Cinco claves para vivir la Jornada de la Sagrada Familia
‘La familia, cuna de la vocación al amor’ es el lema de la celebración eclesial que este año se celebra este 30 de diciembre
Este viernes, 30 de diciembre, se celebra este año la fiesta de Sagrada Familia. La liturgia reserva este día cuando no caen en domingo tanto el 25 de diciembre como el 1 de enero. Como es habitual para esta celebración desde la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida ofrecen una serie de materiales en sintonía con la propuesta de esta edición, que es “la familia, cuna de la vocación al amor”. Vida Nueva repasa algunas de las claves del mensaje de los obispos de esta subcomisión que preside el obispo de Canarias, José Mazuelos Pérez.
1. Lugar de acogida
Los obispos invitan a los fieles “a contemplar de la mano de la Virgen María y de san José el misterio del Dios encarnado por amor a nosotros, pidiéndoles que nos ayuden a descubrir la familia como lugar privilegiado de acogida y discernimiento de la vocación al amor”. Y es que no correr buenos tiempos para acoger la llamada de Dios, estamos dicen, en “un invierno vocacional, no solo en referencia al sacerdocio y a la vida consagrada, sino incluso al matrimonio cristiano” debido a la “pérdida de la cultura vocacional”.
“Estamos convencidos de que la felicidad de cada persona pasa por el descubrimiento y vivencia en plenitud de la vocación que Dios ha soñado para ella desde toda la eternidad”, señalan frente a cualquier forma de pesimismo.
2. Lugar de la escucha
Siguiendo la exhortación apostólica ‘Christus vivit’ del papa Francisco, los prelados ofrecen “algunas pautas importantes para el discernimiento de la vocación y reflexionar sobre la educación en familia”. Y es que la familia, añaden, “es el ámbitoprivilegiado para escuchar la llamada del Señor y para aprender a responderle con generosidad, por ser el ámbito en que uno es amado por sí mismo, no por lo que produce o por lo que tiene”.
3. Lugar de educación
En la formación de los hijos, recomiendan los obispos que “los padres tengan presente que esta vida es un peregrinar hacia el cielo”. “En familia es donde mejor pueden aprender de manera sencilla y espontánea esa relación con Jesucristo vivo, como el miembro más importante de la familia, a quien se consultan los temas importantes, a quien se le confían todas las situaciones, a quien se le pide perdón cuando hemos fallado. La oración en familia es un medio privilegiado para aprender a tratar con este amigo que nunca falla, así como la participación frecuente en los sacramentos”, apuntan.
4. Lugar de la gratuidad
“Los padres deben enseñar a sus hijos a reconocerse como don, lo que reclama de ellos hacer una verdadera ofrenda de los hijos,renunciando a la posesión”, señalan en otro momento de su mensaje. “Aun cuando los padres lo puedan ver muy claro no puedenromper la libertad de los hijos ni su modo de dar respuesta al Señor. Los padres deben acompañar a los hijos en este discernimiento, pero no tomar las decisiones por ellos”, recomiendan.
5. Lugar de la pasión
El papa Francisco en la misa de clausura del X Encuentro Mundial de las Familias invitaba a “no preservar a los hijos de cualquier malestar y sufrimiento, sino tratar de transmitirles la pasión por la vida, de encender en ellos el deseo de que encuentren su vocación y que abracen la gran misión que Dios ha pensado para ellos”. Por ello los obispos recuerdan que “la familia no es una célula aislada en sí misma, a la que no importa lo que sucede alrededor” por lo que la “dimensión caritativa empieza en la familia ampliada, cuidando especialmente a los abuelos y a los mayores, pero debe estar abierta a las necesidades de los demás”.
Y es que, añaden, “como Iglesia, tenemos la misión de acompañar las familias que viven en nuestras comunidades. Por eso es tan importante ayudar a crecer a cada familia. También a las que están en las periferias, tanto materiales como existenciales. Acercarnos a las familias que viven la marginación y la pobreza; tener muy presentes a las familias migrantes; no dejar a un ladoa las familias que han sufrido la separación y el divorcio”, recomiendan.
Al día siguiente de la Navidad se celebra esta fiesta, en el marco del Año ‘Amoris laetitia’, centrada en el anuncio del evangelio
El domingo siguiente a la Navidad, se celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Este año, el día 26, la conexión con el nacimiento de Jesús se hace más evidente. Además, celebración de esta jornada se encuadra en el marco del Año Familia ‘Amoris laetitia’, convocado por el papa Francisco. El mensaje de los obispos de la Subcomisión Episcopal para la Familia y Defensa de la Vida anima a “anunciar el Evangelio de la familia hoy” y Vida Nueva repasa las 5 claves para celebrar con intensidad este día.
1. Vivir la Navidad
“La encarnación del Hijo de Dios abre un nuevo inicio en la historia universal del hombre y la mujer. Y este nuevo inicio tiene lugar en el seno de una familia, en Nazaret. Jesús nació en una familia. Él podía llegar de manera espectacular, o como un guerrero, un emperador… No, no: viene como un hijo de familia. Esto es importante: contemplar en el belén esta escena tan hermosa”, señalaba el papa Francisco en una audiencia general 2014. “Una sociedad en la que la familiapierde su significado y deja de ser ‘de facto’ un pilar fundamental se debilita grandemente”, afirman los obispos.
