Quieren imponer la ‘teología de la prosperidad evangélica'»

Política teológica y Teología política cristo–latinoamericana (“El cambio vendrá de Latinoamérica, pero ¿qué cambio?” (II)

Iglesia latinoamericana

«No podemos seguir construyendo un cristianismo fuerte, triunfalista e institucionalista que blinde la doctrina y silencie a los incómodos»

«El Papa Francisco nos muestra con sus escritos y denuncias que lo que el mundo necesita no es tanto una religión oficialista sino una acción comprometida, un cristianismo pobre y humilde que rompa con el poder idolátrico que acaba cosificando a las personas»

«Francisco, pues, está siendo un factor incómodo para los intereses del neoliberalismo desalmado y para los poderes religiosos más conservadores y tradicionalistas»

«No cabe duda de que existe un creciente interés de los poderes establecidos para que un cristianismo extremo y fanático ocupe un lugar preponderante en la geopolítica y macroeconomía latinoamericana»

Por Jesús Lozano Pino

El teólogo de la liberación Leonardo Boff cuenta en uno de sus libros que estando en una mesa redonda sobre religión y paz entre los pueblos quiso aprovechar la ocasión para preguntarle al Dalai Lama cuál era la mejor religión. Lo más curioso es que, esperando que le respondiera el budismo tibetano o las religiones orientales, le respondió que la mejor religión era aquella que te aproxima más a Dios y al infinito, aquella que te hace mejor. Entonces, para salir de su perplejidad delante de tan sabia respuesta, Boff le preguntó qué es lo que nos hace mejor. El Dalai Lama, entonces, hizo silencio, lo miró a los ojos y le respondió que lo que nos hace mejor es siempre aquello que nos hace más compasivos y sensibles, más desapegados, amorosos y humanitarios, más éticos… La religión que consiga hacer eso de nosotros —sentenció el Lama— es la mejor religión.

Cuando titulé mi artículo en la publicación especial en homenaje a Gianni Vattimo para la revista Pensamiento al margen, «Dios es amor y si no, merece que lo matemos», precisamente estaba teniendo presente esta idea de religión que sostenía el Dalai Lama y que para mí es la esencia del auténtico cristianismo, una religión que dialoga y no se impone, que se ofrece pobre, débil y desarmada. No podemos seguir construyendo un cristianismo fuerte, triunfalista e institucionalista que blinde la doctrina y silencie a los incómodos.

Como observa de forma aguda Juan A. Senent, los poderes de este mundo siempre buscan ser divinizados, ya que eso supondría validarlos teológicamente, pero el cristiano debe tener los pies en la tierra, estar en el mundo pero sin ser como el mundo y sus bajos fondos de intereses y traiciones. El cristiano debe mostrar el carácter penúltimo del poder, cuya única misión es prestar al pueblo un servicio liberador que ayude a otros a ver el mundo en condiciones de igualdad y justicia. Aunque los gobernantes de la Tierra se señorean y los grandes ejercen su poder duramente sobre los débiles, no ha de ser así entre sus seguidores, dice Jesús. Más bien, quien quiera ser el más grande, debe hacerse, como Jesús, el más pequeño de todos, su servidor, cuestión esta que choca con muchas de las medidas políticas y manifestaciones públicas que el líder brasileño ha llevado a cabo en sus [cuatro] años de legislatura.

En cambio, el Papa Francisco nos muestra con sus escritos y denuncias que lo que el mundo necesita no es tanto una religión oficialista sino una acción comprometida, un cristianismo pobre y humilde que rompa con el poder idolátrico que acaba cosificando a las personas. Hay que abrir, pues, un nuevo horizonte de humanización en una lucha históricamente inacabada. Como dijo Ignacio Ellacuría en su último discurso en Noviembre de 1989, con motivo de la concesión de la UCA del premio internacional Alfonso Comín, «hay que subvertir la historia y lanzarla en otra dirección (…) porque esta civilización está gravemente enferma», entendiéndolo como afirma Rafael Narbona, «en el sentido también de reconstruir una historia que se nos antoja cada día más manipulada por los intereses de esas élites económicas que no tienen nacionalidades ni fronteras». 

Este es el verdadero problema del “evangelismo bolsonárico”, como a algunos nos gusta referirnos a la política teológica que este líder construye desde Brasil, y que no viene sino a situar las medidas económicas y al mercado por encima de los intereses espirituales, solidarios y ecológicos del planeta, por más que se empache de Biblia en muchas de sus declaraciones públicas. Como suele decir nuestra queridísima Ángela Sierra González, estamos ante un protestantismo legitimador de las políticas de lucro e imperialistas. Y curiosamente en todas estas políticas que surgen en la región se dan de la mano fundamentalismo religioso y extrema derecha.

