El valor de la vejez para un mundo nuevo

«La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos» (papa Francisco).

Es aquí donde se presenta la revolución de los cuidados, que es la esencia de lo humano. Ciertamente, sin cuidados no hay vida.

El tema central de las V Jornadas de Doctrina Social de la Iglesia de la Comisión diocesana de Justicia y Paz de la Región de Murcia, celebrada durante los días 21, 22 y 23 de noviembre de 2022, giró en torno al «valor de la vejez para un mundo nuevo». Se realizaron en el Instituto Teológico de Murcia, OFM.

El ser humano, tanto desde el punto de vista somático como desde el psicológico, es un ser sumamente vulnerable. Desde su nacimiento hasta el final de la vida es vulnerable. Es mortal, vive con el riesgo de sufrir toda clase de enfermedades, sobre todo en la vejez. Sin embargo, es una dicha llegar a la vejez, cuando otras personas «murieron antes de tiempo», en palabras de fray Bartolomé de las Casas. La vejez es un motivo de acción de gracias al Dios de la Vida.

El primer ponente de estas Jornadas fue el Dr. Emilio García Sánchez, profesor de medicina en la universidad Cardenal Herrera de Valencia. Señaló que el único modo de seguir sobreviviendo es «la mutua ayuda, el cuidado, la solidaridad universal y la responsabilidad ética de unos por otros». Se centró en la vulnerabilidad de las personas ancianas, enfermas graves y discapacitadas, que se han visto desprotegidas y, en algunos casos, excluidas del debido cuidado.

El proceso de envejecimiento suele limitar las funciones corporales y cognitivas y con frecuencia va unido a la disminución de la capacidad para participar en las relaciones interpersonales y sociales. Estas pérdidas de relaciones sociales van llevando a la persona anciana a un progresivo aislamiento con todo el impacto emocional que esto conlleva. A muchas de ellas con enfermedades crónicas les afecta y hiere más el ser marginadas y olvidadas que el mismo dolor. Y esto es causa de una profunda soledad, depresión, destrucción de la autoestima que, incluso, les puede llevar a desear la muerte.                  Porque el deseo de morir de quien sufre una enfermedad grave surge cuando ya ha muerto socialmente para los demás. «La soledad es la antesala de la muerte», señalaba el Dr. Emilio García.

El sistema capitalista neoliberal valora a las personas sanas, jóvenes y bellas, hombres y mujeres que generan riqueza, que producen; valora a las grandes gentes emprendedoras, a la élite del deporte y artistas… Sin embargo, las personas vulnerables, pobres y ancianas son descartadas, ignoradas y más si sufren alguna enfermedad crónica, porque no generan riqueza, no producen. Las personas mayores son una carga para la sociedad, con cuantiosos gastos en sanidad y, en algunas familias, hasta un estorbo. Una alta personalidad del mundo económico-financiero llegó a decir que las personas ancianas son una limitación y un obstáculo para el desarrollo de la economía. En verdad la sociedad capitalista ha generado un individualismo que mata. Valora más el dinero que la persona.

El profesor Marcos Alonso Bote, catedrático de sociología de la Universidad de Murcia, presentó un análisis de la situación de la vejez en la Región. Señaló que esta región es eminentemente de gente joven. Es la Comunidad española con menos personas mayores y la más baja en esperanza de vida. No dudó en afirmar que la mitad de las personas pensionistas de la Región de Murcia percibe por debajo de los 800 euros. Esta realidad afecta a las personas ancianas. Las políticas que emanan del afán de lucro y del individualismo terminan por ser una fábrica imparable de soledad y de vacío.

Ante esta situación, en donde el sufrimiento, la angustia y el dolor campean hiriendo a multitud de hermanos y hermanas, marginándolas, excluyéndolas y obligándolas a vivir una vida que no es vida, se impone la práctica de la compasión. Compasión significa «sufrir con». Es la capacidad de dolerse con el sufrimiento de las demás personas. Es meterse dentro de ellas y vibrar con ellas. Es un sentimiento de amor, de cariño, de ternura. Pero es también la capacidad de sonreír, de acoger, de abrazar, de llorar y de reír. Es aquí donde se presenta la revolución de los cuidados, que es la esencia de lo humano. Ciertamente, sin cuidados no hay vida.

