Viernes Santo

¿Se puede celebrar la muerte de Jesús?

Viernes Santo
Viernes Santo

«Sí podemos debemos celebrar el amor con que Jesús, apasionado por construir un mundo fraterno, se jugó y entregó la propia vida»

En el  Crucificado se revela esa  Presencia  de amor que da sentido a la vida humana  que hará justicia a tantas víctimas de la historia. En la liturgia del Viernes Santo invocamos “¡Oh cruz, nuestra esperanza!”

«Urge intensificar la fe  experiencia cristiana que suscita la muerte de Jesús por amor, abriendo camino para una nueva presencia pública de la Iglesia en nuestra sociedad»

Por Jesús Espeja

Jesús murió porque los seres humanos somos capaces de matar incluso al inocente. La inquina de Caín contra su hermano es lamentable, no se celebra. Por eso el viernes santo trae un recuerdo de tristeza y soledad porque significa la muerte violenta del justo  que una y otra vez ennegrece nuestra historia.  Pero sí podemos debemos celebrar el amor con que Jesús, apasionado por construir un mundo fraterno, se jugó y entregó la propia vida.

La muerte de Jesús no fue para aplacar a una divinidad airada por nuestras ofensas y celosa de que, sea como sea, reparemos su honor. Esa divinidad es invento nuestro; nada tiene que ver con el “Abba”, amor gratuito e inabarcable, invocado por Jesús de Nazaret. Nos ama cuando todavía  no correspondemos a ese amor.

La muerte de Jesús fue la expresión del amor que es Dios mismo, encarnado en la humanidad.  La misma Presencia de amor en que habitó, actuó y proclamó Jesús el Evangelio, estuvo dentro del Crucificado dándole  inspiración y fuerza para su entrega  libre y por amor. Y eso es lo que celebramos los cristianos el viernes santo: la misericordia entrañable de Dios encarnada en el corazón de la humanidad.

Crucifixión de la catedral de Burgos
Crucifixión de la catedral de Burgos

¡Cómo ilumina y consuela esta celebración en un mundo todavía en tinieblas y en sombras de muerte! Una y otra vez retoña ese anhelo de vida, la humanidad no se resigna y se levanta de sus propias cenizas. En el  Crucificado se revela esa  Presencia  de amor que da sentido a la vida humana  que hará justicia a tantas víctimas de la historia. En la liturgia del Viernes Santo invocamos “¡Oh cruz, nuestra esperanza!”

En Semana Santa son frecuentes las solemnes procesiones. En el encuentro con Dios todos estamos en camino, y nos somos quienes para juzgar a los demás. ¿qué sabemos de los sentimientos que respira un sufrido costalero bajo unas pesadas andas? Pero, cuando la religión cristiana pierde presencia social pública, no debemos quedar solo con las procesiones tradicionales. Urge intensificar la fe  experiencia cristiana que suscita la muerte de Jesús por amor, abriendo camino para una nueva presencia pública de la Iglesia en nuestra sociedad.

Entrevista a Jesús Espeja

Jesús Espeja: «No debemos seguir con un modelo de Iglesia donde la mujer sigue marginada»

Jesús Espeja

«Evocando la figura del papa Benedicto XVI, ahora la tendencia preocupada por mantener el pasado, sale a la palestra. Como si la Iglesia no estuviera sometida al tiempo, se pretende absolutizar la intervención de un papa como si no estuviera sometida a los límites de la temporalidad»

«La herejía más bien tiene lugar cuando se absolutizan las formulaciones ahogando la experiencia de fe que siempre se vive dentro de un tiempo y de una cultura»

Francisco dejó paso a un sano pluralismo: “las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y en el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia”

«La vocación la Iglesia es creer. No la fe entendida como creencias, sino como apertura libre, confiada y total de las personas a la Presencia de Dios que se da como amor»

«Los necesarios cambios para la reforma tienen que ir al ritmo que pueden soportar no solo y tanto las estructuras eclesiales sino también los cristianos responsables en la gestión de las mismas»

«En todo caso la reforma estructural de la Iglesia ya pedida en el Concilio, apenas ha comenzado»

Por José Manuel Vidal

Desparecido Benedicto XVI, se multiplican los ataques de la Iglesia conservadora al papa Francisco. Hablamos con el dominico Jesús Espeja, colaborador habitual de Religión Digital y mente preclara, quien nos ofrece algunas claves para entender el por qué de estas embestidas conservadoras «no solo contra el papa Francisco, sino contra muchos cristianos que creemos que sí es posible otra forma de Iglesia».