No cabe duda de que existe un creciente interés de los poderes establecidos para que un cristianismo extremo y fanático ocupe un lugar preponderante en la geopolítica y macroeconomía latinoamericana, cuya única pretensión es permitir, sin ningún tipo de freno, las estrategias político–económicas del capitalismo salvaje transnacional. Ello pasa necesariamente por debilitar y cercenar el nuevo empuje que Bergoglio ha ido marcando en el horizonte de la política ecológica mundial presentando un catolicismo más centrado en la alegría de la evangelización–liberación que en la renuncia, las prohibiciones  y el clericalismo sacramentalista; más interesado en ver cómo podemos recomponer este mundo roto que perder el tiempo y las energías pensando qué pueden opinar los demás o qué es lo políticamente correcto.

Francisco, pues, está siendo un factor incómodo para los intereses del neoliberalismo desalmado y para los poderes religiosos más conservadores y tradicionalistas. Prácticamente, desde que inició su Pontificado, está siendo el blanco de los ataques de los poderes fácticos y religiosos de este mundo que ven en él un serio obstáculo, una firme contención a las ambiciosas e ilimitadas pretensiones capitalistas. Tanto en los medios de comunicación y en las redes sociales como dentro de algunos sectores eclesiales y teológicos (no sólo protestantes sino también católicos) Francisco está siendo víctima de conspiraciones que sólo buscan desacreditar y derribar a quien señalan como marxista enmascarado o incluso al mismísimo anticristo.

Ya, desde antes que Francisco celebrara el Sínodo de la Amazonía en Octubre de 2019 con objeto de defender a los pueblos indígenas y el cuidado del planeta desde una ecología integral que permitiera incorporar las voces silenciadas y olvidadas de Abya Yala, el líder brasileño Jair Bolsonaro se mostró beligerante contra las palabras que había dirigido el argentino señalando que la Amazonía es un patrimonio universal. Bolsonaro —en la cumbre del clima de la ONU que se celebró en Nueva York— afirmó: «Es una falacia decir que la Amazonía es patrimonio de la humanidad y es un error, como atestiguan los científicos, decir que nuestros bosques son el pulmón del mundo».

Brasil y sectores del propio Vaticano afearon las declaraciones y gestiones realizadas por Francisco en el Sínodo de la Amazonía. Pero Francisco se mostró comprometido con los territorios que son fuertemente presionados «por los grandes intereses económicos que apuntan su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro o monocultivos agroindustriales».

Como bien afirma Cristianismo y Justicia, «las medidas de Bolsonaro son ataques directos a los pueblos indígenas y descendientes de los quilombos [poblaciones negras rebeldes durante la época de la esclavitud], y a todos sus medios de existencia». Y existen 3 grandes ejes en el conflicto de esta crisis: por un lado, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, donde el agro–negocio brasileño quiere aprovechar la oportunidad que se abrió para la exportación de granos a China. Aquí es donde aparece el 2º eje: los intereses europeos respecto al agro–negocio brasileño, especialmente Alemania y Francia. Ello lleva, precisamente, al tercer eje: la disputa entre Alemania y Francia en el acuerdo con el Mercosur.

No se nos pasa de largo que justo en el primer año de gobierno de Bolsonaro aumentasen más de un 30% los incendios en esta zona del planeta. Los enormes intereses de las industrias, junto a la falta de escrúpulos de los que prefieren mirar hacia otro lado evidencian lo que muchos tememos: que el deseo desmedido e insaciable del hombre se abre paso día a día aplastando a cualquier persona, tierra, vegetación, animal o aldea que se ponga delante en su camino, por más que estos lleven viviendo allá por generaciones… ¿No es, como poco curiosa, la coincidencia negacionista de Bolsonaro y Trump respecto al tema ecológico y al cambio climático o, lo que es peor, la actitud contra natura que expresan irónicamente ante las medidas sanitarias de la pandemia del Covid–19 promoviendo el desconfinamiento ante miles de seguidores o acusando a la OMS de incentivar la masturbación y la homosexualidad entre los niños por las medidas en este periodo, como hizo el líder brasileño?

No hace falta ser demasiado inteligente como para sospechar, al menos, de que existen intereses muy potentes como para no aceptar la realidad más desastrosa que está azotando al siglo XXI: la crisis ecológica y la posible destrucción medioambiental del planeta por la codicia y ambición ciega de unos pocos que miran egoístamente por sus intereses particulares y los de los mercados. No se puede pasar por alto la respuesta que dio el presidente brasileño a finales de abril al ser fuertemente cuestionado por alcanzar Brasil el mayor número de muertos en un día: «¿Y qué? Lo lamento. ¿Qué quieres que haga? (…) Soy Mesías, pero no hago milagros…».

El caso es que la crisis que ha levantado el Covid–19 ha servido para destapar, entre otras cosas, las ineficaces medidas populistas y el poco contenido político que pueden ofrecer los polémicos partidos de extrema derecha. La pandemia ha puesto en jaque el armazón ideológico con el que los poderes ultraconservadores se presentaban ante el mundo: ni salvan ni saben cómo hacerlo cuando les fallan los todopoderosos resortes económicos. Ya no sólo es que no acepten a los diferentes ni ayuden a los débiles, sino que tampoco son capaces de estructurar un pensamiento lógico–racional coherente, mostrándose públicamente en innumerables ocasiones como meros bufones de la insensatez política, como cuando —al más estilo Trump— el líder brasileño afirmó, teniendo ya evidencias claras de las perniciosas consecuencias sanitarias, que el virus era sólo una «gripecita» o «resfriadito».

Pero lo peor, como insinúa Santiago Zabala, es que —desaparecidas las máscaras— dicha incompetencia destapa un mal aún más execrable. La falta de argumentos y los nervios que suscita no saber cómo responder ante una catástrofe de este calibre, unida a la baja popularidad que suscita la precariedad económica y la inseguridad social, hacen que su estabilidad política tenga que hacer equilibrios malabares para mantenerse en el poder.  Es entonces cuando se empieza a maniobrar —sin ningún escrúpulo ni disimulo—  la manipulación a las masas disconformes sin ningún tipo de pudor, al igual que hacía el nazismo, promocionando el odio al extranjero en base a su retórica nacionalista. Bajo mi punto de vista, si peligroso es un lobo disfrazado de oveja, terrible y escalofriante es ver al lobo directamente abalanzarse sobre las víctimas…

No creo que pase desapercibido tampoco que estamos hablando del líder de uno de los países económicamente emergentes, aquel que forma parte del privilegiado grupo de los BRICS. Tampoco creo que sea casualidad que Bolsonaro llegara al poder tras el voto antipetista (en una de las recesiones más duras que ha atravesado este país) y las maniobras contra Lula Da Silva y su famosa acusación de corrupción, aprovechando como una tormenta perfecta el descontento popular de muchos hacia los miembros del PT, el que se dio y el que se fomentó a través de lo que podríamos llamar “las redes de la mentira”. A mi entender se dieron unas circunstancias orquestadas para que Bolsonaro, un diputado mediocre que había cambiado siete veces de partido, bautizado católico pero que acabó siendo protestante tras casarse con su esposa (entrando a formar parte de las exclusiva y poderosa política evangelista de Brasil) pudiera llegar a la presidencia. Todo apunta a que hay “gato encerrado” cuando vemos a un país muy religioso, pero laico por constitución (que lleva como consigna en su bandera las máximas del positivismo: orden y progreso), gobernado por los poderes ultraderechistas que se fusionan, curiosamente, con un protestantismo elitista, intolerante y exaltado. 

Un claro desencadenante de la llegada al poder de Jair Bolsonaro fue el apoyo (¿incondicional?) que obtuvo de Edir Macedo, obispo de la Iglesia Universal del Reino de Dios y dueño del segundo canal de televisión más importante de Brasil (TV Record) que ha sido acusado por tráfico de drogas y evasión de impuestos. Muy significativo es descubrir que dicho medio de información fue el único que pudo hacerle una entrevista al entonces candidato Jair Bolsonaro. Pero, ¿cómo es posible que el evangelismo sea uno de los grupos de poder más potentes en Brasil? Pues precisamente porque los grupos religiosos, que ya eran un grupo de poder, con la entrada de Bolsonaro al Palacio de la Alvorada aumentaron enormemente su influencia logrando  ser también parte del gobierno, en base a los millones de votos conseguidos de las zonas pobres de Brasil. Bolsonaro se aprovechó de la religión para llegar al poder y la religión se aprovechó de Bolsonaro para instalarse en él. Sus soldados: un ejército necesitado de pan con fieles defensores de la doctrina y la moral evangélica en sus filas, y unos cuantos que saben aprovechar y sacarle políticamente partido. 

Es tal la influencia de un evangelismo fundamentalista en Brasil que en poco tiempo hemos contemplado una serie de medidas sin precedentes, como por ejemplo, «la escuela sin partido», como se conoce al lema que generó para revisar la historia del golpe militar de 1964 y poder así proteger a sus estudiantes de la ideología marxista. O el pronunciamiento público que hizo la ministra de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos a favor de que la mujer sea sumisa al hombre, en una interpretación, qué menos que literalista y descontextualizada, de la Biblia. Este tipo de manifestaciones públicas, incluso legislativas, son pasos agigantados de amistad hacia las políticas norteamericanas de Donald Trump, pues anuncian la más arraigada «teología de la prosperidad evangélica» (toda riqueza es una bendición de Dios y la pobreza, un castigo) pero, sobre todo, desde el punto de vista de la estrategia norteamericana es la certificación de un nuevo y potente aliado que puede ser de gran ayuda a la hora de contener y subvertir las últimas revoluciones de la izquierda latinoamericana. Una brillante y poderosa simbiosis político-económica…

El discernimiento personal y comunitario es una de las cosas que más echo en falta en el fanatismo del protestantismo extremo. Como bien apunta el Papa Francisco en su homilía del confinamiento del 7 de mayo de 2020, los cristianos deben distinguir la inspiración divina de la sugestión del diablo. Hay que escuchar las distintas voces plurales, por supuesto, pero también hay que saber distinguirlas, discernir de dónde vienen y a dónde nos llevan (tarea esta que no sólo todo creyente sino también todo político debe tener en cuenta). «La voz maligna —afirma Francisco— seduce, agrede, obliga, suscita ilusiones deslumbrantes, [egoístas, irracionales], emociones alentadoras, (…) La voz de dios es una voz que tiene un horizonte, en cambio la voz del maligno te lleva a un muro». Y mientras la voz de Dios nos invita a «ir más allá de nuestro yo para encontrar el verdadero bien, la paz (…), el mal no dona jamás paz, causa ímpetu primero y deja amargura después». Como refiere Francisco al final de su homilía, la voz del buen pastor (nunca mejor dicho en el contexto de este artículo) nos hace salir de nuestros egoísmos y nos saca a los campos de la verdadera libertad, mientras que una visión engañosa de Dios te lleva siempre a la oscuridad, la falsedad, la habladuría y a encerrarse en tu propio egoísmo y mentira. 

Francisco, desde el primer día que apareció con los zapatos gastados en los balcones del Vaticano tras la «fumata blanca», dio pistas claras del tipo de pontificado que quería ejercer en la Iglesia católica. Pero nadie previó que su alcance iba a traspasar la frontera religiosa. Ya en 2015 publicó su famosa Encíclica Laudato Si, donde denunciaba la explotación de la selva amazónica por parte de los intereses económicos internacionales. Tres años después, visitando Puerto Maldonado (Perú), volvió a insistir en esa idea concretando dichos intereses, los conocidos como el petróleo, el gas, o la madera, pero también el material estratégico que puebla la zona… Francisco es una voz que grita en medio del desierto, quizá uno de los pocos líderes proféticos de nuestro tiempo.

 “El Papa verde”, entre otras cosas, insta a que optemos por el cosmocentrismo, renunciando al eclesiocentrismo y al antropocentrismo, y anima encarecidamente a revisar el papel de la mujer, pues el futuro para Francisco pasa por una ecología y una humanidad integral con las mujeres como protagonistas. Pero quizás una de las cuestiones más relevantes, al menos desde el punto de vista doctrinal, es que Francisco, que precisamente no se caracteriza por ser doctrinario y ha sido acusado de improvisador y populista, e incluso recientemente de hereje en la Correctio filialis de haeresibus propagatis, tiene la intención de incluir «el pecado ecológico» en el Catecismo de la Iglesia católica, ya que el comportamiento individual, empresarial, nacional y multinacional está dañando nuestra casa común, siendo este —en sus propias palabras— un verdadero «ecocidio». Ya en el Sínodo de la Amazonía propuso definir dicho pecado como la acción u omisión contra Dios, que se traduce en toda acción contra el vecino, la comunidad y el medio ambiente por malos hábitos de contaminación y destrucción de la armonía global. 

Al hilo del asunto medioambiental y la crisis social y económica generada por la pandemia, es para mí significativa la nueva situación discriminatoria resultante de ella, tal y como podemos seguir en las noticias. Llama poderosamente la atención que los ricos se están haciendo más ricos aprovechando que las casas y artículos de lujo están a precio de saldo por la crisis; están alquilando o, incluso, comprando playas privadas con embarcaderos con fines exclusivamente personales, marcando así una independencia y privilegio social al poder hacer uso de ellas de forma totalmente particular (ya que están cerradas al público). Así van tomando el sol de cala en cala en sus cómodos y lujosos yates, mientras el resto del mundo, el grueso de los ciudadanos de a pie no podemos si quiera salir a la calle con normalidad, qué decir de ir a las playas públicas sin permiso…

Es verdaderamente escandaloso que la gran mayoría [en estos años] hayamos necesitado llevar guantes y mascarillas protectoras, esas que a veces no se consiguen con facilidad,  y unos pocos puedan permitirse el lujo de no precisarlas respirando el aire puro del mar mientras timonean su embarcación…, por no entrar ahora en la constante denuncia que Francisco hace de la indiferencia con la que el mundo asume el problema de los refugiados o de aquellos que se juegan la vida en las vallas o en las aguas de Lampedusa y el Estrecho. Un dato más que se suma a la larga lista de elementos indeseables del imperialismo económico, político e ideológico que nuestro sistema capitalista permite y respalda. 

Anterior a esta entrada: https://www.religiondigital.org/hacer_realidad_lo_posible-_jesus_lozano_pino/Cristo-Latinoamerica-resurgir-Abya-Yala_7_2533316657.html

“Cristo–Latinoamérica y el resurgir de Abya Yala” (Parte I de “El cambio vendrá de Latinoamérica, pero ¿qué cambio?”), publicado en 2021 en la Edit. Dykinson. Véase también: Pandemia Globalización Ecología, de la Edit. UNED

Jesucristo ¿es de izquierda o de derecha?

«Sobre Jesucristo se han dicho muchas cosas. Ha sido calificado como un gran revolucionario, algunos lo consideran un anti sistema o, incluso, se le ha llegado a apodar ‘el primer comunista'»

«Hay quien apela a estos apellidos diciendo que no son sino interpretaciones interesadas de aquellos que quieren usar de forma partidista para beneficio propio la figura destacada de Jesús de Nazaret, a quien un gran número de seguidores consideran el ‘Hijo de Dios'»

«El problema: una derecha que no acompaña las líneas estratégicas del Concilio Vaticano II, por no hablar de los planteamientos evangélicos y eco-fraternales de Francisco, y una izquierda que lucha contra la supervivencia de la propia Iglesia y la educación religiosa en general»

Por| Jesús Lozano Pino

Sobre Jesucristo se han dicho muchas cosas. Ha sido calificado como un gran revolucionario, algunos lo consideran un anti sistema o, incluso, se le ha llegado a apodar “el primer comunista”. Hay quien apela a estos apellidos diciendo que no son sino interpretaciones interesadas de aquellos que quieren usar de forma partidista para beneficio propio la figura destacada de Jesús de Nazaret, a quien un gran número de seguidores consideran el “Hijo de Dios”. No voy a discutir yo esto, sólo quisiera dar un par de anotaciones:

En primer lugar, creo que Jesús no se dejaría atrapar por estereotipos fáciles o cómodos ni por titulares sensacionalistas de esos que hoy día proliferan y que con suma facilidad aceptamos y, en segundo lugar, como dice el Papa Francisco, no es que los cristianos se parezcan a los comunistas, sino que más bien son los comunistas quienes piensan [en algunos aspectos] como los cristianos. Pero, al fin y al cabo, hemos de reconocer que la revolución que trajo Cristo no fue la que muchos de sus contemporáneos buscaban ni esperaban: ni zelotes ni bandoleros, por ejemplo, se vieron totalmente reflejados en el mensaje revolucionario de caridad que proclamó tanto en palabras como en obras el nazareno.

Ahora bien, una vez dicho esto, quiero dejar claro que lo que, curiosamente, nunca he encontrado una sola alusión a Jesús de Nazaret relacionada —a nivel de pensamiento y ejercicio político— con “las derechas”. Jamás he oído decir a alguien que Jesús fue un fascista, por ejemplo, o un dictador; tampoco un moralista o un neoliberal…, cuestión esta que me lleva a pensar, salvando las distancias y respetando los diferentes espacios que configuran la órbita de lo político y lo religioso, que Jesús de Nazaret estaba próximo en su praxis social y teológico-política con la proclamación liberadora que prometía que el reino de Dios estaba ya cerca, anuncio este ilusionante para los excluidos, enfermos, pobres y estigmatizados de su época; políticas estas, al menos en el terreno teorético, más próximas a las proclamas de izquierda que a las de derecha.

Llegado a este punto, quizá sea conveniente recordar que, en el ámbito político, los términos “izquierda” y “derecha” se originaron en la votación del 28 de agosto de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente de la Revolución francesa, donde se discutía un artículo en el que se establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas por la futura Asamblea Legislativa. Los diputados que estaban a favor del mantenimiento del poder absoluto del monarca se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea. Los que estaban en contra y defendían que el rey solo tuviera derecho limitado, poniendo por tanto la soberanía nacional por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente. Curiosamente, los diputados sentados a la derecha eran portavoces de la gran burguesía. En el centro figuraban diputados independientes, carentes de programa político definido y, a la izquierda los diputados que representaban a la pequeña burguesía y al pueblo llano, muy contrarios a la jerarquización entre individuos… Así, el término “izquierda” quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y social con miras hacia una mayor igualdad y justicia social, mientras que el término “derecha” quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios.

Jesús fue un hombre que se enfrentó especialmente con la jerarquía religiosa establecida en el mundo judío, la cual era a su vez (hasta donde le permitían los romanos) una élite social con privilegios e influencia política. Sus principales conflictos se debieron a la estrecha visión que estos estamentos socio-religiosos mantenían y la poca compasión y empatía que mostraban con los más débiles: los pobres, enfermos y desfavorecidos, a los que consideraban también alejados del aprecio de Dios. Jesús, ante esta hipocresía y falta de misericordia, se posiciona claramente a favor de las víctimas, de los pequeños y débiles denunciando con firmeza la actitud mezquina de los corazones inflexibles e intolerantes.

Las palabras más duras e implacables que Jesús dirigió en vida fueron las que pronunció contra los escribas, sacerdotes y fariseos, a los que llegó a llamar “sepulcros blanqueados”. Todo el acento lo ponían en la conservación y cumplimiento de las tradiciones y costumbres que circulaban en torno al templo y la pureza. Y es que, como solía decir en toda ocasión que se ofreciera el jesuita Toni Catalá, que Dios sea compasivo no interesa a todo el mundo, interesa más un Dios que castiga a los malos y premia a los buenos, un Dios que hace categorías y clases… No es así extraño que el gesto más radical y llamativo de Jesús justamente lo llevara a cabo en el Templo de Jerusalén. Todos recordaremos aquel episodio en el que Jesús expulsó a los cambistas del Templo afirmando que habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones, desvirtuando, así, el verdadero sentido de culto que este espacio debería tener.

Catolicismo cristiano –y no digo a Cristo–, con la derecha y las políticas conservadoras?

Considero que hay dos motivos principales: el primero es la defensa a ultranza que estas ideologías que llamamos de derechas mantienen respecto a las tradiciones, los cultos y una moral adoctrinada-jerarquizada que, en cierto modo, necesita a Dios como garante de la armonía y supervivencia de la estructura jerárquica-vertical deseada. A esto habría que sumarle, en concreto en nuestro país, la idiosincrasia y los ecos del caso español: una Iglesia oficialista que se plegaba a las directrices políticas de la dictadura y un gobierno estrechamente vinculado al conservadorismo católico para que todo fuese –perdonen la expresión– “como Dios manda”, lo que pretendía el nacional-catolicismo de la época, cuya herencia y coletazos siguen influyendo en las políticas actuales ultraconservadoras y suscitando en la izquierda política un reflejo automático y visceral contra todo lo que posee un intenso olor a añejo.

Es llamativo observar cómo las políticas neofascistas sin escrúpulos y los fundamentalismos religiosos se alían con el cristianismo más conservador en el discurso del odio y la crispación social, y no menos curiosa es la coincidencia de personas que agrupan este núcleo duro, todas ellas contrarias a las políticas teológicas-pastorales del Papa Francisco.

Pero, por otro lado, considero que los partidos de izquierda, aquellos que asumen actuaciones sociales más equitativas e igualitarias y propugnan una justicia, no sólo a nivel local sino universal, y un respeto por las diferencias, no están sabiendo evolucionar suficientemente a nivel doctrinal ni político al no contemplar ni integrar algunos retos que la praxis cristiana viene trabajando desde hace mucho tiempo y, en algunos aspectos, desde siempre. Existen claros puntos de convergencia: la lucha por la justicia y promoción social en países y continentes pobres, el respeto y reconocimiento de la condición jurídica de los territorios y autoridades indígenas, la acción en la acogida y acompañamiento a las personas vulnerables y excluidas, entre otros….

Hay que reconocer que donde no llegan los gobiernos llega Cáritas; o qué decir de la crítica valiente que hace Francisco a la falta de escrúpulos que tienen algunos países (¿desarrollados?) y empresas transnacionales al sangrar a los más débiles del planeta sin importarles los millones de pobres que sus objetivos particulares producen a su paso como maquinaria del descarte… o, cómo no, la lucha por una ecología integral y el desarrollo sostenible que plantea Bergoglio (el “Papa verde”) en sus documentos e intervenciones públicas.

Hoy por hoy Francisco, el máximo representante del catolicismo, es reconocido como el personaje público de mayor credibilidad mundial. Sus declaraciones y documentos ecológicos, económicos y teológico-políticos no están siendo, repito, suficientemente aprovechados; considero que no se está sabiendo seguir la huella de su pisada, seguramente por su carácter de representante católico… Lástima, porque su huella deja un rastro muy humano y solidario que siembra esperanza en tiempos de aturdimiento y confusión pre y pos pandémicos. Quizá por ello Gianni Vattimo propone que sea Francisco quien lidere y reconstituya el nuevo orden mundial, recogiendo y convergiendo las fuerzas débiles de la izquierda para reconducir este mundo roto hacia la casa común que muchos esperamos construir. Sólo así será posible que quienes andan al margen de las estructuras sociales y económicas sean incluidos y cuenten en espíritu y en verdad.

Difícilmente se puede realizar esto sin “hacer lío”, pero ¿qué mayor “lío” que proponer un proyecto de ciudadanía global que se consolide de abajo arriba y donde nadie quede tirado en la cuneta, una comunidad de reunidos que sepan sumar e integrar diferentes sensibilidades al proyecto plural revolucionario de la solidaridad y la inclusión? Como afirma Gianni Vattimo, el cristianismo no debe pretender ser una metafísica natural con pretensiones de verdad, como un conjunto de enunciados verdaderos (por los que quizá histórica y contextualmente muchos no entren, o incluso más adelante pudieran correr el riesgo de ser desmitificados o refutados) sino más bien una ética de la caridad universal que se ofrece, “un amor que se identifica, en el mensaje del evangelio, con los vulnerables: la viuda, el extranjero pobre, la mujer que sufre, los parias de la tierra”.

A pesar de que últimamente hay una mayor apertura y simpatía fuera del terreno religioso hacia la figura del Papa, de la que tiene mucha culpa Francisco, es muy probable que estas palabras mías no gusten demasiado a algunos de mis colegas del ámbito filosófico, pues las pueden considerar una apología del cristianismo o una intromisión creyente en la filosofía política, para muchos un reino este excluido para las religiones y creencias.

Me duele observar cómo las ideologías que encarnan los partidos de izquierda convierten el acoso y derribo a la Iglesia (o a todo lo que huela a religión) en uno de sus objetivos primordiales…, como si el único o principal problema se originase en este espacio, dilapidando energías en esta tarea y, sobre todo, desperdiciando aspectos fundamentales de la praxis cristiana que aportan argumentos recios y convergentes respecto a la justicia social, la dimensión ecológica o económica, entre otras, y olvidando, en última instancia, que países constituidos oficialmente como ateos han demostrado que no han sido una alternativa ni posible ni creíble a la hora de extirpar el mal endémico del hombre.

A esto habría que añadir que en España se tiene mala memoria. Por un lado, se tiene un concepto de Iglesia preconciliar que, en general, no corresponde con la realidad de hoy, tan sólo refleja una pequeña parte, eso sí, muy ruidosa y, por otro, olvidamos que algunos sindicatos y movimientos sociales tienen su origen, curiosamente, en la lucha que los militantes de las hermandades cristianas desarrollaron en la reconstrucción del mundo obrero español. Otra cuestión diferente sería matizar aquellas situaciones donde la historia, la tradición o el contexto han hecho prevalecer o han favorecido a la institución eclesial. Estas deben ser revisadas y cuestionadas, ya que se gobierna para todos: para creyentes (de diversas religiones) y para no creyentes (con diversas sensibilidades).

No podemos ignorar que esta incómoda situación hace que muchos que se consideran creyentes cristianos, se replieguen ₋como si de un búnker o escudo se tratase₋ en aquellos partidos que explicitan su voz a favor del ámbito religioso o eclesial o, al menos, no lo atacan. Lástima, porque existen muchísimos creyentes y comunidades cristianas que mantienen una mayor aproximación a la izquierda que a la derecha en su interpretación y traducción cristiana socio-política. Y la tienen porque toda teología es política y, en este caso, su motor, su matriz y su incansable lucha parte del corazón de los evangelios a propuesta de Jesús de Nazaret. Sólo hay que mirar los evangelios para darse cuenta de la traducción socio-comunitaria de inclusión que la oferta cristiana genera. Se trata simplemente de activos ciudadanos que tienen fe en Jesús; ¿y cuál es el plan? ¿Exterminar la religión…, diluir a la Iglesia? Bajo mi opinión, este es uno de los errores que está cometiendo una amplia parte de la izquierda: hablar de pluralidad, integración, tolerancia y arremeter –bajo una ideología trasnochada del XIX– contra gran parte de su base activa. ¿Eugenesia política? No podemos ignorar, aunque sólo sea como una medida estratégica sagaz, que lo que no suma, resta.

Como anécdota quisiera contar que hace no mucho en una clase me preguntaron de qué partido político sería hoy Jesucristo (digamos que a qué partido Jesús votaría en unas elecciones…, se entiende que en España). Me quedé un poco sobrecogido pensando para mis adentros qué podía responder ante tal incisiva y compleja pregunta. Mi reacción fue devolverle la pregunta al alumno (y a la clase). La respuesta general a esta pregunta fue “Vox”. Así pues, me armé de valor y pregunté por qué Vox. A lo que me respondieron algunos alumnos que era el único partido que defiende a la Iglesia. Creí entender lo que querían expresar y, a pesar de mi respeto a las diferentes sensibilidades políticas y religiosas, volví a hacerles una nueva pregunta: ¿pensáis, entonces, que este partido sigue, por ejemplo, las líneas estratégicas del Papa Francisco acerca de la acogida incondicional a los refugiados e inmigrantes, y la búsqueda de una Iglesia menos preocupada por la doctrina y sus privilegios y más orientada a la evangelización, la caridad fraterna y el diálogo e integración interreligioso e intercultural? El silencio se hizo en la clase… pero ¿acaso podía afirmar yo que Jesús votaría a la izquierda, a uno de esos partidos que arremeten públicamente y por sistema contra la institución religiosa y sus creencias? Este es el problema: una derecha que no acompaña las líneas estratégicas del Concilio Vaticano II, por no hablar de los planteamientos evangélicos y eco-fraternales de Francisco, y una izquierda que lucha contra la supervivencia de la propia Iglesia y la educación religiosa en general.

Mucho estamos hablando en este artículo de izquierda y derecha, pero no está mal recordar que hoy día decir “izquierda” y “derecha” es cuestión de matices, no banales, pero matices, porque es el sistema neoliberal capitalista quien engulle las diferencias y paraliza las posibles réplicas transformadoras. Ya nos lo advertía Marcuse, el sistema capitalista se reinventa continuamente para sobrevivir y anula nuestro sentir crítico a base de migajas de felicidad que nos proporciona la cosificante e insaciable maquinaria productiva de la sociedad de consumo. Eso sí, quizá podamos advertir que uno de estos rasgos que diferencian la izquierda de la derecha sea cómo se enfrenta cada una al Todopoderoso Sistema, el Dios de los últimos siglos. Mientras la derecha apoya y ayuda para que la economía de mercado dirija las políticas, la izquierda procura, si acaso, frenar, resistir y debilitar, al menos un poco, este imparable tsunami procurando que sea la política la que dirija la economía y no al revés.

Una cuestión que puede ilustrar este asunto es ver cómo ya en noviembre y, especialmente, en diciembre del terrible año 2020 un gran número de políticos mostraban su análisis sobre la Pandemia bajo un discurso económico que llevaba como eslogan “Hay que salvar la Navidad” (entendiendo aquí “Navidad” como un claro espacio comercial y económico de mercado).

 Curiosamente, en la época de Jesús, los pobres, enfermos y pecadores, aquellos que eran considerados castigados por Dios, comprendieron, no que había que salvar la tradición y la religiosidad, la misma que a ellos estigmatizaba (aquí vuelve a nosotros la escena de Jesús en el templo de Jerusalén expulsando a los vendedores y cambistas), sino que fue la presencia de Jesús, un Dios encarnado y débil (la Navidad) quien devolvió la esperanza y salvó a esta pobre gente dándoles una verdadera buena noticia.

Es el mensaje de Jesús, cuidadosamente interpretado desde abajo, quien libera a los hombres de la losa del cumplimiento y la alienación rigurosa e inflexible, ofreciendo al mundo un rostro más fraternal y humano, o como afirma Leonardo Boff en uno de sus títulos más conocidos, un rostro materno de Dios, pues “la revolución de Jesús consistió fundamentalmente en haber superado la ética de la norma con la ética de la responsabilidad y del amor que se expresa en el reconocimiento de la persona y en la búsqueda de relaciones fraternales (…)”. No es que haya que salvar la Navidad, sino que la Navidad es la que nos salva. No es que la economía tenga que dirigir las políticas sino que las políticas, las buenas políticas solidarias, humanas e inclusivas deben conducir la economía…para beneficio de todos y no de unos pocos.