancia y esperanza.
La comunidad nos enseña a vivir con la mayor naturalidad, sin doblez ni fingimiento, con sinceridad y alegría, tomando con humor nuestra propia vulnerabilidad, nuestros defectos, y con paciencia nuestros avances y retrocesos. Es el templo donde se celebra la vida con sus gozos, esperanzas y tristezas.
La comunidad ayuda a vivirlo todo con sencillez, compartiendo lo que se es y lo que se tiene, para que otros puedan vivir con dignidad, teniendo las puertas de la casa y de cada corazón abiertas.
Una comunidad es cristiana cuando sigue a Jesús de Nazaret, intentando vivir con sus mismos sentimientos, para buscar de su mano una plena humanización y la unión íntima con el Misterio de la Divinidad, el Amor que habita dentro de nosotros, en cada ser humano y en todo el universo. Así Jesús se convierte en modelo y paradigma de una nueva humanidad.
En una comunidad cristiana se intentan vivir las bienaventuranzas, lo contracultural, lo alternativo de la buena noticia de Jesús, en la realidad concreta de nuestro mundo. Por eso nunca podrá ser conservadora, sino abierta, liberadora, en progreso continuo, renovada y comprometida desde las fronteras existenciales de los empobrecidos y excluidos. Solo así se disfrutará de la alegría, la paz y la felicidad verdaderas.
La comunidad que se esfuerza y desea vivir de forma integral su fe y su vida, es un nuevo sacramento que “contiene, visualiza y comunica otra realidad diferente a ella, pero presente en ella… una grieta por la que penetra una luz superior que ilumina las cosas, las hace transparentes y diáfanas”.     MiguelAngel MESA.-