Ignacio Ellacuría

Ellacuría, referente de una mirada teológica sobre las migraciones

marcha en El Salvador en memoria de Ignacio Ellacuría y jesuitas asesinados 1989 mártires de la UCA 2017

Por | MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

Jennifer Gómez Torres aborda en su doctorado en Comillas la hondura humana del jesuita asesinado en El SalvadorLa colombiana, en España desde 2018, ha trabajado con Pueblos Unidos, CONFER, Migrantes con Derechos o CáritasPide “huir de los prejuicios y valorar la migración como un ámbito amplísimo en el que caben todo tipo de experiencias”

Jennifer Gómez Torres, colombiana de 37 años, llegó a Alemania en 2016 para cursar un Máster en Trabajo Social-Educación e Integración en la Universidad Católica de Aachen. Gracias a sus muchas amistades entre los jesuitas, con los que se formó en su país, vino en septiembre de 2018 a Madrid para realizar un voluntariado en Pueblos Unidos, entidad de la Compañía de Jesús ubicada en el barrio de La Ventilla y en el que, en un ambiente hondamente comunitario, se ofrece un acompañamiento integral a personas migradas.


Después de esos meses de voluntariado, regresó a Alemania para terminar de escribir el TFM, con la idea de volver a Bogotá. Pero a Jennifer le surgió la oportunidad de regresar a Madrid para asumir una nueva tarea. Y ahí fue cuando surgió otro reto ilusionante: “Ser la responsable de Migraciones de CONFER. Un tiempo muy activo, pues lo compaginé, en ese primer año, con un Máster en Formación del Profesorado en Comillas y, luego, en la misma universidad jesuita, en el Instituto Universitario de Migraciones, con el inicio de un doctorado en el Programa de Migraciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo”.

Jennifer Gómez Torres

Nuevas perspectivas

En dicho doctorado investiga temas relacionados con la hospitalidad y la Teología de las Migraciones en el que aún estoy trabajando y en el que ofrezco el modelo de Ignacio Ellacuría como un referente en este sentido. Porque, aunque él no abordó temas sobre las migraciones desde un punto de vista teológico, su mirada tan profundamente humana nos da enriquecedoras claves en este campo, que necesita ser abonado tras el primer impulso que se le dio en los años 80 y 90”.

Desde esa clave, aunando reflexión y acción, la joven colombiana se ha volcado estos años en la respuesta a muchas personas que han debido abandonar sus países por circunstancias complicadas. También, durante un tiempo, asumiendo la responsabilidad de la Secretaría Técnica de la Red Migrantes con Derechos. Una perspectiva amplia en la que destaca los muchos matices que marcan la experiencia migrante, pues “es un proceso en el que todos podemos mejorar. Los que venimos de fuera, unos por situaciones de crisis y otros, como en mi caso, por el simple deseo de viajar, conocer otras culturas y continuar mi formación académica en Europa, tenemos ganas de seguir creciendo como personas y construir juntos sociedades diversas y acogedoras. Por eso es tan importante huir de las etiquetas y los prejuicios y valorar la migración como un ámbito amplísimo en el que caben todo tipo de experiencias”.

Reflexión y acción

Ahora, el reto que aborda Jennifer, mientras continúa con su doctorado en Comillas, es su nuevo trabajo en los Servicios Generales de Cáritas Española. Una tarea “en la que estoy ampliando una vez más mi propia mirada al abordar otras cuestiones distintas a las propiamente asociadas a la migración”. Un trabajo de acompañamiento a las Cáritas Diocesanas en el que, de algún modo, se plasman sus experiencias personales, desde sus años estudiando en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá o su pasión por Ellacuría.

Un caudal de vida en el que, pese a su juventud, es mucho lo que está aportando a nuestra sociedad y a nuestra Iglesia.

X. ZUBIRI: CAMINO DE DIOS, EXPERIENCIA CRISTIANA

Por X. Pikaza

 Xavier Zubiri (1898-1983) ha sido el más importante de los pensadores religiosos hispanos del siglo XX, el cristiano más significativo de España en los dos últimos siglos.

Su figura corre el riesgo de olvidarse entre «habladurías» e intereses de partido. Por eso es importante que la UPSA de Salamanca haya celebrado (19-21 enero 2023) un Congreso sobre su teoría de conocimiento.

Pero si tiene conciencia de su dignidad, ese Congreso (uno mucho más importante) tendría que haberlo organizado el episcopado español, toda la iglesia, ocupándose de su figura intelectural y de su aportación al pensamiento cristiano, como presbítero secularizado al servicio de la verdad y de la libertad personal, como científico, filósofo y pensador cristiano, un gigante abierto al principio, a la esencia y al futuro del evangelio, en un mundo que corre el riesgo de perder su identidad (su realidad) entre apariencias e intereses de mentira.

Algo le conocí, y por eso quiero escribir esta postal algo técnica, que consta de tres partes. (1). Introducción, mi encuentro con Zubiri. (2) El camino de Dios. (3) La experiencia cristiana.

1. MI ENCUENTRO CON ZUBIRI

Tuve la oportunidad de conocerle, desde mis años de estudiante, a través del magisterio de J. M. D. Varela y A. López Quintás. Más tarde pude dialogar con élpersonalmente a través de colegas y amigos como I. Ellacuría. 

En los años 1974-1976, con varios colegas (González de Cardenal, Martín Velasco y R. Blazquez) participé en un seminario sobre filosofía/teología que él organizaba en la Casa de las Siete Chimeneas, Banco Urquijo, de Madrid, conversando con él, con cierta extensión. 

Me llamó su gran amigo y comentarista I. Ellacuría, para decirme «Zubiri está leyendo con gran interés tu libro sobre «Praxis marxista y evangelio de Jesús» (1977), no porque él sea marxista, que no lo es, sino porque está empeñado en el conocimiento de la realidad social y, especialmente del hecho histórico.

Le importa mucho el análisis de la sociedad, teniendo en cuenta la «toma de realidad» del marxismo, y sus posibles conexiones con la visión bíblica del hombre y de la historia, en sentido material-vital, para superar, desde el cristianismo una visión idealista (más griega) de la vida, tal como ha sido cultivada por el cristianismo y especialmente por la iglesia católica, que está perdiendo sus raíces vitales. Me dice que no has precisado aún tus intuiciones, pero que vas por buen camino. 

Como se sabe, el análisis de la realidad histórico le interesó muchísimo a Ellacuría, partiendo de las posibilidades que el pensamiento de X. Zubiri ofrecía para conocer los componentes «reales», políticos y económicos de la iglesia y del mundo. Por estudiar y presentar esos temas de un modo radical (conforme a los principios de Zubiri), desde la Universidad del Salvador fue asesinado más tarde Ellacuría (1989).

Pero más que ese tema de análisis social, en la línea que estaba proponiendo Ellacuría, le interesó a Zubiri mi visión del «realismo humano del cristianismo», tal como yo lo había expuesto en mi libro Los orígenes de Jesús (1976).

Supe que Zubiri está leyendo con sumo interés ese libro y pudimos con extensión sobre ello. Zubiri había subrayado y comentado al margen de las páginas muchas afirmaciones de mi obra, las mismas por las cuales fui apartado de la enseñanza oficial el año 1984 (así podrá ver quien pase por la casa y biblioteca de la Fundación Zubiri de Madrid, donde se encuentra actualmente aquel libro).

Zubiri ha sido (para mí) el lector más interesado y penetrante de mi obra. Nos entendimos bien, por vascos, porque teníamos una visión semejante de la religión y de la iglesia, y porque él sabía que me estaban criticando (y temía que me marginaran) por las cosas que decía aquella obra. 

Me animó a seguir adelante, llegando a la raíz de los temas; me invitó a conversar con él cuando quisiera, a pasar por su casa, a precisar algunos temas sobre la humanidad divina de Jesús (superando la dualidad helenista hombre «y» Dios), sobre la identidad o social de su mensaje sobre las personas en Dios… y especialmente sobre la forma en que el «hijo de Dios» se (es) hace persona histórica en Jesús.

Yo estaba por entonces muy ocupado (pre-ocupado) por las derivaciones de mi obra cristológica y trinitaria, tenía cierto miedo a molestarle, y no pasé a conversar con él tanto como hubiera querido. Pero su recuerdo, su vitalidad, el interés que ponía en mis problemas teológicos me han seguido sosteniendo en momentos posteriores más difíciles. 

Tras su muerte seguí estudiando y comentando su pensamiento, aunque no he sido nunca «zubiriano » (ni él lo quería. Me tenía cierta admiración por lo que pensaba que yo sabía de Biblia y la Teología pura! Así me lo dijo varias veces: Me hubiera gustado ser teólogo como tú…).

Nunca he formado parte de los círculos «zubirianos», pero en varios de mis libros introduje sus temas obra. He dirigido tesis dos sobre su pensamiento… Me ha apasionado y me sigue apasionando su figura humana y religiosa de hombre marginado por cierta iglesia oficial, cristiano libre en exilio, gran orante, muy comprometido por el evangelio de la verdad, en un contexto de mediocridades e intereses creados

Quizá mañana o pasado comente su visión de la Trinidad con la de J. Ratzinger. A continuación presento dos notas eruditas sobre su pensamiento, una del Diccionario de Pensadores Cristianos y otra de mi libro sobre El Fenómeno religioso. Sigan leyendo sólo los que están interesados por cuestiones más técnicas. Los demás pueden terminar aquí mi «postal». Buen domingo a todos. 

ZUBIRI, XABIER (1898-1983). Diccionario de Pensadores Cristianos, Verbo Divino, Estella 2011, 954-959

Filósofo y pensador católico, de origen vasco. Estudió teología y filosofía, en Roma, Paris y Berlín. Fue ordenado presbítero católico, pero renuncio más tarde por razones personales, tuvo que abandonar la enseñanza universitaria. Ha sido quizá el más profundo de los pensadores hispanos de lengua castellana del siglo XX y el que más ha influido en algunos teólogos (→ Ellacuría, Antonio González). Aquí destacamos su visión de Dios (con su forma de entender la religión) y su estudio del misterio trinitario.

Experiencia religiosa, tres momentos básicos.

Desde su obra más antigua (Naturaleza, Historia, Dios, Madrid 1944), hasta algunos de sus últimos trabajos, publicados de manera póstuma, como El Hombre y Dios (Madrid1885), El problema filosófico de historia las religiones (Madrid 1993), El problema teologal del hombre (Madrid 1997), ha vinculado el tema de Dios con la religión, vinculada a los rasgos fundamentales de la experiencia humana. Lo divino no es algo añadido, que se pueda quitar y poner, sino un momento básico de nuestro itinerario de realización personal. Desde ese fondo se entienden los tres momentos del despliegue humano, que son implantación, misión y religación.

1. Implantación. El hombre hunde sus raíces en aquello (aquel) que le hace ser. Como árbol que arraiga poderosamente en tierra, desde el humus de una tierra que le acoge, sostiene y alimenta desde su raíz, así se despliega la existencia del hombre y la mujer. No es el humano un ser al que han tirado en las corrientes de un mundo que le arrastra y desarbola como viento, o le socava y le desliga como el agua (cf. Job 14, 18‑79). No está arrojado sobre el mundo, sino que tiene un fondo, un fundamento que le acuna, le alimenta y asegura. Ésta es su primera certeza ontológico‑existencial. Frente a las reducciones de una hermenéutica que sospecha de todo (Marx, Freud…), frente a la angustia de una analítica de la nada, que interpreta al humano como ente arrojado sobre el mundo (Heidegger), Zubiri apela a la confianza ontológica primera, en la línea de aquello que → C. G. Jung llamaría confianza originaria. El humano está implantado en la realidad, sobre un cimiento que le afirma, sobre tierra que le nutre, sobre madre que le acuna.

2. Misión. Del plano anterior, de tipo cósmico y materno, pasamos al nivel relacional. No estamos simplemente implantados en un suelo, como niño en brazos de la madre, sino que hemos sido enviados: nos han encargado una tarea y según ella debemos realizarnos. Crece el niño, se hace grande y no queda abandonado, sino que recibe una llamada que le exige responder: camina (deja de ser árbol), sale de su tierra y debe cumplir la tarea encomendada. La exigencia de cumplir una tarea convierte al humano en misión: se encuentra enviado a la existencia, o, mejor, la existencia le está enviando. No es que su vida tenga misión, sino que él mismo es misión. Dejamos así el plano cósmico y venimos al nivel personal de la llamada y de la realización personal, en libertad. Superamos la imagen vegetal del árbol bien plantado, para descubrirnos misioneros, portadores de una tarea que se identifica en realidad con nuestra propia vida. Ciertamente, en un sentido dependemos de la ley de evolución del cosmos, del azar o la necesidad de un mundo que incesantemente nos desborda. Pero, en el fondo de ese mundo y superando la ley de evolución de las especies, descubrimos dentro de nosotros mismos, una tarea infinitamente superior: nos han llamado a realizarnos en libertad, como personas. El humano es misionero porque Alguien le confía una tarea, es enviado porque Alguien le envía, le funda en libertad y le alienta en el camino de su realización. Éste es el momento clave de la analítica personal de Zubiri, éste el aspecto central de la experiencia religiosa (en las religiones monoteístas o proféticas): quien entienda su vida como misión y sepa que alguien‑algo le impulsa y apoya para realizarse, cumpliendo ese envío, tendrá abierto el camino para entender el misterio de Dios. Quien prefiera interpretar su vida como simple destino entenderá difícilmente el sentido de un Dios personal.

3. Religación estricta. Del plano cósmico‑biológico (implantación) y antropológico‑interpersonal (misión) pasamos al nivel de la existencia compartida. En un primer momento puede parecer que bajamos de nivel: habíamos subido de la implantación materna (sentirnos resguardados) a la misión personal, a la tarea de la libertad; ahora volvemos a perdernos en un todo sagrado que nos engloba y nos hace llegar a la plenitud. Así podría interpretarse este tercer momento en algunas religiones orientales. Pero, conforme a la visión de Zubiri, al ser implantado, el hombre no ha perdido los aspectos anteriores de misión y libertad, sino que debe realizarlos en plenitud. Libremente me han encomendado una misión, me han enviado; libremente me sostienen y acompañan. No estoy, por tanto, condenado a la muerte, no he de estar angustiado, como pensaba Heidegger, sino que estoy invitado a compartir la vida, desde la presencia del misterio que me habita y sostiene. Así vivo en religión. Religación (=religión) implica comunión en libertad. En la implantación yo me podía interpretar como pasivo (árbol sobre la tierra, niño en brazos de la madre). La misión podía hacerme aparecer como un héroe afanoso, cumplidor de una tarea infinita, sin meta ni sosiego, bajo la obligación de responder al encargo que me habían encomendado. Ahora, sobre la experiencia de implantación y misión (tarea de realización personal), descubro dentro de mí la presencia de Aquel que me implanta y envía.

