En camino de fe hacia la resurrección en Cristo

Resurrección de Lázaro, de José de Ribera

«Caminar en el espíritu de Cristo significa vivir con fe para superar el dolor y la aflicción que causa en nosotros de forma continua el pecado y la muerte»

«¡Muchos judíos creyeron en Jesús al ver que resucitó a Lazaro, al ver su amor hacia su amigo cuando expresó en lágrimas cuanto lo quería!»

«El día tiene 12 horas de luz. La fe nos hace posible caminar en esa luz para que nada nos detenga y, vayamos confiados en Dios para que se realice su plan de salvación»

«Caminemos a la luz de la fe día a día y, cultivemos nuestra amistad con Dios, única garantía que permite que al tener de amigo a Dios y ser sus amigos siempre estaremos en experiencia de salvación»

Por | Fray Alfredo Quintero Campoy OdeM

La redención en Cristo desborda toda vida de la gracia.

La experiencia cotidiana de amistad que estamos llamados a vivir en Cristo nos garantiza, desde la fe, la resurrección.

En Cristo se supera toda tristeza a causa de la muerte y el pecado que nos afligen en la debilidad de nuestra humanidad.

Caminar en el espíritu de Cristo significa vivir con fe para superar el dolor y la aflicción que causa en nosotros de forma continua el pecado y la muerte.

Dios Padre nos concede todo en Cristo, como nos dice la segunda lectura de la carta a los romanos de este quinto domingo de Cuaresma.

La humanidad se ve renovada desde Cristo.

Enriquecedor escenario en Betania, Lazaro ha muerto, el amigo de Jesús que estaba muy enfermo y era muy amado por el Maestro, las hermanas se quedaban solas, hasta cierto modo sintiéndose desprotegidas a falta del hermano que ha muerto. Aunque tarda en llegar, Jesús llega porque así son los tiempos de Dios.

El amor siempre está ahí, en la salud, enfermedad y muerte. Pero la fidelidad del amor que hace a Jesús moverse desde la distancia para volver a Judea, donde tiene ya un ambiente adverso porque lo quieren matar, nos hace ver la fuerza del amor que mueve a Jesús para estar ahí con sus amigos que pasan por esta prueba muy humana y , ahí revela ese poder al resucitar a Lazaro para que el conocimiento de la fe siga creciendo.

Hay que crecer en el conocimiento de la fe en la medida que Dios nos va permitiendo día con día.

¡Muchos judíos creyeron en Jesús al ver que resucitó a Lazaro, al ver su amor hacia su amigo cuando expresó en lágrimas cuanto lo quería!

Esa bondad que se ve en las personas nos hace descubrir esa verdad que Jesús proclama y da testimonio.

En la vida tenemos que llegar a esa verdad que se revela en las personas desde ese amor.

Es un amor que acerca y une y, lo que era difícil porque a Jesús lo querían matar en Judea, hace que los discípulos sepan confiar en Dios.

El día tiene 12 horas de luz. La fe nos hace posible caminar en esa luz para que nada nos detenga y, vayamos confiados en Dios para que se realice su plan de salvación y, nos maravillemos al ver la revelación de experiencias que nos iluminan y fortalecen en la fe.

Los amados hacen posible esa travesía de Jesús con sus discípulos hasta Betania, cerca del
lugar de riesgo como es Jerusalén donde querían matar a Jesús. Y ahí el Padre le permite a Jesús manifestarse con todo su poder al resucitar a Lázaro.

Dios siempre escucha a Jesús, Él es nuestro garante ante el Padre.

Ni la muerte, ni la piedra que tapa el sepulcro, ni los cuatro días de descomposición del cuerpo de Lazaro impiden la fuerza de gracia de vida que comunica el espíritu del Padre en Jesús.

Caminemos a la luz de la fe día a día y, cultivemos nuestra amistad con Dios, única garantía que permite que al tener de amigo a Dios y ser sus amigos siempre estaremos en experiencia de salvación y de liberar los momentos angustiosos, que siempre se asoman a nuestra vida, así superaremos cualquier temor y nos animará la confianza del amigo Jesús que nos ama.

Anunciación: Ave María. Un canto a la vida

Hoy, fiesta de la Anunciación/encarnación de Dios en María, quiero  comentar las primeras palabras del Ángel (Lc 1, 26-38), que forman el comienzo de la antífona/oración mariana por excelencia:   Ave/alégrate, llena de gracia (kekharitômenê), y lo haré en dos momentos.

(1) En primer lugar me ocupo del sentido general de esas palabras, tal como han sido asumidas y completadas en las tres partes de la primera invocación mariana de la Iglesia, que es el Ave-María.

(2) En segundo lugar, en una clave ya más técnica (de exégesis) me ocupo del sentido del término central: kekharitômenê, llena de gracia. Buen día a todos.

Por | X.Pikaza

La Anunciación, témpera sobre tabla realizada por el dominico Fra Angélico y conservada en el Museo del Prado, es una de las obras más conocidas del mundo del arte.

Ave María. Las tres partes de la oración. El Ave María es una fórmula de oración muy importante para millones de cristianos. Ella consta de tres partes.

(a) La palabra del ángel de la Anunciación que saluda a María en términos de gozo y cumplimiento mesiánico: Ave, gracia a ti, agraciada, el Señor está contigo (Lc 1, 28).

(b) La palabra de Isabel que, al descubrir la acción de Dios, eleva su palabra: bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre (Lc 1, 42).

(c) La palabra de la Iglesia. Ella recoge en reverencia los aspectos anteriores y se atreve a penetrar en el misterio, confesando la grandeza de María como santa y madre de Dios. Por eso implora en gesto confiado: «ruega por nosotros, pecadores…».

De esta forma se han unido súplica eclesial y recuerdo salvador, saludo y bendición, ruego y alabanza. Todo se condensa en la persona de María que aparece ante los fieles como signo radical de cercanía de Dios, como una especie de rostro muy cercano del misterio. No es por tanto sorprendente que esta breve oración haya venido a convertirse en lugar privilegiado de la fe, la petición y la alabanza para miles y millones de cristianos.

La primera parte del texto es el saludo mesiánico del ángel de Lc 1,28: «Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo».De esta forma un poco libre y a mi juicio no del todo afortunada se traduce al castellano la palabra de la anunciación. Tres son a mi entender los cambios más salientes. (1) Al traducir el khaire en Dios te salve se ha perdido el tono del saludo con su invitación al gozo mesiánico. (2) Al añadir el nombre de María, la palabra kekharitômenê, agraciada, pierde su carácter de título personal y se convierte en simple predicado (llena eres de gracia). (3) Al presentar a María como llena de gracia parece que se alude a un tipo de virtud propia de María más que a la presencia de Dios en ella.

Por eso preferimos comentar el texto utilizando una traducción más cercana al texto: gracia a ti (alégrate agraciada, el Señor está contigo. Son palabras que provienen del Señor que guía la historia de Israel, que ha prometido salvación desde el principio y ahora viene, por fin, a realizarla. Son palabras que se escuchan en el campo de esperanza de la historia de los hombres que caminan hacia el reino final de la justicia y de la gracia. Por eso, ellas resuenan con gran fuerza todavía. Quien dice esas palabras es el ángel Gabriel, que es fortaleza de Dios y que realiza, en cuanto ángel, dos misiones primordiales: 1) canta la grandeza de Dios en alabanza que no cesa, como voz de santidad y gloria (cf. Is 6,3; Lc 2,14); 2) es mensajero del Señor para los hombres, actúa como signo y expresión de su presencia. Pues bien, cumpliendo su función de mensajero de Dios, el ángel actúa como cantor de María:

Fuente virgen maría nazaret fotografías e imágenes de alta resolución -  Alamy

‒ ¡Alégrate! (gracia a ti, khaire). Es la palabra de saludo al comienzo de la escena. Seguirá el título (agraciada) y la afirmación de la presencia de Dios (el Señor está contigo). Conforme al sentido ordinario, el término griego se puede traducir por «ave», que significa algo así como salud, estate bien o suerte. Sin embargo, en el fondo del saludo del ángel se percibe un tono más intenso de gozo y plenitud. Etimológicamente khaire significa «alégrate» y este es el motivo que resuena en la palabra del ángel. Pero todavía podemos avanzar, aunque ya con más cautela. Es posible que «khaire» transmita la voz y alegría de viejas proclamas mesiánicas: «Alégrate, hija de Sión; grita jubilosamente, hija de Jerusalén…, porque el Señor, que está en medio de ti, es el rey de Israel» (Sof 3,14-15; cf. Jl 2,21; Zac 9,9). El saludo refleja así un gozo de gran profecía. En un mundo de males y muerte Dios viene a ofrecer su esperanza, invitando a la vida, a través de María.

‒ Agraciada (kekharitômenê). Es el nombre que Dios ha ofrecido a María, dándose así un nombre nuevo: de ahora en adelante ella será Agraciada (la privilegiada). Así, Dios llama a Gedeón Guerrero de Valor (Jc 6,12) y Jesús llama a Simón Pedro (Piedra; Mt 16,18 par). Pues bien, María es ya Agraciada: ella es sencillamente la escogida, aquella a la que Dios ha iluminado, como faro salvador para los hombres. Ciertamente, la podemos llamar Llena de Gracia, con la tradición latina o castellana; pero es llena porque Dios la favorece y no por algo que ella tenga[1].

‒ El Señor está contigo. Estas palabras confirman lo dicho. Al saludo jubiloso (alégrate) y al nombre personal (Agraciada) sigue la presencia de Dios, garantizando la verdad de todo lo indicado: el Dios que la ha escogido la acompaña, en gesto de asistencia. De esta forma se realiza el misterio de la alianza: Dios ofrece su mano a quien escoge, sosteniendo y dirigiendo su camino (cf. Gen 26,24; Ex 3,12; Jue 6,16). Por eso, esta primera alocución del ángel viene a culminar en las palabras de asistencia y de promesa: el Señor está contigo y de esa forma cumplirás tu cometido.

Las 7 imágenes de la Virgen María en Roma atribuidas a san Lucas

  Sin perder su figura individual, María viene a presentarse como signo y plenitud del pueblo israelita. Por ella ha culminado Dios su obra salvadora. Por eso la saluda con palabras que destilan alegría, por eso le concede su asistencia, en expresiones que suponen cumplimiento radical del pacto, como dirán las palabras posteriores: «el Espíritu santo vendrá sobre ti…» (Lc 1,35).

LA THEO-TÓKOS. SANTA MARÍA MADRE DE DIOS – La Belleza de los Iconos

La segunda parte de la oración es la bendición de Isabel (Lc 1,42): «Bendita tú eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre». Estas palabras inician la alabanza de Isabel (cf. Lc 1,42-45). Como agraciada de Dios y reasumiendo en su persona al pueblo israelita, María viene a visitar a su parienta. Isabel, madre del profeta final y profetisa, condensando en su palabra toda la palabra del AT, proclama la grandeza de María, llamándola bendita. La Iglesia ha descubierto muy pronto la relación de esta palabra de Isabel con el saludo del ángel que hemos visto. Por eso, muchos manuscritos primitivos ya las unifican. Antes era el ángel de Dios quien saludaba. Ahora es el mismo pueblo de Israel quien mira hacia María y la bendice por medio de Isabel, su prima. Brevemente situamos los tres planos de esa bendición: en culto, historia y pacto.

 ‒ La bendición constituye un elemento primordial delculto. Los sacerdotes, hijos de Aarón, deben bendecir de esta manera: «el Señor te bendiga y te guarde…» (Núm. 6,23s). Ahora, al final de la historia, no bendice el sacerdote, ni el templo es el lugar donde se invoca plenitud y vida para el pueblo. En el hogar de su vida ordinaria, Isabel ha recibido la fuerza del Espíritu, descubre la presencia de Dios en la persona de María y canta su grandeza. No le ofrece ya un deseo, no le augura plenitud para el futuro. Ve la mano de Dios en su camino y canta, transportada: «tú eres la bendita». Así culmina la palabra del culto israelita.

‒ La bendición se relaciona con la historia. Allá al final, cuando Dios cumpla todas sus palabras, llegará su bendición hasta las gentes, a través del pueblo israelita (cf. Gen 12,1-3). Pues bien, las palabras de Isabel suponen que ese tiempo final nos ha llegado: en María se ha cumplido la más honda bendición de la mujer que se explicita en forma de maternidad mesiánica. La vida de Dios llega a la entraña de este mundo: ha nacido el salvador entre los hombres. Por eso, María, junto con Jesús, no es simplemente «bienaventurada», como son los pobres y pequeños de la tierra que confían en las manos de Dios como creyentes (cf. Lc 1,45; 6,20-21). Siendo culmen de la historia y transmisora de la salvación escatológica, María es la bendita: realiza así la acción de Dios, es transmisora de su vida entre los hombres.

Madre de Dios del Signo o Platytera - Diccionario iconografico - Taller  Iconográfico San Lucas

‒ La bendición presenta, en fin, rasgos de pacto. Allí donde se acoge la presencia de Dios, se cultivan sus preceptos y se expande la gracia transformante de su amor, emerge bendición; por el contrario, allí donde los hombres rompen el pacto se destruyen a sí mismos, convirtiendo así la vida en maldición (cf. Dt 27,12-13; 28,1-68). Pues bien, María ha realizado el pacto («el Señor está contigo…»), respondiendo con su vida a la palabra que Dios le ha dirigido. De esa forma su existencia se convierte en lugar de bendición: allá en el culmen de la historia, ella, la bendita, se desvela como signo radical del pacto, campo en que se expresa el amor y bendición de Dios para los hombres. Aunque sea Isabel quien lo proclame, en estallido de júbilo, María es la bendita porque Dios así lo quiere, como indica el verbo en voz pasiva (eulogémené). Es Dios quien la bendice. Isabel, como vidente final del AT, no hace más que explicitar ese designio de Dios y proclamarlo de una forma abierta. La palabra del ángel se ha expandido y los creyentes de Israel asumen la alabanza de María, llamándola bendita[2].

La tercera parte es una súplica eclesial: «Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén».El ángel la ha llamado agraciada; Isabel ha confesado que es bendita; la Iglesia la proclama santa y madre de Dios, pidiendo su intercesión:

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‒ María es santa. Toda su existencia pertenece a ese nivel donde se elevan ya los serafines de Isaías, mientras cantan: «santo, santo, santo» (Is 6,3). Ella es transparente, como espejo donde Dios expresa su misterio. Dando un paso más, decimos: ella es santa, ha recibido el Espíritu de Dios que es santidad personificada (cf. Lc 1,35). El Espíritu de amor, gratuidad y comunión de Dios la llena. Así podemos entender mejor lo que decimos: ella pertenece al campo del Espíritu, al nivel donde se actúa la presencia salvadora de Dios entre los hombres, en gesto de absoluta gratuidad, de entrega plena. Por eso, al confesarla santa en un sentido radical, confesamos que ella es transparencia, es el reflejo personal, cercano, del Espíritu de Dios sobre la tierra.

