8M, Día Internacional de la Mujer

Mujeres empoderadas de AL analizan feminismo en la iglesia y la sociedad

“Hay una mayor conciencia de la dignidad y responsabilidad igualitarias que adquirimos al haber sido bautizadas y del compromiso que esta realidad plantea como ministerialidad en la iglesia”

Sin embargo, “el clericalismo sigue predominando en nuestra amada Iglesia, y aún las mujeres no hemos podido avanzar en la ruta de Jesús con nuestra mirada, palabra y obra”

«Los movimientos feministas en una batalla extraordinaria para enfrentar al movimiento ultraconservador, que con una fuerza inusitada busca detener los avances, no solo para retroceder lo avanzado, sino que para eliminar lo conquistado»

Por | Aníbal Pastor N. / periodista.

Este año, el Día Internacional de la Mujer registra como motivación, según ONU Mujeres: «Por un mundo digital inclusivo: Innovación y tecnología para la igualdad de género». De este modo, se busca reconocer y homenajear a las mujeres y las niñas y a las organizaciones de mujeres y feministas que están luchando por el avance de la tecnología transformadora y por el acceso a la educación digital.

En América Latina, sin embargo, aún hay demanda de derechos básicos que son causa de esa misma brecha digital, tales como práctica del machismo, los altos índices de femicidios, la violencia y abuso patriarcal figuran entre otros. Diríamos, incluso, que la tecnología aumenta y sofistica la violencia de género.

Religión Digital quiso conocer la opinión de seis mujeres empoderadas en la iglesia y las sociedades latinoamericanas. Las seis son grandes lideresas en sus respectivos entornos y países.

Avances y retrocesos feministas

Liliana Franco Echeverri, teóloga, religiosa colombiana de la Orden de la Compañía de María, presidenta de la CLAR (Confederación Latinoamericana de Religiosas y Religiosas), al evaluar desde la vida religiosa los avances y retrocesos feministas, señala:

“Hay una mayor conciencia de la dignidad y responsabilidad igualitarias que adquirimos al haber sido bautizadas y del compromiso que esta realidad plantea como ministerialidad en la iglesia”. Añade, también, “la profundización que ha hecho la mujer en los presupuestos antropológicos, teológicos o canónicos que avalan la condición y la misión de la mujer en el seno de la Iglesia”.

“Las religiosas, como mujeres de este tiempo y partícipes del cambio cultural, hemos crecido en conciencia de nuestra dignidad y de la necesidad de apoyarnos mutuamente para lograr cambios significativos en cuanto a la presencia y participación activa y transformadora en la sociedad y en la Iglesia”, complementa Cristina Robaina, uruguaya, religiosa de la Compañía de  Santa  Teresa de Jesús, especializada en educación y bioética, integrante del equipo Teológico Asesor de la CLAR.

“En este sentido –continúa– religiosas y religiosos en América Latina hemos emprendido en el ámbito profético de la CLAR la necesidad de “despertar al mundo desde la lógica femenina”. No por ambición de poder o de reivindicaciones sino por la pasión interior de ser fieles a la Alianza con Dios que nos quiere hermanas y hermanos”, dice la religiosa uruguaya.

Entre los logros, hay hechos concretos que destaca Liliana.  “La participación en puestos claves de algunos dicasterios del Vaticano gracias a la apertura e iniciativa del Papa Francisco; el mayor número de religiosas en universidades y concretamente en las facultades de teología y ciencias bíblicas; el estudio y profundización de textos bíblicos desde una mirada feminista, producción de nuevas reflexiones, socialización de estas mismas y práctica transformadora de las relaciones interpersonales y comunitarias”, entre otros.

En lo negativo, la presidenta de la CLAR sostiene que todavía “hay barreras que se afirman en algunos contextos y que limitan la participación de la mujer  en los espacios de decisión en la iglesia. Además, debido a las estructuras eclesiales patriarcales no se avanza en procesos iniciados como la investigación sobre el diaconado femenino”.

En efecto. “El clericalismo sigue predominando en nuestra amada Iglesia, y aún las mujeres no hemos podido avanzar en la ruta de Jesús con nuestra mirada, palabra y obra”, afirma desde la práctica creyente y feminista Carol Crisosto Cádiz, que es chilena, laica y madre de una hija y un hijo. Además, es diplomada en Estudios Teológicos, y como voluntaria investiga casos de abusos en la Iglesia y acompaña a las víctimas. Milita en el colectivo “Mujeres Iglesia” en Concepción.

Desde esta experiencia, señala, “somos muchas las mujeres que nos hemos rebelado al machismo existente que nos ha puesto en un lugar inferior. Luchamos por una Iglesia con lenguaje inclusivo, donde todas las hijas e hijos de Dios seamos visibilizadas, partiendo por lo elemental, en como nombramos a Dios”.  Y añade: “agota escuchar una y otra vez a Dios como masculino excluyendo su lado femenino”, afirma.

Pero romper este clericalismo es un proceso, y un largo proceso que lleva siglos de retraso señala María Cristina Inogés-Sanz, teóloga, laica, española, integrante de la Comisión de Metodología del Sínodo sobre Sinodalidad. Ella fue encargada de ofrecer una reflexión bíblica en la sesión de apertura el año pasado, y es autora de una vasta literatura teológica y pastoral expresada en libros y publicaciones.

Cristina cuenta que en la fase diocesana del Sínodo que ha sido sistematizada en Roma “ha salido como una realidad prácticamente en todo el mundo el deseo de la incorporación plena de las mujeres en la Iglesia y donde no se ha dicho así, se ha dicho literalmente el sacerdocio femenino”.

“Hay que valorar en su justa medida, lo que es un proceso”, añade. La autora del libro “No quiero ser sacerdote” declara que “siempre defenderé que las mujeres puedan ser sacerdotes en la Iglesia, porque los argumentos que se ofrecen en contra no son válidos. Sin embargo, es un proceso porque no se trata de entrar en el sacerdocio ministerial en las condiciones que está ahora la Iglesia”.

“El clericalismo tiene que cambiar y hay que frenarlo en muchas cuestiones como parte de un proceso”, señala.

Una violencia que mata

En América Latina uno de los grandes problemas es el femicidio. Según la Cepal, en 10 países de América Latina -de 18 analizados- las tasas de femicidio o feminicidio son iguales o superiores a 1 caso por cada 100.000 mujeres entre 2019 y 2021. Destacan Argentina, Bolivia, Brasil, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Paraguay, República Dominicana y Uruguay entre otros.

Incluso las adolescentes y jóvenes de entre 15 y 29 años componen el tramo etario en que se concentra la mayor proporción de casos de femicidio o feminicidio, de acuerdo con datos de 16 países y territorios de la región. Más de un 4% del total de esos delitos corresponden a niñas menores de 14 años.

La religiosa de la Congregación del Buen Pastor, en Chile, Nelly León Correa, vicaria de pastoral de la diócesis de San Felipe, y capellana de la cárcel femenina de Santiago, reconocida en espacios privados y públicos por su compromiso en favor de las mujeres más vulnerables del país, y que con valentía dijo al Papa Francisco cuando visitó el país que “en Chile se encarcela la pobreza”, cree que “en América Latina el femicidio tiene que ver, en su gran mayoría, con la trata de personas y con el crimen organizado.

“Quizás no existe tanta violencia del hombre directamente hacia la mujer, como es la violencia intrafamiliar que vemos actualmente en Chile. Los femicidios están asociados a esa violencia que existe en la familia, sobre todo entre parejas, que es lo que más comúnmente vemos. Estamos en pleno siglo 21 y a pesar de que hay modificaciones legales, no ha habido grandes cambios, incluso se emplea el mismo marco legal en el dominio del hombre hacia la mujer”.