Tales son los elementos del análisis existencial de Zubiri. Ellos descubren la fundamentalidad de la existencia humana. Quiera o no, lo acepte o quiera rechazarlo, el humano está implantado‑enviado‑religado o, dicho en una palabra englobante, está fundamentado, en experiencia de enraizamiento personal. La tradición ha dado un nombre al ser o realidad que fundamenta al humano: le ha llamado la deidad o lo divino. En esa línea, el tema Dios no es algo que se añade desde fuera a lo que somos; la religión no es un simple sentimiento confortante (consuelo psicológico), ni un incentivo práctico (principio de actuación), sino una dimensión formal o elemento constitutivo del propio ser humano

Marcha intelectiva. Un esquema de pensamiento integral

Zubiri no ha desarrollado temáticamente los momentos de ese análisis existencial en los escritos que él mismo publicó en su vida. Sin embargo, su obra póstuma ha mostrado que ese camino de despliegue religioso del hombres se concretiza y expresa a través de una marcha intelectiva (plano más racional) y de una experiencia fundamentante (plano más cercano al despliegue de la vida).

La marcha intelectiva traza una guía o camino y no una demostración de carácter discursivo. Zubiri no quiere probar la existencia de Dios, en una línea apologética, pero ha trazado un riguroso proceso intelectual que va conduciéndonos hacia la realidad que sustenta nuestra vida. De esa forma se sitúa dentro de la religión fundamental, es decir, dentro del fenómeno originario de lo religioso, antes de que venga a explicitarse en figuras o dogmas concretos. Lógicamente, los resultados de la marcha dependerán de la ruta que se escoja. Pero todos ellos presuponen una misma base de religación: “lo que anticipadamente aún llamamos ateísmo, teísmo o incluso agnosis son ya un acceso y contacto con el fundamento de la realidad”.

El humano es un ser en camino; la religión un modo de entender y recorrer ese camino, es decir, un modo de ser, en humanidad. De una forma u otra, quiera o no, el hombre está obligado a justificar (o expresar) intelectualmente el sentido de su relación con lo fundamentante. Como se viene diciendo desde → San Anselmo (fides quaerens intellectum), la fe o religión hacen pensar. Pues bien, la ruta intelectiva que Zubiri ha recorrido y que, a su juicio, es la que responde mejor a la riqueza y tarea de la vida humana, le conduce desde su propia realidad, como persona humana (esto es, como persona relativamente absoluta) a una realidad absolutamente absoluta, que es Dios.

Zubiri no ha querido demostrar la existencia de Dios (lo divino) en un nivel racionalista, pues ello sería contrario al ser de Dios y al mismo proceso religioso, sino que ha hecho algo previo: ha trazado el camino intelectivo que lleva, desde la existencia del hombre (realidad personal). Pues bien, mirado desde la perspectiva del hombre, que es ser personal, Dios no puede interpretarse como totalidad cósmica, destino ciego o como fondo inefable de lo finito, sino como absoluto personal y libre, con sus tres notas fundantes:

(a) Deidad. En un primer momento, por análisis rigurosamente discursivo, no demostrativo, podemos afirmar que la realidad implantadora, que funda nuestra vida, es deidad‑ultimidad. Lo divino se entiende aquí en sentido todavía general, sin precisar sus rasgos personales o distinciones.

(b) Realidad personal primera. La deidad nos envía a la existencia, con una tarea concreta. Así, en palabra clásica de la filosofía antigua, podemos llamarle causa (=cosa) o realidad primera. Segundas son las cosas y causas que pasan, nacen y mueren, como los seres concretos del mundo. Primera es aquella que está siempre. Pasamos así del plano cósmico al nivel de las filosofías y religiones de tipo más personal, al menos vagamente, teísta. De esta forma experimentan lo divino aquellos que ven la religión como experiencia de envío, expresión de una tarea que los humanos deben realizar en su marcha intelectiva.

(c) Persona religante. En un tercer momento, al concebir la realidad o causa original como inteligencia y voluntad, podemos afirmar que ella es persona en el sentido fuerte: Alguien que dialoga por dentro con los humanos. Al llegar a este nivel estamos ya evocando prácticamente las religiones monoteístas, que entienden y presentan la deidad como Alguien capaz de conocer y amar, de crear y dialogar con las cosas (personas) que ha creado. A juicio de Zubiri, el paso de la deidad y causa primera a la persona estricta sólo puede darse allí donde se concibe el ser divino como realidad personal vinculada de forma concreta, amorosa, a los humanos.

Experiencia fundamentante.

En su primer trabajo, En torno al problema de Dios (1935), Zubiri soslaya la palabra y tema de la experiencia, quizá por evitar las sospechas que ella suscitaba en un ambiente dominado todavía por la lucha contra el modernismo (que identificado la religión con un tipo de experiencia de profundidad humana).Liberado ya más tarde de posibles presiones del magisterio eclesial, en un trabajo publicado en el homenaje a → K. Rahner (1975), Zubiri defiende abiertamente el carácter experiencial (proto-experiencial) de la apertura del humano a lo divino.

Lo que antes se llamaba macha intelectiva, cercana al razonamiento, aparece ahora como experiencia fundamental. Cuando el hombre avanza intelectivamente en busca del principio de la religación, lo hace tanteando. Pues bien, ese tanteo o prueba del sentido de la realidad constituye el fundamento y nota distintiva de la experiencia. Por eso, el camino del hombre hacia el principio en que se asienta todo lo real ha de entenderse en esta perspectiva:

«La religación es, pues, una marcha experiencial hacia el fundamento del poder de lo real. Es experiencial fundamental”. La experiencia es una probación tanteante que pone al hombre en contacto con la realidad y el ateísmo, el teísmo, la agnosis son modos de experiencia de ese fundamento de lo real. No son actitudes meramente intelectuales, sino formas ricas y plenas de experiencia de la realidad, en clave de compromiso e iluminación personal.

El racionalismo había pretendido demostrarlo todo. Por eso ha diluido el fenómeno religioso, convirtiéndolo en un tipo de teoría sobre la totalidad del ser. Por su parte, la ciencia ha presupuesto que sólo es verdadera experiencia la que se edifica sobre datos que pueden ser cuantificados. Pues bien, más allá del racionalismo y del puro saber científico, Dios se despliega precisamente en el ámbito de la experiencia fundamentante del hombre que, quiera o no, se halla vinculado con su origen.

Según eso, el principio y fundamento forman parte de la propia vida humana. Por eso, la problemática de Dios está implicada en la forma de existir del hombre sobre el mundo. En este primer nivel no se puede hablar todavía de teísmo ni el ateísmo (que son ya soluciones concretas), sino una pregunta abierta. Tanto teísmo como ateísmo y agnosticismo son ya respuestas, formas de entender y explicitar esta experiencia fundamental. Pero hecho de que existan diferentes interpretaciones de la experiencia fundamental no significa que todas ellas sean equivalentes. A partir de la tradición greco-cristiana, y en consonancia con su pensamiento, Zubiri defiende la interpretación personal y transcendente de esa experiencia divina, que se inscribe dentro del proceso básico de su despliegue experiencial.

a. Hay una experiencia cósmica.Arrojado entre las cosas, el ser humano ha de cuidarlas, realizándose con ellas, a nivel de emergencia antropológica: por su misma constitución interna, su capacidad de comprensión y su apertura ilimitada, el humano hace estallar los límites del cosmos, de manera que él es más que un elemento de la totalidad mundana, más que un resultado de la evolución de la materia. Por su origen peculiar, se define como sustantividad intelectual frente a la gran substantividad cósmica. Quien no entienda o no comparta este supuesto no podrá seguir tendiendo a lo divino, pues habrá disuelto al ser humano en la materia, negándole su hondura personal y su poder de trascendencia. Por eso, la experiencia fundamental se apoya en el cosmos, pero lo desborda.

b. Hay una experiencia de sí mismo (auto-experiencia).Cuidando de las cosas, el hombre se realiza a sí mismo de tal forma que al hacerse se descubre fundado en aquello que le implanta, envía y fundamenta. Por el origen de su ser, el hombre está implantado; por la urgencia y posibilidades de su hacerse, está enviado; por la presencia interior de aquel que le potencia se encuentra religado. Este descubrimiento de la raíz del ser humano puede y debe razonarse, pero nunca se demuestra, pues forma parte de una experiencia original que le define, de manera que él sólo puede descubrir a Dios si acoge su presencia, dejándose cambiar por lo divino. Descubrimiento de sí y experiencia fundante se vinculan de manera necesaria, sin identificarse. Sólo siendo distintos, pueden así relacionarse Dios y el ser humano.

c. Hay una experiencia del fundamento (de lo divino).Ella no tiende hacia un objeto nuevo, no nos lleva hasta una cosa más perfecta que las otras, sino al plano más hondo del mundo y de la propia vida. Lo divino es trascendente al interior del mundo, como fuerza de su fuerza, realidad realizadora. Al mismo tiempo, es trascendente al interior del ser humano, como lo implantante, mitente, religante. El ser humano y el mundo se encuentran internamente vinculados, pero, al mismo tiempo, es Dios quien los vincula, pues él implanta (envía y religa) al humano desde (por) el mundo.

La experiencia de religación hace que el hombre se descubra a sí mismo, mostrándole a la vez su más hondo carácter mundano: Dios no fundamenta al ser humano sacándole del mundo, sino introduciéndole de un modo más intenso en ese mismo mundo, concebido ahora como expresión de lo divino. Dios no es sólo «mío» (aquel que me implanta, envía y religa), sino pertenece también al mundo (es Dios “de todo”), al menos dentro de las religiones cósmicas e históricas. Esta experiencia fundamental no es objeto de una demostración objetiva. Estrictamente hablando, sólo hay demostración a nivel de dominio cósmico, donde la experiencia se puede cuantificar matemáticamente. En el camino de interioridad ya no existe prueba externa, sino experiencia comprometida y enriquecedora de la vida. A este nivel, el testimonio de aquellos que han hecho esta experiencia es más importante que todas las demostraciones. Si se permite este lenguaje, la prueba o mostración más alta es la misma vida humana enriquecida, recreada a partir de esta experiencia de lo divino. Ella es como un axioma, un principio primigenio que no puede demostrarse, porque es fondo y prueba en que se asienta toda posible demostración.

Teología Trinitaria. 

A Zubiri le ha interesado desde el comienzo de su carrera intelectual el tema de la Trinidad, entendido como lugar donde se cruzan y fecundan las mejores intuiciones filosóficas y teológicas de la tradición griega y latina con el cristianismo.

Su trabajo sobre El ser sobrenatural: Dios y la edificación en la teología paulina, fruto de un curso impartido en la Universidad de Madrid (1934-1934), reelaborado y escritos en París en los años 1937-1939 y publicado con censura eclesiástica en 1944 (en Naturaleza, historia y Dios), constituye una de las mayores aportaciones modernas al tema de fondo de la Trinidad y en especial a la problemática del Espíritu santo. La reflexión de Zubiri empieza, de algún modo, donde acaba la de → Amor Ruibal, con quien comparte su visión del proceso dinámico de vida, partiendo de una experiencia de la realidad, entendida como despliegue interno, en una línea que atraviesa todo el pensamiento europeo, de → Dionisio Areopagita a Escoto Erígena, de Santo Tomas a Hegel. En este contexto quiero citar un pasaje del apartado 4 de ese trabajo, que trata de las procesiones en Dios, desde la perspectiva griega y latina.

«Gracias a la trinidad de personas Dios se constituye a sí mismo en el acto puro de una e idéntica naturaleza. Cada persona se distingue de los demás en el modo de tener su naturaleza divina. En el Padre, como principio; en el Hijo, como perfección principiada; en el Espíritu Santo, como autodonación en acto. La naturaleza de Dios es indivisiblemente idéntica en acto puro a la esencia: es la mismidad activa del amor. Dios es acto puro gracias, sí se permite la expresión, a la trinidad de personas. Cada una de las dimensiones del acto puro está realizada por una persona, en el sentido explicado. Es lo que se llamó la perikhoresis o circunmincesión de las personas divinas. Cada persona no puede afirmar, en cierto modo, la plenitud infinita de su naturaleza, sino produciendo la otra…» (El ser sobrenatural, Dios y deificación en la teología paulina, en Naturaleza, historia, Dios, Madrid 1959, 363-371). Zubiri, lo mismo que → Armor Ruibal, parece fundarse en las investigaciones de → Th. de Régnon sobre la Trinidad en griegos y latinos. Pero va más allá de sus aportaciones históricas, posiblemente parciales, para situar el tema en una perspectiva filosófico-teológica de base en cuyo centro está el tema de la culminación de Dios como Espíritu.

Obras básicas

Entre las obras de Zubiri, publicadas todas ellas en Madrid, destacan las que él mismo preparó para la imprenta: Naturaleza, Historia, Dios (1945), Sobre la esencia (1963), Inteligencia Sentiente I-III (1981-1983). Entre las obras póstumas: El hombre y Dios (1984), Sobre el hombre (1986), Estructura dinámica de la realidad (1989), Sobre el sentimiento y la volición (1992), El problema filosófico de la historia de las religiones (1993), El problema teologal del hombre: Cristianismo (1997), Los problemas fundamentales de la metafísica occidental (1994), Primeros escritos (1921-1926) (2000), Espacio. Tiempo. Materia (1996).Bibliografía de conjunto en R. Lazcano, Panorama bibliográfico de Xavier Zubiri, Revista Agustiniana, Madrid, 1993. Sobre Zubiri, cf. J. L. Cabria, Relación teología-filosofía en el pensamiento de Xavier Zubiri (Roma 1997);

J. Sáez Cruz, Mundanidad y transcendencia en Xavier Zubiri(Salamanca 1991); J. Bañón, Metafísica y noología en Zubiri(Salamanca 1999).J. M. Castro Cavero, Salvar la historia. Historia, religión y religiones en Xavier Zubiri (Las Palmas de Gran Canaria 2004).