‒ María es madre de Dios. En una especie de pequeño credo que se añade a la palabra de saludo y bendición, nosotros confesamos el misterio de la maternidad divina de María. Sólo si decimos que ella es «theotokos», reasumiendo las palabras del Concilio de Efeso (431 d.C.), podemos confesar que el Verbo, Hijo de Dios, es hombre verdadero. Sin esta afirmación mariológica no existe credo cristológico: sólo si ella es madre de Dios nosotros seremos hermanos del Dios encarnado. Pues bien, María no es madre por sus fuerzas personales o poderes dentro de la historia; es madre porque ha sido transparente a la presencia del Espíritu. Así, confesando su gesto maternal, la introducimos dentro del misterio trinitario.

‒ Por eso suplicamos: ruega por nosotros… Aparece tan cerca del Espíritu, tan llena de la fuerza de Dios y, al mismo tiempo, sigue siendo tan humanamente acogedora y compasiva que los fieles la terminan invocando como intercesora especial en su camino. Sabemos por Juan que el intercesor primero es el Espíritu Paráclito: nos llena, nos defiende y nos conduce al Cristo. Sin embargo, para muchos fieles el Espíritu aparece lejano. Por eso, en transferencia perfectamente lógica, atribuyen a María los aspectos y funciones maternales del Espíritu: el misterio de su gracia, su presencia intercesora. Lógicamente le suplican: «ruega, intercede, por nosotros, pecadores…». Frente a la santidad de María está nuestro pecado; frente a su plenitud de madre, coronada de Espíritu en el cielo, viene a desvelarse ya nuestra miseria y angustia en el presente, dirigido siempre hacia la muerte. Por eso le decimos: «ruega por nosotros ahora y en la hora…».

Llena de gracia (Lc 1,28). Estudio exegético.

La palabra clave del saludo del ángel a María es kekharitômenê, llena de gracia o agraciada, que ha de entenderse en la línea de otros textos semejantes de la Biblia (cf. Gen 16,7-13; 17,1-21; 18,1-15; Jue 6,11-24; 13,2-21; Mt 1, 18-25; Lc 1,5-25)[3]. Lo primero que sorprende es el preciso juego de palabras: khaire kekharitômenê; gracia a ti… Gracia-alegría (khaire, khara) y la agraciada (kekharitômenê, kharis) provienen de una misma raíz y a menudo se cruzan y mezclan en su significado[4].

Pues bien, sin identificar kharis y khara debemos resaltar la coincidencia originaria entre gracia y alegría: sólo allí donde irrumpe la gracia salvadora de Dios puede hablarse de auténtica alegría; y sólo donde adviene la alegría mesiánica recibe sentido y realidad la gracia. Fundados parcialmente en este presupuesto, algunos exegetas han querido interpretar el comienzo del saludo en forma de llamada mesiánica: Dios invita a la doncella de Sión a la alegría (cf. Is 66,10.14; Sof 3,14; Jl 2,21; Zac 9,9), pues será transfigurada por la gracia de su Dios y liberada de las antiguas servidumbres que la aplastan. Gracia y alegría son, por lo tanto, dos facetas de una misma plenitud de Dios, de una presencia salvadora que llena a los creyentes y especialmente a María.

Esta interpretación no es del todo segura: no tenemos certeza de que Lucas haya pretendido dar a esa palabra khaire todo el vigor de las antiguas profecías de la alegría/gracia mesiánica. Podría tratarse de una palabra de saludo cercano y cariñoso, como era normal en lengua griega. Sea como fuere, tenga o no fondo mesiánico, una cosa es, a mi juicio, cierta: entre la alegría/gracia del saludo del ángel (khaire) y la gracia de María (kekharitômenê) existe, por implicación fonética y por juego de palabras, una conexión intensa que nosotros ya no descubrimos en nuestras traducciones[5].

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Llamando a María kekharitômenê en el momento más solemne del anuncio mesiánico, Lucas ha realizado una opción de grandes consecuencias. Podría haber empleado otra palabra más normal eukharis (hermosa, bien agraciada) o referirse a una expresión normal de plenitud, como lo hace cuando habla de Esteban (lleno de gracia: Hch 6,8). Pues bien, Lucas escoge el verbo más difícil y más raro, un verbo que en todo el NT sólo vuelve a aparecer en otro texto que luego estudiaremos (Ef 1,6). ¿Por qué? Porque quiere acentuar la fuerza y valor de esta palabra, como han puesto de relieve las traducciones principales:

  1. Hermosa, Bella, Agraciada. Kekharitômê significa mujer llena de gracia, revestida de hermosura que proviene de Dios y que se expande hasta el nivel del mismo cuerpo. A pesar de que algunos autores lo rechazan, pienso que es preciso mantener este sentido, en la línea de Eclo 9,8 y de los Hechos apócrifos, que han empleado la palabra refiriéndose a una mujer o niño hermoso, corporalmente agraciado (Acta Ap. Apocrypha I, Leipzig 1898, 218). Ciertamente, Lc 1,28 es mucho más que un cumplido a la belleza femenina de María. La palabra se dirige a su persona. Pero hablando de ella es importante el rasgo corporal. De María se dirá después, concretando nuestro texto: «has hallado gracia ante Dios; por eso, he aquí que concebirás en tu seno…» (Lc 1,30.31). De la belleza y plenitud profunda de María, de esa plenitud que se explicita también en sus entrañas de mujer grávida de vida, trata nuestro texto. Sin esta salud y hermosura corporal, que comienza por mostrarse en una dimensión física, el saludo del ángel pierde su sentido[6].
  2. Privilegiada, Favorecida, Agraciada. Kharis es más que belleza física: el ángel la saluda declarando que Dios mismo le ofrece su favor y privilegio. Así pone de relieve dos aspectos: la kharis es efecto del amor de Dios; al mismo tiempo es sentido y realidad en la existencia de María. Por eso, algunos como J. P. Audet han resaltado el matiz de Privilegiada, destacando el favor o privilegio que Dios le ha concedido al saludarla de esa forma17. En una línea semejante, R. E. Brown prefiere llamarla Favorecida o Favorita de Dios: no importan las posibles cualidades de María, sino el hecho de que Dios se fija amorosamente en ella18. Destacando este matiz, quizá es mejor hablar sencillamente de Agraciada, dando a esa palabra toda su fuerza posible: la gracia no es lo mío, es lo que Dios hace que yo sea. Por eso, dentro de una línea que está cerca de la tradición paulina, decimos que María es la mujer (el ser humano) que, poniéndose en las manos de Dios, por pura gracia, ha recibido hondura y plenitud allá en el centro del camino mesiánico[7].
  3. Llena de gracia. La perspectiva anterior resulta insuficiente. Ciertamente, Dios actúa. Pero María no es una mujer pasiva. Ciertamente, ella recibe, acoge. Pero, al mismo tiempo y por regalo singular de Dios, actúa, es dueña de la gracia. Por eso, con un fondo de razón, la Vulgata ha traducido gratia plena, llena de gracia. Así destaca aquello que podríamos llamar la nueva y definitiva condición humana de María: por misterio de Dios ella está envuelta y traspasada, enriquecida y recreada en gratuidad; por eso, el favor y privilegio de Dios, sin dejar de ser un don, le pertenecen desde dentro. Así lo indica con justicia una larga tradición católica. De todas formas, la expresión llena de gracia ofrece dos posibles desventajas: por un lado, deja un poco en sombra el hecho de que todo lo que tiene María es don que ha recibido; por otro, alude a una grandeza o plenitud (cf. Hch 6,8 y Jn 1,14) que se debe precisar con más cuidado, como luego mostraremos.
  4. Contemplada. Una forma de resolver la posible contraposición entre «agraciada» y «llena de gracia» ha sido propuesta por la traducción exegético-teológica de L. Boff: «El pasivo indica que María ha sido objeto de la acción del Espíritu, ha recibido la comunicación del Espíritu santo y, en adelante, lo posee de un modo habitual y permanente… Por ello, nosotros preferimos la palabra contemplada. Y ello por una razón muy concreta. La tradición de la Iglesia, basada en los textos bíblicos, ve a María como templo del Espíritu santo. Ahora bien, la palabra contemplar procede etimológicamente de templo. María, pues, fue contemplada por el Espíritu santo para que fuera su templo. Este es el verdadero nombre de María»[8]. En principio, esta postura me parece positiva. En ella se han unido dos facetas importantes: 1. Dios mira a María: contemplándola la eleva y enriquece (cf. Lc 1,48: epeblepsen, miró a su pobre sierva); 2. Dios hace a María templo de su gracia, enriqueciéndola por dentro. A pesar de ello, esta manera de entender el tema me parece también insuficiente: María es más que templo, es sujeto personal que puede dialogar, dialoga con su Dios.
  5. Amada de Dios, Amiga. Para la Biblia, gracia significa siempre relación entre personas: es el favor del rey (cf. 1 Sam 16,22; 2 Sam 14,22; 1 Re 11,19), es el amor (Cant 8,10), es ambas cosas, como muestra el libro de Ester cuando nos habla del amor del rey a la mujer israelita (cf. Est 2,17; 5,8; 7,3; 8,5). Desde aquí ha de comprenderse la palabra del ángel a María: indica el amor de Dios por ella, amor que le enriquece, le transforma[9]. María es más que simplemente hermosa, es más que contemplada. Dios la plenifica con su gracia para dialogar con ella, para amarla. María es ante todo una persona porque la ama Dios, y como amiga de Dios ha recibido su favor y le responde con su propia entrega (cf. Lc 1,38: hágase en mí según tu palabra). Esta perspectiva nos conduce hasta el espacio donde kharis (gracia) y agape (amor) vienen a encontrarse[10].

Según eso, kekharitômenê ha de entenderse en forma de llamada o denominación personal (personalizadora). Conocemos su nombre anterior, María (cf. Lc 1,27). Así la llama el ángel y la vuelve a presentar el redactor (Lc 1,30.34.38). Pues bien, en nuestro caso, el evangelio ha preferido presentarla de manera diferente y llamarle: kekharitômenê, como hizo más de una vez en el Antiguo Testamento, así cuando definió a Gedeón como Guerrero de Valor (Jue 6,12). Porque tiene función nueva, la doncella nazarena ha de tomar una denominación diferente, que proviene de Dios, no de los hombres, una denominación teófora que expresa de manera anticipada todo lo que hará y será María en el futuro como Amada de Dios entre los hombres[11].

María es kekharitómene: agraciada, amada. ¿Desde cuándo? ¿hasta cuándo? (a) Esa palabra indica algo anterior: «has hallado gracia ante Dios» (1,30). (b) Esa palabra anuncia lo que viene: «he aquí que concebirás…» (1,31). Precisamente aquí, en la unión de pasado y futuro, se ilumina el contenido de temporalidad de la gracia de María. Ella es amada-agraciada porque está fundada en un pasado de elección de Dios y porque colabora de manera positiva al nacimiento futuro del Cristo. Esto nos obliga una vez más a precisar las perspectivas:

 ‒ Unaperspectiva funcional entiende el término kekharitômenê en línea extrinsecista: María es agraciada solamente porque ha recibido una misión y puede realizarla. Lo que Dios le ha concedido es sólo gracia para obrar, no gracia para ser desde la hondura de sí misma. Por eso, ella no es más que una mujer simple y normal que en un determinado momento de su vida debe realizar una tarea extraordinaria. Pasa ese momento, cesa la tarea y ella vuelve a lo que fue, como los otros. En línea teológica, podríamos decir que el favor que Dios le ha dado es «gracia gratis data», no santificante. Eso lo acentúan, sobre todo, los autores protestantes.

‒ Unaperspectiva más esencialista u ontológica interpreta el kekharitômenê a partir de la gracia santificante: «como favor divino instaurado en un alma a título de cualidad permanente»,Este favor transforma profundamente el alma de María: es como abundancia que le envuelve, plenitud que le penetra desde el mismo comienzo de su vida. Al interior del «llena de gracia» se contienen y se expresan, en suma de conjunto, las gracias abundantes que Dios ha decidido regalar para María en su decreto eterno. Esta es la lectura que se ha hecho más corriente en los autores católicos modernos.

‒ Pues bien, yo quiero defender una visión más personalista que asume y completa los rasgos de las anteriores. Gracia es la hondura personal de la existencia de María, es el sentido de su encuentro con Dios y de su entrega por los hombres (por medio de Jesús, el hombre nuevo). Por eso, su maternidad está ligada al misterio de su vida como agraciada-amada y no se puede separar, como función adicional, del contenido y valor de su persona. Pero debemos añadir que gracia no es un don o cualidad que Dios ofrece ya «ab aeterno», sin relación con la existencia, acción y vida de María. La gracia se entreteje en su camino personal, y es allí donde recibe su sentido[12].

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María es agraciada como amada, en la línea de Jesús a quien se llama êgapêmenô, amado (Ef 1, 6), en un contexto cercano al de Lc 1, 28: Efesios bendice a Dios Padre que nos ha predestinado para ser alabanza de la gloria de su gracia (kharitos), que gratuitamente nos ha concedido (ekharitôsen) por medio de su amado (en tô êgapêmenô). Pero hay un matiz distinto. Conforme a Lc 1,28, la acción de Dios tiende básicamente a María, que es la kekharitômenê o agraciada, sin que en principio se diga lo mismo de todos los creyentes. Por el contra, Ef 1,6 supone que la acción amorosa de Dios se expande a todos los creyentes, agraciados por Dios a través de su amado, êgapêmenô, que es el Cristo[13]. Los relatos del bautismo y transfiguración (Lc 3,22; Mc 9,7) llaman a Jesús agapétos (carísimo, querido), indicando así su cercanía respecto de Dios Padre y su carácter de Hijo único[14]. Pero esa palabra, que deriva también de agapaö ha perdido su carácter verbal y ya no expresa el movimiento creador que viene de Dios Padre hacia su Hijo. Precisamente para destacar ese movimiento, Ef 1,6 llama a Jesús êgapêmenos, el amado.

Jesucristo es el amado porque acoge y personifica todo el flujo de amor del Padre; desaparece o quedan en segundo plano los restantes hijos, los amados del AT; se superan los tanteos y las limitaciones anteriores. Jesucristo es el amado a quien el Padre ofrece de manera directa, constante y activa su propia plenitud. Pero Jesús es un amado que se abre hacia los hombres, haciéndose camino y campo donde actúa la gracia salvadora de Dios Padre. Por eso el texto indica, con toda precisión, que el Padre nos ha dado su gracia (ekharitôsen) en el amado.Esto nos permite ofrecer algunas notas conclusivas:

 ‒ Sólo Jesús es amado por sí mismo, el verdadero êgapêmenos. Pertenece al misterio de Dios y es fundamento de todos los amores y las gracias que Dios quiere concedernos. En ese aspecto no se puede afirmar que María sea êgapêmenê, la amada sin más.

