Hace casi 50 años escribí un artículo sobre teología desde un barrio obrero. Me preguntaba si la teología que había nacido en las comunidades cristianas y luego crecido en catedrales, monasterios y universidades, podía también cultivarse desde los barrios. Y respondía efectivamente, porque un barrio obrero, a pesar de todas sus limitaciones, es un lugar teológico privilegiado, pues en él se manifiesta la opción de Dios por los pobres y pequeños.
Me pregunto ahora, casi medio siglo después, si desde el centro de la ciudad puede surgir una reflexión teológica. En el centro de mi ciudad hay numerosos hoteles, siempre con turistas y ejecutivos jóvenes, sobre todo en grandes convenciones como el World Mobile Congress. En la calle se escuchan todos los idiomas, especialmente inglés. Estamos ante un mundo globalizado y científicamente acelerado. ¿Tiene la teología alguna reflexión o mensaje para este nuevo mundo?
Desde mi habitación diviso el patio de un colegio, donde niños y niñas hacen gimnasia y juegan, con una incansable vitalidad. Las familias recogen a los niños por a la tarde, siempre con bocadillos para la merienda; los domingos los acompañan al deporte. Pero me pregunto: ¿qué pasará con estos jóvenes adolescentes si sufren bullying e intentan suicidio? ¿Han sido preparados para una vida real, donde hay fracasos y, al final, muerte? ¿Qué futuro les espera a estos jóvenes: ¿guerra?, ¿cambio climático?, ¿falta de agua?, ¿nuevas pandemias? ¿Han recibido alguna iniciación religiosa o cristiana?
Junto a mi residencia hay una Iglesia, un templo, neobizantino, grande y con una solemne cúpula. La gran mayoría de la gente que participa son personas mayores. ¿Cómo y cuándo se rompió la cadena de la transmisión de la fe, de abuelos a hijos y nietos? Los jóvenes se apuntan con generosidad a diversos voluntariados, pero muchas veces sin motivación religiosa o cristiana. ¿Hemos transmitido una Iglesia centrada en dogmas, ritos y normas morales, no en la vida, lo cual provoca un rechazo instintivo en muchos y muchas jóvenes?
Frente a este templo hay un centro de gimnasia y fitness. Los domingos coinciden la gente mayor que sale de misa, con los jóvenes que entran en el centro de gimnasia. ¿Pura casualidad? Desde la terraza contemplo contenedores donde la gente deposita restos orgánicos y no orgánicos. A lo lejos se ven pasar continuamente aviones al aeropuerto. ¿Nos tomamos en serio el cambio climático? Desde la terraza se divisa la catedral y algunas iglesias góticas: ¿son solo monumentos culturales y museos del pasado? ¿Tiene la teología todavía algún mensaje para esta crítica situación?
Son muchas las diferencias entre la teología de los años 70 y la actual. Los problemas humanos y religiosos y cristianos se han radicalizado y agravado. El ambiente actual, aparentemente optimista, tecnocrático, consumista y secular, en el fondo esconde una sensación de impotencia ante el futuro, y un miedo al fracaso, a guerras, cambio climático, crisis global y muerte. La Iglesia, hoy sumamente desacreditada, no puede preguntar al mundo moderno si cree en Dios, ni si existe Dios. Menos aún puede imponerle dogmas, leyes morales y ritos religiosos. Lo único que la comunidad cristiana puede comunicar al mundo de hoy es un anuncio profético y contracultural que ofrezca un sentido y un horizonte nuevo a la vida, la Novedad que puede vencer la muerte, es decir, Jesús de Nazaret muerto y resucitado. Este es el único mensaje que posee la Iglesia y la teología. De aquí nacerá la esperanza, el compromiso por liberar al mundo y la historia de la muerte, edificar un mundo fraterno de hijos e hijas del Padre, bajo la fuerza y el amor del Espíritu que continuamente renueva la faz de la tierra y todo lo fecunda y vivifica, aunque no lo sintamos. La última palabra no la tienen los tecnócratas, ni las convenciones, ni el fitness, ni los templos vacíos de jóvenes, ni la pandemia, ni el cambio climático, ni el bullying, ni el suicidio, ni la guerra, ni la muerte. La última palabra surge del encuentro personal y comunitario con Jesús de Nazaret, nuestro Señor, que comparte con nosotros su Vida.
Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?
Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?
Pentecostés
El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarnos del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.
Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Solo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre ha encomendado a Jesús.
Lo que necesita hoy la Iglesia no es solo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Solo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Solo él puede impulsar la comunión. Solo él puede renovar nuestros corazones.
Pentecostés
No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es solo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización
El Espíritu Santo os recordará todo lo que os he enseñado
JUAN 20, 19-23
19 Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo:
– Paz con vosotros.
20 Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. 21 Les dijo de nuevo:
– Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros.
22 Y dicho esto sopló y les dijo:
– Recibid Espíritu Santo. 23 A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados.
COMENTARIO
ABIERTOS AL ESPÍRITU
No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son «sal de la tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.
La fiesta de Pentecostés nos convoca a renovar la presencia del Espíritu en la vida de la Iglesia. ¡Y cuanta falta hace! Porque, aunque es verdad que las sociedades han cambiado y hay menos presencia de lo religioso, también es verdad que la gente sigue buscando experiencias que le den sentido a su vida, que les permitan encontrar nuevos horizontes. Pero no parece que la institución eclesial supiera responder a estas nuevas búsquedas. ¿Será que no deja que aflore al Espíritu? Veamos algunos textos bíblicos que pueden ayudarnos a ver si de esa manera actúa el Espíritu en la vida eclesial.
El Espíritu de Dios “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Entonces, ¿por qué tanto temor a lo nuevo? La historia muestra que la Iglesia casi siempre llega tarde a los cambios. Se resiste una y otra vez a lo que la ciencia, la cultura, lo social o lo teológico postulan. Sobre todo, es muy llamativo que, teniendo una reflexión bíblica y teológica tan desarrollada, esta no se refleje en las predicaciones, en la liturgia, ni en las posturas de la Institución. Se mantiene, en algunas instancias, una teología más centrada en conceptos y dogmas que abierta al dinamismo de la historia, de la exégesis, de la hermenéutica, de lo existencial, del compromiso con lo social, como bien lo indica Vaticano II.
“Donde está el Espíritu, allí hay libertad” (2 Cor 3,17) y en la Iglesia hace falta ese espíritu de libertad que la haga ágil, transparente, sencilla, para dejar lo que se ha convertido en lastre o en irrelevante y acoger lo que puede decirle algo a la gente de hoy. Pero la institución eclesial muchas veces se apega a la letra de la ley convirtiéndola a ella en garante de fidelidad. Parece olvidar toda la praxis de Jesús frente a las instituciones religiosas de su tiempo, en la que mostró que estas han de estar al servicio del ser humano y no al contrario. Pero es más fácil justificarse con lo establecido que practicar la misericordia. Otras veces la institución eclesial vive apegada a sus estructuras, a sus obras, a sus campos de apostolado, sin permitirse pensar si no podrían ser de otra manera, si no deberían dejar algunas tareas -que ya las atiende el estado o tantas personas del ámbito civil- y arriesgarse a comenzar de nuevo, ofertando con sencillez y en pobreza, el anuncio de la Buena Noticia del Reino.
“Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios impulsados por el Espíritu Santo” (2 Pe 1,21). Se nota mucho la falta de profecía en la institución eclesial. Su palabra se levanta para oponerse a lo que parece la ataca a ella, pero no para defender la vida de los pobres, la dignidad de todo ser humano, la justicia social, los derechos humanos. Su palabra en estos campos es muy tímida -si es que llega a pronunciarla-. Parece que ha de ser garante del status quo establecido -así sean gobiernos neoliberales, explotadores e injustos- porque tal vez con eso asegura su propio status, olvidando que su razón de ser no es para sí misma sino para estar del lado de los más necesitados. Invoca continuamente la “neutralidad”, cuando en este mundo es imposible ser neutral porque siempre se habla, se piensa, se decide desde un lugar. Y, precisamente por eso, Jesús escogió vivir desde el lado de los últimos y esto es lo que no debería olvidarse en la institución eclesial.
“En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gal 5, 22-23). De todo esto la institución eclesial debería dar más testimonio para mostrar la vida del Espíritu en ella. Pero sus liturgias tantas veces son tristes, su paciencia y amabilidad no se nota demasiado en el trato diario, además porque los lugares eclesiásticos se han convertido en estructuras cerradas donde solo entra quien goza de algún privilegio, pero no el común de las gentes para quien, dichas estructuras, deberían estar a su servicio, ya que el pueblo de Dios son su razón de ser. Pero también la institución eclesial podría ser más humilde, no pretender imponer sus criterios a toda la sociedad sino ofrecerlos con sencillez y sin oposición. Posiblemente así sería más reconocida y aceptada.
