A los 10 años del Papa Francisco

Una conmemoración del pontificado de Francisco que interpele más la vida de la Iglesia

Por Consuelo Vélez

El 13 de marzo, se cumplen los diez años del pontificado de Francisco. Muchos son los escritos y acontecimientos que están acompañando esta conmemoración, en general, bastante positivos y esperanzadores, lo cual muestra que buenas cosas han ido sucediendo en esta década. Quiero añadir una palabra más a este hecho.

De la extrañeza de ese nombramiento -por primera vez un Papa latinoamericano- y por los hechos que se habían vivido en Argentina, tanto como provincial de los jesuitas como en su ministerio como arzobispo de Buenos Aires -no todos tan gloriosos-, pronto se pasó a una gran aceptación en los círculos de Iglesia más comprometidos con el cambio, con los pobres, con la perspectiva latinoamericana. Efectivamente, el Papa despejó los posibles desconciertos, con la sencillez que manifestó desde el primer día de su pontificado y la orientación que marcó para la Iglesia, orientación que, a paso lento, ha ido manteniendo y, algunos frutos, se pueden señalar.

Pero esa buena acogida que la porción de Iglesia más cercana a los pobres le ha dado al pontífice no se ha logrado instalar en los otros círculos eclesiales. Incluso, dentro de los que han participado de estas conmemoraciones por los diez años, se logra ver que no acaban de estar muy convencidos. Por ejemplo, algunos en sus intervenciones, han nombrado más el magisterio de los anteriores Papas que el de Francisco y máximo se ponen a comentar la Carta Encíclica Lumen Fidei que, en realidad, es de Benedicto, aunque Francisco la haya publicado al inicio de su pontificado. Sus palabras, aunque intentan ser amables con Francisco no dejan de develar su desconfianza frente al mismo.

Lo que quiero decir con esa realidad que vi en algunas de las conmemoraciones es que, sin duda, Francisco ha buscado nuevos caminos eclesiales que estaban haciendo mucha falta, no solo a nivel de evangelización -de lo que ha tratado en su magisterio escrito- sino también a nivel de su estructura pasando por finanzas, por nombramientos, por acciones, por cambios en algunas leyes eclesiásticas. Pero la pregunta que quiero hacer es si, todo lo que ha intentado hacer el Papa y que en estas conmemoraciones se ha reconocido, ha permeado el caminar eclesial y hoy nuestras comunidades locales se ven renovadas. Y mi respuesta, con preocupación, es que no. En muchos de los eventos en los que participo, el pueblo de Dios -laicado, jerarquía- sigue actuando cómo si a nada hubiéramos sido llamados en estos diez años. Ni siquiera el sínodo de la sinodalidad ha logrado mover “lo que siempre se ha hecho así”. El sínodo avanza en sus reuniones y los que participan de esos encuentros quedan muy comprometidos, pero el pueblo fiel de Dios -como dice Francisco- continúa caminando en paralelo y, casi diría, tomando más distancia del caminar eclesial. En las parroquias no se vibra por el Sínodo como no se vibró por la Asamblea Eclesial Latinoamericana. El magisterio de Francisco, aunque está escrito con un lenguaje tan cercano que puede ser entendido por más personas, no es material de estudio, de reflexión, de apropiación en la formación cristiana. En las predicaciones no se escucha demasiada referencia a esos textos.

Por otra parte, los y las jóvenes religiosos/as y los seminaristas no parecen estar formándose en el estilo de una Iglesia sinodal. Desde la formalidad exterior que cada día parece crecer más en hábitos, sotanas, clérimans, hasta la mentalidad, espiritualidad y demás recursos de su vida religiosa, no parece que estos jóvenes sean más abiertos, más comprometidos con la realidad, más deseosos de una iglesia en salida y, sobre todo, con más amor a los pobres. No pareciera que el pontificado de Francisco estuviera influyendo decisivamente en estos procesos formativos. Quiero señalar que tanto la CLAR (Conferencia Latinoamericana de Religiosos) y el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) están siendo motores activos del proceso sinodal pero no veo que sus esfuerzos permeen significativamente la vida cotidiana de las casas religiosas, de las parroquias, de las diócesis, de las arquidiócesis.

Sinceramente eso del “olor a oveja” del clero lo veo poco; solo sigue presente en los que siempre lo mantuvieron a pesar de la persecución a la Iglesia latinoamericana, pero no veo a muchos más en esa línea. Lo de un laicado que se involucra en el “caminar juntos” porque se sienten consultados, reconocidos, incluidos, etc., no veo que se esté dando. Y en lo que respecta a las mujeres, las cosas se hacen tan confusas -y en esto hasta Francisco no acaba de plantearlo bien- que en estas conmemoraciones algunas de las intervenciones hechas por mujeres, siguen jugando con ese imaginario de que somos lo mejor de la Iglesia porque la Virgen María -mujer- es la Madre de Jesús, con lo cual, nuestras quejas no tienen mucho sentido o con aquello de que la Iglesia es femenina, cosa que es verdad en la imagen esponsal que se usa para hablar de ella, la cual, correctamente entendida significa que solo hay un esposo -Cristo- y una esposa -todo el pueblo de Dios: jerarquía y laicado; varones y mujeres-. El lugar de la mujer en la Iglesia va mucho más allá de esas explicaciones que se nos dan -no del todo correctas- porque supone una participación plena en la vida eclesial y no un simple reconocimiento de que lo “femenino” es lo más querido por Dios y por eso somos una maravilla. Nada de esto tiene que ver con la justicia con las mujeres que ha de pasar por su participación en los niveles de decisión.

En conclusión, mi mirada es parcial, desde mi horizonte que es más académico que pastoral, mucho más local que universal. Pero quiero decir que me alegra profundamente el conmemorar los diez años de un pontífice que ha marcado un caminar eclesial mucho más cercano a Vaticano II, al caminar latinoamericano y, sobre todo, a los más pobres y excluidos. Sin embargo, también me preocupa profundamente el no ver a la Iglesia como institución dando ese giro que tanto necesita hacia las líneas impulsadas por este pontificado: una Iglesia pobre y para los pobres, una Iglesia en salida, una Iglesia que no teme herirse, ni mancharse, una Iglesia liberada de la autorreferencial y de tantos honores, poderes y riquezas que dan seguridad pero no permiten testimoniar el evangelio.

Ojalá que además de alegrarnos por esta conmemoración, nos preguntemos por la puesta en práctica de la renovación eclesial propuesta por Francisco. Allí donde se esté dando, que siga con más fuerza y, donde no ha comenzado que comience la marcha de una vez por todas.

8 de marzo:Día internacional para todas las mujeres

«Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla»

«La conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con las mujeres»

«El esfuerzo de Francisco todavía es demasiado pequeño para desmontar la mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece»

Por | Consuelo Vélez teóloga

Muchas mujeres creen que por el hecho de tener oportunidades laborales o de que en la cotidianidad se vea a tantas mujeres actuando a nivel social en múltiples esferas y logrando tantas realizaciones personales y sociales, ya no hay discriminación hacia ellas. Pero eso no es así. Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla. En Colombia se registraron más de 600 feminicidios el año pasado y en lo que va corrido de este año, ya van diez.

La violencia contra la mujer no se ejerce solo en los feminicidios. Hay demasiadas violencias en múltiples esferas. Todavía se oye decir que se prefiere un varón para muchas profesiones o se pone en tela de juicio lo que provenga del género femenino. Esto no significa que todo lo que las mujeres realizan esté bien. Habrá que descalificar a esta o aquella -con razones justificadas, por supuesto- pero no a todas las mujeres, como si fueran un grupo homogéneo, con las mismas cualidades -en la que se destaca el rol materno, servicial, cuidador- y con los mismos defectos -que se asocian, muchas veces, a querer salir del rol que la sociedad patriarcal les asignó- cuestionando cualquier intento de ser reconocidas en su igual dignidad con los varones y, por tanto, con los mismos derechos.

