En el 50º Aniversario de Gerardo Valencia Cano

Gerardo Valencia Cano

Gerardo Valencia Cano, místico, profeta, pastor y defensor de la justicia desde la opción por los pobres

Juan José Tamayo, teólogo de la liberación

UN ADELANTADO AL CONCILIO VATICANO II, AL PACTO DE LAS CATACUMBAS Y A LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO DE MEDELLÍN (I)

De nuevo en Medellín. Es para mí un privilegio participar en este Encuentro
Interreligioso e Intercultural en memoria de Gerardo Valencia Cano (1917-1972), obispo y profeta con sentido de pueblo, con motivo del 50 aniversario de su trágica muerte en un accidente de avión cuando tenía 54 años y 18 años de obispo de Buenaventura (Colombia).

Personalizo mi agradecimiento en Olga Lucía Álvarez, Sulman Hincapié y Mauricio Zapata, del comité coordinador del evento y entrañables amig@s.

Felicito a las personas de dicho comité organizador por el excelente trabajo de
organización y por tan importante iniciativa que se inscribe en la recuperación de
personalidades ejemplares, que se caracterizaron, en el ámbito cristiano, por la práctica de la compasión en el seguimiento de Jesús de Nazaret y en el proseguimiento de su causa en favor de las personas, los colectivos y los pueblos empobrecidos. En este caso es la recuperación de la memoria histórica del místico, profeta y obispo Gerardo Valencia Cano: una memoria colectiva subalterna como fue su vida compartida y comprometida con las comunidades campesinas, indígenas y negras subalternas de Buenaventura y también, tomando la expresión de Walter Benjamin, una memoria subversiva de las víctimas.

No conocí a Gerardo Valencia Cano, pero sí su talla moral gracias a la lectura de sus escritos, de las informaciones de Olga Lucía Álvarez, que colaboró con él durante los tres últimos años de su vida, y de algunos textos biográficos como Valencia Cano, editado por el Vicariato Apostólico de Buenaventura bajo la dirección de Gerardo Jaramillo González, que sigo muy de cerca en esta conferencia.

Voy a hacer una reflexión teológica a propósito de tres acontecimientos singulares que influyeron decisivamente en su vida, y a los que, a mi juicio, se adelantó en no pocos aspectos como visionario que era con sus intuiciones, su conciencia misionera libre y liberadora, su compromiso social y su actividad evangelizadora inseparable de la educación entendida como concientización popular.

Los tres acontecimientos en los que se enmarcan su vida, su pensamiento y su profetismo son: el Concilio Vaticano II (1962-1965) me refiero a n cuyas
cuatro sesiones participó, el Pacto de las Catacumbas, que firmó en noviembre de 1964 en Roma y la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín en 1968.

En este texto me referiré a Gerardo Valencia Cano como un adelantado al Concilio
Vaticano II.


                           El Vaticano II, Concilio de la Reforma eclesial

Recién cumplidos 45 años y siendo obispo de Buenaventura desde 1953 con solo 35
años, Valencia Cano participó en la celebración del Concilio Vaticano II, el acontecimiento más importante del catolicismo del siglo XX y, sin duda. uno de los eventos más significativos de dicho siglo. He aquí algunas de las más importantes aportaciones del Concilio:


1. Reforma interna de la Iglesia, tras cuatro siglos ininterrumpidos de Contrarreforma, iniciada con el Concilio de Trento (1545-1563). El Vaticano II puso en práctica la propuesta de Lutero “Ecclesia semper reformanda”, asumió la necesidad de purificación y renovación y tomó conciencia de ser una Iglesia peregrinante (Constitución Luz de las gentes, n. 8).

2. Diálogo multilateral: entre las diferentes tendencias dentro de la Iglesia; con el mundo moderno a quien los papas del siglo XIX anatematizaron ó con trazos muy gruesos, sin reconocimiento alguno de sus grandes aportaciones; con las religiones cristianas y no cristianas; con el ateísmo, cuya responsabilidad en su nacimiento y desarrollo asume.