‒ Por medio de Jesús, amado, Dios nos ha ofrecido su gracia, esto es, su kharis. Ef 1,6 lo dice de manera general, como aludiendo a todos los salvados: ekharitôsen hêmas (nos ha dado su gracia). Pues bien, en el conjunto de salvados hay una persona especialmente agraciada: María, kekharitômenê (Lc 1,28). Es agraciada, amada, porque ha sido destinada para madre del Cristo amado, porque ha creído en la palabra de Dios (Lc 1,45), porque ha inaugurado el camino de la Iglesia (Hch 1,14)[15].   

NOTAS

[1] Así lo indica el texto posterior: «has encontrado gracia ante Dios» (Lc 1,30). Para interpretar esa palabra es conveniente recordar lo que Isabel dirá: «bienaventurada tú, la que has creído (la creyente)» (cf. Lc 1,45). Estos nombres definen su sentido: desde Dios es Agraciada; por su acción es la Creyente.

[2] Diciendo que María es «bendita entre las mujeres» presupone que lo es por excelencia: bendita como mujer, por su maternidad abierta hacia la vida; bendita como ser humano o mejor como persona fiel al gran misterio de la vida. En línea de realización escatológica, la plenitud de bendición ha culminado en la persona de María, la mujer creyente. Frente a las posibles creaciones de soberbia de este mundo, que se expresan como triunfo material, María nos coloca ante el camino de la fe que se abre hacia el misterio de Dios y de su vida. Por eso se ha cumplido en ella la palabra que dijo en otro tiempo Ozías a Judith, judía salvadora: «el Altísimo te bendiga más que a todas las mujeres de la tierra…» (Jdt 13,18). Pero María no es bendita por matar al enemigo sino porque ha creído en Dios, poniéndose al servicio de la Vida de Dios sobre la tierra.

[3] Podemos destacar tres elementos: saludo propiamente dicho (khaire, ave, alégrate, gracia a tí), como palabra inicial que suscita un espacio misterioso de confianza-diálogo; denominación personal (kekharitômenê, llena de gracia o agraciada) con que Dios se dirige hacia María para confiarle su misión; palabra de asistencia (ho kyrios meta sou, el Señor está contigo), presentándose así como «el que es» (cf. Ex 3,14) y «el que ayuda» a los suyos, protegiéndolos a lo largo de la vida (cf. Jc 6,12-16; Num 14,43; Jos 1,9; 7,12; 2 Sam 7,9; 1 Re 1,37, etc.). En esta última línea, que culmina en la promesa de Emmanuel, Dios con nosotros de Is 7,14, viene a situarse nuestra escena. Sobre la estructura de los relatos de la anunciación, cf. S. Muñoz Iglesias, El evangelio de la infancia en san Lucas y las infancias de los héroes bíblicos: EstBib 16 (1957) 329-382; J. Gewiess, Die Marienfrage. Lc 1,34: BZ 5 (1961) 221-254; J. P. Audet, L’annonce a Marie: RB 63 (1956) 346-374 ; R. Laurentin, Les Evangiles de l’Enfance du Christ, Paris 1982, 549s.

[4] Así lo muestra Hch 11,23, donde se dice que Bernabé se alegró (ekharê) viendo la gracia (kharin) de Dios. Es más, algunas traducciones antiguas interpretan la gracia del kekharitômenê en términos de khara o alegría, traduciendo así el saludo del ángel: ave laetificata (alégrate, tú, la alegrada). Cf. H. Schürmann, Luca, Brescia 1983, 133s.; H. Conzelmann, Kharis, TDNT, 9, 373 ; M. Cambe, La kharis chez Saint Luc: RB 70 (1963) 197.

[5] Kekharitômenê es participio perfecto pasivo de kharitoô, gratificar, bendecir. El verbo es raro y aparece sólo una docena de veces en toda la antigua literatura griega. Su terminación en oô es característica pero no exclusiva de los verbos causativos. Por eso, su sentido normal es «infundir gracia» (causar gracia) en aquel a quien la acción va dirigida. Posiblemente implica también abundancia o plenitud, aunque eso no es tan claro. El tiempo en perfecto, si ha sido utilizado por Lucas en sentido clásico, indica que María goza de un estado permanente de gracia: es agraciada como efecto de una acción que ha sucedido en el pasado. Finalmente, la voz pasiva, con sujeto teológico o divino, indica lo siguiente: Dios mismo ha ofrecido su gracia a María en gesto que ya se ha realizado y que sigue influyendo todavía. Cf. S. Lyonnet, Khaire kekharitómen Bib 20 (1939) 131.141; S. Sahlin, Das Messias und das Gottesvolk, ASNU 12, Uppsala 1945, passim; A. G. Herbert, The Virgin Mary as the Daughter of Sion: Theol 53 (1950) 403-410; H. Cazelles, Fille de Sion et théologie mariale dans la Bible: BSFEM 21 (1964) 51-71. Así lo han visto entre otros A. Strobel, Der Gruss an Maria (Lk 1,28): ZNW 53 (1962) 86-110; H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, STT 158. Helsinki 1969, 86-92. J. Galot, Marie dans l’Evangile, Paris 1958, 23, propone la traducción «exulte, exaltée en grace». Cf. M. de Tuya, Valoración exegético-teológica del «Ave, gratia plena»: CiTom 83 (1956) 9-10. A. Médiebielle, Annonciation, DB Supp 1, 283. Cf. J. Fantini, Kekharitómene’ (Lc 1,28). Interpretación filológica: Salm 1 (1954) 761.

[6] Cf. M. de Tuya, O.c., 10-11, 14-15; R. E. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid 1982, 336-337.

[7] Cf. J. P. Audet, L’annonce a Marie: RB 63 (1956) 360-361.

[8] L. Boff, El Ave-María. Lo femenino y el Espíritu santo, Santander 1982, 59-60.

[9] He desarrollado el tema en María y el Espíritu santo: EstTrin 15 (1981) 30-31. C. A. George, La Mère de Jésus, en Etudes sur l’œuvre de Luc, Paris 1978, 435

[10] Ciertamente, los conceptos no resultan del todo equivalentes y por eso nuestro texto dice kekharitômenê (agraciada-amada) y no simplemente égapemene (amada sin más) como en Rom 9,25 y Ef 1,6. Así resalta el aspecto de gratuidad y donación de amor en el misterio de María, éste es un amor que la transforma de un modo personal; sólo así, como Agraciada-Amada de Dios, María es verdad kekharitômenê, como seguiré indicando.

[11] Kekharitômenê aparece así como una denominación importante de María, de forma que nos parece poco afortunado el hecho de que la versión orante de la anunciación («Dios te salve, María, llena de gracia…») haya introducido el nombre de María, rompiendo de esa forma el ritmo y equilibrio de la frase originaria. Bastaría con decir “Dios de salve Kekharitómene” (sin incluir el nombre de María) para destacar así con más fuerza el valor de esa palabra. Cf. J.-P. Audet, L’annonce a Marie: RB 63 (1956) 358-359; M. Cambe, La kharis chez saint Luc: RB 70 (1963) 204-205.

De todas formas, kekharitômenê no es simplemente un nombre nuevo, por varias razones: (a) Cuando Dios impone o cambia un nombre lo hace de manera expresa, como en Gén 17,5: «ya no te llamarás Abrán sino Abraham, porque…» (cf. también Mc 3,16 par). (b) La denominación de Gedeón como Guerrero de Valor no implica imposición de nombre; es simplemente un modo de indicar su modo de portarse.Todo esto, unido al hecho de que se encuentra sin artículo, parece indicar que es ahora una denominación personificante más que un nombre nuevo y verdadero. La doncella de Nazaret seguirá llamándose María aunque debamos añadir que su apellido o nota más característica será agraciada-amada de Dios. En esta perspectiva debemos recordar que el mismo Lucas le ha dado un nuevo título profundo cuando, por boca de Isabel, la llama pisteusasa o creyente (Lc 1,45). Un título destaca la actuación de Dios (amada); otro la respuesta de María (creyente). Ambos unidos ofrecen una especie de visión total de su sentido y actuación mesiánica. Cf. H. Räisänen, Die Mutter Jesu im NT, STT 158, Helsinki 1969, 94. Cita en su apoyo a W. H. Hertzberg, Josua, Richter, Ruth, ATD 9, Göttingen 1953, 191. Cf. J. Fantini, o. c. 762.

[12] Por eso, como ya hemos indicado al presentarla como amada, sostenemos que María es kekharitômenê en el proceso total de su existencia, en un camino de acogida (has hallado gracia) y donación (concebirás; cf. Lc 1,30-31): todo ese camino ha culminado en el encuentro con los fieles de Jesús, formando así la Iglesia (cf. Hch 1,14). Por eso, la gracia no se puede separar de su persona, sino que es la hondura y apertura, la acogida y donación que expresan su verdad en Dios, para los hombres. En realidad, debemos afirmar: toda la persona de María pertenece al plano de la graciaSitúa acertadamente el tema A. Gueuret, L’Engendrement d’un récit. L’Evangile de l’en/ance selon Saint Luc, Lectio Divina 113, Paris 1983, 68-70. La autora desvela, en términos de análisis estructural, la función de María como signo y portadora de gracia.

[13] Êgapêmenos, participio pasivo de agapaô, amar, es el amado con intensidad. La palabra ha recibido pronto un rasgo cuasi-mesiánico. Así aparece en los LXX como traducción de Jeshurun, en textos importantes donde se presenta a Israel como el amado de Yahvé (cf. Dt 32,15; 33,5.26; Is 44,2). También aparecen como êgapemenoi diversos personajes de la historia israelita: Abraham (Dan 3,35 TH), Moisés (Ecl 45,1) y Samuel (Eclo 46,13). El NT ha interpretado ese título de honor en un contexto eclesial: amados de Dios son los cristianos (1 Tes 1,4; Col 3,12; 2 Tes 2,13; Jds 1) y es amada la Jerusalén celeste de los redimidos (cf. ApJn 20,9). Pues bien, Ef 1,6 aplica de manera solemne esa palabra a Jesucristo. Cf. H. Schlier, Der Brief an die Epheser, Düsseldorf 1968, 56-57; J. Gnilka, Der Epheserbrief, Freiburg 1982, 74-75.

[14] Sobre el sentido de agapétos, sobre todo en el contexto del bautismo de Jesús, cf. E. Stauffer, Agapaö, TDNT I, 48; E. Lohmeyer, Das evangelium des Markus, Göttingen 1967, 23; P. Gaechter, Das Matthäus Evangelium, Innsbruck 1963, 103-105; Th. De Kruijf, Der Sohn des lebendigen Gottes, AnBib 16, Roma 1962, 52-54.

[15] Quizá podríamos comparar mejor las funciones y sentido de Cristo-êgapêmenos y María-kekharitômenê Se podría destacar la cercanía etimológica entre kharis (de kekharitômenê) y la charitas que viene a traducir el amor o agapé de Dios en Jesucristo. Pero con esto planteamos el problema de la relación entre la gracia que Dios ha concedido a María y el amor que por Cristo ha ofrecido a todos los hombres. Por otra parte, la relación entre la kharis griega y la charitas latina ha sido resaltada diversas veces. Cf. J. Pieper, Amor, en Las virtudes fundamentales, Madrid 1976, 425-426, que relaciona charitas con carus.

Una piedra de toque: el liderazgo de las mujeres en la Iglesia

Entre las prioridades que han quedado reflejadas en los documentos de la fase preparatoria de la etapa continental del Sínodo 2021-2024, se encuentran el reconocimiento del liderazgo de las mujeres en la Iglesia, el fortalecimiento y la revisión de los ministerios ejercidos por ellas y la creación de cauces institucionales para que su participación sea más plena.

Se trata de una cuestión compleja y mayoritariamente debatida y tensionada (M. Eckholt, 2022); pero, por ello mismo, tiene la capacidad de ser un motor de transformación de la organización eclesial.

1. Una mirada en perspectiva

Estas síntesis –reflejo de las consultas provenientes de los diversos contextos en su camino sinodal– no tienen como punto de partida un simple análisis teórico, sino que responden a un largo proceso de configuración de las mujeres como sujetos eclesiales. Si echamos una rápida mirada retrospectiva, es fácil constatar una mayor participación de las mujeres en el liderazgo en las iglesias y un reconocimiento limitado pero creciente de la importancia de sus contribuciones, funciones y oficios.

En muchas diócesis y parroquias desempeñan funciones clave, como agentes pastorales, en ministerios laicales y en el ámbito educativo. El aumento de mujeres con formación teológica ha facilitado su presencia en universidades, así como en diversos campos formativos que incluyen publicaciones científicas, coordinación de congresos, seminarios y cursos, dirección de retiros, grupos de oración y estudios bíblicos…

2. Desafíos abiertos para el 2023-2024

Con estos antecedentes de muchas creyentes activas (incluso activistas), en la Iglesia y en sus márgenes, se plantean incontables desafíos al camino sinodal para este año y el siguiente.

  • En primer lugar, los temas conflictivos y abiertos –y este de los ministerios de las mujeres es uno esencial– no pueden eliminarse de la agenda de trabajo. Será importante mantener la tensión y discernir formas decisionales que no sean mecanismos paralizantes. Ello no significa que se deban adoptar medidas unilaterales o sin el tiempo necesario para su discernimiento común, sino que, al abordar el tema con seriedad, se puede llegar a resultados inesperados.  Es decir, si se abordan los reclamos de los ministerios de las mujeres, entran en juego no solo las categorizaciones de género y de sexo, sino también las comprensiones de la vida sacramental, sus formas, sus ritos, sus ministros y su relación con los mecanismos de poder, de autoridad y de representación eclesial. La eclesiología conciliar, de comunión y basada en la participación de todo el Pueblo de Dios, ofrece otro marco de referencia a la cuestión ministerial.
  • En segundo lugar, será importante respetar y valorar la diversidad de las iglesias locales en armonía con la unidad eclesial. La multiplicidad ministerial es un rasgo constitutivo de los modelos eclesiales propiciados por el Concilio Vaticano II. El ejemplo del Sínodo de la Amazonía, al solicitar un ministerio instituido de “mujeres líderes” para su Iglesia local, es un modelo en este sentido.
  • En tercer lugar, la conciencia cada vez más honda de responsabilidad local y global de todo bautizado acelera la necesidad de reconocimiento de las mujeres como sujetos eclesiales. Ser un sujeto eclesial no significa únicamente ser escuchado, sino ser partícipes de la toma de decisiones, es decir, del proceso que va del ‘decision making’ al ‘decision taking’ (R. Luciani, 2022).

