La Semana Santa en tiempos de corona-virus

Hermandades y cofradías se reinventan para su semana grande sin perder de vista lo esencial
“Las hermandades este año están aumentando su faceta espiritual y su culto externo es la caridad”
“Las hermandades y cofradías son el movimiento asociativo más importante de España”
“Ser cofrade es ser cristiano, y ser cristiano es prestar un servicio”
Por  Jordi Pacheco Seguir leyendo

El virus que ataca las defensas de lo comunitario

Por Jesús Bonet Navarro
                                                Vidas cada vez más solitarias
Escribir sobre algunas consecuencias de la COVID-19 es subrayar algo que ya ocurría antes, pero que se ha acentuado o ha quedado más claramente al descubierto: cada vez más solos en una sociedad cada vez más conectada, porque conexión no es lo mismo que comunicación, aunque se empeñen algunos en confundirnos.
Y no sólo más solos y solitarios, sino, en muchos casos, más individualistas. Parece que –con palabras de Z. Bauman- “separar y mantener a distancia se ha convertido en la estrategia más habitual en la lucha urbana por la supervivencia” (Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre). La COVID ha incrementado la soledad, la incertidumbre, la desconfianza en el otro y el individualismo.
El individualismo es un virus que destruye las defensas de lo comunitario e infecta todas las células sociales, debilitando o aniquilando el tejido de la cooperación entre las personas. El sentido de lo público, de lo común, de lo colectivo, está casi diluido en el mar del individualismo. Y esto va a ser más difícil de recuperar en el futuro, a corto y medio plazo, que la inmunidad biológica de nuestros cuerpos mediante las vacunas; las “redes sociales” telemáticas no van arreglarlo, bastaría con que no lo estropearan más. Seguir leyendo