3. Ubicación de la Iglesia católica en el mundo, a quien se consideraba uno de los
enemigos del alma junto con el demonio y la carne, como respondíamos en el catecismo del padre Astete a la pregunta por los enemigos del alma. La Iglesia no está por encima del mundo, cual poder transcendente que no hace pie en la historia, ni es juez que lo condena, sino que está presente en el mundo, en la sociedad reconociendo sus avances y retrocesos, sus contradicciones, en fin, y sin falsas vueltas regresivas al pasado ni añoranzas idealizada del mismo.

La Iglesia se identifica con los gozos y las esperanzas, las alegrías y las tristezas de los seres humanos de nuestro tiempo: “los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Constitución Pastoral de la Iglesia en el Mundo Actual, en adelante GS, n. 1). Nunca, hasta el Vaticano II, un concilio se
había ocupado de hacer un análisis de la realidad del tiempo en el que se celebraba ni había intentado responder a ella de manera positiva siendo sensible a los signos de los tiempos y ofreciendo su colaboración para la marcha de la historia en dirección a la libertad y la liberación de los seres humanos.

4. Dimensión antropológica. Fue el ser humano el centro del Concilio, la persona a
quien hay que salvar, pero el ser humano entendido de manera unitaria, “todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, y el ser humano con ser social: “es a la sociedad a la que hay que renovar”. Y haciéndose suya la máxima del escritor romano de origen bereber Terencio africano “nada humano me es ajeno”, afirma que “nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1). Hace referencia explícita a la mujer que, “allí donde todavía no la ha logrado, reclama la igualdad de derecho y de hecho con el hombre” (GS, n. 9).

5. Hace una valoración positiva de la secularización, entendida como reconocimiento
del valor y de la autonomía de las realidades temporales: la cultura, la filosofía, la política, la naturaleza, el arte, la creación literaria, etc., de toda tutela religiosa, secularización que había sido criticada como contraria a la religión y destructora la fe. Es sin duda un concilio de reconciliación con la Modernidad, a la que había condenado con trazos gruesos en siglos pasados.

6. La opción por los pobres no constituyó el centro del Concilio, como fue la intención de Juan XXIII al afirmar que “la Iglesia de Cristo es Iglesia universal, pero para el Tercer Mundo es la Iglesia de los pobres” y como expresó el cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, en una intervención memorable: la evangelización es el objetivo fundamental del Concilio, que implica la opción por los pobres. El interlocutor del Vaticano II no fue el Tercer Mundo, sino Europa.

7. El Vaticano II no fue un concilio de anatemas ni de condenas, pero sí muy crítico desde el discurso inaugural de Juan XXIII contra los agoreros, los profetas de calamidades y los instalados cómoda y fundamentalistamente en posiciones dogmáticas y tradicionalistas.

Valencia Cano se adelantó al Concilio Vaticano II


Se ha dicho, y es verdad, que en Valencia Cano hay que distinguir dos etapas, la
anterior al Concilio Vaticano II y la posterior. Creo, con todo que en algunos aspectos importantes de su trabajo misionero se adelantó al propio Concilio. Apunto algunos, sin ánimo de ser exhaustivos. Quienes vivieron y convivieron cerca de èl pueden completarlos. En este Encuentro participan personas que lo acompañaron y colaboraron con él como el padre Wenceslao Estupiñán, primero sacerdote negro de Buenaventura ordenado por Valencia Cano, y sus sobrinas Amparo y Jenny.

1, Rompiendo los estereotipos eclesiológicos tradicionales, fue quebrando poco
a poco el carácter jerárquico, piramidal y patriarcal de la Iglesia
y fue conformando la iglesia local de Buenaventura como comunidad de comunidades integradora de personas y colectivos indígenas, campesinos y negros con la incorporación de las mujeres seglares al trabajo pastoral y educativo. En el tejido social y eclesial creado por Valencia Cano la autoridad no residía en el obispo por el hecho de serlo, ni en el báculo y la mitra, sino en su testimonio, en su ejemplaridad de vida y en las personas y colectivos empobrecidos por el sistema.