3. Ensanchar los espacios y garantizar las formas ministeriales

El tiempo del papa Francisco se vuelve una oportunidad extraordinaria para emprender la “reforma de las estructuras y la conversión de las mentalidades” (R. Luciani, 2020). Los procesos sinodales actuales incluyen en sus agendas estas reformas organizativas, y el papa Francisco ha insistido en la necesidad de asignar a los laicos y laicas cargos de responsabilidad eclesial. No se trata de una cuestión de cuotas de participación, sino de dar oficialidad y visibilidad a los oficios y ministerios que ocupan de hecho en la actualidad. El reconocimiento de las mujeres como sujetos eclesiales –especialmente, en cuanto a su participación en el diálogo referido a la configuración ministerial– se mantiene como piedra de toque de la autenticidad del proceso sinodal

Sinfonía trinitaria

 Encarnación de Dios / divinización del hombre

Ésta es teológicamente la fiesta central del año, la fiesta de la vida: Dios es encarnación, el hombres es divinizacion (camino de Dios). Cuando en el credo de la misa se cantaba et incarnatus est  todos los fieles se inclinaban o arrodillaban  en silencio, venerando el misterio.

Éste es el misterio de los nueve meses de una mujer en-cinta, de la humanidad preñada del verbo divino (Juan de la Cruz). Así lo quiero recordar ese año, condensando unas palabras del prólogo que he escrito para P. Marín-Mena, Amor y alteridad 

El título es algo pomposo (sinfonía trinitaria) pero me parece el más adecuado para el tema: Dios se hace hombre, para que los hombres nos hagamos Dios.Buen día a todos.

Por | X.Pikaza

(a) El Dios bíblico cristiano es Trinidad, Dios de la vida/obra de Jesús y de su presencia como Espíritu Santo en la historia de la humanidad (del mundo) y de la Iglesia.  

(b) El Dios trinidad es misterio de adoración y compromiso, de contemplación y redención, de divinizacion liberadora de los hombres.

 Jesús (Hijo de Dios) no es un visitante de paso sino la  misma humanidad de Dios en la tierra, Dios que ha puesto su posada (se ha posado) para siempre en y con los hombres: San Juan de la Cruz), en su centro y raíz, que forma parte de la trinidad, conforme a la inquietante y luminosa confesión de Jn 1, 14: El logos se hizo carne y habitó (eskênôsen: puso su tienda entre las tiendas de los hombres).

Encarnación de Dios, alteridad de amor

 Jesús no es hijo de Dios por disponer de una naturaleza divina intemporal que sobrevuela por encima de los posibles cambios (nacimiento, muerte, pascua) de Jesús y de los hombres. Al contrario, es hijo de Dios (Dios encarnado) siendo precisamente deificación del ser humano (Hijo de Dios). Es Hijo porque nace de Dios, vive en Dios (expresando en su vida humana la vida divina del Padre); es Hijo porque asume toda vida humana   y se abre al mundo entero por la resurrección, es decir, porque ofrece y despliega su divinidad en forma humana por el espíritu Santo. No hay por tanto dos dioses, uno inmanente (Dios en sí) y otro encarnado en los hombres), pues el mismo Dios en sí es el Dios encarnado en los hombres, vinculándose así el exitus o salida humana de Dios y el redditus  o ascenso divino del hombre.

De esta manera, podemos y debemos hablar humanamente de la divinidad, en perspectiva de encarnación, yhablar divinamente de la humanidad en perspectiva de Pascua. Esta experiencia está en el fondo de la filosofía/teología de Hegel y de un pensamiento cristiano occidental, en la línea de K. Rahner con su fórmula central de la identidad entre trinidad inmanente y trinidad económica, entre encarnación de Dios y divinización/deificación del hombre.  

El Dios Trinidad es el Padre de Jesús, el mismo Jesús y su Espíritu en la iglesia y en la historia de los hombres. Ciertamente, Jesús ha sido y es un hombre, una persona histórica. Pero, siendo hombre de la historia (y por serlo plenamente), es presencia (expresión, encarnación) del Dios-amor, el Dios que es trascendente (inmanente en sí), siendo economía de vida de los hombres.

Esa divinidad de Jesús se ha de entender de manera dinámica y dialéctica. De un modo dinámico podemos afirmar que Jesús/hombre es Dios porque realiza (=explica y despliega) en el transcurso de su vida, que es «nacer-hacerse-darse», , el abismo del amor de Dios (que Gen 1, 1-2 presenta como caos generante). De un modo complementario, en clave dialéctica, debemos añadir que Jesús es hombre en la verdad de Dios, en el despliegue total de ese proceso, desde dentro de la historia humana, que es lugar y expresión de la historia de Dios[1].

Encarnación, diacronía y sincronía humana de Dios. Orígenes de Jesús

Por eso es necesario que entendamos la divinidad trinitaria en dos líneas: en una más temporal (de despliegue generante, de vida, que viene del Padre y reposa en el Hijo) y en otra más espacial o ambital, que se expresa en forma de Espíritu Santo, es decir, de comunión, comunicación, perijóresis divina, entendida como Espíritu santo. Hay, por tanto, dos coordenadas, una diacrónica (del Padre al Hijo/humanidad), otra sincrónica (el Espíritu divino es comunicación, inhabitación, pre-sencia y co-existencia de unos en y con otros).

El ser verdadero no es “yo soy porque pienso, Descarte”, ni “soy porque puedo  imponerme sobre los demás” (en esa línea va el conatus de Espinosa), sino porque me piensan y me quieren, diciéndome “tú eres”, tú puedes, nosotros somos. Eso es lo que yo quise mostrar bíblicamente en Los orígenes de Jesús”: Dios es Dios porque es don de sí, Padre/Madre (nacimiento), y porque es vida acogida, recibida (Hijo…). Pero, siendo eso, generación (en línea diacrónica), Dios es comunión, en línea sincrónica: comunicación de amor (espíritu Santo).

– En el principio, todo es don (simbolizado en el amor generados de Dios Padre-madre). Así afirmamos con Rahner que Jesús, logos de Dios, es aquel que surge cuando Dios se autoexpresa de una forma total, cuando se aliena y empieza a ser otro (para ser de verdad el que es, sin perder identidad, sino encontrándola en el Hijo). Jesús es lo que surge cuando Dios se expresa totalmente; surge de Dios y de tal forma reproduce y actualiza su misterio que debemos afirmar que es Logos-Hijo, es decir, el mismo Dios que, sin dejar de serlo, sale de sí y se expresa fuera de sí mismo.

– En el centro (Jesús, Hijo-hermano) todo es gracia, entrega gozosa de amor, fidelidad humana, en gratuidad concreta, humanidad total. Es gracia en forma de “varón”, pero no de varón contra o sobre mujer, sino en ser humano abierto en plenitud a Dios, de manera que podemos decir que es varón en forma femenina… iniciando un camino de humanidad (sanación, perdón…) que se abre en gracia a todos los seres humanos. Jesús recibe el don de Dios (nace de Dios) dentro del camino de la vida humana, a través de los condicionamientos del mundo, de la historia…

De esa forma decimos que es  “palabra”, esto es, comunicación abierta a todos, siendo así Dios mismo en forma humana. En esa línea, podemos añadir que Jesús es hombre en la medida en que realiza plenamente su divinidad desde/en Dios Padre su entidad humana. Y Jesús es divino en la medida en que proviene de Dios y refleja su verdad sobre la tierra.

– En la meta decimos que, siendo en Dios (siendo Dios), Jesús se hace comunicación total de Pascua, esto es, resurrección liberación, resurrección, comunión universdal, Espíritu Santo.Jesús resucita como Dios siendo Espíritu de Vida Universal, esto es, “persona” superando (trascendiendo) todos los rasgos de una persona entendida como substancia y sujeto de sí… De esa manera es hombre y es Dios viviendo en sí al vivir plenamente en los otros. Desde aquí pensaba que deben superarse los rasgos de la persona-substancia de Espinosa, para volver de verdad a la Biblia descubriendo que, por el Jesús pascual, surge la humanidad del Dios comunión, como Espíritu Santo, cuerpo universal de Vida, comunidad plena de comunión.

Yo quería  superar así un tipo de ontología cristológica de tipo helenista que se contentaba con prestar a Jesús por un tiempo una naturaleza/vestidura humana añadida a su naturaleza divina, como si fueran “dos physis” sumables, una al lado de la otra, aunque vinculadas por un prosopon-persona difícil de concretar, entendida en forma de Espíritu Santo (persona compartida).   

  Trinidad, un tema complejo, una luz admirable

  Estos eran los elementos centrales de mi libro-programa teológico, los Orígenes de Jesús, una obra bíblico/trinitaria, de fondo redentor, proponiendo en el fondo un programa de liberación cristológico-trinitaria.  

 – Un tema clave en la expresión trinitaria de Dios  es el origen divino/humano de Jesús, su concepción virginal, su nacimiento y camino, como cantaba Juan de la Cruz: Del Verbo divino, la Virgen preñada ya va de camino… Si le dais posada). Yo pensaba, con el Concilio de Calcedonia que, naciendo totalmente en/como Dios, Jesús había nacido totalmente como humanidad, en forma de historia humana, hijo de mujer.  El tema no era el simple “prodigio biológico” de su nacimiento humano. El tema era la “posada” (acogen en humanidad a los hijos de Dios, a los excluidos de la vida, a los encarcelados)

El otro motivo era la personalidad propia del Espíritu Santo: cómo somos personas siendo unos en otros, en koinonia de vida, siendo unos en otros. Se trata  puesde explorar y explicarel carácter “dialogal” (dia-logos) del Espíritu Santo”, entendido como resurrección de Jesús y comunión/comunicación de todos los hombres en Dios, que así será “todo en todos” (1 Cor 15, 28).  El Espíritu Santo no se puede tomar como otro (alteridad pura), es decir, como persona-objeto sustancial,  sino como persona-comunión (persona que es en sí siendo fuera de sí).

   Esas eran (y siguen siendo) las dos vertientes del tema:

(a) La concepción “virginal, es decir, la “forma” en que nace Dios en la historia de los hombres, por medio de María, la humanidad preñada del verbo divino”.

(b) La comunicación integral, es decir, la acogida y comunión de todos los hombres como experiencia del Espíritu Santo entendido y vivido en forma de comunicación personal (inhabitación, deificacición).

Yo quería trazar el “constitutivo ontológico” de la persona entendida como comunión de persona, como resurrección y presencia de unas en otras, conforme a una experiencia y búsqueda antropológico/teológica que sigue siendo hoy más urgente que hace 50 años, en una línea cristológico-trinitaria, trazada en el evangelio de Mateo, en un camino que va desde la esperanza/amenaza final (Mt 25, 31-46) al mandato y tarea eclesial (Mt 28, 16-20). 

El Verbo se hizo carne (Jn 1, 14): tuve hambre y me disteis de comer (Mt 25)

 ­- El Dios Trinitario se identificaba por Jesús con cada uno de los hombres (tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo…), expresándose como espíritu de vida (comunión) en el camino de una humanidad sufriente (de hambrientos, sedientos, desterrados…, encarcelados).

De esa forma se vinculan la Trinidad eterna y la Trinidad redentora, como muestra de forma auténtica el Mosaico de la Trinidad de Santo Tomás in Formis de Roma, con su valiente interpretación exegético-dogmática de la encarnación de Dios y de la deificación del hombre a partir de Mt 25, 31-46, pues el Cristo de la Trinidad/redención  acoge y vincula, desde Dios Padre que está al fondo y desde el Dios Espíritu, que son sus dos manos del Cristo a los dos hombres (blanco y negro), con las dos religiones (islam y cristianismo).  

 De esa forma  se vinculan e identifican encarnación de Dios en Cristo y deificación (comunión) de los hombres en Dios, por medio del Espíritu, que son las dos manos de Dios y de Cristo, uniendo en amor/liberador y elevando en misterio de vida a los hombres.

a) Hay que volver al Origen (=a los Orígenes). En el punto de partida de la Trinidad cristiana está Dios entendido como principio agente (Revelador y/o creador), ser primigenio o fundante que se manifiesta a sí mismo, en gesto de generosidad o donación, de forma que podemos llamarle padre-madre o principio/manantial de todo lo que existe. El origen no es el puro vacío, ni el enigma insoluble, ni la confusión general, sino Aquel que se manifiesta, es decir, que habla, diciéndose a sí mismo y diciendo todo lo que existe, espacialmente a unos seres que pueden escucharle, como son los hombres. En el principio está, según eso, la palabra de aquel que “se habla”, se expresa mismo, no sólo para decirse a sí mismo, sino para decirnos a nosotros.

b) Hay que mantener la Encarnación. Pero no hay tampoco trinidad cristiana sin encarnación de Dios. Siendo que aquel que habla, Dios es también Palabra hablada, de forma que podemos llamarle así Logos (Palabra), es decir, comunicación encarnada en forma de “ser humano”. De esa manera, al decirse a sí mismo, sin dejar de ser Padre, Dios se hace “Hijo”, a través de un proceso de “generación”. Ese Dios en cuanto “dicho”, es decir, como Palabra, viene a presentarse como Mediador, Mediación de Dios y centro (sentido) de todo lo que existe. El mismo Revelador se vuelve de esa forma “revelado”; no dice cosas externas, se dice a sí mismo, se encarna. En esa línea, la Palabra de Dios (hecha carne: Jn 1, 14) viene a presentarse como mediación y “argumento” (fondo de realidad) de todo lo que existe, y así se ha revelado en Jesucristo.

c) Nunca podemos olvidar que somos Comunión en el Espíritu Santo, comunión de amor de varones y mujeres, de blancos y negros, de cristianos y musulmanes… Dios es, la vida profunda de todos los seres que existen, vinculados entre sí a través de comunicación (es decir) por la palabra. Todos los seres que vienen de Dios, a través de su “palabra” viven, se mueven y existen en ese mismo Dios, por Jesús (hijo) comunicándose entre sí, vinculados por un mismo despliegue compartido de vida que llamamos Espíritu Santo, principio de vida (Dios) encarnado en Cristo se vuelve comunicación personal (cf. Hech 15, 28: Toda la teología paulina de Lucas).

Esos tres elementos forman la estructura o realidad de fondo de todo lo que existe,  un proceso de comunicación en amor, como encarnación de Dios, comunión interhumana y deificación…: Somos personas o existimos porque Dios «nos habla» desde el mismo fondo de todo y porque su Palabra se identifica en realidad con Cristo, como principio y sentido de todo diálogo, tal como se expresa por medio del espíritu Santo, de forma que todos podamos compartir todo lo que somos, recibiéndolo y dándolo, enriqueciéndonos así unos con otros (desde y para otros).