Por eso la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con las mujeres. Ese día recuerda las largas y difíciles luchas que a lo largo de la historia se han dado para conseguir el reconocimiento de la dignidad de las mujeres, con los derechos que conlleva y, mientras esto no sea realidad en todas las circunstancias y en todos los lugares, es necesario seguir trabajando por ello.

A nivel social los movimientos feministas siguen defendiendo los derechos de las mujeres. Pero la pregunta que podemos hacernos es, si a nivel eclesial, hay una consonancia con esas luchas o, si por el contrario, la iglesia se desentiende de esa realidad e incluso la retrasa. Cada vez es más evidente que la práctica de Jesús en su tiempo, fue la inclusión de las mujeres en su círculo de discípulos y defendió su dignidad en múltiples ocasiones. Las mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida pública (L 8, 1-3), entre las que se destaca María Magdalena, muestran que Jesús incluyó en su grupo a las mujeres y, ellas, dejando sus roles asignados por la sociedad, lo siguieron a la par con los discípulos.

Fue tal su protagonismo que, Jesús después de resucitado, se aparece a una mujer, María Magdalena, y le confía el anuncio de esa Buena Noticia (Jn 20, 11-18). Además, varios son los relatos de curación donde las mujeres dialogan con Jesús -cosa inaudita en la sociedad judía de ese tiempo-, entre ellos la mujer cananea que prácticamente “le exige” a Jesús que cure a su hija, aunque ella no sea judía (Mt 15, 21-28). La exégesis bíblica actual no tiene duda de la comunidad de varones y mujeres que surgió en torno a Jesús y la igualdad de roles y servicios que desempeñaron.

Sin embargo, la iglesia se acomodó a la sociedad patriarcal e introdujo dentro de ella, las mismas limitaciones que dicha sociedad establece para la mujer. Por eso, dentro de la Iglesia, también se han de revisar los estereotipos femeninos y transformarlos. No está bien que no se denuncie desde los altares, toda la violencia contra las mujeres. La justicia de género hay que impulsarla desde los púlpitos, no por moda o acomodo a la sociedad, sino porque es una de las buenas noticias del reino anunciado por Jesús. Pero también en los altares no debería haber ninguna discriminación contra las mujeres. Un ejemplo que sigue mostrando que no se acepta por igual la presencia de la mujer, es la actitud frente a las ministras de la comunión.

Los fieles que se acercan a recibir la comunión con ellas, son muy pocos; mientras que las filas de los presbíteros son interminables. Y no debería extrañarnos que cada vez más los altares, los púlpitos, las clases de teología, las homilías, las administraciones parroquiales y muchos otros ministerios, fueran ocupados por mujeres y su palabra y acción tuviera el mismo valor que la de los ministros ordenados. Aunque la mayoría de fieles que asisten a la liturgia y que realizan las pastorales parroquiales son mujeres, no son la mayoría de los que deciden, ni son reconocidas como tales en el servicio eclesial.

Francisco, desde el inicio de su pontificado, ha sido consciente de la necesidad de que las mujeres ocupen puestos de decisión en la Iglesia. Ha intentado hacer algunos cambios, nombrando a mujeres en la curia vaticana, en lugares que antes solo eran ocupados por clérigos. Pero su esfuerzo todavía es demasiado pequeño para desmontar la mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece. La iglesia ha de ser “Pueblo de Dios”, donde todos han de ser corresponsables de su devenir y, ninguno, por cuestión de género, debe ser excluido o no reconocido en su protagonismo eclesial.

Por todo esto, la conmemoración del Día internacional de la mujer ha de permear también la vida eclesial y llevarnos a una revisión del lugar que ocupan las mujeres en la Iglesia; de los discursos y prácticas que de allí surgen con respecto a las mujeres y; sobre todo, del testimonio que la Iglesia da de que en la comunidad eclesial las mujeres ocupan un lugar igual con los varones y no existe ninguna discriminación en razón de su sexo. Esta es una difícil tarea por todos los cambios que habría que dar para hacerlo realidad, pero las transformaciones han comenzado y no podemos detenernos hasta conseguirlo

Algunos innegociables para una Iglesia sinodal

Una Iglesia ministerial y el papel de las mujeres, algunos ‘innegociables’ para una Iglesia sinodal

«Si a la mujer no se le da un lugar en los niveles de decisión y en los ministerios, no habremos avanzado en casi nada en la sinodalidad»

«Si consiguiéramos liberarnos de ese modelo piramidal, habríamos dado pasos efectivamente hacia una Iglesia sinodal»

«Esto supone muchas cosas: unas tan simples, como la de dejar de dar títulos honoríficos a los ministros ordenados -excelencia, eminencia, reverencia, etc., que nada tienen que ver con el evangelio y con el servicio, sino con los poderosos de este mundo; y, otras más grandes como el de reconocer más ministerios para que todo el pueblo de Dios se sienta servidor de la comunidad y, efectivamente, sea un miembro activo de la comunidad«

Por Consuelo Vélez

La propuesta del sínodo de la sinodalidad sigue su marcha. Comenzó la etapa continental en la que se reúnen las conferencias episcopales por continentes para elaborar otro documento que servirá para la finalización del sínodo en octubre de 2024.

Hace unos días se llevó a cabo la primera Asamblea continental con las Conferencias de Europa. Solo seguí algunas noticias, pero me llamó la atención lo que decía una de ellas y era que algunas de las Conferencias participantes, echaban en falta que se asumieran a fondo los temas más álgidos que en la etapa de consulta se habían señalado. No me extraña que esto suceda. Este tema de la sinodalidad es tan amplio que se ha desdoblado en muchos aspectos que pueden ir opacando las reformas centrales que han de hacerse. Se insiste mucho en orar por la sinodalidad, en un estilo de vida sinodal, en un discernimiento comunitario de los signos de los tiempos, en un método sinodal, en una hermenéutica de la sinodalidad, etc., aspectos todos ellos muy importantes e inherentes a la sinodalidad, pero no suficientes para que la Iglesia llegue a ser una Iglesia sinodal.  

Cambiar el modelo de Iglesia piramidal

De las prioridades que se señalaron en el documento final de la Asamblea de las Conferencias Episcopales de Europa, se anotaron, entre otros aspectos, dos cuestiones sobre las que hay que dar pasos decididos y valientes en pro de una iglesia sinodal: la cuestión de una iglesia toda ministerial y el papel de la mujer dentro de la Iglesia, concretamente sobre su mayor participación en todos los niveles, también en la toma de decisiones.

Creo que estos dos aspectos son esenciales a la hora de pensar en una Iglesia sinodal. Por una parte, es muy urgente cambiar el modelo de Iglesia piramidal que todavía existe en la mayoría de lugares, donde los ministerios vienen estructurados según la importancia que se cree tienen y donde los primeros concentran todo el poder. Ya desde Vaticano II se afirmó una premisa básica y fundamental del ser iglesia: el sacramento del bautismo es el que nos da a todos por igual la dignidad de hijos e hijas de Dios y no hay mayor dignidad que esa. En la Iglesia querida por Jesús, “nadie es mayor que nadie” y si se aspira a alguna dignidad es a la del servicio, muy distinta que la del poder tan vinculado al ministerio ordenado. Si consiguiéramos liberarnos de ese modelo piramidal, habríamos dado pasos efectivamente hacia una Iglesia sinodal. Esto supone muchas cosas: unas tan simples, como la de dejar de dar títulos honoríficos a los ministros ordenados -excelencia, eminencia, reverencia, etc., que nada tienen que ver con el evangelio y con el servicio, sino con los poderosos de este mundo; y, otras más grandes como el de reconocer más ministerios para que todo el pueblo de Dios se sienta servidor de la comunidad y, efectivamente, sea un miembro activo de la comunidad: “Saben que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos y los grandes los oprimen con su poder. No ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiere llegar a ser grande entre ustedes será su servidor y el que quiera ser el primero, será su esclavo, de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 25-28).