El Vaticano II ratificó la dimensión comunitaria de la Iglesia en el capítulo II de la Constitución sobre la Iglesia bajo el título “pueblo de Dios”.

2. Ubicó a la Iglesia no por encima de la sociedad, ni como jueza, ni como poder
absoluto, ni aliada con el poder, sino en los diferentes colectivos de la sociedad de Buenaventura, sobre todo en los sectores más empobrecidos. Yo creo que en este tema
la originalidad de Valencia Cano es clara: mientras que el Vaticano II ubicaba a la
Iglesia en el mundo desde una perspectiva eurocéntrica, el joven obispo de
Buenaventura hacía realidad la Iglesia de los pobres, tal como había propuesto Juan
XXIII.

3. Bajó la trascendencia a la historia y la divinidad de Cristo a la humanidad
sufriente, poniendo en práctica la cristología de la kénosis de la Carta a los Efesios: “El cual (Jesucristo), siendo de condición divina… se despojó de su grandeza, tomó la condición de siervo y se hizo semejante a los seres humanos, y en su condición de ser humano, se humilló a sí mismo… (Flp 2,6-11).

4. Se adelantó al Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia del Vaticano
II, aprobado el 7 de diciembre de 1965. Se formó en el Instituto para las Misiones de Yarumal, donde empezó a forjar su conciencia misionera, y fue profesor del Seminario de dicho Instituto. Después del Concilio presidió la Comisión de Misiones del CELAM.

Esta era su presentación: “Soy hijo de la selva/ Un hermano del tucán/Soy
tucano, selva mía,/ y te quiero con fervor;/ yo por ti morir podría/ y me muero por tu honor”.

El carácter misionero formaba parte de su identidad como ser humano, como
cristiano y como obispo. Toda su vida estuvo guiada por ese espíritu hasta conformar una identidad misionera. Pero no entendió la misión como convertir y bautizar a infieles y anular su identidad indígena, campesina o afrocolombiana, sino como identificación con dichas comunidades, vivir y compartir sus situaciones de injusticia estructural y ofrecer respuestas acordes a dichas situaciones en todos los terrenos: educativo, social, cultural. económico, religioso, etc. Su pastoral misionera se orientaba no a una evangelización genérica, sino inculturada en las comunidades indígenas y negras.

5. El ser humano fue el centro de su actividad misionera, de su compromiso
social y de su trabajo pastoral. “Hasta ahora -afirma- miramos en el hombre, no la
persona humana, sino el color, la edad, la salud, la ciencia, el prestigio, su historia real o falsa, su sexo, etc.”. Se queja de que “hemos olvidado que lo fundamental en el hombre es ser hombre y, para el cristiano, el ser hijo, imagen de Dios, redimido por Cristo” (Jaramillo González, p. 58).

La peor consecuencia de tan injusta forma de mirar a los seres humanos “es su
clasificación entre débiles y poderosos, sabios e ignorantes, dignos e indignos, gente bien y plebeyos” (id., 59). De nuevo estamos ante una diferencia importante entre el humanismo abstracto o del hombre europeo del Vaticano II y el humanismo de Valencia Cano defensor de los derechos humanos de las personas y los colectivos empobrecidos de Buenaventura a quienes se les negaba dichos derechos, sobre todo, a una vida digna, a la saludad, a la educación, a la vivienda, al trabajo, etc.

6. Donde también se adelantó al Concilio Vaticano II y demostró ser un pionero
fue en la incorporación de las mujeres a la tarea misionera y evangelizadora y a la
acción social
. Pablo VI incorporó al Concilio a un grupo de observadoras a partir de la tercera sesión. En una ocasión pregunté a mi amiga uruguaya Gladys Parentelli
Manzino, hoy reconocida teóloga ecofeminista, una de las mujeres observadoras
invitadas por Pablo VI, que entonces era presidenta de la rama femenina del
Movimiento Internacional de la Juventud Agrícola y Rural Católica (MIJARC), cuál
había sido su función en el Vaticano II y me respondió: “lo que significa el propio
nombre: observar”. Bien seguro que trabajo no les faltó, pues lo que observaron fue el carácter patriarcal de la Iglesia católica y del propio Concilio.