Dios se hace presente y nos vincula en forma de “palabra”, revelada (encarnada) en Jesucristo, de tal forma que, en él y por su Espíritu podemos ser y comunicarnos todos como humanos, es decir, como presencia humana de Dios, de la Realidad fundante. De esa forma lo ha entendido la Escritura, éste es su argumento de fondo.   Según eso, en la revelación trinitaria de Dios todo se encuentra vinculado. Nada de lo que vemos y tocamos de un modo directo se crea ni destruye para siempre, sino que todo se transforma  permanece, en un camino en el que somos aquello que recibimos y damos. Del Dios incognoscible (Padre/Madre) procedemos; su palabra escuchamos, en ella existimos y nos comunicamos, abriendo (compartiendo) un camino que es de todos (para todos) como indica el don y resurrección de Cristo.

 Hay muchos caminos en ese gran proceso de vida, pero, conforme a la Biblia hay un Camino Central, que está al servicio de todas las vidas, tal como se ha manifestado en concreto por medio del Pueblo de Israel, culminando en Cristo. Ese camino, centrado según los cristianos en Cristo, no es superior a otros, en sentido de jerarquía, pero está abierto a todos, de forma que puede tomarse como orientación, modelo y espacio abierto en el que nos movernos, existimos y somos (Hch 17, 28).

Por eso, en el fondo de esa multiplicidad de senderos de vida hallamos un camino central o unificante que nos capacita para orientarnos en el cúmulo de textos y experiencias (de la Biblia y de fuera de la Biblia), como clave hermenéutica o guía de lectura de todo el universo. No es que la historia de la Biblia sea superior a otras historias, ni que Cristo sea mayor en jerarquía ontológica a otros santos o profetas. Pero los cristianos creemos que en la Biblia y en Cristo encontramos todos un estímulo y lugar para existir, para ser en el camino del Espíritu de Dios en el que todas las personas y pueblos nos hallamos mutuamente vinculados, representados, acogidos, caminando hacia el futuro de la plenitud humana. 

Cristo, el hombre de la trinidad, encuentro de todos los caminos

 El Dios bíblico se expresa de esa forma como Palabra en Cristo y como vida múltiple por el Espíritu Santo. No viene a revelarse en un sistema de verdades claras y distintas, al modo cartesiano. Por eso, la Biblia no se puede tomar como libro filosófico. Tampoco se revela sin más en la unidad y variedad de fenómenos del cosmos, en una línea que ha sido estudiado por las ciencias naturales, físicas, químicas y astronómicas de los eruditos y sabios de occidente. El Dios bíblico «acontece» (se manifiesta y habla) a través de mensajeros o profetas, esto es, hombres y/o mujeres que no viven para sí, sino para los otros(así Abraham y Moisés, Oseas e Isaías, Jeremías y Ezequiel), abriendo caminos de vida compartida y esperanza.

En el AT, ningún profeta puede presentarse como «lugar de revelación total» de la realidad, de tal forma que Dios sigue siendo  siempre un «más» y el hombre no refleja nunca del todo su misterio. Los cristianos decimos, en cambio, que Dios se ha revelado de un modo pleno (no total) por Jesucristo. En ese sentido, Jesús de Nazaret representa un «novum», pero un novum que sólo se entiende desde todo lo anterior, en el contexto de la más honda experiencia israelita. En esa línea añadimos que Dios se ha revelado   de tal forma que su verdad interior (su inmanencia) se identifica con la persona, mensaje y camino de Jesús, que así puede entenderse como historia humana de Dios).

Jesús es la novedad de Dios, pero sigue encontrándose en la línea del AT: habló Dios en otro tiempo «en los profetas», aunque nunca había revelado del todo su misterio; ahora lo ha hecho, nos ha hablado del todo; por eso decimos que Jesús mismo es su Hijo (cf. Jn 1 y Hb 1). Según eso, en el principio era y sigue siendo la manifestación de un Dios que dice su palabra o se desvela por medio de los hombres.

Imagen y presencia de Dios era Adán en el principio (Gn 1). Imagen y manifestación de Dios fueron los profetas que forman eso que pudiéramos llamar la columna vertebral o gran vereda de la historia israelita. Historia de Dios son todos los pueblos y culturas de la tierra. Por eso, allí donde la línea israelita llega hasta su meta tenemos que hablar de Trinidad. Dios se expresa en su Hijo Jesús, pero no de un modo aislado, sino en comunión con todo el proceso diacrónico y sincrónico de la humanidad, dentro de un universo donde todo se encuentra igualmente implicado en forma de comunicación trinitaria. En esa línea podemos decir que la Trinidad es la  hermenéutica consecuente de la Biblia cristiana y de la iglesia[2].

  El hombre es imagen de Dios (Gen 1) y por eso ha de entenderse en forma de proceso o camino de Dios, de manera que su  revelación (abierta en línea trinitaria) se identifica de algún modo con la misma realización del hombre (también interpretada en línea trinitaria). Así podemos añadir que el hombre no es hombre pleno todavía, sino que se va haciendo de un modo individual y social, a través de un proceso de manifestación divina (que es realización humana), pero siempre en libertad de amor no en imposición dominadora, desde arriba, desde fuera[3].

 En esta perspectiva ha de entenderse la experiencia de Jesús a quien el NT ha descubierto y presentado como «el hombre», verdadero ser humano, porque recibe la vida como don de Dios, para así compartirla, acogiendo, sanando, enriqueciendo a los otros. Jesús es Cristo de Dios, Mesías porque expresa y realiza el verdadero sentido de lo humano, el auténtico acogiendo a todos, y compartiendo la vida con todos. Jesús es Adán, hombre primero, porque ha descubierto y realizado para sí y para todo el conjunto de lo humano la verdad de aquello que estaba ya anunciado en Gen 2-3. No ha comido del árbol de 1o bueno/malo, es decir, no ha querido hacerse dueño imponerse sobre nadie, como destaca el himno de Flp 2, 6‒12,  ser así mesías de oider sobre los demás, no ha comido del árbol de la vida», sino que ha recibido y desplegado el amor de Dios de un modo gratuito, dando su vida por los demás y recibiendo así, por la resurrección el don de vida/gracia de Dios Padre.

 Cristo es auténtico Adam, ser humano verdadero, es varón, pero no en oposición a las mujeres, sino en comunión con ellas, siendo así el Hijo de Dios, es decir, la gracia encarnada de su amor, tal como se hallaba de algún modo anunciado, previsto e iniciado a lo largo del AT. En todos los caminos anteriores que definen el AT (desde Abraham hasta Daniel, desde David hasta Isaías y todos los profetas) la humanidad se estaba buscando a sí misma. Estrictamente hablando no existía todavía ser humano sino sólo un proyecto, un camino vacilante de humanidad. Sólo en Cristo llega a realizarse eI hombre verdadero como gratuidad.

 En Cristo se ha realizado así la humanidad, el proyecto de la historia. Cristo es el amor de Dios hecho “gracia” humana, en la historia, como plenitud de Israel y principio de nueva y verdadera humanidad. Ahora podemos afirmar que ha culminado y se ha cumplido aquello que querían indicar los textos primigenios de Gen 1-3: Cristo es el hombre divino.

Siendo hombre pleno es revelación total de Dios, como destacaba con su finura habitual K. Rahner: Allí donde el hombre es por fin del todo humano, allí donde vive en plenitud su realidad finita viene a presentarse como «hijo de Dios sobre la tierra, en apertura de amor infinita, en una historia abierta al mismo Dios. Ésta es la paradoja fundante del cristianismo, como hermenéutica trinitaria de la Escritura israelita: sólo quien se hace totalmente humano en su vida concreta (Jesús) puede presentarse y se presenta como la expresión total de Dios (su Hijo).   

Trinidad y encarnación

Por esto, la Iglesia en su conjunto no ha podido aceptar una hermenéutica gnóstica o puramente racional de la Biblia por razones que resultan claras. Para la iglesia no hay Dios malo frente (contra) al Dios bueno, ni hay proceso sexual intradivino, ni despliegue  infinito de vidas cambiantes, al interior del pléroma divino.  El Dios trinitario es un principio y camino de amor múltiple, en comunión de vida y libertad:

– El despliegue trinitario de Dios no surge por especulación gnóstica a partir de la naturaleza unitaria y múltiple de un “pléroma” antes cerrado en sí mismo.El Dios trinitario se encuentra vinculado con una experiencia mesiánica de salvación, tal como arriba he mostrado. Dios se expresa plenamente en el hombre Jesús; por su parte, Jesús abre por su vida y su pascua un camino de vida compartida en el Espíritu Santo.

– El Hijo/Palabra de Dios se identifica con el mismo Jesús de Nazaret, hombre, un hombre concreto en el que vincula la historia de los hombres, en forma de donación mutua y de entrega de amor de unos por otros. Por eso, la confesión trinitaria resulta inseparable de la confesión cristológica. Si prescindimos de Jesús ya no podemos hablar de Trinidad. La relación escatológica (definitiva) entre el Jesús Mesías y Dios Padre es el centro y sentido de la Trinidad.

– El Espíritu Santo no es un individuo nuevo al lado de Jesús, sino el amor de comunión (vida de Dios), que se despliega humanamente en la historia de n esPentecostés, definición del Espíritu Santo rompe (supera) los signos o mitos triádicos, naturales que aparecen en algunos mitos y filosofías de tipo gnóstico gnosis. No es la madre frente al padre; no es la mujer frente al varón, ni es el hijo común del padre y de la madre, sino que es precisamente la vida (ruah), el pneuma», aliento de los hombres y mujeres de los seres humanos en Dios y de unos en otros.

 La Biblia y la iglesia superan, según eso, el esquema «normal» de la trinidad familiar (padre, madre, hijo), situándonos ante la experiencia fundamental de comunicación de los seres humanos,  superando un esquema de sujeto y objeto, de amo y esclavo, señor y siervo, amigo y enemigo. Así queda y se ratifica el hecho de que el hombre o mujer, la persona, vive más en aquel a quien ama que sí mismo.

El verdadero ser no es dominio, sino presencia de unos en otros, presencia y comunión, como el Padre en el Hijo y el Hijo en el Padre, y unos hombres y mujeres en otros en forma de comunicación y comunión de vida. En esa línea, la experiencia trinitaria de la Biblia y de la Iglesia ha de expresarse en forma de “nueva ontología”. No es que haya primero un esquema de pensamiento ya formado y luego, como por añadidura, se introduzca ese esquema, desde fuera. La realidad es, desde su principio,  donación y comunicación en un sentido que se funda y culmina en la Trinidad:

 – Por un lado, es evidente que los esquemas previos de tipo gnóstico o filosófico de Grecia, como los modelos de pensamiento moderno pueden influir y han influido en la formulación trinitaria de la Iglesia. En ese sentido debemos referirnos sobre todo a los modelos dialécticos ternarios del platonismo que  habla de Dios-Materia-Idea o, sobre todo, de Dios-Sophia-Logos o de Uno-Nous-Alma. También podemos referirnos a los modelos de la dialéctica hegeliana… Pero, al mismo tiempo debemos confesar que la novedad cristiana ha superado esos modelos, desde la nueva experiencia del evangelio, que va más allá del juicio de oposición/talión (ojo por ojo) y de la lógica del juicio…, pues Jesús dice “no juzguéis”.  

– El proceso de elaboración de categorías trinitarias fue largo (duró más de cuatro siglos en el mundo antiguo: siglo I-V d.C.), y está siendo muy largo en la modernidad (aún no ha culminado, a partir de las categorías hegelianas. No se trata de un juego de especulación; tampoco ha sido una aventura intelectual separada de la experiencia cristiana. Es al contrario: La iglesia se ha sentido (y se siente) llamada a expresar su experiencia de vida (fundada en Jesús) en claves “ontológicas” de pensamiento y obra.

             En esa línea podemos hablar de una hermenéutica dogmática(canónica) de la experiencia y tarea trinitaria de la Biblia y de la Iglesia, pero no podemos tomarla como única, absoluta, pues depende del entorno cultural en que ha brotado (en un contexto de ontología de substancia, en línea jerárquica, con supremacía masculina etc.)[4].

Icono de la trinidad, icono de la redención

Tanto 2 Cor 13, 1 (que la Gracia, jaris, de Jesús, el amor, agapê de Dios  y la Comunión, kôinonia) del Espíritu Santo…) como Mt 28,16‒20 (en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) ofrecen una interpretación trinitaria de la revelación cristiana, en una línea que proviene del AT. En ese sentido se puede hablar de un único testamento de Dios, que va de su formulación antigua (AT) a la nueva…, pero tres “Personas” o formas (Padre, Hijo y Espíritu) en las que se expresa ese único Testamento.

Quizá pudiéramos sentir el deseo de unificar ambas líneas añadiendo para ello (con Joaquín de Fiore: 1135-1202 )[5] que el último o Tercer Testamento se identifica con la culminación de la Iglesia. Así tendríamos un esquema que parece coherente: el protagonista del AT es Dios; el del NT es el Hijo Jesucristo; el Espíritu Santo sería protagonista del tiempo de la Iglesia. En esta línea se ha movido de algún modo el mismo Hegel, ofreciéndonos una visión trinitaria de la historia, de manera que a cada uno de los momentos de Dios corresponde una persona trinitaria:

a) La visión transcendente de Dios (Padre) coincide con el momento israelita, siendo tema y centro del AT. A ese nivel, lo divino se expresa como distancia y sublimidad, abriendo para el hombre un campo de ley (en plano de deber). De todas formas, en contra de Hegel, 2 Cor 13, 13 interpreta al Padre del AT como Amor.

b) La encarnación de Dios (Hijo) se identifica con la vida de Jesús, recogida y testimoniada en el NT, tal como Pablo la condensa en la palabra clave de su experiencia y teología: La gracia del Señor Jesucristo. Por medio de la Pascua se rompe la distancia que había entre Dios y el hombre; surge así la humanidad auténtica que es Cristo

c) La comunidad de Dios (Espíritu Santo) se presenta como reconciliación donde se vencen y superan las antiguas diferencias: Dios y el hombre se unifican al fin y se unifican también los hombres separados, formando así la comunión definitiva de lo humanidad, formando un único cuerpo de Cristo, una comunión suprema, es la verdad del «testamento final» que nosotros mismos somos (¿realizamos?) haciéndonos plenamente humanos.

 Ese esquema histórico que tiende a vincular AT, NT e Iglesia con las tres personas de la Trinidad tiene su valor y debe al menos conservarse como referencia para una hermenéutica completa del misterio cristiano: sólo podremos entender la Biblia si la Comunión del Espíritu nos abre al conocimiento pleno de Jesús que es Gracia y de Dios que es Amor originario, en el espacio de la vida de la Iglesia (cf Jn 14-17).

Sólo en el amor del Espíritu captamos el sentido más profundo del Padre y del Hijo, no en forma de conocimiento abstracto, sino de transformación personal. Pero, dicho eso, quizá debamos volver quizá la sobriedad dogmática de los primeros Concilios y Padres de la Iglesia que han fijado sin demasiadas explicaciones teóricas la taxis, el decir, el ordenamiento trinitario de la revelación y de la Iglesia, en forma propositiva, no especulativa[6].