Podríamos seguir recordando tantos textos bíblicos que nos hablan del Espíritu de Dios y su modo de actuar en el mundo. Pero basta decir que, la celebración eucarística de este domingo al conmemorar la venida del Espíritu sobre la comunidad eclesial es una magnifica ocasión de pedir nuevamente “que el espíritu sea derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5) para que todo aquello que Él nos regala se haga vida en cada uno y, sobre todo, en la institución eclesial, llamada a ser signo del Reino. “Que riegue la tierra en sequía, sane el corazón enfermo, lave las manchas (demasiadas en este último tiempo sobre todo a raíz de la pederastia y la falta de transparencia) y de calor de vida en el hielo”. Que la luz del Espíritu pueda irradiarse sobre este mundo, no para condenarlo sino para alentarlo, acompañarlo, sanarlo, transformarlo
Testigos de la Palabra
37 años del asesinato del padre Josimo Tavares: mártir de la lucha por la tierra en Brasil El 10 de mayo de 1986, dos disparos a quemarropa, cuando subía las escaleras donde estaba la oficina de la Comisión Pastoral de la Tierra, en la ciudad de Imperatriz, le dejaban herido de muerte. «¿Si yo me callo, quién los defenderá? ¿Quién luchará a su favor?» «Todo esto que está pasando es una consecuencia lógica resultante de mi trabajo en la lucha y defensa de los pobres, en pro del Evangelio, que me llevó a asumir hasta las últimas consecuencias» «Por eso, lamentablemente, llegó al asesinato, por estar del lado de los pequeños, de los que necesitaban fuerza y apoyo» Por Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil
Se cumplen este 10 mayo, 37 años de una muerte anunciada, encargada por los terratenientes de la región conocida como Bico do Papagaio, en el estado brasileño de Tocantins, región Norte del país. La víctima, el padre Josimo Morais Tavares, cuya memoria permanece en la vida de la gente, especialmente de los pequeños agricultores, por quienes literalmente dio su vida, y de la Iglesia, que ya ha dado los primeros pasos en su proceso de canonización. El padre Josimo, que tenía 33 años en aquel entonces, sabía que iba a morir, el 15 de abril de aquel mismo año, su coche había recibido 5 disparos, que era un anuncio de lo que sucedería aquel 10 de mayo de 1986, cuando dos disparos a quemarropa, cuando subía las escaleras donde estaba la oficina de la Comisión Pastoral de la Tierra, en la ciudad de Imperatriz, le dejaban herido de muerte. Sus palabras en la asamblea diocesana de la diócesis de Tocatinópolis, a la que pertenecía, pronunciadas el 27 de abril del año en que fue asesinado, muestra su plena conciencia ante lo que estaba pasando y el grave riesgo que sufría: “Quiero que vosotros entendáis que lo que viene sucediendo no es fruto de ninguna ideología o facción teológica, ni por mí mismo, o sea, por mi personalidad. Creo que el porqué de todo esto se resume en tres puntos principales: por haberme llamado Dios con el don de la vocación sacerdotal y yo haber correspondido, por el Señor Obispo, Mons. Cornelio, haberme ordenado sacerdote, y por el apoyo de la gente y del párroco de Xamboiá, entonces el Padre João Caprioli, que me ayudaron a superar los estudios”. En el padre Josimo se encarnan las palabras del profeta Isaías y del propio Cristo, de aquel que es llevado como oveja al matadero. El mismo lo expresaba con claridad meridiana, no sabía la fecha exacta, pero era más que consciente de que le matarían y que eso tenía una causa clara: “Tengo que asumirlo. Ahora estoy empeñado en la lucha por la causa de los pobres labradores indefensos, pueblo oprimido en las garras de los latifundios. ¿Si yo me callo, quién los defenderá? ¿Quién luchará a su favor? Yo por lo menos no tengo nada a perder. No tengo mujer, hijos, ni riqueza siquiera, nadie llorará por mí. Sólo tengo pena de una persona: de mi madre, que sólo me tiene a mí y a nadie más. Pobre, viuda, pero vosotros quedáis ahí y cuidaréis de ella”. Sus palabras son el testimonio de alguien que entendió lo que significa ser discípulo: “Ni el miedo me detiene. Es hora de asumir. Muero por una justa causa. Ahora quiero que vosotros entendáis lo siguiente: todo esto que está pasando es una consecuencia lógica resultante de mi trabajo en la lucha y defensa de los pobres, en pro del Evangelio, que me llevó a asumir hasta las últimas consecuencias. Mi vida no vale nada en previsión de la muerte de tantos labradores asesinados, agredidos y expulsados de sus tierras, dejando mujeres e hijos abandonados, sin cariño, sin pan y sin hogar. ¡Es hora de levantarse y hacer la diferencia! ¡Muero por una causa justa!”. Mons. José Ionilton Lisboa de Oliveira, presidente en funciones de la Comisión Pastoral de la Tierra – CPT, recuerda «la acción directa con la cuestión de la tierra» del padre Josimo, afirmando que «por eso, lamentablemente, llegó al asesinato, por estar del lado de los pequeños, de los que necesitaban fuerza y apoyo». Para la CPT, dice el Obispo de la Prelatura de Itacoatiara, el Padre Josimo, «es una referencia, siempre un ejemplo, una motivación, y muchas personas viven su servicio como agentes de la CPT, en la base, en el trabajo más directo, teniéndolo siempre como modelo, como inspiración». El obispo subraya «los retos que tenemos, que no son pocos, y hoy quizá más que hace unos años, hoy muy parecidos a aquel contexto de su vida y de su muerte”. Los agentes de la CPT, en palabras de su presidente, «se sienten animados a llevar la lucha adelante, a seguir haciendo el mismo trabajo de apoyo, de base, de estar junto a los campesinos en defensa de la tierra, y ahora se ha añadido también el tema del agua». En este sentido, Mons. José Ionilton destaca la importancia de la Romería de la Tierra y de las Aguas celebrada en estos días como un momento de memoria. Considera al padre Josimo un mártir, «porque dio su vida por una causa mayor, desde su fe, desde el seguimiento de Cristo, desde su ministerio también como sacerdote”. Pero «sigue vivo, como siempre dijo, como decía San Óscar Romero, si muero, mi lucha seguirá en la lucha de mi pueblo», algo que aparece en la biografía del padre Josimo, según el presidente de la CPT, así como en algunas de sus homilías y discursos, donde insistió en que «siendo consciente de que estaba siendo amenazado, era una vida entregada a esta lucha, a esta causa, y no la iba a abandonar». Mons. José Ionilton recuerda que, en la última asamblea presencial de la CNBB, en 2019, los obispos de la Amazonía, reunidos en vista de la preparación del Sínodo, que tendría lugar unos meses después, hicieron la propuesta de iniciar el proceso de canonización, algo que fue aprobado por unanimidad. Durante el Sínodo, según el obispo, hubo una manifestación en la que se habló de él como mártir, y se le incluyó en la lista de los presentes en el Aula Sinodal como defensores de la Amazonía, de la tierra, de los campesinos, etc. El presidente de la CPT dice que fue algo que la Iglesia acogió, teniendo en cuenta que el padre Josimo, «era un sacerdote volcado y dedicado al cuidado de la vida, que es el gran proyecto de Dios, encarnado en Jesús, que dio su vida y luego dijo que daba su vida para que la gente tuviera vida». En esta perspectiva, el obispo afirma que «el padre Josimo asumió y vivió intensamente en este sentido»
En la Ascensión (21.5.) se cumple el ciclo pascual, que comenzaba con el Padrenuestro: Venga tu Reino. En Pentecostés (28.5) se celebra su plena encarnación, su presencia de Cielo, pues ha ido diciendo: “estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”, yo mismo seré vuestro Espíritu Santo (Mt 28, 16-20)
Por | X.Pikaza
El símbolo de la “ascensión o subida” ha sido más utilizado por los evangelios de Lucas… y resulta inseparable del símbolo del descenso o venida de Dios, con el que comienza todo el ciclo de la liturgia y de la vida humana: El Verbo de Dios se ha hecho carne (Jn 1, 14), venga a nosotros tu Reino.
— El cielo de «arriba» es el final y utopía del camino de la historia de los hombres, un camino iluminado y potenciado por Jesús. Pero, al mismo tiempo, ese cielo es la presencia del Reino de Dios en la vida de los hombres. que Jesús ha iniciado con su vida y entrega de amor, un camino en el nosotros mismos vamos siendo «cielo» (Reino) por la presencia del Espíritu de Cristo;
— El cielo es el trono de Dios donde Jesús está «sentado a la derecha del Padre»… en el que nosotros, absortos en Dios seremos para siempre en vida transformados. Pero, al mismo tiempo, el cielo es el amor de vida que vamos compartiendo, unos en otro y con otros, en el trono y mesa donde estamos llamados a sentarnos en comunión de amor, poniendo en el centro del «banquete» (del pan y de la libertad) a los expulsados de la historia, a los pobres, humillados..
INTRODUCCIÓN
El símbolo “dogma” de la Ascensión contiene una serie de elementos simbólicos (alguien diría “míticos”) que son muy importantes en la historia cultural y religiosa de la humanidad. Así han de tomarse, como “símbolos”, buscando pues el sentido profundo del lenguaje
Arriba y abajo, vivir, caminar, serEn la mayoría de los pueblos el “cielo” (es decir, la plenitud de la vida) está arriba (y el infierno, la destrucción, está abajo); por eso, subir es purificarse, ascender de la tierra de muerte a la altura de Dios… Así tenemos un universo en tres pisos: Infierno, tierra y cielo…
Pero hoy sabemos que en sentido cósmico no hay arriba ni abajo, que el universo no tiene tres pisos, sino que es una especie de todo en el que todas las cosas están implicadas… Por eso, muchos en vez de subir prefieren hablar de “ahondar”, penetrar en la hondura de misterio. Más que la altura, Dios sería la profundidad, movimiento y plenitud de la vida de los hombres, pues en él vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28)
Cielo, tierra. El cielo aparece ante todo como el horizonte superior del cosmos, lleno de astros y estrellas, como signo divino. Así lo han visto los Chinos en Oriente, y los Aztecas e Incas en Occidente. Así lo han visto griegos, romanos y vascos (que presentan a Dios como Jaun Goikoa, Señor del Alto). Pero ése es un símbolo antropológico, más que cósmico, y el mismo Kant, gran racionalista) se emocionaba mirando el cielo en la noche… aunque sabía (y hoy saben mejor los astro-nomos) que el cielo no es la altura sino la inmensidad cósmica hecho de frío y de expansión de fuerzas que no controlamos.
Vivir, transformarse, ser… Los héroes tienen que subir a la montaña cósmica, llegar a la altura, encontrar su identidad… Jesús ha logrado “subir”. Nadie había llegado hasta el “cielo de Dios”, Jesús ha llegado, ha culminado su camino, nos ha abierto una senda para llegar a nuestra verdad… Estamos hechos para ascender, para encontrar nuestra verdad. Pero la verdadera subida es el descubrimiento de nuestra identidad, ser lo que somos cambiarnos en la misma vida, esto es en el tiempo de nuestra identidad.
Estar sentado a la derecha de Dios en Cristo, de forma que él sea nosotros y nosotros seamos él, al mirarnos porque Dios es la entrada en la vida, como en el icono de la Trinidad de Rublev donde somos al mirarnos, dándonos luz (esto es, dándonos vida) .
Por un lado, el cielo está “arriba”, desde siempre y para siempre. El Cielo es Dios. Así le han visto no sólo algunos grandes Salmos judíos, sino todo el pensamiento griego: El Cielo de Platón es la altura de la vida… Salvarse es subir al cielo.
Pero, en otro plano, el cielo está en el futuro y se identifica con el Reino que vendrá… No hay cielo todavía, habrá cielo cuando Jesús culmine su obra, como muestra el Apocalipsis. No se trata pues de subir al cielo (dejando la tierra), sino de llegar al cielo caminando desde la tierra…
PLENITUD PASCUAL DE JESÚS, ASCENSIÓN AL CIELO Jesús no ha venido para tomar a los hombres y llevarles (subirles) al cielo que está arriba, como quería un tipo de idealismo popular, como a veces se ha pensado. Él ha venido para estar, para ser la vida de nuestra vida la carne de nuestra carne, el espíritu de nuestro espíritu.
– EVANGELIO DE MATEO. Jesús no se va, sino que queda en la montaña desde la que envía a sus seguidores y les acompaña y asiste hasta el día de la consumación del mundo: Yo estoy con vosotros… Éste Jesús aparece así como el “Dios con los hombres”, conforme al motivo central de la tradición de la alianza israelita. Esta nueva forma de ser y de estar presente define su compromiso mesiánico, ya culminado en un sentido en la Pascua (Mt 28, 20).
– PABLO Y JUAN, APOCALIPSIS…. Jesús no se va, sino que está con sus amigos y con todos, como espíritu de vida (tradición paulina), como vida y luz que alumbra (Juan)… No hay según eso Ascensión, sino revelación pascual, Jesús está presente en el camino de sus discípulos, dirigiéndoles al futuro de su reconciliación total que es el Reino de Dios.