Y el segundo aspecto el de la mujer, es tan claro, tan urgente, tan evidente, tan necesario que, por mucho que se le de vueltas y se busquen justificaciones, si a la mujer no se le da un lugar en los niveles de decisión y en los ministerios, no habremos avanzado en casi nada en la sinodalidad. Ya sabemos que uno de los últimos comentarios del papa Francisco, sobre las mujeres, fue el de decir que en la Iglesia había dos principios: el petrino y el mariano, y así cada sexo tiene su lugar y papel en la Iglesia. Es evidente que esto no es más que un esfuerzo por no mover las tradiciones eclesiásticas (no eclesiales) que han marcado tanto a nuestra Iglesia. Lo complicado es que se afirma con tanta seguridad y se repite tantas veces, que hasta algunas mujeres dicen que no se necesitan cambios en la Iglesia porque ellas se sienten a gusto con los roles que desempeñan. No es de extrañar que pase esto. Si tantas exclusiones, subordinaciones, desigualdades se mantienen en nuestro mundo es porque los mandatos no solo son externos, sino internos, y la “mente colonizada” abunda en los “colonizados”. Es decir, se está tan acostumbrado al modelo vigente que no se quiere cambiar. Pero, afortunadamente, los cambios se gestan y se siguen empujando más y más y llegará el día que esto se dé.

Clericalización de los laicos

Hay otro aspecto que también tiene que ser trabajado para lograr una iglesia más sinodal y esto es respecto al laicado. Es fácil confundir sinodalidad con clericalización de los laicos. Aquellos que empiezan a participar de la estructura, en vez de transformarla se acomodan a ella y la fortalecen. Esto esta pasando con algunos laicos que han sido nombrados en puestos de responsabilidad o decisión en varias instancias. Se hacen “inaccesibles” y “ostentan” cierto tipo de poder.

En fin, la condición humana es muy compleja y continuamente estamos en esa tensión entre el ideal y la realidad y no es fácil aquello de que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo, pero si muere da mucho fruto” (Jn 12, 24). Una iglesia sinodal surge de un pueblo de Dios que esta dispuesto a convertirse desde dentro porque comprende que la iglesia no vive para ella misma, ni para mantener su estructura, ni para ser poderosa en medio del mundo, sino para ser testimonio del reino de Dios, allí donde todos caben, donde nadie queda fuera de la mesa, donde la ley está al servicio del ser humano y la misericordia es la única consejera. 

Día de la vida consagrada

Por una vida consagrada más simple, más libre, más de Dios

Muchas son las personas que a lo largo de la historia han sentido ese llamado fuerte a dedicar su vida al servicio de los demás, desde diversos carismas, y hay miles de testimonios que edifican, animan, interpelan, convocan, impulsan a seguir esos mismos caminos

Los tiempos cambian y eso es una realidad irreversible. Por tanto, no es de extrañar que los signos de un tiempo no significan lo mismo para otro tiempo. Y no porque el Espíritu se vaya de nuestra historia sino porque tal vez no sabemos buscarlo allí donde hoy se manifiesta con más fuerza

Por Consuelo Vélez

Juan Pablo II, en 1997, instituyó las Jornadas Mundiales de la Vida Consagrada, a celebrarse cada  2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor, con el objetivo, según lo expresó en su mensaje para la primera jornada,  de “valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo de cerca mediante la práctica de los consejos evangélicos y, al mismo tiempo, una ocasión para que las personas consagradas renueven los propósitos y sentimientos que han de inspirar su entrega al Señor”.

Este año será la XXVII Jornada Mundial y en el Vaticano no será presidida por el Papa Francisco ya que está en la República Democrática del Congo y en Sudán del Sur, en su cuarto viaje apostólico al continente africano, sino por el Prefecto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el cardenal João Braz de Aviz quien en una carta que firma junto con el arzobispo secretario, José Rodríguez Carballo, invitan a la vida consagrada a “ensanchar la tienda”, con el estilo de Dios que es “cercanía, compasión y ternura” y preguntándose, entre otras cosas, “si se invoca al Espíritu con fuerza y perseverancia para que reavive en el corazón de cada persona consagrada el fuego misionero, el celo apostólico, la pasión por Cristo y por la humanidad” (Vatican News, 27-01-2023).

Por su parte la Confederación Latinoamericana de Religiosos (CLAR) ha ofrecido un recurso orante con el lema “Desde el amanecer hasta el ocaso caminamos en esperanza”. La vida consagrada del continente quiere mantener la escucha al Espíritu para oír los clamores de nuestros pueblos y responder a ellos.

Efectivamente, la vida consagrada entendida como un don de Dios es una riqueza para el mundo. Muchas son las personas que a lo largo de la historia han sentido ese llamado fuerte a dedicar su vida al servicio de los demás, desde diversos carismas, y hay miles de testimonios que edifican, animan, interpelan, convocan, impulsan a seguir esos mismos caminos. Sin embargo, en estos tiempos las vocaciones disminuyen y no dicen tanto a los contemporáneos. Muchos estudios se hacen para entender el fenómeno y muchos esfuerzos se consolidan para buscar atraer a más jóvenes.

Personalmente considero que varias cosas hay que tener en cuenta. Los tiempos cambian y eso es una realidad irreversible. Por tanto, no es de extrañar que los signos de un tiempo no significan lo mismo para otro tiempo. Y no porque el Espíritu se vaya de nuestra historia sino porque tal vez no sabemos buscarlo allí donde hoy se manifiesta con más fuerza. Y, en ese sentido, las estructuras de la vida religiosa -especialmente la femenina- cada vez dicen menos a jóvenes que en este tiempo valoran mucho más la autonomía, la globalización, la tecnología, la pluralidad, la ciencia, los derechos humanos, la justicia social, la dignidad humana. No es que el tiempo pasado sea mejor, simplemente, es distinto. De ahí que no hay que extrañar que haya cada vez menos jóvenes que se ciñen a estructuras de autoridad, a una disponibilidad entendida como renuncia a desarrollos propios, a una afectividad inmadura o a una visión del mundo uniforme. Y esto no significa que no tengan fe o no sientan un llamado al servicio de los demás. Simplemente esa llamada no logra realizarse en ese tipo de estructuras. Y aunque hay esfuerzos y algunas comunidades lo hayan conseguido, en muchos casos no acaban de transformarse. Y por eso, las tensiones comunitarias son bastantes, hay movimientos de apertura, pero también muchos miedos que producen nuevas involuciones.

Ni todo carisma puede perdurar en el tiempo sin actualizarse, ni los modelos de vida religiosa que tuvieron tanto éxito en un tiempo, permanecen vigentes para siempre

Ni todo carisma puede perdurar en el tiempo sin actualizarse, ni los modelos de vida religiosa que tuvieron tanto éxito en un tiempo, permanecen vigentes para siempre. Posiblemente hay que reconocer con humildad que algunas comunidades cumplieron su ciclo y han de fusionarse (esto lo está pidiendo el Papa a varias comunidades) y que las que perduran han de centrarse más en la misión a realizar que en la autopreservación de la comunidad. Y la misión convoca a todo el pueblo de Dios -laicado, vida consagrada, clero- uniendo fuerzas para hacer presente el Reino y no gastándolas en la salvaguarda de estructuras cada vez más anquilosadas.