Con ello, Nelly hace referencia “a un patriarcado que todavía está enquistado en la mente de algunos varones. Hay cierta literatura que habla de esto, y nos dice que la violencia es una, pero tiene distintas formas de manifestarse. Hay violencia psicológica, física, sexual, que incluso llega a la muerte”.

Nelly desde su experiencia en la cárcel afirma con autoridad que muchos femicidios que no se investigan, y cuando lo hacen no se aplica una perspectiva de género. “Se investiga desde un enfoque masculino y muchos delitos los asocian a un homicidio, a un suicidio, cuando efectivamente fue un femicidio”, afirma.

Lamentablemente, continúa, “también se llega al suicidio porque ha habido violencia, y antes de culminar en la muerte hay mucha violencia… pero llega un momento en que la mujer explota definitivamente y termina suicidándose”.

“La violencia contra la mujer existe en todos los estratos sociales. En los sectores más pudientes hay más dinero para investigar y pagar mejores abogados. En cambio, en los estratos más bajos, en general el Estado no ha logrado garantizar una vida libre de violencia a las mujeres y menos a las más pobres y vulnerables, que tienen menos cuidado de su propia vida. Así, nosotros y nosotras terminamos tomando palco frente a eso y acuñamos frases tan dañinas como ‘a ella le gusta que le peguen’, o ‘no me meto porque después igual se arreglan’”.

Por su parte Gloria Helfer Palacios, que es educadora, comunicadora y política peruana, militante del Movimiento de Profesionales Católicos del Perú; congresista constituyente de 1992 a 1995, y congresista de la República durante dos periodos; también ministra de Estado; valora las luchas de los movimientos feministas en América Latina, “porque han logrado colocar en la agenda regional el tema de violencia de género y la conquista de la paridad, en muchos casos reales”.

Hoy, con motivo de un nuevo 8M ─dice la lideresa─ “veo a los movimientos feministas en una batalla extraordinaria para enfrentar al movimiento ultraconservador, que con una fuerza inusitada busca detener los avances, no solo para retroceder lo avanzado, sino que para eliminar lo conquistado. En esta lucha, veo una energía que busca enganchar con el sentido común y popular, que es una de las formas importantes de garantizar la permanencia y continuidad de las cosas que hemos logrado las mujeres”, sostiene.

Desafíos pendientes

Cristina Inogés señala “que la Iglesia tiene un clericalismo todavía muy acentuado y muy enraizado” y, por tanto, hay que asumir que es un proceso que lleva 21 siglos de retraso y que hoy “tiene que transformar también la formación en los seminarios, lo que debe ser tomado realmente en serio porque no basta la presencia de mujeres como docentes, que en algunos casos ya están, sino como formadoras y acompañantes espirituales de los seminaristas”.

Carol Crisosto dice que “hay que abogar siempre por Dios en cuando Padre y Madre o viceversa, y hay llegar a un acuerdo en cómo decirle para todas y todos nos identifiquemos. Debemos ser capaces de cambiar nuestro lenguaje para generar nuevas realidades. Cambiar, por ejemplo, palabras referidas al género en canciones y oraciones para que seamos todas y todos incluidos e incluidas. Falta mucho por hacer, pero las mujeres mantenemos en pie la esperanza contra toda desesperanza por erradicar este clericalismo”, afirma.

Debemos consolidar, también, ese “amor de las mujeres laicas y religiosas a la Iglesia y su presencia mayoritaria y activa en las comunidades eclesiales.  Pero, si bien compartimos vida, fe y servicio con hermanos varones que en los espacios eclesiales son verdaderos compañeros en el camino del discipulado, también experimentamos que la voz de las mujeres en general y de la vida religiosa femenina no suele ser comprendida y sus aportaciones y carismas no siempre son valorados”, comenta Cristina Robaina.

Y en ello está de acuerdo Liliana, quien ve que el logro dado por “la mayor conciencia del compromiso de la mujer dentro de la iglesia y fuera de ella, de su contribución al camino sinodal reiniciado por el Papa y de la importancia de su aporte específico para el logro de este empeño, debe seguir y profundizarse”, concluye.

Por otro lado, la Cepal ha señalado que el denominador común para que las cifras de femicidio sigan en aumento es la falta políticas públicas de género para la prevención y el combate a la violencia hacia las mujeres. Y que a pesar de que la mitad de los países de la región cuentan con ministerios de la Mujer o con leyes que tipifican los femicidios, en general los presupuestos para políticas de género tienden a ser bajos o inestables.

Por eso, para Nelly León, según expresa, siente “que hay una sensación de impunidad en los casos de violencia hacia las mujeres. Es como si la vida de nosotras tuviera menos valor que la vida de los hombres. Se ejerce una violencia lenta e imperceptible muchas veces, pero se da con palabras, en el trato, la mirada, en reacciones despectivas. Dios nos creó con infinito amor y ternura en igualdad de derechos y dignidad. Que esto no se nos olvide porque hemos sido educadas en el machismo y tal educación debe cambiar”, concluye.

Desde Perú, Gloria Helfer añade: en “esa lucha, el feminismo ya no está más solo. Es un contingente muchísimo mayor, que se une a otras formas de exclusión, fuera de la gran exclusión que es la pobreza. Se une a movimientos contra el racismo, a los pueblos originarios en su lucha anticolonial, y a los movimientos ambientalistas. Y esto es muy importante, porque en la medida de que somos más, indudablemente que somos más fuertes”, señala la política peruana católica.

Y agrega una alerta: “hay que poner atención al encuentro entre culturas, con el movimiento indigenista, pero, además, con el feminismo indigenista, porque son maneras de encontrarse entre culturas para descubrir las formas de empoderarse en lo justo, en nuestros derechos”.

God save the queer. El Catecismo Feminista

Michela Murgia: se puede ser católica y feminista

Entrar en el foco de luz y revelar que sí, que soy católica. Soy católica y feminista. Creo en Dios y defiendo la perspectiva queer, es decir, la posibilidad de no etiquetar en base al género o la orientación sexual.

El movimiento de Michela Murgia en su ‘God save the queer. El Catecismo Feminista’ (Einaudi Stile Libero) es el movimiento que desde la clandestinidad se hace visible, abierto a la mirada no solo de las creyentes, sino sobre todo de las no creyentes, de la comunidad de intelectuales y filósofas feministas en cuyo perímetro vive, escribe y piensa la escritora. Murgia siente por fin la necesidad de liberar ese torrente que le ha dado la vida desde que era una niña.

Una fe católica que suena a los laicos, a los no creyentes y a los que se sienten cercanos a la experiencia LGBTQI+ suena como un contrasentido. Un error. El volumen, con epílogo de la biblista Marinella Perroni, mantiene la promesa de responder a dos interrogantes: ¿se puede ser creyente, queer y feminista? Sí, explica Murgia, extrayendo del recuerdo de su infancia sarda las imágenes de un compromiso parroquial casi en su totalidad en manos de mujeres “porque el cristianismo (…) no es una religión para machos alfa”.

¿Todas las contradicciones están resueltas? No, asegura la autora de ‘La acabadora’, que intenta releer en perspectiva histórica la semiótica del patriarcado que penetra en la Iglesia católica desde el apelativo ‘padre’ hasta toda la iconografía celebrada en la pintura occidental de un Dios varón barbudo y poderoso. Murgia agita estas piezas y muestra un dudoso Dios en el Génesis y un Cristo que nunca pide llamarse Cristo, un hombre que sufre insultos, traiciones y muerte.

Murgia no cede a la tentación común de ir en busca de la revolución de los Evangelios poniéndolos en contradicción con la concreción masculina y autoritaria de la Iglesia, como suelen hacer quienes están fuera de sus muros. No da la razón a quienes ven en las estructuras eclesiásticas patriarcales un motivo para abandonar la fe. Aunque plantea la pregunta de cómo defenderse de quienes pretenden dar una única versión de Dios, la que protege ciertos privilegios.