– ASCENSIÓN, LUCAS Y HECHOS DE LOS APÓSTOLES. Pues bien, al lado de esas perspectivas, la dogmática cristiana ha resaltado de manera constante y uniforme una visión que, enraizada en el AT (Sal 110, 1), supone que el Kyrios o Señor está sentado, a la Derecha de Dios Padre, en ámbito de cielo, culminada la historia, enviando su Espíritu. Esa es la tradición que aparece al final del Evangelio de Lucas y al principio del libro de los Hechos, la que se ha vuelto dominante en la tradición del “credo” de la Iglesia que dice:
Subió a los cielos, está sentado a la Derecha de Dios Padre…
– Espacio. Hech 2, 33-34, reasumiendo una de las tradiciones más antiguas de la iglesia, dice que «habiendo sido elevado a la derecha de Dios…. «. De esa forma evoca la existencia de un espacio superior, de un campo de ser o realidad más alta donde viene a expandirse y reflejarse el poder de lo divino (=su derecha). En esta línea se añade que Jesús ha sido recibido o acogido en el cielo, lugar de plenitud, espacio de Dios (cf. Hech 3, 21; Ef 6, 9; Col 4, 1; Hebr 8, 1). Podemos preguntar: ¿no habremos separado a Jesús de nuestra tierra, creando de esa forma un tipo de geografía mítica que le acaba desligando de la historia? ¡De ninguna forma! Estar sentado “en el cielo” significa estar viviendo unos en otros.
– Tiempo. Hebr 1, 3 afirma que después de realizar la purificación de los pecado… se sentó a la Derecha de la Majestad, en las Alturas, vinculando de esa forma espacio superior (cielo geográfico) y tiempo futuro (cielo de culminación histórica). De esa forma se unen, en relación inseparable, el aspecto cósmico e histórico de la salvación, personalizados para siempre en el Jesús pascual, exaltado y ascendido al cielo. El mismo ascenso espacial aparece como plenificación histórica: se ha cumplido el tiempo, Jesús ha perdonado el pecado de los pueblos y ha penetrado por (con) nosotros en la altura de Dios.
Por eso el “Tiempo Futuro” (Cristo está sentado ya) es de un modo radical el “tiempo histórico” del compromiso por los hombres, y en los hombres. El mismo Cristo que, en un sentido, ha culminado su camino es el que sigue caminando con los hombres, sufriendo en ellos, animando en ellos la marcha hacia el Reino de la Pas Completa. En la base este gesto (Ascensión) está por tanto la entrega pascual (Jesús ha cumplido su tareas), el compromiso de sus seguidores (que se unen a Jesús en la entrega por el Reino)… y la esperanza del futuro de la meta la plenitud o salvación para los humanos.
– Compañía. Dios Trinidad Un humano puede sentarse en solitario para descansar, pensar, mandar, encontrándose aislado o teniendo a los demás delante de él, separados de su sede, en actitud de esucha reverente. Pues bien, existe una manera más perfecta de sentarse que se realiza en amistad y celebración y exige compañía. La riqueza y calidad de esa sesión está en el valor personal de los acompañantes. Por eso, nuestro texto añade que Jesús «se sentó a la derecha de Dios Padre». De esa forma se personalizan las cuestiones anteriores de espacio y tiempo: la Ascensión y Sesión de Jesús se convierte en signo de comunicación: es momento de diálogo, tiempo de amor compartido. Jesús y el Padre, sentados y dialogando en el Espíritu, aparecen de esa forma como espacio y tiempo de vida para los humanos, como principio de toda comunión, en el doble plano:
Comunión divina: Jesús y el Padre son principio de toda comunión, son fuente del Espíritu Santo. Por eso, la Ascensión (sesión de Jesús con el Padre) es el principio del que brota el Espíritu, es la fuente de Pentecostés. En algún sentido, ésta es ya la Fiesta de la Trinidad, del Dios cumplido, completo. b. Comunión humana: Jesús lleva consigo a los hombres…, a lo largo del camino de la historia, abriendo un espacio de salvación para ellos. Dios asume nuestro espacio y nuestro tiempo en Cristo, de quien podemos y debemos afirmar que se ha sentado junto al Padre, abriendo para los hombres un camino de reconciliación.
– Se ha sentado para descansar. La redención se ha cumplido “ya” Es como el hombre o mujer que, a la caída de la tarde, toma asiento ante la casa o en el centro de ella, recibiendo a familiares, amigos y conocidos. De manera semejante se sentó Jesús en el brocal del pozo antiguo de Siquén, al borde de camino fatigoso (cf. Jn 4, 5-6). Ahora lo hace en su sede final, pues el trayecto ha sido duro y su acción arriesgada: está sentado porque ha terminado su tarea y porque quiere mantener, plenificar lo realizado. Hebr 10, 12 añade que perpetúa ante el Padre su gesto de entregar en favor de los humanos, ofreciendo por ello su sangre (es decir, su vida). La redención se ha cumplido, se ha desvelado el misterio. Jesús no es un héroe errante, sin meta. Su vida tiene una meta: La plenitud de los hombres en Dios.
– Se ha sentado para gozar, para que gocemos. Jesús ha ofrecido el mensaje de su felicidad a los humanos y ahora quiere compartir con ellos el reino conseguido, en experiencia de intensa compañía. Desde esa perspectiva es importante señalar que Jesús está sentado y no acostado: vela con los suyos y no duerme; se interesa por los hombres y mujeres de la tierra, no se olvida. No ha pasado por la historia para abandonarla en descampado, sino para gozar con los suyos la alegría de la acción bien hecha, el placer de la existencia compartida. Por eso, la fiesta de la Ascensión es una fiesta de gozo y alegría por la “victoria de Dios”, realizada y cumplida en Cristo. La vida tiene un sentido, estamos ya salvados… como saben los discípulos de Pablo, cuando dicen en las cartas a los colosenses y efesios que ya estamos, de hecho (en el fondo) sentados con Cristo en el cielo, glorificados, en plenitud…
– Se ha sentado para reinar, ha llegado el Reino de Dios. No escapa y se refugia a solas, en gesto de olvido. Por el contrario, Cristo coloca el trono de su gloria en el mismo campo de lucha de la historia, para acompañar a los humanos más amenazados. Allí se sienta con autoridad suprema, no para imponerse con violencia sobre los demás, sino para ayudarles en la marcha de la vida. De esa forma actualiza el reinado de Dios sobre el mundo: se sienta en el trono para acompañar mejor a los humanos, en gesto de paz, superando con su entrega de amor la violencia de la historia. Frente a los príncipes y señores que emplean el poder para imponerse, Jesús reina para ofrecer libertad y alegría a los humanos. Ahora se cumple la verdad del Padre Nuestro: El mismo Dios Padres es el Reino… por eso decimos “venga tu Reino”, que venga Dios… Pues bien, ahora sabemos que el Reino está llegado, el Reino es la presencia y plenitud de Dios, que se manifiesta por Cristo, como futuro de salvación ya presente…. Por eso, creer en la Ascensión significa comprometernos a instaurar el Reino de Dios, la justicia, la fraternidad
– También se ha sentado para juzgar y redimir (Icono Trinitario). El credo actual, manteniendo una división ilustrativa (propia de la teología de Lc-Hech), distingue entre sesión presente (Jesús está elevado a la derecha del Padre) y juicio futuro (ha de venir…). La tradición más antigua ha vinculado ambos gestos: «veréis al Hijo del humano sentado a la derecha de Poder (=Dios) y viniendo en las nubes del cielo» (cf. Mc 14 62 par); el mismo Jesús que está sentado y comparte la gloria de Dios está viniendo para culminar el juicio mesiánico. La misma cátedra de su descanso y gozo, de su reinado y magisterio, aparece así como promesa de juicio salvador: viene Jesús para ofrecer a los humanos el misterio de su gracia transformante. En ese sentido el “juicio” es necesario, es necesario el discernimiento entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia, entre la comunión de vida y la opresión… El Cristo que Reino sigue impulsando a los hombres a vivir en justicia, a liberar y redimir… Así lo mostraba el Icono Trinitario de Santo Tomás in Formis (año 1210), donde el Cristo sentado vincula a blancos y negros, esclavos y libres, para iniciar en la tierra un camino de reconciliación, de liberación.
– Se ha sentado para comer y celebrar (Icono de la Trinidad de Roublev).
Las palabras griegas que la tradición emplea en cada caso son semejantes: kathesthai (sentarse) y anakeisthai, anaklinein (recostarse). Jesús mismo ha destacado la felicidad de aquellos que participarán en el banquete del reino (cf. Lc 14, 15; Mt 8, 11 par): al final de su camino sobre el mundo, él ha querido celebrar con los suyos un banquete, ofreciéndoles su vida en alimento (cf. Lc 22, 14-20 par). Pues bien, esa comida de agradecimiento, esa eucaristía culminadora se vuelve banquete mesiánico (cf. Mt 22, 1-14 par). Se completa así lo que Jesús ha comenzado a realizar en Galilea, como mesías del pan, de la comida mesiánica de las multiplicaciones y la cena (cf. Cap. 1, 1, 4).
Jesús y los suyos, todos los humanos, han sido creados para sentarse y gozar, para comer juntos, compartiendo la existencia. Por eso, la sesión celeste del Señor debe interpretarse como plenitud eucarística, celebración desbordante de la vida. Así lo muestra el Icono de la Trinidad de Roublev, donde Cristo está sentado con el Padre y el Espíritu, ofreciendo su banquete, el banquete de Dios, a todos los hombres.
La sesión del Cristo nos conduce hasta la meta gozosa y misteriosa de la historia, hasta el lugar y tiempo ya cumplido donde el mismo Dios se expresa como banquete de amor para todos. Así se vinculan por siempre los dos signos preferidos de Jesús: banquete y bodas, sentarse en comida nupcial, reclinarse y recostarse, en amor que no se acaba, convirtiendo la vida en transparencia de gracia. Sentarse es ya vivir en plenitud: llegar hasta el lugar donde la fuente de la vida se hace meta de gozo culminado, plaza y avenida gozosa de existencia, en comunión de mesa y lecho, en ciudad de amor transfigurado (cf. Ap 21-22).
A LA DERECHA DEL PADRE. DE ASCENSIÓN A PENTECOSTÉS
Así recibe Jesús en intimidad y apertura universal el poder de lo divino, compartiendo su reino de gracia, fundando un tiempo de entrega y plenitud para los humanos. En esta perspectiva pueden y deben vincularse dos experiencias:
– En el tiempo de su vida, Jesús se sentó con los pobres del camino, ofreciéndoles palabra y asistencia. Vivió para los otros (pro-existencia), convirtió su vida en alimento y comunión de todos los humanos.
– Culminada su historia, Jesús se sienta con el Padre, ofreciendo a todos la intimidad de su diálogo con Dios, en felicidad compartida. No abandona a los humanos, sino que los eleva a la derecha de su Padre. Historia final, plenitud de Dios:
Una morada para todos Así pasamos del camino de la historia mesiánica (Jesús sentado con los pobres) a su plenitud de reino (les ofrece el misterio trinitario). Ha culminado la historia pascual, el despliegue intradivino: el Padre ha engendrado a Jesús y Jesús le ha entregado (devuelto) su vida, en comunión ya realizada. Pues bien, en el camino de esa entrega mutua que es la comunión eterna venimos a sentarnos los humanos. No nos abandona Jesús, sino todo al contrario: ha subido al trono para ofrecernos un espacio de vida a su lado.