Por supuesto servir al Reino de Dios ha de hacerse “ligero de equipaje”, pero lamentablemente, el paso de los años ha dado tantos bienes a las comunidades religiosas que ya no se sabe si se trabaja para preservarlos o para la misión y, por otra parte, muchas veces el criterio para el trabajo pastoral de la comunidad no es la necesidad de la gente sino los intereses de la comunidad que tiene sus planes preconcebidos.

Creo que estos tiempos reclaman esa vuelta a los orígenes -de lo que ya se habló con Vaticano II- donde las comunidades pequeñas surgían respondiendo a las necesidades concretas del momento y se hacían con la frescura, libertad y disposición que da la liberación de estructuras y las relaciones interpersonales que son posibles en grupos pequeños, que confluyen en similares sentires ante los clamores que escuchan.

Muchas otras cosas es necesario seguir pensando para la renovación de la vida consagrada. Pero digamos una más: la vida consagrada femenina si no camina al ritmo de la conciencia que hoy tienen las mujeres sobre ellas mismas, sus demandas y sus búsquedas, no creo que tenga demasiado futuro. Feminismo y vida consagrada han de ir de la mano porque esas “Mujeres del Alba” (como ha denominado la CLAR su horizonte inspirador 2022-2025) han de ser mujeres de este presente, con esa conciencia clara de su dignidad, de sus derechos, de su liberación frente a los estereotipos que la sociedad patriarcal les ha atribuido y que también están presentes en la iglesia clerical de la que forman parte.

“El dueño de la mies” (Lc 10,2) sigue presente en cada persona que trabaja por el bien común y en tantos jóvenes que en nuestros países latinoamericanos están comprometidos con el cambio y la justicia social. Tal vez son tiempos en que la vida consagrada camine más de cerca de los movimientos sociales que, a fin de cuentas, son los que hacen posible que saboreemos el reino de Dios en el aquí y ahora de nuestra historia. Una espiritualidad de ojos abiertos es imprescindible y la dedicación al reino, lo único esencial. Tal vez desde allí se transformen las estructuras y la vida consagrada se haga más simple, más libre, más de Dios.

Una palabra sobre Benedicto XVI

Una palabra sobre Benedicto XVI

Por Consuelo Vélez

Se han escrito muchas cosas a raíz de la muerte de Benedicto XVI y, como de cualquier persona, hay mucho que señalar en positivo y en negativo. Nadie está exento de equivocarse en muchas de sus decisiones, también es posible que haya actitudes que voluntariamente se toman con plena conciencia, aunque objetivamente no sean las más adecuadas y hay muchas otras realizaciones buenas porque, el ser humano tiende al bien, haciendo así posible este mundo bueno que tantas veces experimentamos.

De Benedicto XVI se reconoce el aporte de su teología antes de ser prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe y su honestidad para renunciar como Papa cuando se dio cuenta de qué los problemas de la iglesia le superaban. Desde mi experiencia personal me gustó mucho oírle decir en la inauguración de la Conferencia de Aparecida, en 2007, que “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”. Con estas palabras, desde mi punto de vista, respaldaba el quehacer teológico latinoamericano y la opción preferencial por los pobres de la porción de iglesia de este continente que buscó hacer vida las conferencias de Medellín y Puebla. Pero no se puede olvidar que, como Prefecto, cuestionó el quehacer teológico de muchos teólogos y teólogas, favoreciendo ese ambiente de persecución y miedo a decir o a hacer cualquier cosa que no fuera lo “eclesiásticamente correcto”, lo que permitía que fácilmente se levantaran acusaciones que, efectivamente, eran escuchadas en aquellas instancias vaticanas. Con Francisco, ese ambiente de vigilar la ortodoxia se ha ido desvaneciendo y no porque no sea importante vivir la fe de forma adecuada, pero esto no se logra apegados a normas y reglas sino manteniendo el espíritu del evangelio que siempre sabe abrirse a nuevas realidades y responder a los signos de los tiempos.

No pueden dejar de mencionarse las resistencias a la puesta en marcha del vaticano II llevadas a cabo en el pontificado de Juan Pablo II, con Ratzinger como prefecto y, posteriormente de este, como Benedicto, en su pontificado. El volver a permitir la misa en latín, entre otras cosas, mostraron su contradicción con el espíritu de Vaticano II. Por todo esto se hablaba del “invierno eclesial” que se vivió en las últimas décadas y que hizo llamar al pontificado de Francisco de “primavera eclesial”, al notar que desde sus inicios volvió a poner en el centro de la vida de la Iglesia, el dinamismo que engendró Vaticano II y ha buscado impulsarlo decididamente. No le está siendo fácil, pero efectivamente, en algunos aspectos si ha vuelto a entrar aire fresco a la Iglesia.

La muerte de Benedicto XVI deja, de alguna manera, sin respaldo a esa porción de Iglesia que se ha opuesto a Francisco. Son conocidos algunos cardenales y personajes vaticanos. Pero también hay un grupo bastante grande de presbíteros jóvenes que se han alineado más con Benedicto que con Francisco lo mismo que un sector del laicado que perteneciendo a movimientos laicales fundados no hace demasiado tiempo, están impregnados de un cristianismo “de cristiandad”, acompañado de una visión tradicionalista, rigorista y moralista. Ojalá que la muerte de Benedicto les confronte con el actual pontificado y sean capaces de descubrir el Kairós que significó Vaticano II para seguir implementándolo. No hay duda de que la historia de la Iglesia se realiza a través de las vicisitudes de las personas, las circunstancias, los acontecimientos que cada momento trae. Pero nuestra responsabilidad consiste en hacer estas relecturas para discernir el hilo conductor que las ha ido tejiendo, valorando lo positivo que siempre se ha seguido dando y reconociendo lo negativo para transformarlo.

Además, los tiempos actuales nos demandan más audacia, más creatividad, más apertura, más dinamismo. Lo que Francisco denominó, “iglesia en salida” no es un slogan sino una realidad que es urgente poner en práctica. Si con Vaticano II la iglesia salió de su actitud de defensa y condena de todo lo nuevo; hoy en día es necesario vivir esa actitud con todas las consecuencias. La Iglesia en salida es la que vuelve a practicar lo más esencial del evangelio: la vida digna para todos, la apertura al diálogo y al encuentro, la aceptación de la diferencia, la capacidad de aportar su palabra como “signo del reino” en medio de muchas otras visiones y perspectivas, la construcción de la paz, el cuidado de la creación, un mundo donde haya lugar para todos y todas. No son tiempos de añorar el rigor y la solemnidad de Benedicto sino de vivir la sencillez, la espontaneidad, la humanidad de Francisco para que el evangelio pueda seguir siendo hoy una palabra fresca, encarnada en la historia, significativa para este presente que ya no entiende de poderes y dogmatismos sino de compromiso con el bien común desde la diversidad, la interculturalidad, la diferencia, la misericordia.

Propuestas para una renovación pastoral de nuestra fe y de nuestra vivencia eclesial

Primavera de Francisco

Consuelo Vélez: «La llamada ‘primavera de Francisco’ no acaba de instalarse porque las resistencias son muchas»

Por Consuelo Vélez

Con el inicio del año y la renovación a que se invita en todas las cosas, estaría bien proponer una renovación de nuestra fe, un volver a darle un impulso que la haga más actual, más pertinente, más ajustada a los tiempos actuales. Todo esto no por un esnobismo o algo pasajero sino porque, continuamente tenemos que actualizarnos en todos los aspectos, pero, además, porque la crisis de la iglesia y del testimonio de los cristianos, es una realidad.