‘Estás dentro’

En su razonamiento teológico entra un icono ruso que Murgia encontró por casualidad en una tienda. Es la Trinidad del monje medieval Andrej Rublev, donde el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están representados alrededor de una mesa que parece invitar al observador a participar de una mística comunidad que no tiene jerarquías de género, rango o clase. “Donde la Trinidad piramidal parece decir ‘estás aquí abajo’, la circular parece decir ‘estás dentro’”, observa Murgia, obteniendo por fin ese respiro de pertenencia que buscaba. ‘Estás dentro’ es también el mensaje que la escritora lanza a las personas del medio intelectual que callan su fe por sentido de inferioridad. Una invitación a no sentirse solo ni excluido.

Sobre masculinidades

escrito por

 Grupo sobre Género y Feminismos

Nos parece interesante, para empezar, observar tres situaciones que podrían ser perfectamente reales…

Situación 1. Una madre acompaña a su hijo en la compra de un envoltorio de corcho con el cual disfrazarse para la representación de Navidad en la escuela infantil donde va. El niño elige el corcho de color rosa. La madre, preocupada, llama por teléfono al padre. Reproducimos brevemente la conversación:

Madre: El niño ha elegido el disfraz de corcho de color rosa… ¿Qué te parece?
Padre: Si lo ha elegido él me parece muy bien. ¿Cuál es el problema?
Madre: es que es muuuy rosa, muuuucho…
Padre: ¿y qué? ¿Tú no eras feminista?
Madre: Sí, pero es que tengo miedo de que los otros niños o los padres se rían, o lo ridiculicen.

Situación 2. En una juguetería una madre compra los regalos de Navidad para su único hijo: un dinosaurio y un estuche para pintarse las uñas con diferentes colores. La dependienta presupone que los destinatarios son dos (un niño y una niña) y envuelve los regalos por separado: el dinosaurio con papel de regalo azul y el estuche con los esmaltes de uñas con papel rosa.

Situación 3. Un grupo de embarazadas descubren que tan solo una de ellas será madre de un niño, el resto tendrán niñas. Todas felicitan a la futura madre del niño por el chollo que supone educar un futuro adolescente con menos problemas y con más oportunidades de triunfar en la vida.

Las tres situaciones son ejemplos cotidianos de como los humanos construimos el género más o menos conscientemente. Incluso antes de nacer, el género proyecta sobre el feto una serie de presupuestos sobre los comportamientos y las acciones futuras. ¿Pero, qué entendemos por género? Y, por otra parte, ¿qué es la masculinidad?

El género clásicamente se ha entendido como construcción natural (de nacimiento), binaria (hombre/mujer), asociada a rasgos biológicos como los genitales o el aspecto físico (el fenotipo) y que condiciona indefectiblemente la orientación sexual (heterosexual, obviamente). Los estudios de género concluyen, sin embargo, que el género es básicamente una construcción social, por lo tanto, contingente y cambiante, asentada sobre aspectos físicos y especialmente psicológicos, que incide en las conductas y los roles de las personas y que históricamente ha favorecido al hombre (considerado el género “dominante”) en detrimento de la mujer (considerada el “sexo débil”).

La masculinidad es, dentro de este constructo de género, el modelo de normalidad asociado a los hombres e incorpora toda una serie de premisas sobre aquello que es adecuado –y sobre lo que no– en el comportamiento de un hombre. Tradicionalmente ha considerado inapropiada la expresividad emocional (“los hombres no lloran”) y ha potenciado la agresividad como herramienta de dominio sobre los otros.

El profesor y activista Luciano Fabbri[1] define la masculinidad como un «dispositivo de poder orientado a la producción social de varones cis hetero, en tanto que sujetos dominantes en la trama de relacionas de poder generizadas». Por lo tanto, la masculinidad puede ser entendida como un mecanismo de género que jerarquiza las relaciones interpersonales, confiriendo privilegios a los hombres a la vez que ninguneando y oprimiendo a las mujeres. Todo ello lo conocemos más comúnmente por machismo.

Este machismo, asociado irremediablemente a la masculinidad, es nocivo principalmente para las mujeres y colectivos tradicionalmente marginados (personas transexuales, intersexuales o queer), pero también es perjudicial para los propios hombres, por la coacción que supone a una vida emocionalmente libre y plena. La activista afroamericana bell hooks[2] afirma sobre ello que «los niños patriarcales, como sus homólogos adultos, conocen las normas: saben que no tienen que expresar sentimientos, con excepción de la ira; que no tienen que hacer nada que se considere femenino o de mujeres. […] los chicos aceptaban que para ser viriles tenían que imponer respeto, ser duros, no hablar de sus problemas y dominar a las mujeres». Incluso llega a asegurar que «se educa a todos los chicos para que sean asesinos aunque aprendan a esconder el asesino y actúen como jóvenes patriarcas benévolos».

La violencia machista mata, tal y como relata bell hooks. Demasiado a menudo se producen agresiones, violencia sexual y asesinatos de mujeres y criaturas. La ira, la frustración que provoca la represión emocional, la obligación de imponerse, de dominar al otro, la carencia de una cultura del consentimiento, la cosificación y sexualización del cuerpo femenino, están en la raíz de esta lacra social.

Pero no todo son malas noticias: que el género y la masculinidad sean constructos sociales, a pesar de que sean muy estables y sólidamente incrustados en las creencias sociales, hace que puedan ser modificables. Esto abre el camino a plantear de qué maneras se puede transformar esta realidad.

Por un lado, podemos intentar construir nuevas masculinidades, dando por sentado que no aspiren a ser hegemónicas, es decir, que no tengan voluntad de dominio sobre los otros y que se fundamenten en principios de igualdad y de noviolencia. Existe el peligro de que este análisis acabe resultando demasiado auto-centrado en el hombre, por eso es imprescindible escuchar las reivindicaciones de los colectivos perjudicados por el machismo y empatizar con ellos.

Por otro lado, podemos deconstruir la masculinidad, desertar de los privilegios que conlleva, abandonar la investigación improductiva sobre la identidad del hombre y fijar la atención en cómo construimos nuestras relaciones interpersonales, evitando que dichas relaciones se asienten sobre la desigualdad, la injusticia o que resulten opresivas para los otros. Simplemente dejar de preguntarnos «cómo ser un hombre», para centrar los esfuerzos en cómo establecer vínculos igualitarios y sanos con el resto de personas. Fabbri lo describe de este modo: «…podríamos pensar la des-masculinización no sólo como menor presencia, menor protagonismo, menor monopolización de los espacios políticos, fundamentalmente de conducción y representación, por parte de los varones cis militantes, sino también, y fundamentalmente, un desplazamiento feminista en los términos de la política y el poder».

Ambas propuestas son objeto de discusión este curso en el Grupo de Género y Feminismos de Cristianisme i Justícia. El grupo está abierto a la participación de todas las personas que se sientan interpeladas por lo que explicamos en este artículo y quieran profundizar en ello mediante un encuentro mensual de debate y reflexión colectiva.

***

[1] Doctor en Ciencias Sociales (UBA) y Licenciado en Ciencia Política (UNR). Coordinador del Área de Género y Sexualidades de la UNR e integrante del Instituto Masculinidades y Cambio Social, Rosario (Argentina). Cita extraída de “La masculinidad como proyecto político extractivista. Una propuesta de re-conceptualización” dentro del libro “La masculinidad incomodada” (UNR, 2021), páginas 27-43.

[2] bell hooks, acrónimo de Gloria Jean Watkinsque, escritora y activista feminista afroamericana. Lamentablemente murió a finales de 2021. Cita extraída del capítulo 3 “Ser un nen” dentro del libro “La voluntat de canviar” (Tigre de paper, 2021). La traducción al castellano es nuestra.

