Caminar juntos: un nuevo modelo institucional

Por Rafael Luciani

En el Discurso por la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (2015), Francisco sostuvo que “el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”. A la luz de esta afirmación, se sitúa la relevancia que tiene la sinodalidad en relación a los procesos de conversión y reformas necesarias (Unitatis Redintegratio, 4.6), y se invita a toda la Iglesia a emprender procesos de consulta, escucha y discernimiento que contribuyan a construir un nuevo modelo institucional eclesial para el tercer milenio.

En ese mismo discurso, el Papa describe el nuevo modelo institucional con las siguientes palabras: “Lo que el Señor nos pide, en cierto sentido, ya está todo contenido en la palabra ‘Sínodo’. Caminar juntos: laicos, pastores, Obispo de Roma”. Pero, ¿qué significa esta expresión?

El Documento preparatorio (DP) del Sínodo sobre la sinodalidad nos explica que “‘caminar juntos’ puede ser entendido según dos perspectivas diversas, fuertemente interconectadas. La primera mira a la vida interna de las Iglesias particulares, a las relaciones entre los sujetos que las constituyen (en primer lugar, la relación entre los fieles y sus pastores, también a través de los organismos de participación previstos por la disciplina canónica, incluido el sínodo diocesano) y a las comunidades en las cuales se articulan (en particular, las parroquias)” (DP 28). “La segunda perspectiva considera cómo el Pueblo de Dios camina junto a la entera familia humana” (DP 29).

Ser comunión

En ambos casos, se nos habla de “la forma específica de vivir y obrar/operar (modus vivendi et operandi) de la Iglesia Pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (Comisión Teológica Internacional/CTI, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 6).

Por tanto, decir caminar juntos supone revisar tanto las “relaciones y las mentalidades” (ser), como las “dinámicas comunicativas y las estructuras” (operar) de la identidad y la misión de la Iglesia. Nos invita a un re-aprendizaje o conversión eclesial porque estamos ante una “dimensión constitutiva de toda la Iglesia” (CTI, Sin 1, 5, 42, 57, 70, 76, 94, 116) y ha de ser pensada a la luz de los signos de los tiempos actuales. Las palabras del papa Francisco a la Diócesis de Roma son iluminadoras al respecto (18 de septiembre de 2021):

“El tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, no es un eslogan o un nuevo término a usar e instrumentalizar en nuestros encuentros. ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo y su misión. Por tanto, hablamos de una Iglesia sinodal, evitando, de este modo, que consideremos que sea un título entre otros o un modo de pensarla previendo alternativas”.

Pero “caminar juntos” también tiene otra implicación: el hecho de que cualquier proceso de reformas debe buscar los modos de involucrar a todo el Pueblo de Dios, en su totalidad, en los procesos de escucha, discernimiento comunitario, elaboración y toma de decisiones en la Iglesia (Documento de Aparecida, 371). De ahí que una Iglesia sinodal supone reunirnos y discernir juntos en orden a accionar modalidades y procesos decisionales que surjan de la participación de todos y todas (LG 13).

O, como sostiene la Comisión Teológica Internacional, “la dimensión sinodal de la Iglesia se debe expresar mediante la realización y el gobierno de procesos de participación y de discernimiento capaces de manifestar el dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales” (CTI, Sin 53, 67, 76).

Esta nueva manera de proceder en la Iglesia a partir del involucramiento de todas y todos, se da en razón de nuestra identidad como christifideles –fieles–, mujeres y hombres, habilitados por el Espíritu para ser sujetos de derecho y acción de toda la vida y misión eclesial, en sus distintos niveles y procesos, en los que cada fiel aporta según su propio modo, competencia o vocación, como se desprende de la eclesiología del Pueblo de Dios del Concilio Vaticano II (LG2

Pasos

De todo esto deriva una cuestión fundamental que ha de guiar el discernimiento de la actual renovación eclesial: “¿Cómo se realiza hoy este ‘caminar juntos’ en la propia Iglesia particular? ¿Qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro ‘caminar juntos’?” (DP 26). Especialmente si se ha afirmado que “una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable, llamada a articular la participación de todos, según la vocación de cada uno” (CTI, Sin 67). En este sentido, necesitamos emprender procesos de conversión y de reforma, a la vez, porque, como sostiene el Documento preparatorio del Sínodo sobre la sinodalidad:

“Para caminar juntos es necesario que nos dejemos educar por el Espíritu en una mentalidad verdaderamente sinodal, entrando con audacia y libertad de corazón en un proceso de conversión sin el cual no será posible la ‘perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad’ (UR 6; EG 26)” (DP 9).