2. RELIGIÓN Y FILOSOFÍA. ENRAIZAMIENTO RELIGIOSO. X. ZUBIRI (El fenómeno Religioso, Trotta, Madrid 1999, 95-105)

Cf. Zubiri, X., Naturaleza, historia, Dios, Nacional, Madrid 1959; Id., El hombre y Dios,Alianza, Madrid 1984: El problema filosófico de las religiones, Alianza, Madrid 1993; Ellacuría, I., La religación, actitud radical del hombre, Asclepio 16 (1964) 97-155;Llenín I., F.,, La realidad y su fundmentación, según  X.Zubiri, StudEvetense 16 (1988) 7-38;Id., La realidad divina. El problema de Dios en Xavier Zubiri, Stud.Ov., OvieDo 1990; Pintor-Ramos, A., Religación y «prueba» de Dios en Zubiri, RET 48 (1988) 133-148;Sáez C., J., La marcha hacia Dios en X. Zubiri, RevAgustiniana 34 (1993) 55-119: Torres Queiruga, A.,Noción, religación, transcendencia. O coñecemento de Deus en Amor Ruibal   X. Zubiri, F. Barrié de la M., Pontevedra 1990

 X.Zubiri (1898-1983) comparte con Rahner (a quien luego estudiaremos) la certeza de que la experiencia religiosa ha de entenderse desde la apertura del humano a su más honda realidad. Sobre ese supuesto, divergen las direcciones de búsqueda.

Rahner mira hacia adelante, al woraufhin (=hacia donde) que suscita y sostiene la creatividad concreta del humano. Zubiri, en cambio, mira a tergo (=hacia atrás) y, en esfuerzo modelado por la metafísica griega, interesada por la arkhê o principio de las cosas, busca el fundamento del que emerge el humano como libre y creador sobre la tierra.

En medio de sus diferencias, ambos comparten un mismo gesto de apertura experiencial: más que objeto de prueba intelectual o demostración, la religión es para ambos un misterio de experiencia. Superando las criticas kantianas, ellos encuentran un amplio campo de mostración experiencial de lo divino.

Empezamos por Zubiri. En su punto de partida está el deseo de precisar la constitución del humano como viviente que, superando el instinto (que instaura al animal en su medio), se abre hacia la realidad entendida como mundo. De esa forma se sitúa en el centro de problemas ya estudiados en el cap. 11 de este libro: 

La sustantividad humana es, pues, en el orden operativo una sustantividad que opera sobre las cosas y sobre sí misma en tanto que reales, es decir, una sustantividad que opera libremente en un mundo… La sustantividad humana es constitutivamente abierta respecto de sí misma y respecto de las cosas, precisamente porque es una sustantividad cuya habitud radical es inteligencia.[1]

Esa apertura incluye un elemento religioso. Por eso, Dios no es tema que se añade a la existencia previa y ya completa del humano sobre el mundo, como un dato secundario, que sólo preocupa a posteriori, como si fuera una cosa más, un tercer tipo de substancia. Zubiri rechaza ese supuesto. Un Dios que sólo exista «además de» y junto al resto de las cosas no sería divino. )Dónde le encontramos? Analizando la existencia o realidad humana, en línea de analítica existencial, marcha intelectual y experiencia propiamente dicha.

Analítica existencial.El enraizamiento humano

Según el primer Heidegger (Ser y Tiempo:1927), el humano se encuentra arrojado sobre el mundo, sin raices ni principio sustentante. Está solo, nadie se cuida de él, por eso puede añadirse que se encuentra abandonado, en manos de una libertad que no le capacita para realizarse o hallar un sentido a su existencia. Finalmente, el humano se encuentra condenado de antemano por la muerte. Por eso, su actitud más honda se define y le define como angustia: gesto trágico de elevación y protesta inútil contra su propio ser de muerte.

En contra de eso, Zubiri ha desarrollado desde el principio de su carrera filosófica (En torno al problema de Dios: 1935) un análisis existencial muy diferente, contrario en algún sentido al de Heidegger. Así lo indicaremos, presentando sus tres notas principales en oposición a las de Heidegger: el humano está implantado, no arrojado; está enviado, no abandonado; está religado, no condenado. Zubiri avanza en la línea de la confianza fundamental ya señalada (Jung, von Balthasar), pero descubre y despliega dentro de ella unos elementos muy precisos de analítica existencial.

Esta es, a su juicio, la primera y más honda forma de experiencia, este el modo propio de conocimiento y despliegue del humano: el análisis de los diversos elementos de la experiencia fundamental, es decir, del enraizamiento del humano en el espesor de la realidad que se le manifiesta como principio materno (implantación), poder impulsor (misión) y presencia gratificante (religación). Evoquemos en esquema los momentos de ese análisis:

Implantación

El humano hunde sus raíces en aquello (aquel) que le hace ser. Como árbol que arraiga poderosamente en tierra, desde el humus de una tierra que le acoge, sostiene y alimenta desde su raíz, así se despliega la existencia del hombre y la mujer. No es el humano un ser al que han tirado en las corrientes de un mundo que le arrastra y desarbola como viento, o le socaba y le desliga como el agua (cf. Job 14, 18‑79). No está arrojado sobre el mundo, sino que tiene un fondo, un fundamento que le acuna, le alimenta y asegura.

Esta es la primera certeza ontológico‑existencial. Frente a las reducciones de una hermenéutica que sospecha de todo (Marx, Freud…), frente a la angustia de una analítica de la nada, que interpreta al humano como ente arrojado sobre el mundo (Heidegger), Zubiri apela a la confianza ontológica primera, en la línea de aquello que Jung llamaría confianza originaria. El humano está implantado en la realidad, sobre un cimiento que le afirma, sobre tierra que le nutre, sobre madre que le acuna .

Esta es la certeza fontal que nos sostiene, cuando, retornando de una historia de lucha y muerte que amenaza, buscamos y encontramos las raíces de la realidad que nos implanta en la existencia. Ignoramos los contornos más precisos de esa arkhê o principio de ser que nos sostiene; no conocemos aún la fuerza plena de esa tierra que nos hace nacer, pero sabemos que hay una realidad fundante que nos da su base y nos implante o arraiga en la existencia.

Misión.

Del plano anterior, de tipo cósmico y materno, pasamos al nivel relacional. No estamos simplemente implantados en un suelo, como niño en brazos de la madre, sino que hemos sido enviados: nos han encargado una tarea y según ella debemos realizarnos. Crece el niño, se hace grande y no queda abandonad, sino que recibe una misión: camina (deja de ser árbol), sale de su tierra y debe cumplir la tarea encomendada.

La exigencia de cumplir una tarea convierte al humano en misión: se encuentra enviado a la existencia, o, mejor, la existencia le está enviada[2]. No es que su vida tenga misión, sino que él mismo es misión. Dejamos así el plano cósmico y venimos al nivel personal de la llamada y tarera, en libertad. Superamos la imagen vegetal del árbol bien plantado, para descubrirnos misioneros, portadores de una tarea que se identifica en realidad con nuestra propia vida. Ciertamente, en un sentido dependemos de la ley de evolución del cosmos, del azar o la necesidad de un mundo que incesantemente nos desborda. Pero, en el fondo de ese mundo y superando la ley de evolución de las especies, descubrimos dentro de nosotros mismos una tarea infinitamente superior: nos han llamado a realizarnos en libertad, como personas.

El humano es misionero porque alguien le confía una tarea, es enviado porque alguien le envía, le funda en libertad y le alienta en el camino de su realización. Este es el momento clave de la analítica ontológica de Zubiri, éste el aspecto central de la experiencia religiosa (en las religiones monoteístas o proféticas): quien entienda su vida como misión y sepa que alguien‑algo le impulsa y apoya para realizarse, cumpliendo ese envío, tendrá abierto el camino para entender el misterio de Dios. Quien prefiera interpretar su vida como simple destino entenderá difícilmente el sentido de un Dios personal.

Hemos pasado del nivel de la «madre», entendida como dios cósmico (sin libertad personal), al nivel del «padre» que confía en nosotros, confiándonos el encargo de la vida, ofreciéndonos una ley que interpretamos aquí como misión: no hay más ley que ser humanos, realizarnos en felicidad. Como garante de esa misión y felicidad descubrimos a Dios. Este formulación no pretende probar nada, por ahora, pero hace algo mucho más valioso: muestra el contenido original de la existencia.

Religación estricta.

En tercer lugar, en nota que engloba y reasume las dos anteriores, el ser humano viene a desvelarse estrictamente religado. Del plano cósmico‑biológico (implantación) y antropológico‑interpersonal (misión) pasamos al nivel de la existencia compartida. En un primer momento puede parecer que descendemos: habíamos subido de la implantación materna (sentirnos resguardados) a la misión personal, a la tarea de la libertad; ahora volvemos a perdernos en un todo sagrado que nos engloba y plenifica. Así podría interpretarse este tercer momento en algunas religiones orientales.

En este caso, la religación sería como una vuelta al plano biológico: la misión una tarea temporal, la libertad un elemento pasajero de la vida; el humano volvería nuevamente al suelo materno de la tierra sagrada, cerrándose así en la implantación. Fin y principio serían lo mismo, la meta una vuelta al comienzo de las cosas. Pues bien, esa manera de entender es inexacta. La implantación no ha perdido el elemento anterior de misión y libertad: libremente me han encomendado una misión, me han enviado; libremente me sostienen y acompañan. No estoy, por tanto, condenado a la muerte y angustiado, como pensaba Heidegger, sino invitado a compartir la vida, desde la presencia del misterio que me habita y sostiene.

Religación (=religión) implica comunión en libertad. En la implantación yo me podía interpretar como pasivo (árbol sobre la tierra, niño en brazos de la madre). La misión podía hacerme aparecer como un héroe afanoso, cumplidor de una tarea infinita, sin meta ni sosiego, bajo la obligación de responder al encargo que me habían encomendado. Ahora, sobre la experiencia de implantación y misión (tarea de realización personal), descubro dentro de mí la presencia de aquel que me implanta y envía.

Esta es la experiencia de gozo y de placer más hondo: descubro que la vida es presencia y compañía, existencia compartida. La vida es diálogo de amor, de manera que aquel que me funda y envía no está fuera de mí mismo, distanciado de mi suerte, ajeno a mi trabajo y mi destino, sino dentro de mí, compartiendo mi existencia y haciendo desde dentro que yo sea. Compartir en gratuidad, esta es la más honda experiencia religiosa.

Tales son los elementos del análisis existencial de Zubiri. Ellos descubren la fundamentalidad de la existencia humana. Quiera o no, lo acepte o quiera rechazarlo, el humano está implantado‑enviado‑religado o, dicho en una palabra englobante, está fundamentado, en experiencia de enraizamiento personal. La tradición ha dado un nombre al ser o realidad que fundamenta al humano: le ha llamado la deidad o lo divino. Según esto, el tema Dios no es algo que se añade desde fuera a lo que somos; la religión no es un simple sentimiento confortante (consuelo psicológico), ni un incentivo práctico (principio de actuación), sino una dimensión formal o elemento constitutivo del propio ser humano[3].

De una manera que juzgamos lógica, aunque no exenta de peligros, Zubiri ha condensado la peculiaridad de lo religioso en el nivel de la religación. Lo divino es más que un humus que sostiene y alimenta desde abajo; más que voz personal que nos envía desde fuera; lo divino es alguien que está dentro de nosotros, fundamentándonos desde sí mismo, haciendo de esa forma que seamos. Así nos envía y sostiene desde nuestra propia intimidad o, mejor, desde su propia intimidad. Al estar religado, el hombre no está con Dios, está más bien en Dios.

Esto no es una demostración ni nada semejante, sino el intento de indicar el análisis ontológico de una de nuestras dimensiones. El problema de Dios no es una cuestión que el humano se plantea como puede plantearse un problema científico o vital, es decir, como algo que, en definitiva, podría o no ser planteado» sino que es un problema planteado ya en el humano, por el mero hecho de hallarse implantado en la existencia[4].

Este análisis del enraizamiento humano, centrado en los tres momentos indicados, presupone una visión cuasi‑cristiana del misterio divino. Como implantador, Dios ha de ser principio ontológico de la realidad, en línea del primer motor de Aristóteles. Como mitente, ha de tener carácter personal y matices que le acercan al Yahvé del AT. Como religante, es alguien inhabita dentro de nosotros, enriqueciendo de esa forma nuestra vida, en clave de misterio.

Este esquema responde de algún modo a los tres momentos ya indicados en cap. 31: somos experiencia de mundo (implantación), de historia (misión, tarea que debemos realizar) y de interioridad (religación, enriquecimiento personal). Volveremos a evocar el mismo esquema, en otra perspectiva, al dividir las religiones: unas son cósmicas, destacando la sacralidad del mundo (en línea de implantación), otras histórico-proféticasy acentúan el envío en línea de tarea creadora (misión) y otras, finalmente, místicas (en línea de religación estricta). Tal como aquí lo presentamos, y mirado de forma conjunta, este esquema (que desarrollamos en cap. 61) puede traducirse de dos formas:

Zubiri ha situado  la religación en la meta del camino humano, descubriendo en ella el culmen del fenómeno religioso (y de toda la experiencia). En el principio esta la implantación (ser en el mundo, religiones antiguas, de tipo cósmico). Lo monoteísmos semitas, que acentúan el envío (línea profética) vienen en segundo lugar. La culminación del fenómeno religioso viene dada por la experiencia de religación, más cercana a las religiones orientales (hinduísmo, budismo). Pero es evidente que, a los ojos de Zubiri, esas religiones, para desarrollar su hondura personal, tienen que asumir el momento profético de los monoteísmo.

Según el esquema que iré desarrollando en este libro, misión y religación constituyen líneas casi paralelas, como dos manos que brotan del mismo fondo común de implantación. La línea monoteísta acentúa el envío (tarea personal), aunque puede y debe incluir un elemento místico de religación.

La línea oriental destaca la religación (identificación interior con lo divino) aunque puede y debe incluir un elemento personal de envío. Estas dos líneas enmarcan y definen la más honda experiencia religiosa de la historia. Ellas estarán desde ahora en el fondo de todo lo que sigue. Como occidental y monoteísta acentúo el aspecto de misión sobre la religación, pero pienso que esa misión religiosa sólo es plena y culmina su sentido allí donde se abre a la experiencia de una religación personal con lo divino.

Marcha intelectiva.

Zubiri no ha desarrollado temáticamente los momentos de ese análisis existencial en los escritos publicados a lo largo de su vida y por eso dejamos voluntariamente abierta su postura[5]. Parece, sin embargo, claro que ella se concretiza de dos formas: a través de una marcha intelectiva (plano más racional) y de una experiencia fundamentante (plano más cercano al despliegue de la vida).