En la mesa redonda, en la que participaron Juan José Gómez, gerontólogo, director de un Centro de Día, Antonio José Torrano, director de una residencia de personas mayores de Mensajeros de la Paz, Elena Martínez, médico internista y Adela Delgado, enfermera, se abordó el tema de los Cuidados Paliativos. Estos buscan superar el sufrimiento físico y emocional. 

El Cuidado y la ternura constituyen un orden alternativo a la explotación y la dominación.

La vulnerabilidad es la gran oportunidad para que el ser humano desarrolle sus cualidades, sobre todo la capacidad de cuidar y de dejarse cuidar. De ciudadanos debemos pasar a «cuidadanos», señalaba Juan José Gómez, es decir, que se desarrolle en cada persona la actitud, profundamente evangélica, de estar al lado de las gentes vulnerables, para que descubran su dignidad y mantengan firme la esperanza.

Los Cuidados Paliativos ayudan no solo a aliviar el sufrimiento físico, sino sobre todo a combatir la soledad, a fortalecer la autoestima, a levantar la esperanza y a sentir el amor y la acogida. El espíritu de los Cuidados Paliativos emerge de la misericordia, de la compasión y de la ternura. Quien está enfermo en fase terminal, con frecuencia, sufre una soledad indescriptible. Necesita sentir compañía, tacto, caricias. El contacto físico es una manera de consolar. El tacto es uno de los medios de comunicación más eficaces.

Por ejemplo, coger la mano o dar un suave masaje son maneras de acompañar, de hacer sentir nuestra proximidad. Asimismo, el llamar por el nombre y mirar a los ojos, en silencio, son actitudes de consuelo. Una persona enferma en fase terminal es muy sensible.

Esta actitud del cuidado y la compasión no se realiza solamente entre la persona que vive bien y la que sufre. Es necesario, para construir un mundo nuevo, que también la vulnerable, la anciana, la herida socialmente, en su debilidad se haga misericordiosa y compasiva. Cuando una persona anciana comparte su ayuda con otra se construye la fraternidad y se siembra la semilla de un mundo más humano. La misericordia y compasión entre vulnerables (pobres, ancianos, enfermos…) encierra un potencial profundamente transformador. Qué bello es escuchar el grito de aquella abuela de la Plaza de Mayo en Argentina: «Mientras tenga vida seguiré soñando y luchando».

El papa Francisco señala que «Los ancianos deben estar en el centro de la atención de la comunidad: el diálogo entre los niños y los abuelos es fundamental para evitar el crecimiento de «una generación sin pasado, es decir, sin raíces… La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro. Será una elección de amor de los ancianos hacia las nuevas generaciones».La experiencia y madurez de la persona mayor es un pozo de sabiduría. En las culturas de los pueblos originarios de América y África, la gente anciana tiene ya de por sí una autoridad moral, porque es depositaria de las tradiciones de las generaciones anteriores. Es respetada y valorada.

Finalmente, cuando llega el momento del final de la vida, las personas creyentes, de cualquier confesión religiosa, pueden encontrar en su fe una fuerza esperanzadora. La muerte, por la que vamos a pasar, es la puerta a la plenitud de la vida. Por eso, pacientes con años y dolores, no temen morir. Renuncian a los tratamientos de soporte vital porque lo único que van a servir es para prolongar el sufrimiento, por ello prefieren simplemente, que se les acompañe esperando el momento de cruzar el umbral de la eternidad y penetrar en el Misterio de Dios.

Fernando Bermúdez

Una catequesis sobre la vejez

El papa Francisco ha centrado su reflexión durante la audiencia general de este miércoles en el Aula Pablo VI del Vaticano a la vejez. Un tema que, desde el pasado mes de junio, ha tocado en varias ocasiones. “Esta será la última catequesis dedicada a la vejez”, ha advertido antes de comenzar. Y, para ello, no podía sino hablar de ella en un tono de esperanza.

“Cuando me haya ido y os haya preparado un lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que también vosotros estéis donde yo estoy”. Sobre estas palabras del evangelio ha comenzado la reflexión del Santo Padre, en la que ha subrayado que, si bien la vida en la tierra es un “periodo de iniciación” de la vida eterna, “la vejez es el tiempo propicio para el testimonio conmovedor y feliz de esta espera”.

