Servir y cuidar en familia

Servir como práctica igualitaria (I): servir y cuidar en familia

escrito por Silvia Martínez Cano 

Hace unos meses leí en el Twitter de un famoso influencer cristiano: «La familia tradicional no era perfecta. Necesitaba ser reformada, pero no destruida. Gracias a ella, los hijos crecían en un ambiente estable, los ancianos recibían cuidados e incluso se acogía a familiares que se habían quedado solos. No creo ser el único que la echa de menos». Esto me dio mucho que pensar sobre la cuestión de los roles en la familia, que ya de por sí me preocupaban. Intuyo que es un tema fundamental que necesita ser clarificado y matizado, así que voy a desarrollar esta idea a riesgo de que la reflexión sea larga, pues no es solo la noción de familia lo que puede cuestionarse, sino lo que subyace bajo las relaciones de familia.

Primero, es interesante preguntarse qué entendemos por familia tradicional y por familia cristiana y qué supone para las distintas personas que componen la familia asumir roles en ella. También constatar que algunos anhelen un modelo tradicional de familia. Segundo, analizando los roles de la familia tradicional desde un punto de vista antropológico y social, podemos interrogarnos qué implica para el modelo social de hoy las dinámicas internas familiares y cuáles son los diálogos que surgen hacia dentro y hacia fuera. En ellos, encontramos nociones que hoy son especialmente importantes: servicio, cuidado, disponibilidad, sacrificio… Todas ellas resuenan al fundamento último del Evangelio y, por tanto, imprescindibles para cualquier seguidor o seguidora de Jesús. La cuestión es cuál es su interpretación en la práctica. De todas estas nociones el servicio es una de las más centrales en el proyecto de Jesús y para los cristianos algo propio de la familia (entendido como proyecto sacramental). Tercero, la pregunta por el servicio no es cualquier cosa: cómo lo entendemos y cómo se pone en práctica, quien define ese servicio y quién lo asume, no solo en la familia, sino en lo que llamamos comunidad cristiana.

La familia como institución no ha desaparecido, pese a las quejas de algunos y los deseos de otros, sigue siendo la institución con mayor prestigio y con mayor influencia en las generaciones jóvenes. En las encuestas del INE y otra de instituciones privadas como en el último informe de la Fundación Santamaría la familia siempre aparece en el primer puesto de fiabilidad, referencia y lugar de gestación de valores. Y se encuentra con respecto a otras instituciones (amigos, sociales, iglesia…) a una diferencia de 20 puntos aproximadamente de distancia en influencia. Esto indica que la familia como institución sigue siendo la célula principal de las estructuras sociales, sea en la cultura que sea y en el lugar geográfico que sea. La cuestión no es tanto la presencia de la institución familiar, sino, qué entendemos por familia. Todos deseamos pertenecer a una familia. Los que rechazan la familia tradicional, los que la defienden, los que forman familias reconstituidas o las familias de parejas homosexuales que se casan para formar también familia. Incluso los que permanecen por opción solteros o solteras buscan de alguna manera ser familia con otros ya sea la familia de sangre u otras familias que se adquieren con el tiempo a través de vínculos de amor. Porque el deseo de familia no es un deseo de sangre, de descendencia o de progenie, es un deseo de pertenecer, de ser reconocido y cuidado, de soporte y de límites, de empoderamiento y de fidelidad, en definitiva, es desear el ejercicio permanente de la alteridad en la intimidad. 