Muy distinto fue el papel reconocido a las mujeres por Gerardo. Varios años
antes del Concilio y haciendo frente a los prejuicios patriarcales de la sociedad y de la Iglesia, mostró una gran preocupación por la formación de las mujeres y creó en 1959 la Normal Juan Ladrilleros. Fue abriendo espacios para las mujeres en la Iglesia y en 1953 fundó la Unión Femenina Misionera (UFEMI), formada por mujeres seglares, a quienes reconoció autonomía en su trabajo misionero y estimuló a seguir adelante con la expresión “Ustedes pueden” 1 .
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[1] Tomo la información sobre UFEMI del artículo de Olga Lucía Álvarez, miembro de dicha organización y colaboradora directa de Valencia Cano durante los tres últimos años de su ministerio episcopal en Buenaventura: “Monseñor Gerardo Valencia Cano, un profeta convencido del valor e importancia de la mujer en la Iglesia” publicado en Religión Digital (5 de junio de 2022). Desde aquí mi agradecimiento, Olga Lucía, que como colaboradora del obispo de Buenaventura me has proporcionado informaciones muy precisas y totalmente fiables para mi conferencia.

Recordando a Mons.Valencia Cano

“Encuentro Interreligioso e Intercultural por la memoria de Gerardo Valencia Cano: hermano obispo y profeta con sentido de pueblo”

Medellín vuelve a recordar al obispo Gerardo Valencia Cano

Medellín vuelve a recordar al obispo Gerardo Valencia Cano

Con la metodología del “ver, juzgar y actuar”, los participantes analizarán el pensamiento de este añorado pastor sobre la Teología de la Liberación y la Iglesia de los pobres, así como su pensamiento en la acción de las mujeres

En el acto se desarrollarán ponencias, entre otros, de Juan José Tamayo, Wenceslao Estupiñán, Olga Lucía Álvarez o Esteban Cañola 

 | RD

La memoria del del obispo Gerardo Valencia Cano, Vicario apostólico de Buenaventura (Colombia), cuando se cumplen 50 años de su trágica muerte,seá objeto de de reflexión y agradecimiento en el “Encuentro Interreligioso e Intercultural por la memoria de Gerardo Valencia Cano: hermano obispo y profeta con sentido de pueblo”, que se celebra este 26 de agosto en Medellín Colombia)

Con la metodología del “ver, juzgar y actuar”, los participantes analizarán el pensamiento de este añorado pastor sobre la Teología de la Liberación y la Iglesia de los pobres, así como su pensamiento en la acción de las mujeres y celebrarán con tetimonios sobre su labor apostólica y su vida en un compartir la mesa fraternalmente.

Organizado por la asociación Diálogo Interreligioso e Intercultural-Medellín, el encuentro contará con diversas ponencias y testimonios, que correrán a cargo, entre otros, de Juan José Tamayo, Wenceslao Estupiñán, Olga Lucía Álvarez, Esteban Cañola y los testimonio de Sofía Toro en la voz de Juan Felipe Jaramillo.

A los 50 anos de la muerte de Mons Valencia

Gerardo Valencia Cano, episcopado como diaconado permanente

Gerardo Valencia Cano
Gerardo Valencia Cano

Tomó una posición en favor “de una Iglesia no comprometida con los poderes del Estado»

Cambió la mitra y el báculo por la piragua y el canalete, para acercarse a los negros desvalidos de su vicariato

Su despacho parecía más un centro asistencial, donde se solucionaban lo mismo problemas espirituales como de índole material

Porque conocía a su pueblo, le dolían sus dolores. Sufría con la miseria y con la explotación que se palpaban en Buenaventura