En este escenario, «los pasos que ha dado el papa Francisco siguiendo la orientación del Concilio, son significativos; no tienen marcha atrás, pero aún son limitados. Procede con tiento y aguanta reveses con caridad. Los necesarios cambios para la reforma tienen que ir al ritmo que pueden soportar no solo y tanto las estructuras eclesiales sino también los cristianos responsables en la gestión de las mismas. En todo caso la reforma estructural de la Iglesia ya pedida en el Concilio, apenas ha comenzado«, afirma.

-¿Por qué, con la muerte de Benedicto XVI, parece haber vuelto a renacer en cierta jerarquía eclesiástica la obsesión por el conservadurismo?

-Durante el s- XIX y primera mitad del XX la jerarquía eclesiástica optó prevalentemente por una actitud defensiva y de rechazo a los reclamos del mundo moderno. La inesperada intervención de Juan XXIII convocando un Concilio para discernir los signos del Espíritu en el acontecer de este mundo abrió un horizonte nuevo. El paso del anatema al diálogo valorando los justos reclamos emergentes en la modernidad prevaleció en los debates y documentos conciliares. Pero también ahí apareció una y otra vez la tendencia con reservas al diálogo con la modernidad.

En 1985 salió la entrevista “Informe sobre la fe” del entonces Cardenal J. Ratzinger. Manifestaba con claridad su preocupación y sus reservas por la apertura del Concilio en el diálogo con el mundo moderno. Ese Informe influyó en el juicio bastante desconfiado en el Sínodo, celebrado poco después, sobre los resultados del Concilio a los veinte años de su celebración. En su entrevista el Cardenal Ratzinger propuso iniciar “un segundo periodo postconciliar” que ha durado varias décadas. En esos años prevaleció la preocupación por salvaguardar la ortodoxia y la unidad –tal vez mejor uniformidad – en la Iglesia

Da la impresión de que el papa Francisco, motivado por la compasión, respira los aires renovadores del Concilio. Pero evocando la figura del papa Benedicto XVI, ahora la tendencia preocupada por mantener el pasado, sale a la palestra. Como si la Iglesia no estuviera sometida al tiempo, se pretende absolutizar la intervención de un papa como si no estuviera sometida a los límites de la temporalidad.

Si el Papa Francisco no está tocando para nada la doctrina (lo dogmático), ¿por qué le siguen acusando de herejía y de querer destruir la Iglesia?

-Como Juan XXIII y el Vaticano II, los gestos y las intervenciones de papa Francisco descolocan a muchos bautizados. La religión del Evangelio nada tiene que ver con una Iglesia que se reduce a normas, cumplimientos, estructuras y ritos. El papa Francisco quiere una Iglesia que se construya desde Jesucristo.
La herejía no consiste en el cambio de fórmulas o expresiones, sino en negar la fe o experiencia cristiana que no agotan los enunciados. La herejía más bien tiene lugar cuando se absolutizan esas formulaciones ahogando la experiencia de fe que siempre se vive dentro de un tiempo y de una cultura.

-¿Lo que más les duele a los conservadores es que Francisco quiera cambiar la estructura eclesial, para hacerla más circular y comunitaria?

-En su denso y significativo libro, “Falsas y verdaderas reformas de la Iglesia”, 1050, el P. Congar lamentaba que los autores habían dado más relieve a la estructura que a la vida de la Iglesia. Antes del Vaticano II el curso de eclesiología trataba solo de la jerarquía eclesiástica y de su organización visible.

Pero el Concilio presentó la misteriosa entraña de la Iglesia, ante todo y finalmente, como pueblo  ”reunido en virtud de la unidad entre el Padre, e Hijo y el Espíritu Santo”. Todos los bautizados integran ese pueblo y en consecuencia todos tienen la misma dignidad y están llamados a la perfección. Al servicio de ese pueblo tienen sentido todos los ministerios, todas las estructuras y toda la organización visible.

El papa Francisco no hace más que secundar esa visión del Concilio : “La funciones en la Iglesia no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros”; el clericalismo es una patología.

No hay cristianos de primera y cristianos de segunda; todos son llamados a ser perfectos. Lo deja bien caro la Exhortación “Alegraos y regocijaos”. El Sínodo sobre la Sinodalidad apunta un camino para la corresponsabilidad de todos los bautizados en la vida y misión de la Iglesia.

Más aún, la preocupación prioritaria por la uniformidad que paralizó la necesaria y paulatina recepción del Concilio durante el llamado “segundo periodo postconciliar”, con el papa Francisco dejó paso a un sano pluralismo: “las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y en el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia”.
-El papa Francisco habla de una Iglesia “en salida”, servicial y misionera. ¿se necesita para ello un cambio en las estructuras?

-En la Constitución “Lumen Gentium” el Concilio se refiere a la Iglesia como sociedad “orgánicamente constituida” y como pueblo de Dios cuyos miembros tienen la misma dignidad. Pero un año después, en la Constitución “Gaudium et spes”, se dice que la misión de la Iglesia es continuar la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido. Jesús de Nazaret vive apasionado por la llegada del reino de Dios. Por otro lado en la Constitución GS la visión de los conciliares ha madurado. Quiere decir que la Iglesia es sociedad orgánicamente estructurada y pueblo de Dios en orden a la misión.

El papa Francisco preocupado por esta vocación misionera de la Iglesia, constata:                 ”Hay estructuras eclesiales que pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador”    ¿No es algo constatable?

Una Iglesia “en salida” es reclamo en dos vertientes por lo demás muy vinculadas.

En salida de su estructura piramidal. No debemos seguir con un modelo de Iglesia donde unos mandan, enseñan y celebran, mientras la mayoría solo acepta, escucha y asiste; donde la mujer sigue marginada.

La Iglesia también debe salir de su “auto-preservación”, para leer los signos del tiempo y responder a la llamada del Espíritu que habla en todos los acontecimientos. No debemos quedarnos con unos cumplimientos mientras los mismos clérigos se reducen funcionarios de lo sagrado. No hay verdadero cristianismo ni salvación fuera de este mundo acompañado ya por el Espíritu. La Iglesia se constituye en la misión que no es posible fuera del mundo. Con toda razón el Vaticano II entiende que el mundo pertenece a la constitución de la misma Iglesia.

-¿Cuáles son los imperativos teológicos que sustentan e inspiran la reforma de Francisco?

La clave de la reforma es que la Iglesia se mire “frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”.

En Jesucristo lo decisivo fue su intimidad con el “Abba”. En esa intimidad se fundamenta la vida de la Iglesia: “Que la alegría de la fe comience a despertarse. El amor del Señor no se ha acabado; no se ha agitado su ternura; mañana tras mañana se renueva”. La vocación de la Iglesia es creer. No la fe entendida como creencias, sino como apertura libre, confiada y total de las personas a la Presencia de Dios que se da como amor.

Desde esa fe o experiencia brota compromiso por construir a fraternidad. Dentro de la Iglesia, pueblo donde todos los bautizados tienen la misma dignidad, y en la humanidad con las dos realidades entre las que vive (Fratelli Tutti)

“Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres” (Evangelii Gaudium)

-¿Será capaz el papa Francisco de encarrilar esta reforma lo suficiente, para que no se vuelva a producir una involución?
Con esos imperativos de fondo, gracias al Espíritu, el papa Francisco está encarrilando e impulsando con acierto y no sin dificultades, la necesaria reforma de la Iglesia.
-¿Tiene futuro la Iglesia sin las reformas de Francisco?

Los pasos que ha dado el papa Francisco siguiendo la orientación del Concilio, son significativos; no tienen marcha atrás, pero aún son limitados. Procede con tiento y aguanta reveses con caridad. Los necesarios cambios para la reforma tienen que ir al ritmo que pueden soportar no solo y tanto las estructuras eclesiales sino también los cristianos responsables en la gestión de las mismas. En todo caso la reforma estructural de la Iglesia ya pedida en el Concilio, apenas ha comenzado.

A esa reforma se llamó “aggiornamento” que podríamos cifrar en un cambio de actitudes y de modos sobre la presencia de la Iglesia en la sociedad. Pero da la impresión de que la crisis en la Iglesia hoy es más profunda. Es una crisis de fe que pide urgentemente “una conversión al Evangelio”. Sólo desde esa fe o experiencia puede salir un verdadero “aggiornamento”.

La conversión es posible porque la Iglesia procede también del Espíritu Santo que no cesa de impulsarla hacia delante en solidaridad con la historia humana donde ya está presente y activo el Espíritu.

Implicaciones de una Iglesia Sinodal

Por Jesús Espeja

 El concilio Vaticano II presentó el misterio de la Iglesia como forma visible de la comunión de vida dentro de la historia humana. Y entre las imágenes destacó la de “pueblo de Dios”. Aunque hay distintas funciones y no todos los bautizados marchan por el mismo canino, es común la dignidad de todos. Las funciones no implican superioridad de unos sobre otros y los distintos caminos solo son concreciones de la única espiritualidad bautismal. Aunque no emplea el término, la sinodalidad fue la clave del Vaticano II:  una Iglesia donde todos los bautizados, cada uno según su vocación, sean responsables y corresponsables en la vida y misión de la comunidad cristiana.  Un Sínodo sobre la Sinodalidad no hace más que poner práctica esa clave del Concilio.

            El camino sinodal exige primero que toda la Iglesia se ponga en camino. Es decir que todos los bautizados salgamos de nuestra instalación. La convocatoria de un Sínodo sobre la Sinodalidad es la puesta en marcha de toda Iglesia “en salida” misionera, comenzando por la misma Curia Vaticana: “Predicad el Evangelio”. Una salida de cualquier espíritu sectario dentro de la Iglesia. No sólo del clericalismo en una Iglesia piramidal donde el clero es clase dominante. Ni de la pasividad en que duermen muchos bautizados. Ni solo de la perniciosa distinción entre cristianos de primera y cristianos de segunda. Hay que salir también del grupismo que hoy no es tanto enfermedad de las congregaciones religiosas cuando tentación para muchos laicos que buscan clima cálido donde resguardarse del temporal inclemente. Por lo demás, todos debemos mirar de otra forma y considerarnos ciudadanos de este mundo fuera del cual no hay salvación.  

          El camino sinodal implica recuperar la visión y la reforma de la Iglesia sugeridas en el Vaticano II cuya recepción está inacabada. Da la impresión de que ni en teología ni en catequesis han entrado  la  visión de la Iglesia como pueblo de Dios,  el sacerdocio común,  el “sentido de los fieles”,  la vocación de todos los cristianos a la santidad. Cuando ha pasado ya la generación de quienes con entusiasmo vivimos la novedad que supuso el Concilio, al iniciar este proyecto de sinodalidad no solo hay que recuperar esas aportaciones del Concilio. Hay que destacar también aspectos decisivos que despuntan en  los signos de nuestro tiempo: el ser humano consciente de que ha sido puesto en manos de su propia decisión,  el clamor de los pobres, la dignidad y derechos de la mujer,  la organización social y el trabajo. En estos signos se debe hacer realidad o encarna esa experiencia de Dios que llamamos gracia.

Implicaciones de una Iglesia Sinodal

 El concilio Vaticano II presentó el misterio de la Iglesia como forma visible de la comunión de vida dentro de la historia humana. Y entre las imágenes destacó la de “pueblo de Dios”. Aunque hay distintas funciones y no todos los bautizados marchan por el mismo canino, es común la dignidad de todos. Las funciones no implican superioridad de unos sobre otros y los distintos caminos solo son concreciones de la única espiritualidad bautismal. Aunque no emplea el término, la sinodalidad fue la clave del Vaticano II:  una Iglesia donde todos los bautizados, cada uno según su vocación, sean responsables y corresponsables en la vida y misión de la comunidad cristiana.  Un Sínodo sobre la Sinodalidad no hace más que poner práctica esa clave del Concilio.

            El camino sinodal exige primero que toda la Iglesia se ponga en camino. Es decir que todos los bautizados salgamos de nuestra instalación. La convocatoria de un Sínodo sobre la Sinodalidad es la puesta en marcha de toda Iglesia “en salida” misionera, comenzando por la misma Curia Vaticana: “Predicad el Evangelio”. Una salida de cualquier espíritu sectario dentro de la Iglesia. No sólo del clericalismo en una Iglesia piramidal donde el clero es clase dominante. Ni de la pasividad en que duermen muchos bautizados. Ni solo de la perniciosa distinción entre cristianos de primera y cristianos de segunda. Hay que salir también del grupismo que hoy no es tanto enfermedad de las congregaciones religiosas cuando tentación para muchos laicos que buscan clima cálido donde resguardarse del temporal inclemente. Por lo demás, todos debemos mirar de otra forma y considerarnos ciudadanos de este mundo fuera del cual no hay salvación.  

          El camino sinodal implica recuperar la visión y la reforma de la Iglesia sugeridas en el Vaticano II cuya recepción está inacabada. Da la impresión de que ni en teología ni en catequesis han entrado  la  visión de la Iglesia como pueblo de Dios,  el sacerdocio común,  el “sentido de los fieles”,  la vocación de todos los cristianos a la santidad. Cuando ha pasado ya la generación de quienes con entusiasmo vivimos la novedad que supuso el Concilio, al iniciar este proyecto de sinodalidad no solo hay que recuperar esas aportaciones del Concilio. Hay que destacar también aspectos decisivos que despuntan en  los signos de nuestro tiempo: el ser humano consciente de que ha sido puesto en manos de su propia decisión,  el clamor de los pobres, la dignidad y derechos de la mujer,  la organización social y el trabajo. En estos signos se debe hacer realidad o encarna esa experiencia de Dios que llamamos gracia.

Hacia una Iglesia Sinodal 

Hacia una Iglesia Sinodal

 «Ni el concepto ni el término sinodalidad están de modo explícito en los documentos del Vaticano II, pero esa instancia se encuentra en la orientación renovadora de esos documentos» 

«Ahora el papa Francisco retoma esa visión y da un paso más: ‘La sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio'» 

«Esta visión conciliar sobre la Iglesia responde al evangelio de la fraternidad. Pero choca con otras visiones deformadas incluso en muchos cristianos» 

«Sigue prevaleciendo la imagen de la Iglesia como sociedad de desiguales. De ahí la necesidad y oportunidad de un Sínodo de ‘comunión, participación y misión'» 

«Pero ese objetivo no se improvisa. Exige ‘un proceso de sanación’ y la celebración del Sínodo puede ser una llamada del Espíritu para que todos los cristianos despertemos a nuestra vocación bautismal y nos pongamos en camino» 

Por Jesús Espeja 

Sínodo etimológicamente significa recorrer un camino juntos, como viajeros unidos en la misma andadura y con el mismo destino. El calificativo “sinodal” dado a la Iglesia, quiere decir comunidad de personas bautizadas conscientes de estar llamadas con otros para seguir a Jesucristo y ser testigos creíbles del Evangelio

Ni el concepto ni el término sinodalidad están de modo explícito en los documentos del Vaticano IIpero esa instancia se encuentra en la orientación renovadora de esos documentos. Muy sensible a esta orientación, el Cardenal Suenens, uno de los padres conciliares más significativos, lo apuntó bien con su libro “La corresponsabilidad en la Iglesia”, 1968 . 

Y ahora el papa Francisco retoma esa visión y da un paso más:“La sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia en el tercer milenio”. En esa perspectiva convoca un Sínodo que no es una conferencia de estudios, un congreso político  o un parlamento,  “sino un acontecimiento de gracia, un proceso de sanación guiado por el Espíritu  Santo” . Se trata de “caminar juntos laicos, pastores, obispo de Roma”. Un concepto fácil e expresar, pero no tan fácil de poner en práctica. 

En la misma celebración del Vaticano II se vieron las limitaciones para la eficacia de un nuevo concilio ecuménico. Además de las dificultades para el intercambio entre los numerosos obispos –los 2500 de entonces, hoy casi se han doblado- las situaciones son distintas en cada región. Esas limitaciones aconsejan emprender el camino de la sinodalidad que abrió ya el Concilio dando relieve a las iglesias locales y a las conferencias episcopales. Continuando ese camino Pablo VI en septiembre de 1965 creó el Sínodo de los obispos. Pero además de estos indicativos las semillas de la sinodalidad están ya en la visión del Vaticano II sobre el misterio de la Iglesia

Al presentar ese misterio el Concilio dio prioridad al símbolo pueblo de Dios donde todos los bautizados tiene la misma dignidad pues todos participan el mismo Espíritu. Al servicio de este pueblo el Espíritu suscita ministerios cuyas funciones “no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros”.  

Refiriéndose la vocación de bautizados laicos o seglares el Concilio dijo que llevan a cabo, dentro del mundo, la misión evangelizadora de la Iglesia. El sujeto activo en la celebración litúrgica es todo el pueblo de Dios

Aunque un poco de pasada el Vaticano II también habló sobre el sacerdocio común de los fieles; Jesucristo no fue sacerdote practicando ritos en el templo judío, sino siendo totalmente para los demás; haciendo el bien, curando enfermos, poniéndose al lado de los excluidos, y combatiendo las fuerzas del mal. Sus gestos sacramentales fueron las comidas con los pobres, última cena, y lavar los pies a sus discípulos; todos los bautizados o seguidores de Jesús participan este sacerdocio al que deben servir los llamados ministerios ordenados. 

Finalmente quienes reciben estos ministerios no tienen hilo directo con el Espíritu mientras la mayoría de los bautizados andan a oscuras y a expensas de lo que algunos privilegiados les digan; siguiendo la tradición, el Concilio destaca la importancia de “sentido de los fieles” que San Pablo llama “mente de Cristo”, “ojos iluminados del corazón”, “inteligencia espiritual” para discernir dónde está la verdad del Evangelio; la Palabra de Dios habla en “el sentido de los fieles” y los obispos deben discernir su voz  escuchándola “con piedad”

Esta visión conciliar sobre la Iglesia responde al evangelio de la fraternidad. Pero choca con otras visiones deformadas incluso en muchos cristianos. La Iglesia no es una democracia, pero tampoco es una monarquía absoluta según la impresión que muchos sacan al ver su funcionamiento. 

Por otro lado, el clericalismo -reducción de la Iglesia al poder abusivo del clero- es una patología introyectada incluso en muchos bautizados incondicionalmente sumisos a lo que les diga “el padre” y sin asumir responsabilidad personalmente. 

Sigue prevaleciendo la imagen de la Iglesia como sociedad de desiguales donde unos mandan y otros obedecen, unos enseñan y otros aprenden, unos celebran y los demás asisten. De ahí la necesidad y oportunidad de un Sínodo de “comunión, participación y misión” 

Pero ese objetivo no se improvisa. Exige “un proceso de sanación”. Una conversión al Evangelio en la reflexión teológica, en la catequesis, en el funcionamiento de la organización eclesial, en celebración litúrgica, en el corazón y en la mentalidad de los mismos cristianos. 

Este cambio no es cosa de un día. Cuando hay mucha costra, no se puede arrancar de golpe porque las heridas supuran, se enconan y se cierran en falso. Pero debemos ponernos en camino hacia una Iglesia sinodal o fraterna que sea signo e instrumento de esa Presencia benevolente de Dios revelado en Jesucristo que a todos nos hace hermanos. La celebración del Sínodo puede ser una llamada del Espíritu para que todos los cristianos despertemos a nuestra vocación bautismal y nos pongamos en camino. 

La 3ª etapa de la Cristiandad: la Iglesia en el mundo

«Estamos en la tercera etapa de la cristiandad: la Iglesia dentro del mundo»                                       Jesús Espeja y Jesús Díaz Sariego: «La reforma en la organización visible de la Iglesia va muy despacio y es muy trabajosa»

                                                     Espeja y Díaz Sariego
Los autores nos introducen en su libro ‘Palabra de Dios en lenguaje humano’, publicado por Edibesa. «Una nueva lectura del Evangelio desde los nuevos anhelos de la humanidad, los nuevos avances en el conocimiento de la Biblia y los escritos de las primeras comunidades cristianas»
«¿No es un signo de nuestro tiempo el justo clamor de la mujer por ser considerada como persona humana con toda su dignidad y derechos fundamentales?»
«El futuro de la Iglesia es actualizar sin tapujos ni andamiajes inútiles la conducta histórica de Jesús, que vivió hasta las últimas consecuencias la compasión samaritana»
«Creemos que la Iglesia lleva dentro de sí misma la energía para una continua reforma. Creemos que la historia no termina con nuestros errores ni con el pecado. El Amor manifestado en Jesucristo, y muchas veces crucificado, tendrá la última palabra»
16.02.2021 José Manuel Vidal Seguir leyendo

Entrevista a Jesús Espeja

Jesús Espeja: «Evoco la figura de Santo Tomás de Aquino como profeta del humanismo»

«Hoy, en esta situación dolorosa, evoco la figura de Santo Tomás de Aquino como profeta del humanismo y testigo creíble de Dios amor siempre mayor en su misma cercanía»
«En el s. XIII ya despuntaba la modernidad donde la persona humana viene a ser centro, se reconoce su dignidad y sus derechos fundamentales. Y santo Tomás inició ese giro humanista»
«El tomismo, como teología racionalista y barroca que venía funcionando con cierta oficialidad antes del Vaticano II, hoy queda ya fuera de juego»
«Teniendo como clave la encarnación, logró unir fe y razón, concluyó que la gracia no destruye sino que perfecciona la naturaleza; lo divino hay que buscarlo en lo humano, y la nueva ley en moral es la gracia»
28.01.2021 José Manuel Vidal
Dominico como él, el teólogo Jesús Espeja aprovecha la festividad del ‘Doctor Angélico’, para reflexionar sobre Tomás de Aquino y el humanismo. Porque, para el teólogo madrileño, Santo Tomás «es un profeta del humanismo», que coloca a la persona en el centro, «pero no absoluto». El gran teólogo medieval, como explica Espeja, «logró unir fe y razón». Por eso, a Espeja le duele que las corrientes más rigoristas utilicen frases sueltas de Santo Tomás, «para justificar la instalación nefasta». Porque el tomismo, entendido como «teología racionalista y barroca, que venía funcionando con cierta oficialidad antes del Vaticano II, ha quedado fuera de juego».
P. Tú has sido formado y has sido profesor de teología en la escuela de Tomás de Aquino. Jubilado ya de tus tareas académicas ¿Qué te parece lo más relevante de esa figura y de su enseñanza?
R. Por mi vocación me gusta conocer el pasado, pero siempre buscando luz para el presente. Y hoy, en esta situación dolorosa, evoco la figura de Santo Tomás de Aquino como profeta del humanismo y testigo creíble de Dios amor siempre mayor en su misma cercanía. Dos rasgos o que me ayudan a mantener viva la esperanza en esta situación.
P. ¿En qué sentido Tomás de Aquino es profeta del humanismo?
R. En el s. XIII ya despuntaba la modernidad donde la persona humana viene a ser centro, se reconoce su dignidad y sus derechos fundamentales. Y santo Tomás inició ese giro humanista. Se sirvió de la filosofía griega como mediación para reflexionar sobre la fe cristiana. Pero mientras en esa filosofía la referencia para juzgar todo era el cosmos dentro del cual estaba un ser racional, Tomás de Aquino dio un viraje poniendo como centro y medida de todo al ser humano.
P. Pero en la organización de nuestra economía y ahora con esta sacudida de la pandemia, estanos viendo que el ser humano ya no es centro, se derrumba. ¿Tiene sentido seguir el humanismo al que apuntó ese viraje que dio Tomás de Aquino?
R. Según el maestro medieval, el ser humano es centro pero no absoluto, pues él mismo está fundamentado en ese misterio que llamamos Dios. Creo que el fracaso de corrientes humanistas modernas es la pretensión de que la persona humana sea centro absoluto. Ya en 1943 el lúcido pensador jesuita H. de Lubac denuncio el drama del humanismo ateo: ”no es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que, sin Dios, no puede, a fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre”. Así lo estanos constatando en esta situación de fragilidad a impotencia. Puede ser oportunidad para actualizar el humanismo que propuso Tomás de Aquino.
P. ¿Sigue vigente el tomismo?
R. Si con esta palabra te refieres a una teología racionalista y barroca que venía funcionando con cierta oficialidad antes del Vaticano II, hoy queda ya fuera de juego. Pero esa teología no tiene nada que ver con la tradición tomasiana que recibí de mis mejores maestros y he tratado de actualizar en los cambio de tiempo. Según santo Tomás, la reflexión teológica se mueve en el interior de la experiencia que llamamos fe; y el verdadero teólogo, “antes de hablar sobre lo divino, debe experimentarlo”; todo lo que digamos sobre Dios esencialmente amor, “es deficiente”; las formulaciones “no agotan al contenido último de la fe”. Hay que hacer lo posible por articular racionalmente la experiencia vivida, pero al final Tomás de Aquino, respirando con intensidad su experiencia mística y viendo la limitación de sus expresiones, no pudo seguir escribiendo y dejó sin completar su obra maestra.
P. ¿Que le debe la Iglesia a Santo Tomás y al tomismo?
R. Después de lo dicho no se debe identificar a Santo Tomás y a su escuela, con el “tomismo” sin precisar qué entendemos con esa palabra. La gran aportación de este singular maestro dominico a la Iglesia fue articular racionalmente la experiencia cristiana muy viva en la tradición patrística. Teniendo como clave la encarnación, logró unir fe y razón, concluyó que la gracia no destruye sino que perfecciona la naturaleza; lo divino hay que buscarlo en lo humano, y la nueva ley en moral es la gracia.
P.¿Por qué los más rigoristas tienden a acudir al tomismo para justificar sus doctrinas?
R. Comprendo que todos busquemos apoyaturas para no salir de nuestro cálido cobijo exponiéndonos a la intemperie; pero me da pena que para justificar la instalación nefasta, se utilicen frases sueltas de Santo Tomás. En una de sus obras habla de nuevas formas de vida, nuevos métodos, nuevos argumentos, nuevas formulaciones. Aquel místico respiraba el universalismo de la fe o experiencia cristiana: “la verdad, venga de donde viniere, procede del Espíritu Santo”.