SerPor eso, la institución de la familia, aunque algunos lo crean, no se ha debilitado, sino que se consolida como referencia en la pluralidad. Es lo único que permanece como referencia en un mundo en el que cada persona elige sus referencias. Sin embargo, la forma de expresarse de la familia sí ha cambiado. Su configuración interna, su reparto de roles, las relaciones compartidas y su forma de cohabitación han cambiado. La diversidad familiar nos muestra que no solo se consolida como referencia, sino que florece en muchas formas y maneras que permiten más fácilmente que toda persona pueda encontrar una expresión familiar para su vida, sea la que sea. Es condición de la familia hoy ser flexible, una característica que mejora con creces la familia tradicional. Porque la familia tradicional no es la familia cristiana, y aclaro esto porque frecuentemente se confunden estos términos. La familia tradicional se expresaba inflexible en una estructura de pater familias-esposa- progenie y en unas relaciones de autoridad–servicio–obediencia. El sistema patriarcal encontraba en la familia un lugar perfecto para entrenar las relaciones sociales de poder y opresión cuando el pater familias sometía a esposa, hijos y siervos a su autoridad. La familia era una propiedad del varón que organizaba y disponía de ella a su antojo. La esposa ejercía el papel de servicio y cuidado y los hijos obedecían y aprendían los roles que les correspondían por su sexo y género. La familia cristiana, se rige (o debería regirse) por otros parámetros que están presentes en el Evangelio: «aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre» (Mateo 12,49- 50). Por lo tanto, en la familia cristiana existen unas relaciones de doble direccionalidad de reconocimiento y servicio hacia el otro. Ser familia cristiana, como sacramento, es ser comunidad de servicio y cuidado, donde todos reconocen y cuidan. Servicio entendido como la voluntad de uno mismo de donarse. Cuidado como modo de expresión de ese servicio, es decir, practicando la equidad a través de los lazos de amor. Ser conscientes de que la familia cristiana empodera a todos sus miembros con el reconocimiento y cuidado de cada uno en su propia singularidad nos hace constatar que este modelo se distancia radicalmente del modelo patriarcal donde solo cuidaban por obligación unas (las mujeres) y eran cuidados otros (los hombres). El estilo cristiano es quizá el que deberíamos defender los cristianos y cristianas, un modelo de familia que valora al mismo nivel el reconocimiento y el cuidado, donde se distribuyen las tareas y no se descargan solo en las mujeres madres, reduciendo su espacio de reconocimiento y sus posibilidades de autorrealización. Algunos dirán que se reconoce su papel de madre, de cuidadora, sublimando la esencia de la maternidad como vocación natural. Pero esto no es más que una tergiversación del servicio. Porque cuando el servicio es obligado, ¿qué mérito tiene? Y sobre todo, ¿qué opción de gratuidad tiene para la persona obligada a servir? ¿No es más bien una carga que oprime? ¿No es más bien una excusa para el que es cuidado siga siendo cuidado a costa de los otros? Necesitamos nacer y crecer en un ambiente de seguridad y cuidado, pero aprendiendo a repartir ese cuidado entre los distintos miembros de la familia, de tal manera que todos (todos de verdad) aprendan a cuidar y opten por el cuidado de forma voluntaria, en gratuidad. Esta situación favorece la estabilidad en las familias que muchos añoran. Cuando se establecen diálogos más igualitarios entre progenitores e hijos e hijas, cuando el cuidado se ejerce independientemente del sexo, cuando la autoridad deviene de la gratuidad y no de la imposición, estamos hablando de la familia cristiana. El servicio está implícito en ese cuidado, pues solo la gratuidad puede ser llamada servicio. Cuando el servicio es obligado por la pareja, por los progenitores o los modelos sociales no podemos hablar de servicio. Y nunca de familia cristiana

La (im)posible familia cristiana

escrito por Bernardo Pérez Andreo

 El Código de Derecho Canónico determina que los fines del matrimonio canónico (que no dice cristiano) son «el bien de los cónyuges y la procreación y educación de la prole». Lo dice con ese lenguaje leguleyo, antiguo y aséptico que hace del matrimonio un mero contrato, donde cada una de las partes se obliga a cumplir lo pactado. El problema central del derecho matrimonial canónico está en el consentimiento, pues de su libertad depende que el contrato tenga validez. Lo que importa es la validez del matrimonio, pues de ahí se deriva su perpetuidad. Un matrimonio constituido válidamente, sin impedimentos, es un matrimonio perpetuo, indisoluble. Por eso, el canon 1096  § 1., dice  «Para que pueda haber consentimiento matrimonial, es necesario que los contrayentes no ignoren al menos que el matrimonio es un consorcio permanente entre un varón y una mujer, ordenado a la procreación de la prole mediante una cierta cooperación sexual». La literalidad del texto no exige que los contrayentes tengan un conocimiento suficiente de las obligaciones del contrato; basta con que no las «ignoren». Si fuese necesario un conocimiento profundo de las obligaciones, probablemente no habría matrimonios válidos.