El Papa más feminista

Se evitarían conflictos «que llevan a la muerte» con más mujeres en el poder

El Papa Francisco asegura que «hay que implicar más a la mujer porque la mujer cuida y da vida al mundo porque es camino hacia la paz».

El Papa en un discurso en Kazajistán en el Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales.

Feminismo

El feminismo sigue siendo uno de los pilares de la labor del Papa Francisco. Si en el pasado ya denunció la «esclavitud de la mujer» por no tener las mismas oportunidades que el hombre, en esta ocasión ha asegurado que el mundo iría mejor y no tendría tantas guerras si hubiera más mujeres en el poder. 

Para el Papa Francisco, se evitarían «decisiones que llevan a la muerte» con más mujeres en el centro de las decisiones y al frente de cargos con mayor responsabilidad.

Así lo ha asegurado el Papa en un discurso en Kazajistán para la clausura del VI Congreso de Líderes de Religiones Mundiales y Tradicionales. En él, pidió que se les confíen roles de responsabilidad mayor y se fomente su participación en la vida pública y política. 

[El Papa pide a los jóvenes comer «menos carne» para ayudar a «salvar el medio ambiente»]

«La mujer cuida y es camino de paz»

«Hay que implicar mayormente a la mujer. Porque la mujer cuida y da vida al mundo, es camino hacia la paz. Por eso apoyamos la necesidad de proteger su dignidad y de mejorar su estatus social como miembro de la familia y de la sociedad con los mismos derechos», ha opinado el Papa. 

«También a las mujeres se les han de confiar roles y responsabilidades mayores. ¡Cuántas opciones que conllevan muerte se evitarían si las mujeres estuvieran en el centro de las decisiones! Comprometámonos para que sean más respetadas, reconocidas e incluidas», agregó.

En su discurso, donde volvió a pedir el fin de la guerra en Ucrania, también se refirió al importante papel de los jóvenes «como mensajes de la paz y de unidad del hoy y del mañana». 

«Ellos son los que, más que otros, invocan la paz y el respeto por la casa común de la creación. En cambio, las lógicas de dominio y de explotación, el acaparamiento de los recursos, los nacionalismos, las guerras y las zonas de influencia trazan un mundo viejo, que los jóvenes rechazan, un mundo cerrado a sus sueños y a sus esperanzas», ha afirmado el Papa. 

Y añadió que «también, religiosidades rígidas y sofocantes no pertenecen al futuro, sino al pasado. Pensando en las nuevas generaciones, se ha afirmado aquí la importancia de la instrucción, que refuerza la acogida recíproca y la convivencia respetuosa entre las religiones y las culturas

Los feminismos

Los feminismos o el coraje colectivo de las mujeres para reconfigurar el mundo

escrito por  Pepa Torres

 -Siempre que las mujeres individual o colectivamente se han rebelado ante la situación de desigualdad, subordinación u opresión en que el patriarcado las situaba y han revindicado su dignidad proponiendo una situación alternativa, la conciencia feminista ha estado ahí latente, aun cuando ellas mismas no le dieran ese nombre. Los feminismos, entendidos como movimientos de justicia con las mujeres, han sido vistos con sospecha -y lo siguen siendo- en todas las épocas de la historia. La razón de su sospecha es que producen sobresalto e inquietud como aquellas mujeres primeras testigos de la Resurrección de Jesús (Lc 24,13-35). La razón de su sospecha es porque cuestionan privilegios, desinstalan conciencias, relaciones, formas de estar en el mundo…, y esto siempre resulta peligroso para quienes detentan el poder, pero han sido y son imprescindibles para reconfigurar el mundo y provocar cambios sociales desde sus raíces, porque socaban los cimientos del patriarcado y lo hacen de desde la inteligencia colectiva y creativa de las mujeres y de forma pacífica y comunitaria.

El feminismo en cuanto a teoría y práctica política en Europa tiene su origen en la Ilustración, en el contexto de la Revolución francesa. Las mujeres y algunos hombres en el siglo XVIII empiezan a organizarse conscientes de que sin derechos civiles para las mujeres no pude haber una auténtica revolución y reivindican derechos matrimoniales, educación, capacitación profesional y derecho al voto, cuestionando que la desigualdad en las relaciones de poder entre hombre y mujeres tengan que ver con el orden natural. Sin embargo, una vez acontecida la revolución, las mujeres incorporadas en este movimiento serán llevadas al cadalso como le sucedió a Olympe de Gouges. Esta etapa constituye la primera ola del feminismo e incluye el periodo desde 1789 hasta mediados del siglo XIX.

La segunda ola del feminismo se identifica con la reivindicación de los derechos políticos para las mujeres, con el movimiento de las sufragistas, iniciado en 1848 con la Declaración de Seneca Falls, exigiendo el voto femenino y la reclamación de participación política. Se extiende hasta fines de la Segunda Guerra Mundial y la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 que reconoce el sufragio femenino como derecho universal​. En esta segunda ola se reivindica también la educación superior, condiciones laborales justas, igual salario, derechos y deberes matrimoniales equiparables, control de la natalidad, etc. El movimiento aparece vinculado al pacifismo, al interclasismo y al antirracismo. Muchas de las mujeres implicadas en este movimiento tenían convicciones religiosas y denunciaron la interpretación de la Biblia para la opresión y el sometimiento de las mujeres reivindicando otras interpretaciones y exegesis (La Biblia de las mujeres de Olivia Caddy Staton es un buen ejemplo)

Existe también una tercera ola del feminismo que tiene como precedente la publicación en 1963 de La mística de la Feminidad de Betty Friedan. Se articula en torno al 68 y se extiende hasta los 80 presentando una nueva agenda en relación con los derechos sexuales y reproductivos, la violencia sexual y de género, las discriminaciones legales y laborales (brecha salarial, techo de cristal…). Reivindican que «lo personal es político» e incorporan la categoría «género» como categoría de análisis y transformación de la realidad.

La categoría “género” ha sido y es fundamental para reconfigurar el mundo. Desarrolla la idea de que lo masculino y lo femenino no son construcciones puramente biológicas, sino culturales, fruto del aprendizaje social y los roles, atribuciones, papeles y espacios sociales asignados. El sistema de género ordena la sociedad, las relaciones entre las personas, la vida pública y la privada y lo hace de forma jerarquizada, siendo los elementos asociados a la masculinidad los que ocupan una situación de privilegio y visibilidad frente a subordinación de lo femenino. La categoría género, tal y como la entendemos las mujeres no es una ideología sino un instrumento de análisis, una perspectiva. Es decir, una categoría que cuestiona las relaciones sociales entre hombres y mujeres y la comprensión esencialista de lo femenino y lo masculino para concebirlos como una construcción que conlleva elementos culturales y que, como tales, pueden ser modificados. En la experiencia de las mujeres el enfoque de género ha sido y es extraordinariamente liberador. Es una herramienta necesaria que nos ayuda a desarrollar nuevos modos de ser persona mujer y persona varón, nuevos modos de ser familia y comunidad, nuevos modos de amar y ser amadas reivindicando la autoestima, el amor propio, el respeto mutuo y que la diferencia no puede ser causa de desigualdad. Quizás por eso, por las consecuencias que el análisis de género ha tenido en la vida de las mujeres, cuestionando roles, espacios y papeles sociales, los sectores más conservadores de la iglesia y la sociedad civil se resisten a incorporarla. Pero no hacerlo es reducir la cuestión de las mujeres a puro esencialismo o complementariedad lo cual nos mantiene en la misma situación de desigualdad y exclusión más allá de las buenas intenciones. Es a partir de esta tercera ola cuando ya no se puede hablar de feminismo sino de feminismos dada la diversidad de acentos: feminismo de la igualdad, feminismo de la diferencia, ecofeminismo, feminismo autónomo, feminismo institucional…

Actualmente estamos viviendo una nueva etapa que denominamos ya sin pudor como la cuarta ola del feminismo. Un feminismo que se define en plural, que es interseccional, porque las mujeres nos reconocemos más que nunca atravesadas por desigualdades y precariedades que nos sitúan en lugares muy diversos frente al patriarcado: el trabajo asalariado, los cuidados, el consumo, el ejercicio de nuestros derechos, la formación y la participación ciudadana y por las diferencias también según la procedencia, la clase, la edad, la orientación sexual, la raza, la colonialidad.