En consecuencia, caminar juntos supone aprender las nuevas dinámicas comunicativas que inspiran a este nuevo modelo institucional sinodal por construir. Francisco lo describe así: “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha (…). Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender (…). Es escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; y es escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama” (Francisco, Discurso por la conmemoración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos).

Escucha

El ejercicio de la escucha es indispensable en una eclesiología sinodal, pues parte del reconocimiento de la identidad propia de cada sujeto eclesial –laicos(as), presbíteros, religiosos(as), obispos, Papa– a partir de relaciones horizontales fundadas en la radicalidad de la dignidad bautismal y en la participación en el sacerdocio común de todos los fieles (LG 10).

Podemos decir que la Iglesia en su conjunto es cualificada por medio de los procesos de escucha en los que cada sujeto eclesial aporta algo que completa la identidad y la misión del otro (AA 6), y lo hace desde lo propio que cada uno tiene que aportar (AA 29). Tal modelo supone superar relaciones desiguales, de superioridad y subordinación, y pasar a la lógica de la recíproca necesidad (LG 32) propia de una participación corresponsable de todos y todas. Ser escuchados es un derecho de cada persona en la Iglesia, pero la escucha tiene una finalidad específica: aceptar consejos a partir de lo escuchado, y esto es un deber propio de quienes ejercen la autoridad.

Vivir la sinodalidad

Propuesta para vivir una Iglesia sinodal

por Academia de Líderes Católicos 


“Saber escuchar”, la primera actitud para aprender a caminar juntos

‘Ad portas’ de la Asamblea sinodal que se abriría al día siguiente –domingo 5 de octubre de 2014–, en el Discurso del Santo Padre al cierre del Encuentro para la Familia del sábado 4 de octubre, Francisco pedía precisamente en contexto “de familia” que la búsqueda de una sociedad “justa y solidaria” (Ex. Apost. ‘Evangelii gaudium’, 66-68) fuese el horizonte que ayudase a “percibir la importancia de la Asamblea sinodal”, que se iniciaría al deslumbrar el nuevo día.


Junto con la imagen de la calidez familiar, una segunda actitud que se percibía especialmente sensible para Francisco en el contexto del Sínodo que alumbraba era: “saber escuchar”; reiterándolo al concluir el Discurso mencionado: “Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la ‘escucha’: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama” (Francisco, Discurso del Santo Padre…, 2014).

Estos dos puntos de vista me parecen fundamentales a la hora de ir fraguando la adecuada metodología de los pasos sinodales. Caminar juntos, en una perspectiva a-sinodal, puede ser un ‘ir uno al lado del otro’ con ideas propias que se rumian en la conciencia; o, verdaderamente, caminar juntos puede significar lo que ha de implicar un profundo deseo de entablar diálogo honesto: intercambio deliberativo desde la fe para descubrir qué es lo que nos está queriendo manifestar el Señor, que siempre habla en comunidad y en vistas a la comunión. En efecto, emprender juntos una ruta para co-implicarse en ella pasa necesariamente por saber con quién voy al lado, a quién puedo fiar mi historia pasada y a quién puedo confiar mi esperanza del mañana. Requiere intimidad en torno a lo que genera una espontánea comunión y también estar dispuesto en el diálogo a reconocer los elementos que nos distancian y los que nos permiten descansar en los puntos de acuerdo, mediante la iluminación del Espíritu Santo.

Una Iglesia sinodal, por ello, ha de observar y asimilar un primer rasgo metodológico que consiste en pasar largas horas escuchando y aprendiendo a escuchar en mayor profundidad, para así no sólo atender requerimientos humanos, sino reconocer la propia voz de Dios que habla en la Asamblea y en el hoy de la historia.