Aunque surjan grupos que convocan jóvenes o se fortalecen algunas pastorales, el panorama global no es muy alentador. Cada vez menos gente le encuentra sentido a vivir su fe dentro de la Iglesia católica y, mucho menos, a la práctica de los sacramentos, a la misa dominical y tantas otras expresiones de fe

¿Qué podríamos hacer para renovar desde dentro nuestra fe y ofrecerla a nuestros contemporáneos?

No hay recetas mágicas para ofrecer y cualquier palabra que se diga se va a quedar corta y, además, no aplica lo mismo para tantos contextos diversos. Pero propongamos algunas posibles. En primer lugar, refirámonos a la Sagrada Escritura. Las personas siguen buscando “libros de sabiduría”, “libros de autoayuda”, etc., porque necesitan dar sentido a su vida, aunque no lo hagan en el seno de la Iglesia católica. La Sagrada Escritura es el testimonio de un pueblo que encontró el sentido de su vida en la fe en el Dios vivo y presente en la historia, y da testimonio de ello, en diferentes géneros literarios, con múltiples experiencias de vida, con muchísimos recursos distintos con el objetivo de llegar a los destinatarios de su tiempo y de todos los tiempos.

A ese testimonio de vida, los creyentes le consideramos palabra de Dios, expresión privilegiada del querer de Dios sobre la humanidad. Pero ¿qué pasa que los católicos no logran apropiarse de la Biblia, no consiguen entenderla, esta no parece ofrecerles esas palabras de sabiduría que buscan? Creo que una de las respuestas es que mientras no la presentemos, valiéndonos de los recursos exegéticos y literarios actuales para entenderla bien, no puede menos que permanecer en la penumbra de la incomprensión y de la desactualización para las personas de hoy. No estamos en tiempos de atraer a otros por el poder de la “autoridad”: “así lo manda Dios”, sino por la actitud de diálogo y ofrecimiento gratuito de propuestas iluminadoras y que cobran sentido cuando no se imponen, sino que se interpretan adecuadamente. En la Biblia no podemos encontrar las respuestas puntuales sobre un tema y otro y menos sobre los problemas actuales -totalmente ausentes de los tiempos bíblicos- pero si podemos preguntar por el sentido del actuar de Dios ante los acontecimientos de aquellos tiempos y discernir cuál sería el sentido para nuestros tiempos.

En segundo lugar, está la cuestión de la participación de todo el pueblo de Dios en la marcha de la Iglesia. La jerarquía y, en concreto Francisco, siente que no puede mantenerse más la asimetría entre los distintos miembros de la Iglesia. La propuesta de la sinodalidad es un esfuerzo por abrir espacios, sin embargo, aún siguen muchas resistencias que el mismo documento de trabajo sobre la sinodalidad muestra al seguir manteniendo la diferencia entre “todos” (laicado), entre “algunos” (obispos) y entre “uno” (Papa).

Por supuesto que no se tienen que borrar los diferentes ministerios, pero estos han de ser para el servicio de todos y no para el poder de algunos. Mientras los niveles de decisión sigan concentrados en la jerarquía, no se vive la corresponsabilidad y es menos la gente que se siente convocada a participar de una institución que no da pasos en dirección de una participación más plena para todos sus miembros. Esto depende no solo de la jerarquía sino del propio laicado. Hemos de apropiarnos del bautismo que hemos recibido y que nos hace partícipes del sacerdocio, profetismo y reinado del mismo Cristo; es decir, no somos miembros de segunda categoría ni mucho menos depositarios de la misión, sino agentes de la misma misión. Por eso es indispensable dar nuestra palabra y tomarnos en serio el protagonismo laical que ha estado tan ausente en la Iglesia de nuestro tiempo.

En tercer lugar, es muy importante revisar la actuación política de los cristianos. No hay que identificar fe con política en el sentido de hacer una política creyente -como las fuerzas ultraconservadoras lo pretenden una y otra vez- sino buscar que la persona de fe tenga la claridad suficiente para apoyar los procesos democráticos y los cambios necesarios para alcanzar la justicia social. No es suficiente tener la postura fundamentalista de oponerse a proyectos de ley que difieren de la moral católica -sin mirar el conjunto de las propuestas- porque se cae en un fundamentalismo moral que niega la visión pluralista y diversa que hoy es un signo de los tiempos irreversible en nuestro mundo actual.

En lo que respecta al cultivo de la espiritualidad, las liturgias rígidas, solemnes, con solo protagonismo del clero -aunque atraen a algunos- no están diciendo casi nada a los jóvenes de hoy, salvo a los muy necesitados de autoridad y seguridades. Esto no significa que los rituales y espacios de alabanza o de conexión con la creación que se hacen desde otras espiritualidades no tengan mucho de formas y pasos a seguir que también a veces resultan demasiado extravagantes, pero tal vez, los contenidos que vehiculan están más cercanos a lo que la gente necesita, busca, pretende. Lo cierto es que cada vez más gente asume otras prácticas que llaman de espiritualidad (en ocasiones sin Dios) y menos lo establecido en la liturgia. Un repensarla y actualizarla es necesario, no por moda sino porque una fe que, en sus expresiones, no se conecta con la vida, pierde su sentido.

Finalmente, cada uno podría dar diferentes iniciativas para darle un impulso nuevo a nuestra fe y a nuestra vivencia eclesial. La llamada “primavera de Francisco” no acaba de instalarse porque las resistencias son muchas, pero también, porque más de un cristiano no ve la urgencia de revitalizar nuestra fe y actualizarla para el hoy, quedándose en echarle la culpa a la realidad actual -que algo influye, por supuesto- sin responsabilizarse por la necesaria actualización que cada tiempo exige a todas las realidades, incluida la fe que profesamos

¡Bienvenido 2023!

Comenzar un nuevo año es una oportunidad de llenarse de esperanza, de crecer en expectativas, de propiciar cambios. Por supuesto que todo esto no viene mágicamente porque aumenta un número del calendario, pero psicológicamente, ayuda el ritmo del tiempo y acompañado por las celebraciones de fin de año, parece que esas actitudes se potencian. Por lo tanto, es cuestión de aprovechar el momento y, en verdad, abrirse a nuevas perspectivas.

En Colombia tenemos la esperanza de que el nuevo gobierno pueda seguir generando cambios. Mucha gente tiene temores y prejuicios porque la resistencia a los cambios supera la evidencia de los hechos. Pero, personalmente creo, que tenemos muchas posibilidades de dar pasos hacia una sociedad más justa y en paz. Esto último es una de las mayores urgencias para nuestra dolida tierra porque más de cincuenta años de conflicto interno, pide a gritos un horizonte de paz. Y en eso esta empeñado el nuevo gobierno y hay un gran respaldo de la Iglesia colombiana en ese proceso. Ojalá nuestra esperanza siga firme y con nuestro apoyo lo hagamos posible.

A nivel mundial las situaciones son tan diversas y complejas que también es necesario redoblar la esperanza para apoyar los cambios necesarios. Brasil comienza un nuevo gobierno, con resistencias parecidas a las que hay frente al actual gobierno colombiano, pero es necesario insistir en que mucho de lo que se acusa a gobiernos que se ocupan de lo social es más fruto de los poderes hegemónicos que instalan en el imaginario social bastantes mentiras y temores. Por supuesto, la complejidad de las situaciones permite críticas y descontentos, pero si no se intentan los cambios nunca podremos ver una nueva realidad.