En la actual coyuntura los feminismos forman parte de un proceso de transformación radical de la sociedad, de la cultura, de la economía, de las relaciones, la teología, la espiritualidad. Aspiran a que las mujeres ocupen el espacio público, se reapropien de la decisión sobre sus cuerpos y sus vidas y de una economía que tenga en el centro el cuidado y no el capital. Se reivindica el cuidado como una categoría política universal que exige una reorganización social alternativa. Como señala Victoria Camps[1]las mujeres del siglo XXI aspiramos a otros modos de organización más integrales e integradores, no queremos producir esquemas excluyentes, porque no queremos seguir reproduciendo dualismos, sino que buscamos la inclusión de toda vida, buscamos un modelo más integrador y holístico, en el que tan vital sea la política como la belleza, tan necesario es el orden como el afecto. No queremos sólo un mundo organizado, sino también hermoso. No queremos un mundo donde gobierne la razón en exclusiva, sino también con lugar para el sentimiento. Un mundo donde la razón compasiva sustituya a la razón meramente instrumental y pragmática, un mundo en el que la vida este en el centro.

Reivindicamos la descolonización de los movimientos de liberación de las mujeres: los feminismos negros, gitanos o interculturales, los feminismos lésbicos y trans; nuevas formas de sindicalismo feministas como pueden ser Las Kellys o las trabajadoras de hogar y de cuidados, la lucha mundial contra los feminicidios y la violencia sistémica y global contra las mujeres en todos los ámbitos, especialmente en las fronteras. De hecho, de esta internacionalización de las luchas nacen las movilizaciones del 7N o la huelga de las mujeres, que se gestan primero en América Latina y posteriormente en España.

Como señalaba bell hooks[2], los feminismos no son un movimiento de reivindicación contra los hombres, sino para poner fin al pensamiento y la práctica sexista con independencia de quienes lo perpetúen, sean hombres o mujeres, puesto que todos y todas hemos de hacer un trabajo de desaprendizaje de patrones, conductas, relaciones introyectadas en nuestras vidas por el patriarcado. En estos nuevos aprendizajes y desaprendizajes entra también la espiritualidad y la teología. Somos muchas las mujeres cristianas y feministas articuladas en redes en el estado español desde hace más de 35 años y desde las que intentamos también reconfigurar el mundo y la iglesia. Redes como Mujeres y Teología, la Asociación de Teólogas de España, la Red Miriam de Espiritualidad ignaciana Femenina, Dones creyents, etc. Algunas de las temáticas más desarrolladas en estas redes son:

  • El cuestionamiento de la antropología patriarcal que legitima la exclusión, el empobrecimiento y la violencia contra las mujeres y frente a ello el reconocimiento de nuestra dignidad.
  • Las imágenes de Dios, los lenguajes, simbólicos y rituales que ignoran la realidad de las mujeres y refuerzan el sexismo.
  • La reivindicación del cuerpo de las mujeres, a imagen y semejanza de Dios y no como objeto de explotación y violencia.
  • La ekklesia de las mujeres y la comunidad de iguales como nuevas categorías eclesiológicas y desde ahí el acceso a la plenitud de los ministerios.
  • Repensar la moral especialmente la sexual y la económica desde la perspectiva de las mujeres.
  • El cuidado de la casa común desde un enfoque ecofeminista.
  • La lectura de la Biblia con ojos de mujer, desde una hermenéutica con enfoque de género

Del trabajo de siembra y apuesta de todos estos colectivos de mujeres feministas cristianas emerge en el año 2020 como una marea imparable Alcem la veu y La Revuelta de las mujeres en la iglesia con presencia en más de 22 ciudades de España y tejidas internacionalmente con Voices of faith[3] en la preparación del Sínodo Mundial de mujeres (CWC) que estamos preparando para octubre del 2022 en Roma. Pero, mucho antes, el 6 de marzo, como ya lo hicimos antes de la pandemia tuvimos una cita en las puertas de las catedrales españolas para seguir reivindicando juntas el fin de la discriminación de las mujeres en la iglesia bajo el lema: “En la iglesia con voz y voto”.

Nos mantiene en esta aventura el convencimiento, como diría San Ireneo interpretado con perspectiva de género, que la gloria de Dios es que las mujeres vivan y lo hagan en abundancia.

***

[1] Victoria Camps, El siglo de las mujeres,1998.

[2] bell hooks. El feminismo es para todo el mundo,2017.

[3] https://voicesoffaith.org/es-cwc

El primer discurso del presidente Boric

“Estamos de nuevo abriendo las grandes alamedas”

Boric promete defender los DDHH "en todo lugar" y redistribuir la riqueza
Boric promete defender los DDHH «en todo lugar» y redistribuir la riqueza Efe / Alberto

Prometió su cargo «ante el pueblo y los pueblos de Chile» y en su primer mensaje a la nación como nuevo presidente del país, Gabriel Boric recordó que en el país que le ha convertido en el mandatario más votado de su historia «no sobra nadie». Desde el Palacio de la Moneda, el presidente Boric se ha dirigido por primera vez a sus conciudadanos para recordarles que asume el cargo «con humildad» y «con consciencia de las dificultades del mandato», pero también «con la convicción de que solo en la construcción colectiva de una sociedad más digna podremos fundar una vida mejor para todos y todas». 

«En Chile no sobra nadie. La democracia la construimos juntos y la vida que soñamos solo puede nacer de la convivencia, el diálogo, la democracia, la colaboración y no de la exclusión», señaló Boric, quien pidió abrazarse «como sociedad» y «volver a sonreír». «Que este sea el gobierno del pueblo y que ustedes lo sientan como su gobierno», dijo, «y para eso vamos a necesitar a todos, gobierno y oposición, empresarios y movimientos sociales». 

El nuevo presidente afirmó desde el balcón de La Moneda que esta jornada «era necesario hablar» pero a partir de este sábado, «todos juntos a trabajar». Unas palabras con las que arrancó una gran ovación de la plaza, al recordar que dentro de cuatro años, en las próximas elecciones, el pueblo de Chile le juzgará «por nuestras obras y no por nuestras palabras». 

Boric es el primer presidente que no forma parte de los dos bloques de centro que gobernaron el país desde el retorno a la democracia en 1990. Liderará además el primer gabinete con más mujeres que hombres del continente y ha prometido que el la lucha feminista será un eje fundamental de su gobierno.

Bregado en las luchas estudiantiles y crítico del modelo neoliberal instalado durante la dictadura militar, Boric dijo que es necesario «redistribuir» la riqueza en Chile, uno de los países más desiguales de la región y donde miles de personas salieron en masa a manifestarse en 2019 a favor de un modelo más justo. «Cuando la riqueza se concentra solo en unos pocos, la paz es muy difícil», afirmó en un emotivo discurso.

Consciente de que no lo tendrá fácil para llevar a cabo su amplia agenda de reformas con un Parlamento muy fragmentado, el exdiputado por la austral Magallanes señaló que su gobierno «no se agota en sus adherentes» y que tratará de buscar acuerdos transversales.