Las residencias ante la 2ª ola del coronavirus

Errores y lecciones aprendidas en las residencias de mayores para no repetir la «tormenta perfecta» de la primera ola
Un informe del CSIC analiza las debilidades del sistema y recomienda buenas prácticas de cara a combatir mejor la COVID-19 en estos centros: algunas de sus clave son hacer muchos test, mejorar la comunicación con Atención Primaria y contratar más personal
Sergio Ferrer
Hablar de la pandemia de coronavirus en España es hacerlo del impacto que tuvo la COVID-19 en las residencias de mayores durante la primera oleada. El Gobierno ha cifrado en algo más de 20.000 las persona fallecidas en estos centros, lo que supone un porcentaje importante del total de muertes. Ahora que la segunda oleada ha vuelto a poner en el foco a estos lugares, un reciente informe, publicado por el Instituto de Política y Bienes Públicos del CSIC, analiza la gestión de las residencias, las dificultades a las que se enfrentaron y las lecciones aprendidas para este nuevo incremento de contagios.
El proyecto comparará 15 países europeos para analizar cómo ha afectado la pandemia a las residencias de mayores, aunque de momento solo está disponible la versión del caso español. El investigador del CSIC y coautor del informe, Francisco Javier Moreno, adelanta a elDiario.es que «lo que ha pasado aquí es muy parecido a lo que ha pasado en todos los demás países europeos».
El investigador considera importante tener en cuenta ese contexto. «No nos exime de responsabilidad, pero la autoflagelación tampoco conduce a nada cuando a todos nos ha pillado desprevenidos, tanto la pandemia como su impacto en un colectivo muy vulnerable que además está agrupado en espacios de alta densidad». La sensación inicial, en todos los países analizados, era de «incredulidad».
«No era inevitable que ocurriera, pero es lógico que lo haya hecho. Otra cosa es cómo hemos respondido». Aquí empieza el análisis de Moreno, basado en 25 entrevistas a responsables de residencias y de gestión de servicios sociales y sanidad. Su objetivo: «Ver qué se puede hacer mejor y sacar lecciones para que no vuelva a ocurrir». En este sentido, el informe interno de la Secretaría de Estado de Derechos Sociales adelantado por El País esta semana llega a conclusiones similares tras analizar un conjunto de 30 factores que contribuyeron a lo que se define como una «tormenta perfecta».
«Si hay un mensaje optimista es que hemos aprendido mucho», dice el investigador. «Algunas cosas empezaron mal pero al final ya se respondía mejor». Todo esto en un sector con grandes fallos estructurales que requieren medidas a medio y largo plazo: «El problema de fondo es de recursos y financiación». Aun así, Moreno destaca buenas prácticas, «más inmediatas», que ya se pueden implementar e incluso imitar de otras Comunidades Autónomas.
«Nada es gratis, pero hay prácticas que han sido muy útiles, no son tan complicadas ni implican costes muy elevados, pero permitieron responder de forma muy eficaz y fueron clave para frenar la expansión de la pandemia entre los residentes de estos centros». Puestos a invertir recursos, dice Moreno, «conviene enfatizar» estas estrategias.
Lección 1: conectar el mundo sanitario y el de los cuidados
Moreno apunta al primer fallo como el más grave. Se refiere a la «desconexión» entre el sistema sanitario y el de cuidados. «No quiere decir que no se hablaran, pero en la práctica los centros de Atención Primaria están desbordados y suelen delegar el seguimiento de los pacientes de las residencias a los médicos que trabajan en ellas».
Esto hacía que «no fuera común» que los médicos de Primaria visitaran a los mayores de los centros, pero no provocó «excesivos problemas» durante la calma. Y entonces llegó la COVID-19. «Al empezar la pandemia se mostró que esto es insuficiente y que hace falta una implicación del sistema sanitario mucho mayor, empezando por los centros de Atención Primaria», defiende Moreno.
Cuando las Comunidades Autónomas intervinieron las residencias con casos de coronavirus, «se nombró a una persona que hiciera de vínculo entre el sistema sanitario y la residencia». En general, enfermeros de los centros de salud de la zona. «Pasaban buena parte de su jornada laboral en la residencia y su presencia facilitó la articulación entre sistemas». Moreno asegura que los directores de estos centros «querrían que esta mejor conexión se mantuviera más allá de la pandemia».
Lección 2: no discriminar pacientes por su origen
Son bien conocidos los casos en los que se negó la derivación de residentes hacia hospitales. «Sabemos que ha ocurrido, pero no se trata de demonizar ni plantear la judicialización, porque lo que ocurría era que en los hospitales no había camas», dice Moreno. En ese contexto, los médicos deben tomar duras decisiones según la capacidad de supervivencia a una intervención en UCI. «Cuando hay recursos escasos los médicos tienen que priorizar, la clave es no discriminar por venir de una residencia sino por el estado de salud de la persona».
«No se puede aceptar que el criterio de negación de acceso a la UCI fuera venir de una residencia, porque había personas viables por mucho que tuvieran COVID-19», lamenta Moreno. El investigador explica que la mejora en la coordinación entre el sistema sanitario y social «evitó» estas situaciones de discriminación «y se empezó a avanzar a un sistema mucho más centrado en la evaluación individual de los pacientes».
Lección 3: aislamiento radical
La infraestructura de cada residencia «facilitó o dificultó» el necesario «aislamiento radical» de los pacientes contagiados y sospechosos. «Algunas residencias tenían varias plantas, otras incluso tenían espacios autónomos como apartamentos, con más margen para la separación», comenta Moreno.
Lo fundamental es, según el experto, «que cuando surja un caso, sospechoso o confirmado, se saque a esa persona de la residencia» para que otros residentes vulnerables no enfermen. «Aislarlas internamente es buena opción, pero sacarlas es mucho mejor».
Aquí el informe muestra distintas prácticas entre Comunidades Autónomas. «[La separación] depende de los recursos disponibles, pero vale la pena [invertirlos] si así se frena la expansión de la infección en la residencia, y se pueden llegar a inventar donde no existan».