“En la vejez”, ha continuado Francisco, “las obras de fe, que nos acercan a nosotros y a otros al reino de Dios, ahora están más allá del poder de las energías, las palabras, los impulsos de la juventud y la madurez”. Pero es así, precisamente, como se hacen “aún más transparente la promesa del verdadero destino de la vida: un lugar en la mesa con Dios, en el mundo de Dios”.

En este sentido, el Papa ha subrayado que “una vejez que se consume en la degradación de las oportunidades perdidas, trae degradación para uno mismo y para todos”. En cambio, “la vejez vivida con delicadeza y respeto por la vida real disuelve definitivamente la incomprensión de un poder que debe bastarse a sí mismo y a su propio éxito”.

Un periodo de iniciación

Ante la mirada de los asistentes a la audiencia, Francisco ha aseverado que “nuestra vida no está hecha para encerrarse en sí misma, en una imaginaria perfección terrenal: está destinada a ir más allá, por el paso de la muerte”. De hecho, tal como ha señalado el Pontífice, “nuestro lugar estable, nuestro punto de llegada no está aquí, está al lado del Señor, donde Él mora para siempre”.

“Aquí, en la tierra, comienza el proceso de nuestro ‘noviciado’: somos aprendices de vida, que -entre muchas dificultades- aprendemos a apreciar el don de Dios, honrando la responsabilidad de compartirlo y hacerlo fructificar para todos”, ha explicado. “El tiempo de vida en la tierra es la gracia de este pasaje”, por lo que “la confianza en detener el tiempo -querer la eterna juventud, el bienestar ilimitado, el poder absoluto- no sólo es imposible, es delirante”.

“Nuestra existencia en la tierra es el tiempo de la iniciación a la vida, que sólo en Dios encuentra su plenitud”, ha insistido el Papa, reconociendo que “somos imperfectos desde el principio y permanecemos imperfectos hasta el final”.

“Queridos hermanos y hermanas”, ha dicho a los asistentes, “la vejez, vivida en la espera del Señor, puede convertirse en la completa apología de la fe”, porque “hace transparente la promesa de Jesús, proyectándose hacia la Ciudad Santa de la que habla el libro del Apocalipsis”. La vejez es, así, “la etapa de la vida más adecuada para difundir la buena noticia de que la vida es una iniciación para una realización definitiva”.

La humanización de la vejez

La humanización de la vejez
La humanización de la vejez

«‘En la vejez seguirán dando frutos’ es la respuesta a la contracorriente de lo que piensa el mundo y de la actitud resignada de muchos en esa situación»

«Ahora mismo prima la cultura del descarte: marginación o puesta de distancia»

«Son momentos muy delicados. A pesar de todo: ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!»

«Quizás nos haría bien, por el contrario, escuchar e interiorizar este mantra: ¡Envejecer no es una condena, es una bendición!»

«Se podría llevar una ancianidad activa en todos los órdenes. Pero, muy especialmente, humanizando este mundo tan deshumanizado. Reviste un carácter transversal»

«Prestando una atención específica a las relaciones humanas con los demás, amigos y no tan amigos, restañando muchas heridas del pasado. Con la ayuda a los pobres y afligidos a quienes siempre podemos dar consuelo y afecto. Sobre todo, con nuestra propia familia, con nuestros hijos y nietos»

«Frente a todo esto, ha subrayado Francisco, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano»

Por Gregorio Delgado del Río

Con motivo de la Jornada mundial de los abuelos y mayores, el papa Francisco ha querido transmitirnos a todos una buena noticia, un verdadero evangelio. Lo ha hecho con el versículo 15 del Salmo 92: “en la vejez seguirán dando frutos”. Maravilloso pensamiento positivo, transmisor de estimulante optimismo y energía. Es la respuesta a contracorriente de lo que se piensa, generalmente, en esta sociedad tan narcisista. Y, lo que es más grave, a contracorriente de la actitud resignada de muchos de nosotros, ya en el atardecer final de la vida, que, por circunstancias diferentes, deambulamos sin ya esperanza alguna de futuro. Pues, no. ¡Todavía podemos dar frutos! Claro que sí.