Lo que llamamos marcha intelectiva es, en lenguaje tradicional, una guía o camino y no demostración de carácter discursivo. Zubiri no quiere probar la existencia de Dios, en la línea d ela vieja teología apologética, pero ha trazado un riguroso proceso intelectual que va conduciéndonos hacia la realidad que sustenta nuestra vida. De esa forma se sitúa dentro de la religión fundamental, es decir, dentro del fenómeno religioso, antes de que ese fenómeno venga a explicitarse en figuras o dogmas concretos. Lógicamente, los resultados de la marcha dependerán de la ruta que se escoja. Pero todos ellos presuponen una misma base de religación: lo que anticipadamente aún llamamos ateísmo, teísmo o incluso agnosis son ya un acceso y contacto con el fundamento de la realidad. El humano es un ser en camino; la religión un modo de entenderlo y recorrerlo[6]. 

De una forma u otra, quiera o no, el humano está obligado a justificar (o expresar) intelectualmente el sentido de su relación con lo fundamentante. Como se viene diciendo desde San Anselmo (fides quaerens intellectum), la fe o religión hacen pensar. En el principio no está la prueba racionalista sino la fe, la experiencia primera del poder de la realidad que nos funda, envía y religa; la religión no es teoría, sino forma de existencia previa a toda teoría. Pero, siendo racionales como somos, debemos expresar o justificar la realidad que está en el fondo de esa experiencia, realidad que, empleando el lenguaje religioso, podemos llamar Dios:

Para nosotros, la justificación intelectiva del fundamento del poder de lo real es la que nos lanza a nosotros mismos por una ruta que lleva de la persona humana (esto es, de una persona relativamente absoluta) a una realidad absolutamente absoluta: es lo que entendemos por realidad de Dios[7].

La misma experiencia religiosa nos lleva a concebir al humano como persona: realidad que es absoluta (vale en sí misma, no es simple elemento o parcela de un todo), pero sólo de modo relativo (en relación con aquello que le implanta, envía, religa). En ese contexto se puede y debe hablar de Dios como realidad (Zubiri no dice aún persona) absolutamente absoluta: que existe en sí misma y da sentido a todas las restantes realidades.

Zubiri no ha querido demostrar la existencia de Dios (lo divino) en un nivel racionalista, pues ello sería contrario al ser de Dios y al mismo proceso religioso. Ha hecho algo previo: ha trazado el camino intelectivo que lleva, desde la existencia del humano, entendido como realidad personal, hasta el fundamento de esa realidad. Este es, a su juicio, un camino religioso, es decir, de descubrimiento y despliegue de la religación.

Zubiri ha concebido al humano como un ser «relativamente absoluto»: implantado en la realidad, llamado a realizarse, libremente abierto hacia aquel que, por transcenderle, le arraiga y religa en su existencia. Es claro que, partiendo de esos presupuestos, Dios no puede interpretarse como totalidad cósmica, destino ciego o fondo inefable de lo finito, sino que ha de verse como absoluto personal y libre, desde su propia transcendencia. La realidad de lo divino no se demuestra, pero se desvela y justifica intelectivamente a partir de lo que implica el ser humano, en camino que recuerda los momentos precedentes de implantación/misión/religación. Ella recibe estos matices:

Deidad. Por análisis rigurosamente discursivo, no demostrativo, podemos afirmar que la realidad implantadora, que funda nuestra vida, es deidad‑ultimidad. Lo divino se entiende aquí en sentido todavía general, sin precisar sus rasgos personales o distinciones. Entendida así, la deidad no se interpreta todavía en sentido monoteísta, ni aún religioso en plano confesional, sino como aquello que funda la existencia humana, implantándola y/o arraigándola en la existencia. Así puede entenderse en plano cósmico, como un tipo de natura naturans, naturaleza que nos funda en su propia realidad.

Realidad personal primera. De la implantación en general pasamos a la forma de ser de aquel que nos implanta, descubriendo que así que nos envia a la existencia, con una tarea concreta. Así, en palabra clásica de la filosofía antigua, podemos llamarle causa (=cosa) o realidad primera. «Segundas» son las cosas y causas que pasan, nacen y mueren, como los seres concretos del mundo. La causa «primera» es de un tipo distinto, pues funda en sí todo lo que existe, confiando su propia misión a los humanos. Pasamos así del plano cósmico al nivel de las filosofía y religiones de tipo más personal, al menos vagamente teísta. De esta forma experimentan lo divino aquellos que ven la religión como experiencia de envío, expresión de una tarea que los humanos deben realizar en su marcha intelectiva, humana.

Persona religante. En un tercer momento, al concebir la realidad o causa original como inteligencia y voluntad, podemos afirmar que ella es persona en el sentido fuerte: Alguien que dialoga por dentro con los humanos. Al llegar a este nivel nos reducimos prácticamente a las religiones monoteístas, que entienden y presentan la deidad como Alguien capaz de conocer y amar, de crear y dialogar con las cosas (personas) que ha creado. A juicio de Zubiri, el paso de la deidad y causa primera a la persona estricta sólo puede darse allí donde se concibe el ser divino como realidad personal vinculada de forma concreta, amorosa, a los humanos. Eso significa que Dios no está fuera, como sustrato cósmico o causa impulsora, sino dentro de los mismos humanos a quienes sustenta, potencia y sostiene personalmente con su amor gozoso.

Muchas visiones filosóficas e incluso religiosas quedan en el primer momento del esquema, concibiendo lo divino como natura naturans, potencia germinal de la que brota todo lo que existe, en línea prehumana. La experiencia de Dios como persona, en transcendencia y diálogo histórico con los humanos pertenece a las tradiciones religiosas más avanzadas, que destacan el aspecto de causa personal o envío (religiones proféticas) o el de realidad personalizante (religiones de la interioridad).

Tales son los elementos básicos de la marcha intelectiva. Por medio de ellos, Zubiri ha pretendido mostrar intelectualmente el sentido de la religación. Como se habrá observado, él se mueve en una línea que podemos llamar greco‑cristiana. Su concepción del humano determina su manera de entender la realidad fundamentante, que concibe como causa primera (arkê de toda realidad en un sentido griego) y ser personal (sujeto libre, como lo implica el cristianismo).[8]

A juicio de Zubiri, Dios es poder de lo real, potencia creadora o conformante que se expresa a de manera especial través del ser humano. Frente a quienes conciben lo divino como «competencia» (alguien que impide al humano realizarse), Zubiri, recreando incluso rasgos que podemos encontrar en Nietzsche, ha puesto de relieve la Potencia de la realidad, el gran poder humano. Precisamente ahí, en el despliegue de ese poder, donde el humano viene a descubrirse fundado y enviado, con fuerza para realizarse por sí mismo (no desde fuera) emerge lo divino.

Experiencia fundamental.

Zubiri no ha querido probar la existencia de Dios, sino mostrar intelectivamente su sentido, analizando los momentos principales de la vida del humano. Así encuentra a Dios como fuente de sentido y fuerza impulsora que está al fondo del mismo ser humano. Es normal que, desarrollando esos presupuestos, Zubiri haya ofrecido en sus últimas obras un rico discurso religioso-teológico que desborda nuestro estudio.[9] Aquí nos ocupamos sólo de su forma de entender la experiencia religiosa, distinguiendo dos momentos principales:

Dios no es objeto de experiencia. En su primer trabajo, En torno al problema de Dios (1935), Zubiri evita la palabra y tema de la experiencia, quizá por evitar las condenas que ella había recibido en las controversia modernistas: «tampoco hay experiencia de Dios, como si fuera una cosa, un hecho o algo semejante». Al abrirse a lo divino, el ser humano es (se es), no experimenta. Más adelante, en un trabajo publicado en la 50 edición de Naturaleza, historia, Dios (1963), Zubiri reitera todavía esa postura: «El descubrimiento de la deidad no es el resultado de una experiencia determinada del humano, sea histórica, social o psicológica, sino que es el principio de toda esa posible experiencia».[10]  La relación del ser humano con Dios se mueve, según eso, en un plano supra-empírico. Parece evidente que, al hablar de esta manera, por fidelidad dogmática al magisterio de su iglesia, Zubiri entra en contradicción con su propio pensamiento.

Dios, tema de experiencia. Liberado ya más tarde de posibles presiones del magisterio eclesial, sin rechazar lo que subyace en las afirmaciones anteriores, en el homenaje a K. Rahner (1975), Zubiri defiende abiertamente el carácter experiencial (proto-experiencial) de la apertura del humano a lo divino. Lo que antes se llamaba macha intelectiva, cercana al razonamiento, aparece ahora como experiencia fundamental.Cuando el humano avanza intelectivamente en busca del principio de la religación, lo hace de manera tanteante. Pues bien, ese tanteo o prueba del sentido de la realidad constituye el fundamento y nota distintiva de la experiencia, como hemos indicado al principio de este libro. Por eso, el camino del humano hacia el principio en que se asienta el principio de todo lo real ha de entenderse en esta perspectiva: «La religación es, pues, una marcha experiencial hacia el fundamento del poder de lo real. Es experiencial fundamental»[11].

El humano es el viviente que se sabe arraigado en aquello que le hace ser: por su modo de existir ha de buscar el sentido de la religación a través de un proceso intelectual. Pero no puede hacerlo de manera puramente racionalista: carece de pruebas objetivas, no tiene argumentos demostrativos. Por eso, su camino no es algo que pueda separarse de su propia vida, pero dentro de ella tiene algo más grande que la pura razón discursivo: (la experiencia! Lógicamente, las diversas maneras de entender la religación responden a formas diversas de experiencia, son formas de probar y vivir lo fundamentante.

La experiencia es probación tanteante que pone al humano en contacto con la realidad, definiéndole a sí mismo, de manera que los modos de experiencia definen sus formas y momentos de realización como persona. Así podemos llamar fundamental a la experiencia que conduce a los humanos, en tanteo interpretativo de entrega y realización personal, hacia la verdad y sentido de aquello que les fundamenta y envía, religándoles por dentro: «El ateísmo, el teísmo, la agnosis son modos de experiencia del fundamento de lo real. No son meras actitudes intelectuales». Lo divino puede interpretarse y se interpreta como una forma rica y plena de experiencia de la realidad, en clave de compromiso e iluminación personal.

El racionalismo ha pretendido demostrarlo todo. Por eso ha diluido el fenómeno religioso, convirtiéndolo en un tipo de teoría sobre la totalidad del ser. Por otra parte, la ciencia ha presupuesto que sólo es verdadera experiencia la que se edifica sobre datos que pueden ser cuantificados. Pensamos con Zubiri que se deben superar ambas posturas. En contra del racionalismo, definimos al humano como ser de experiencia fundada en el encuentro tanteante y comprometido con la realidad. Pero, en contra del esquema reductivo de la ciencia, debemos añadir que la experiencia no puede cerrarse en lo verificable dentro de unos esquemas de tipo matemático. Desde ese fondo debemos afirmar que puede darse una experiencia de lo fundamentante.

Eso significa que el humano no conoce sólo cosas, sino aquello que hace que las cosas sean: en el camino tanteante de la vida, el humano se halla abierto al principio y sentido de su propia realidad (hacia aquello que le implanta y envía), a través de una «experiencia del fundamento del poder de lo real por la ruta que intelectivamente lleva a Dios»:

El humano se dirige intelectualmente hacia Dios, en una «marcha razonada» que define la hondura y sentido de su pensamiento: es el viviente que puede pensar sobre Dios al pensar su identidad entre las cosas.

El humano está comprometido vitalmente en esa marcha, de manera que no sólo piensa a Dios sino que vive y se realiza en relación con él; así le descubre en su propio camino apasionado de experiencia personal, de manera que podemos llamarle formal y constitutivamente «experiencia de Dios».

Cuando el humano se descubre y siente religado (implatando, enviado) está teniendo de manera concomitante una experiencia del Dios que le religa. Por eso, más que objeto o meta de argumento, Dios es fuente y contenido de experiencia. La prueba experiencial del fundamento de la realidad y el deseo de entender su sentido forman dos momentos, mutuamente implicados, de la misma apertura del humano hacia lo fundamentante. No hay experiencia sin teoría, ni teoría sin experiencia sobre Dios.

Quiera o no, el humano se halla vinculado con su origen, de manera que el principio y fundamento forman parte de su propia vida: la problemática de Dios está implicada en su manera de existir sobre la tierra. Por eso, en la base de su vida no se encuentra ni teísmo ni ateísmo sino pregunta abierta. Tanto teísmo como ateísmo y agnosticismo son ya respuestas, formas de entender y explicitar esta experiencia fundamental. El hecho de que existan diferentes interpretaciones de la experiencia fundamental no significa que todas equivalgan. A partir de la tradición greco-cristiana, y en consonancia con su pensamiento, Zubiri defiende la interpretación personal y transcendente de esa experiencia divina. Pero aquí no queremos destacar ese elemento, sino que volvemos, de forma conclusiva, a sus tres momentos básicos:

Experiencia cósmica. Arrojado entre las cosas, el humano ha de cuidarlas, realizándose con ellas, a nivel de emergencia antropológica: por su misma constitución interna, su capacidad de comprensión y su apertura ilimitada, el humano hace estallar los límites del cosmos. Es más que un elemento de la totalidad mundana, más que un resultado de la evolución de la materia. Por su origen peculiar, se define como sustantividad intelectual frente a la gran substantividad cósmica. Quien no entienda o no comparta este supuesto no podrá seguir tendiendo a lo divino, pues habrá disuelto al ser humano en la materia, negándole su hondura personal y su poder de transcendencia. Por eso, la experiencia fundamental se apoya en el cosmos, pero lo desborda.

Experiencia de sí mismo (auto-experiencia).Cuidando de las cosas, el humano se realiza de tal forma que al hacerse a sí mismo se descubre fundado en aquello que le implanta, envía y fundamenta. Por el origen de su ser, el humano está implantado; por la urgencia y posibilidades de su hacerse, está enviado; por la presencia interior de aquel que le potencia se encuentra religado. Este descubrimiento de la raíz del ser humano puede y debe razonarse, pero nunca se demuestra, pues forma parte de una experiencia originaria que define al ser humano, de manera que él sólo puede descubrir a Dios si acoge su presencia, dejándose cambiar por lo divino. Descubrimiento de sí y experiencia fundante se vinculan de manera necesaria, sin identificarse. Sólo siendo distintos, pueden así relacionarse Dios y el ser humano.