La Navidad de este año viene en una época en la que “se hacen muy difíciles los compro misos estables y la vivencia de la fe, lo que determina otra actitud frente a la vivencia del matrimonio. Todo ello parece desembocar en un vacíoexistencial y en el aburrimiento”, apuntan los prelados.
2. Dios tiene un plan
“Solo cuando las familias construyan sobre la roca del amor podrán hacer frente a las adversidades. No vale cualquier material de construcción ni cualquier cimiento. La roca sobre la que se debe cimentar la familia es Jesucristo”, reivindican los obispos. “Cada familia es siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la oscuridad del mundo”, afirmó el papa Francisco. El remedio para los obispos es “introducir a cada uno en una historia de amor en la que Cristo esté vivo y presente”.
3. El evangelio de la familia
“En medio de esta compleja situación, que podría conducirnos al desánimo, queremos volver a hacer resonar el anuncio del Evangelio de la familia, ya que ‘evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda’”, proponen los obispos de la subcomisión remitiendo a Pablo VI. “Lanzamos una llamada a las familias cristianas para que vivan la belleza del amor y atraigan a los demás”, reclaman en su mensaje.
“Las familias, como iglesias domésticas, también deben convertirse en discípulas misioneras de ese amor. Frecuentemente son quienes están mejor situadas para ofrecer este primer anuncio, apoyar, fortalecer y animar a otras familias. Así, se entiende su misión en este primer anuncio, que luego dará lugar a la acogida y al acompañamiento”, reclaman.
4. El primer anuncio
Los obispos invitan “a que cada familia ofrezca este primer anuncio a otras familias. Es el primero, en sentido cualitativo, porque responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano”. Esta misión, insisten los obispos de la subcomisión presidida por el obispo de Canarias, José Mazuelos, “debe estar en el centro de la actividad evangelizadora y en «toda formación cristiana, por ser fundamento permanente de toda la vida cristiana”.
5. Ante las necesidades de los demás
La misión de las familias, reclaman los obispos, “no deja de tener un contenido social”. Por ello invitan a seguir “el sencillo método de Jesús: levantarse, acercarse y partir de la situación concreta de cada persona, siempre bajo la fuerza del Espíritu Santo”. Así, concluyen su mensaje invitando a contemplar en la Sagrada Familia “cómo el amor arde en nuestros corazones y se convierte en un fuego fecundo; una contemplación que nos ayudará a anunciar a todos el mensaje de salvación”.
Sagrada Familia, familia de Jesús. El Niño no ha ido al templo a perderse
De manera paradójica, Lucas ha escrito este evangelio de la Sagrada Familia(Lc 2, 41-52) para enseñarnos tres cosas:
Jesús niño no se ha «perdido» en el templo; ha quedado expresamente para rebatir la doctrina de sus doctores. Sus padres le llevaron allí a los 12 años, pero él descubrió que aquel no era su lugar, y así quedó allí para superar la doctrina de los sacerdotes y sabios del lugar, marchándose, dejándoles solos con sus ritos y enseñanzas.
Jesús responde a sus padres diciendo que ha se quedado allí para cumplir las cosas de su «Padre», y la primera de ellas era superar la doctrina los pretedidos sabios del templo. Por eso, cumplida su tarea, vuelve con sus padres (María y José), no se queda en el templo (como si fuera buena escuela), a los 12 años, a diferencia de lo que hará unos años más tarde Flavio Josefo). Deja el «seminario» del templo y vuelve a su casa de Nazaret, para aprender y vivir de verdad con su familia y su gente. Su escuela no será el templo, sino el hogar y, de un modo especial, el trabajo (artesano, obrero de la construcción), con los pobres de la tierra; allí, no en el templo, irá creciendo en edad, sabiduría y humanidad. No estudia en la «escuela elitista» del templo-iglesia, sino en la universidad del la familia, del trabajo y de la calle.
Jesús descubrirá así que su familia son los hombres y mujeres del ancho mundo, en especial los pobres y oprimidos, , los enfermos y excluidos… Por eso, según los evangelios sinópticos, Jesús no volverá al templo hasta el final de su vida, para decir a los sacerdotes que su escuela se ha vuelto una cueva de bandidos.
Por X. Pikaza
La iglesia celebra este domingo después de Navidad la fiesta de la Sagrada Familia, la Familia de Dios, que está formada por todos los hombres y, de un modo especial, por los más necesitados (los hambrientos, desnudos, extranjeros, enfermos, encarcelados), a quienes Mt 25, 31-46 presenta como hermanos de Jesús.
Éste es el día de la familia humana de Jesús, niño nacido en un mundo en riesgo, niño que crece, que se independieza, que tiene hermanos. Aquí no vamos a presentar el tema entero, sino que nos limitamos a comentar el evangelio de este domindo de Navidad, que nos habla del Niño perdido en el templo.
Desde ese fondo compararemos esta escena de la infancia de Jesús según san Lucas con otro da la autobiografía de Flavio Josefo. A modo de conclusión presentaremos algunas reflexiones sobre Santiago, el hermano de Jesús, su familiar más conocido.
1. El niño Perdido en el templo
La tradición que está al fondo de Lc 1–2 ha situado a Jesús en un contexto de piedad sagrada israelita. Así aparece no sólo en los relatos de la “purificación y presentación” del niño en el templo (Lc 2, 21-40), sino, de un modo especial, en la historia edificante del “niño perdido y hallado en el templo” (Lc 2, 42-50; cf. 1 Sam 2-3).En ella se supone que Jesús conocía las tradiciones de Israel y era capaz de dialogar con los sabios, prdiéndose en el templo:
El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.
Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.” Él les dijo: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”. Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos (Lc 2, 40-51).
La escena, construida de forma simbólica, destaca la piedad de los padres y la sabiduría de Jesús, muchacho sabio, dialogando con los maestros de Jerusalén. Esa historia parece indicar que sabía cosas que no se aprenden, sin más, por tradición de escuela, sino que las conocía por tradición familiar y meditación interior (cf. Lc 2, 40). Jesús aparece así como “niño prodigio” o, quizá mejor, como adolescente sabio que, a los doce años, en el momento en que un judío se vuelve responsable de sí mismo, obligado a cumplir los preceptos de la Ley, dialoga con los sabios del templo de Jerusalén. Así aparece como un “bar” o “ben” “mitzvah”, un “hijo de los mandamientos”.
Los niños judíos actuales celebran esa fiesta de mayoría de edad a los trece años. No se sabe cómo y cuándo se celebraba exactamente en tiempos de Jesús, pero es claro que Lucas quiere evocar un tipo de celebración donde Jesús aparece, en su mayoría de edad, como alguien que puede responder y responde de sí mismo, como un “niño sabio” que permanece por unos días en Jerusalén (en la casa de su Padre Dios), para volver, sin embargo, con sus padres a Nazaret, creciendo así en sabiduría de las cosas de Dios. Sobr el trasfondo del tema: N. Krückemeier, Der zwölfjährige Jesus im Tempel (Lk 2.40-52) und die biografische Literatur der hellenistischen Antike, NTS 50 (2004) 307-319.
2. Comparación con F. Josefo.
Una anécdota como la anterior, donde Jesús adolescente dialoga con los maestros del templo, aparece en la autobiografía de F. Josefo, historiador judío algo más joven, que se describe a sí mismo como un auténtico niño prodigio:
Yo fui educado con un hermano mío, llamado Matías, hijos los dos del mismo padre y de la misma madre; progresaba mucho en la instrucción, destacaba por mi memoria e inteligencia; y cuando apenas había salido de la infancia, hacia los catorce años, todos me valoraban por mi afición a las letras, pues continuamente acudían los sumos sacerdotes y las autoridades de la ciudad para conocer mi opinión sobre algún punto de nuestras leyes que requiriera mayor precisión (Autobiografía II, 8-9).
Josefo aparece de manera mucho más pretenciosa que Jesús, pues no sólo dialoga (pregunta y responde), sino que enseña, de manera que a los catorce años actúa como “maestro de los maestros de la ley”. Hay además una diferencia esencial:
Josefo pertenece a una de las familias sacerdotales ricas de Jerusalén, de manera que no tiene más obligación ni tarea que estudiar.
Jesús, en cambio, como pondremos de relieve, pertenece a una familia de “campesinos obreros”, de manera que su ocupación directa es el trabajo, no el estudio.
Por otra parte, Josefo pudo seguir su etapa de “formación teórica” hasta los dieciséis años, para completarla con una educación práctica, pero no en el trabajo material, como Jesús, sino en la forma de vida de cada una de las tres “sectas” o filosofías (tendencias vitales) del judaísmo de su tiempo (fariseos, saduceos y esenios), para hacerse finalmente discípulo de Bano, un bautista anacoreta, culminando su formación a los diecinueve años (Aut II, 10-12). Josefo era un “buscador curioso”; hoy diríamos un “burgués del pensamiento”.Tenía la vida asegurada, en plano económico y social. Por eso podía dedicarse al lujo de estudiar y experimentar en los diversos caminos de la educación judía, sin implicarse totalmente en nada de aquello que hacía.
Jesús, en cambio, será un “buscador vital”, alguien que explora en la vida de trabaja y sufrimiento de la gente de su entorno. No ha podido dedicarse a recorrer las diversas “sectas” o filosofía, pues no tiene tiempo ni medios para ellos; no puede estudiar en con medios caros, ni dedicarse a la administración pública, ni viajar a Roma como “embajador” de unos sacerdotes, para ser recibido por la gran Popea, mujer del César (de Nerón) (Ibid III, 13-16). Él tendrá que estudiar y aprender en la escuela más realista y exigente: la escuela de la vida y del trabajo, que le pone en contacto con la vida real, como seguiremos viendo.
Lo que distinguirá a Jesús no es el estudio y conocimiento teórico de la Escritura, pues en su tiempo había muchos rabinos o estudiosos como Josefo (o como Hilel y Filón, ya citados) que la conocían de un modo más preciso, de manera que podían comentarla siguiendo las leyes de la exégesis entonces normativa. Pues bien, sin ser especialista, hombre de estudio (¡y precisamente por no serlo!), Jesús ha sido y sigue siendo para los cristianos aquel que mejor ha conocido y explicado la Escritura, desde la experiencia de su vida.
Hay un tipo de escuela que enseña a ignorar, como suponen las discusiones de Jesús con los escribas o letrados, que conocen la “letra” de la Ley, pero no su vida interna. Precisamente para llegar hasta el fondo de esa vida de la Escritura, Jesús ha tenido que salir del círculo de letrados y sacerdotes (de la escuela y templo), entrando en el mundo real de la vida y trabajo de los pobres y expulsados de Galilea. Desde ellos y con ellos (para ellos) ha conocido la Escritura.