Al sentarse con el Padre, Jesús, Hijo de Dios, ensancha el trono y lo convierte en ámbito de encuentro y plenitud para todos los humanos. Por eso, el Evangelio de Juan puede decir que Jesús ha subido al cielo para “ofrecer” la morada de Dios a los hombres, para que haya lugar para todos, en el espacio y tiempo de Dios. De esa forma, su historia mesiánica aparece como historia trinitaria: por medio de él llegamos al espacio/tiempo original de Dios, al amor ya realizado donde nosotros, los humanos, alcanzamos plenitud por siempre.
Envío del Espíritu, para que todos tengan una morada, un espacio de vida En un sentido, la historia humana tiene su propio espacio y tiempo. Pero, penetrando en su más honda dimensión, ella se arraiga en el misterio de la mutua entrega del Padre y de su Hijo Jesucristo en el Espíritu, volviéndose historia trinitaria. Así podemos afirmar que el Cristo sentado realiza una acción y dos acciones (si se permite utilizar un lenguaje tradicional): – Realiza una sola acción “divina”: Su vida culmina en Dios: ha recibido el “encargo” de Dios, se ha entregado en favor de los humanos. Por eso, culminado su camino, en plenitud de amor, él se sienta a la diestra de Dios Padre, en el Espíritu Santo. – Realiza una acción “humana”: Sigue ofreciendo a los hombres un camino y tarea de Reino, sigue encarnado en ellos, en los pobres y perdidos de la tierra, ofreciendo a todos su Espíritu de Vida (el Espíritu de Dios), como fuente de liberación.
‒ Reino/cielo es la herencia de la vida, como dice Jesús “Venid benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde el origen del mundo” (Mt 25, 34). Ciertamente, se manifiesta y despliega plenamente en el final, pero está al principio de las obras de Dios, como expresión suprema de su amor, siendo así Todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28). Dios estará en el mundo, pero sin convertirse en puro mundo (eterno retorno cósmico…), pues seguirá siendo trascendente, compartiendo su divinidad con los hombres, cuando Cristo realice totalmente su tarea redentora y venza (supere y destruya) todos los poderes de opresión del mundo[3].
‒ Cielo es el banquete que Dios ha preparado para aquellos que le aman, amándose entre sí (cf. Is 25, 6). Frente a la “comida vetada” del conocimiento egoísta y posesivo del árbol del bien y del mal, que destruye a los hombres, se eleva como cielo la “comida compartida” a la que Jesús ha invitado y sigue invitando a todos. Esta comida de cielo es en un sentido eucaristía (recuerdo y presencia de Jesús), y en otro (en la misma línea) es solidaridad de todos los hombres y mujeres, en la línea de las multiplicaciones y la mesa común (cf. Gal 1‒2). Cielo es comer, alimentarse de vida, vivir en gozo. Sin ese signo de comida, de Palabra hecha Pan en la historia de los hombres, el Reino de Dios pierde su sentido y se convierte en evasión espiritualista.
‒ Cielo son las bodas de Dios con los hombres, como anuncia Oseas y como ratifican las parábolas de Jesús (cf. Mt 22, 1-10) y culmina el Apocalipsis (cf. Ap 21-22). Las bodas de este mundo, cerradas en sí, acaban y fracasan porque falta vino y el amor se quiebra (cf. Jn 2, 1-11). Pero las de Dios en Jesús son perdurables, pues él mismo ha venido a mostrarse y actuar como novio de los hombres (cf. Mc 2, 19). Ésta es la imagen que, partiendo del Cantar de los Cantares y de Ap 21-22, han desarrollado místicos, como Juan de la Cruz cuando en su Cántico Espiritual describe y expone los ritmos y momentos de la boda de Dios con los hombres.
‒ Reino es la expansión del amor de Dios, ser “hijos suyos”, el pleno conocimiento en Dios‒ Espíritu Santo, allí donde superando un tipo de deseo de “conocimiento posesivo del bien y del mal” nos abrimos al “conocimiento pleno de la gracia”, cara a cara, como sabe y dice 1 Cor 13, 12. En ese sentido, en la línea de Jn 17, la teología posterior identifica el Reino con la Trinidad, con la vida interna de Dios, entendida como amor mutuo del Padre y del Hijo en el Espíritu[4].
Una guía cristiana del tiempo. El cristianismo no ha sido en su principio, ni es hoy (ni en el futuro), un platonismo para el pueblo, como afirmaba F. Nietzsche (Prólogo a Más allá del bien y del mal, 1886), sino una experiencia y compromiso mesiánico abierto, de palabra y obra, en intimidad, a cada hombre, y, en apertura, a todos los hombres y naciones. No es un platonismo, pues no saca al hombre de la historia, para liberarle de un modo ideal en lo eterno. Pero tampoco es una confesión del eterno retorno del poder en la historia, como quería Nietzsche, sino un don de gracia, un compromiso de libertad y un futuro salvador por (y en) la historia abierta a Dios.
La Biblia nos sitúa más bien en la tarea de la creación, que se abre (como historia, no por encima o fuera de ella) hacia la culminación de la misma historia, entendida como despliegue de Dios en la vida de los hombres. El creyente sabe que el «justo» vivirá tras (o o por la muerte), no porque tenga un alma inmortal, sino por gracia y vida que recibe por Jesús, pues ha empezado a resucitar con él, en el tiempo, abriendo un camino de experiencia y vida transformada por medio de la Iglesia, entendida en forma de comunión de resucitados. Al afirmar que los hombres resucitan «como historia» (en su presente y en su culminación), el NT ha puesto todo el peso de su argumento en la fidelidad a la misma historia.
– El hombre bíblico no es inmortal por esencia. Por eso, la vida en el tiempo no es un «paso pasajero», un «tiempo menor», que debe superarse alcanzando la liberación definitiva (saliendo de la historia). En esa línea, la muerte no puede tomarse como liberación del alma inmortal, que sale del tiempo sino que ella (la muerte) pone de relieve la realidad histórica, es decir, la importancia del tiempo de los hombres, que, por una parte, terminan su camino… y por otra parte pueden regalar y regalan la vida poniéndola en manos del despliegue de Dios en la historia, para bien de otros hombres.
– Los hombres no tienen esencia doble (alma y cuerpo), de manera que el alma puede sufrir mientras está vinculada a la materia (cuerpo), pero se libera de ella por la muerte, sino todo lo contrario: Alma‒cuerpo forman unidad, tanto en la vida como en la muerte. Pero en otra línea, conforme a la tradición de Pablo podemos hablar de un hombre carnal y otro espiritual. Es carnal el hombre que vive sometido a su egoísmo y violencia, queriendo ganar su propia vida a través de la injusticia, dominando sobre los demás (esto es, comiendo el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal). Por el contrario, es espiritual aquel que recibe su vida como gracia, y gratuitamente la realiza al servicio de los demás. Viviendo en un nivel de «carne», el hombre puede morir y destruirse para siempre, sin resurrección personal. Pero viviendo en un nivel de «espíritu» (impulsado por la gracia de Dios), el hombre puede «resucitar» de un modo personal, con los demás vivientes, en la culminación de la historia.
Esta resurrección no es una experiencia meramente interna, sino que tiene un alcance histórico y social, e incluso cósmico (de cuidado de la tierra); no es un acontecimiento separado, sino una recreación social y total de la misma vida. Por eso, ella debe expresarse y culminar en la resurrección final de todos los muertos (como fin de la misma historia). A través de la muerte, los creyentes no dejan el tiempo, para introducirse en la eternidad divina, sino que se abren en (por) la muerte en Cristo a la plenitud final del tiempo, de forma que Dios será al fin lo que ha sido siempre: Todo en todos
Bibliografía Dupont, J., Assis à la Droite de Dieu, en E. Dahnis (Ed.), Resurrexit, Ed. Vaticana, Roma 1974; Gourgues, M., A la Droite de Dieu. Résurrecction de Jésus et Actualization du Psaume 110, 1 dans le NT, Gabalda, Paris 1978; Larrañaga, V., L’Ascension de Notre-Seigneur dans le NT, Inst. Bib. Roma 1938;
Lohfink, G., Die Himmelfahrt Jesu, Kösel, München 1971; Pikaza, X., Evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2012 (comentario a Mc 16, 9-20, final canónico). Swete, H. B., The Ascended Christ. A Study in the Earliest Christian Teaching, Macmillan, London 1910; Tourón del P., E., Comer con Jesus. Su significación escatológica y eucarística I-II: RET 55 (1995) 285-329; 429-486; Id., El logion escatológico. Mc 14, 25 par, en Hom. E. Vilanova, Fac. Teología, Barcelona 1997; Wilckens, U., Die Missionsreden der Apostelgeschichte, Neukirchener V., Neukirchen 1963.
[1] He presentado algunas visiones bíblicas y para‒bíblicas del cielo‒paraíso en Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015, 2017‒18 y en Diccionario de las tres religiones, Verbo Divino, Estella 2009, 820‒825
[2] He presentado el tema en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 11996, 131‒182; Dios judío, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1996 259‒278
[3] Cristo, Hijo de Dios, será Reino o Cielo, sin guerra ni opresión, sino al contrario, en donación de amor hasta la muerte. De esa forma culmina y se cumple la “historia del pueblo de Dios”, tal como he venido desarrollándola a lo largo de este libro. Todo será nuevo (Ap 21, 5), siendo sin embargo lo más antiguo, desde el principio de la creación de Dios
San Lucas sitúa la venida del Espíritu (Pentecostés) a los cincuenta días de Pascua y en medio de una tormenta con viento, fuego y en un contexto de entendimiento: en Jerusalén había partos, medos, elamitas, del Ponto… y les entendían, se entendían.
La presencia del Espíritu de Jesús en las personas, comunidades, pueblos e iglesia confiere entendimiento.
De los siete dones que tradicionalmente se atribuyen al Espíritu: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, seis hacen referencia a la comprensión, entendimiento, acogida, etc.
Lo más parecido a la Torre de Babel (el no entendimiento) es una campaña electoral en la que no hay entendimiento porque no hay un buen espíritu que una a las personas y grupos humanos.
Y en la Iglesia, en nuestra misma diócesis no parece que haya entendimiento, lo cual puede significar que el Espíritu de Jesús no está entre nosotros…
El Espíritu de Jesús es afable, comprensivo, bondadoso, acogedor, un tono vital de entendimiento:
(Lo que nos separa a los humanos no son los idiomas, sino el espíritu que tenemos)
el espíritu de Jesús brota de su costado: de su amor.
San Juan va por otros derroteros y narra Pentecostés como a dos tiempos:
+ Juan 19,14: a la muerte de Jesús dice que: Al pie de la cruz estaba la iglesia naciente: María, algunas mujeres y el Discípulo Amado. La Iglesia nace del costado de Cristo del que brota agua y sangre: bautismo y Espíritu. Es el mismo simbolismo de las bodas de Caná: agua y vino. Del costado de Cristo brota su espíritu santo, espíritu bueno de amor.
Jesús al morir, entregó su espíritu a la Iglesia naciente.
(Leamos estas cosas desde la sensibilidad teológico-poética cristiana).
+ San Juan (cp 20) dice que la venida del Espíritu de Jesús aconteció la tarde del domingo de Pascua sobre una comunidad apagada, asustada y triste: (los Once), como la nuestra. Jesús exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
Cuando Cristo está presente en una comunidad allí está su espíritu de vida, paz, serenidad-alegría, audacia, misión, perdón.