Moreno cita ejemplos como Asturias y Aragón, donde se usaron infraestructuras vacías como espacios intermedios para llevar a los infectados. Por ejemplo, «residencias que no estaban en funcionamiento». En caso de necesidad, sugiere también el uso de hoteles medicalizados.
Este aislamiento es mucho más complicado de lo que parece en personas que no son plenamente autónomas: «Aunque cerremos las residencias van a tener que interactuar, porque tienen que venir cuidadores a darles de comer». A todo esto hay que añadir el impacto de obligar a que los mayores se encierren en su cuarto, cuyas consecuencias cognitivas y físicas están todavía están por explorar.
Lección 4: test, test, test
Confirmar los casos de COVID-19 es siempre buena idea, también en las residencias de mayores. «Todo mejoró mucho cuando aumentó la capacidad de hacer test», asegura Moreno. Del dicho al hecho, por desgracia, hay un trecho.
«Necesitamos hacer test periódicamente a todos los residentes, pero también a los trabajadores», comenta. «La capacidad diagnóstica sigue tensionada y no es suficiente. En muchos casos, hasta ahora, se limitan a empleados que, por ejemplo, vuelven de vacaciones.
Lección 5: contratar más personal para crear grupos burbuja
La precariedad de los profesionales que trabajan en las residencias es otro factor estructural que, sin embargo, admite cierto margen de maniobra en el corto plazo. Plantillas muy ajustadas, contratos, salarios, carga de trabajo… «Todo estaba ya tensionado y con la pandemia explotó», explica Moreno. Así empezaron las bajas entre empleados infectados, de riesgo o con miedo a contagiarse.
En medio de esta tensión, el informe de Moreno detecta otra buena práctica: crear grupos de trabajo que interactúen solo con un conjunto de residentes. En otras palabras, segmentar también a los trabajadores en una estrategia similar a la que siguen hoy algunos colegios. «Así, si alguno se contagia, el potencial grupo de infectados está acotado».
El problema es que esto requiere una plantilla lo suficientemente grande para atender a los residentes de esta forma. «Conseguir personal fue una pesadilla, cuando los incentivos laborales y salariales no eran buenos», asegura Moreno, que considera una «paradoja» que esto suceda en un país «con tasas de paro brutales» incluso «en personas formadas en gerontología y cuidados de mayores».
¿La solución? Moreno explica que los gobiernos autónomos optaron por «poner a disposición de las residencias sus propias listas de personal y bolsas de trabajo», que aprovecharon para suplir las bajas.
Lección 6: Un trabajo poco valorado
Moreno apunta a un sentimiento generalizado en su informe: «Los trabajadores de las residencias comentaban de forma explícita que su trabajo no era valorado adecuadamente, que se sentían estigmatizados». Criticaban así las acusaciones de no cuidar adecuadamente a los mayores o incluso de maltratarlos.
«Sentían que se les señalaba con el dedo cuando la mayoría se desvivía por estas personas, trabajaba muy por encima de los horarios laborales y eran su única conexión con el resto del mundo», añade. «Decían que eran los únicos que estaban dándoles la mano y acariciándoles en sus últimos momentos, pero al mismo tiempo se les atacaba». Por eso, Moreno cree necesaria una «reflexión» sobre «cómo valoramos a estos profesionales que también han hecho frente a la pandemia», aunque no estuvieran en nuestras mentes durante los aplausos.
De forma similar, el informe señala que la falta de conexión entre el sistema sanitario y social es debida a obstáculos muy grandes entre ambos mundos. «Tienen visiones diferentes, se prioriza más la parte sanitaria y se tolera más el sufrimiento en la parte social, cuyos profesionales sienten que los médicos no les respetan lo suficiente», aclara Moreno. La solución, en su opinión, es «asumir que cada uno tiene su papel y ambos son importantes y necesitan presupuesto».
Residencias vs. atención domiciliaria: el caso escandinavo
A falta del informe definitivo que compare la gestión entre países, Moreno adelanta que «casi la mitad de fallecidos por COVID-19» lo hicieron en residencias. No solo en España, sino también en Reino Unido, Francia, Holanda, Bélgica e Italia, entre otros.
El investigador considera que hay elementos estructurales que pueden tener un papel clave en esta situación generalizada en residencias. «En los países escandinavos buena parte del cuidado se hace a domicilio, donde las personas siguen viviendo aunque sean dependientes». Asegura que, a partir de los años 90, se fue desmontando el sistema de residencias establecido en los 60. En casos extremos, «se transfiere a la persona a domicilios adaptados en los que mantienen la mayor autonomía posible».
Esta situación difiere de las grandes residencias con gran cantidad de mayores juntos que, en España, «llegan tras agotar sus años de autonomía y requieren muchísimo más personal». Este grupo «de edad muy avanzada, nivel de dependencia muy elevado, con múltiples enfermedades crónicas y comorbilidades» es «muy vulnerable» a la COVID-19.
¿Preparados para el siguiente golpe?
Mientras los casos de covid-19 aumentan en toda Europa, ¿qué pasará en las residencias este invierno? «Yo creo que el impacto va a ser mucho menor», dice Moreno, que confía en que no se vuelvan a repetir situaciones dramáticas. «Habrá contagios, ya los hay, pero se ha aprendido a no infravalorar el riesgo de la pandemia».
Además, Moreno cree que las Comunidades Autónomas prestarán más atención a este sector. «En la primera oleada hubo la sensación de que había que priorizar los hospitales y las residencias se dejaban de lado», dice, y pone en duda que esto vuelva a pasar «en la mayoría» de regiones. «Son conscientes de que la concentración de vulnerabilidad era mayor y que tenían que intervenir».
«La implicación entre servicios sociales y sanitarios también va a ser más intensa, porque no ha dejado de serlo durante el período intermedio y ahora está más engrasado para la segunda oleada». Esto, sin contar la «mayor capacidad de hacer test» y «los mecanismos para suplir trabajadores».
«Eso no quiere decir que no haya que estar atento y aplicar lo aprendido», advierte. «Algunas Comunidades Autónomas podrían aprender de otras, pero si hacemos todo esto cuando surja un brote seremos capaces de frenarlo».