Por eso, cuando Lucas acaba diciendo que el Jesús adolescente de doce años dejó el templo y fue con sus padres, estando sometido a ellos, está suponiendo, al menos implícitamente, que asumió la vida de trabajo de su familia.
Algunos apócrifos muy leídos en la Iglesia, como el Protoevangelio de Santiago, han destacado la influencia del estudio y la piedad en la educación piadosa de Jesús. En contra de eso, pensamos que Jesús conoce la Escritura, pero no ha descubierto su sentido de manera teórica y detallada, en la línea de los especialistas, sino en la experiencia concreta del trabajo y sufrimiento, con los hombres y mujeres de su tiempo. Eso le permite destacar algunos rasgos menos importantes para otros.
(1) Según Jesús, la Escritura ofrece el testimonio de la acción salvadora de Dios, como han puesto de relieve varios textos principales que él aduce (cf. Mt 11, 4-6 o Lc 4, 18-19).
(2) La Escritura es voz de exigencia y llamada: no sirve para justificar lo que existe, sino para trasformarlo, desde la perspectiva del banquete final (Mt 8, 10s) o de la viña de Israel (Mc 12, 1ss.)
(3) La Escritura es libro de experiencia. No se entiende con la ayuda de otros libros, sino con la la propia la vida. Su secreto o sentido más hondo no es algo que se aprende por estudio, sino en el encuentro personal con la realidad.
3. Santiago, el hermano de Jesús
La familia de Jesús está formada básicamente por María y José, como se indica en todos los comentarios de esta fiesta. Pero hoy he querido destacar la importancia de Santiago, el “hermano” más conocido de Jesús, que puede ser primo, hermanastro (hijo sólo de José) o hermano en sentido estricto. Aquí no puedo entrar en ese tema y sólo quiero poenr de reliefe su importancia en relación con Jesús
Jesús nació en una familia de carácter “piadoso” y erudito. Así parecen mostrarlo las tradiciones sobre Santiago, su hermano, primer “obispo” de Jerusalén, probable autor de una carta-circular escrita en su nombre (Sant). Una tendencia exegética dominante (inspirándose en Lutero) ha devaluado la carta de Santiago (=Jacobo), diciendo que es tardía y legalista, y que no puede haber sido escrita por un “hermano” de Jesús.
Pero nuevos y más hondos estudios han mostrado que esa “carta” no es “legalista”, que quizá no es tardía y que no es imposible que haya sido escrita por un familiar de Jesús. Eso supondría que en su misma familia había algunos que conocía la Escritura y que formaban parte de un tipo de élite de estudiosos. También Judas, otro posible hermano de Jesús, aparece en el Nuevo Testamento como autor de una carta de tipo judeo-apocalíptico (Judas); pero la autenticidad de esa carta parece menos probable.
Sea como fuere, la tradición de la iglesia antigua (avalada por Pablo y Hech 15), y por el mismo F. Josefo (Ant 20, 197-203), supone que Santiago no era un “inculto mesiánico”, sino un erudito, un “estudioso de la religión” en el sentido radical de la palabra. Ciertamente, él pudo haberse iniciado en el conocimiento de la Ley tras la muerte de Jesús. Pero es más sencillo suponer que la conocía previamente. Eso nos llevaría a pensar que Jesús nació en una familia donde, al menos, alguno de sus hermanos valoraban el estudio y cumplimiento de la Ley, en el sentido piadoso del término
Así lo ha destacado R. Bauckham, Jude and the Relatives of Jesus en the Early Church, Clark, Edinburgh 1990; B. Chilton y Craig Evans (ed). James the Just and Christian Origins (Supplements to Novum Testamentum 28), Brill, Leiden 1999; B. Chilton y Jacob Neusner (ed), The Brother of Jesus: James the Just and His Mission, Westminster, Louisville 2001. Mc 15, 40 dice que Santiago era el menor (tou mikrou), quizá para distinguirle del Santiago Zebedeo, que sería el mayor. Pero es posible que ese apelativo sea signo de humildad (los cristianos han de ser «menores»: Lc 9, 48) o, incluso, de cierto descrédito, en la línea de Mc 3, 31-35, mostrando así que ese Santiago, a quien algunos toman como el mayor de los seguidores de Jesús (cf. EvTomás 12), sería precisamente el más pequeño, el menos importante. Se supone que al principio no creía en su hermano Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 7, 3-10), pero Pablo afirma expresamente que Jesús se le apareció tras la muerte (1 Cor 15, 7) y le presenta honrosamente como hermano del Kyrios (cf. Gal 1, 19). Lucas le incluye implícitamente entre los fundadores de la iglesia, el día de Pentecostés (cf. Hech 1, 13-14). Tras la persecución de los primeros cristianos helenistas, que tuvieron que dejar Jerusalén (cf. Hech 8, 1) y tras la huída de Pedro (y posiblemente de los Doce: cf. Hech 12, 17), Santiago quedó en la ciudad como figura dominante, al frente de una iglesia con una interpretación mesiánico/judía de la Ley. Los “cristianos de Santiago” (cf. Gal 2, 12) mantenían comunión con otros grupos cristianos, como sabe Hech 15 y Gal 1-2, pero su teología y estructura se parecía mucho a la otros grupos proféticos y apocalípticos judíos que anunciaban la llegada de Dios en Jerusalén (aunque los de Santiago añadían que Dios vendrá y se manifestará por Jesús, Mesías crucificado). Santiago se mantuvo con su grupo en Jerusalén, en los años centrales del cristianismo naciente (del 40 al 60 d. C.). Todo nos permite suponer que era buen conocedor de la Ley, antes de convertirse a Jesús. Era, sin duda, hombre de letras.