¿Qué es el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios?
Recordemos que a Dios nadie le ha visto nunca, (Jn 1,18 / 1Jn 4,12). Nos quedamos en que Jesús es expresión, Palabra (hijo) de Dios Padre y que ambos tienen un estilo, un modo de ser, un tono, un espíritu bueno.
No es lo mismo ser espiritual que ser religioso.
Que los humanos seamos espirituales no significa que tengamos un temperamento algo melifluo y dado a ciertas prácticas religiosas, cuando no mágicas o supersticiosas. Ser espiritual tampoco significa que una persona milite en una religión.
Ser espiritual significa que somos abiertos a todo lo que “se produce o se pueda dar en la historia”.[1]
En las lenguas románicas (provenientes del latín), las palabras que llevan la componente “sp”, “spc” ó “xpc” hacen referencia al futuro, a la apertura del ser humano hacia el futuro: espera, esperanza, expectativa, expectación, espíritu, etc. miran hacia el futuro.
Somos seres siempre en búsqueda, en camino, abiertos al futuro. La persona espiritual está siempre abiertas.
Se puede ser muy religioso, pero muy poco o nada espiritual y se puede ser poco religioso pero de gran hondura espiritual.[2]
Estamos viendo y padeciendo fundamentalismos religiosos dentro y fuera del mundo eclesiástico. Eso no es ser espiritual, sino fanáticos de unos ritos, dogmas o costumbres religiosas, cuando no de un mundo supersticioso.
Somos seres espirituales en la medida en miramos al futuro, al horizonte, siempre en búsqueda, en camino, abiertos… La persona espiritual está siempre abierta.
El Espíritu Santo no es el “tío de América”.
El Espíritu no es un señor que siempre está fuera, siempre está para llegar, pero nunca lo hace.
El Espíritu del Señor estará en la iglesia, en los pueblos y en las personas en tanto en cuanto esté en nosotros. Si la bondad, la honradez, la libertad, el tono de conciliación están en nosotros habrá llegado el espíritu y será Pentecostés en nosotros, en nuestro pueblo, en las comunidades, en la Iglesia.
Ahora en nuestra diócesis parece como que se intenta llegar a alguna comprensión tras el “tsunami” de poder fanático que durante años hemos vivido. Nos hace falta el espíritu de Jesús: amor a la verdad, a la libertad, a la justicia, a los pobres. De lo contrario quizás sigamos sin entendernos, sin espíritu
Exhaló su aliento sobre ellos
Jesús pronuncia sobre la comunidad las mismas palabras que Dios pronunció sobre el barro humano en el Génesis. El ser humano somos poco más que barro. Si el ser humano es algo o llega a ser algo, es porque tiene o cultiva un tono diverso del mundo animal y más humanitario.
Dios el Señor formó al hombre, de la tierra misma, sopló en su nariz y le dio vida (nefesh). Así el hombre comenzó a vivir. (Gn 2,8).
Hace unos días nos conmocionaba la noticia de que dos niñas gemelas se suicidaban en Asturias. El suicidio es un problema que va en aumento.
Enseguida echamos mano de la medicina y decimos que es una enfermedad mental, una enajenación… ¿No será una falta de sentido de la vida, una carencia de siembra de ganas de vivir, una falta de espíritu vital que mire al futuro? Si no sembramos aliento vital, esperanza, acogida, afecto, ¿qué podemos esperar y recoger?
En términos bíblicos habremos de exhalar aliento vital esperanza, ganas de vivir en la familia, en la educación, en la sociedad, en nosotros mismos y en las nuevas generaciones
Cuando acogemos en nosotros el universo de valores que forman el espíritu cristiano, llegamos a ser seres vivientes.
Recibid Espíritu Santo
[1] Decía K, Rahner que ser espíritu-espiritual significa que el hombre es absoluta apertura hacia toda “palabra” que se produce en la historia, (Oyente de la palabra, 73).
[2] Los fanatismos son muy religiosos pero nada espirituales.
En él vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28). Pablo en el Areópago, primer diálogo cristiano.
El cristianismo nació como diálogo con el judaísmo y las religiones y filosofía del entorno, en el siglo I d.C. El momento clave de ese diálogo lo ha escenificado Lucas en Hch 17, 16-34, un texto de gran densidad que divido en dos partes. Hoy expongo la primera, sobre el camino e identidad de las religiones. Mañana o pasado expondré la segunda, sobre la novedad del cristianismo entre las religiones.
Muchos diálogos (y enfrentamiento) se han dado desde entonces, pero quizá ninguno mejor planteado que el de Pablo en el Areópago de Atenas, según Hch 17. Es un honor y un reto poder replantearlo en este tiempo pascual. Quien lea y medite el texto saldrá enriquecido. Buen día a todos
Por | X. Pikaza
TEXTO:
Introducción (17, 16-22ª)
16 Mientras los esperaba en Atenas, Pablo sentía que la indignación se apoderaba de él, al contemplar la ciudad llena de ídolos.17 Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios, y también lo hacía diariamente en la plaza pública con los que pasaban por allí.18 Incluso, algunos filósofos epicúreos y estoicos dialogaban con él. Algunos comentaban: «¿Qué estará diciendo este charlatán?», y otros: «Parece ser un predicador de divinidades extranjeras», porque Pablo anunciaba a Jesús y la resurrección.
19 Entonces lo llevaron con ellos al Areópago y le dijeron: «¿Podríamos saber en qué consiste la nueva doctrina que tú enseñas?20 Las cosas que nos predicas nos parecen extrañas y quisiéramos saber qué significan».21 Porque todos los atenienses y los extranjeros que residían allí, no tenían otro pasatiempo que el de transmitir o escuchar la última novedad.22 Pablo, de pie, en medio del Areópago, dijo:
Comienza el discurso.
Atenienses, veo que ustedes son, desde todo punto de vista, los más religiosos de todos los hombres.23 En efecto, mientras me paseaba mirando los monumentos sagrados que ustedes tienen, encontré entre otras cosas un altar con esta inscripción: «Al dios desconocido». Ahora, yo vengo a anunciarles eso que ustedes adoran sin conocer.
24 El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él no habita en templos hechos por manos de hombre, porque es el Señor del cielo y de la tierra.25 Tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que él da a todos la vida, el aliento y todas las cosas.26 El hizo salir de un solo principio a todo el género humano para que habite sobre toda la tierra, y señaló de antemano a cada pueblo sus épocas y sus fronteras,27 para que ellos busquen a Dios, aunque sea a tientas, y puedan encontrarlo. Porque en realidad, él no está lejos de cada uno de nosotros.
28 En efecto, en él vivimos, nos movemos y existimos, como muy bien lo dijeron algunos poetas de ustedes: «Nosotros somos también de su raza».
INTRODUCCION. 17,16-22a.
Lucas sitúa cuidadosamente el discurso, colocándolo en la parte central de la misión de Pablo, precisamente en Atenas, ciudad de la filosofía y del diálogo de todos los saberes y las religiones.
Impaciencia de Pablo. Pablo en el mercado de las religiones y filosofías (17,16-17).
Está sólo y está cercano al paroxismo (parôxyneto) viendo la abundancia de ídolos de la ciudad (kateidôlon). La sabiduría de este mundo, condensada en la ciudad de la cultura universal. Pasea por la ciudad, ve lo que hay… y se detiene en el ágora que es la plaza pública donde va a discutir y dialogar personas de todas las naciones y escuelas filosóficas y religiosas.
Curiosidad de los filósofos (17,18-20). Habla en la plaza, lugar de paso y venta, y le encuentran los cazadores de palabras (así dice el texto), que forman parte de dos famosas escuelas: los epicúreos, más centrados en los valores estéticos y en los placeres del mundo; y los estóicos, abiertos a la unión sacral del cosmos, con su ética exigente. Ellos llaman a Pablo spermologos: alguien que siembra (vomita) palabras. Pero sienten curiosidad y le buscan pues anuncia cosas nuevas, nuevos dioses (que serían Jesús y Resurrección); ellos quieren conocer su anuncio. Una novedad es Jesús; otra la resurrección: ella define lo más propio de Jesús. Ellas centran el discurso que tendrá la virtud de dividir a los oyentes.
Los atenienses: buscadores de novedades (17,21). Este verso forma un paréntesis explicativo, como un aparte que utiliza el narrador para ayudar a sus lectores. Quizá algunos ignoran el Agenio@ del lugar. Quizá no le han dado importancia suficiente. Por eso, el mismo Lucas detiene un momento la trama narrativa y lo recuerda: todo lo que sigue ha de entenderse a partir de la actividad de los atenienses que no tienen más tarea pasar el tiempo escuchando las últimas novedades (ti kainoteron). Así distingue la sabiduría (que buscan los griegos de 1Cor 1,22) y el afán de novedad (propio de estos atenienses). Estos oyentes no buscan la verdad sino la novedad; no se juntan ante Pablo para profundizar en su experiencia radical de Dios sino que Apasan de lado@, simplemente interesados en sus curiosidades.
Pablo en el Areópago (17, 22a).
Antes hablaba en medio de la plaza (17,17), como Sócrates antaño. Pero los filósofos le llevan aparte al Areo-pago o Montaña (Pagus) de Ares (Marte), sede superior de un famoso Tribunal ateniense. Es buen escenario: Pablo alza y toma la palabra en el lugar básico de la sabiduría pagana.
La escena puede conservar un fondo histórico. Pero más que un posible dato del pasado el texto expone una actitud central del cristianismo: los discípulos del Cristo, habiendo surgido de un lugar estrecho (y conservando una Escritura peculiar, la Biblia Hebrea ), han decidido abrirse al mundo entero. Pablo se vuelve griego entre los griegos. Así toma la palabra y habla en el Areópago, anunciando el mensaje de Jesús en clave universal, sin referirse en modo alguno a la historia peculiar judía ni a sus leyes de tipo sacral, social o alimenticio. En un primer momento no hace falta citar a los patriarcas: los griegos gentiles no han de hacerse antes judíos para acoger al Dios cristiano; Pablo empieza hablando directamente en su lenguaje, no comienza por la BH.
Discurso del Areópago .Exordio o proemio (17,22b-23).
Sirve de introducción. Conforme al narrador (Lucas o el autor del libro de los Hechos de los apóstoles) los filósofos no buscan más que novedades: no les interesa la verdad, ni atienden al mensaje radical del nuevo vendedor de ideas. Pero Pablo toma en serio su papel, les toma en serio y conecta con ellos.
Ciertamente, les empieza halagando, al llamarles, en palabra ambigua deisidaimonesterous, es decir, muy religiosos(y quizá supersticiosos). Les halaga, refiriéndose a un altar particular (un bômon) que han alzado al Dios desconocido. Pablo ha pasado por Atenas con curiosidad: ha visto todo lo visible; pero nada le interroga ni sorprende (Acrópolis y estadio, teatro, templo, estatuas, academias… ).