El coronavirus y las estrategias de Satanás

Por: Juan José Tamayo · Fuente: El País · 19 julio, 2020

Los fundamentalistas interpretan la pandemia como un castigo de Dios. Y el materialismo científico, a veces, cae en pretensiones filosóficas. La pandemia reabre el debate de la relación entre ciencia y religión

Con motivo de la actual pandemia ha vuelto a plantearse el viejo problema de la relación entre ciencia y religión, con tendencias encontradas entre quienes consideran que ambas son incompatibles, quienes reducen la incompatibilidad a la que se produce entre ciencia y superstición, quienes creen que la religión es un obstáculo para los avances de la ciencia, quienes defienden la autonomía e independencia de ambas y quienes, en fin, son partidarios del diálogo y la cooperación.

La posición extrema es la de los creyentes fundamentalistas que interpretan la pandemia como un castigo que Dios manda a la humanidad por su maldad, por haberse apartado de la religión y por el ateísmo cada vez más extendido. La respuesta la encuentran en la vuelta a la religión y a la fe en Dios, desconfiando de la ciencia, dándole la espalda o, al menos, dudando de su eficacia. Dos ejemplos de tal actitud ante la pandemia son Salvini y los evangélicos que apoyan a Bolsonaro. Salvini apela al Corazón Inmaculado de María para derrotar al virus “porque la ciencia sola no basta”. En Brasil las mega-iglesias evangélicas mantienen abiertos sus templos durante la pandemia, acogiéndose a un decreto de Bolsonaro, que considera los actos religiosos como “servicios esenciales”, poniendo en peligro la vida de los miles de fieles que asisten a dichos actos.

Sus pastores minusvaloran la gravedad del coronavirus, desconfían de la ciencia y proponen como alternativa la fe. El obispo Edir Macedo afirma que el coronavirus es una estrategia de Satanás para infundir miedo, pánico, terror, que solo afecta a las personas sin fe y propone como antídoto el “coronafe”, eficaz únicamente para quienes creen firmemente en la palabra de Dios. Bolsonaro llegó a hacer exorcismos contra el coronavirus ante un grupo de evangélicos que lo esperaban a las puertas del palacio presidencial.

Los recursos que creen más eficaces ante escenarios dramáticos como el que estamos viviendo son pedir la intervención de Dios para que haga un milagro, la práctica de los rituales religiosos en sus formas mágicas más que como celebración festiva de la vida, experiencia comunitaria del compartir y relación personal, gratuita y no venal con la divinidad. Esta actitud es la que, sin duda, más daño hace a la religión y mayor alejamiento de ella produce.

Tanto el materialismo científico como el fundamentalismo religioso coinciden en afirmar la existencia de un conflicto insuperable entre ciencia y religión, que lo presentan con frecuencia con la metáfora de “guerra”. En ambos casos estamos ante una distorsión de la ciencia. El materialismo científico dice partir solo de teorías científicas, pero en realidad incurre en pretensiones filosóficas. El fundamentalismo religioso va más allá del ámbito teológico y reclama autoridad en cuestiones científicas. A su vez, la consideración metafórica de “guerra” ofrece una idea inadecuada tanto de la ciencia como de la religión y de la relación entre ellas. Ciencia y religión han ejercido una gran influencia en la humanidad y en la naturaleza. No pueden, por tanto, desconocerse, ni caminar en paralelo, y menos aún entrar en confrontación, ya que cualquiera de esas posturas perjudicaría gravemente y por igual a los seres humanos y a la naturaleza. Han sido fenómenos culturales presentes en la historia en permanente interacción desde sus albores hasta nuestros días, unas veces en conflicto y otras en cooperación.

Momentos privilegiados de relación armónica entre filosofía, ciencia y religión fueron la antigüedad griega, los autores cristianos de los primeros siglos de la historia del cristianismo y los momentos de mayor esplendor del islam con los encuentros entre filósofos, científicos, teólogos, juristas, durante el “paradigma Córdoba”, precursor del Renacimiento europeo, etc.

Ciencia y religión son distintas formas de acercamiento a la realidad, que no tienen por qué competir ni excluirse la una a la otra. Son sistemas sociales complejos que tienen su propia metodología, agrupan diferentes experiencias individuales y colectivas y dan lugar a dos tipos de comunidades humanas con sus diferentes patrones de comportamiento y sus códigos de comunicación: la comunidad religiosa y la comunidad científica en interacción con la sociedad. Ninguna de las dos puede ni debe recluirse en su propio caparazón haciendo oídos sordos a las inquietudes, problemas y desafíos del mundo en que viven, entre otros, la dialéctica pobreza-riqueza, crecimiento económico-retroceso ético, degradación del medio ambiente-ecología, guerra-paz, patriarcado-liberación de la mujer, armamento nuclear-desarme, globalización-alterglobalización y Norte global-Sur global. Ambas tienen responsabilidades irrenunciables en la respuesta a dichos problemas, muchos de ellos provocados por sus propias comunidades, como el mal uso de la energía nuclear o las guerras de religiones. La colaboración en estos temas es más necesaria que nunca. De su implicación en la respuesta a estos problemas y a otros que afectan a la humanidad depende en buena medida su prestigio o desprestigio, relevancia o irrelevancia, credibilidad o pérdida de la misma. Depende el futuro de la humanidad y del planeta, según se guíen por la justicia o la barbarie, la cooperación o competitividad, la solidaridad o el darwinismo social, el cuidado de la casa común o su maltrato.