Lo que más preocupa es que el amor no tiene ninguna función en el matrimonio canónico. No está presente en el consentimiento, ni lo está en los fines del matrimonio; no juega ningún papel. El sexo sí que lo juega, pues para asegurar la procreación se hace imprescindible «cierta cooperación sexual». Esta expresión es poco afortunada, pues se trata de una traducción del latín, que en todas las lenguas romances ha dado la misma expresión, no así en alemán, donde el significado es la procreación por medio de la actividad sexual (genital) compartida. La edición alemana clarifica el asunto, pues el consentimiento matrimonial implica asumir la genitalidad para lograr la procreación. Es decir, el fin del matrimonio está determinado por la procreación, para ello es imprescindible el acto sexual de un varón y una mujer que practican el coito, lo que implica penetración vaginal y eyaculación, de ahí que «la impotencia antecedente y perpetua» haga nulo el matrimonio.

Como se ve, la Iglesia sigue atascada en problemáticas que poco o nada tienen que ver con el mundo de hoy ni con la verdadera esencia del cristianismo. El matrimonio cristiano debería estar orientado a la construcción del Reino de Dios, lo que implicaría un proyecto común donde el amor de los contrayentes fuera la piedra angular para sostener una realidad que haga real en el Tierra el proyecto de amor de Dios para la humanidad. El matrimonio cristiano visibiliza de forma palpable la nueva forma de relaciones humanas que supone el cristianismo, donde ya no hay diferencias de raza, cultura o género, porque todos y todas estamos unidos en un mismo proyecto de amor. El matrimonio cristiano es la expresión contundente de este proyecto, que implica la creación de un mundo más humano donde se tiene la capacidad de crear hijos por el amor, aún sin la capacidad biológica para procrearlos. Es el amor y no la procreación, el fin último del matrimonio cristiano. Cuantos aman pueden constituir una familia cristiana.

El desafío de los católicos en Italia

En Italia, la revolución más importante de las últimas décadas se está desarrollando en la familia y en sus modelos, que van cambiando muy deprisa, despertando sobre todo entre los católicos una honda preocupación, también porque a menudo la Iglesia no parece ofrecer adecuadamente claves de interpretación claras y seguras.
Cambian las relaciones en el matrimonio, al que se van anteponiendo relaciones menos estables; cambian las relaciones con los hijos: siempre menos hijos y, hecho completamente nuevo, con siempre mayor frecuencia hijos nacidos en relaciones homosexuales.
En muchos casos son hijos nacidos con técnicas bastante sofisticadas, como la gestación artificial, en que se multiplican los partners: mujer que alquila su cuerpo, mujer que acepta cuidar del hijo recién nacido…Muchas mujeres, ninguna madre.
A tal punto que se habla de gestación social, un trabajo en equipo para dar forma al deseo-derecho de tener hijos en personas que forman parte de una unión homosexual masculina, a cualquier precio. Aunque el precio más alto al final sea pagar por los hijos.
Eso es lo que está pasando en verdad Seguir leyendo

Año de la Familia

San José, custodio y cuidador
San José custodio y cuidador

Estas son las claves del Año de la Familia convocado por el Papa

Iniciativas espirituales, pastorales y culturales para acompañar a las familias ante los desafíos de nuestro tiempo. El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida propone estas iniciativas para apoyar a las parroquias, diócesis, universidades y asociaciones en la celebración del Año de la «Familia Amoris Laetitia», convocado por el Papa Francisco, y en la profundización de la Exhortación Apostólica dedicada al amor familiar
Se ha preparado un folleto informativo que puede descargarse del sitio dedicado: http://www.amorislaetitia.va. Desarrollado en cinco idiomas, inglés, francés, español, portugués e italiano, el sitio se actualizará con las propuestas e iniciativas que se desarrollarán gradualmente durante este año especial
27.12.2020 | Adriana Massoti, VN Seguir leyendo

La Buena Noticia del Dgo. La Familia de Nazaret

San José, custodio y cuidador
San José custodio y cuidador de la Familia de Nazaret

La familia de Nazaret

Hoy es el día de la familia cristiana. Una fiesta establecida para que los cristianos celebremos y ahondemos en lo que puede ser un proyecto familiar entendido y vivido desde el espíritu de Jesús.