Sólo se ha fijado en un símbolo que expresa en forma intensa el desamparo de Atenas (y del mundo entero): un altar al Dios desconocido.Parece que de hecho no existía tal altar a un Dios en singular sino a los dioses desconocidos, en plural. Pero esa distinción resulta secundaria. Debajo de los dioses Lucas ha visto al Dios (o lo divino). Sabe que los atenienses han sido y siguen siendo buscadores de Alguien al que ignoran y les dice: eso que venerais sin conocerlo (touto, en neutro) es El Dios que yo os anuncio:
– Lucas acepta la búsqueda religiosa de los griegos y no sólo su cultura filosófica, como a veces se ha supuesto. Por eso alude a un altar venerado por el pueblo y no a un sietema filosófico.
– Habla de un Dios no encontrado por la religión (y filosofía). Es bueno su altar como señal de búsqueda pero es también signo de un fracaso cultural y humano.
– Sobre ese fracaso actúa Pablo.
El Dios desconocido de los griegos es sólo un touto, una divinidad neutral. El Dios cristiano en cambio se desvela en forma de persona.
Acaba así el exordio, benevolente y general. Conforme a la visión de Lucas, Pablo ha dado el primer paso: ha aprovechado ese altar para entrar en el mundo de los griegos.
Primera tesis de Pablo. Dios y el mundo (17,24-27).
Pablo formula su tesis en un lenguaje que puede ser aceptado por judíos (desde Gen 1), y por los musulmanes, pero también por y griegos (al menos por muchos estóicos y platónicos), que ven a Dios como el que hace (ho poiesas: el hacedor) todo. Pablo no argumenta, no prueba. Simplemente expone su fe, llegando hasta las puertas de eso que podemos llamar la religiosidad universal, que ofrece una afirmación fundante y dos consecuencias negativas:
– Afirmación: siendo hacedor (ho poiesas), Dios mismo ofrece vida/aliento (dsôê/pnoê) a todo lo que existe. Tomada en sí, esta palabra puede entenderse en sentido panteista (o panvitalista, como hace cierto estoicismo), pero a Pablo le vale por ahora.
– Consecuencia antisacral (antiidolática): Dios no habita en templos construidos por los hombres. Judíos y gentiles han querido encerrarle en sus propios edificios, pero Dios no habita en ellos.
– Consecuencia antilitúrgica: Dios no recibe culto de manos humanas. No podemos Adarle@ nada. Toda la religión, entendida como acción del hombre (therapeuein), pierde su sentido.
Pablo se muestra así profundamente iconoclasta. Niega los principios de una religión que se vincula al templo y que aparece como servicio de los hombres. La perspectiva tiene que invertirse: lo que importa es descubrir a Dios como el que puede dar a los humanos vida y aliento, en el sentido más profundo de ese término. Este es el discurso de un judío radical que no concede ya valor a su propia ley y templo, en palabra que muchos griegos aceptan gustosos.
Tesis 2 : Dios y la historia/acción humana (17, 26-28).
Del nivel cósmico pasamos al humano, con afirmaciones judías (todos provenimos de un mismo Adam, ser humano) y helenistas (somos genos, familia de Dios). He dividido el pasaje en tres partes.
En el comienzo está la creación: Dios hizo de uno (ex henos) todo el ethnos o raza de los hombres. De aquí deriva lo que sige en 17,16-19. Es evidente que Pablo está exponiendo la más honda fe judía, pero lo hace en términos universales. Un griego podría ofrecer ciertos reparos al origen común de la humanidad (ex henos), si es que se insiste en la historia del Adam de Gen 2-3; pero Pablo no discute ese tema: defiende la unidad del género humano; pero no la toma en clave de vinculación racional o participación de un mismo logos, como hará el estoicismo.
De esa forma supera el posible particularismo judío, fundado en Ley y Pueblo (raza) y el universalismo elitista de la razón, propio de aquellos que la toman como principio de vinculación humana (en perspectiva de sabiduría de iniciados). Sólo Dios creador vincula para Lucas a todos los humanos. Aquí no se distinguen ya varones y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres. Entre unidad de Dios (el mismo sobre todos) y unidad humana (un ethnos para todos) hay una relación interna. De ella tratan las tres frases que siguen:
1) Dios ha hecho a los hombres para habitar (katoikein) en la tierra, conforme a la palabra de Gen 1,28: creced, multiplicaos, llenad la tierra… No hay ventaja o prioridad de un grupo: hay tiempos (kairous) y lugares (horothesias) para todos. Dios rechaza el particularismo: Dios quiere que los hombres habiten humana, dignamente, sobre el mundo.
2) Dios ha hecho a los hombres para buscar (dsêtein). Habitar y buscar a Dios forman las dos caras de una misma tarea, como sabe bien la BH (Biblia Hebrea) . Pero hablando en un lugar público de Grecia, ante los miembros del tribunal supremo de la cultura (areopagitas; cf 17,34), Pablo no quiere citar su Escritura israelita (la BH). Por eso, continuando en línea de captación de benevolencia, asume como propio lo mejor del pensamiento griego y puede afirmar que en Dios vivimos, nos movemos y somos, pues somos de su estirpe (citando como autoridad o Escritura al poeta pagano Arato, Phaen 5).
DIOS UNIVERSAL. EN ÉL VIVIMOS, NOS MOVEMOS Y SOMOS
Tesis básica. En (Dios, lo divino, el Espíritu Sagrado…) vivimos, nos movemos y somos.
Esta es la tesis que Pablo presente en el Areópago, que es el tribunal supremo de la Cultura Griega de Occidente.
Esta tesis la pueden aceptar judío, cristianos (musulmanes) y griegos. En lo divino vivimos, nos movemos, somos… Ésta es la tesis clave de todos los monoteísmos…
Esta tesis la pueden aceptar la grandes religiones de oriente, desde China (bajo el cielo divino vivimos, nos movemos, somos…), en el tao o equilibrio divino somos.
Este tesis la pueden aceptar los hindúes (en Brahman, en Krisna vivimos…) y de un modo especial los budistas (en lo sagrado vivimos, nos movemos, somos, somos…, en lo búdico existimos…).
Este tesis está en el fondo de las grandes religiones de la naturaleza, tanto en la América pre-colonial como en las religiones bantúes de África….… En el gran Espíritu vivimos, en la realidad sagrada. espíritu vivimos
Somos una prueba/presencia de Dios En este tiempo (2023), muchos quieren hablar de Dios como si fuera un objeto externo, una cosa más entre las cosas (quizá la más importante), sin descubrir y aceptar su presencia en nuestras vida. Pues bien, en contra de eso, Pablo nos recuerda que Dios (lo divino, lo numinoso, la realidad originaria) no es una cosa más entre otra; que no existen realidades (mundo, hombre…) y además de ellas Dios, pues la “realidad” (lo divino, el espíritu fundante, la materia primigenia…) es el fondo y sentido de nuestro ser. Dios sólo se muestra, y sólo podemos encontrarle (y le «probamos», nos probamos en él) allí donde buscamos y encontramos o, mejor dicho, donde vamos desplegando en gesto agradecida y creador el sentido radical de nuestra vida. Nosotros, los hombres, no estamos definidos de antemano, ni tenemos un camino ya trazado, sino que vamos aprendiendo y trazarlo, probando y tanteando lo que somos a través un camino esencial en el que emerge y se despliega (en nosotros, con nosotros y para nosotros, siendo en sí mismo) el ser de lo divino.
En ese sentido podemos hablar de una “prueba” de Dios, que somos nosotros mismos. Él se prueba (experimenta) su frágil y poderosa verdad en nosotros… y nosotros nos probamos y encontramos (vivimos, nos movemos, somos) en él. Hay pruebas y experiencias secundarias, que no influyen de manera esencial en nuestra vida (como casi todas la que pueden programarse y medirse en un plano material o por las ciencias). Pero hay otras que fundan y definen nuestro propio ser personal: no estamos hechos, nos hacemos, a lo largo de un proceso en el que vamos avanzando, de forma tanteante y sorprendida, tanteando para encontrar de esa manera nuestro propio ser, nuestro futuro. Somos, en el fondo, la prueba de Dios, tal como se expresa y culmina en el Cristo muerto y resucitado
Tesis. En lo divino (en lo sagrado, la realidad originaria) vivimos, nos movemos y somos…(Hch 17, 28). No es que podamos escoger: Queramos o no, solo podemos vivir “en Dios” (es decir, en la vida),moviéndonos en él, de forma que en él somos. Esas tres palabras de Pablo en el gran tribunal de Atenas (Areópago) han definido y siguen definiendo el sentido de la “experiencia de Dios”, en un contexto de sabiduría original (helenista, univeral).
− En Dios vivimos (dsômen).
Formamos parte de la Vida de Dios, que no es una cosa entre otras, sino la Realidad de la Vida originaria, que se va desplegando, dándose a sí misma en nuestra vida. Las restantes realidades (estrellas y elementos del cosmos, plantas u animales) no lo saben, pero nosotros lo sabemos y así vivimos. De esa forma podemos afirmar que Él mismo (Dios) vive en nosotros, en cada uno de los hombres, que hacemos la vida tanteando, buscándole a él como a tientas, con el deseo de encontrarlo (ei ge psêlaphêisamen auton; Hch 17, 27), mientras nos estamos buscando a nosotros mismos. Éste es el destino de nuestra vida: Buscar a Dios de manera tanteante, para así encontrarnos a nosotros mismo, en él. Éste ha sido el “despertar” de nuestra conciencia, que es, al mismo tiempo, el despertar de Dios en nosotros, pues si en él vivimos, es porque él vive en nosotros. Ciertamente, la vida de Dios nos desborda, es mucho más que aquello que nosotros somos en particular, en concreto (cerrados en nosotros mismos), de manera que tenemos que dejarle ser, sin acapararle, sin exigirle que sea sólo nuestro, pero sabiendo que es hermoso que él sea también (de una forma especial) en nosotros. − En Dios nos movemos (kinoumetha).
Ésta es la siguiente experiencia: Viviendo en Dios “nos movemos”, es decir, somos movimiento, un proceso de realización. No podemos pararnos, pues si no hiciéramos moriríamos, dejaríamos de ser “vida consciente” de Dios, volviendo a la pura inconsciencia de estrellas y plantas… Nos movemos en Dios, en un proceso que es prueba (queremos sentirnos, descubrir lo que somos) y admiración gozosa.
Es hermoso que seamos, que miremos, que escuchemos, que avancemos, con otros, recibiendo y compartiendo la vida de Dios a medida que la vamos haciendo (recibiendo y compartiendo) con ellos lo que somos, nuestro movimiento divino. A veces nos parece que sería mejor, parar, detenernos, morir (de cansancio); pero descubrimos de nuevo que el camino y movimiento de la vida es experiencia de Dios en nuestra vida, es una exploración que nadie puede hacer “por” nosotros, aunque la hacemos todos “con”, unos con otros.
Somos un movimiento de vida, de realidad, no estamos fijados, realizados…, como individuos, como especie, como humanidad. No somos una esencia hecha ya y terminada, no somos una “especie” parada en sí misma, sino formamos parte de un movimiento asombroso de vida (de kínesis) que está marcada por la muerte (por el riesgo y potencial de la muerte….), pero sin cerrarse por ellas.
En el gran movimiento cósmico de la vida estamos inmersos… Eso lo sabe el tao, lo sabe el pensamiento griego (platónicos, estoicos, epicúreos…). Eso lo sabe el hinduismo, el budismo; lo saben las religiones del “gran espíritu”. El fondo y realidad de nuestro movimiento es divino. Por eso dice Pablo “en Dios nos movemos”. No podemos salir de ese movimiento, porque el movimiento es la vida de Dios, de la realidad, el Movimiento de todos los movimientos en el que somos…
Esta vida en Dios (que es movimiento) parece (y es) muy frágil, está amenazada por todo tipo de riesgos (de falta de salud, de cansancio, de opresión…), pero es, al mismo tiempo, lo más fuerte. El mismo Dios sigue moviéndose y experimentando en nosotros, a medida que nosotros experimentamos, hacemos el camino. − En Dios somos (esmen).
Ésta es la última palabra de la “triada” divina de Pablo en Atenas: En Dios vivimos, nos movemos y “somos” en el sentido fuerte del término, que podríamos traducir en forma actual por “existimos”: Salimos del riesgo de la nada (vivimos), superamos el puro movimiento inconsciente de las restantes realidades (nos movemos), para ser “ser” (existir), nosotros mismos, como realidades en Dios, siendo realidades en nosotros mismos, como seres que “resucitan de la muerte”, como sabemos por el testimonio de Dios en Jesucristo.
Algunos dicen que en el fondo “no somos”, que nuestra existencia es pura apariencia, pura mentira… El mismo Eclesiastés/Kohelet, autor de un famoso libro sobre el sentido de la vida el movimiento… parece decir a veces que no somos. Que en el fondo no hemos vivido, ni nos hemos movido… que todo es pura apariencia. Así interpreta Pablo los momentos anteriores de la vida y del movimiento humano: Ser en Dios significa “resucitar de la muerte” con (como) Cristo (cf. Hch 17, 31), sabiendo así que nuestra vida y movimiento es camino pascual de “resurrección”. Existir de una manera humana, ser en Dios en un sentido plena (más que el puro vivir y moverse) es resurrección, descubriendo así que todo lo que vivimos y todo aquello que vivimos al movernos resucita.
Pues bien, San Pablo se atreve a decir en el Areópago de Atenas que “somos”, como el Dios judíos que dice “soy el que soy”. ¿Somos también nosotros en Dios?…. Podemos terminar la tríada y decir: vivimos, nos movemos… y somos. ¿Somos como especie humana? ¿Existiremos como humanidad ¿Podemos existir también como individuos?
El tema queda abierto para mañana o pasado, conforme a la segunda parte de este discurso de Pablo. La respuesta de Pablo en el areópago será asombrosa. Quedamos para mañana o pasado..
Bibliografía.
He tomado las reflexiones anteriores de mi Diccionario de la Biblia (VD, Estella 2017, págs. 114 ss.). En especial, además de comentarios a Hechos de los apóstoles,cf.:
Bultmann, Anknüpfung und Widerspruch, ThZ 2(1946) 401-418;
M. Dubarle, Le discours à l’Aréopoge(Act 17, 22-31) et son arrière-plan biblique, RSPhTh 57(1973) 576-610; J. Dupont. Le discoursdevant l’Aréopage et la révélation naturelle, en Id. , Études sur les Actes del Apôtres, Cerf, Paris 1967, 157-170; Id. , Le discours à l’Aréopage (Act 17, 22-31), lieu de recontre entre christianisme ethellenisme, Bib 60 (1979) 530-546 (=Nuovi studi sugli Atti degli Apostoli, Paoline Torino 1985, 359-400;
Elstester, Schöpfungsoffenbarung und natürliche Theologie im frühem Christentum, NTS 3(1956/7) 93-114; Legrand, The Areopagus Speech, en J. Coppens (ED), La notion bibliquede Dieu, BETL 41, Leuven 1985, 337-350; des Places, De oratione S. Pauli ad Aeoopagum, Ist Bib. Roma 1970; Pohlenz, Paulus und die Stoa, ZNW 42 (1949) 69-104.
“La función de los cuatros Evangelios tiene como fin comunicar, transmitir la tradición apostólica, pues, fueron escritos por quienes conocieron personalmente a Jesús, o tuvieron contacto directo con ellos. En la actualidad se distinguen cuatro representaciones de Jesús: “El Jesús Real“: Es el Jesús de toda su vida, antes y durante su ministerio, es el Jesús de todo lo que pensó, lo que hizo y dijo. “El Jesús de la historia”: Es el Jesús que se reconstruyo desde los datos bíblicos.
Este Jesús es el realmente existente, pero recupera solo algunos datos del Jesús real “el Jesús teológico”: es el Jesús definido en los dogmas cristológicos y en la teología a lo largo de la historia del cristianismo. “el Jesús de la fe”: es el Jesús encontrado, vivido y confesado en las prácticas de la fe de los cristianos y de las iglesias de hoy.
En el actual Jesús histórico se dan tres etapas: una primera etapa pre crítica con innumerables vidas de Jesús con tendencia idealista e imaginativa. Una segunda etapa, ultra crítica que niega la posibilidad de conocer al Jesús histórico y de este Jesús, sólo sabemos que existió, pero baja más. Una tercera etapa, donde se afirma que es posible conocer al Jesús histórico si se utilizan correctamente la exégesis científica moderna.
Aquí se utilizan criterios de credibilidad al Jesús histórico. También se da el criterio de dificultad histórica. Textos de Jesús incómodos para la iglesia primitiva, que nunca lo habría ella inventado (el texto de la mujer sorprendida en adulterio)… El Jesús dogmático ya fue definido por los concilios de Nicea, año 325 d.C. por el de Constantinopla, año 381 a.C. El de Éfeso 431, d.C. El de Calcedonia año 451 d. C.
Indispensables estos concilios dada la fragmentación de las herejías que amenazaban la unidad de la iglesia de entonces. Pero no olvidemos el contexto político y teológico de esos concilios, una realidad histórica promovida por el poder político del Imperio Romano que buscaba la unidad de la iglesia en beneficio de la unidad del Imperio. Fue en este contexto cuando nació la cristiandad, un modelo de iglesia basado en la relación iglesia- poder.
En estos cuatro primeros cuatro concilios del que surgió el Credo de la iglesia católica, así como posteriormente el Catecismo y la teología. Algunos Padres de la iglesia llegaron a comparar estos cuatro Concilio con los cuatro Evangelio, incluso algunos historiadores veían que estos concilios sustituyeron a los Evangelios. De ahí, la necesidad de superar este problema a partir de la interpretación de los cuatro Evangelios a partir del Jesús histórico y del Jesús de la fe.
En el Credo de nuestra fe decimos: “que Jesús se encarnó en María, la Virgen, y se hizo hombre, que por nuestra causa crucificado y muerto, que fue resucitado…”. Pero desaparece el grueso de los cuatro Evangelios: su ministerio en Galilea, su predicación del Reino de Dios,, sus parábolas y milagros, sus discursos profético, las enseñanzas a los discípulos, el Sermón de la montaña,…y consecuentemente el Catecismo y la teología se construye desde el Credo niceno- constantinopolitano. Más triste aún, y es que el Jesús de la historia no da contenido y forma al Jesús de la fe.
Son cómo dos cristos diferentes que se ignoran entre sí….” (Pablo Richard, licenciado en Sagradas Escrituras por el Instituto Pontificio de Roma. Revista la espiga, año 2003)
La teología latinoamericana pierde a Víctor Codina, aquel que enseñó que “el Espíritu sopla desde abajo”
Víctor Codina
La Iglesia de América Latina ha perdido este 22 de mayo a uno de sus grandes teólogos, el jesuita Víctor Codina, un boliviano nacido en España en 1931
Cuatro años atrás insistía en la inculturación, intercuturalidad y diálogo intercultural, llamando a reflexionar sobre los elementos que deben estar presentes en el trabajo de la Iglesia con los diferentes pueblos
Codina siempre apostó por una Iglesia que no estuviese encerrada en sí misma, desafiada a descubrir que el Espíritu está también allá donde la Iglesia va. Lo contrario a estas actitudes es mostrar “una falta de fe en el Espíritu”
Que su continuo llamado a escuchar al Espíritu en la voz de los pueblos nos ayude a entender e imitar el actuar de Dios en la historia, a ser una Iglesia atenta a sus clamores, a dejar de ser una Iglesia que “todavía resulte distante, colonial, clerical, impositiva, ajena a sus lenguas, culturas y espiritualidad, más de visita que de presencia cercana”
La Iglesia de América Latina ha perdido este 22 de mayo a uno de sus grandes teólogos, el jesuita Víctor Codina, un boliviano nacido en España en 1931. En 1982 se trasladó a Bolivia, pasando por diferentes locales como Oruro, Santa Cruz o Cochabamba, donde se convirtió en una referencia en la reflexión teológica del continente y en la formación desde la base.
Un Evangelio a partir de la realidad
Una Iglesia latinoamericana que “después del Concilio ha intentado discernir los signos de los tiempos”, lo que la llevó a “descubrir la situación de pobreza e injusticia y que el Evangelio tenía que partir de esta realidad y de la opción por los pobres”, insistía el padre Codina, viendo la dimensión de los pobres como una dimensión esencial, pero reconociendo las contradicciones existentes “entre quien se llama cristiano y la praxis social y evangélica”.
Uno de sus últimos grandes aportes a la Iglesia fue el ser perito en el Sínodo para la Amazonía, donde tuvo un papel destacado, siendo una de las plumas que escribió el Instrumento de Trabajo que sirvió como punto de referencia para los debates llevados a cabo en la Asamblea Sinodal. Cuatro años atrás insistía en la inculturación, intercuturalidad y diálogo intercultural, llamando a reflexionar sobre los elementos que deben estar presentes en el trabajo de la Iglesia con los diferentes pueblos.
El Espíritu llega antes que los misioneros
Un trabajo en el que “los misioneros siempre llegan tarde, el Espíritu ha llegado antes”, hasta el punto de decir que “las religiones que viven los pueblos antes de la llegada de los misioneros no es algo del demonio, sino del Espíritu, que se pudo mezclar con las limitaciones humanas, como también pasa en la Iglesia”. Por eso llamaba a “hacer un proceso de discernimiento, pero reconocer que el Espíritu está allá”.
Codina siempre apostó por una Iglesia que no estuviese encerrada en sí misma, desafiada a descubrir que el Espíritu está también allá donde la Iglesia va. Lo contrario a estas actitudes es mostrar “una falta de fe en el Espíritu”, afirmaba entonces. Un Espíritu que “actúa desde abajo, desde los pobres, desde los diferentes, desde los indígenas, y dentro de los indígenas desde las mujeres. Por eso, Codina afirmaba que “lo que nos toca es escucharlo”, una escucha que tras el Sínodo para la Amazonía impulsó los cambios que la Iglesia está viviendo y que, entre muchos otros, debemos agradecer al pensamiento del padre Víctor Codina.