LA FRATERNIDAD, CAMINO PARA LA ESPERANZA


Por Jesús Espeja
Esperanza significa mirar confiadamente al porvenir. Pero ante los desastres que estamos sufriendo, el desánimo parece lo más razonable ¿Dónde apoyar nuestra esperanza y cómo abrir camino de futuro?
1. Dónde fundamentar nuestra esperanza
En la pandemia hemos constatado la limitación de nuestro deslumbrante progreso técnico y estamos viendo cómo nuestro desarrollo económico está muy dañado pues otra vez los pobres quedan en la cuneta. Por otro lado en nuestra sociedad moderna y laica, los cristianos estamos viendo que faltan oídos para el Evangelio, hay muchos malentendidos sobre la Iglesia, y las llamadas insistentes a la nueva evangelización no dan el fruto deseado. Esas y otras dificultades sociales y eclesiales que hoy encontramos para mantener viva la esperanza quedan chicas ante un hecho tan duro e inevitable como es la muerte. En la pandemia la muerte sorda y muda se ha llevado a muchos y nos ha metido el miedo en el cuerpo.
El desinfle y el desánimo tienen su justificación incluso, y tal vez de modo especial, para los mismos cristianos. En este panorama de oscuridad, cuando vamos iniciar el tiempo litúrgico de Adviento, dejemos caer el interrogante: ¿Qué razones tenemos los cristianos para mirar confiadamente al porvenir y comprometernos en la construcción de un mundo mejor para todos?
Jesús de Nazaret constató el fracaso de su misión. Incomprendido y amenazado de muerte por los representantes oficiales de la religión, vivió la intimidad con el “Abba”, presencia inagotable de amor que se da: “no estoy solo porque el Padre está conmigo” (Jn 16,32). En esa confianza ya mirando a su muerte próxima, da gracias al Padre “porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25) Pero ¿cómo da gracias viendo que esos “sabios y prudentes” en breve le condenarán a muerte? Sencillamente porque experimenta esa presencia de Dios amor y su porvenir, ocurra lo que ocurra, ya está habitado por esa presencia.
Cuando parece que no hay razones para esperar, debemos avivar la esperanza teologal. La presencia de Dios amor en quien existimos y nos movemos inspira en nosotros confianza y coraje de futuro sin ceder a las dificultades. Esa Presencia de amor es constitutivo de toda persona humana y responde al germen o anhelo de plenitud que puja en nuestra intimidad. San Agustín vislumbró que la huella de Dios está impresa en el corazón humano .Tomás de Aquino se refiere al deseo natural de ver a Dios. Y Juan de la Cruz habla de “los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados”. A esa presencia responden hoy la insatisfacción y búsqueda de otro porvenir mejor, los gestos de gratuidad no solo en la pandemia sino también en el voluntariado, en economías solidarias, y en otros muchos y justos reclamos de liberación. Los cristianos podemos discernir en estos signos reflejos de la presencia encarnada de Dios amor y fundamento de nuestra esperanza.
2. Avivar la fraternidad
Gracias en buena parte a nuestro desarrollo técnico, estamos viendo que todos estamos interrelacionados. El mundo es una aldea global donde hay entre todos unos lazos que nos hace inseparables. La misma pandemia es sugiriendo que todos integramos un sola familia.
Pero la globalización está procediendo con la exclusión creciente de los pobres e indefensos. Una lógica inspirada en la fiebre posesiva que busca la máxima ganancia individualista utilizando irreverentemente a las personas y al entorno creacional Una lógica de descarte que se ha impuesto en todos los ámbitos. Esa lógica que sin remedio a todos deshumaniza y hace imposible la esperanza en un porvenir mejor para todos. Consciente de la situación, con gran lucidez Benedicto XVI en su encíclica “La caridad en la verdad” propuso la lógica del don que no anula sino que abre horizonte nuevo a la racionalidad del mercado. Los seres humanos hemos nacido para el don y esta vocación original exige una lógica del amor gratuito para la cohesión social. Dando un paso más el papa Francisco, en su reciente encíclica “Todos Hermanos” destaca el valor y la urgencia de la fraternidad.
Sin la fraternidad, no tienen salida los otros dos reclamos de la Ilustración: libertad e igualdad. Para salvaguardar la convivencia los ilustrados inventaron el eslogan; “mi libertad termina donde comienza la libertad del otro”. Pero según este principio, el otro sigue siendo un obstáculo para mi libertad y, lógicamente, si puedo lo elimino; es el criterio que se ha impuesto en el mercado; la competencia saludable ha degenerado en rivalidad a muerte. Solo cuando mire al otro como hermano, con su propia dignidad, entenderé que el ejercicio de mi libertad debe hacer posible la libertad del otro.
Y lo mismo para el reclamo de igualdad. Solo mirando a los demás como hermanos, entenderemos que nuestras propiedades deben estar reguladas por el bien común, y que no compartir con los pobres los propios bienes es quitarles la vida. Desde la fraternidad tejida por el amor se abre una lógica de gratuidad y compasión solidaria. La fe o experiencia cristiana en Dios como presencia de amor garantiza la dignidad de cada uno, a todos nos hace hermanos invitados a la misma mesa, y abre camino para eliminar las diferencias abismales entre los pocos privilegiados y la multitud de excluidos
3. Qué debemos hacer
Considerándonos hermanos de todos, tenemos que ser responsables haciendo lo posible para que el virus no se propague y pueda ser sofocado. Pero la fraternidad debe ser vacuna contra el terrible virus de la injusticia social, de la desigualdad de oportunidades y de la exclusión, que tantas muertes causa en el mundo y dentro de nuestra sociedad hoy a los más débiles amenaza.
En la encíclica “Todos hermanos” el papa Francisco advierte: “No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil”. En lo que esté a nuestro alcance debemos compartir nuestros recursos con los pobres y hacer lo posible para que las políticas económicas tengan como objetivo el bien común o una vida digna para todos. Y hay algo decisivo que podemos y debemos practicar cada uno: la compasión solidaria que respira la parábola del buen samaritano y el papa en la encíclica describe con detalle.
“Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. La misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes. El amor que sabe de compasión y de dignidad. Al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá pues el amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan.
Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso regateamos tanto: le dio su tiempo.
¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces?
Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano”
La práctica de fraternidad es el camino hacia un porvenir de más humanidad.