 Dios es Padre de Jesús y Origen del Espíritu. Los tres, Padre, Hijo y Espíritu forman un sólo Dios, una naturaleza (esencia) divina. De modos distintos, los tres actúan en el AT, en el NT y en el tiempo de la Iglesia. También el NT es tiempo del Padre que engendra a Jesús dentro de la historia y le resucita de los muertos. Padre, Hijo y Espíritu Santo actúan, finalmente, en el tiempo de la Iglesia. Las tres “personas” constituyen un misterio de salvación inseparable que se manifiesta a través de la historia bíblico‒eclesial (plano diacrónico que va del Padre por el Hijo al Espíritu), siendo, al mismo tiempo, misterio de «amor comunitario» (en perspectiva de encuentro sincrónico, es decir, para siempre).

Trinidad, encarnación de Dios, divinización del hombre

  Es importante la terminología filosófica de esencia (unidad) y de personas (trinidad) al tratar del Dios de la Biblia y de la Iglesia. Pero más importante nos parece el descubrimiento de categorías evangélicas que nos capaciten para entender la Trinidad (y el conjunto de la Biblia) desde el mismo centro de la revelación cristiana, cosa que hasta ahora no se ha hecho todavía de manera suficiente. Por eso será bueno partir nuevamente de 2 Cor 13, 13:

1) La Gracia (jaris) del Señor Jesucristo. En el centro de la Biblia, allí donde ella viene a culminar como evangelio, tanto en el mensaje de Jesús como en la fe de Pablo, hallamos la experiencia de la gracia como expresión original de lo divino. Buscamos a Dios, y descubrimos (recibimos) la Gracia de Jesús, que se expresa y encarna en su vida y en su muerte, como Señor y Cristo de la gratuidad, que no ha venido a imponerse sobre el mundo por medio de la fuerza, que no ha dominado sobre los hombres a través de un tipo de “victoria” política (mesianismo davídico), ni de victoria teológico (Dios no se ha impuesto con su fuerza superior sobre los hombres). Cristo es la gracia encarnada de Dios, ésta es la primera experiencia cristiana, el principio de la Trinidad.

 2) El Amor de Dios. La Gracia de Jesús (que ofrece su vida por (para, en) los excluidos e impuros, por las víctimas y los condenados del mundo) es la revelación y presencia del Amor de Dios, definido así como agape (1 Jn 1, 8). Jesús puede ser “jaris” (gratuidad mesiánica) porque Dios es Padre/Amor, como proclama Pablo en el saludo de todas sus cartas.

Esa “definición” de Dios como amor resulta inseparable del gesto evangélico más hondo de pobreza o pequeñez de Jesús, Hijo, que es Dios recibiéndolo todo, en gesto de acogida o receptividad eterna, siendo acogida y regalo de amor, siendo gratuidad plena en el mundo. Este amor de Dios es la riqueza suprema, siendo la plena pobreza, que es no tener nada por sí mismo, teniendo todo como recibido. Pobreza significa compartir lo que se tiene con los otros, en gesto de apertura creadora. Esta pobreza es nota personal del Hijo Jesucristo y es mensaje central de la Escritura, centrada en el misterio de la Cruz.

3) Comunión universal; Dios es principio y sentido de comunión, más allá de las ideas y esencias del mundo antiguo, más allá de poder impositivo que busca el mundo moderno). El amor del Padre (que se da totalmente) y la gracia/pobreza del Hijo (que todo lo acoge del Padre, entregando su vida por los hombres) culminan y se expresan en forma de comunión universal, no como don externo, sino como vida compartida, unos en otros y por oros.. Es importante la terminología filosófica de esencia (unidad) y de personas (trinidad) al tratar de Dios y de la Biblia, como acabamos de indicar en el apartado precedente. Pero más importante nos parece el estudio y despliegue de unas categorías evangélicas (gracia, amor, comunión) que nos capaciten para entender la Trinidad (y el conjunto de la Biblia) desde el mismo centro de la revelación cristiana.

  El misterio trinitario (Padre e Hijo) culmina en la comuniónuniversal, que es el Espíritu Santo, vida en comunicación y comunión (presencia mutua) que ni el mundo griego antiguo ni el moderno, de tipo cartesiano han logrado formular, a pesar de los grandes pensadores judíos del siglo XX, a pesar de los teólogos de la iglesia ortodoxa de la actualidad. El amor del Padre (que se da totalmente) y la gracia del Hijo (que todo lo acoge del Padre) culminan y se expresan en forma de comunión universal, dialogante, es decir, en comunidad abierta, a todos los hombres, judíos y gentiles, en línea diacrónica (historia pascual) y sincrónica (apertura universal)[7].

 Desde lo dicho hasta aquí (en clave antropológica y trinitaria) podemos añadir que amor, gracia y comunión se identifican o, mejor dicho, se implican mutuamente, como supone el texto que estamos comentando (2 Cor 13, 13) (a)  La persona es autoconciencia en Amor y sólo surge si recibe para así darlo (darse) y compartilo (compartirse)- (b)  La persona es auto donación en Gracia, es decir, receptividad (todo lo que es lo está recibiendo) y donación completa todo: Sólo existe y se tiene dando su ser y siendo, de esa forma fuera de sí, en aquellos a quienes ama. (c)  Amor y Gracia se vinculan en comunión. No tiene más quien más tiene, sino quien más regala (más se entrega), ni tiene menos quien menos recibe, sino que todo lo comparte.

Nada se reserva el donante, nada le falta al receptor. Uno y otro lo tienen todo (se tienen a sí mismos) al darse mutuamente, en generosidad compartida. Desde aquí debe entenderse el sentido social de la Trinidad. Se ha dicho con frecuencia que una sociedad sólo subsiste allí donde se funda en leyes firmes de auto-posesión o dominio. Pues bien, en contra de eso, la iglesia sólo puede entenderse (ser) superando desde dentro toda “ley” de posesión o dominio propio. En esa línea podemos y debemos hablar de una iglesia trinitaria.    

 La iglesia es, ante todo, una experiencia de Gracia. No proviene de la fuerza de los vencedores, ni se funda en la imposición de los grandes. Ella surge y se mantiene como signo de la gracia mesiánica de Jesús, que no se ha impuesto como mesías político‒militar‒nacional de David, sino que ha compartido su vida como gracia con aquellos que han querido compartir su gracia. 

‒ La Iglesia es testimonio y prersencia  del Amor de Dios, en forma gratuitaPor eso, ella se encarna entre (en) los pobres, en aquellos que acogen la vida como gracia y la comparten en amor mutuo.   Como destinatarios de ese don de Dios, como dueños del reino, reunidos por Jesús y convocados por su llamada a la gran esperanza que es Dios, los pobres del mundo aparecen así como herederos (propietarios) de la Iglesia: no teniendo nada por sí mismos, ellos lo tienen todo, porque todo lo reciben como don de Dios en Cristo.

‒ Finalmente, la iglesia/humanidad es Comunión de vidaen el Espíritu, lugar de encuentro de gracia y pobreza, es decir, lugar de encuentro entre los hombres.  Dentro de ella, los seres humanos se descubren, en sentido estricto, como ricos y pobres: dan y reciben (o reciben y dan) lo que tienen, en gesto de Propiedad compartida (esto es, de superación de toda propiedad particular), de forma, dentro de ellas, los creyentes pueden afirmar: Todo es nuestro, porque nada nada es nuestro; todo podemos darlo porque todo lo hemos recibido.  

 NOTAS

[1] Todo en Jesús es don (regalo de vida, comunión), en línea que abarca los dos ejes de la realidad, tal como nosotros los percibimos, de un modo sincrónico y diacrónico, de forma que no podemos hablar de una espacio y tiempo separados entre sí, y distintos de la humanidad, porque Dios mismo es espacio y tiempo de los hombres, dentro de eso que podemos llamar las coordenadas trinitarias (no puramente cartesianas), que Kant interpretó como puro “a priori” del conocimiento humano (subjetivo), sin ver que eran expresión y esencial del conocimiento-ser divino.

[2] En esa línea escribí algunos trabajos sobre el sentido ontológico del tema La: Trinidad en el quehacer teológico actual, EstTrin 6 (1972) 435-483; Trinidad y ontología, EstTrin 8 (1974) 189-236.

[3] Desde fondo podemos añadir tres observaciones  a) El hombre no puede hacerse Dios por fuerza, esto es, por sí mismo, como resultado de una acción “suya”. El hombre no se puede “fabricar” como divino, pues todo lo que él hace fuera de sí mismo (o de otros seres humanos) son cosas‒objetos de consumo, ídolos que le terminan engañando y dominando). El hombre no puede comer del árbol del conocimiento del bien/mal que se es lo divino. Si quiere hacerse Dios, el hombre se destruye a sí mismo.  (b) Al hombre se le ofrece el árbol de la vida, pero sólo puede conseguirla allí donde renuncia a dominar la vida (y dominarlo todo) por la fuerza, fabricándose a sí mismo como Dios, en la línea de eso que Jesús llama Mammón. El camino de Dios en la vida de los hombres es una experiencia de gratuidad, y comunicación. Somos lo que nos han dado, somos lo que damos, en proceso de comunicación personal, esto es, en amor mutuo, en comunicación por el Espíritu Santo, en forma de resurrección. (c) A 1o largo de la historia larga, rica y creadora de la Biblia, vemos que siempre que los hombres (Israel) han querido fundar su existencia en sí mismos, en clave de lucha y violencia han fracasado. La vida de los hombres es gracia, es don supremo, don de los dones, signo y presencia de Dios, que es ante todo “gracia”: aquel que se da y entrega a sí mismo.

[4] Esa interpretación canónica (propia de los concilios y primeros Padres de la Iglesia), puede y debe tomarse como referencia, pero no imponerse, ni en el occidente actual ni en otros grandes espacios culturales (China, India, Mundo Musulmán etc. Quizá podamos tomar como base de 2 Cor 13, 1: La Gracia del Señor Jesucristo, y el Amor de Dios y la Comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros.

[5] Ese esquema histórico-escatológico de la Trinidad ha sido estudiado y criticado, de forma quizá un poco simplificadora, por H. de Lubac, La posteridad espiritual de Joaquín de Fiore I-II, Encuentro, Madrid 2011. Se trata de una obra de lectura obligada para entender la traducción histórico-social (escatológica) de la Trinidad en la historia de occidente.

[6] He ofrecido ejemplos de esta taxis en Enquiridion trinitatis, Sec. Trinitario, Salamanca 2005.

[7] (a) El Padre es «origen amoroso» de todo, principio de donación dirigida al Hijo, en gesto de entrega personal eterna. (b)  Tanto en un nivel de eternidad fundante como en plano temporal de historia, el Hijo Jesucristo viene a presentarse como plena gratuidadnada tiene por sí mismo, todo lo recibe, dándolo todo. (c) . Eso es lo que indican los antiguos al decir que es «engendrado»: Él es la gracia, todo lo ha recibido, todo lo da. Es gracia, sólo tiene y es lo que recibe del padre y lo que da a los hombres, en amor gratuito. (c) El Espíritu Santo es finalmente comunión o kononia universal, unión del Padre con el Hijo, diálogo en que ambos se vinculan siendo uno en el otro (unso hombres e otros).

Francisco, el Papa ‘Fratelli tutti’:

las 10 preguntas definitivas de su encíclica para cambiar el mundo

A lo largo del documento sobre la fraternidad universal, interpela al lector hasta 41 veces sobre su capacidad para tomar partido en la transformación del mundo

En este décimo aniversario de su pontificado, recordemos las claves del texto

A través de ‘Fratelli Tutti’, el Papa busca el posicionamiento de quien la tiene entre sus manos para que se deje cuestionar por cada uno de los temas que plantea en relación a la fraternidad universal y la amistad social.

Con este recursos pedagógico, Jorge Mario Bergoglio recopila hasta 41 preguntas a lo largo del texto que van más allá de un mero examen de conciencia para los hombres y mujeres “de buena voluntad” del siglo XXI y que tampoco se presentan como un mero cuestionario a modo de encuesta. Vida Nueva recoge 10 de ellas con motivo del décimo aniversario de su pontificado.

1. ¿Ignorar la historia?

Al comenzar su análisis de la realidad en ‘Fratelli tutti’, Francisco advierte de caer en “una especie de ‘destruccionismo’ donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero”. Desde ahí, comparte una de las preguntas que ya lanzó a los jóvenes en la exhortación ‘Christus vivit’: “Si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que ella les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que ella les dice?”

2. ¿Qué significa hoy la democracia?

En esta misma línea, el Papa expone que “un modo eficaz de licuar la conciencia histórica, el pensamiento crítico, la lucha por la justicia y los caminos de integración es vaciar de sentido o manipular las grandes palabras”. Desde ahí, se lanza: “¿Qué significan hoy algunas expresiones como democracia, libertad, justicia, unidad? Han sido manoseadas y desfiguradas para utilizarlas como instrumento de dominación, como títulos vacíos de contenido que pueden servir para justificar cualquier acción”.

3. ¿Es posible reconocer al vecino?

Bergoglio se muestra preocupado porque “un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso”.  “En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino?”, escribe.

4. ¿Igualdad de derechos?

El Papa cuestiona si la proclamación de los derechos humanos hace 70 años se ha traducido en que la dignidad de todos los seres humanos sea protegida. “En el mundo de hoy persisten numerosas formas de injusticia, nutridas por visiones antropológicas reductivas y por un modelo económico basado en las ganancias, que no duda en explotar, descartar e incluso matar al hombre. Mientras una parte de la humanidad vive en opulencia, otra parte ve su propia dignidad desconocida, despreciada o pisoteada y sus derechos fundamentales ignorados o violados”, argumenta. En este punto, se pregunta: “¿Qué dice esto acerca de la igualdad de derechos fundada en la misma dignidad humana?”.

5. ¿Los medios católicos hacen fraternidad?

Al abordar el papel de los medios de comunicación en el mundo de hoy, lamenta que “los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados también por personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital”.  A renglón seguido plantea: “¿Qué se aporta así a la fraternidad que el Padre común nos propone?”.

6. ¿Quién es mi prójimo?

Francisco reproduce parábola del Buen Samaritano, que sirve de hilo conductor para la encíclica. Asi, hace suyas las preguntas del pasaje de Lucas (Lc 10, 25-37):

“¿Quién es mi prójimo?”.

“Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”

Jesús le preguntó a su vez: “Qué está escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”.

El maestro de la Ley, queriendo justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”.

“¿Cuál de estos tres te parece que se comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?”

A partir de ahí, el Papa repasa cómo “la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre nosotros”: “Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios: ‘¿Dónde está tu hermano Abel?’ (Gn 4,9). La respuesta es la misma que frecuentemente damos nosotros: ‘¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?’ (ibíd.). Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta posible”.

También busca confrontar al lector al detener en el libro de Job: “¿Acaso el que me formó en el vientre no lo formó también a él y nos modeló del mismo modo en la matriz?” (31,15).