Este Santiago parece haber sido “más teólogo” que su hermano, más de ley y libro. Lo cierto es que aceptó a Jesús como Mesías y fundó la primera comunidad escatológica cristiana, al estilo judío, una qahal o asamblea mesiánica, como muestran los testimonios conservados al fondo de Mateo, en Juan y del Apocalipsis y, sobre todo, en la carta, que el mismo hermano de Jesús pudo haber escrito, directamente o por un secretario, en perfecto griego, a las Doce Tribus de la diáspora israelita (cf. Sant 1, 1). Santiago y su grupo hablarían arameo (o hebreo), pero nada impide que pudieran escribir en griego (hablado también en Jerusalén).
Sea como fuere, aunque la carta de Santiago fuera posterior, sus familiares y amigos formaron la primera iglesia estrictamente dicha, la congregación de «los pobres» (cf. Gal 2, 10; Rom 15, 26), con un obispo-inspector (Santiago) y un grupo de presbíteros a su cabeza, conforme al estilo de otras comunidades judías (como la de Qumrán). Esta iglesia tuvo una aguda conciencia, sagrada y mesiánica, organizativa y legal, en una línea que Mc 3, 31-35 ha criticada (pensando que ella quería entrometerse en la vida de otras iglesias). El auténtico «papa» o intérprete del evangelio no fue aquí Pedro (como dirá Mateo 16, 18-20, rechazando quizá las pretensiones de los judeo-cristianos), sino el mismo Santiago, como supone la tradición de Hech 15 e incluso Ev. Tomás 12.
La iglesia de Santiago fue el primer experimento cristiano a gran escala (tras el fracaso de los Doce). Pero también ella acabó fracasando o quedó marginada, quizá por conflictos internos (reflejados en los textos actuales Mt y Jn) y por la oposición de otro tipo de judaísmo dominante, pues el Sumo Sacerdote hizo matar a Santiago, el año 62 (como antes había hecho matar a su hermano Jesús), porque le molestaba su libertad frente al templo (cf. F. Josefo, Ant XX, 197). A diferencia de los cristianos de Pablo e incluso de Pedro, estos “cristianos de Santiago” aceptaron a Jesús Mesías, pero conservaron una teología anterior y (en parte) ajena a Jesús. Santiago podía saber más que Jesús (conocía mejor la Ley, en plano escolar), pero que Jesús la transformó de un modo más radical.
Cf además: . R. Bauckham, Jude, 2 Peter, Word P. Dallas 1990; Jude and the Relatives of Jesus en the Early Church, Clark, Edinburgh 1990; James and the Jerusalem Church, en [Id. (ed.)], The Book of Acts IV. Palestinian Setting, Eerdmanns, Grand Rapids MI 1995, 415-480;
P.-A. Bernheim, James, the Brother of Jesus, SCM, London 1995;
L. T. Johnson, Brother of Jesus, friend of God. Studies in the Letter of James, Eerdmans, Grand Rapids 2004;
J. L. León Azcárate, Santiago, el hermano del Señor, Verbo Divino, Estella, 1998;
É. Nodet y J. Taylor, Essai sur les origines du Christianisme, Cerf, Paris 1998;
F. Vouga, Los primeros pasos del cristianismo. Escritos, protagonistas, debates, Verbo Divino, Estella 2001. H
Es mucho lo que se puede hacer. En primer lugar, preocuparse de que el hijo reciba una educación religiosa en el colegio y tome parte en la catequesis parroquial. Luego, seguir de cerca esa educación que está recibiendo fuera del hogar, conocerla y colaborar desde casa apoyando y estimulando al hijo. En el hogar, actuar sin complejos, sin esconder o disimular la propia fe. Esto es importante para los hijos.
Nuestra conducta transmite una imagen de Dios
A través de su conducta, sin darse cuenta, transmiten una imagen de Dios a sus hijos. La experiencia de unos padres autoritarios y controladores va transmitiendo la imagen de un Dios legislador, juez vigilante y castigador. La experiencia de unos padres despreocupados y permisivos, ajenos a los hijos, va transmitiendo la sensación de un Dios indiferente hacia todo lo nuestro, un Dios como inexistente. Pero si los hijos viven con sus padres una relación de confianza, comunicación y comprensión, la imagen de un Dios Padre se va interiorizando de una manera positiva y enriquecedora en sus conciencias.
En la educación en la fe, lo decisivo es el ejemplo
Que los hijos puedan encontrar en su propio hogar «modelos de identificación», que no les sea difícil saber como quién deberían comportarse para vivir su fe de manera sana, gozosa y responsable. Solo desde una vida coherente con la fe se puede hablar a los hijos con autoridad. Este testimonio de vida cristiana es particularmente importante en el momento en que los hijos, ya adolescentes o jóvenes, van encontrando en su mundo otros modelos de identificación y otras claves para entender y vivir la vida.