A nivel personal cada uno sabe lo que podría hacer mejor, planear distinto, realizar en este nuevo año. No es fácil imaginarse cambios porque una cosa es celebrar por todo lo alto el fin de año y otra comenzar de nuevo las labores y hacerlo con renovado empeño. Casi siempre se hacen buenos propósitos y al llegar el día a día, rápidamente volvemos a lo mismo. Pero no hay que perder la esperanza. Es posible hacernos al menos un buen propósito: ser mejores personas. Amar más y servir mejor. Dejar de quedarnos en lo pequeño y relativo que tantas veces nos enreda y mirar el horizonte más amplio de que solo tenemos esta vida por delante, solo este momento para amar a los seres queridos, solo el presente para trabajar por hacer de nuestro mundo un mejor lugar. Agradecer la vida, cuidar del planeta, humanizar más nuestro mundo desde esa perspectiva cristiana que nos hace ver en toda persona, no a un desconocido y menos a un enemigo, sino a un hijo e hija de Dios. Como bien dice la primera carta de Juan “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (4, 20).

Y a nivel de la institución eclesial, creo que se ha ido apagando el empuje dado por la propuesta del papa de una Iglesia sinodal y, aunque de alguna manera el proceso seguirá su marcha y se realizarán los encuentros previstos hasta llegar a la reunión de obispos en el 2024, se requiere de renovada esperanza para que nuestra iglesia se transforme desde adentro, ofreciendo un nuevo rostro más cercano al evangelio del reino. Hay muchos dolores que transformar como los escándalos de pederastia y de abuso de mujeres por parte de clérigos, o el clericalismo persistente que el papa Francisco ha criticado tanto y la urgencia de abrir las puertas de la Iglesia a la diversidad en tantos sentidos que ya constituye nuestro mundo y que la Iglesia se resiste a incluir efectivamente. Pero un nuevo año podría ayudarnos a soñar con esa iglesia de los orígenes y revivirla en nuestros espacios locales. Nadie nos impide soñar con una iglesia más inclusiva, más participativa, más servidora, más comprometida con la realidad. “La fe sin obras es muerta” (St 2,17) y una Iglesia que no traduce lo que predica en obras de justicia y amor, no puede ser atractiva para nadie.

Otras realidades podrían comentarse para iluminar este nuevo año que comenzamos. Pero lo importante es aprovechar este acontecimiento humano que compartimos con creyentes y no creyentes -de fin de año y comienzo de un año nuevo- para escuchar esa voz de ánimo y de nuevo comienzo que siempre nos regala nuestro Dios para no desfallecer en el camino. En el libro del Cantar de los Cantares donde la imagen nupcial expresa la relación de Dios con su pueblo, estas palabras que el amado dirige a la amada podrían inspirarnos este comienzo de año: “Levántate amada mía, hermosa mía y vente. Porque, mira, ha pasado ya el invierno y han cesado las lluvias y se han ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de las canciones es llegado, se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra”. Sí, dejemos atrás los dolores vividos este año, los fracasos, las pérdidas, y potenciemos todas las experiencias positivas y, sobre todo, la posibilidad de seguir mirando el futuro con esperanza. Por parte de Dios, siempre hay la posibilidad de un nuevo comienzo, con el que él mismo se compromete desde el amor más íntimo y personal que toda persona pueda tener con él. ¡Bienvenido 2023! A vivirlo con fe, con esperanza y amor.

Navidad como experiencia de crecimiento y sinodalidad

Navidad como experiencia de crecimiento y sinodalidad

Por Consuelo Vélez

Llegamos a la celebración de Navidad y podríamos señalar dos aspectos que este año nos acompañan. El primero, hemos regresado a la “normalidad” porque, aunque la covid no se ha ido del todo, se logró controlar el contagio masivo y, gracias a las vacunas, a quien le da, lo más común es que no tenga complicaciones y solo parezca un leve resfriado. Pero vale la pena preguntarnos lo que tanto dijimos en tiempos de covid: ¿qué nos enseñó esa experiencia vivida? ¿nos hizo mejores seres humanos? Tal vez las personas que perdieron seres queridos tienen la dura experiencia de su partida. A otras les pudo quedar la sensación de miedo al saber que puede llegar una situación desconocida capaz de cambiar nuestras rutinas de un momento para otro. Posiblemente otros valoran más los medios digitales, a través de los cuales pudieron mantener la comunicación con los demás y simplificaron muchos procesos que se creía solo podían hacerse de manera presencial. Pero es posible que muchos no hayan aprendido nada y continúen la vida, olvidando lo que ha sucedido y viviendo la inmediatez del presente.  Esta última sería lo peor que podríamos sacar de estos más de dos años de pandemia.

Ojalá que hubiéramos aprendido que en nuestro mundo las posibilidades de responder a situaciones difíciles están muy desiguales. Los países ricos acapararon las vacunas y los pobres tuvieron muchas dificultades para adquirirlas. Muchas personas hoy en día son más pobres porque perdieron sus trabajos. Muchos niños se retrasaron en sus estudios porque no tuvieron acceso a internet y porque el confinamiento hizo más difícil el proceso de aprendizaje. Otros quedaron con una salud más frágil. De todas maneras, también hubo cosas positivas. En muchos lugares aumentó la solidaridad y el apoyo mutuo. Se desarrolló la creatividad para afrontar la pandemia tanto a nivel de nuevos emprendimientos como de sacar el mayor provecho a lo que era posible. La resiliencia (término que significa la capacidad que se tiene de superar la adversidad) se manifestó de muchas maneras. Además, la covid nos invitó a mirar la creación y a darnos cuenta que sin un cuidado real hacia ella, cualquier virus puede surgir y los desastres naturales se producen. El cambio climático que estamos viviendo con tanta intensidad, es un grito fuerte de la creación, llamando a nuestra responsabilidad.

Pues bien, ante el niño del pesebre que celebramos en este mes navideño, vale la pena acercarnos con los aprendizajes y las inadvertencias de estos años que hemos vivido de pandemia. La pobreza que rodeó su nacimiento –“Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento” (Lc 2, 7)- nos sitúa en la incerteza, la fragilidad, la incertidumbre a la que estamos continuamente abocados porque nadie tiene la asegurado nada por siempre. Pero también el pesebre nos convoca a la alegría que experimentaron los pastores cuando se les anunció que “había nacido un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2, 11). La alegría de que seguimos vivos y podemos trabajar por hacer de nuestro mundo un mejor mundo.

 Nuestro Dios se hizo ser humano para enseñarnos cómo vivir, cómo amar, cómo trabajar, cómo construir comunidad, cómo vivir la solidaridad, cómo ser hijos e hijas del mismo Dios Padre y Madre, por quien somos hermanos y hermanas de la misma familia de Dios.

Y, precisamente por todo lo anterior, Navidad es tiempo de fiesta, de reuniones, de alegría, de luces, de música, de esperanza. Pero no para que termine cuando se acaben las fiestas navideñas sino para que impulsen a comenzar un nuevo año con la fe fortalecida, la esperanza renovada y el amor más abundante. Tal vez sea posible si, como dije antes, llegamos al pesebre con una mayor conciencia de lo que hemos vivido y nos dejamos iluminar por el niño Jesús para sacar de lo vivido el mayor provecho.

El segundo aspecto al que me quiero referir es a la llamada a la sinodalidad que ha hecho el papa Francisco. Ya sabemos que sinodalidad quiere decir “caminar juntos” y esto, en concreto, es que todos los miembros de la Iglesia nos sintamos responsables y protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. En navidad, al menos en Colombia en que acostumbramos a rezar la novena en familia, podemos potenciar este espacio como experiencia de sinodalidad. Tal vez navidad es el único momento en que no esperamos a qué el sacerdote dirija la oración o marque los pasos de la celebración. Las novenas son organizadas por la familia. Son espacios en que todos participan, especialmente, los niños. Se reza con espontaneidad, se canta con alegría y se vive un bonito y sentido momento de fe y celebración. Eso es sinodalidad y navidad puede ser un tiempo para tomar conciencia de las experiencias de sinodalidad que vivimos y, a partir de estas, potenciar otro tipo de experiencias en los otros espacios de fe y celebración que tendremos a lo largo del año.