El modelo correcto de relación entre ciencia y religión tiene que ser el de la colaboración e interacción crítico-constructiva, en la que cada una se ubica en su propia esfera al tiempo que abandona todo intento de absolutización, ya que ninguna puede presumir de tener el mapa de la verdad. La religión debe dejarse iluminar por los conocimientos de la ciencia, y la teología ha de tener en cuenta las aportaciones científicas. La ciencia puede verse enriquecida con el ethos de la compasión que ofrece la religión. Pero ¿qué ciencia? No la arrogante y aristocrática, que selecciona a quienes tiene que curar en función de sus posibilidades económicas, sino la que está al servicio de la salud y el bienestar de la ciudadanía, especialmente de los más vulnerables. ¿Qué religión? No la dogmática, autoritaria y patriarcal, sino la que escucha el grito de las personas empobrecidas y de la tierra depredada y responde con actitud solidaria hacia las víctimas. ¿Qué Dios? No el todopoderoso y supremacista, sino el “Dios activista de los derechos humanos”, el subalterno, que se enfrenta con el Dios invocado por los opresores, según la propuesta de Boaventura de Sousa Santos. En la novela de Camus La peste, tras los desencuentros entre el jesuita Paneloux y el doctor Bernard Rieux, este le dice al jesuita: “Estamos trabajando juntos por algo que nos une más que las blasfemias y las plegarias. Esto es lo único importante… lo que yo odio es la muerte y el mal, usted bien lo sabe. Y quiéralo o no, estamos juntos para sufrirlo y combatirlo”. Esa es, creo, la función de la ciencia y de la religión en esta pandemia y después.

Juan José Tamayo

 

Cómo salvar el capitalismo

Antonio Zugasti

Hace casi veinte años que Susan George – investigadora, escritora, conferenciante y presidenta de honor de ATTAC Francia– publicó un libro titulado Informe Lugano. Se trataba de una obra de ficción socio-política. En ella suponía que al acercarnos al siglo XXI, las más destacadas figuras de la élite económica mundial se habían reunido para ver cómo podían asegurar el desarrollo sin trabas del capitalismo en el próximo siglo.

Para estudiar en profundidad esa cuestión eligen a un grupo de expertos en diversas materias que, con el mayor secreto, debían analizar todos los datos disponibles y redactar un informe, el Informe Lugano, en que expusieran las medidas que sería necesario tomar para mantener incólume el sistema capitalista a lo largo del siglo XXI. Las conclusiones del Informe son dramáticas: el sistema neoliberal globalizado no podrá salvarse del caos y la implosión si no procede de inmediato a reducir la población mundial en dos mil millones de personas durante los próximos veinte años. Esa es la fórmula que los expertos ven necesario aplicar para que el capitalismo siga en pie.

Estas conclusiones del informe son algo imaginado por la autora, pero la realdad nos dice que se acercan mucho a lo que está en la mente de los prohombres del capitalismo, a lo que está en su ADN más profundo: el beneficio por encima de todo, sin que ninguna norma ética pueda obstaculizar la ambición más desmedida. De hecho en estos 20 años el hambre y las guerras fomentadas por una economía sin escrúpulos han supuesto millones de víctimas. Pero en el mundo todavía seguimos siendo demasiados para lo que recomendaba en Informe Lugano.

Y ahora llega el coronavirus, que les viene muy bien para seguir aplicando la receta del Informe. Para los capitalistas más despiadados se trata de una gran oportunidad: salvar su economía y sacrificar vidas humanas. Esa ha sido claramente su línea de actuación ante la pandemia. Trump es seguramente el ejemplo más notorio de esta política. Ha puesto claramente la economía por encima de las personas, lo que ha llevado a que EE.UU. sea el país con mayor cantidad de víctimas de todo el mundo. Consciente además de que la mayoría de las vidas sacrificadas a la economía pertenecen a las clases más bajas de la sociedad, afroamericanos, latinos, blancos pobres que ni en sueños pueden pensar en costear lo que cuesta la asistencia en las privadísimas y carísimas clínicas de EE.UU. Excedentes humanos, aportan muy poco a la economía, sobran. Bueno es liberarse de ellos.

Para disimular ante la sociedad este comportamiento despiadado cualquier recurso es bueno. Hasta presentarse a la puerta de una iglesia presbiteriana con una Biblia en la mano. Trump, el ejemplo más puro de una conducta anticristiana, escudándose en la Biblia para justificar su despreocupación por la salud de los ciudadanos y su rechazo a las manifestaciones en protesta por el asesinato de George Floyd. Lo que pasa es que, desgraciadamente, en EE.UU. está ampliamente implantada una derecha religiosa ultraconservadora en la que Trump consigue una gran parte de sus apoyos.

Esta derecha religiosa ha contado con grandes recursos económicos para extenderse por América Latina, especialmente en Brasil, donde ha sido un elemento clave para la elección de Bolsonaro, un claro émulo de Trump. También aquí se ha seguido, corregida y aumentada, la misma política de Trump frente a la pandemia. Bolsonaro minimizó al principio los efectos del coronavirus, se resistió a imponer medidas de confinamiento, y él mismo en persona ha ignorado abiertamente las reglas de distanciamiento social. Cuando no le quedó más remedio tomó unas medidas muy laxas, y ahora reabre a toda prisa la economía, en una desescalada desordenada, cuando se cuentan más de 1.200 muertos diarios y la curva está lejos de aplanarse.