7. ¿Nos inclinaremos para curar las heridas?

A partir de la parábola, Francisco divide la sociedad en dos tipos de personas: “las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo”. Toca elegir. “En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?”. A continuación, el Papa anima a posicionarse: “Este es el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo”.

8. ¿Qué puedo hacer yo?

Siguiendo con la parábola, Bergoglio denuncia que “hay una triste hipocresía cuando la impunidad del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a una permanente descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que hace cundir la desconfianza y la perplejidad”. Llega a afirmar que “el engaño del ‘todo está mal’ es respondido con un ‘nadie puede arreglarlo’, ‘¿qué puedo hacer yo?’”. Ante esta pregunta, el Papa advierte de caer en “el desencanto y la desesperanza” frente a la necesidad de llenarse de “un espíritu de solidaridad y generosidad”.

9. ¿Nos volvemos prójimos?

Francisco insiste de nuevo en el punto 81 en la pregunta clave que precede a la parábola del Buen Samaritano: “¿Quién es mi prójimo?”. Y lo hace para aclarar que Jesús “no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos”.

10. ¿Cómo reaccionar a quienes aíslan?

En la encíclica Francisco distingue el término prójimo de socio, esto es, de quienes responden desde la gratuidad a quienes buscan beneficios personales de toda acción, porque solo se miran a sí mismos y no al otro. Es ahí cuando plantea: “¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial?”.

La moral sexual

Cardenal Marx: «La moral sexual católica debe cambiar» y dejar de ser «moral de prohibición»

Cardenal Reinhard Marx

El cardenal reconoce que, a menudo, tanto en la predicación como en la práctica pastoral, se ha dado una imagen negativa de la sexualidad humana

«Una imagen que ha estado marcada por la culpa y el pecado, lo que ha llevado también a la represión y a la doble moral»

«La imagen cristiana del hombre quiere abrir también perspectivas positivas y liberadoras en el ámbito más personal e íntimo de la vida humana, tanto para la vida de los individuos como para la vida en común»

Por José Manuel Vidal

El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich, asegura que es urgente que la Iglesia desarrolle la doctrina sexual católica. «Es hora, por el bien de la humanidad, de seguir desarrollando una moral y una doctrina útiles para la vida, que proclamen el amor de Dios por los hombres a la altura de los debates actuales», explica en declaraciones a Cath.ch

A su juicio, la gestión actual de los casos de pederastia en la Iglesia demuestra «que existe un problema fundamental en el ámbito relacional entre la Iglesia y la sexualidad, que desempeña con razón un papel importante en una perspectiva sistémica, también en las deliberaciones de la vía sinodal».

«¿Pasión, deseo y sexo frente a razón, amor y moral? Esto a veces suena un poco como si existiera o bien una vida pecaminosa, impulsada por los instintos y la sinrazón, o bien el ideal del amor puro», dice el cardenal Marx, que tacha tal perspectiva de «estrecha» y «alejada de la realidad».

El cardenal reconoce que, a menudo, tanto en la predicación como en la práctica pastoral, se ha dado una imagen negativa de la sexualidad humana. «Una imagen que ha estado marcada por la culpa y el pecado, lo que ha llevado también a la represión y a la doble moral».

Para el cardenal alemán, esta «moral de la prohibición» ha marginado su verdadero fundamento: «La imagen cristiana del hombre quiere abrir también perspectivas positivas y liberadoras en el ámbito más personal e íntimo de la vida humana, tanto para la vida de los individuos como para la vida en común».

Gabina Dubón, la discípula de Rutilio Grande

Dina fue testigo de los tiempos oscuros del pueblo salvadoreño

Gabina Dubón, mejor conocida como Dina, es una enciclopedia abierta. Fue testigo de los tiempos oscuros del pueblo salvadoreño. En 1970 conoció al ahora beato Rutilio Grande. Cuenta que por ser la mayor de sus hermanos “decidimos participar en la comunidad de base promovida por el padre, por amor, fe y compromiso cristiano; hicimos realidad el sueño de vivir el Evangelio y nos organizamos en la Federación Cristiana de Campesinos Salvadoreños, para luchar por los intereses de nuestros hermanos”.

Recuerda que en ese ínterin conoció a su esposo y, como Rutilio, “viajaba los fines de semana y en festivos a su pueblo natal”. “Nunca me imaginé que quien me casó más tarde sería mártir”, señala. Vivió con intensidad estas luchas del sacerdote, siguiendo su ejemplo, hasta que apagaron su vida el 12 de marzo de 1977. Vivía en El Paisnal –al norte del país–, recuerda que “ese día estaba en Cojutepeque realizando misiones y regresé”. Un presentimiento la llevó a tomar el primer bus. Su prima la recibió con la infausta noticia: “Mataron al padre Rutilio”. Lloraron desconsoladamente.

“Su muerte no fue en vano”

Desde entonces ha dedicado su vida a acompañar a las comunidades eclesiales de base, al movimiento campesino y el trabajo con mujeres. Considera que el martirio de Rutilio “despertó la base del laicado, haciendo saber que esta no era la voluntad de Dios, sino del hombre, que esto era un pecado social, estructural, la injusticia que nos quitó la venda de los ojos”. “Su muerte no fue en vano”, asevera. En junio de 2022, Cáritas Latinoamérica y Catholic Relief Services le otorgaron el Premio Mujeres Construyendo Justicia y Paz en América Latina y el Caribe. Dina sigue recorriendo El Paisnal, decidida a seguir los pasos de Rutilio

San Oscar Romero

Celebramos un año más la santidad de Mons. Romero en el día de su muerte martirial. Y es bueno preguntarnos qué es lo que hace santo a este obispo, tímido y profeta al mismo tiempo, riguroso consigo mismo y libre para anunciar el Evangelio del Reino, que se dirigía espiritualmente con un sacerdote el Opus Dei y se confesaba con un jesuita. Y la respuesta que brota con mayor rapidez es clara: Sentía cercano al prójimo oprimido y veía en él el rostro del Señor crucificado. Y ahí, en la debilidad del infravalorado y marginado, encontraba la fuerza para anunciar y denunciar. Hablaba con todos, trataba de ayudar siempre, soportaba ataques, insultos e incluso la enemistad de algunos (a veces más que algunos) de sus hermanos en el episcopado. Pero su cariño y su preocupación indeclinable eran los pequeños, los marginados y los perseguidos por defender y trabajar en favor de la igual dignidad humana de los hijos e hijas de Dios. Vivía con una enorme sencillez en un asilo de enfermos terminales y disfrutaba sintiéndose acogido y querido por los pobres. Su bondad y su heroicidad nos facilita ponerlo en una hornacina del pasado, como una de las personas que nos recuerda al Jesús que pasó por este mundo “haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hechos 10, 38). Pero no basta la admiración de una santidad si no se siente al mismo tiempo un fuego interior como el que sentía los apóstoles al interiorizar la resurrección del Señor.

Hoy, al recordarlo, cuando tendemos a ponerlo en un pasado violento y heroico, muy diferente de nuestra actualidad, le hacemos un flaco favor a su santidad. Porque de muchas maneras el prójimo oprimido continúa estando a nuestro lado. Y un santo del que recordemos sus glorias pasadas sin que nos inquiete en nuestro presente no deja de ser una especie de adorno personal y, con frecuencia, una muestra de narcisismo institucional. Quienes viven y sufren en la marginalidad y la pobreza, los migrantes menospreciados por su origen o por el color de su piel, las víctimas de las guerras, los saharauis abandonados porque la economía es más importante que las personas, son parte de esa legión de oprimidos que siguen cuestionando nuestras historias personales y sociales. Si no los sentimos inmediatos, si algo no nos llama a hacerlos históricamente significativos, nos alejamos de lo más hondo de nuestra realidad humana: la capacidad de sentirnos fraternos, miembros de la misma especie. Y al olvidar y traicionar nuestra humanidad traicionamos también nuestra fe. De poco nos serviría entonces el recuerdo de aquellos que en el pasado amaron tanto a sus prójimos que pudieron vivir sin que el odio de los violentos, e incluso la muerte, nublara su mirada de profetas.

Mons. Romero nos llama siempre al presente. Así lo entendieron quienes propusieron en la ONU que el 24 de marzo fuera el “Día Internacional del Derecho a la Verdad en relación con las Violaciones Graves de los Derechos Humanos y para la Dignidad de las Víctimas”. La Asamblea General de la ONU aprobó en 2010 la titulación de ese día en honor a Monseñor Romero. Casi podríamos decir que lo canonizó antes que su propia y nuestra Iglesia. Pero tanto a los cristianos como a la ciudadanía humanista nos cuesta demasiado romper la comodidad que nos cuestiona el que sufre. Y ponemos al margen de nuestras mentes a quien la sociedad ha marginado ya antes, de un modo injusto y con frecuencia violento. El Romero santo y asesinado debe ser para nosotros siempre un recuerdo peligroso. Peligroso para el statu quo del dinero, de la egolatría y del poder, y peligroso también para quienes, despertados y urgidos por su recuerdo, tratemos simultáneamente de odiar al mal y amar al enemigo. Sólo podremos celebrar a Romero desde la solidaridad humilde y combativa. Esa misma solidaridad que tuvo quien “siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos” (2Cor 8, 9).

P. José Mª Tojeira

Francisco, el Papa del Concilio

Vida Nueva celebra estos diez años de Francisco: “Es el Papa del Concilio, y por eso es revolucionario”

Laboa, Carmena y García Magán reflexionan en el VII Encuentro VN sobre esta década bergogliana

El coloquio ha sido organizado por PPC y Vida Nueva junto al Banco Sabadell y el despacho Pérez-Llorca

El acto ha servido para presentar el libro ‘Historia de los papas’, escrito por el historiador de la Iglesia

PPC Editorial y Vida Nueva, en colaboración con el Banco Sabadell y el despacho de abogados Pérez-Llorca, han celebrado en la tarde de este jueves 2 de marzo el VII Encuentro Vida Nueva, bajo el título ‘Diez años con Francisco, ¿evolución o revolución?’.

El acto, que ha tenido lugar en la sede madrileña del bufete, ha llenado el aforo (120 asistentes, además de quienes lo han seguido a través de nuestro canal de Youtube) y ha servido para presentar el libro ‘Historia de los papas’, editado por PPC y cuyo autor es el sacerdote e historiador de la Iglesia Juan María Laboa. Además de este, han participado en el coloquio, moderado por José Beltrán, director de Vida Nueva, la jueza y ex alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, y el secretario general de la Conferencia Episcopal, Francisco César García Magán.

El primero en muchos sentidos

La reflexión sobre estos diez años de pontificado del papa Francisco, elegido el 13 de marzo de 2013, ha empezado preguntándose si Bergoglio, el papa número 266 en la historia de la Iglesia, será o no recordado de un modo especial. Desde luego, parece claro que el primer latinoamericano y jesuita de la Historia en calzarse las sandalias del Pescador no será uno de los llamados pontífices “de transición”… Y es que también ha sido el primero en elegir el nombre de Francisco, en honor al santo de Asís.

Desde su amplio conocimiento, Laboa ha reivindicado que “la Iglesia es la única institución que ha durado 2.000 años”, siendo la suya “una historia de continuidad, pecado y gracia”, asombrando cómo ha sabido mantener sus “ideales”.

Entre los sietes papas que él ha conocido, desde Pío XII, “todos han tenido una relación importante con España”, siendo la realidad que “los más importantes” han sido a veces “mal vistos” desde nuestro país.

De ellos, establece una clara relación entre “Juan XXIII, Pablo VI y Francisco”. Respecto al actual, “su gran novedad es que nos dice que es el momento de volver a Cristo y al Evangelio sin las florituras que a lo largos de los siglos hemos ido añadiendo”.

Como “no creyente”

Carmena, desde una posición de “no creyente”, pero como alguien con una amplia experiencia al servicio de los ciudadanos y que ha compartido varios momentos de encuentro con Bergoglio en el Vaticano, se reconoce fascinada por su figura. Hasta el punto de que “encontré en él una coincidencia que reforzó mi sentimiento de pertenencia a la familia humana”, por lo que le estoy “agradecidísima”.

Tras conocerle en un encuentro que el Papa organizó en Roma con alcaldes de todo el mundo para reflexionar sobre la prostitución, destaca que “nos caímos bien, iniciándose así una relación personal”. Lo que ha ilustrado con una anécdota personal: al regalarle en unas navidades un crisma navideño en el que aparecía Carlos III,  Bergoglio le respondió con sorna diciéndole que le tuviera “buena onda”, pues ese fue “el Rey que expulsó a los jesuitas de España”.

En este sentido, ha valorado de su magisterio su preocupación por la cuestión migratoria, siendo “nuestra inhumanidad” algo por lo que “nos juzgará la Historia”. Y, aquí, el Papa es “el único en condenar esto” con total claridad y desde su altura moral. Cuando ella promovía políticas en defensa de los refugiados y muchos la criticaban, ella “sentía que el suyo era mi principal respaldo”.

La buena política

Por ello, Carmena también ha valorado que Francisco sea un representante eclesial que no teme reconocer que trata de hacer “política”, en el sentido de promover el “bien común”, destacando que “en su última encíclica habla de la amabilidad”, algo que “considero necesario” en la función pública, reflejando “una autoridad empática”.

Así, cuando la llaman con desdén “buenista”, se mira en el espejo y se niega a ser “malista”, pues “la bondad es esencial para ejercer la buena política”.

Por su parte, García Magán ha señalado “las tres actitudes” que hemos podido ver en el pueblo de Dios en estos diez años de pontificado: “Sorpresa, admiración y escucha”. Tras la “sorpresa inicial” al ver cómo su elección “descentralizaba” la Iglesia al ser el primer papa latinoamericano, muchos dieron paso a “la admiración” por sus “iniciales gestos”, propios de “una Iglesia pobre y para los pobres”. Ahora, el reto es que canalice “una escucha” que “se abra a creyentes de otras religiones” y a quienes “buscan con un sentido trascendente en medio de situaciones dolorosas” como la guerra o la crisis de los refugiados.

Novedad desde la continuidad

Para el obispo auxiliar de Toledo, desde esta “novedad en el ser y en el hacer”, la comunidad cristiana entera se siente heredera “de 2.000 años de historia”, siendo hoy pastores y laicos unos “eslabones” que remarcan esa tradición. Algo que se refleja “en las diferencias” entre los papas de este siglo, cada uno con sus peculiaridades y, siempre, “desde esa continuidad en lo fundamental: la evangelización”.

¿Qué es para nosotros el Papa?”, se ha preguntado Laboa. Y se ha respondido que “es el primer obispo de Roma”, viniéndole su legitimidad, precisamente, de su condición de “primera piedra de la Iglesia”, teniendo la de Roma “mayor responsabilidad” que otras comunidades. Algo que es importante recordar, ya que “venimos de unos años de confusión”, pensando muchos que, viviendo Ratzinger, “había dos papas”.