Experiencia del fundamento (de lo divino). No tiende hacia un objeto nuevo, no nos lleva hasta una cosa más perfecta que las otras, sino al plano más hondo del mundo y de la propia vida. Lo divino es transcendente al interior del mundo, como fuerza de su fuerza, realidad realizadora. Al mismo tiempo, es transcendente al interior del ser humano, como lo implantante, mitente, religante. Ser humano y mundo se encuentran internamente vinculados, pero, al mismo tiempo, es Dios quien los vincula, pues él implanta (envía y religa) al humano desde (por) el mundo. La experiencia de religación descubre al humano su hondura, mostrándole a la vez su más hondo carácter mundano: Dios no fudamenta al humano sacáncole del mundo, sino introduciéndole de un modo más intenso en ese mismo mundo, concebido ahora como expresión de lo divino.  Dios no es sólo «mío» (aquel que me implanta, envía y religa), pues pertenece también al mundo, al menos dentro de las religiones cósmicas e históricas.

Esta experiencia fundamental no es objeto de una demostración objetiva. Estrictamente hablando, sólo hay demostración a nivel de dominio cósmico, donde la experiencia se puede cuantificar matemáticamente. En el camino de interioridad ya no existe prueba externa, sino experiencia comprometida y enriquecedora de la vida. A este nivel, el testimonio de aquellos que han hecho esta experiencia es más grande que todas las demostración. Si se permite este lenguaje, la prueba o mostración más alta es la misma vida humana enriquecida, recreada a partir de esta experiencia de lo divino. Ella es como un axioma, un principio primigenio que no puede demostrarse, porque es fondo y prueba en que se asienta toda posible demostración.

La marcha intelectual hacia Dios se realiza a modo de experiencia. Por encima de los racionalismos, superando la crítica kantiana, Zubiri nos sitúa en el lugar donde Dios se expresa como la más honda experiencia del humano. De la razón cósmica venimos a la implicación existencial. La búsqueda del Principio cósmico sigue siendo importante, igual que en Aristóteles y en los escolásticos; pero el sentido y realidad del Motor primero sólo emerge en un camino experiencial, vinculado a la propia realización del ser humano. Desde aquí pueden distinguirse y vincularse dos aspectos en la prueba experiencial de Dios:

Sigue siendo valioso un elemento que llamamos griego (racional o cultural), en clave de búsqueda arqueológica, de estudio y acogida del origen. La arqueología no es aquí un recuerdo del pasado muerto, que no influye más en el presente, sino honestidad intelectual, deseo de conocer el principio de la vida humana y de las cosas. Sin este elemento «racional» la experiencia de Dios carece de sentido. Por eso decimos que la religión tiene un aspecto fuerte de cultura.

Pero a nivel de experiencia concreta de Dios es decisiva la aportación religiosa (ahora cristiana); sólo aquí se puede hablar de la persona libre, individualmente valiosa, religada en lo divino y enviada a realizarse de manera autónoma. En el nivel previo (griego, racional) no podríamos pasar del primer momento (implantación): el humano era como árbol plantado en la tierra. Sólo a nivel confesional, de experiencia cristiana (o judía y musulmana) podemos afirmar que el humano ha sido enviado personalmente por Dios: el Poder de lo real (Dios) le ha confiado una misión y le asiste (religa) par realizarla[12].

Xabier Pikaza

Religión Digital

Notas

[1] X.Zubiri, El hombre, realidad personal, Rev. Occidente 1 (1963) 17, 21.

[2] Cf. En tornoal problema de Dios, en Naturaleza, historia, Dios, Nacional, Madrid, 1959, 317

[3] Ibid 319

[4] Ibid 322

[5]El análisis que aquí ofrezco deberá ser recreado, en perspectiva zubiriana, a partir de sus obras póstumas, que han vuelto a estudiar con amplitud esta temática: El hombre y Dios, El problema teológico de las religiones, Dios hombre y cristianismo. Estudio a Zubiri he querido como esquema de fondo para desarrollar mi visión el fenómeno religioso y de las religiones. Por eso no estudio aquí su problemática, que dejo, Dios mediante, para otra ocasión y lugar.

[6] El problema teologal de Dios, en Varios, Teología y mundo contemporáneo (Hom. a Rahner), Cristiandad, Madrid 1975, 59.

[7] Ibid 59

[8]Desarrollando su esquema ontológico, Zubiri debería haber precisado, en riguroso análisis intelectual, el presupuesto de los tres momentos señalados: implantación‑misión‑religación. Así habría ofrecido más claridad a su visión de lo divino. También podría haber analizado mejor el sentido de la transcendencia al decir que Dios «no es transcendente a las cosas sino que es transcendente en las cosas». A su entender, «Dios se apodera de la realidad humana», actúa a través de ella como poder fundamental.

[9]Introducción bibliográfica comentada a la obra de Zubiri en R. Lazcano, Panorama bibliográfico de Xavier Zubiri, Rev. Agustiniana, Madrid 1993

[10] Introducción al problema de Dios, en NHD, 357

[11] El problema teologal, 60

[12] )Pertenece a la condición humana interrogarse por el fundamento divino del ser? )Qué sucedería si olvidáramos un día esta pregunta? Zubiri ha planteado con inmensa precisión los temas antes señalados, pero su postura podría recibir dos correcciones. Una corrección antropológica: para hablar así de Dios tendríamos que haber analizado mejor el sentido de las relaciones interhumanas. Una corrección teológica: hubiera sido conveniente concretar la aportación personal de las religiones que llamamos «reveladas» (en las que lo divino actúa como persona).

Ellacuría, centinela del pueblo

‘Hacerse cargo de la relidad. Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría’ de López de Goicoechea

Ellacuría
Ellacuría

«Ofrece una rigurosa reconstrucción de su filosofía, su teología y su teoría política, no aisladamente como si se tratara de compartimentos estancos, sino en su carácter unitario»

«López de Goicoechea elabora un lúcido perfil intelectual de Ellacuría a través de un amplio y riguroso recorrido por los años de su formación y la etapa de madurez»

«La obra de López de Goicoechea viene a confirmar de manera argumentada que Ignacio Ellacuría es uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo y que, treinta y tres años después de su asesinato, sigue iluminando la oscuridad del presente»

Por Juan José Tamayo

Desde el asesinato del filósofo y teólogo hispano-salvadoreño Ignacio Ellacuría, rector de la UCA (San Salvador), el 16 de noviembre de 1989, se han publicado sus obras completas en la editorial de la UCA, celebrado numerosos congresos y escrito importantes investigaciones sobre su pensamiento.

Coincidiendo con el 33 aniversario de su asesinato voy a comentar hoy la obra de Javier López de Goicoechea Zabala, doctor en filosofía y en derecho, profesor de la Facultad de Derecho y del Instituto de Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense y profesor invitado en la UCA, de San Salvador (El Salvador), Hacerse cargo de la realidad. Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría, que me parece una de las más clarividentes de la producción bibliográfica en torno a Ellacuría ya que ofrece una rigurosa reconstrucción de su filosofía, su teología y su teoría política, no aisladamente como si se tratara de compartimentos estancos, sino en su carácter unitario. 

Y lo hace con rigor metodológico y fidelidad creativa al pensamiento de Ellacuría, del que destaca la originalidad de su método de historificación de los conceptos y su orientación emancipatoria. Un pensamiento que, en expresión zubiriana, se hace cargo de la realidad y cuyo resultado es una nueva teología-política, como praxis de liberación y transformación socio-económica a través de una correcta articulación de los tres elementos de su reflexión: ética, política y religión. Son tres elementos que suelen aparecer desconectados y Ellacuría los interconecta, pero sin caer en confesionalismos y respetando la autonomía de la ética y de la política.  

López de Goicoechea elabora un lúcido perfil intelectual de Ellacuría a través de un amplio y riguroso recorrido por los años de su formación y la etapa de madurez, así como por los problemas filosóficos de su época: problema del ser, de la historia y de la deshumanización tecnificada del ser humano, y por las bases filosóficas de su pensamiento, de Aristóteles a Zubiri, pasando por Tomás de Aquino, Hegel, Marx, Ortega y Gasset, Ernst Bloch y la Escuela de Frankfurt (especialmente Herbert Marcuse).

Elabora una sugerente geografía en torno a cuatro ciudades que marcaron el peregrinaje intelectual de Ellacuría: Quito, Innsbruck, Madrid y San Salvador, mostrando “su apertura radical a un pensamiento a la intemperie, fruto de la época que le tocó vivir y de los problemas a los que tuvo que enfrentarse desde el rigor conceptual de la Filosofía”.

Ignacio Ellacuría
Ignacio Ellacuría

Pero su pensamiento no es discipular como si hiciera un seguimiento mimético de sus maestros -Rahner en teología, Zubiri en filosofía, monseñor Romero en espiritualidad-, sino que desemboca en un pensamiento propio muy sólido y consistente caracterizado por la creatividad y la ubicación contextual, en respuesta a los desafíos del momento histórico, siendo uno de los más graves el de la violencia en El Salvador, que analiza en sus diferentes niveles: estructural, revolucionario y terrorista, optando por la no violencia activa desde sus raíces pacifistas de inspiración evangélica.  Su respuesta sigue teniendo vigencia hoy y puede contribuir a enriquecer el pensamiento crítico, la praxis política y el horizonte liberador de las religiones, sobre todo de las monoteístas, cuya teología primera es la ética de la liberación. 

La obra de López de Goicoechea viene a confirmar de manera argumentada que Ignacio Ellacuría es uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo y que, treinta y tres años después de su asesinato, sigue iluminando la oscuridad del presente. Asimismo, es el mejor reconocimiento a un maestro español de la filosofía, la teología y la teoría política; reconocimiento que, a mi juicio, no tiene, o al menos no de manera suficiente, en el actual panorama intelectual español. 

    El libro comienza y termina con un poema de Ernesto Cardenal que se refiere a texto del profeta Isaías 21,11: “Centinela, ¿qué hora es de la noche? Centinela, ¿qué hora es de la noche” (según otras versiones: “Centinela, ¿cuánto queda de la noche?”), y López de Goicoechea lo aplica a Ellacuría de esta guisa:

Ellacuría y Romero

“Toda la vida y el pensamiento de Ignacio Ellacuría evoca a ese centinela del poema de Ernesto Cardenal que en las lúgubres noches de cualquier país centroamericano nos ubica en el tiempo y en la realidad de pueblos sometidos al miedo y a la violencia extrema. Ellacuría, como aquel centinela, dedicó su vida intelectual a ejercer el papel de recordarnos siempre dónde estamos situados y cuál es nuestro compromiso urgente. Nos avisa de que estamos en un tiempo trágico y en una hora crucial. El mal común es la fría descripción de cuanto acontece a nuestro alrededor a la luz del candil que nos permite atisbar pueblos sometidos al desfavorecimiento y la exclusión social. Nos sitúa en un extraño mundo contradictorio donde el progreso económico, científico y tecnológico nos permite a muchos privilegiados disfrutar de cotas de bienestar nunca conocidas en la historia de la humanidad. Pero, a la vez, nos alerta del injusto reparto para tantos y tantos pueblos sufrientes de estos bienes preciados que este mundo ha alcanzado. La desigualdad extrema es el nuevo paradigma de nuestros tiempos, no el progreso, ni la ciencia y sus biotecnologías aplicadas” (p. 174).  

Me parece muy adecuada la presentación de Ellacuría como centinela del pueblo. Ciertamente, lo fue durante varias décadas y alertó de la noche oscura en la que vivían las mayorías populares sometidas a todo tipo de opresiones. Fue también el centinela que trabajó de pensamiento, palabra y obra por la liberación de dichas mayorías. Hoy sigue haciéndolo a través de su ejemplaridad de vida, de su obra y de su pensamiento. Es la mejor herencia que nos deja para seguir sus huellas.

El pesamiento vivo de Ignacio Ellacuría

Guernica. Pablo Picasso

«La madrugada del 16 de noviembre de 1989 fue asesinado en San Salvador el rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) Ignacio Ellacuría, junto con sus compañeros jesuitas, la trabajadora doméstica y su hija adolescente»

«Ignacio Ellacuría fue filósofo, teólogo de la liberación y politólogo español que ejerció una gran influencia política, cultural y religiosa no solo en El Salvador sino en toda América Latina. Sin duda, uno de los más brillantes pensadores de nuestro tiempo»

«Sin embargo, en España, donde nació y ejerció una importante influencia en el terreno religioso, es hoy poco conocido y menos reconocido. Para reparar dicha amnesia y hacerle justicia celebramos un Simposio Internacional sobre ‘El pensamiento vivo de Ignacio Ellacuría’ en Metalibrería y la Universidad de Alcalá»

«Los numerosos estudios sobre Ellacuría tras su asesinato, el Simposio que acabamos de celebrar y la próxima publicación de su Obra Completa por la editorial Comares son la prueba más fehaciente de su vigencia y actualidad«

por Juan José Tamayo

La madrugada del 16 de noviembre de 1989 fue asesinado en San Salvador el rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) Ignacio Ellacuría, junto con sus compañeros jesuitas Juan Manuel Moreno, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Amando López, Joaquín López y López, la trabajadora doméstica Julia Elba Ramos y su hija Celina, de 16 años.

Tamaño asesinato, que conmocionó al mundo, fue llevado a cabo por el sanguinario Batallón Atlacatl del Ejército salvadoreño con el conocimiento ¿y la aprobación? del presidente de El Salvador, Alfredo Cristiani. Imanol Uribe ha dirigido la excelente película “Llegaron de noche” sobre los asesinatos, que fue estrenada en marzo de este año y recomiendo verla.

Ignacio Ellacuría fue filósofo, teólogo de la liberación y politólogo español (Portugalete, Bilbao, 1930), nacionalizado salvadoreño, que ejerció una gran influencia política, cultural y religiosa no solo en El Salvador sino en toda América Latina. Es, sin duda, uno de los más brillantes pensadores de nuestro tiempo que, treinta y tres años después de su asesinato, sigue iluminando la oscuridad del presente con sus obras y sus propuestas revolucionarias como estas: “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”, “sanar la civilización enferma”, “superar la civilización del capital”, “evitar un desenlace fatídico y fatal”.

Ignacio Ellacuría: «Si la revolución no pasa por la universidad, en el sentido de que no es ella su motor principal, la universidad debe pasar por la revolución, porque revolución y razón no tienen por qué estar en contradicción; más bien, en las cuestiones históricas se reclaman y se exigen mutuamente»

Sin embargo, y por contradictorio que parezca, en España, donde nació y ejerció una importante influencia en el terreno religioso, es hoy poco conocido y menos reconocido, creo, en el ámbito intelectual, filosófico, teológico y académico. A las personas que nos dedicamos a su estudio y al análisis de su pensamiento nos resulta difícil, e incluso doloroso entender a qué puede deberse tamaño olvido. Precisamente para reparar dicha amnesia y hacerle justicia celebramos un Simposio Internacional sobre “El pensamiento vivo de Ignacio Ellacuría” los días 19,20 y 21 de octubre en la librería Metalibrería de Madrid y en la Universidad de Alcalá.

En Metalibrería presentamos tres libros recientes en torno a la relevancia de su figura y a la actualidad de su filosofía, teología y teoría y práctica políticas. Marcela Brito de Butter, catedrática de filosofía de la UCA, de San Salvador, ha publicado una excelente monografía Ignacio Ellacuría. Fraternidad solidaria (Herder, 2022), en la que da a conocer su figura fascinante tanto en su vida como en su muerte martirial y analiza su filosofía de la realidad histórica y su compromiso radical con las mayorías populares empobrecidas. Fue la propia autora quien lo presentó.

Javier López de Goicoechea Zabala, profesor de la Facultad de Derecho y del Instituto de Ciencias de las Religiones de la Universidad Complutense, presentó su libro Hacerse cargo de la realidad. Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría (Comares, Granada, 2021), donde elabora un lúcido perfil intelectual de Ellacuría a través de un amplio y riguroso recorrido por los años de su formación y madurez y ofrece una sólida reconstrucción de la filosofía, teología y teoría política de Ellacuría en su carácter unitario y orientación emancipatoria.

Yo hice la presentación de la obra colectiva Ignacio Ellacuría. 30 años después (Tirant, Valencia, 2021), editada por Héctor Samour -fallecido en febrero de 2022-, uno de los más importantes especialistas mundiales en Ellacuría, y por mí. La obra recoge las 40 conferencias pronunciadas por especialistas ellacurianos de Centroamérica, México, Colombia y España en el Coloquio Internacional sobre Ignacio Ellacuría celebrado en San Salvador en noviembre de 2019 con motivo del 30 aniversario de su asesinato.

Las reflexiones giran en torno a sus aportaciones en los campos filosófico, teológico, político, derechos humanos, ciencias sociales y en el análisis del “mal común” y del bien común como respuesta. Dichas aportaciones son reconocidas por intelectuales y personalidades académicas mundiales de prestigio de las últimas décadas. Estamos, creo, ante una de las obras más completas sobre el pensamiento del rector mártir de la UCA.

En la Facultad de Filosofía de la Universidad de Alcalá de Henares celebramos la segunda parte del Simposio Internacional centrada en “El pensamiento vivo de Ignacio Ellacuría”. Participamos personas estudiosas de Ellacuría en diferentes campos. Diego Gracia, presidente de la Fundación Zubiri, habló del realismo de Zubiri y Ellacuría frente al idealismo y el materialismo. Marcela Brito, catedrática de Filosofía de la UCA, centró su reflexión en la radicalidad del bien en el pensamiento de Ellacuría.

Javier López de Goicoechea Zabala, profesor de Derecho en la Universidad complutense de Madrid, analizó la aportación de Ellacuría al pensamiento político contemporáneo. Juan Antonio de Nicolás, catedrático de Filosofía de la Universidad de Granada, se refirió a la impresión asimétrica de la realidad en Zubiri y Ellacuría.

Yo centré la atención en la contribución ellacuriana al pensamiento decolonial. Antonio González, director académico de la Fundación Zubiri, habló de Ellacuría y la dialéctica. Fernando Monedero, doctorando de la Universidad Complutense de Madrid, reflexionó sobre la idea de “estructura” en la obra de Ellacuría, tema central de la filosofía ellacuriana sobre el que está trabajando con rigor y competencia en su tesis doctoral. José Manuel Romero, profesor de Filosofía en la Universidad de Alcalá, analizó la actualidad de la filosofía de la realidad histórica y de la praxis en Ellacuría.

Juan Antonio Nicolás informó sobre la situación en que se encuentra la edición de la obra completa de Ellacuría, que está programada en 25 volúmenes de quinientas páginas cada volumen, será publicada por la editorial Comares y dirigirá él mismo. Es, sin duda, el proyecto más ambicioso que hará justicia a uno de los pensadores más promitentes del siglo XX.

Los numerosos estudios sobre Ellacuría tras su asesinato, el Simposio que acabamos de celebrar y la próxima publicación de su Obra Completa por la editorial Comares son la prueba más fehaciente de su vigencia y actualidad, en otras palabras, de que estamos ante su “pensamiento vivo” capaz de dialogar con las corrientes contemporáneas filosóficas teológicas, políticas y sociales.

En el artículo “Mi caminar con Ignacio Ellacuría”, con el que se cierra el libro Ignacio Ellacuría. 30 años después, su compañero, amigo y colega el teólogo Jon Sobrino lo define como “antorcha” por su clarividencia, lucidez y precisión y por su capacidad para iluminar y arder, así como para “para mover el corazón y eliminar lo que impide ver”. Ellacuría, sigue diciendo, “desentrampó la verdad entrampada por múltiples intereses dispuestos a que la verdad no salga a la luz

«Los numerosos estudios sobre Ellacuría tras su asesinato, el Simposio que acabamos de celebrar y la próxima publicación de su Obra Completa por la editorial Comares son la prueba más fehaciente de su vigencia y actualidad»

Termino con un texto del propio Ellacuría especialmente luminoso en torno al necesario carácter revolucionario de la universidad y a la compatibilidad entre razón y revolución: “Si la revolución no pasa por la universidad, en el sentido de que no es ella su motor principal, la universidad debe pasar por la revolución, porque revolución y razón no tienen por qué estar en contradicción; más bien, en las cuestiones históricas se reclaman y se exigen mutuamente”.

Hasta el presenteno se ha cumplido el condicional de Ellacuría ni el deber ser: ni la revolución ha pasado por universidad, ni la universidad ha pasado por la revolución, ni tampoco se ha producido la complicidad entre razón y revolución. Todo lo contrario, cada vez han ido alejándose más universidad, razón y revolución. Pero estamos a tiempo de revertir el proceso hasta llegar a la triple alianza. De nosotros depende.

«Su compañero, amigo y colega el teólogo Jon Sobrino lo define como ‘antorcha’ por su clarividencia, lucidez y precisión y por su capacidad para iluminar y arder, así como para “para mover el corazón y eliminar lo que impide ver»

Simposio Internacional:

“El pensamiento vivo de Ignacio Ellacuría”

19, 20 y 21 de octubre de 2022
Universidad de Alcalá
Miércoles 19 de octubre
Metalibrería, C/ Joaquín María López, no 29, Madrid
19:00 horas
Presentación de los libros:
Javier López de Goicoechea, Hacerse cargo de la realidad.
Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría (Comares, 2021)
Héctor Samour y Juan José Tamayo (eds.), Ignacio Ellacuría.
Treinta años después (Tirant Humanidades, 2021)
Marcela Brito, Ignacio Ellacuría. Fraternidad solidaria (Herder,
2022)
Intervienen: Marcela Brito, Javier López de Goicoechea y Juan José Tamayo

Jueves 20 de octubre
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Alcalá
C/ Colegios 2, Alcalá de Henares
Sala de Grados
9:30
Bienvenida
9:45-11:15
Frente a idealismo y materialismo, realismo: Zubiri y Ellacuría
Diego Gracia (Fundación Xavier Zubiri)

11:45-13:45
La radicalidad del bien en el pensamiento de Ignacio Ellacuría
Marcela Brito (Universidad Centroamericana José Simeón
Cañas, El Salvador)

La aportación de Ignacio Ellacuría al pensamiento político contemporáneo
Francisco Javier López de Goicoechea (Universidad Complutense de Madrid)
16:30-18:30
Impresión asimétrica de realidad: de Zubiri a Ellacuría
Juan Antonio Nicolás (Universidad de Granada)

La contribución de Ellacuría al pensamiento decolonial
Juan José Tamayo (Universidad Carlos III)
18:45-20:00
Juan Antonio Nicolás y Antonio González: presentación
de la edición de la obra completa de Ellacuría en la
editorial Comares.

Viernes 21 de octubre
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Alcalá
C/ Colegios 2, Alcalá de Henares
Sala de Grados
10:00-11:30
Ellacuría y la dialéctica
Antonio González (Fundación Xavier Zubiri)

11:45-13:45
La idea de estructura en la filosofía de Ellacuría
Fernando Monedero (Universidad Complutense de
Madrid)
La actualidad de la filosofía de la realidad histórica de
Ellacuría
José Manuel Romero (Universidad de Alcalá)

Miércoles 19 de octubre
Metalibrería, C/ Joaquín María López, no 29, Madrid
19:00 horas
Presentación de los libros:
Javier López de Goicoechea, Hacerse cargo de la realidad.
Sobre la teología-política de Ignacio Ellacuría (Comares, 2021)
Héctor Samour y Juan José Tamayo (eds.), Ignacio Ellacuría.

Treinta años después (Tirant Humanidades, 2021)
Marcela Brito, Ignacio Ellacuría. Fraternidad solidaria (Herder,
2022)
Intervienen: Marcela Brito, Javier López de Goicoechea y Juan José Tamayo

Jueves 20 de octubre
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Alcalá
C/ Colegios 2, Alcalá de Henares
Sala de Grados
9:30
Bienvenida
9:45-11:15

Frente a idealismo y materialismo, realismo: Zubiri y
Ellacuría
Diego Gracia (Fundación Xavier Zubiri)
11:45-13:45
La radicalidad del bien en el pensamiento de Ignacio Ellacuría
Marcela Brito (Universidad Centroamericana José Simeón
Cañas, El Salvador)

La aportación de Ignacio Ellacuría al pensamiento
político contemporáneo
Francisco Javier López de Goicoechea (Universidad
Complutense de Madrid)
16:30-18:30
Impresión asimétrica de realidad: de Zubiri a Ellacuría
Juan Antonio Nicolás (Universidad de Granada)
La contribución de Ellacuría al pensamiento decolonial
Juan José Tamayo (Universidad Carlos III)

18:45-20:00
Juan Antonio Nicolás y Antonio González: presentación
de la edición de la obra completa de Ellacuría en la
editorial Comares.
Viernes 21 de octubre
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Alcalá
C/ Colegios 2, Alcalá de Henares
Sala de Grados

10:00-11:30
Ellacuría y la dialéctica
Antonio González (Fundación Xavier Zubiri)
11:45-13:45
La idea de estructura en la filosofía de Ellacuría
Fernando Monedero (Universidad Complutense de
Madrid)
La actualidad de la filosofía de la realidad histórica de Ellacuría
José Manuel Romero (Universidad de Alcalá)

Los impuestos

Faus: «Quien quiera ser cristiano, tiene la obligación grave de pagar impuestos»

Dinero
Dinero T. Barbhuiya

«Ahora hablamos de los impuestos directos, no de los indirectos (el IVA): estos segundos son los que habría que rebajar, y son más injustos porque no son progresivos, sino que afectan de igual manera al muy rico y al pobre»

«La enseñanza social de la Iglesia nos dice que cuando una persona tiene cubiertas sus necesidades de manera suficiente y digna, el resto de sus haberes deja de ser suyo»

«Para el cristiano no son impuestos, sino meras devoluciones»

«Hurto no es solo arrebatar lo ajeno, sino también no dar parte de lo propio a otros (San Juan Crisóstomo)»

Por | José Ignacio González Faus

Lo que voy a decir aquí, vale solo para aquellos que se confiesan cristianos. Quienes no lo son, podrán mirar el valor humano de los argumentos o decir cínicamente “qué suerte la mía”. Pero quien quiere ser de veras cristiano, debe saber que tiene obligación grave de pagar impuestos (progresivos, democráticamente aprobados y con posibilidades de controlar el uso que se hace de ellos, por supuesto): porque para el cristiano no son impuestos, sino meras devoluciones. Es obvio que ahora hablamos de los impuestos directos, no de los indirectos (el IVA): estos segundos son los que habría que rebajar, y son más injustos porque no son progresivos, sino que afectan de igual manera al muy rico y al pobre.

En efecto, según la enseñanza cristiana, la propiedad privada no es un derecho sagrado, sino secundario: está al servicio de otro derecho más primario que es el que los bienes de la tierra lleguen a todos los hombres. Cuando impide esto, se convierte en un robo: de ahí la frase de san Juan Crisóstomo tantas veces citada: “el rico es un ladrón o hijo de ladrón”, que viene a ser la conclusión de otras muchas frases como estas, del mismo Crisóstomo: “hurto no es solo arrebatar lo ajeno, sino también no dar parte de lo propio a otros”. O “los ricos tienen lo que pertenece al pobre”; “no dar a los pobres de los bienes propios es robarles y atentar contra su vida”.

Y naturalmente, el robo obliga a restituir para poder ser perdonado. Dejando ahora de lado las conductas personales que esto pueda imponer a cada individuo en particular, a nivel de la sociedad global los llamados impuestos son un camino de practicar esta restituciónSi resultan injustos o mal administrados, no vale como respuesta el negar la moralidad de los impuestos, sino declarar una objeción de conciencia: hace años vivimos el ejemplo (que no cuajó por demasiado minoritario) de gentes que detraían de su obligación fiscal la parte que el gobierno destina a armamentos. Pero no para quedársela ellos, sino para darla a una ONG o a Cáritas o mantenerla en reserva.

Y esta misma es la enseñanza social de la Iglesia: cuando una persona tiene cubiertas sus necesidades de manera suficiente y digna, el resto de sus haberes deja de ser suyo. Por citar un poco a boleo, basta ver la Gaudium et spes (ns. 69-71) del Concilio Vaticano II, la Populorum Progressio (n.22), de Paulo VI o la Sollicitudo rei socialis (n. 42), de Juan Pablo II, o la Evangelii gaudium y la Laudato si’ (93), de Francisco.

Y para que se vea la utilidad de esta enseñanza (por imperfectamente cumplida que esté) puede ser útil el siguiente dato que tomo del número de setiembre de Le Monde Diplomatique en castellano: “en tiempos de la Unión Soviética, la persona más rica lo era 6 veces más que la más pobre; el año 2000 esa proporción pasó a ser de 250.000”. Este dato clama al cielo tanto como la dictadura de Stalin o la invasión de Ucrania. Y es inmoral gritar solo contra aquellas inmoralidades cuya crítica nos favorece a nosotros, y silenciar las otras que nos afectan también a nosotros.

Curiosamente, ahí está también la razón de nuestra derrota ante la amenaza ecológica. La propuesta de Ignacio Ellacuría de una civilización de la sobriedad compartida como única solución para nuestro mundo, no vale solo para el campo social, sino también para el problema ecológico. 

(Nota Bene.- Doy por sentado y comprendo que todo lo dicho irritará sobremanera a algunos lectores que reaccionarán recurriendo al insulto, metiéndose conmigo, con la Compañía de Jesús o con la Iglesia. Acepto todas esas críticas. Solo quisiera sugerir dos cosas a sus autores: a) que el recurso al insulto suele ser una prueba patente de que no se tienen otros argumentos. Y b) que el argumento del “tú más” no sirve para excluir el “pero yo también”: mi pecado no excusa el tuyo y ahora estamos tratando del segundo, no del primero. Del primero se puede hablar en otro momento

Y recuerdo la advertencia anterior: lo aquí dicho va dirigido a quienes se profesan cristianos: porque es enseñanza bíblica fundamental que a Dios hay que servirle como Él quiere ser servido, no como nos gustaría servirle nosotros

El legado de Ignacio Ellacuría

El legado de Ignacio Ellacuría, ante la situación política actual de El Salvador

Ellacuría
Ellacuría

«El Norte sigue negándose, como en tiempos de Ellacuría, a mirarse en el espejo inverso del Sur, que le enfrentaría a su propia verdad y podría mostrarle formas de salir de la crisis»

«Detrás de la fachada cool del «presidente más popular de América Latina», que cuenta con la aprobación del 80 al 90 por ciento de la población salvadoreña, se esconde un autócrata»

«

«El Norte sigue negándose, como en tiempos de Ellacuría, a mirarse en el espejo inverso del Sur, que le enfrentaría a su propia verdad y podría mostrarle formas de salir de la crisis«

«¿Cómo proponer el diálogo como camino para romper el círculo vicioso de la violencia histórica a una mayoría que defiende la fuerza bruta como única solución posible para el país?»

Por Martha Zechmeister CJ, teóloga

En este texto breve quiero confrontar las dos aporías fundamentales que me plantea el tratar de proponer el legado de Ellacuría ante la situación política actual de El Salvador. Supongo que siempre es más importante para una buena teología plantear las preguntas adecuadas, reconocer el problema, que dar respuestas precipitadas que nadie ha pedido.

Comienzo con tres premisas de mis reflexiones

La primera: podemos intentar hacer una exégesis minuciosa de los textos de Ellacuría para captar sus raíces filosóficas y la dinámica específica de su pensamiento, pero si nos guiamos por un mero interés retrospectivo y académico, esto puede convertirse en una traición a esta herencia intelectual. Porque precisamente esta herencia nos obliga a estar despiertos y vulnerables a nuestro momento histórico actual con la misma sensibilidad sismográfica que Ellacuría tuvo con el suyo.

Ellacuría

no hacemos teología fiel a este legado cuando respondemos a los desafíos del presente con las formulaciones literales de Ellacuría, como si fuesen estereotipos, sino cuando luchamos con la misma audacia y creatividad por la palabra que nos exige la situación concreta. La repetición estéril sería una copia ridícula de este pensador.

La segunda premisa: El Norte global habla del «cambio de los tiempos», de una crisis sin precedentes y del regreso de la guerra después de 70 años de paz. Y el Sur global se pregunta con asombro: ¿cuándo no hubo guerra y violencia mortal? ¿Cuándo no hubo crisis que se cobraran innumerables vidas? No es que el Sur no reconozca la magnitud del conflicto ucraniano. Las frágiles economías y, sobre todo, los pobres de estos países, son duramente golpeados por las galopantes subidas de precios del petróleo y del trigo. Pero una vez más parece confirmarse que hay vidas humanas que valen más que otras.

El Norte sigue negándose, como en tiempos de Ellacuría, a mirarse en el espejo inverso del Sur, que le enfrentaría a su propia verdad y podría mostrarle formas de salir de la crisis. En lugar de un copro-análisis a fondo, sigue dedicándose a restañar los daños de una forma chapucera que tarde o temprano se convertirá en rebote desastroso.

Bukele

La tercera premisa se refiere a la situación política actual de El Salvador. Supongo que, al menos, están informados a grandes rasgos de lo que sucede. El presidente joven y chic ha mantenido una presencia constante en los titulares de medios como la BBC, el New York Times o El País. 

Trato decir, en pocas pinceladas, lo mínimo: detrás de la fachada cool del «presidente más popular de América Latina», que cuenta con la aprobación del 80 al 90 por ciento de la población salvadoreña, se esconde un autócrata, como salido de un manual de ciencias políticas, que suspende sistemáticamente todas las instituciones del Estado de Derecho y las somete a su control. Desde marzo, vivimos en un “estado de excepción” permanente, que ya ha sido prolongado tres veces por el parlamento, un órgano completamente sometido al presidente. Ya no hay separación de poderes: el ejecutivo opera también a través del legislativo y del judicial.

El presidente ha declarado una «guerra contra los terroristas», como llama a su campaña contra las pandillas. No dice que él mismo ha pactado anteriormente con ellos. El estado de excepción justifica todo tipo de detenciones arbitrarias por mera sospecha o denuncia anónima. Incluso autoriza el asesinato de presuntos mareros por parte de policías y militares. Ser joven y vivir en un barrio marginal es suficiente delito para estar a merced de la arbitrariedad.

Maras

Mientras tanto, El Salvador es el país con la mayor tasa de personas encarceladas del mundo, con casi el 2% de la población adulta en prisión, hacinada en condiciones inimaginables. Con todo esto, es obvio que se trata de cualquier cosa menos de una estrategia eficaz contra la violencia de las pandillas, sino de un show a gran escala que en realidad sólo tiene un objetivo: la reelección del presidente, que en realidad está prohibida por la Constitución.

Les recomiendo, entre otros muchos, el artículo de BBC Mundo: Bukele contra las maras «En lugar de responder de manera efectiva a la violencia de las pandillas, Bukele está sometiendo al pueblo de El Salvador a una tragedia».

Pasemos ahora a las aporías a las que me enfrento en el intento de hacer productivo el legado de Ellacuría ante la actual situación política de El Salvador.

Primera aporía: ¿Cómo seguir hablando de los «pobres con espíritu» frente a las mayorías pobres seducidas por un «flautista de Hamelín»? La tonada más efectiva de su flauta es, obviamente, el despliegue de sus trolls en las redes sociales, que se encargan de que todo aquel que no sea un seguidor incondicional, todo aquel que piense diferente, sea expuesto al linchamiento digital e incluso a la persecución física. En un contexto así: ¿cómo leer los textos de Ellacuría que hablan de los pobres como ‘sujetos de redención’, aquellos sujetos donde se hace manifiesto el soplo del espíritu que renueva la faz de la tierra y transforma la sociedad con la justicia? 

Que la redención viene de abajo es uno de los fundamentos esenciales de la teología que me compromete. ¿Pero cómo no caer en patrones de arrogancia intelectual que afirman que las masas acríticas están a la merced de los trucos baratos por falta de educación? ¿Cómo conservar el respeto por los “pequeños y sencillos” (Mt 11, 25), a quienes se revela el espíritu que se esconde de quienes se creen sabios?

Ellacuría

Intento sugerir algunas líneas para una posible respuesta. ¿No padecen la teología y la Iglesia la misma enfermedad que los partidos políticos tradicionales? ¿No hemos perdido en gran parte la comunión y la comunicación vital con el mundo de los pobres, esa mayoría que aún vive de pura subsistencia, resolviendo de día a día sus necesidades más inmediatas, vulnerable a la violencia y a los desastres naturales? 

Es posible seguir utilizando toda la nomenclatura de la teología de la liberación, hacer esfuerzos para desarrollarla intelectualmente en el contexto postmoderno para no perder relevancia. Sin embargo, si este esfuerzo intelectual no se hace realidad en medio de los pequeños y vulnerables, si no es experimentado por ellos de manera efectiva y real, y sobre todo si no se alimenta de su sabiduría, de la revelación del Espíritu a través de ellos, es una palabrería vacía. Sería una traición pomposa de los privilegiados del evangelio. Lo que hace falta no es juzgar y dirigir desde arriba, sino reconocer la urgencia de nuestra conversión, callarnos, escuchar con paciencia y humildad, buscar comprender, vivir sin agendas ocultas una auténtica y fraterna amistad con los que están abajo y pisoteados.

Segunda aporía: ¿Cómo proponer el diálogo como camino para romper el círculo vicioso de la violencia histórica a una mayoría que defiende la fuerza bruta como única solución posible para el país? Esta es la convicción engendrada por una sociedad autoritaria que espera la salvación a través del macho fuerte y su mano súper-dura: toda propuesta alternativa aparece como una ingenuidad.

Ellacuría y Romero

“No es necesario extenderse en razones y pruebas de por qué es urgente salir de una situación intolerable, que está destruyendo no sólo a los salvadoreños, sino a El Salvador; no sólo a determinados grupos sociales, sino a la nación entera. Es necesario salir. Pero, ¿es necesario el diálogo entre las partes enfrentadas en el conflicto[…]? ¿O puede resolverse pronto el conflicto mediante otro instrumento principal de pacificación distinto del diálogo[…]?”

Estas palabras de Ellacuría, escritas en 1980, al inicio de la guerra civil salvadoreña, no pueden ser más actuales. También hoy la voluntad de diálogo parece estar fuera de los límites de lo posible por mucho tiempo. Podemos decirlo de nuevo con Ellacuría: “Estamos en una hora gravísima para la patria, en la cual pueden fructificar años y años de sacrificios o en la cual pueden quedar inutilizadas para mucho tiempo las esperanzas de días mejores.”

Una vez más, ofrezco algunas pinceladas sobre cómo salir de esta situación aparentemente desesperada. Lo más importante, creo, es reconocer incondicionalmente que estamos de nuevo en un punto cero, que no podemos presuponer nada de lo que ya hemos celebrado como conquistas. Los debates que tenemos que enfrentar son espantosamente similares a los que Ellacuría tuvo en su época. Son los debates sobre los fundamentos de la sociedad, como el debate sobre la universalidad de los derechos humanos. Estos se tambalean hasta sus cimientos cuando se niegan a los que están encarcelados por su supuesta afiliación a las pandillas. Porque si los derechos humanos no se aplican a ellos, tampoco están garantizados para mí.

Otro debate que tenemos que llevar a cabo de nuevo es lo que significa realmente la democracia. Democracia, no entendida como el derecho formal del sufragio en las urnas; y no como lo único que parece quedar de ella en la realidad política actual de El Salvador: el derecho de la mayoría a imponer su voluntad y su percepción de la realidad a la minoría. Es mucho más importante defender una concepción de la democracia que nos obligue a reconocer que los que son diferentes a mí y piensan diferente también tienen derecho a existir; una comprensión de la democracia que proteja a las minorías y facilita el diálogo entre todos los grupos sociales.

Semana Mon Romero
Semana Mon Romero

A pesar de todo lo que exige nuestra seriedad y honradez teológica frente a esta situación, quiero terminar con una experiencia que me ha dado esperanza en medio de todo esto. Hemos llevado a cabo un proyecto de investigación con víctimas de la violencia salvadoreña y les recomiendo el libro que es fruto de este proyecto. En el proceso, nos encontramos con un grupo de jóvenes autoorganizados en un barrio marginal, unidos por su pasión por el arte de la calle como el hip hop, el grafiti, el patinaje a un alto nivel deportivo etc. Se comprenden conscientemente como una alternativa a las maras.

Entre ellos, los mayores «adoptan» a niños de la calle. De lo contrario, serán reclutados por las pandillas ya a la temprana edad de siete u ochos años. Con gran astucia, se mueven entre la violencia de las maras y la violencia todavía más brutal de las «fuerzas de seguridad». Con ellos, redescubrí toda la teoría del arte de Theodor W. Adorno en un modo nuevo y vital: el arte es capaz de poner las condiciones vigentes patas arriba, de vislumbrar la situación desesperada desde una perspectiva nueva y sorprendente. Y las palabras de Monseñor Romero en su homilía de la fiesta de la Epifanía de 1979 han recuperado para mí su verdadero encanto: 

“Cuando miremos que nuestras fuerzas humanas ya no pueden, cuando miramos a la patria como en un callejón sin salida, cuando decimos: ´Aquí la política, la diplomacia no pueden, aquí todo es un destrozo, un desastre y negarlo es ser loco´, es necesario una salvación transcendente. Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor. De allí que los cristianos tienen una gran misión en esta hora de la patria: mantener esa esperanza”.

Romero
Romero

Profetas: el porvenir de la Iglesia

por Rafael Narbona 

  

marcha en El Salvador en memoria de Ignacio Ellacuría y jesuitas asesinados 1989 mártires de la UCA 2017
Ignacio Ellacuría

Se considera profetas a los intermediarios entre Dios y la humanidad. En el pasado, este concepto se hallaba asociado a un planteamiento mitológico que implicaba una experiencia sobrenatural, una especie de misticismo pagano con ciertos signos de teatralidad. En la actualidad, un profeta no es un taumaturgo, sino alguien clarividente, un visionario cuya lucidez no se vincula a estados alterados de conciencia, sino a una comprensión profunda del Evangelio y el misterio de Dios. Profetas son Óscar Romero, Ignacio Ellacuría –dos mártires– o el papa Francisco, que con ‘Fratelli tutti’ y sus reformas, firmemente comprometidas con los pobres y con una mayor presencia de mujeres y laicos en la iglesia, ha encendido la esperanza entre creyentes y no creyentes. Profetas son también Leonardo Boff, Pedro Arrupe, reformador de la Compañía de Jesús o Jon Sobrino, superviviente de la matanza de la UCA en El Salvador. Frente a los sabios, más concentrados en el trabajo intelectual y el estudio, los profetas vuelcan su atención en la actualidad, intentando identificar los signos de los tiempos y denunciando las conductas que atentan contra la dignidad y los derechos del ser humano.


Los profetas de las últimas décadas del siglo XX sufrieron mucho con Juan Pablo II, que interpretó la teología de la liberación como una infiltración marxista en el seno de la iglesia. Su experiencia en Polonia con una dictadura comunista le impidió apreciar que ninguno de los teólogos adscritos a esa tendencia exaltó el marxismo. Simplemente, lo utilizó como una herramienta de análisis para denunciar los abusos del capitalismo. Ignacio Ellacuría repitió muchas veces que el marxismo había alertado sobre las intolerables desigualdades sociales provocadas por la economía de mercado, pero su alternativa no era ética y humana, pues pasaba por la violencia y desembocaba en un Estado totalitario. Juan Pablo II no mostró interés por comprender a los teólogos que esgrimían la “opción preferencial por los pobres”. Se limitó a silenciarlos y marginarlos. Afortunadamente, corren otros tiempos y la iglesia ha vuelto a recuperar ese espíritu profético que impregna todo el Evangelio. El gesto de Francisco de suspender las sanciones contra el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, otro profeta, puso de manifiesto que se abría una nueva época. Aunque todavía hacen mucho ruido los movimientos y las publicaciones integristas, los vientos de renovación y apertura parecen imparables. ¿Podría involucionar la iglesia? ¿Un nuevo Papa podría desmontar todo lo que ha hecho Francisco e imponer un modelo tradicionalista, aliado con las corrientes más intransigentes de la sociedad? Es imposible saberlo, pero si la iglesia diera eligiera ese camino, se hundiría en la insignificancia, convirtiéndose en algo marginal y anacrónico.