Afortunadamente en España los correligionarios de Trump y Bolsonaro no estaban en el poder cuando ha llegado el coronavirus. Bueno, no estaban en el poder político, pero siguen como siempre en el poder económico. Y se han repartido las tareas: los grandes empresarios lo que exigen es reactivar la economía a toda costa y caiga quien caiga. La extrema derecha política, PP y VOX, se han encargado de atacar ferozmente al gobierno, culparle de todos los muertos por la pandemia y, en vez de sacar la Biblia, se han envuelto en la bandera española, con lo cual manifiestas su patriotismo sin necesidad de pagar impuestos o dejar de evadir dinero a paraísos fiscales. En este ataque al gobierno “socialcomunista” no tienen reparo en recurrir machaconamente a la mentira. Pero para no dejarnos engañar basta con mirar la forma en que los gobiernos de extrema derecha están haciendo frente a la pandemia en el mundo.

 

Pandemia del pánico

Juan Almendares

La primera reflexión que se hace en el marco de esta pandemia es porque desde hace un siglo después de la mal llamada la gripe española en 1918, en pleno siglo XXI, no se haya producido una tecnología que supere la distancia social;  se ha viajado a marte, se han construido las bombas más destructivas de la humanidad (Proyecto Manhattan) y el proyecto del genoma humano.

 Sin embargo, no aprendimos algunas lecciones del fenómeno de 1918, en el cual se demostró que cuando las personas tenían más exposición a la luz solar y al aire libre, la mortalidad disminuía en forma sustancial.

 La segunda reflexión, ¿Por qué seguimos utilizando la metáfora de la guerra y de la inteligencia militar, en el enfoque inmunológico y el manejo epidemiológico de la pandemia?, por ejemplo, lo glóbulos blancos son el brazo armado que combate la infección con la ayuda de las células asesinas (Killer Cells).

 De igual manera, considerar el agente causal de este fenómeno mortal, exclusivamente a un virus,  sin considerar que la realidad humana social y ecológica,  no es igualmente universal si no,  por el contrario, se considera que el modelo económico capitalista es desigual y es hegemónico para los países centrales e injusto para las naciones dependientes. En este sentido un virus que no es un ser vivo, necesita de las células de otro ser para reproducirse y multiplicarse. En consecuencia, se le atribuyen propiedades más poderosas que los regímenes capitalistas. Seguir leyendo

Pandemia y renovación eclesial

Por Isaac Núñez

¿Cómo la nueva situación provocada por la pandemia del coronavirus podrá afectar a la Iglesia, a su estructura, su liturgia, su presencia y su acción en la sociedad en el momento presente y en el futuro? Se está diciendo que la actual situación no se resolverá devolviéndonos al mismo modo anterior de vida, de estructuración económica y social, explotadora de la naturaleza y de la propia humanidad, generadora de destruccion ecológica y de depauperación humana.
Abundan propuestas que reclaman el paso de una Iglesia eclesiocentrica y
sacramentalista a una Iglesia samaritana, al servicio de la gente “necesitada” en los
multiples aspectos. Se subraya que ya no se trataría de poner el acento prioritariamente en el culto y en sus celebraciones masivas –aunque en tantas zonas del mundo ha bajado a mínimos la “práctica religiosa”-, sino de priorizar la acción evangelizadora de liberación de los pobres y oprimidos –en la línea de Lc4,18-19; Mt 11, 4-5-, que se concretaría hoy en la dedicación mayoritaria de toda la Iglesia –de las comunidades cristianas- a la promoción humana, a la liberación y sostenimiento de los pobres y a la transformación de las estructuras socio-económico- politicas de la sociedad y del mundo.
Habría que promover la configuración de comunidades cristianas -con mayor o
menor número de miembros-, que se organicen para, de modo presencial o virtual, realizar actividades de solidaridad y promoción humana cultural/social/política, desde la opción evangelica primera por los empobrecidos y oprimidos. Junto con acciones internas en la propia comunidad de formación, y oración/celebración, sin tanto formulario y protocolo, de la forma más sencilla, espontanea y participativa. La comunidad deberá tener la palabra y la decisión operativa, con presbítero o sin presbítero. Comunidades humildes y sencillas, pero no resignadas ni calladas, sino locuaces con mensajes y signos de liberación y renovación.
Existen y brotan continuamente movimientos y asociaciones de diversos tipos y
con objetivos definidos, que se unen y reúnen por necesidades y finalidades especificas, en las que sus miembros se sienten identificados e implicados en programaciones operativas y acciones concretas de carácter propositivo o reivindicativo, con un mínimo de estructura directiva y de requisitos formales y burocráticos; con una dinámica interna plenamente participativa; y sostenidas económicamente por las aportaciones de sus propios miembros.
La Iglesia tiene una perspectiva y una finalidad mucho más amplia y global (su
mensaje se extiende a todas las dimensiones de la vida), pero ha de tender a simplificar y concretizar su vida y su acción. Ha de ser mucho más operativa. Ha de dedicar la mayor parte de sus energías, de su tiempo, de su acción y, por supuesto, de sus recursos económicos, al servicio de los empobrecidos (de dentro y de fuera de la comunidad) y de la transformación de la sociedad de acuerdo con el proyecto evangelico de humanidad. La Oracion y la Eucaristía son, sin duda, el alma de toda esa dinámica activa de la Iglesia, pero como la comida – en la Iglesia, comida del Pan de Vida, Jesucristo entregado hasta la muerte- que resulta imprescindible para alimentarse y, de ese modo, poder dedicar el tiempo y el trabajo al servicio liberador y evangelizador de las personas y de la sociedad.
Quizás sea este el camino y el modo de renovación de la Iglesia y de compromiso
evangelizador acorde al momento en que vivimos y a la llamada renovadora del Espíritu. Sin desestimar tanta acción solidaria y promocional que está llevando a cabo la Iglesia a través de Caritas y otras instituciones, la mayoría de los cristianos no nos sentimos implicados en la realidad socio-economico-politica (ni siquiera en los ámbitos más cercanos y locales) que estamos viviendo, con aspectos tan preocupantes y crecientes como los populismos, nacionalismos e imperialismos de poder político y de preeminencia capitalista.
No se lleva a cabo en el conjunto de la Iglesia el debido discernimiento
evangelico de la realidad y el compromiso claro de palabra y de obra hacia la misma. Incluso, entre los pastores de la Iglesia (cardenales, obispos, presbíteros), la mayoría carecen de una actitud evangelica y de una línea profetica, dejando casi solo al Papa Francisco en su apuesta por una Iglesia pobre y de/para los pobres, una Iglesia en salida, hospital de campaña en un mundo violento y excluyente (de descarte de la mayoría empobrecida y de expoliación de la naturaleza).
Se trataría, en fin, de recuperar la originalidad y frescura de Jesús y su Buena
Noticia, que, a la vez que formaba a sus discípulos y oraba y comía con ellos, dejando todo y compartiendo todo, se dedicaban al encuentro y al servicio del pueblo. Como luego hicieron las primeras comunidades cristianas.
Aceptar este talante, supondrá también aligerar la estructura clerical y patrimonial
de la Iglesia. Del protagonismo clerical habría que pasar al protagonismo “popular”, comunitario. Ello conllevaría cambios muy amplios y significativos, que mudarían el rostro interno y público de la Iglesia. En una línea de pobreza, sencillez, humildad, transparencia, servicio, libertad y testimonio (martirio) profetico y evangelizador