La familia continúa teniendo hoy una función insustituible: ser una comunidad de amor. Pero para Jesús lo decisivo no es la familia de sangre, sino esa gran familia que tenemos que ir construyendo entre todos, una sociedad más fraterna, justa y solidaria.

¿Cómo son nuestras familias? ¿En qué valores educan? ¿Viven comprometidas en la construcción de una sociedad mejor, más humana, más fraterna y más justa?

Testigos de la Palabra

Ramón Pané, el ermitaño que evangelizó América


La Fundación que lleva su nombre, ha dedicado un documental titulado: “El primer evangelizador de América: Ramón Pané”, que ha sido presentado ayer 10 de diciembre, a través de sus medios digitales YouTube, Facebook y Twitter El audiovisual presenta la primera evangelización en América y las acciones del joven laico ermitaño, así como el testimonio de Juan Mateo y su familia, que sufrieron el martirio por haberse convertido al cristianismo
16.12.2020 | Agencia Fides
(Agencia Fides).- En abril de 1493, Cristóbal Colón regresó de su primer viaje a América y se reunió con la realeza española en el Cenobio de La Murtra (Badalona), encomendado a los frailes de San Gerónimo, entre ellos un joven ermitaño llamado Ramón Pané, que tenía unos 25 años. Durante la audiencia, Colón les contó a los miembros de la realeza lo que había encontrado, y especialmente a algunos del grupo indígena de los taínos, entonces llamados “indios” porque creía que había llegado a la India. Cuando vio a estas personas, Ramón Pané sintió el llamado de Dios para ir a llevarles el Evangelio y hablarles del cristianismo. Ramón Pané formó, pues, parte del segundo viaje de Colón, quien llegó a Puerto Plata, en la actual República Dominicana, el 28 de noviembre de 1493, donde se construyó la primera iglesia cristiana, participó en el primer anuncio del Evangelio y en la primera Misa celebrada en el continente el 6 de enero de 1494. Ramón se hizo amigo de la familia del cacique de Guaticaba y aprendió su idioma para evangelizarlos. Después de dos años y medio, el 21 de septiembre de 1496, Guaticaba recibió el Bautismo junto con 16 miembros de su familia, tomando el nombre de Juan Mateo, y fue compañero de Ramón en la evangelización. Juan Mateo y toda su familia fueron asesinados por su conversión. Ramón en su breve libro narra el martirio de Juan Mateo, quien mientras lo mataban decía: “Soy el siervo de Dios”. San Juan Pablo II, en septiembre de 1994, en una carta conmemorativa del 500 aniversario de los primeros bautizados, los declaró “primeros mártires de la fe cristiana en América”. A Ramón Pané, reconocido como primer evangelizador, misionero, etnólogo, antropólogo, docente, traductor y lingüista, la Fundación que lleva su nombre, ha dedicado un documental titulado: “El primer evangelizador de América: Ramón Pané”, que ha sido presentado ayer 10 de diciembre, a través de sus medios digitales YouTube, Facebook y Twitter (Fundación Ramón Pané). El audiovisual presenta la primera evangelización en América y las acciones del joven laico ermitaño, así como el testimonio de Juan Mateo y su familia, que sufrieron el martirio por haberse convertido al cristianismo.

La importancia de la familia en la situación de pandemia

Gabriella Gambino: «La pandemia ha demostrado que la familia es el recurso más importante de la sociedad»

En familia

«Revisar la metodología y los contenidos de la preparación de los jóvenes para el matrimonio, acompañar los matrimonios, la pastoral familiar, y la educación de los hijos”, son algunas de las urgencias de la pastoral familiar señaladas por la Subsecretaria Gabriella Gambino                                                                                                                          Lo ha dicho en un videomensaje dirigido a la Conferencia Episcopal de Colombia, con ocasión de la CX Asamblea Plenaria.