Acabado este “equívoco”, pues es claro que, “cuando un papa dimite, deja de serlo”, ahora debe iniciarse una etapa en la que “cedan en su presión quienes, por interés, han opuesto un papa a otro”, generando una malsana “división”. Guste más o menos a unos y otros, “Francisco tiene toda la autoridad” y “no se puede ser cristiano de verdad sin respetar al sucesor de Pedro”.

Desconfianza hacia el progreso

Carmena, consciente de estas divisiones en el seno de la Iglesia, ha lamentado que “la guerra desata unas pasiones inconfesables”. Siendo la realidad que “la Iglesia ha sentido generalmente desconfianza hacia el progreso”, ha tenido su parte “positiva” al “preservar ciertos aspectos” que merecen la pena conservar.

Habiendo que “analizar este conservadurismo histórico de la Iglesia”, también es “incuestionable” que “los derechos humanos, que son la esencia del cristianismo, son la gran conquista de la sociedad”. “¿De dónde procede la empatía?”, se ha cuestionado. Y ha apuntado que el cristianismo no ha sido “ajeno” a esta revolución silenciosa.

García Magán ha apuntado que, “últimamente, las bulas con los nombramientos episcopales los firma el Papa en San Juan de Letrán y no en san Pedro, lo que es todo un signo”. Además, ha invitado a Carmena a leer “el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, encontrándose en él “grandes propuestas en materias de avance laboral y social” que incluso muchos grupos de izquierdas “no se atreverían hoy a implementar”. También, en pleno franquismo, “la primera ley de libertad religiosa vino impulsada por los obispos”.

El ruido de la crítica

Lamentando que “la crítica hace más ruido” que la entrega silenciosa, el obispo rechazó “posicionamientos antieclesiales” que son “un absurdo teológico”. Eso sí, ha matizado, bulle hoy con más fuerza “la sinodalidad”, como reflejó el reciente Congreso de Laicos.

Así, “las comunidades cristianas en España se están comprometiendo contra los abusos”, un “problema social” que “también ha manchado a la Iglesia”, siendo siempre “execrables” todos estos crímenes. Un “esfuerzo pastoral” que refleja “un camino aún por recorrer”, pero en el que “el Sínodo” es un gran instrumento para ello.

Al pedírsele que identifique a Francisco con un concepto, Laboa ha reivindicado que “es el Papa del Concilio”, por lo que también es “un revolucionario”. Y es que “el cambio real es el Concilio; el gran olvidado de muchos, como si fuera el de Trento…”. Así, refleja que “la Iglesia no es europea, sino universal”.

El legado de Pablo VI

Fue impulsado, en definitiva “por Pablo VI, un hombre del Espíritu, que lo llevó adelante”. Tras plasmar “la libertad de conciencia”, lo que supuso “la gran ruptura con el mundo anterior”, este sentimiento, “mal visto en Europa y aún más en España”, fue cuestionado por muchos en la propia Iglesia, generando una honda crisis cuyas consecuencias han llegado hasta hoy. De ahí el gran acierto de Francisco al recuperar con autenticidad su “apuesta por lo esencial y no por lo accesorio, enseñando a vivir como lo hacía Jesús”.

Para Carmena, Bergoglio es “el papa del humanismo”. Entre otras cosas, porque sabe que “las mujeres y el feminismo hemos cambiado el mundo”, mientras que la Iglesia, “todavía no” ha apostado por ello completamente. Eso sí, “con él, se va superando esto, para dejar atrás el sectarismo”. “La Iglesia necesita la misma capacidad de liderazgo en las mujeres que en los hombres; no puede quedarse atrás”, ha concluido.

García Magán, apelando a que “lo esencial es el encuentro con Cristo, el único transformante”, ha recordado que Francisco “ha hablado de que el camino de la Iglesia es el del hombre”, pues “Dios se hizo hombre”.

Más mujeres… en todos los ámbitos

Sobre “la asignatura pendiente de las mujeres”, el Papa “ha roto esquemas en la Curia” y “ha colocado a mujeres en puestos de decisión; los demás vamos a rebufo, pero seguimos en ese camino. Hay que avanzar, en todo: ojalá hubiera más mujeres haciendo teología, derecho canónico, historia de la Iglesia… En esa igualdad de derechos, en esa riqueza de la diversidad, todos crecemos y avanzamos en ese camino”.

Por eso, el obispo ha reclamado que Francisco es “el Papa de la sinodalidad y el de la ecología integral”. Toda una “propuesta retadora”.

43º Aniversario de Mons. Romero

Actualidad de Monseñor Romero en el 43º aniversario de su asesinato

Monseñor Romero
Monseñor Romero

Urge recuperar su figura profética y liberadora, su dimensión política subversiva y su teología de la liberación hecha realidad a nivel personal, eclesial y social

En este clima es necesario hacer memoria histórica de de la figura de monseñor Romero como modelo y referente de un cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y participativa

Por Juan José Tamayo

El 24 de marzo conmemoramos el cuarenta y tres aniversario del asesinato de monseñor Óscar A. Romero, arzobispo de San Salvador, mártir por defender la causa de la justicia y canonizado por el papa Francisco en 2018, tras la pertinaz resistencia de sus predecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. Urge recuperar su figura profética y liberadora, su dimensión política subversiva y su teología de la liberación hecha realidad a nivel personal, eclesial y social. 

Hoy se respira un clima de conservadurismo en importantes sectores de la curia romana, de no pocos obispos y sacerdotes católicos, contrarios a las reformas de Francisco. Estamos asistiendo, a su vez, al avance del nuevo fenómeno político y religioso del cristoneofascismo, que consiste en la alianza entre la extrema derecha política, económica y social y organizaciones integristas dentro de la Iglesia católica, como, en España, HazteOír, Germinans germinavit, Asociación de Abogados Cristianos, El Yunke, etc. (cf. Juan José Tamayo, La Internacional del odio. ¿Cómo se construye? ¿Cómo se deconstruye?, Icaria, Barcelona, 2022, 3ª ed.). 

Modelo y referente

En este clima es necesario hacer memoria histórica de de la figura de monseñor Romero como modelo y referente de un cristianismo liberador y de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Él sigue siendo faro y antorcha que ilumina la oscuridad del presente y transmite esperanza para la construcción de la utopía de “Otro Mundo Posible”.  Ofrezco a continuación el siguiente decálogo que actualiza su vida, su mensaje y su práctica y constituye un desafío para el cristianismo instalado en el sistema.

Monseñor Romero
Monseñor Romero

1. Cristianismo liberador. Romero es el símbolo luminoso de un cristianismo liberador en el horizonte de la teología de la liberación que asumió la opción ética-evangélica por las personas y los colectivos empobrecidos de su país, frente a las tendencias alienantes y neoconservadoras. Puso en práctica, la afirmación de Paulo Freire: “No podemos aceptar la neutralidad de las iglesias ante la historia” y ejemplificó con su vida y su muerte martirial el ideal del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.

2. Ciudadanía crítica, activa y participativa. Romero fomentó a través de sus homilías, cartas pastorales, emisora de la arquidiócesis -tantas veces agredida- y programas radiofónicos, el ejercicio de una ciudadanía crítica, activa y participativa. Reconocía la existencia de una conciencia crítica que iba formándose en el cristianismo salvadoreño, un cristianismo consciente, no de masas. 

Citando la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla de los Ángeles (México) en 1979, defendía la necesidad de “ser forjadores de nuestra propia historia”, no permitiendo que sean otros quienes desde fuera impongan el destino a seguir. La Iglesia tiene que implicarse en dicha ciudadanía activa: “En la medida en que seamos Iglesia, es decir, cristianos verdaderos, encarnadores de Evangelio, seremos el ciudadano oportuno, el salvadoreño que se necesita en esta hora” (Homilía 17/1/1979).

Monseñor Romero
Monseñor Romero

3. Pedagogía concientizadora desde la opción por los pobres. Monseñor Romero fue un excelente pedagogo que siguió el método jocista del ver-juzgar-actuar y el de concientización de Paulo Freire: paso de la conciencia ingenua e intransitiva a la conciencia transitiva y activa, de la conciencia mítica a la conciencia histórica, de la conciencia crítica a la acción transformadora y a la praxis liberadora. 

4. Espiritualidad liberadora. Monseñor Romero fue una persona espiritual, un místico, pero sin caer en el espiritualismo alejado de la realidad. Fue una persona profundamente piadosa, pero no con una piedad alienante ajena a los conflictos sociales. Fue un pastor, pero de los que huelen a oveja, como pide el papa Francisco a los sacerdotes y obispos. Vivió la devoción a María, pero no la María sumisa, sino la María de Nazaret del Magnificat que declara destronados de los poderosos y empoderados a los humildes, despoja de sus bienes a los ricos y sacia a los pobres.

5. Monseñor Romero fue un referente en la lucha por la justicia para creyentes de las diferentes religiones y no creyentes de las distintas ideologías. Igualmente lo fue para los políticos por su nueva manera de entender la relación crítica y dialéctica entre poder y ciudadanía, así como para los dirigentes religiosos por la necesaria articulación entre espiritualidad y opción por los pobres, ejercicio pastoral y actitud profética.

monseñor Romero
monseñor Romero

6. Democracia participativa. La democracia hoy está enferma, gravemente herida, y, si no sabemos defenderla, es posible que esté herida de muerte. Se encuentra sometida al asedio del mercado y acorralada por múltiples sistemas de dominación, que son más fuertes que ella y amenazan con derribarla. 

Estos sistemas de dominación son: el capitalismo en su versión neoliberal; el colonialismo en su versión neocolonial extractivista, anti-indigena y anti-afrodescendiente; el patriarcado en su versión más extrema de la violencia de género (machista), que se salda con decenas de miles de feminicidios en todo el mundo; los fundamentalismos religiosos y su irracional y destructora deriva terrorista; el modelo científico-técnico de desarrollo de la modernidad, que destruye nuestra casa común, la naturaleza; la violencia estructural del sistema, que somete a millones de personas a situaciones de extrema e inhumana pobreza y de muerte.

Como respuesta frente a la democracia herida de muerte es necesario, en palabras del sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, democratizar la revolución y revolucionar la democracia. Monseñor Romero puede ser un referente en esta tarea. Creo que es aplicable al cristianismo liberador lo que afirma Ellacuría de la relación entre revolución y universidad: 

“Si la revolución no pasa por la universidad, en el sentido de que no es ella su motor principal, la universidad debe pasar por la revolución, porque revolución y razón no tienen por qué estar en contradicción; más bien, en las cuestiones históricas se reclaman y se exigen mutuamente”.

Cierto: entre cristianismo y revolución no hay contradicción.

Monseñor Romero
Monseñor Romero Agencias

7. Trabajo por la paz y la justicia a través de la no violencia activa. Ignacio Ellacuría dijo: “Con monseñor Romero Dios ha pasado por El Salvador”. Yo me atrevería a decir: monseñor Romero es piedra angular en el edificio de la cultura de paz que estamos llamados a construir todas y todos en El Salvador, en América Latina y en todo el mundo, eso sí, fundada en la justicia. 

8. Invitación a la utopía. La utopía sufre hoy un enorme desdén, cuando no un grave desprecio, un largo destierro y un maltrato semántico. Calificar a una persona, a un colectivo o a un proyecto de utópico no es precisamente un piropo, sino una descalificación en toda regla, es como llamarlos ingenuos, fantasmagóricos, ilusos, ajenos a la realidad. 

La utopía vive un largo destierro. Es excluida de todos los campos del saber y del quehacer humano y natural: de la ciencia, donde impera la razón científico-técnica; de la filosofía, donde impera la razón instrumental; de las ciencias sociales, por ejemplo, de la economía, donde impera la razón contante y sonante; de la política, donde se impone la razón de Estado; de las religiones, donde se tiende a proponer la salvación espiritual más allá de la historia.

Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II

La utopía sufre también un maltrato semántico por parte de los diccionaristas, que suelen definirla como plan bueno y muy halagüeño, pero irrealizable, subrayando su imposibilidad de realización y sometiendo a los seres humanos a una especie de fatalismo histórico que da por buena la afirmación “las cosas son como son y no pueden ser de otra manera”, los lleva a instalarse cómodamente en la realidad y a renunciar a todo cambio. 

Monseñor Romero no se instaló cómodamente en el (des)orden establecido, ni con-sintió con el pecado estructural, ni hizo las paces con el gobierno, como le pedía Juan Pablo II. Encarnó en su vida, su mensaje y su práctica liberadora el compromiso con la utopía, no como un ideal irrealizable, sino conforme a los dos momentos que la caracterizan: la denuncia y la propuesta de alternativas.  

– Denuncia de la negatividad de la historia, encarnada en los poderes que oprimían y explotaban a las mayorías populares: oligarquía, ejército, escuadrones de la muerte, gobierno de la Nación.

– Propuesta de alternativas, en lenguaje cristiano del reino de Dios como la gran utopía, que Romero traducía en la construcción una sociedad no violenta, justa e igualitaria, y de una “Iglesia de la esperanza”. Alternativas realizables a través de los movimientos populares, que el apoyó durante su ministerio pastoral mediado políticamente en San Salvador. 

Reivindicando a Romero
Reivindicando a Romero

La mejor expresión de la utopía de Romero fue la respuesta que dio a un periodista, unos días antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”. No estaba hablando del dogma de la resurrección de los muertos, ni de la vida eterna, sino de la nueva vida del pueblo salvadoreño liberado de la violencia, la injusticia y la pobreza. Su resurrección era la resurrección del pueblo. 

9. Actitud antiimperialista. Romero se enfrentó al Imperio estadounidense en una carta dirigida al presidente Jimmy Carter en la que se oponía a la ayuda económica y militar de Estados Unidos al Gobierno y al Ejército de El Salvador porque constituía una injerencia inaceptable en los destinos de su país y agudizaba la injusticia y la represión contra el pueblo. Al final la ayuda llegó y sucedió lo que Romero había anunciado: intervencionismo estadounidense, más represión contra el pueblo y masacres contra poblaciones enteras. En eso derivó la ayuda del Pentágono.

10. ¡Cese la represión! Constantes fueron sus llamadas a la reconciliación, pero no en abstracto, sino acompañadas del reparto equitativo de la tierra, que pertenece a todos los salvadoreños. No justificó la violencia revolucionaria como respuesta a la violencia del sistema, sino que apeló al diálogo y la negociación, y a buscar soluciones racionales. Exigió al Ejército, a la Guardia Nacional, a la Policía y a los soldados que dejaran de matar a sus compatriotas en una llamada entre dramática y desesperada: “En nombre de Dios… y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!’”.

Juan José Tamayo/ Director de Monseñor Romero, mártir por la justicia (Tirant, Valencia, 2015)