El coronavirus nos vació de la ilusión de ser dioses

Francisco de Roux: «El coronavirus nos sacó de la ilusión de ser dioses»

Francisco de Roux es padre jesuita, filósofo, economista y presidente de la Comisión de la Verdad en Colombia

«Nos creíamos invencibles. En 2021 tendríamos el mayor crecimiento en lo que va del siglo. Matábamos 2.000 especies por año haciendo alarde de brutalidad»

«No importa la raza, ni el género, ni el país de origen, ni las clases sociales, ni el dinero, ni la religión. Es el mensaje del Covid-19»

16.04.2020

(Vatican News).- Como una contribución al pensamiento y el debate sobre lo que vendrá después de superar el actual momento de crisis sanitaria, ofrecemos este artículo del padre Francisco de Roux, publicado en el portal Semana. A continuación, el artículo completo.

Nos creíamos invencibles. Íbamos a cuadruplicar la producción mundial en las tres décadas siguientes. En 2021 tendríamos el mayor crecimiento en lo que va del siglo. Matábamos 2.000 especies por año haciendo alarde de brutalidad. Habíamos establecido como moral que bueno es todo lo que aumenta el capital y malo lo que lo disminuye, y gobiernos y ejércitos cuidaban la plata, pero no la felicidad.

Se nos hizo normal que el diez por ciento más rico del mundo, Colombia incluida, se quedara cada año con el 90 por ciento del crecimiento del ingreso. Habíamos excluido a los pueblos indígenas y a los negros como inferiores. Los jóvenes se habían ido del campo porque era vergüenza ser campesinos. Estábamos pagando investigaciones para arrinconar la muerte más allá del cumpleaños 150.

Había preguntas incómodas. Para acallarlas inventamos que podíamos prescindir de la realidad. Con Baudrillard y otros filósofos nos alienamos en un mundo “des-realizado” y escogimos líderes poderosos que dejaron de lado la verdad; y nos dimos a consumir cachivaches y fantasías y emociones que encontrábamos en Netflix, YouTube, Facebook, las celebridades y hasta pornografía de redes, donde metimos la cabeza como avestruces.

Quedaban los pueblos indígenas y los jóvenes y grupos de mujeres y de hombres que nos decían que habíamos perdido la ruta de la realidad y del misterio. Que las condiciones estaban dadas para una fraternidad planetaria. Les decíamos atrasados y enemigos del progreso. El declararse ateo, que puede ser una decisión intelectual honesta, se convirtió en no pocos muestra de suficiencia. El Homo Deus, Hombre Dios, fue el título del libro de Noah Harari que devoramos.