09.07.2020

(Vatican News).- “La pastoral familiar tiene un gran desafío por delante: el de mostrar a las nuevas generaciones que la familia no es sólo fatiga y dificultades, sino también alegría, vocación y camino a la felicidad”, lo dijo Gabriella Gambino, Subsecretaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, en un video mensaje dirigido a la Conferencia Episcopal de Colombia (CEC), con ocasión de su CX Asamblea Plenaria.

Familias, un gran amortiguador económico, social y educativo

En su mensaje, la Subsecretaria de este Dicasterio señaló que, “la situación que todos aún estamos viviendo debido a la grave pandemia que está azotando a todo el mundo, nos obliga a realizar un serio discernimiento para identificar los desafíos, pero también las perlas preciosas que el Señor nos ha confiado para edificar la Iglesia. La perla más preciosa es, sin duda, la familia, lugar de la presencia constante de Cristo entre los esposos y del acto creativo de Dios, que se manifiesta cada día en el nacimiento de una nueva vida”. En este tiempo de pandemia, subrayó Gabriella Gambino, las familias en todo el mundo han demostrado ser el recurso más importante de la sociedad, pues con su resiliencia se han convertido en una fuerza motriz y difusora del sentido de responsabilidad, solidaridad, del compartir y de la ayuda recíproca en la dificultad.

Revisar la metodología y los contenidos para el matrimonio

En este sentido, la Subsecretaria señaló que, la pastoral familiar está ante un gran desafío, es decir, el de mostrar a las nuevas generaciones que la familia no es solo esfuerzo y dificultad, sino alegría, camino de vocación y felicidad. Y ante una sociedad individualista que enseña a nuestros hijos a no tener confianza en el futuro, surgen tres urgencias para la pastoral familiar. El primero es “revisar la metodología y los contenidos de la preparación de los jóvenes al matrimonio”, con una preparación que no solo sea inmediata y cercana a la celebración del matrimonio, sino “remota”. Para ello, es necesaria una pastoral transversal, que una la pastoral de la infancia y la catequesis de preparación a los sacramentos en la pastoral juvenil vocacional y en la pastoral familiar. “El matrimonio – precisó Gabriella Gambino – es la vocación de la mayor parte de hombres y mujeres en el mundo, pero cada vez hay menos jóvenes que se casan, y casi la mitad de los matrimonios se rompen en los primeros diez años de vida juntos”. No dejemos que la comprensión profunda de este camino de santidad para los fieles laicos, que les ha sido confiado, sea casual. Decidir a casarse y generar hijos no es como elegir un trabajo o comprarse una casa. Sin embargo, la mayoría de las personas ponen estas decisiones al mismo nivel. Casarse es una vocación, es la respuesta a una llamada de Dios.

El catecumenado a la vida matrimonial

Un segundo aspecto tiene que ver con el catecumenado al matrimonio, como itinerario, se debe continuar, por lo menos, en los primeros diez años de la vida matrimonial. La pastoral familiar tiene que hacerse cargo de los años más arduos para una pareja, cuando nacen los hijos, cambian los ritmos y los roles, nos convertimos en padres y educadores sin que nadie nos diga cómo serlo. Por ello, es importante tener presente estos dos objetivos: que se ayuden a “los esposos a comprender, a descubrir el valor profundo del sacramento nupcial, que es signo de la presencia de Cristo en su vida”. Y el segundo objetivo pastoral es “apoyarles y acompañarles en la educación de los hijos”. Una de las preocupaciones más grandes de las familias es la educación.

Compromiso con las personas mayores y más frágiles

Otro ámbito de la pastoral familiar tiene que dar espacio a un compromiso pastoral con las personas mayores y las personas más frágiles dentro de las familias. “En una sociedad donde la presencia de las personas mayores estadísticamente es tan numerosa – concluyó la Subsecretaria – tenemos que aprender a reconocer el valor de esta presencia. Ellas son la gran parte del Pueblo de Dios; tenemos que ayudarles a redescubrir la riqueza de su vocación bautismal y a ser actores de la nueva evangelización, valorando sus dones y carismas, como también su extraordinaria capacidad de rezar y transmitir la fe a los jóvenes”. Tenemos que cuidar su espiritualidad; no les dejemos solos, ni materialmente ni espiritualmente