Que su continuo llamado a escuchar al Espíritu en la voz de los pueblos nos ayude a entender e imitar el actuar de Dios en la historia, a ser una Iglesia atenta a sus clamores, a dejar de ser una Iglesia que “todavía resulte distante, colonial, clerical, impositiva, ajena a sus lenguas, culturas y espiritualidad, más de visita que de presencia cercana”. A ser una Iglesia que se involucra en “denunciar proféticamente la injusticia de los poderosos y buscar una conversión ecológica integral de la sociedad y de la Iglesia, edificar una Iglesia de rostro amazónico, salvar la Amazonía y el planeta tierra”
El conocido teólogo Karl Rahner afirmó que “el cristiano del futuro será místico o no será cristiano” y ya estamos en el “futuro” -en referencia a sus palabras- y es válido pensar si está frase se está cumpliendo y si, precisamente por no ser místicos, más y más gente se aleja de la vivencia de la fe.
Pero vayamos por partes. Lo primero será entender que significa “ser místico”. Algunos creen que es retirarse del mundo y dedicarse exclusivamente a los ámbitos que comúnmente llamamos “sagrados”. Supondría gastar horas y horas en liturgias y oraciones, entre más solemnes y misteriosas, más valiosas, y rodearse de símbolos religiosos, espacios religiosos, cantos religiosos. Todo esto tiene valor en su justa medida, pero ninguna de esas realidades garantiza la experiencia mística. En realidad, la mística se refiere a la experiencia de Dios que tiene una persona de una manera fuerte, profunda, totalizante y que se expresa en su manera de ser y de actuar. Pero aquí es donde viene una necesaria reflexión para discernir cuándo es una experiencia mística y cuando puede ser un ritualismo externo.
La clave nos la da el Dios en quien creemos los cristianos y con el que nos relacionamos: Jesús de Nazaret. Podemos saber cómo es Dios -sin pretender decir que lo abarcamos plenamente ya que Él siempre supera nuestra comprensión humana- porque Jesús nos lo reveló con sus palabras y obras. El Dios que conocemos a través de Jesús es el de la misericordia infinita. Es el que pone al ser humano como valor fundamental frente a lo cual todo lo demás ha de ser para su bien y no para ningún tipo de opresión, exclusión o sujeción. El Dios de Jesús es el que propone la mesa común de los hermanos y hermanas reunidos en su nombre. Es el que apuesta por el diálogo y la paz renunciando a toda guerra y vencimiento por la fuerza. El Dios del reino es el que se asegura que los desfavorecidos y descartados -como dice el papa Francisco- sean los privilegiados para que no se queden por fuera en ningún sentido. El Dios revelado por Jesús es el que cree en la diversidad, en el valor de lo pequeño, en la gratuidad, en la fiesta, en el gozo por cada situación que logra transformarse para el bien. Es el que siembra a manos llenas la semilla por todos los campos y espera pacientemente hasta su cosecha. Es el que paga igual sin importar la hora de llegada y el que dice que el mayor en el reino es el que se hace servidor de todos.
Estas características y muchas otras que podrían señalarse, son las que invitan a entender que la mística cristiana no tiene nada que ver con alejarse del mundo sino con meterse en él buscando encarnar esta manera de ser de Dios y la llamada que nos hace. Algunos llaman a esto, “mística de ojos abiertos” porque, en efecto, se experimenta a Dios en la historia presente y se responde a su amor en esta realidad.
Algunos grupos no parecen ser místicos de ojos abiertos, sino que proponen la mística en el sentido al que nos referimos al inicio. Aunque estos grupos cuentan con un significativo número de personas -que nos hacen preguntarnos si no será por ahí el camino-, una mirada atenta nos hace ver que muchas de sus propuestas y prácticas no están en consonancia con la experiencia del Dios de Jesús. Definitivamente, la mística no consiste en encerrarse en el intimismo, moralismo, ritualismo o tradicionalismo, aunque esas formas den seguridad. La mística consiste en atender a los “signos de los tiempos”, lugar donde el Espíritu de Dios continúa hablando, para encontrarle allí donde está revelándose y donde se puede dar esta experiencia de encuentro con Él o experiencia mística como se le ha llamado.
Desde estas aclaraciones, podríamos decir que muchos cristianos de hoy siguen en deuda con una experiencia religiosa que los vuelque hacia el mundo, que no le teman, que no lo satanicen, que no lo consideren perdición, sino que lo vean como lugar de encuentro con Dios para más amarle, más servirle, más garantizar que esta historia pueda ser historia de salvación para todos. Sigue pendiente que los cristianos acompañen las búsquedas sociales, culturales, políticas, etc., de las personas de hoy, especialmente, de los más jóvenes. Que lo hagan con humildad y sin pretensión de tener la verdad absoluta. A fin de cuentas, la experiencia de vivir es un misterio que cada día nos sorprende, invitándonos a acoger y realizar con esperanza y creatividad, la novedad del vivir, del amar.
Personalmente creo que las personas se alejan de la institución eclesial porque la ven muchos pasos atrás de la realidad del mundo -siempre con temores y resistiéndose a los cambios- y se alejan de la experiencia de fe porque no logran explicarla de manera encarnada y significativa para este presente. No será por más rezar o por más celebrar liturgias solemnes como se conseguirá que la gente vuelva a la experiencia de fe. Será por ser místicos de ojos abiertos -como tal vez lo diría hoy Rahner-, como la fe seguirá viva y fecunda en los tiempos de secularización que vivimos. Si nos atreviéramos a poner en práctica la fe histórica de la que somos depositarios, la fe encarnada que Jesús nos mostró, la fe comprometida que su praxis nos señaló, posiblemente hablaríamos menos de pérdida de fe y nos sorprenderíamos de la riqueza y fecundidad de la fe cristiana cuando es capaz de caminar al ritmo de los tiempos.
En términos de ética, no se deben juzgar los actos tomados solo en sí mismos. Ellos remiten a un proyecto de fondo. Son concretizaciones de ese proyecto fundamental. Todo ser humano de forma explícita o implícita se orienta por una decisión básica. Ella es la que confiere valor ético y moral a los actos que pavimentan su vida. Por tanto, ese proyecto fundamental es el que debe ser tomado en cuenta y juzgar si es bueno o malo.
Como ambos vienen siempre mezclados, el dominante es el que se traduce por actos que definen una dirección en la vida. Preservada, queda la constatación de que bien y mal siempre andan juntos. Dicho en otras palabras: la realidad es siempre ambigua y acolitada por el bien y por el mal. Nunca están solo el bien por un lado y el mal por el otro.
La razón de esto reside en el hecho de que nuestra condición humana, por creación y no por deficiencia, es siempre sapiente y demente, sombría y luminosa, con pulsiones de vida y con pulsiones de muerte. Y esto simultáneamente, sin que podamos separar, como dice el Evangelio, la cizaña del trigo.
No obstante esta ambigüedad, lo que de verdad cuenta es la dimensión predominante, si es luminosa o sombría, bondadosa o malvada. Y aquí se funda el proyecto fundamental de la vida. Él define la dirección y el camino se hace caminando. Ese camino puede conocer desvíos, pues así es la condición ambigua humana, pero siempre puede volver a la dirección definida como fundamental. Los actos adquieren valor ético y moral a partir de ese proyecto fundamental. Él se afirma ante el tribunal de la conciencia, y para personas religiosas, es juzgado por Aquel que conoce nuestras intenciones más secretas y confiere el correspondiente valor al proyecto fundamental.
Seamos concretos: a alguien se le mete en la cabeza que quiere ser, a toda costa, rico. Todos los medios para tal proyecto son considerados válidos: habilidad, engaños, ruptura de contratos, golpes financieros y apropiaciones de fondos públicos, falsificando datos aumentándoles el valor real y haciendo las obras sin la calidad exigida. Su proyecto es acumular bienes y ser rico. Es el principio-maldad, aunque haga algún bien aquí y allá y cuando es muy rico ayude a proyectos benéficos. Pero siempre que no comprometan su proyecto básico de ser rico.
Otro se propone como proyecto fundamental ser siempre bueno, buscar la bondad en las personas e intentar que sus actos se alineen en esta dirección de bondad. Como es humano, en él también puede haber actos malos. Son desvíos del proyecto pero no son de tal envergadura que destruyan el proyecto fundamental de ser bueno. Se da cuenta de sus malos actos, se corrige, pide perdón y retoma el camino de vida definido: procurar ser bueno. Esto implica ser siempre, cada día, mejor y nunca desistir frente a las dificultades y caídas personales. Lo decisivo es reasumir el principio-bondad que puede crecer siempre indefinidamente. Nadie es bueno hasta cierto punto y después se para, por estimar que alcanzó su fin. La bondad así como otros valores positivos no conocen limitaciones.
En nuestro país hemos vivido, incluyendo multitudes, bajo el principio-maldad. A partir de ese principio todo valía: la mentira, las fake news, la calumnia y la destrucción de biografias que, notoriamente, eran buenas. Fueron usados de forma abusiva los medios digitales, inspirados en el principio-maldad. Por esta razón, muchos miles de personas fueron víctimas de la Covid-19 cuando podrían haberse salvado. Indígenas, como los yanomami, fueron considerados infrahumanos e, intencionadamente, abandonados a su propia suerte. En estos fatídicos años de vigencia del principio-maldad más de 500 niños yanomami murieron de hambre y de enfermedades derivadas del hambre. Se desmontaron las principales instituciones de este país como la salud pública, la educación, la ciencia y el cuidado de la naturaleza.
Finalmente, de forma insidiosa, se intentó un golpe de estado buscando destruir la democracia e imponer un régimen dictatorial, culturalmente retrógrado y éticamente perverso por exaltar claramente la tortura. En ellos había también el principio-bondad pero fue reprimido o cubierto de cenizas por malas acciones que impedían su vigencia, sin destruirlo nunca totalmente porque forma parte de la esencia de lo humano.
Pero el principio-bondad, a fin de cuentas siempre acaba triunfando. La llama sagrada que arde dentro de cada persona jamás puede ser apagada. Ella es la que sustenta la resistencia, inflama la crítica y confiere la fuerza invencible de lo justo y de lo recto. Era el principio-bondad que venía bajo el signo de la democracia, del estado de derecho y del respeto a los valores fundamentales del ciudadano. A pesar de todas las artimañas, violencias, atentados, amenazas y uso vergonzoso de los aparatos de estado, comprando literalmente la voluntad de las personas o impidiéndoles a manifestar su voto, los que se orientaban por el principio-maldad fueron derrotados. Pero nunca hasta hoy han reconocido la derrota. Ellos siguen con su acción destructiva, que hoy ha adquirido dimensiones planetarias con el ascenso de la extrema derecha. Pero deben ser contenidos y ganados por el despertar del principio-bondad que se encuentra en ellos. Juzgados y castigados tendrán que aprender la bondad de la vida y el bien de todo un pueblo y aportar su contribución. En la historia conocemos tragedias de los que se aferraron al principio-maldad hasta el punto de poner fin a su propia vida en vez de rescatar humildemente el principio-bondad y su humanidad más profunda.
¿Hasta dónde llega la bondad humana sin Dios?
En este final nos inspira tal vez la palabra poética de un autor anónimo de hacia el año 900, que se canta en la fiesta cristiana de Pentecostés. Se refiere al Espíritu que actúa siempre en la naturaleza y en la historia: Lava lo que es sórdido/Riega lo que es árido/Sana lo que está enfermo. Dobla lo que es rígido/Calienta lo que es gélido/Guía lo desorientado.