Pero de pronto la realidad llegó. El coronavirus nos sacó de la ilusión de ser dioses. Quedamos confundidos y humillados mirando subir las cifras reales de infestados y muertos. Y no sabemos qué hacer. Ante la realidad Harari llamó estos días al espíritu de solidaridad que antes no vio. Seguir leyendo

La pandemia nos cuestiona

LA PANDEMIA DEL CORONAVIRUS. MOCEOP

Estamos viviendo con una gran preocupación, desde el confinamiento,  las muy graves consecuencias que esta pandemia está teniendo para colectivos muy vulnerables de nuestro país: personal sanitario, mayores acogidos en residencias y también mayores que viven solos, trabajadores que pierden su empleo, autónomos y pequeñas empresas que cierran o tienen serias dificultades para seguir adelante, inmigrantes, personas sin techo y los muchos que cada día tienen que salir a buscarse la vida  sin ningún tipo de ingresos y que ahora no pueden hacerlo.

Lamentamos profundamente el fallecimiento de miles de personas en nuestro país y en todo el mundo. Desde aquí nuestro pesar a sus familiares…Reconocemos emocionadamente a nuestros mayores que, después de darnos todo en la vida, se nos han ido silenciosamente.

Se ha escrito mucho sobre las consecuencias de salud,  sociales y económicas, que está trayendo este virus, que nos parecía algo impensable para nosotros los occidentales. Ya se ha comprobado que somos mucho más frágiles de lo que creíamos y que ni el dinero, ni la tecnología, ni el progreso, nos ha evitado sufrir, hasta lo indecible, las consecuencias de esta terrible plaga que ha dejado paralizado a medio mundo.

Pero nos gustaría poner el acento en algunas consideraciones que nos parecen importantes:

– Deberíamos  aprender de esta experiencia para cuestionarnos nuestro modelo de sociedad, marcado por el imperio del dinero que ha provocado recortes muy importantes en nuestra sanidad pública, en nuestro sistema educativo también, que ahora se enfrenta al gran reto de tener que hacer frente (sin medios suficientes) a atender a las miles y miles de personas que  colapsan nuestro sistema sanitario.

Hay que potenciar la sanidad y educación pública, que es la que necesitamos que esté bien preparada, para afrontar otra serie de problemas que puedan venirnos.

-Hemos destruido la naturaleza, talando bosques, contaminando mares, playas y ríos rompiendo el equilibrio de la biodiversidad, lo que puede provocar pandemias como esta. La salud humana y la salud del planeta van unidas: son una sola salud.

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Más allá del virus

Juan Antonio Mateos Pérez

Si elegimos la desunión, la crisis se prolongará y probablemente dará lugar a catástrofes aún peores. Si elegimos la solidaridad global, será una victoria no sólo contra el coronavirus, sino contra todas las futuras epidemias y crisis que podrían asaltar a la humanidad en el siglo XXI.

Noah Harari

La democracia continuará existiendo en medio de situaciones que nos van a obligar más y más a estados de emergencia, lo que conducirá a un decrecimiento del poder legislativo en aras de un ejecutivo reforzado que gobernará con más decretos. Y todo, a costa de la seguridad

Gilles Lipovetsky

Llevamos ya cinco semanas de confinamiento y hemos dejado muchos amigos y conocidos en el camino. Es el momento de mirar desde el silencio, buscar en nuestra fuente interior para encontrar nuestra identidad y poder ver la realidad con los ojos de la razón, pero también del corazón. La experiencia de silencio interior acrecienta la confianza y la esperanza, para decir que el hombre es más que el hombre.

Los problemas de salud pública, nos están haciendo repensar la sociedad en la que vivimos, según Richard Sennett. Estamos viviendo una inflexión histórica, nuestra realidad está cambiando y debemos desplegar la resiliencia para adaptarnos a los cambios, valorando las dificultades y las oportunidades, no perdiendo el sentido profundo de la vida.  La crisis vírica está cambiando nuestra forma de relacionarnos, la intersubjetividad ha formado parte de nuestro ser en el mundo y no podemos vivir aislados, la capacidad de relacionarnos y remar juntos en la misma dirección es lo que nos ayudó adaptarnos y poblar la tierra.

Hemos estado viviendo una “globalización de pies de barro”, una globalización sin esperanza, donde una “economía virtual”, financiera y especulativa, sin fábricas, sin bienes, sin trabajadores, ha dejado a millones de personas condenadas al hambre y la pobreza. Los procesos económicos liberalizan, desregulan, privatizan, avasallan la dignidad humana. Han castigado a la sociedad y a sus trabajadores y no han respetado el planeta. Han debilitado progresivamente la autoridad gubernamental de los Estados con su economía de casino y ruleta, provocando inquietud y certidumbre. Todo ello, ha provocado enfrentamientos y violencia, incontrolados movimientos migratorios y pérdida de los derechos más elementales del ser humano.

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