La teología de género existe

  


Tengo una formación católica, con una historia similar a la de muchas otras. En este camino ha habido figuras importantes como mi madre, que como catequista me hizo respirar un cristianismo reflexivo; una profesora de religión en la escuela secundaria; o un sacerdote que acababa de regresar de Argentina, que me dejó entrever el punto de vista del sur del mundo


Más tarde, quizá porque siempre he reflexionado sobre el sentido de los vínculos y la calidad de las experiencias, me alejé por un tiempo de la vida eclesial como de la fe y durante los años de secundaria opté por apartarme de la religión católica. El despertar como creyente se dio con madurez afectiva. Digo con cautela porque al releer el pasado siempre se añade algo más.

Mi narración proviene de la familiaridad con los textos de Simone Weil, en los que aprendemos que hay dos experiencias para encontrar a Dios, el sufrimiento y la alegría. Aunque es más fácil acercarse a lo sagrado a través de las heridas. En mi caso fue la felicidad. Es una palabra fuerte, la utilizo para mostrar un exceso emocional que, en la afortunada relación con Alberto, no podía venir solo de lo humano. Terminé mis estudios filosóficos y enseguida me casé. En poco tiempo llegaron los tres niños, Matteo, Anna y Chiara.

Preguntas y esperanza

En mi historia se entrelazan el camino filosófico y el teológico. Tras graduarme en Filosofía, me inscribí en el Instituto de Ciencias Religiosas con cierto temor y escepticismo, pero en mi primera lección de teología fundamental me enamoré inmediatamente de un tema lleno de preguntas y esperanza al que hay que dar razones. El primer año me apasionó tanto que decidí pasar al Estudio Teológico, con los seminaristas. Bachillerato, licencia, doctorado en Filosofía y después en Teología.

En mi camino filosófico en la Universidad de Verona, me encontré con la comunidad femenina Diotima, nacida en 1983 “sobre la apuesta de ser mujer y pensar filosóficamente”. Al principio me desconcertaba esta forma de pensar y de hablar: el estilo de una filosofía que no se esconde en los libros de los demás y es una forma de altruismo inesperada en la que temo perderme.

Me alejé unos años para volver después con una fuerza que me venía de otra parte, del mundo teológico. En este nuevo posicionamiento redescubrí el poder de lo que en Diotima se llama “política de lo simbólico”: una forma creativa de leer la realidad, crítica con los elementos negativos y libre para acoger lo bueno que sucede cuando no se tiene miedo a las diferencias.

Fuerza de atracción

Tuve la suerte de conocer a Cristina Simonelli como maestra. En sus lecciones capté una nueva forma de plantear cuestiones teológicas y sentí una teología acogedora, no solo hacia la diferencia sexual sino hacia todas las demás diferencias. Ella es una de las fundadoras de la Coordinadora de Teólogas italianas, fue quien me invitó a uno de los seminarios anuales y a esa red de relaciones entre teólogas, y fue quien me acompañó en la búsqueda de “mi voz” sin imponer la suya.

Es esta misma acogida se respira en la CTI, una Coordinadora que no solo quiere ser ecuménica, sino que se sostiene entre mujeres de diferentes campos teológicos y con interpretaciones heterogéneas. Por eso somos una Coordinadora, es decir, una realidad que surge como fuerza de atracción, que es catalizadora de los pensamientos, palabras y posturas de mujeres comprometidas con una teología capaz de acoger y potenciar las diferencias, criticando cualquier lectura injusta. Esta pluralidad es una riqueza, no el signo de una falta de rigor.

En el estatuto se habla de una “Teología de género”. Esta especificación indica nuestra sensibilidad común hacia las interpretaciones de lo “masculino” y lo “femenino” en las narrativas y contextos cristianos. Es una mirada crítica a los estereotipos explícitos y a las resistencias patriarcales inconscientes que distorsionan silenciosamente el discurso cristiano.

Es un trabajo que libera a las mujeres y que da fruto también para los hombres. Por eso, algunos hombres forman parte de la Coordinadora o la apoyan.

El feminismo, una revolución de vidas despiertas

La feminista es una revolución particular porque no tiene que contar los muertos sino las vidas despiertas. Es la vida de mujeres liberadas de culturas que las inhiben, de formas educativas que las controlan, de tradiciones que no las recuerdan o, peor aún, hacen feas caricaturas de ellas.

En esta revolución aprendemos otra forma de hacer memoria, porque la cultura tradicional sobre lo masculino ya no se considera ni obvia ni necesaria y vamos en busca de la experiencia real de las mujeres, de su deseo tácito, de sus narrativas marginadas y de sus papeles reales en la historia. Este descubrimiento es un aterrizaje en un nuevo continente: el diseño cambia y es necesario rehacer los mapas para que haya lugar para todos y todas.

El adjetivo “feminista” en este sentido indica una promesa también para los hombres que finalmente pueden liberarse de un malentendido imaginario viril que les obliga a negar su experiencia real, que también es emocional y frágil. No en vano, también hay hombres en el CTI.

La mala fama

Feminismo y feminista son términos que en nuestros contextos suelen evocar una reivindicación. Porque hasta los feminismos sufren de mala fama. En realidad, no se trata de que se nos devuelva algo, sino de abrir caminos por los que puedan pasar los remordimientos, es decir, redescubrir aquellas experiencias femeninas que los sistemas patriarcales han silenciado, marginado y desautorizado.

Evidentemente no todas las teologías de mujeres, -por lo tanto, femeninas-, son feministas y no todas las mujeres tienen el deseo de exponerse en este campo de investigación, que se nutre del desenterrar, de la crítica y de la creatividad rebelde. Para las teólogas de la Coordinadora,  “feminista” es un adjetivo importante, aunque incómodo porque en esta palabra hay memorias y epistemologías precisas que es mejor explicar que no eliminar por miedo a ser mal entendidas.

Colgar etiquetas

¿Las teologías tienen género? Al intentar responder es necesario evitar tanto vaciar la pregunta afirmando que las teologías son neutras, como llenarla de contenidos erróneos, tal vez en la creencia de que las mujeres vienen de Venus, el planeta del amor, y los hombres de Marte, el planeta de la guerra. En mi opinión, las teologías son sexuadas porque nuestro cuerpo siempre deja huellas en nuestros pensamientos, en nuestras palabras y en nuestras acciones. Siempre debemos prestar atención a su singularidad y a la relación entre las diferencias.

Con demasiada frecuencia, tendemos a colocar las teologías de las mujeres bajo una sola etiqueta, como si fueran todas iguales y, por lo tanto, superponibles entre sí, mientras que en cambio prestamos mucha más atención a registrar las diferencias interpretativas o los rasgos singulares en los sistemas de pensamiento masculino. Dicho esto, me parece que puedo vislumbrar cierta insistencia en la investigación teológica de las mujeres, como si estas siguieran ciertos patrones particulares de experiencia.

No se puede generalizar y es solo mi impresión, pero me parece vislumbrar que muchas de estas teologías tienden a estar más atentas a lo que nace más que a lo que muere, se presentan plagadas de interrogantes sobre la corporeidad y fisonomía de relaciones, intentan huir de los binomios con los que se estructura la cultura patriarcal, como son los de fe/razón, cuidado/justicia, afectos/conceptos, privado/público, íntimo/político, sujeto/objeto, alma/cuerpo…

Me parece que se puede percibir alguna diferencia entre las Teologías masculinas y femeninas, pero no es definible ni determinable a priori, porque es móvil, contingente y en evolución, como los sujetos que la padecen y que la simbolizan.

El deber de las teólogas hoy

En momentos de crisis solemos escuchar a las mujeres, como si de ellas pudiera salir esa inspiración alternativa que nos permita interrumpir los procesos de agotamiento de la Historia. Este es el caso, por ejemplo, en las Iglesias que buscan una verdadera sinodalidad. Es una oportunidad de encuentro auténtico que no debe desaprovecharse.