Vivamos entonces este tiempo de Navidad con la alegría que trae el Niño Jesús que nace, pero también con la profundidad que este tiempo requiere. Que nuestra vida se disponga a acoger a Jesús con lo que somos, traemos, sentimos, deseamos. Preguntémosle cómo ser mejores personas y cómo hacer de nuestro mundo un lugar mejor para vivir. Cómo crecer en justicia social para que no haya nadie que pase necesidad entre nosotros (Hc 2, 45) y como trabajar para empujar la Iglesia hacia una mayor sinodalidad, una mayor comunidad, una mayor igualdad de todos sus miembros. La sinodalidad no se conseguirá por la propuesta de Francisco sino por el compromiso de todos en irla haciendo realidad en las ocasiones en que es posible hacerlo.

Adviento: Tiempo de espera “esperanzada” para las mujeres

Mujeres con voz y con voto

Aunque falta tanto para que en la sociedad y en la Iglesia sea real la igualdad entre varones y mujeres y que en todas partes del mundo se respeten los derechos de las mujeres y no haya ningún tipo de violencia contra ellas por el hecho de ser mujeres, muchas son también las conquistas y logros que se han adquirido en estos últimos tiempos y eso abre la puerta a seguir “esperando”, “esperanzadamente” en que los cambios continúen y se afirmen definitivamente

Lo que todavía sigue con una brecha muy grande es la violencia de género que se ejerce en los espacios públicos porque aún hay demasiada explotación sexual de la mujer y los medios de comunicación todavía utilizan el cuerpo femenino o el estereotipo de sus atributos para comercializar sus productos y avivar una sociedad de consumo, donde la mujer es un producto más

Aunque hay ambientes -especialmente religiosos- que consideran que esta nueva manera de posesionarse de la mujer es la causa de la inestabilidad familiar, esto se desmiente fácilmente porque la crisis de la familia no viene del reconocimiento de los derechos de las mujeres sino de la falta de madurez humana y afectiva de varones y mujeres y la forma de entender las relacione

Por Consuelo Vélez

Las lecturas de la liturgia de este tiempo de Adviento nos invitan a la preparación, a la alegría, a la esperanza. Sobre todo, la figura de María, que es central en estos días (en los tres ciclos de adviento el primer domingo se dedica a la segunda venida del Señor, el segundo y tercero a Juan El Bautista y el cuarto a María), nos abre a la posibilidad de esperar la novedad del “Niño que viene” lleno de dones y bendiciones. De hecho, la palabra Adviento significa que alguien llega y en la antigüedad siempre que llegaba el rey, podía conceder favores a los que lograban verlo. Con la venida del Niño se esperaría que sus dones nos alcancen a todos.

Pero si pensamos en la realidad de las mujeres, ¿hay adviento -hay esperanza- para ellas? Por supuesto que sí. Aunque falta tanto para que en la sociedad y en la Iglesia sea real la igualdad entre varones y mujeres y que en todas partes del mundo se respeten los derechos de las mujeres y no haya ningún tipo de violencia contra ellas por el hecho de ser mujeres, muchas son también las conquistas y logros que se han adquirido en estos últimos tiempos y eso abre la puerta a seguir “esperando”, “esperanzadamente” en que los cambios continúen y se afirmen definitivamente.

Joven mujer

Hay esperanza en la realidad social porque las leyes se consolidan y cobijan mucho más a las mujeres. La tipificación del feminicidio -asesinato de mujeres de la mano de hombres por machismo o misoginia- se va implementando cada vez más en los diferentes países y, efectivamente, se afianzan las penas correspondientes a ese tipo de delito. La igual remuneración laboral para mujeres y varones también está siendo una realidad. El que la mujer ocupe más espacios públicos y sea gestora de decisiones sociopolíticas va aumentando y en el imaginario colectivo comienza a ser más natural que todos los lugares puedan ser ocupados por varones y mujeres indistintamente. Lo que todavía sigue con una brecha muy grande es la violencia de género que se ejerce en los espacios públicos porque aún hay demasiada explotación sexual de la mujer y los medios de comunicación todavía utilizan el cuerpo femenino o el estereotipo de sus atributos para comercializar sus productos y avivar una sociedad de consumo, donde la mujer es un producto más. Pero la conciencia de que eso no debe ser así, crece y eso da esperanza.

En la realidad familiar se comienza a ver una nueva manera de constituirse como familia, con más igualdad, más respeto, más equidad, más distribución de tareas para ser hechas por todos en casa. Aunque hay ambientes -especialmente religiosos- que consideran que esta nueva manera de posesionarse de la mujer es la causa de la inestabilidad familiar, esto se desmiente fácilmente porque la crisis de la familia no viene del reconocimiento de los derechos de las mujeres sino de la falta de madurez humana y afectiva de varones y mujeres y la forma de entender las relaciones. De hecho, cualquier subordinación o sumisión o violencia contra la mujer no permite una familia estable, aunque aparentemente se crea que es así.

A nivel eclesial crece también la conciencia de que, sin abrir espacios de participación a nivel de decisión para las mujeres, la iglesia desdice de su ser sinodal, al que está llamada. Pero en este ámbito las mujeres no están simplemente esperando que se abran las puertas. La formación teológica que han adquirido tantas mujeres y los espacios de reflexión, celebración y sororidad que se han abierto, las han empoderado para saberse iglesia y hablar en su nombre. En realidad, todo el pueblo de Dios es sujeto eclesial y las mujeres han tomado la palabra creando espacios eclesiales que, a fuerza de su existencia, se van reconociendo y aceptando.

La situación de las mujeres no es la misma de hace cincuenta años y mucho menos de hace tantos siglos como tenemos de historia. Las jóvenes de hoy están encontrando un mundo mejor del que tuvieron sus madres y sus abuelas. Y la perspectiva de su realización y el cumplimiento de sus sueños se vislumbra mucho más. Todo lo anterior no significa que no falte demasiado, en todos los ámbitos descritos, para que la realidad de sufrimiento, exclusión y opresión de las mujeres se mire solo como algo del pasado.

Pero el estar en camino, el constatar logros, el palpar un nuevo horizonte posible para las mujeres, garantiza que esta espera no es pasiva, no es resignación, no es aceptación, sino que es una espera “esperanzada” porque los logros alcanzados fortalecen para seguir alcanzando muchos otros.

En este sentido, la nueva manera de comprender la figura de María, gracias a los aportes de la teología feminista, puede seguir fortaleciendo desde la fe, estas conquistas de las mujeres y llevarlas a la realidad. Hoy entendemos que María no es la mujer pasiva que acepta sin réplica, sin preguntas, su colaboración en el plan de salvación. María pregunta ¿cómo podrá ser aquello? (Lc 1, 34) y ante la respuesta del ángel de que “nada es imposible para Dios” (Lc 1, 37), María no teme asumir el protagonismo de gestar a un Hijo que será la salvación para todos los pueblos. María es la mujer libre y fuerte que asume la responsabilidad que se le confía y lo hace con todas las consecuencias. Por eso, como dice el evangelista Juan, está al pie de la cruz (19, 25) -momento donde se pone en juego la posibilidad de dicha salvación-, reafirmando la fe por la que su prima Isabel la alabo, en el evangelio de Lucas: “Feliz tú porque has creído” (1, 45). ¡Cuántas mujeres han vivido un protagonismo capaz de abrir caminos de liberación para las mujeres! ¡Cuántas mujeres han conseguido derechos para las mujeres! ¡Cuántas se han mantenido de pie ante las dificultades y los retrocesos de algunos logros conquistados por las mujeres! La figura de María engrandece las luchas de tantas mujeres en la sociedad y en la Iglesia y las fortalece para no decaer en sus esfuerzos.