No todas las actuaciones de los padres garantizan una educación sana de la fe
No basta, por ejemplo, crear hábitos de cualquier manera, repetir gestos mecánicamente, obligar a ciertas conductas, imponer la imitación… Solo se interioriza lo que se experimenta como bueno. Se aprende a creer en Dios cuando, a nuestra manera, tenemos la experiencia de un Dios bueno. La fe se aprende viviéndola gozosamente. Por eso educan en una fe sana los padres que viven su fe compartiéndola gozosamente con sus hijos
Somos familia de Jesús “escuchando tu palabra y cumpliéndola” (Lc 8,21b)
Por | Rufo González
Comentario: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así?” (Lc 2, 41-52)
Leemos el único relato de Lucas sobre la adolescencia de Jesús. Contiene las primeras palabras de Jesús. Palabras referidas a su persona: su conciencia de ser hijo de Dios. Basta analizar sus contradicciones e inconsistencias para darnos cuenta que estamos ante un relato no histórico: el hecho no es propio de un chico de su edad, sus padres no viajan sin asegurarse que el hijo va en la misma caravana, no hacen una jornada de cerca de 30 kilómetros con parada para comer sin percatarse de la ausencia de su niño, peregrinan al templo y lo buscan tres días fuera del templo, los doctores no solían hablar con niños, si María conocía que era hijo de Dios (Lc 1,35) ¿cómo ahora no comprende sus palabras?, ¿cómo no se queda ya en la casa de su Padre siendo su deber?…
La exégesis actual piensa que es un relato legendario, popular, creado para enseñar que Jesús era consciente de ser hijo de Dios desde muy pequeño. Algunas comunidades primeras creían que Jesús fue adoptado como hijo de Dios en el bautismo (adopcionismo), De hecho el evangelio más antiguo, el de Marcos, inicia la vida de Jesús en su bautismo. Mateo y Lucas recogen relatos en los que se sostiene la filiación divina de Jesús (Mt 2,15; Lc 1,32.35). Esta narración debió conocerla Lucas después de haber redactado la infancia de Jesús. Procedería de otra comunidad, pero la añadió, a pesar de sus incoherencias, por la enseñanza valiosa que contenía. Se trata de un texto cristológico para enseñar quién era Jesús, cuál es su relación con el Padre y cuál es su misión en nuestro mundo.
Es una crónica, en formato de leyenda popular, que anticipa un resumen de la vida de Jesús. La cultura tradicional judía valora mucho los “doce” años: también Moisés había abandonado la casa del faraón a esa edad, Samuel empezó a profetizar a los doce años, y Salomó a reinar. Como los grandes de Israel, Jesús manifestó su sabiduría y misión a los doce años. Con esta leyenda se construye un gran paralelismo con la vida adulta de Jesús. A los doce años desaparece en Jerusalén, la misma ciudad en que ocurrirá en su muerte (Lc 19,28); ambos episodios suceden en la Pascua (Lc 22,15); igualmente se ausenta tres días (Lc 24, 7); se pierde tras “subir” desde Galilea (Lc 2,42), como sucederá antes de morir (Lc 18,31); idéntico reproche a sus padres (Lc 2,49) y a las mujeres discípulas tras resucitar (Lc 24,5); pérdida y muerte dice que son “necesarias” (Lc 2,49b; 9, 22; 13,33); en ambas situaciones debe estar con su Padre (Lc 2,49b; 23,46); ni padres ni discípulos comprendieron las palabras explicativas de su pérdida y muerte (Lc 2,50; 9,45).
El fondo de esta narración enseña sobre la vida de Jesús lo contrario de lo que aparece a primera vista. No se trata de contar la rebeldía desobediente de Jesús, sino lo contrario: Jesús perdió su vida en obediencia al amor del Padre. Desde pequeño amó como ama el Padre: atento a la vida, respeta su naturaleza evolutiva, sigue y acompaña a sus padres, les obedece, siente el amor dador de la vida, crece en todos los aspectos… Pero su amor le empujó siempre a “estar en las cosas del Padre”. Como los padres y los discípulos, a primera vista, nosotros no entendemos su vida y misión: “estar en las cosas del Padre”. Y “las cosas del Padre” son las cosas de Jesús. Sus obras son las obras del Padre (Jn 10, 38): “curar de enfermedades, achaques y malos espíritu”, abrir los ojos, hacer andar a los cojos, limpiar leprosos, hacer oír a los sordos, evangelizar pobres… (Lc 7,21-22). Quien no hace estas obras es quien “se pierde” en el templo de las religiones más diversas.
Oración: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así?” (Lc 2, 41-52)
Jesús, hijo del hombre e hijo de Dios:
leemos una narración popular que resume toda tu vida;
ya desde niño el Espíritu divino te empujó
a “estar en las cosas del Padre”.
Ni tus padres ni los discípulos ni nosotros
entendemos eso de “estar en las cosas del Padre”:
“tu familia (cuando ya estabas de lleno en las “cosas del Padre”)
vino a llevarte porque se decía que estabas fuera de sí…
tu madre y hermanos mandaron llamarte…” (Mc 3,21.31ss).
también la gente de tu pueblo quiere despeñarte (Lc 4, 28-30);
personas religiosas te acusarán de endemoniado y loco (Jn 10, 20);
más de una vez intentaron apedrearte (Jn 8,59; 10, 31-32);
“los discípulos no entendían tu lenguaje;
les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido” (Lc 9,45).