Es obvio, sin embargo, que en la sociedad actual prima la cultura del descarte. A muchos en ella, nuestra situación les da miedo. Probablemente, con infinita pena, lo veamos reflejado, a veces, en la cara de nuestros propios hijos. Parece como si, a esta sociedad tan egoísta, los ancianos no le concerniesen y, por ello, hasta fuese mejor su alejamiento. Quizás, incluso, se prefiera y se propicie su encerramiento en centros al respecto y, de este modo, evitar el tener que hacerse cargo de sus preocupaciones. Da la impresión, en ocasiones, que se busca y se desea poner distancia o tierra de por medio.

No es fácil gestionar la situación. Hemos llegado al final de la actividad laboral. Los hijos ya hacen su vida independiente con sus propias familias. Desaparecen las motivaciones por las que, en su momento, gastamos tantas energías. Las fuerzas van claramente en baja o la aparición de alguna enfermedad trastorna nuestra quietud. A los hijos no siempre les es fácil prestarnos la atención que solicitamos. Nos cuesta mantener el paso en la vida. Nos sentimos solos, frágiles y abandonados.

Son momentos muy complicados. Se hace presente la tentación de interiorizar el descarte. Es ahora, y a pesar de todo, cuando necesitamos proclamar con Francisco una grata realidad, siempre posible: ¡Bendita la casa que cuida a un anciano! ¡Bendita la familia que honra a sus abuelos!

En realidad, la situación a la que se nos ha dado llegar no es fácil de comprender ni para quienes ya la vivimos por necesidad. Lo cierto es que nadie nos ha preparado para adaptarnos a ella. Ni siquiera nosotros nos hemos preocupado de cultivar actitudes, aficiones y oportunidades para ese futuro seguro. Suele presentarse por sorpresa y nos pilla sin resortes para interpretarla. Y ante semejante panorama, “por una parte, estamos tentados de exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes, y, por otra, parece que no nos quedaría más que vivir sin ilusión, resignados a no tener ya “frutos para dar” (Francisco). Se ha de huir de ambas tentaciones.

Quizás nos haría bien, por el contrario, escuchar e interiorizar este mantra: ¡Envejecer no es una condena, es una bendición! Sobre el mismo, se podría llevar una ancianidad activa en todos los órdenes. Pero, muy especialmente, humanizando este mundo tan deshumanizado.

Aunque, personalmente, lo entiendo como la derivada del misterio más esencial del cristianismo, reviste un carácter trasversal. Esto es, no es necesario ser cristiano para vivirla de ese modo. ¿Cómo llevarlo a cabo? Muy sencillo: Prestando una atención específica a las relaciones humanas con los demás, amigos y no tan amigos, restañando muchas heridas del pasado. Con la ayuda a los pobres y afligidos a quienes siempre podemos dar consuelo y afecto. Sobre todo, con nuestra propia familia, con nuestros hijos y nietos. Siempre se puede dulcificar la convivencia si se cambia de actitud, si se pone amor y ternura. Los demás, ante ese tu testimonio de amor, cambiarán su actitud.

Existe un pasaje evangélico (Mt 25, 31-46) que, personalmente, he interpretado como concluyente y definitivo. El criterio del bien y del mal, en el juicio final, no es puesto en nuestra relación con Dios a través de los rituales y ceremonias en que hayamos participado, ni en las doctrinas que hayamos abrazado, ni en la sumisión y obediencia a los líderes religiosos, ni en el cumplimiento riguroso de los preceptos religiosos. El criterio estará en función de lo que hayamos hecho con los demás, y especialmente con los más necesitados, con los enfermos, los marginados y despreciados de este mundo. “Dios, se funde y confunde con lo humano” (Castillo). Por tanto, “solo se tendrá en cuenta la humanidad de cada uno”.

Frutos

Para comprender la verdadera dimensión de esta novedosa realidad, enseñada por Jesús, es suficiente la lectura de dos versículos que contienen la respuesta del Rey a las preguntas de los aceptados en el reino y de los apartados del mismo. ¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, inmigrante, desnudo, enfermo o encarcelado? (vs. 37-39). El Rey les responderá: “Os digo que cuanto hicisteis al más pequeño de mis hermanos, a mí me lo hicisteis” (v. 40). ¿Cuándo te vimos hambriento….? (v. 44). Él les responderá: “Os dijo que cuanto dejasteis de hacer a uno de estos más pequeños, a mí dejasteis de hacerlo”(v. 45). La enseñanza es muy clara: “… lo que se haga o se deje de hacer con cualquier ser humano, en definitiva, a quien se le hace o se le deja de hacer es a Dios (…) La respuesta del Señor … no es poner al hombre en lugar de Dios, sino la afirmación de que los humanos no tenemos otro sitio ni otra forma de encontrar a Dios que nuestra propia humanidad” (Castillo).