Por | Dumar Iván Espinosa Molina

Se cumplen 50 años de la trágica muerte del obispo Gerardo Valencia Cano, Vicario apostólico de Buenaventura (Colombia), director del departamento de misiones del Celam, ocurrida el 21 de enero de 1972 cuando contaba con 54 años de edad y 18 de episcopado. Gerardo Valencia Cano es uno de los padres conciliares latinoamericanos, firmantes del Pacto de las Catacumbas, “pastores con olor de oveja”, cercanos a los pobres, muertos en trágicos accidentes a los pocos años de concluido el Vaticano II, concilio que estaban aplicando en la realidad latinoamericana. Otros casos similares al suyo son los de Manuel Larraín Errazuriz, obispo de Talca (Chile), presidente del Celam, muerto en un accidente automovilístico el 22 de junio de 1966 con 65 años de edad y Raúl Zambrano Camader obispo de Facatativá (Colombia) director suplente del Departamento de pastoral de Conjunto del Celam muerto en un accidente aéreo el 18 de diciembre de 1972, el mismo año de Valencia Cano, a la edad de 51 años.

Periódicos de la época relatan la angustia vivida por los fieles del vicariato apostólico de Buenaventura que esperaban contra toda esperanza que la vida Gerardo Valencia Cano, obispo de los pobres no se hubiese apagado. Cuatro días después del accidente campesinos de la región donde ocurrió el accidente llegaron hasta sitio donde se encontraban esparcidos los restos de la aeronave y sus ocupantes contraviniendo la disposición de las autoridades de declarar el lugar campo santo ante la dificultades de la geografía y el clima. El cuerpo sin vida del obispo fue rescatado y llevado a la catedral donde una multitud dio el último adiós a su pastor.

El Tiempo 22 enero 1972 4
El Tiempo 25 enero 1972

Se reportan a continuación, como homenaje a este obispo que vivió el episcopado como “diaconado permanente”, dos breves notas periodísticas, escritas en el calor de los acontecimientos, sobre Gerardo Valencia Cano publicadas en el periódico El Tiempo entre el 22 y el 26 de enero 1972:

El primer artículo se titula “Vicario de la pobreza” y fue escrito por Germán Castillo:

«“Moncho”, el vicario de la pobreza, murió en la acción de su apostolado.

La figura de Gerardo Valencia fue la síntesis de una iglesia de servicio y amor.

El “hermano Gerardo”, como cariñosamente le llamábamos sus amigos, nació en la que fuera cuna del novelista Tomás Carrasquilla, Santo Domingo, Antioquia, el 26 de agosto de 1917. Hijo de arrieros antioqueños, compartió con sus doce hermanos la pobreza en la que quedó su familia en la crisis del año 30.

Fue ordenado sacerdote el 29 de noviembre de 1942 en la Congregación de sacerdotes de Yarumal, por su mentor religioso, el obispo Miguel Angel Builes, controvertido jerarca cuyas tesis políticas se distanciaron radicalmente de las de su discípulo Gerardo, quien tomó una posición en favor “de una Iglesia no comprometida con los poderes del Estado”.

Fue superior de la Congregación Misionera Javeriana, en los años de 1956 a 1958. Estudió Dogma en la Universidad Javeriana y se ufanó diciendo “que perdió los exámenes para doctor”.

El 27 de julio de 1949 fue –nombrado- Prefecto Apostólico en las selvas de Vaupés, en Mitú y posteriormente, el 24 de mayo de 1953, fue ordenado obispo, para asumir el 21 de julio del mismo año, la Vicaría Apostólica de Buenaventura, calidad de pastor que conservó hasta su trágica muerte.

El apelativo de “Moncho”, como le llamaron sus feligreses porteños, fue el único título que ostentó con orgullo, pues su vida se caracterizó por la sencillez y humildad que irradiaban respeto y amor dentro de la comunidad de marginados del Pacífico, a la que consagró su vida de auténtico pastor. Cambió la mitra y el báculo por la piragua y el canalete, para acercarse a los negros desvalidos de su vicariato.

Alternó lo mismo en los círculos primitivos que en los sofisticados contertulios intelectuales. No solo en Colombia sino en el hemisferio; formó con Helder Cámara y Monseñor Fragoso la vanguardia de las mitras de América, empeñadas en una iglesia post-conciliar.