“Las cosas del Padre” son tus cosas, Jesús:
“si no hago las obras de mi Padre, no me creáis,
pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras,
para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí el Padre” (Jn 10, 38);
al Bautista le llegó claro: “en aquella hora curó a muchos de enfermedades,
achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista…
Id y anunciad a Juan lo que habéis visto y oído…” (Lc 7,21-22).
“¿No sabíais que debía estar en las cosas de mi Padre?”:
quien no hace estas obras es quien “se pierde”
en el templo de las religiones más diversas,
en el sinsentido más inhumano,
en la frivolidad más inconsistente,
en las diversas perversiones deshumanizantes…
Este episodio manifiesta ya tu vida “diferente”:
vas afirmando tu libertad guiada por el amor;
no respetas el descanso sabático para curar y hacer el bien;
te haces hermano y madre de quienes siguen al Amor (Mc 3,21.31-35);
ridiculizas los hábitos, títulos y privilegios de los dirigentes;
arremetes contra los sacrificios y mercadeo del Templo;
defiendes a la mujer pecadora contra la hipocresía farisea (Lc 7,36-50);
“publicanos y prostitutas van por delante en el reino de Dios” (Mt 21,31);
eres amigo de marginados, mal considerados, fracasados morales…
¡Qué contraste, Jesús libre, con muchos de tu Iglesia!:
cada día más alejados de la fraternidad original;
promotores de condenas contra quienes no piensan como ellos;
contrarios a todo cambio que suponga pluralismo litúrgico, disciplinar…;
incapaces de “escuchar y hacer preguntas” como tú en el Templo;
cerrando muchas vocaciones del reino de Dios con sus leyes…
Que tu Espíritu nos ayude a recuperarla libertad:
que nos aceptemos en lo fundamental: “las cosas del Padre”;
que nuestro amor “brote de un corazón limpio,
de una buena conciencia y de una fe sincera” (1Tim 1,5);
que nuestra “religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios sea esta:
atender a huérfanos y viudas en su aflicción
y mantenerse incontaminado del mundo” (Santiago 1,27);
que seamos familia tuya “escuchando tu palabra y cumpliéndola” (Lc 8,21b).
Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad
LUCAS 2, 41-52
41 Sus padres iban en peregrinación cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
42 Cuando Jesús había cumplido doce años subieron ellos a la fiesta según la costumbre, 43 y cuando los días terminaron, mientras ellos se volvían, el joven Jesús se quedó en Jerusalén sin que se enteraran sus padres.
44 Creyendo que iba en la caravana, después de una jornada de camino se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; 45 al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca.
46 A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 47 Todos los que lo oían estaban desconcertados de sus inteligentes respuestas.
48 Al verlo, quedaron impresionados, y le dijo su madre:
– Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? ¡Mira, con qué angustia te buscábamos tu padre y yo!
49 Él les contestó:
– ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?
50 Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho.
51 Jesús bajó con ellos, llegó a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo aquello en la memoria.
52 Y Jesús iba adelantando en saber, en madurez y en favor ante Dios y los hombres (Prov 3,4)
(Lc 2, 41-52) Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad
En tiempos de Jesús la familia patriarcal o clan estaba formada por los padres, abuelos, hermanos, primos, tíos, esclavos. La autoridad principal la ostentaba el varón de mayor edad. Este modelo ha estado vigente en la zona mediterránea durante siglos. La categoría que cohesionaba a todos los miembros era el honor, la honra y se comprometían a mantenerlo a toda costa. Era una cuestión social y económica de vital importancia para preservar la seguridad y el bienestar familiar.
Todo esto nos ayuda a interpretar adecuadamente algunos pasajes de los evangelios como el de hoy. Aunque es poco probable que sea un relato histórico, ya que está escrito mucho después, contiene un significado teológico enorme.
Lucas nos dice que el clan familiar de Jesús solía ir a Jerusalén por las fiestas de Pascua, es decir, un grupo numeroso de treinta, cuarenta o más personas; probablemente los hombres se juntarían, también las mujeres, y los más jóvenes irían de acá para allá sin preocuparse demasiado unos de otros. Era una familia absolutamente normal. Es, además, una experiencia que se ha vivido en muchos pueblos en las fiestas patronales.
Jesús ha cumplido doce años, un número simbólico de madurez que encontramos en otros pasajes de los evangelios. Señala un grado de adultez y conocimiento que poco tiene que ver con la imagen ingenua de un Jesús tierno y dócil. Es la edad en que se toma contacto con la realidad, se amplía el entorno del círculo familiar, se comienza a tomar decisiones, a ser responsable de sus propios actos.
La curiosidad de Jesús, o quizá, la intuición del vínculo con su yo interior, le hace acercarse al Templo, centro de la ciudad y del saber religioso de los judíos. Pero centro también, de un proceso que ya está gestándose y desarrollándose en su interior. Y opta por quedarse entre los maestros escuchándoles y preguntándoles. Su interés manifiesta ya un criterio propio y cierta autonomía. Jesús deja claro que su misión va más allá de los intereses de su familia y de lo que dictan las normas sociales. De hecho, no se incorpora a la caravana de regreso a Nazaret. El niño ha salido respondón.
Lucas va preparando el significado de la vida pública de Jesús. Es ahí en el hondón del corazón, en lo oculto e íntimo donde se descubre la naturaleza esencial de la persona entre el ser humano y la Divinidad, que llamamos Unidad (Cf. Hch 17,28). Todo lo demás, es la trama de la vida con sus necesidades, anhelos, intereses, condicionamientos o distracciones. Jesús elige entrar en el corazón de “su templo” y ponerse a la escucha de la Palabra.