“Frente a todo esto, ha subrayado Francisco, necesitamos un cambio profundo, una conversión que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada uno reconozca en el otro a un hermano”. Todos somos hijos de Dios, y hermanos, pues fuimos creados a su imagen y semejanza. Podemos, no obstante nuestra ancianidad, dar el testimonio de ver a los demás con la mirada amorosa y humanizadora de Dios.

La vejez que habla de humanismo

por Rixio Portillo 


Durante los días de navidad, la productora de contenidos en streaming Netflix, ha publicado una docuserie con la participación del papa Francisco, llamada: ‘Historias de una generación’, la cual, está inspirada en el libro del mismo pontífice, publicado en 2018: ‘La sabiduría del tiempo’.


Los episodios giran en torno a cuatro temáticas: amor, sueño, lucha y trabajo; y presentan diversas historias que relacionan con breves comentarios realizados por el papa en una entrevista, en el Vaticano, la cual fue conducida por el jesuita, y partner de producción de la miniserie, Antonio Spadaro.

Sin renunciar a ser ancianos, con dignidad

Entre los muchos aspectos a destacar de la producción audiovisual es que sean personas de más de 70 años las que conduzcan al espectador en un viaje de experiencias profundamente humanas y esperanzadoras, frente a un mundo en el que los ancianos son desechados y descartados porque no tienen capacidad productiva monetaria.

Solo con ver las protestas de los pensionados en nuestros pueblos de América Latina es posible reconocer como son mal tratadas las personas mayores, y cómo muchos jóvenes engañados creen que no van a llegar a la vejez.

Resulta interesante la reivindicación de la dignidad del anciano, desde la absoluta realidad de su experiencia de vida, y no desde el ilusionismo que se apoya en el complejo de Peter Pan, o la utopía pueril de la eterna juventud.

Transmitir la vida a las generaciones

Otro elemento, que vale la pena destacar, es el diálogo entre las generaciones. Son personas ancianas que están en contacto con hijos, nietos, amigos, personas a su cargo, o simplemente con quienes les ha tocado compartir esta etapa de la vida, en disposición siempre de dar y transmitir, en no quedarse con nada, sino en vivir a plenitud la alteridad.

Aunque la religión no es el tema central, el documental es una forma extraordinaria de hablarle a la generación millennial y centennials, que son los principales suscriptores de la plataforma, con un lenguaje y narrativa audiovisual impecable, sobre los aspectos realmente importantes de la vida. No el tener, o el ser, o el ganar, sino el dar(se).

El pontífice recuerda, como en otras ocasiones, lo aprendido de su abuela Rosa, que no le vio de Papa, pero que desde el cielo le ha acompañado en tal difícil tarea, y como esas lecciones han sido la savia para que las ovejas de la iglesia universal puedan también alimentarse. En un sentido trascendente, la abuela Rosa representa a todos aquellos abuelos y abuelas anónimas que dieron, dan y siguen dando el todo por sus hijos y nietos, y que su semilla sigue viva en una sociedad que necesita de valores humanos para poder ser mejor.

Una serie del papa en el que no es protagonista

La narración versa sobre diferentes historias, desde científicos reconocidos,  hasta el gran cineasta Martin Scorsese, pasando por la madre de una luchadora social en Centroamérica, o un agricultor en Costa Rica, o una de las promotoras del movimiento Plaza de Mayo, en Argentina, o un anciano zapatero en Vietnam, entremezcladas por los comentarios de Francisco que no ha querido ser el protagonista autorreferencial.

Todos los ancianos de la serie tienen en común ese sentido de humanismo en el corazón, de poder trascender en el otro, en la dignidad del trabajo y del esfuerzo diario; en las luchas cotidianas sin pretensiones de heroísmo; en la esperanza de la reconciliación y el perdón.

El humanismo, ese es el eje central de la serie, un humanismo cristiano que desde la antropología del don, puede comprender que quién pierda la vida en Jesús (en aquellos últimos descritos en Mateo 25) realmente la salva, y es capaz de defenderla, desde la mirada alargada del horizonte universal del bien y la solidaridad.


Por Rixio Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey