60º Aniversario de la ´Pacem in terris´

Historia de REDACCIÓN 

El jueves Santo, día 11 de abril de 1963, el papa san Juan XXIII daba a conocer su encíclica Pacem in terris , de la que este año se celebra el 60.º aniversario. Fue sin duda el broche de oro de un pontificado excepcional para la Iglesia y para el mundo, entregado como verdadero testamento personal, pues Juan XXIII moría, como los justos, a las pocas semanas fiel a su lema episcopal, “obedientia et pax”, al que siempre se atuvo, como nos recordó el cardenal Roger Etchegaray, uno de sus mejores biógrafos; él manifiesta que con frecuencia el papa repetía: “Quisiera morir con el gozo de haber hecho siempre, incluso en las cosas pequeñas, honor a mi divisa”. Nadie puede negar que en su breve pontificado así lo hiciera también en las grandes cosas, baste citar la encíclica Mater et magistra , sobre la misión de la Iglesia en nuestro tiempo, así como también el acierto en la convocatoria del concilio Vaticano II, demostrando un celo pastoral y ecuménico al que, sin duda, está llamada la Cátedra de San Pedro.

Juan XXIII vivió la Primera Guerra Mundial como capellán en las trincheras, donde vio y sufrió el horror de la guerra. Posteriormente, fue visitador y delegado apostólico en Bulgaria y, más tarde, ya en pleno nazismo, entre 1935 y 1944, como delegado apostólico en Turquía y Grecia, desarrolló una intensa labor en defensa de los judíos y otras minorías, desde la responsabilidad que ostentaba. Cuando Francia fue liberada en 1944, se le nombró nuncio apostólico y allí vivió en 1948 la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se asienta en la inviolable dignidad de la persona humana. Él, que ha vivido los horrores de la guerra y el desprecio de la persona humana hasta límites insospechados, dirige su encíclica a los fieles y, también, por primera vez en una encíclica papal, a todos los hombres de buena voluntad.

A los 60 años de la guerra de los misiles

Juan XXIII: el Papa que evitó una guerra atómica

Juan XXIII
Juan XXIII

El Papa Juan fue un personaje secundario del episodio más espinoso de la Guerra Fría, cuya mediación resultó sumamente importante para que el bloque capitalista y el bloque comunista utilizasen la diplomacia en provecho del desarme nuclear.

Un año antes, comenzándose a construir el Muro de Berlín, el pontífice ya había hecho un llamamiento a la paz.

Cuando los periódicos de todo el mundo se hicieron eco del paso atrás que dieron los misiles soviéticos y los militares estadounidenses en Cuba, no fue fácil calibrar cómo de determinante fue la influencia del Vaticano

Por Lucía López Alonso

Los discursos incendiarios de la ultraderecha extendida tanto en América como en Europa, la invasión rusa de Ucrania y la amenaza nuclear que sobrevuela las relaciones internacionales actuales han hecho que los 60 años de la crisis de los misiles se cumplan en el contexto de una especie de segunda Guerra Fría.

Como escenificación de lo que daría paso a su episodio más espinoso, la llamada crisis de los misiles, todo el mundo recuerda la fotografía de Kennedy y Kruschov en Viena (en 1961, un año antes del estallido de la crisis). Pero hubo un personaje secundario en aquella historia, cuya mediación resultó sumamente importante para que el bloque capitalista y el bloque comunista utilizasen la diplomacia en provecho del desarme nuclear. De familia campesina, era de forma de ser humilde pero apasionada. Ese 1962 cumplió 80 años y en el Vaticano le conocían como el Papa Juan XXIII.

Comprometido desde el principio de su papado con el diálogo entre los pueblos, el Papa Juan ya había hecho un llamamiento a la paz y el desarme globales cuando en 1961 se comenzó a construir el Muro de Berlín. Lo mismo que los líderes del “Tercer Mundo” (de Nehru en India al Egipto de Nasser), al pontífice le disgustaba la política de bloques; la división bipolar de las naciones en un “Primer Mundo” capitalista, Estados Unidos y su ámbito de influencia, y un “Segundo Mundo” comunista, la URSS y lo que controlaba territorial y políticamente. Lo peor de esa constante y expansiva disputa del poder a gran escala era que podía arrastrar a una guerra nuclear en cualquier momento: ambas superpotencias poseían armamento atómico.

Kennedy y Kruschov
Kennedy y Kruschov

Entonces EE.UU. descubrió, ya en el 62, que el enemigo soviético había colocado en Cuba, la isla del Caribe en la que había triunfado la revolución comunista de Fidel Castro, aviones espías con rampas de lanzamiento de misiles. Lo que dejaba a tiro un ataque nuclear al enemigo yankee. Fue el punto álgido de la escalada de tensiones. El entonces presidente de EE.UU., Kennedy, anunció un bloqueo naval de Cuba. Kruschov, el de la URSS desde la muerte de Stalin y desestalinización, se acogió al derecho de navegación y recordó que los americanos eran los primeros en poseer bases militares por doquier.

Así se desató la crisis: enredados los presidentes en un diálogo en el que ninguna de las partes quería dar su brazo a torcer, se hacía necesaria la intervención de terceros para librar al mundo del conflicto nuclear.

El Papa del Vaticano II

Días antes, en Roma, se había inaugurado el Concilio Ecuménico Vaticano II. Aunque el presidente Kennedy, el primer presidente católico de los EE.UU., había prometido en campaña no establecer relaciones diplomáticas con la Santa Sede, Juan XXIII, abierto como el Concilio que estaba impulsando, había recibido a su esposa Jacqueline Kennedy y hablado de “fraternidad humana”. La Primera Dama dejó caer que, en el fondo, nadie quería apretar el botón nuclear: la comprensión internacional tenía que ser posible.

Fidel Castro, en una imagen de 2014.
Fidel Castro, en una imagen de 2014.

Por su parte, ese mismo otoño Kruschov felicitó el 80º cumpleaños al Papa. Se trató de la primera comunicación que la URSS establecía con la Santa Sede desde aquel otro otoño, el de la revolución de 1917. “Algo de mueve en el mundo”, se convenció el Papa, impresionado. Y anunció al personal del Vaticano que deseaba mediar entre los EE.UU. y la URSS.

El deshielo

Ambas potencias aceptaron el papel del Papa, y empezaron las negociaciones. Kruschov retiraría los suministros bélicos a Cuba, pero a condición de que EE.UU. garantizase no invadir la isla castrista. Pero, cuando los periódicos de todo el mundo se hicieron eco del paso atrás que dieron los misiles soviéticos y los militares estadounidenses en Cuba, no fue fácil calibrar cómo de determinante fue la influencia del Vaticano. El Papa, sin embargo, debió de convencerse de que, ejerciendo de moderador, había enfriado la amenaza nuclear. Al contrario que su predecesor, Pío XII, un anticomunista declarado.

Referente para Francisco

Un año después de la crisis de los misiles, en 1963, Juan XXIII publicó su célebre encíclica, la Pacem in Terris. Por primera vez un Papa se dirigía “a todos los hombres de buena voluntad”, y no solo a la catolicidad. El 63 fue también el año de su muerte, por lo que su mensaje sobre la paz y los derechos humanos ha pasado a la historia con un halo de urgencia. Le quedaba, tras las discordias pasadas, al Papa poco margen para responder a las pugnas o signos de su tiempo y advertir sobre las incertidumbres del futuro.

‘Algo de mueve en el mundo’, se convenció el Papa, impresionado. Y anunció al personal del Vaticano que deseaba mediar entre los EE.UU. y la URSS

Desde que Francisco fue nombrado Papa, se ha hecho evidente que Juan XXIII es uno de sus principales referentes. Por su forma de ser sencilla y porque ambos papas, en sus encíclicas y discursos, han abogado por la fraternidad, la paz mundial y el fin de las actividades nucleares. Pero no han reducido su papel a las enseñanzas teóricas, sino que también el Papa Francisco ha mediado entre EE.UU. y Cuba para contener las tensiones y lograr que se emprendan mesas de diálogo. Otro gran deshielo al que ha contribuido, sin fanfarrias, ese “hombre de buena voluntad” que a día de hoy ocupa la silla de San Pedro.

Juan XXIII en un recorte de prensa: la crisis de los misiles y un mundo al borde la de guerra nuclear
Juan XXIII en un recorte de prensa: la crisis de los misiles y un mundo al borde la de guerra nuclear

El 60º Aniversario del Vat II


Sesenta años del Vaticano II, el Concilio que quiso cambiar la historia de la Iglesia pero la dividió en dos

El Vat II inaugurado pr Juan XXIII

Por Jesús Bastante

“Hay católicos que prefieren ser hinchas del propio grupo más que servidores de todos. Progresistas o conservadores antes que hermanos y hermanas, de derecha o de izquierda más que de Jesús”. El papa Francisco lanzó esta semana un lamento ante los católicos que, especialmente desde el Concilio Vaticano II, han cambiado el Evangelio por la ideología y han creado una religión basada en el poder y el control. Nada nuevo bajo el sol a lo largo de dos milenios de historia de la Iglesia, en la que el Concilio Vaticano II, de cuya apertura se cumplen esta semana 60 años, no fue sino un paréntesis.

Bergoglio parece empeñado en resucitar ese paréntesis con un camino sinodal, pero se encuentra enfrente con los sectores ultraconservadores de la Iglesia.

¿Está solo el papa Francisco en la defensa de una “Iglesia  libre y liberadora”, como señaló este lunes, en la misa en recuerdo de la apertura, por parte de Juan XXIII, del último concilio en la historia de la Iglesia? ¿O, como él mismo asegura, la institución ha sucumbido a “la tentación de la polarización»?

60 años después, el Concilio es un absoluto desconocido para la gran mayoría de creyentes, especialmente en Europa y Latinoamérica. En su día supuso una apertura inédita de la Iglesia católica tras las dos guerras mundiales que devastaron Europa, y una búsqueda de la unidad perdida después del Concilio de Trento (1545-1563), que consagró la ruptura con la reforma de Lutero. La ‘restauración’ ordenada por el aparato curial de Juan Pablo II y Benedicto XVI volvió a forjar una Iglesia de prohibiciones y castigos, alejada de la búsqueda de la fraternidad, la escucha y la aceptación de los “signos de los tiempos”, como anhelaba Juan XXIII cuando abrió el Concilio.

Francisco intenta resucitar el espíritu del Concilio de hace seis décadas al convocar un sínodo mundial en el que –en principio– se puede hablar de todo: ordenación de mujeres, matrimonio gay, apertura a otras confesiones, fin del celibato obligatorio o una Iglesia más participativa.

Aquel Concilio terminó por qudar afeitado por los sectores más reaccionarios. Tras la sorpresa inicial, lograron mantenerse al mando de una Iglesia que, pese a aceptar grandes cambios en su época (desde la liturgia en las lenguas vernáculas al fin de las misas en latín y de espaldas al pueblo, pasando por dejar de considerar a los judíos como el pueblo culpable de la muerte de Jesús, o aceptar la laicidad como una realidad en los estados modernos), comenzó a trabajar por demolerlos o, en su defectos, meterlos en el congelador.

Así, tras Juan XXIII y Pablo VI (quien advirtió que ‘el diablo’ se había introducido dentro de los muros vaticanos, y quien estuvo a punto de aprobar cuestiones todavía hoy polémicas en la Iglesia como la píldora abortiva o la paternidad responsable, que Francisco está tratando de recuperar), el larguísimo papado de Juan Pablo II y su política condenatoria de los teólogos progresistas y de cesión ante los grupos que no aceptaron el Concilio, o lo hicieron con la boca pequeña, trazó una hoja de ruta para bloquear los cambios aprobados por el Vaticano II.

De esta manera, grupos neoliberales como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei alcanzaron inusitadas cotas de poder que ni los escándalos de sus líderes (Maciel es uno de los mayores depredadores sexuales conocidos en la Iglesia contemporánea, y tanto la beatificación como la canonización de Escrivá de Balaguer fueron puestas en cuestión por buena parte de los creyentes) pusieron en discusión.

Junto a ellos, sumando más influencia cada día, grupos cismáticos como los lefebvrianos y otros, desde la oficialidad de la institución, potenciaban una Liturgia netamente conservadora y una doctrina de moral sexual y familiar que echaba por tierra los principios planteados por el Concilio.

Para el teólogo Félix Placer, la convocatoria del Concilio en los años sesenta del siglo XX “puso en pie de guerra a la dominante ala conservadora que, alarmada por aquella decisión personal del Papa, podía cambiar el rumbo de la Iglesia”. No lo lograron en un principio, y el Vaticano II “fue una asamblea sorprendentemente abierta al mundo”, sin “definiciones dogmáticas” y que consagró un “cambio copernicano: del ‘Fuera de la Iglesia no hay salvación’ se pasó al ‘Fuera de los pobres, no hay salvación’”.

Sin embargo, “a los pocos años, una sensación de frustración comenzó a sentirse ante el sesgo dominante que tomaba la línea del sector conservador que, liderado por la Curia romana y sectores jerárquicos reticentes a las reformas conciliares, trataba de reorientar las pautas conciliares hacia planteamientos preconciliares”, hasta el punto de que el teólogo Hans Küng llegó a hablar de “traición al concilio”.

La Iglesia, en expresión de Karl Rahner, otro de los grandes promotores del Concilio, se retiró “a los cuarteles de invierno”, huyendo de la primavera conciliar, y las reformas estructurales regresaban a la primacía de la Curia. Algo que, aún hoy, no ha cambiado, y que supone uno de los grandes desafíos del papa Francisco.

“El prolongado pontificado de Juan Pablo II y el de su sucesor Benedicto XVI no llevaron a cabo, con todas sus consecuencias, las reformas y líneas que el Concilio Vaticano II había propuesto”, lamenta Félix Placer, quien denuncia cómo “las ilusiones de muchas personas que esperaban ver realizados sus anhelos de una Iglesia pobre, servidora de los pobres, renovada en sus estructuras e implicada en compromisos liberadores de los pueblos quedaban marginadas, aunque mantenían viva su esperanza”.

Para el teólogo José María Castillo, “el concilio Vaticano II fue, por desgracias, un enfrentamiento entre la eclesiología renovadora y la conservadora”. Un conflicto que, añade con cierto pesimismo el veterano jesuita, “hizo imposible que la Iglesia diera a este mundo la solución que necesita”.

Por su parte, Isabel Gómez Acebo reivindica cómo “por primera vez, en el Concilio se admitieron algunas mujeres en el aula conciliar, sin voz ni voto”. También “se colocó el acento en el pueblo de Dios, se invitó a ver en otras personas y otros credos las semillas de Dios, se pidió que la Iglesia no se enfrentara a los signos positivos que pudiera mostrar el mundo moderno…” pero, tras la muerte de Juan XXIII, sostiene, “la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio”.

De un lado, “la facción liberal”, que “vio un comienzo al desmantelamiento del poder autoritario de las estructuras eclesiásticas para ser más cercana a la vida de los católicos inmersos en el mundo y prepararse al fin de la cristiandad de manera de ser más celosos en defensa de nuestra religión y sus valores”. El otro lado, “el ala tradicional”, que “no ve más solución, ante el mundo materialista, que ofrecer nuestra contracultura que se extiende a lo largo de dos mil años del cristianismo”.

La teóloga, con todo, se muestra optimista ante las reformas de Francisco, que “tiene la idea de que la misión de la Iglesia es acompañar a las personas con indiferencia de su cultura, estado civil o inclinación sexual, pues todos están llamados a ser cristianos y tienen que ser agentes en la evangelización de un mundo que se proclama ateo”.

Para Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat, con sus dudas, pasos cerrados y restauración posterior, el Vaticano II “abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo interreligioso” y “despertó la ilusión” de muchos creyentes

“El Concilio fue el inicio de un camino de esperanza y de comunión y un impulso y un fermento en la vida eclesial. El Vaticano II fue también un camino que abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo con el mundo. No un camino de un uniformismo estéril, ni de posturas de confrontación, de nostalgias y de miedos”, recalcó.

Para el jesuita José Ignacio González Faus, “ninguna revolución es instantánea, tampoco la del Concilio”. El escritor, que vivió ilusionado los primeros pasos del Vaticano II, aprendió pronto que “estas grandes luces son solo momentáneas”. “Ver a aquellos señores con sus vestimentas tan ridículas y sin darse cuenta de su ridiculez, me hizo pensar también que las cosas iban para largo”. Sesenta años después, el tiempo le ha dado la razón.

El proyecto inacabado de Juan XXIII

Juan XXIII, el Papa

«Juan XXIII comprendió que la Iglesia no se estaba acompasando al mundo en el que vivía y decidió, a pesar de sus provectos años, convocar un concilio»

«El Papa diplomático murió antes de que se terminara su proyecto y desde entonces la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio»

Por Isabel Gómez Acebo

No creo que fue casualidad la vida diplomática que llevó Juan XXIII antes de su nombramiento como pontífice. Vivir en profundidad en países como Bulgaria y Francia le hicieron posar sus ojos ante otras realidades muy distintas de las que se viven en el Vaticano. Comprendió que la Iglesia no se estaba acompasando al mundo en el que vivía y decidió, a pesar de sus provectos años, convocar un concilio.

Fueron muchas sesiones, aunque nunca son suficientes, donde se plantearon distintos temas que merecían ser estudiados en profundidad. Por primera vez se admitieron algunas mujeres en el aula conciliar, sin voz ni voto, lo que abría la puerta a su protagonismo en años venideros. Se colocó el acento en el pueblo de Dios, se invitó a ver en otras personas y otros credos las semillas de Dios, se pidió que la Iglesia no se enfrentara a los signos positivos que pudiera mostrar el mundo moderno…

El Papa diplomático murió antes de que se terminara su proyecto y desde entonces la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio. La facción liberal vio un comienzo al desmantelamiento del poder autoritario de las estructuras eclesiásticas para ser más cercana a la vida de los católicos inmersos en el mundo y prepararse al fin de la cristiandad de manera a ser más celosos en defensa de nuestra religión y sus valores. El ala tradicional no ve más solución, ante el mundo materialista, que ofrecer nuestra contracultura que se extiende a lo largo de dos mil años del cristianismo.

Vuelta al espíritu aperturista de Juan XXIII

Las ideas tradicionalistas triunfaron en los papados anteriores y con este Papa se ha derivado al espíritu aperturista de Juan XXIII. Ha quitado fuerza a la Congregación de la Doctrina de la Fe, se ha acercado a los líderes de otras religiones y ha convocado un sínodo en el que van a participar los cristianos del mundo entero, representantes indígenas… e incluso mujeres. Con la idea de que la misión de la Iglesia es acompañar a las personas con indiferencia de su cultura, estado civil o inclinación sexual, pues todos están llamados a ser cristianos y tienen que ser agentes en la evangelización de un mundo que se proclama ateo

Lo tenemos difícil, sobre todo, si dentro de nuestro seno hay discusiones cainitas ya que la unión hace la fuerza. Tenemos que aceptar la diversidad en aquello que es discutible y mostrar unidad en los principios fundamentales de nuestra fe. De que lo consigamos dependerá que consigamos algún éxito que otro, pues veo el triunfalismo muy lejano

60 años del inicio del Concilio

Faus: “Ninguna revolución es instantánea, tampoco la del Concilio”

Juan XXIII

«Mientras se preparaba el Concilio, un profesor (el único un poco abierto) nos había ido diciendo por cartas que le llegaban de Roma, que la preparación del Vaticano II era bastante carca, Total: esperábamos poco de aquel acontecimiento eclesial»

«Ver a aquellos señores con sus vestimentas tan ridículas y sin darse cuenta de su ridiculez, me hizo pensar también que las cosas iban para largo, que ninguna revolución es instantánea»

Por José I. González Faus

Cuando se abrió, hace hoy 60 años, el Concilio Vaticano II comenzaba yo tercero de Teología. Estábamos hartos de la teología (?) que se nos enseñaba; tanto, que tuvimos la idea de fundar la revista ‘Selecciones de teología’, para mostrar a nuestros profes que había otra teología.

Pero el curso anterior, mientras se preparaba el Concilio, un profesor (el único un poco abierto) nos había ido diciendo por cartas que le llegaban de Roma, que la preparación del Vaticano II era bastante carca, Total: esperábamos poco de aquel acontecimiento eclesial.

Apertura del Vaticano II

En este ambiente se inauguró el Concilio y recuerdo el comentario de un compañero de curso tras el discurso inicial del papa Juan XXIII: ¡qué buena cenestesia me ha dejado el papa Juan! con aquella triple tarea: sustituir el bastón por la misericordia; que la tarea de la Iglesia no es solo «conservar» su tesoro, sino inculturarlo para las gentes de cada época; y promover la unidad de la familia cristiana y humana. Ahí formuló eso que nosotros buscábamos un poco a ciegas.

Las cosas iban para largo

Después aprendí que estas grandes luces son solo momentáneas; continuaron las dificultades (vg. con el esquema de las fuentes de la revelación -que solo se superó por un golpe de timón de Juan XXIII-). Dos años después, cuando se estaba celebrando la última sesión, estaba yo en Roma estudiando en el Bíblico y asistíamos alguna vez a la llegada de los padres conciliares al Vaticano. Ver a aquellos señores con sus vestimentas tan ridículas y sin darse cuenta de su ridiculez, me hizo pensar también que las cosas iban para largo, que ninguna revolución es instantánea (y que ese grito tan chulesco de «Podemos» solo vale si decimos: podremos, si aguantamos).

El proyecto inacabado de Juan XXIII

Juan XXIII, el Papa

«Juan XXIII comprendió que la Iglesia no se estaba acompasando al mundo en el que vivía y decidió, a pesar de sus provectos años, convocar un concilio»

«El Papa diplomático murió antes de que se terminara su proyecto y desde entonces la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio»

Por Isabel Gómez Acebo

No creo que fue casualidad la vida diplomática que llevó Juan XXIII antes de su nombramiento como pontífice. Vivir en profundidad en países como Bulgaria y Francia le hicieron posar sus ojos ante otras realidades muy distintas de las que se viven en el Vaticano. Comprendió que la Iglesia no se estaba acompasando al mundo en el que vivía y decidió, a pesar de sus provectos años, convocar un concilio.