El eco de las voces femeninas no debe resonar solo cuando hay necesidad de reparar íaun tejido deshilachado para luego disolverse en el silencio cuando el poder se recompone. Hay necesidad de polifonía, sin miedo a las disonancias. Se descubrirá, como decía María Zambrano, que el canto quien ha ganado no se resigna tan fácilmente. La tarea de las teólogas se cifra en narrar de forma eficaz ese canto que se sale de los esquemas.

La tarea de las teólogas se expresa así de muchas maneras diferentes y se desarrolla en múltiples corrientes de la historia, incluso puede ayudar donde la escucha del dolor del mundo marginado se une a los dinamismos pascuales posibles.

¿Qué Dios buscan las mujeres?

La filósofa Luisa Muraro ha escrito un libro que debería ser releído continuamente, El Dios de las mujeres. Retomo uno de los pasajes más citados:

“Un día se abrió la puerta a unas vacaciones interminables. Ocurrió cuando, leyendo el libro de Margherita Porete El espejo de las almas simples y otros textos de eso que llaman mística femenina, comencé a escuchar las palabras de una conversación inédita, entre dos que, en aras de la brevedad, llamaremos a una mujer y Dios. Una de estas personas era seguro una mujer. No sé si la otra era Dios, pero seguro que no estaba sola. Había otra persona cuya voz no me llegaba pero que yo sentía porque hacía una interrupción en sus palabras, semejante al gesto de quien bebe lentamente de una taza”.

El trabajo de la Coordinadora se sitúa en este campo del pensamiento y de la vida, aunque se caracteriza por un deseo diferente: trata de buscar y profundizar en la libertad evangélica atravesando la Tradición y las tradiciones cristianas, sin evitarlas. Es, por tanto, un trabajo que se enfrenta continuamente con las mediaciones y narraciones de la historia eclesial que sigue siendo un tejido teológicamente lleno de promesas.

¿Qué comunidad queremos?

Las teologías feministas hablan en la Iglesia y a la Iglesia. Arraigadas en la promesa de la libertad evangélica, miden y abordan el desfase entre la proximidad practicada por Jesucristo y la injusticia de los lazos lastrados por el poder, del que las mujeres lamentablemente tienen una vasta experiencia. En nombre de su bautismo, las mujeres imaginan y tratan de generar una Iglesia que no se esconda en un lenguaje neutro y falsamente universal, que no describa a Dios de manera patriarcal y que no sacralice lo masculino en detrimento de lo femenino.

En definitiva, una Iglesia que tenga el coraje de escuchar y sacar a la luz las historias más duras, (como las que hablan de abusos y violencias) que se alimente de una tradición viva, que comparta decisiones, que perdure y apoye la parresía de sus miembros, que no tenga miedo a abrir conflictos en la búsqueda de una paz más profunda, que no utilice categorías románticas para encubrir el clericalismo; una Iglesia que se atreva a probar nuevos caminos, que no tema perder el poder, que no se enrede en obsesiones y malas formas de comunicación, que aprenda buenas prácticas y que redescubra también la fuerza política del mensaje evangélico.

Este sueño requiere necesariamente un trabajo teológico sobre el poder y la forma de la ministerialidad. En el mes de mayo, la CTI organizará un seminario sobre la autoridad de las teologías de las mujeres de las que nacen posturas, pensamientos, transformaciones y prácticas concretas. El evento se sitúa en el marco del debate sobre temas como el liderazgo o la ordenación, sin excluir estas cuestiones. Sin embargo, estoy convencida de que es necesario aplicar al debate la máxima de más autoridad y menos poder. Por este camino, creo que debe, y puede, pasar una reforma de la Iglesia.

Tras sus pasos

Dice que tiene dos almas en una: la filosófica y otra teológica, sin solución de continuidad. De Verona, nacida en 1972, está casada y es madre de tres hijos. Desde 2021 es la tercera presidenta, después de Marinella Perroni y Cristina Simonelli, de la Coordinadora de Teólogas Italianas (CTI), nacida para apoyar a las mujeres dedicadas a la investigación teológica y promover los estudios de género en la Teología. Hoy cuenta con más de 160 miembros y asociados, publica tres series de libros (Sui generis, con Effatà; Teologhe e theologie, con Nerbini; y Exousia con San Paolo) y un blog (Il regno delle donne, en colaboración con Il Regno). Es parte activa de la Coordinadora de Asociaciones Teológicas Italianas, la CATI. El próximo seminario de la CTI será en Roma el 7 de mayo y tendrá como tema la autoridad de la teología de las mujeres que en Italia pudieron asistir a las facultades de teología a partir de 1965. Desde entonces han proporcionado a estas instituciones una presencia creciente y una voz plural y atenta. Le pedimos una reflexión sobre ser católica y sobre lo que representaba y representa el impulso feminista en la Iglesia

Feminismo en la Iglesia, un gran reto

Marta Rodríguez: “Se necesita un feminismo en la Iglesia que sepa caminar junto con los hombres”

La especialista de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos disertará sobre teorías de género e ideología

Marta rodríguez, experta vaticana, hablará sobre ideología e identidad de género
Marta Rodríguez

Marta Rodríguez fue la jefa de la sección Mujer del Dicasterio Laicos, Vida y Familia del Vaticano y para este 27 de enero se prepara para disertar sobre teorías de género y la identidad católica de la mano de la Red Internacional de Mujeres de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos.


Este diálogo internacional busca responder a interrogantes como: ¿Cuál es la mirada de la Iglesia sobre el género?, ¿Es lo mismo teorías de género que ideología de género?, ¿cómo se puede acompañar pastoralmente?

Vida Nueva ha conversado con Marta Rodríguez para profundizar sobre estas temáticas que no pocas veces causa urticaria en algunos sectores.

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PREGUNTA.- ¿Qué diferencias hay entre perspectiva e ideología de género?

RESPUESTA.- “El género es la interpretación cultural del sexo, y esto varía en tiempos y lugares. La Iglesia no sostiene lo que se ha llamado ‘determinismo biológico’, que considera que hay un único modelo estable en el tiempo de roles y funciones de hombres y mujeres. Esta conciencia sería la perspectiva de género.

La ideología, por otro lado, como su nombre indica, tiene una visión reductiva de la realidad. Normalmente, las teorías ideológicas del género suelen privilegiar uno de los elementos que entran en juego en la formación de la identidad de género, poniendo entre paréntesis los otros”.

Otro tipo de enfoque

P.- “El machismo sigue imperando en nuestras sociedades, a esto no escapa la Iglesia a pesar de los gestos del propio Papa en dar protagonismo a las mujeres, ¿cómo seguir superando este flagelo sin convertirlo en una némesis o su opuesto, el feminismo recalcitrante?

R.-“Creo que si hoy se necesita un feminismo en la Iglesia, es uno que sepa caminar junto con los hombres, haciendo alianza con ellos. En otros momentos históricos tuvo sentido que las mujeres buscaran su propio espacio, porque necesitaban reflexionar sobre su subjetividad y crear conciencia entre ellas.

Pero hoy se necesita otro tipo de enfoque, que no hemos logrado hasta ahora. Este exige una educación para la relación sexuada, y esto es en mi parecer una de las grandes tareas de la Iglesia hoy”.

Un feminismo dialógico

 P.- A propósito de ello, en el movimiento feminista puede hablarse de varias formas de feminismos, ¿en qué se diferencia el nuevo feminismo que plantea la red de mujeres de la Academia?

R.- “No sé si me atrevería a decir que se diferencia, porque los rasgos que nos caracterizan son también propios de otros feminismos. Un aspecto central es el que señalaba en la pregunta anterior: un feminismo que no busca luchar contra el hombre, sino construir con él.

Eso supone, sí, rechazar toda forma de machismo, y también de feminismo exacerbado. Se trata de salir del enfoque dialéctico, y asumir uno dialógico. Otro rasgo fundamental del feminismo que proponemos en la academia es la afirmación de la diferencia.

Las mujeres podemos hacer las mismas cosas que los hombres (esto ya lo adelantaba Edith Stein en 1943, y era bastante profético), pero como mujeres. La asunción de patrones masculinos no es para nosotros el camino para valorar la aportación de las mujeres.

La separación de ámbitos no es tampoco el camino. Como dice Blanca Castilla: necesitamos una cultura con padre y una familia con madre”.

Tolerancia cero

P.- Las tasas de feminicidios siguen altas, en pocas palabras, ¿cómo se pueden ir desmontando las diversas violencias (incluidas las simbólicas) que permitan generar conciencia sobre este flagelo?

R.- “¡Pregunta del millón! Las causas de las violencias son multifactoriales… y por lo mismo, habría que afrontar el tema de la violencia desde distintos planos: educativo, cultural, legislativo, económico.

En las medidas, habría que lograr conjugar la ‘tolerancia cero’ ante la violencia sin caer en interpretaciones dialécticas, que no logran resolver el problema y a veces lo agudizan. No me atrevo a decir mucho más en un espacio así”.

Armonizar la acogida

P.- ¿Cuál es su opinión sobre el llamado tercer género, que incluso plantea modificar “por inclusión” formas del lenguaje con el sufijo “e” o de quienes creen tener identidad de animales, cuál debe ser el papel de un creyente frente a estos temas?

R.- “El papel del creyente dependerá del ámbito donde se encuentre. Creo que hay exigencias distintas si uno se mueve en el nivel personal, social, educativo, legislativo. Cada uno impone deberes distintos. Siempre se tendrá que buscar armonizar la acogida y respeto a las personas concretas con la objetividad del dato empírico: ya sea ordenamiento jurídico, médico  científico”.

Afganistán, el feminismo y medios de comunicación

Jaime Richart, Antropólogo y jurista

El islamismo y las culturas que lo han adoptado desde tiempo inmemorial (pues hay que distinguir la religión de la cultura que ha acogido la religión, su manera de interpretarla y de aplicarla) es un asunto recurrente que está muy relacionado con los momentos que ahora vive Afganistán, con su historia y especialmente con su historia más reciente, y, sobre todo, con el foco que los medios ponen sobre
los hechos. De todos modos, como en el asunto migratorio, hay en este del feminismo extremo un fuerte ramalazo de universalidad semejante al del proletariado marxista que abarcaba en otro tiempo a los trabajadores de todo el mundo.

La lucha y desvelos de la mujer van mucho más allá de su cercanía y de su país. Se rebela contra todo lo que a la mujer le afecta y la agravia. Pero desde exclusivamente el punto de vista de la observadora occidental, como si la mujer fuese el apéndice único de las cosas que en el mundo los individuos civilizados y los cultos desean cambiar, cuando grandes sectores de la sociedad dan una resuelta prioridad a las oprobiosas desigualdades sociales que existen en nuestro país, España, y en numerosos países del mundo por no decir la mayoría.

Y aquí está el centro de mi atención y de mi análisis. El mundo y los
países donde la mujer está en un plano secundario respecto al hombre
son muchos. Y algunos de ellos no sólo son ignorados ordinariamente
-es imposible e indeseable por la salud nerviosa personal abarcar más
de lo que los obstáculos que nuestro barrio, nuestro municipio, nuestra
autonomía y nuestra nación nos problematizan nuestras vidas y
nuestra sensibilidad individual- nos presentan cada día.

En otros tiempos calmos, en aquellas doradas épocas en que lo cotidiano nos
sonreía, podía uno asomarse al exterior, resentirse e indignarse con
cuestiones como ésta, es decir, sobre lo que les ocurre a millones de
personas, de mujeres, de niños, de ancianos. Pero en los tiempos
actuales en que la miseria, el sufrimiento, los excesos y los abusos de
todo tipo, y no sólo los del hombre sobre la mujer sino de los hijos
sobre los padres o los abuelos, de los padres sobre los hijos, de la
sociedad española en general sobre los débiles sociales, etc, prestar
una atención inusitada a lo que ocurre en un país a miles de kilómetros
de distancia y sin ninguna conexión cultural, religiosa y mental con la
nuestra, es sólo efecto, como tantos otros, de la influencia de la
“noticia” del día y de los días que ejercen los medios que viven de la
debilidad mental de millones de personas; no efecto de algo sobre lo
que podamos cambiar.

Abrumarnos por los acontecimientos que tocan la fibra sensible de la gente sensible está muy bien, pero bramar por lo que te cuentan quienes venden morbosamente lo que saben va a atraer la atención y la venta de ejemplares es una muestra de la escasa
personalidad de la gente vulgar. Si nuestro interés estriba en
compadecernos y en socorrer a los demás, en España hay suficientes,
demasiadas situaciones que requerirían la movilización de las masas
para impedirlas o remediarlas. Y sin embargo hay muy pocas señales
de ese deseo de movilizarse y de sacudirse de encima la pereza. La
prueba es que cuarenta y cuatro años después de la dictadura, las cosas
de los abusos, de las injusticias, de una barbarie en algunos casos de
baja intensidad persisten…

Esas reacciones femeninas y feministas son dignas de aprecio pero,
sin ir más lejos, el estrecho entendimiento de personajes de las
instituciones y del empresariado de nuestro país con los jerarcas de
otros países donde funciona, como en Afganistán, un régimen infame
para la mujer y para los homosexuales, es tan clamoroso como odioso.
Y sin embargo no pasa nada, ningún medio dedica horas y páginas a
una campaña para romper las relaciones diplomáticas y la venta de
armas a Arabia Saudita, por ejemplo, sólo porque el capricho del
emérito y el negocio del orbe empresarial son el centro de gravedad de
unas relaciones políticas indeseables. Y quien dice ese país, puede
decir otros muchos de religión y cultura contrapuestas a las
occidentales…

Ahora Afganistán está en el primer plano de la noticia porque la clase
social que impera allí desde siempre estaba reprimida y ahora se ha
hecho con el control del país. Y todos los medios, análisis y reportajes
van a parar a aquel lugar porque los medios agitan el asunto tanto
como copa el talibán el protagonismo en su país. Lo que no significa
que pese a ser una parte de la historia del presente, para cualquier
persona con criterio es uno más de los hechos horrorosos que a diario
suceden en el planeta. Seguir el asunto conducidos por la “noticia”
expresa una debilidad de carácter, por otro lado muy propio del
español y en este caso sobre todo de la española media, obsesionada
en cambiar el mundo desde su óptica exclusivamente judeocristiana,
lo mismo que arremete contra quienes no se quieren vacunar. Hay que
reaccionar, desviar la atención de lo que los medios están interesados
en resaltar, mientras mantienen en la opacidad o en el olvido
numerosos asuntos “nacionales” que a millones personas en España
nos sobrecogen el alma

Economía feminista

Economía feminista: viva, abierta y subversiva

Por Amaia Pérez Orozco y Astrid Agenjo Calderón |                                 Fuentes: https://ctxt.es/es

El fundamento de esta teoría afirma que economía sí es más que mercados, que el género sí importa y que el conocimiento sí es político.

En los últimos años, escuchamos cada vez más hablar de economía feminista y otros conceptos relacionados: cuidados, sostenibilidad de la vida, impactos de género de la crisis… Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de economía feminista? La economía feminista (en adelante, EF) es una teoría económica y es también acción.

No podemos pensar teoría y acción por separado: la teoría económica feminista observa un sistema económico que se construye sobre la desigualdad de género y la alimenta. Frente a ello, lanza propuestas para avanzar hacia una economía distinta, donde haya una manera de producir, intercambiar, consumir y cuidar que desafíe las relaciones de dominación y ponga la vida en el centro. En este artículo nos centramos en la propuesta teórica de la EF. Os invitamos a acompañarnos en ese recorrido teniendo siempre en mente que, tras las palabras, hay prácticas, y viceversa. Seguir leyendo