El texto del Magnificat, que el evangelista Lucas pone en boca de María, puede seguir avivando la espera “esperanzada” de que la situación de las mujeres puede dar un vuelco total y un mundo libre de violencia contra ellas, es posible. María afirma que Dios “despliega la fuerza de su brazo para dispersar a los soberbios y exaltar a los humildes, para colmar de bienes a los hambrientos y despedir vacíos a los ricos” (Lc 1, 52-53). Es decir, Dios está de parte de los que sufren y despliega su fuerza para cambiar las situaciones. Por eso, no está lejos de la situación de las mujeres, sino que, con certeza, ha sido su primer protagonista. De hecho, la praxis de Jesús con respecto a las mujeres fue una praxis de liberación, de inclusión, de igualdad. La llamada cristología feminista ha mostrado claramente que la Buena Noticia del Reino, anunciado por Jesús, es también para las mujeres y él mismo contribuyó a generar y sostener ese dinamismo.

Situarnos en Adviento con estos elementos que hemos reseñado nos permite vivir este tiempo como un verdadero adviento para las mujeres. El Niño que se espera es el mismo que con su praxis histórica y con la palabra de Dios consignada en la Sagrada Escritura, avala las llamadas “olas del feminismo” que han conseguido derechos civiles, sociales, políticos, culturales para las mujeres. Es el mismo que hoy continúa avalando el trabajo de las teologías feministas que enriquecidas con las categorías de análisis de las teorías feministas, han permitido apoyar y empujar los cambios necesarios para la vida digna y plena para las mujeres.

Adviento es tiempo de recoger tantos logros y esperar que sigan aconteciendo. Adviento es tiempo de avivar la esperanza de que un mundo donde varones y mujeres gocen plenamente de todos sus derechos es posible y que la opresión vivida por el género femenino ya no exista más. Que en este presente se pueda vivir que ¡ni una mujer más sufre ningún tipo de violencia, ningún tipo de discriminación ni de subordinación! ¡Ven, Señor Jesús! y consolida el regalo de un mundo libre de violencias de género, un mundo de hijos e hijas del mismo Dios Padre/Madre.

El Adviento

Preparándonos para el Adviento

Por Consuelo Vélez

Hemos comenzado adviento y los textos bíblicos de la liturgia de este tiempo nos invitan a la preparación para el acontecimiento que se avecina. En efecto, que el Hijo de Dios se encarne en nuestra historia amerita que nos dispongamos para ello y revisemos si estamos preparados. Las lecturas del segundo y tercer domingo se refieren a Juan Bautista, precursor del Mesías, quien habla claramente de esta preparación.

En el segundo domingo de adviento el evangelista Mateo (3, 1-12) se refiere a la predicación de Juan Bautista: “Conviértanse porque está cerca el reino de los cielos” y haciendo referencia al profeta Isaías explica la misión que se le ha confiado: “Una voz grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. Continúa el evangelista presentándonos la figura del Bautista diciendo que vestía piel de camello con una correa en la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Después se refiere a su dedicación a bautizar, pero también de su interpelación a los que quieren cumplir con un rito, pero no como signo de verdadera conversión. A fariseos y saduceos les dice: “¡Camada de víboras! ¿quién los ha enseñado a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión”. En otras palabras, Juan Bautista, como un verdadero profeta, es signo de otros valores -con su propia persona (expresado en su modo de vestir, de comer, de actuar) y con su predicación y, especialmente esta última, en la que interpela a sus oyentes de manera directa y firme.

En el tercer domingo de adviento con otro pasaje del evangelista Mateo (11, 2-11), se nos sigue presentando la figura del Bautista. En esta ocasión, el profeta manda a sus discípulos a preguntar directamente a Jesús si él es el Mesías o deben esperar a otro. La respuesta de Jesús es clara: “Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Es decir, el profeta Jesús también manifiesta lo que avala la identidad de una vida: las obras que produce. Por eso invita a los discípulos a mirar lo que está aconteciendo y a descubrir en esas acciones la veracidad de su mesianismo. El evangelio termina con las palabras de Jesús sobre Juan el Bautista, confirmando también su profetismo y la manera como prepara el camino.

Estas lecturas también nos interpelan a nosotros frente a la vivencia de este tiempo. Aunque adviento es tiempo de alegría, de esperanza, de gozo, a la luz de estos textos bíblicos, también es tiempo de conversión, de testimonio, de acción. Pero aquí vienen las preguntas que nos hacemos, año tras año, y que parece no logramos responder con los hechos. ¿Qué distingue la vivencia cristiana de este tiempo de la manera secular de celebrar estos días? Los centros comerciales se decoran con motivos religiosos y no religiosos (árboles de navidad, Papá Noel, renos, nieve, etc.), adornos que también invaden las iglesias, las calles, los parques y los hogares. Pero ¿todos estos símbolos -que en sí mismos no son buenos ni malos- que mensaje nos transmiten? ¿a qué nos remiten? El otro aspecto que caracteriza este tiempo son los regalos. Por una parte, fomentan la sociedad de consumo porque parece que es de obligado cumplimiento comprar algo en estos días. Por otra, animan a la generosidad porque hay empresas y personas que destinan una parte de sus recursos a comprar regalos para los niños, con la motivación, como se dice, de “alegrarles la navidad”. Es decir, este tiempo de espera de la navidad tiene la ambigüedad de todo lo humano: una parte de superficialidad y consumo y otra parte de gratuidad, de compartir y de estrechar lazos con la familia y los amigos.

Pero eso no quita que no intentemos reorientar el sentido auténtico de estas fiestas y, no busquemos cómo conectarnos con lo realmente importante. Y las lecturas que hemos señalado nos dan algunas pistas. Sí Jesús es el Mesías esperado y en verdad queremos acogerlo, hemos de mirar más su actuar y ponernos en sintonía con ese horizonte. El Niño que nace trae el cambio de las situaciones injustas a situaciones justas expresadas en que los ciegos ven, los sordos oyen, etc. Este es el verdadero espíritu de adviento: transformar las situaciones, pero no mientras se viven estas fiestas, sino de manera estructural. No basta con dar regalos a los niños. Es necesario preguntarse qué hay que hacer para que todo niño tenga derecho a la salud, a la educación, a la comida, a la recreación, a la familia, todos los días de su vida. No basta con expresar el cariño en este tiempo sino convertir ese cariño en obras a lo largo de todo el año: más unión familiar, más solidaridad mutua, más compañía, verdadero amor expresado a través de los actos concretos. No basta con adornar las ciudades sino buscar que ellas pueden ser lugares de posibilidades para las personas en todos los tiempos. En otras palabras, Adviento es un tiempo cálido, colorido, festejado, pero ha de ser mucho más: tiempo de conversión a más justicia, a más solidaridad, a construir un país y un mundo donde la vida sea posible, también la vida del planeta. Un mundo donde se note que el Niño Jesús que viene y que los cristianos conmemoramos, año tras año, realiza lo que ha prometido a través de nuestro compromiso de hacerlo posible. Adviento es tiempo de ponernos en camino para transparentar con nuestras obras que el Mesías esperado efectivamente llega para “allanar todos los senderos” para “reunir el trigo en el granero y quemar la paja en la hoguera”.