Fueron muchas sesiones, aunque nunca son suficientes, donde se plantearon distintos temas que merecían ser estudiados en profundidad. Por primera vez se admitieron algunas mujeres en el aula conciliar, sin voz ni voto, lo que abría la puerta a su protagonismo en años venideros. Se colocó el acento en el pueblo de Dios, se invitó a ver en otras personas y otros credos las semillas de Dios, se pidió que la Iglesia no se enfrentara a los signos positivos que pudiera mostrar el mundo moderno…

Papa Roncalli

El Papa diplomático murió antes de que se terminara su proyecto y desde entonces la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio. La facción liberal vio un comienzo al desmantelamiento del poder autoritario de las estructuras eclesiásticas para ser más cercana a la vida de los católicos inmersos en el mundo y prepararse al fin de la cristiandad de manera a ser más celosos en defensa de nuestra religión y sus valores. El ala tradicional no ve más solución, ante el mundo materialista, que ofrecer nuestra contracultura que se extiende a lo largo de dos mil años del cristianismo.

Vuelta al espíritu aperturista de Juan XXIII

Las ideas tradicionalistas triunfaron en los papados anteriores y con este Papa se ha derivado al espíritu aperturista de Juan XXIII. Ha quitado fuerza a la Congregación de la Doctrina de la Fe, se ha acercado a los líderes de otras religiones y ha convocado un sínodo en el que van a participar los cristianos del mundo entero, representantes indígenas… e incluso mujeres. Con la idea de que la misión de la Iglesia es acompañar a las personas con indiferencia de su cultura, estado civil o inclinación sexual, pues todos están llamados a ser cristianos y tienen que ser agentes en la evangelización de un mundo que se proclama ateo

Lo tenemos difícil, sobre todo, si dentro de nuestro seno hay discusiones cainitas ya que la unión hace la fuerza. Tenemos que aceptar la diversidad en aquello que es discutible y mostrar unidad en los principios fundamentales de nuestra fe. De que lo consigamos dependerá que consigamos algún éxito que otro, pues veo el triunfalismo muy lejano

San Juan XXIII. (El Papa Bueno)

Juan XXIII
Juan XXIII

Renovador de la Iglesia, promotor del ecumenismo y defensor de la paz, el “papa bueno” que unía en su persona la mansedumbre de David y la astucia de Salomón

Por | Francisca Abad Martín

Renovador de la Iglesia, promotor del ecumenismo y defensor de la paz, el “papa bueno” que unía en su persona la mansedumbre de David y la astucia de Salomón.

Giovanni Giuseppe Roncalli nació en Sotto il Monte, provincia de Bérgamo (Italia) el 25 de noviembre de 1881. Era el tercer hijo de Giovanni Baptista Roncalli y Marianna Giulia Mazzola, sencillos labradores, de gran confianza en la Providencia. Angelino, como era llamado familiarmente, comenzó pronto a ayudar a su padre en las labores agrícolas, quien soñaba con hacer de él un buen campesino. Cuando tenía 6 años su padre lo llevó a una escuela elemental, que regentaba el cura de un pueblo a 2 Km. del suyo. Este sacerdote le enseñó gramática y latín. Era muy aficionado a la lectura y aprovechaba cualquier rato libre para entregarse a estos menesteres.

A los 10 años va a estudiar a Celania, a unos 10 Km., que recorría a pie diariamente. Pronto comenzó a soñar con poder ir al seminario, pero el coste, por pequeño que fuera, suponía un sacrificio imposible para los Roncalli. El Seminario era la única escuela donde se impartía la enseñanza superior. Entonces la Providencia puso de por medio a un monseñor de la familia Molani, para los que trabajaban los Roncalli como aparceros, quien se ofreció a pagarle los estudios en el Seminario de Bérgamo. Los últimos años los cursó en Roma, en el Apolinar, por expreso deseo del obispo de Bérgamo, pero al año siguiente fue llamado a filas para hacer el servicio miliar; tuvo que cambiar la sotana por el “caqui” de los soldados. Al cabo de un año regresó a Roma.

Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904. La Primera Misa la celebró en San Pedro, junto a la tumba del primer Vicario de Cristo y la segunda, el día de la Asunción en Sotto il Monte con su familia. Cuando Radini-Tedeschi fue nombrado arzobispo de Bérgamo, elige a Roncalli como secretario y durante 10 años se convirtió en su sombra, hasta su fallecimiento a consecuencia de un cáncer. En marzo de 1916 Roncalli fue nombrado teniente capellán para atender espiritualmente a los soldados combatientes en la Primera Guerra Mundial. Al regresar a Bérgamo fue nombrado director espiritual del Seminario. Eran tiempos duros y difíciles con la vuelta de los seminaristas del frente.

Es imposible tratar en esta breve biografía toda la dilatada trayectoria de su vida. No hay más remedio que resumir. Estuvo en Grecia como obispo titular, en Bulgaria como visitador apostólico, en Turquía como delegado apostólico y en Francia como nuncio apostólico, hasta 1953. En todos estos destinos al principio tuvo problemas con otras confesiones religiosas, pero en todos ellos, gracias a su “mano izquierda”, salió bien parado y acabó haciendo amigos. Nombrado después cardenal, fue asignado como Patriarca de Venecia, donde estuvo hasta su elección como Sumo Pontífice en el Cónclave de octubre de 1958. De todos los destinos que había tenido, el de Venecia fue el que le llenó de más satisfacción. ¡Por fin un trabajo puramente pastoral! Fueron los años más serenos y relajados de toda su trayectoria sacerdotal. A su palacio podían acudir todos los días durante tres horas todos los venecianos que quisieran consultarle algo. Se consideraba un “pastor de almas”. Fueron jornadas trepidantes, pero de una intensidad tranquila y serena.

Canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II
Canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II

Su pontificado, relativamente breve, fue sin embargo sumamente intenso. Los que le consideraban “un Papa de transición”, debido a su avanzada edad, quedaron asombrados de su actividad, con la convocatoria del Concilio Vaticano II y sus ocho Encíclicas. Su magisterio social en dos de ellas, “Mater et Magistra” y “Pacem in Terris”. Su labor en general fue profundamente apreciada, muy especialmente la de haber sido el alma y promotor del Concilio Vaticano II, que fue visto como una naciente primavera para la Iglesia, si bien nunca llueve a gusto de todos y no faltan opiniones para todos los paladares. Falleció el 3 de junio de 1963 en el Palacio Apostólico de la ciudad del Vaticano.  A su muerte la prensa escribió: “Un reinado demasiado breve para un pontífice que ha devuelto al mundo la sonrisa”. El 27 de abril de 2014 el Papa Francisco le canonizó junto a Juan Pablo II.

Reflexiones desde el contexto actual:

Podemos decir que con Juan XXIII la Iglesia inicia una nueva etapa de renovación y acercamiento a los fieles y seguramente una cierta reconciliación con el mundo moderno. Sin duda el Concilio Vaticano II, que él inicia, supuso un aggiornamento, es decir una actualización de la Iglesia.  Por lo que respecta a sus encíclicas “Mater et magistra” y “Pacem in terris” bien puede decirse que marcan un nuevo rumbo del pensamiento de la Iglesia en torno a la justicia social y a la paz universal. Pasado ya un tiempo razonable podemos ver la obra del “Papa bueno” con cierta perspectiva, equidistante tanto de los admiradores incondicionales como de los detractores a ultranza, porque de todo ha habido en la viña del Señor. Ni con la llegada de Juan XXIII cambió el curso de la historia y la Iglesia explosionó en una eterna primavera como quieren unos, ni tampoco por supuesto fue un papa hereje, que puso en peligro la fe, como quieren otros.  Digamos que la iglesia posconciliar sigue sumida en sus luces y en sus sombras, que sigue navegando cautelosa en medio de dudas y vacilaciones, tanto que hay quienes piensan que se hace necesario un nuevo concilio, que pueda hacer frente a las nuevas exigencias que los tiempos actuales demandan¿Se cumplirá esta premonición?