Constantemente dejaba su despacho, el cual parecía más un centro asistencial, donde se solucionaban lo mismo problemas espirituales como de índole material. De su sudorosa chequera salieron los fondos para mitigar el hambre y la miseria de innumerables feligreses del puerto de Buenaventura.

Se le veía en el los ríos del sur con su tradicional atuendo, pantalón de dril y botas de caucho, repartiendo bendiciones y enseñando la doctrina de Cristo lo mismo a indios que a negros, durmiendo en los aserríos, donde en las noches de luna acompañaba la miseria con sus trovas populares, al son de su guitarra, experiencia que le llevó a convertirse en un símbolo de auténtico cristiano.

Pero también emprendía con la misma mística, viajes a congresos, simposios y reuniones tanto en Bogotá como en Londres o en Roma, a sostener sus tesis que le convirtieron en la controvertida –frase- del “Obispo Rojo Colombiano”

La realidad de “Moncho” fue la de un misionero consciente de su misión. Colombia y la jerarquía pierden con Gerardo Valencia al auténtico pastor que supo interpretar la hora de angustia en que se desenvuelve la historia de América. Que su muerte sea el comienzo de una toma de conciencia, que nos lleve a liberarnos de una miseria no merecida, y la luz de su evangelizadora obra sea el ejemplo para seguir en la búsqueda, de una sociedad donde el Hombre no sea víctima del hombre».

El segundo artículo se titula “El hermano Gerardo” fue escrito por Oscar Jaramillo S. J.

«Así simplemente. O con su nombre de pila. No le gustaban ni los títulos ni las venias ni los ropajes. Así lo conocían en la calle las gentes de buenaventura. Así lo reconocían los negros en las parroquias más alejadas de su inmenso Vicariato.

Ya lo admiraba por el conocimiento que de él había tenido a través de la prensa. Hasta que, hace tres años, me fui a verlo a Buenaventura. Me recibió en su casa: en la antigua casa cural del puerto, en donde vivía como uno más de los sacerdotes. Junto a la Iglesia Catedral, en la que celebraba la misa según el horario que le señalara el párroco.

Cuando lo encontré vestía traje de faena. Y así lo vi durante los cuatro días que duró mi visita.

Contra lo que yo pensaba antes de conocerlo, Gerardo Valencia era un hombre callado. De pocas palabras. Pero en una de aquellas noches logré llegarle al alma con alguna pregunta sobre la situación social de sus feligreses: entonces lo oí realmente elocuente.

Gerardo amaba ardientemente a su pueblo. Lo acompañé a pie por las calles. En todos los barrios lo conocían. Y él conocía a todos: a cada uno preguntaba por el pariente enfermo, por la niña que estudiaba en la escuela, por la marcha del negocio recientemente emprendido.

Y porque conocía a su pueblo, le dolían sus dolores. Sufría con la miseria y con la explotación que se palpaban en Buenaventura. Con la misma explotación que él había vivido en los llanos y selvas del oriente colombiano, antes de su nombramiento como obispo.

Fui el día domingo en su compañía a celebrar la misa en un barrio apartado de Buenaventura. Un barrio de miseria. Al llegar, una señora le llevó a su niña de seis años y le contó que ya sabía leer.

Gerardo celebró la misa, en la que habló el lenguaje de esas gentes. Y después de haber repartido la comunión, llamó a la niña para que se acercara al altar. Entonces dijo: “Les tengo una magnífica noticia. Un buen ejemplo. Esta niña de seis años, hija de doña Fulana, ya aprendió a leer. Quiero que la oigan”. Cargó entonces a la niñita, la colocó sobre el altar y le dio un libro para que leyera. Después pidió un aplauso para ella. Y dio fin a la celebración, en la forma acostumbrada.

Así era el hermano Gerardo. Sencillo, franco, nítido, insobornable. El Evangelio le corría por las venas. Le salía por los ojos. Se manifestaba en sus actividades cotidianas».