Desde los Fragmentos de Heráclito (de finales del siglo V a. de C.), en Occidente ha quedado meridianamente claro que no ‘oyendo’, sino ‘escuchando’ al Logos podemos captar la profundidad de lo que es. Obviamente, no persigue con ello este presocrático hablarnos de panteísmo, sino de que si vamos más allá que de oír entidades dispersas, el Logos nos hará comprender que detrás de cualquier manifestación está el Ser, dando el sentido a todo lo que es. Es una llamada a la profundidad en la atención a lo que unifica, porque es fácil quedarse en la superficialidad de múltiples voces meramente entitativas que apuntan hacia objetivos diversos, movidos por distintas razones. Y esa es una tentación que puede acontecer al interior de la propia Iglesia, siendo diversas las motivaciones para ello. Por esta razón, ‘escuchar al Logos’, al ´Ser de Dios que habla en la conciencia’ –aunque Dios no sea identificable con la misma–, es una actitud clave para comprender las auténticas mociones del diálogo sinodal.

El Logos de Dios que habla especialmente ‘en’ y ‘con’ su Pueblo, el que para reconocer genuinamente su voz y no la propia requiere de una ascética y un auténtico espíritu de conversión del destinatario, que se inicia desde la humildad cotidiana del ob-audire, de la obediencia filial que espera reconocer la voz del Pastor y seguirla día a día. Es la razón por la que el salmo invitatorio que reiteramos cotidianamente en la Liturgia de las Horas, el 94, sea una llamada a entrar incesantemente en esa dimensión: “Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”.

El error de un mero oírse, o cómo evitar perderse

La tentación de dejar de hacer esto es, probablemente, una de las razones por las que Francisco insistiera el 17 de octubre de 2015, en el Discurso del Santo Padre con ocasión de la conmemoración de los 50 años de la institución del Sínodo de Obispos que: “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha, con la conciencia de que escuchar “es más que oír”. Es una escucha reciproca en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn 14,17), para conocer lo que él “dice a las Iglesias” (Ap 2,7)”.

Esto consiste en una llamada a querer identificar en sintonía fina como Iglesia cuál es la auténtica inspiración del Espíritu Santo en un tiempo en el que no sólo se levantan voces altisonantes contra la Iglesia de Roma, en algunas latitudes, planos y contextos; sino que dentro de la misma se alzan planteamientos que amenazan la comunión. Esta ha sido, por ejemplo, la señal que ha provenido desde la Iglesia alemana, que habiendo oído, y al parecer, interpretado a fieles (clérigos y laicos) de aquel país, viene con una propuesta que no estaría en plena comunión con las orientaciones magisteriales que la Iglesia ha conocido hasta ahora. ¿Estará dispuesta Alemania a escuchar el ‘sensus fidei’ de la Iglesia ‘universal’, que es el modo cómo se expresa la identidad católica?

Según plantea el Papa al recordar el Sínodo, se actúa ‘cum Petro et sub Petro’ no para limitar la libertad sino para garantizar la unidad: “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de fieles” se encuentra en la persona del Romano Pontífice (‘Lumen gentium’, 23). De ahí que la ‘servicialidad’ como carácter propio en conexión con una adecuada ‘colegialidad’ sean el camino hermenéutico que legitimará los acuerdos sinodales. Esa ha sido la constante en la experiencia de los Sínodos a lo largo de la historia de la Iglesia, y no debiese variar en cuanto al criterio, aun cuando los contextos culturales puedan abrir a escenarios diversos.

Por ello, la propuesta para vivir realmente imbuidos en la sinodalidad pasa por la convergencia que surge desde una verdadera ‘justicia’ y disposición para la ‘solidaridad’, como advertíamos en un comienzo. Asignar lo que corresponde desde una escucha atenta (justicia) y hacerse uno con la genuina voz del Pueblo de Dios (solidaridad) dan cuenta de un valor y de un principio del pensamiento social de la Iglesia que son fundamentales para abordar las tensiones verticales y horizontales en vistas a una genuina edificación de la sinodalidad que comience y termine por escuchar la voz del Señor.


Por Juan Pablo Faúndez Allier, LLM, PhD. Director de la Cátedra Internacional DSI y Consejero Superior PUCV y miembro del Comité Académico Internacional de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos.

Escuchar bien, discernir bien

 Gabriel Mª Otalora 

El discernimiento es un don del Espíritu Santo. En el lenguaje común es la habilidad de juzgar sabiamente y ser capaz de escoger cuidadosamente entre muchas opciones. En nuestra fe, es un ejercicio espiritual de búsqueda de la presencia de Dios que está muy presente desde los orígenes del cristianismo. Es un ejercicio que forma parte de nuestra inteligencia espiritual, una capacidad inherente a todos los humanos por ser personas trascendentes. 

Desde esta dimensión, quien busca a Dios, antes o después, tiene que vérselas con el discernimiento y trabajarlo a base de bien. Es lo grande y hermoso que tiene al ser parte del optimismo antropológico fundamental que se deriva de la experiencia de sabernos imagen y semejanza de Dios y, por tanto, seres capacitados para reconocer la voz del Señor y seguirla libremente en cada situación de la vida. Y esto naturalmente trae paz. 

Lo encontramos ya en el texto primitivo El Pastor de Hermas. Aquí, el discernimiento es sinónimo de entender la vida cristiana como lucha con fuerzas antagónicas que están combatiendo dentro del interior de cada persona ante las realidades de la vida. Para los jesuitas, como el Papa Francisco ¨discernimiento¨, sin embargo, significa mucho más. Es la práctica orante -en escucha- para tomar decisiones. Está enraizada en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loiola, unos de cuyos objetivos principales es enseñar a las personas a poner discernimiento en práctica. Es decir, ser consciente de que Dios nos ayudará a tomar buenas decisiones, aún siendo conscientes de vernos condicionados por fuerzas contradictorias; de ahí lo de la lucha interior. Unas nos llevan hacia la Verdad y otras nos empujan en la dirección contraria. 

Cualquiera que haya tomado una decisión importante conoce esta experiencia y a dificultad de identificar, ponderar, juzgar y finalmente escoger el camino más alineado con los deseos de Dios para ti y para el mundo: discernir. 

Jesús fue el primero que rezaba mucho para discernir la voluntad del Padre, que no pasaba siempre por hacerles casos a los profesionales de la religión. No podemos alquilar nuestra conciencia a otra persona, por muy docta que esta sea. Por tanto, para discernir bien es necesaria la ayuda de Dios para escoger el camino correcto a partir del Evangelio y en el contexto de la oración sin desdeñar a la razón, que también tiene su papel a la hora de valorar la realidad. Como les gusta decir a los jesuitas: “confía en tu corazón, pero usa tu cabeza”. 

Si no hay una respuesta clara, puedes recurrir a otras prácticas sugeridas por Ignacio. Puedes imaginarte a alguien en la misma situación tuya, y pensar qué consejo le darías a él o ella: esto puede ayudar a disminuir la influencia de nuestros deseos desordenados en el discernimiento. 

La exhortación Amoris Laetitia de Francisco está dirigida no sólo a familias e individuos, sino también a los pastores y otros responsables de ayudar a las personas a formar sus conciencias. En este escrito, el Papa nos habla una y otra vez sobre el discernimiento y la conciencia. Nos recuerda que mientras las reglas son importantes, en los entornos pastorales se necesita algo más, como es la acción de la gracia de Dios dentro de los corazones de los creyentes, que ayuda a tomar decisiones buenas, saludables y dadoras de vidas. Podemos hacerlo, Dios nos ha capacitado para ello pues a través de nuestras manos, el Espíritu obra maravillas a nuestro alrededor… si le dejamos; es decir, si le escuchamos con voluntad de discernir lo que Dios quiere. 

Escuchar

Bien sencillo. Este verano he recorrido bastantes iglesias y he participado en la celebración de ellas como un cristiano más. Y he vivido una experiencia que clama arreglo y pide cambio. En varias iglesias no se oye en las misas ni las lecturas ni la predicación ni las oraciones. Y todo porque el sistema de audición está en malas condiciones… Es algo urgente. No se oye al sacerdote que, ya muy mayor, no pronuncia claro o porque los altavoces están muy deficientes… 

Es precisa una revisión de todo el sistema auditivo. Que los sacerdotes y lectores pronuncien, lean, prediquen muy claro pronunciando bien. Que los altavoces estén arreglados. 

“¿Cómo creerán si no oyen?” ¿Y cómo oirán si no les llega clara y nítida la Palabra? Se da además la circunstancia de que las personas que escuchamos, somos mayores y con malas condiciones auditivas. 

No sería nada superfluo que, aunque tarde, aprendamos a pronunciar con claridad y que hagamos esfuerzo por dejarnos oír. Aprender a vocalizar. 

El leer y pronunciar claro nos lleva a transmitir mejor el Mensaje y a facilitar a los cristianos el oír y entender. Estos son los preludios. Pero hace falta “atención”. Necesitamos escuchar, acoger, profundizar la Palabra. Y por experiencia propia, no sería inútil el volver a leer las lecturas por segunda vez. 

La Palabra es algo esencial en la celebración. Y bueno sería si personalmente leemos antes de ir a misa las lecturas que tocan y mucho mejor si las meditamos en casa. Y bueno es todo el sistema: pantalla, copias, silencio… 

He visto que algunos presidentes de la celebración hacen una breve pero sustanciosa explicación de las lecturas para ponernos ya en pista a la hora de oír. Mucho cuidado para que la monición de introducción no sea un rollo repetitivo, sino que sea eficaz como espada que cala en el alma. 

He visto que en algunas parroquias se reza el rosario y demás preces antes de misa. ¿No sería una oportunidad de cinco minutos para los que quieran escuchar la Palabra con un comentario interesante y vivo? 

Para oír, se requiere silencio. Por eso, es fundamental que la comunidad aprendamos a vivir el silencio, a calar en el significado de las palabras. Decir, oír, escuchar, acoger, vivir. Un proceso para que la Palabra sea eficaz y cale. 

Escuchar: el silencio que habla

El silencio que habla: ‘Escuchar’, la comunicación a contracorriente de Francisco
Francisco devuelve su valor principal a la comunicación, robándole el paradigma funcionalista de ganar contra el otro
La consecuencia inmediata de esta lógica «altruista» es que este mensaje aumenta en fuerza cuanto más se «aparta» la persona que lo anuncia
En los meses de encierro, Francisco hizo innumerables llamadas a personas que sufrían, pacientes de Covid-19, ancianos e incluso enfermeras y jóvenes
Para el Papa, no hay que tener miedo de dar lugar a la opinión del otro, a sus propuestas, incluso a sus preguntas, aprovechando el bien del que cada uno es portado
01.01.2021 | Alessandro Gisotti
Para la «comunicación a contracorriente» de Francisco, la escucha es un componente fundamental, emergente. En el Portal web de la Enciclopedia Treccani, un especial sobre las palabras del papa Francisco se centra en los grandes documentos del Pontificado. Para el Papa, comunicar es ante todo compartir y compartir requiere escuchar.
¿Se puede comunicar escuchando? Vivimos en una época en la que parece que si no tenemos la última palabra hemos «perdido» en la comunicación. Lo vemos todos los días en los programas de televisión y en los debates entre políticos. Lo experimentamos personalmente en las redes sociales (el espacio más frecuentado hoy en día), donde si no publicamos el último tweet o el post de conclusión, parece que salimos derrotados de una conversación, sea cual sea el tema.
El papa Francisco ha volcado este paradigma funcionalista de la comunicación, que considera el comunicar, como un arma para ganar contra el otro, y le ha devuelto su valor principal: un regalo, una oportunidad, que nos ayuda a crecer junto con el otro. La consecuencia inmediata de esta lógica «altruista» es que el comunicador no prevalece sobre el mensaje que quiere transmitir. Por el contrario, este mensaje aumenta en fuerza cuanto más se «aparta» la persona que lo anuncia.
El silencio que habla
Es aquí, entonces, cuando en Francisco, el silencio e incluso la inmovilidad (una paradoja en la era de los medios de comunicación siempre en busca de sonido y movimiento) se convierten en amplificadores de sentido.
Los que tuvimos el privilegio de seguir la visita de Francisco a Auschwitz-Birkenau el 29 de julio de 2016, nos conmovió su silenciosa oración, que pareció durar un tiempo interminable.
Mejor que cualquier discurso, ese silencio fue capaz de transmitir el sufrimiento y la consternación por el dolor que ese lugar siempre llevará consigo, pero al mismo tiempo también la necesidad de hacer memoria, para no olvidar el horror sin precedentes de los campos de exterminio.
Pasan cuatro años. Otro «silencio que habla» en otro momento dramático de nuestra historia. Es el 27 de marzo de 2020: el Papa solo, en una plaza vacía de San Pedro, reza bajo el Crucifijo de madera de San Marcello y el icono de la Salus Populi Romani.
Esa celebración, en un contexto casi surrealista, sigue siendo una de las imágenes más fuertes de la pandemia. Al día siguiente, la foto del Papa en oración apareció en las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo. El mensaje fue más allá del perímetro de la fe católica y se convirtió en el intérprete de la angustia y las esperanzas de toda la humanidad.
Las llamadas del pastor
Para la «comunicación a contracorriente» de Francisco, la escucha es un componente fundamental, emergente. No es casualidad que, en este período marcado por la imposibilidad de moverse y la drástica reducción de encuentros con personas, el Papa – con esa «creatividad de amor» a la que hace referencia a menudo – haya dedicado mucho tiempo a llegar a la gente a través de una antigua herramienta de comunicación que no pasa de moda: el teléfono.
En los meses de encierro, Francisco hizo innumerables llamadas a personas que sufrían, pacientes de Covid-19, ancianos e incluso enfermeras y jóvenes (por ejemplo, los del oratorio de Nembro, una de las zonas más afectadas por el virus), que se pusieron manos a la obra para ayudar a los que estaban en dificultades. Son llamadas telefónicas, las de Jorge Mario Bergoglio, realizadas más para escuchar experiencias que para ofrecer indicaciones. «Esto», dijo el Papa cuando fue entrevistado por una revista española, «me ayudó a mantener el pulso de cómo las familias y las comunidades estaban viviendo este momento».
La terapia de la escucha
Por otra parte, ya en 2016, Francisco subrayó que escuchar «es mucho más que oír», «escuchar significa prestar atención, tener el deseo de comprender, dar valor, respetar, guardar la palabra de los demás». Y también en ese año, durante su viaje internacional a México, hablando con los jóvenes de la ciudad de Morelia dijo que cuando un compañero está en dificultades, hay que ponerse a su lado, escuchando. «No digas te daré una receta», enfatizó el Pontífice, «pero dale fuerza escuchando, esa medicina que se está olvidando, la terapia de la escucha».
Se necesita un «apostolado de la oreja», dijo de nuevo durante el Jubileo de la Misericordia. Una fórmula que parece hacerse eco de la exhortación de Francisco de Asís a sus frailes: «Inclina el oído del corazón». Pier Paolo Pasolini, después de conocer a la Madre Teresa, dijo de ella que «su ojo donde mira, ve».
De alguna manera, Francisco, en su dimensión de comunicador, «donde siente, es decir donde oye, escucha». Escuchar, para él, tiene que ver con el «ABC» de las relaciones humanas. Requiere tiempo, requiere paciencia, la cantidad adecuada de tiempo para acercarse al otro, acortando las distancias y superando los prejuicios. Una actitud que a veces desconcierta, pero que es perfectamente coherente con la visión de una Iglesia en salida y Hospital de campaña del que es intérprete y testigo en primera persona. «Comunicar», escribió Francisco, «significa compartir y compartir requiere escuchar».
El poder de la cercanía
Muchos se preguntan dónde está el secreto del éxito comunicativo del Papa, que casi 8 años después de su elección permanece intacto, como lo demuestran, entre otras cosas, las homilías de las misas matutinas que se celebraron durante la pandemia, seguidas por millones de personas en todo el mundo. Tal vez el «secreto» radica precisamente en que vuelve a poner en el centro el auténtico valor de la comunicación, centrado en el hombre y no en los medios. El valor de un poder «paradójico» que crece cuanto más se reduce, al ponerse al servicio del otro, un poder de cercanía.
También en la comunicación, por lo tanto, el Pontífice nos pide que sigamos el modelo del Buen Samaritano. No por casualidad, en su primer Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales, escribe que la parábola del Buen Samaritano «es también una parábola del comunicador» porque quien comunica «se hace prójimo». Con palabras y gestos, Francisco nos dice diariamente que debemos «arriesgarnos» para comunicarnos, arriesgarnos por nuestro prójimo como lo hizo el hombre de Samaria en el camino de Jerusalén a Jericó.
Para el Papa, no hay que tener miedo de dar lugar a la opinión del otro, a sus propuestas, incluso a sus preguntas, aprovechando el bien del que cada uno es portador. Sólo así, de hecho, reconociéndonos todos como hermanos, «Fratelli tutti«, podemos construir un futuro mejor, digno de nuestra humanidad común