La búsqueda de María y José entre parientes y conocidos no da el resultado esperado y deciden volver a Jerusalén. Es una forma de decir que en esa parada interior de “tres días” descubres en el fondo de tu Ser, en la intimidad del corazón, esa chispa de Luz divina que te habita y te acompaña hasta el momento del encuentro definitivo con Dios. Más que una fecha precisa indica un breve lapso de tiempo en el cual has dado la adhesión a Jesús. Ese viaje existencial hace que el alma “progrese en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”.
Jesús, finalmente, regresa con sus padres a Nazaret. Al igual que nosotros, tras haber experimentado la presencia del Espíritu en la interioridad del corazón, se incorpora a la vida cotidiana con todas sus posibilidades, capacidades y fortalezas. Es la vida insertada en un espacio y tiempo concreto. Se trata de saber conjugar su libertad esencial, esto es, hacer la voluntad del Padre y, al tiempo, vivir las relaciones humanas que vamos tejiendo con un corazón sencillo y alegre. Lucas lo expresa diciendo que “Jesús siguió bajo su autoridad”.
El evangelio no idealiza ni consagra ningún tipo de familia en especial. La de Jesús, tan diferente a la del mundo moderno, es bastante atípica. De hecho Mateo comienza su evangelio con la genealogía de Jesús, con una historia de infancia. Algo no cuadraba. Jesús es para él el término hacia el que miran el anuncio profético y el cumplimiento. Las credenciales de Jesús están en la Escritura que se cumple en él.
La familia sigue siendo el marco indispensable para el desarrollo de la persona en todas sus dimensiones. Es ahí donde adquiere el aprendizaje necesario para crecer y establecer relaciones humanas a lo largo de toda su vida. En cualquier modelo de familia lo esencial es el amor, que Jesús predicó poniendo a la persona en el centro por encima de convencionalismos sociales o culturales. Los lazos de sangre y las relaciones que vamos estableciendo nos ayudan a salir de nosotros mismos, de nuestros egos, para construir fraternidad, tolerancia, respeto, humildad, entrega, servicio. Eso es lo que nos acerca a la plenitud humana. ¿Es la familia, hoy, cualquiera que sea el modelo, germen y sostén de vínculos solidarios, educadora de compromisos frente al relativismo e individualismo que impera en la sociedad y continuadora de la vivencia de la fe? ¿Es la pedagogía de la Iglesia acorde con los tiempos que estamos viviendo?
Finalmente se nos dice que María lo guardaba todo en su corazón. Ella recuerda las palabras del ángel en la Anunciación: “será grande, santo, Altísimo…” que parecen no coincidir con la pobreza y el desamparo del alumbramiento en la soledad de una cueva. Una Novedad que irrumpe frente a todas las grandezas que escuchó sobre Dios. Un Dios que se presenta casi siempre de incógnito, sin artificios ni relumbrones. María necesitó meditar ese misterio y nos invita a vivir en alerta permanente para descubrir la novedad del Dios-con-nosotros hasta que la fe nos haga capaces de integrarlo y acogerlo.
Pagola: «Educar en la fe hoy hoy es transmitir una experiencia más que ideas y doctrinas» «Hoy día la fe no se puede vivir de cualquier manera. Los hijos necesitan aprender a ser creyentes en medio de una sociedad descristianizada. Esto exige vivir una fe personalizada, no por tradición, sino fruto de una decisión personal» «Desarrollar la responsabilidad personal más que imponer costumbres; introducir en la comunidad cristiana más que desarrollar el individualismo religioso» En la educación de la fe, lo decisivo es el ejemplo. Que los hijos puedan encontrar en su propio hogar «modelos de identificación» 26.12.2020 José Antonio Pagola El pasaje de Lucas termina diciendo: «El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él». Cuando hablamos hoy de «educar en la fe», ¿qué queremos decir? En concreto, el objetivo es que los hijos entiendan y vivan de manera responsable y coherente su adhesión a Jesucristo, aprendiendo a vivir de manera sana y positiva desde el Evangelio. Pero hoy día la fe no se puede vivir de cualquier manera. Los hijos necesitan aprender a ser creyentes en medio de una sociedad descristianizada. Esto exige vivir una fe personalizada, no por tradición, sino fruto de una decisión personal; una fe vivida y experimentada, es decir, una fe que se alimenta no de ideas y doctrinas, sino de una experiencia gratificante; una fe no individualista, sino compartida de alguna manera en una comunidad creyente; una fe centrada en lo esencial, que puede coexistir con dudas e interrogantes; una fe no vergonzante, sino comprometida y testimoniada en medio de una sociedad indiferente. Esto exige todo un estilo de educar hoy en la fe donde lo importante es transmitir una experiencia más que ideas y doctrinas; enseñar a vivir valores cristianos más que el sometimiento a unas normas; desarrollar la responsabilidad personal más que imponer costumbres; introducir en la comunidad cristiana más que desarrollar el individualismo religioso; cultivar la adhesión confiada a Jesús más que resolver de manera abstracta problemas de fe. En la educación de la fe, lo decisivo es el ejemplo. Que los hijos puedan encontrar en su propio hogar «modelos de identificación», que no les sea difícil saber como quién deberían comportarse para vivir su fe de manera sana, gozosa y responsable