El camino estrecho

Hace años, dos sacerdotes se acercaron a mí mientras contemplaba la fachada de la catedral de Astorga y hablaron conmigo durante casi dos horas. Una y otra vez me repitieron que la iglesia no era el clero, sino el pueblo de Dios, la comunidad que sigue las enseñanzas del Evangelio. Pienso que esa es la razón por la que Francisco ha incrementado con sus reformas la presencia de las mujeres y los laicos, intentando restaurar la atmósfera de las primeras comunidades cristianas, cuando aún no existían las diferencias jerárquicas y el espacio de encuentro no era un rito solemne, sino la mesa compartida.

¿Qué puede aportar el Evangelio en nuestros días? ¿Cuál es hoy el papel de los profetas? Como señala José Antonio Pagola en ‘Jesús. Una aproximación histórica’, “el reino de Dios se va gestando allí donde ocurren cosas buenas para los pobres”. El Evangelio es una buena noticia porque aboga por un porvenir más justo, sin parias, explotados, ofendidos ni marginados. Como apunta Pagola, “¡Dios defiende a los que nadie defiende!”. Los profetas intentan mantener vivo ese mensaje, escogiendo el camino estrecho que tomó Óscar Romero, asesinado por luchar contra la actitud inhumana de las oligarquías. El arzobispo de San Salvador siguió el ejemplo de Jesús, que alzó la voz en favor de los campesinos pobres, los arrendatarios y los jornaleros de Galilea, con graves problemas de subsistencia por culpa de los terratenientes, partidarios de promover el comercio de trigo, vino y aceite en vez del cultivo de cebada, judías y otros productos necesarios para la subsistencia de las familias más modestas. Jesús vivió como los pobres, durmiendo a la intemperie y sin un trabajo estable. Desafiando a los ricos y poderosos, anunció que el reino sería de los olvidados y los oprimidos, de los humillados y los desamparados, de los que tienen sed y hambre de justicia. En cambio, los más prósperos y adinerados quedarían fuera. Su entrada en el reino sería más improbable que el tránsito de un camello por el ojo de una aguja.

Solidaridad con el vulnerable

Algunos sostienen que –conforme a su sustrato arameo– las bienaventuranzas deberían ser traducidas en primera persona. En realidad, Jesús habría dicho: “Dichosos nosotros que no tenemos nada… Dichosos los que ahora tenemos hambre… Dichosos los que ahora lloramos”. No es extraño que los políticos, oligarcas y militares salvadoreños que organizaron el asesinato de Romero llegaran a pensar que la Biblia era un panfleto revolucionario e interpretaran su posesión como un gesto subversivo. Jesús no habla de un amor retórico, como señala Pagola, sino de alimentar al hambriento, vestir al que está desnudo, visitar al que está en la cárcel, compartir con el que no tiene nada. Exalta la misericordia, no la penitencia. La salvación no es un privilegio de los que observan los ritos religiosos, sino de los que ayudan a los necesitados. Lo esencial no es el culto o la obediencia, sino la compasión.

Jon Sobrino se pregunta si es humano un mundo donde una minoría acumula insolidariamente y otra muere de escasez. Los medios de comunicación encubren esa realidad, logrando que los pobres sean invisibles e irrelevantes. Sobrino afirma que lo cristiano es prestar la voz a los que carecen de ella. Hay que contrarrestar las campañas de desinformación de “los que tienen demasiada voz”. La resignación, el fatalismo o la complicidad con los poderes establecidos no son opciones cristianas. Lo cristiano es solidarizarse con el más débil y vulnerable. Sobrino comenta con pesar que niño del Primer Mundo consume los recursos de más de 400 niños etíopes y que todos los años mueren cincuenta millones de personas a causa del hambre. Frente a esta iniquidad, aboga por la creación de “un mundo que llegue a ser un hogar para el hombre”, según las palabras del filósofo Ernst Bloch. Escribe Sobrino: “Desde la fe cristiana, tal como la actualizaron entre nosotros monseñor Romero e Ignacio Ellacuría, las víctimas son más que víctimas. Son el pueblo crucificado, el siervo doliente de Yahveh, el Cristo crucificado de nuestro tiempo”.

El porvenir de la iglesia depende de la aparición de nuevos profetas. Profetas que irriten tanto como Jesús, crucificado por la Roma imperial. Profetas como monseñor Romero, que pidió a la Guardia Nacional que no disparara contra sus hermanos (“En nombre Dios, ¡cese la represión!”). Profetas como Ellacuría, que afirmó que nadie tenía derecho a lo superfluo mientras todos no tuvieran lo esencial. Sin profetas, la iglesia solo será una institución, más preocupada por su supervivencia que por el legado del Evangelio. “La gloria de Dios –apuntó monseñor Romero– es que el pobre viva”. Lo contrario es impiedad, blasfemia. Ojalá el siglo XXI nos depare nuevos santos como Romero, testigo de Cristo entre sus hermanos.

Profetas: el porvenir de la Iglesia

marcha en El Salvador en memoria de Ignacio Ellacuría y jesuitas asesinados 1989 mártires de la UCA 2017
Por Rafael Narvona

Se considera profetas a los intermediarios entre Dios y la humanidad. En el pasado, este concepto se hallaba asociado a un planteamiento mitológico que implicaba una experiencia sobrenatural, una especie de misticismo pagano con ciertos signos de teatralidad. En la actualidad, un profeta no es un taumaturgo, sino alguien clarividente, un visionario cuya lucidez no se vincula a estados alterados de conciencia, sino a una comprensión profunda del Evangelio y el misterio de Dios. Profetas son Óscar Romero, Ignacio Ellacuría –dos mártires– o el papa Francisco, que con ‘Fratelli tutti’ y sus reformas, firmemente comprometidas con los pobres y con una mayor presencia de mujeres y laicos en la iglesia, ha encendido la esperanza entre creyentes y no creyentes. Profetas son también Leonardo Boff, Pedro Arrupe, reformador de la Compañía de Jesús o Jon Sobrino, superviviente de la matanza de la UCA en El Salvador. Frente a los sabios, más concentrados en el trabajo intelectual y el estudio, los profetas vuelcan su atención en la actualidad, intentando identificar los signos de los tiempos y denunciando las conductas que atentan contra la dignidad y los derechos del ser humano.


Los profetas de las últimas décadas del siglo XX sufrieron mucho con Juan Pablo II, que interpretó la teología de la liberación como una infiltración marxista en el seno de la iglesia. Su experiencia en Polonia con una dictadura comunista le impidió apreciar que ninguno de los teólogos adscritos a esa tendencia exaltó el marxismo. Simplemente, lo utilizó como una herramienta de análisis para denunciar los abusos del capitalismo. Ignacio Ellacuría repitió muchas veces que el marxismo había alertado sobre las intolerables desigualdades sociales provocadas por la economía de mercado, pero su alternativa no era ética y humana, pues pasaba por la violencia y desembocaba en un Estado totalitario. Juan Pablo II no mostró interés por comprender a los teólogos que esgrimían la “opción preferencial por los pobres”. Se limitó a silenciarlos y marginarlos. Afortunadamente, corren otros tiempos y la iglesia ha vuelto a recuperar ese espíritu profético que impregna todo el Evangelio. El gesto de Francisco de suspender las sanciones contra el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, otro profeta, puso de manifiesto que se abría una nueva época. Aunque todavía hacen mucho ruido los movimientos y las publicaciones integristas, los vientos de renovación y apertura parecen imparables. ¿Podría involucionar la iglesia? ¿Un nuevo Papa podría desmontar todo lo que ha hecho Francisco e imponer un modelo tradicionalista, aliado con las corrientes más intransigentes de la sociedad? Es imposible saberlo, pero si la iglesia diera eligiera ese camino, se hundiría en la insignificancia, convirtiéndose en algo marginal y anacrónico.

El camino estrecho

Hace años, dos sacerdotes se acercaron a mí mientras contemplaba la fachada de la catedral de Astorga y hablaron conmigo durante casi dos horas. Una y otra vez me repitieron que la iglesia no era el clero, sino el pueblo de Dios, la comunidad que sigue las enseñanzas del Evangelio. Pienso que esa es la razón por la que Francisco ha incrementado con sus reformas la presencia de las mujeres y los laicos, intentando restaurar la atmósfera de las primeras comunidades cristianas, cuando aún no existían las diferencias jerárquicas y el espacio de encuentro no era un rito solemne, sino la mesa compartida.

¿Qué puede aportar el Evangelio en nuestros días? ¿Cuál es hoy el papel de los profetas? Como señala José Antonio Pagola en ‘Jesús. Una aproximación histórica’, “el reino de Dios se va gestando allí donde ocurren cosas buenas para los pobres”. El Evangelio es una buena noticia porque aboga por un porvenir más justo, sin parias, explotados, ofendidos ni marginados. Como apunta Pagola, “¡Dios defiende a los que nadie defiende!”. Los profetas intentan mantener vivo ese mensaje, escogiendo el camino estrecho que tomó Óscar Romero, asesinado por luchar contra la actitud inhumana de las oligarquías. El arzobispo de San Salvador siguió el ejemplo de Jesús, que alzó la voz en favor de los campesinos pobres, los arrendatarios y los jornaleros de Galilea, con graves problemas de subsistencia por culpa de los terratenientes, partidarios de promover el comercio de trigo, vino y aceite en vez del cultivo de cebada, judías y otros productos necesarios para la subsistencia de las familias más modestas. Jesús vivió como los pobres, durmiendo a la intemperie y sin un trabajo estable. Desafiando a los ricos y poderosos, anunció que el reino sería de los olvidados y los oprimidos, de los humillados y los desamparados, de los que tienen sed y hambre de justicia. En cambio, los más prósperos y adinerados quedarían fuera. Su entrada en el reino sería más improbable que el tránsito de un camello por el ojo de una aguja.

Solidaridad con el vulnerable

Algunos sostienen que –conforme a su sustrato arameo– las bienaventuranzas deberían ser traducidas en primera persona. En realidad, Jesús habría dicho: “Dichosos nosotros que no tenemos nada… Dichosos los que ahora tenemos hambre… Dichosos los que ahora lloramos”. No es extraño que los políticos, oligarcas y militares salvadoreños que organizaron el asesinato de Romero llegaran a pensar que la Biblia era un panfleto revolucionario e interpretaran su posesión como un gesto subversivo. Jesús no habla de un amor retórico, como señala Pagola, sino de alimentar al hambriento, vestir al que está desnudo, visitar al que está en la cárcel, compartir con el que no tiene nada. Exalta la misericordia, no la penitencia. La salvación no es un privilegio de los que observan los ritos religiosos, sino de los que ayudan a los necesitados. Lo esencial no es el culto o la obediencia, sino la compasión.

Jon Sobrino se pregunta si es humano un mundo donde una minoría acumula insolidariamente y otra muere de escasez. Los medios de comunicación encubren esa realidad, logrando que los pobres sean invisibles e irrelevantes. Sobrino afirma que lo cristiano es prestar la voz a los que carecen de ella. Hay que contrarrestar las campañas de desinformación de “los que tienen demasiada voz”. La resignación, el fatalismo o la complicidad con los poderes establecidos no son opciones cristianas. Lo cristiano es solidarizarse con el más débil y vulnerable. Sobrino comenta con pesar que niño del Primer Mundo consume los recursos de más de 400 niños etíopes y que todos los años mueren cincuenta millones de personas a causa del hambre. Frente a esta iniquidad, aboga por la creación de “un mundo que llegue a ser un hogar para el hombre”, según las palabras del filósofo Ernst Bloch. Escribe Sobrino: “Desde la fe cristiana, tal como la actualizaron entre nosotros monseñor Romero e Ignacio Ellacuría, las víctimas son más que víctimas. Son el pueblo crucificado, el siervo doliente de Yahveh, el Cristo crucificado de nuestro tiempo”.

El porvenir de la iglesia depende de la aparición de nuevos profetas. Profetas que irriten tanto como Jesús, crucificado por la Roma imperial. Profetas como monseñor Romero, que pidió a la Guardia Nacional que no disparara contra sus hermanos (“En nombre Dios, ¡cese la represión!”). Profetas como Ellacuría, que afirmó que nadie tenía derecho a lo superfluo mientras todos no tuvieran lo esencial. Sin profetas, la iglesia solo será una institución, más preocupada por su supervivencia que por el legado del Evangelio. “La gloria de Dios –apuntó monseñor Romero– es que el pobre viva”. Lo contrario es impiedad, blasfemia. Ojalá el siglo XXI nos depare nuevos santos como Romero, testigo de Cristo entre sus hermanos.

España estrena película sobre mártires de la UCA

Imagen retomada de RTVE | Escena de “Llegaron de noche”.


La película “Llegaron de noche” relata el asesinato de seis sacerdotes jesuitas, cinco de ellos de origen español, y sus dos colaboradoras. Será estrenada en España este 25 de marzo.

La producción está basada en la historia real de la única testigo del crimen, Lucía Barrera de Cerna, quien trabajaba como empleada de limpieza en la UCA. Entre la noche del 15 de noviembre y la madrugada del 16 de noviembre de 1989, Lucía vio a agentes del Ejército que ingresaron a las habitaciones de los jesuitas y sus colaboradoras. La película muestra que su testimonio será clave para esclarecer la verdad y hacer justicia, pero además cambiará para siempre su vida y la de su familia.

El director español, nacido en El Salvador, Imanol Uribe, manifestó que “Llegaron de noche” fue una película complicada, que le llevó cinco años de su vida. Iniciaron un minucioso proceso de documentación previo, para abordar esta historia real, pero surgieron bastantes problemas con la producción al principio del rodaje, a eso añadió las adversidades por la pandemia.

Con esta producción, España vuelve a poner en el escenario público el asesinato de los seis sacerdotes jesuitas y sus dos colaboradoras.

En 2020, la Audiencia Nacional de España condenó a más de 133 años de cárcel al coronel Inocente Orlando Montano, como uno de los implicados en el asesinato cometido por las Fuerzas Armadas salvadoreñas.

El Salvador negó la extradición de 13 militares acusados de participar en el crimen, para que fueran juzgados en España. A la fecha, el caso continúa en la impunidad.