Pedro Pancorbo: “Sin un equipo coordinado el cura no llega a nada”

Este policía forma parte del grupo que ha levantado desde cero la parroquia San Pedro Poveda de Jaén

Los investigadores de la Universidad Católica de Valencia no dudaron en incluir en su estudio de comunidades evangelizadoras a la parroquia San Pedro Poveda de Jaén. Entre el equipo que ha levantado desde cero este templo, está Pedro Pancorbo Contreras, policía de 49 años. Han hecho tan suya la invitación a estar en salida hacia las periferias, que han recibido la Bandera de Andalucía a los valores humanos y la solidaridad otorgada por la Junta.

PREGUNTA.- ¿A qué sabe que le incluyan a uno en un estudio de parroquias evangelizadoras?

RESPUESTA.- Suena al reconocimiento de un trabajo de dos décadas. Empezamos con un solar, de ahí a unos locales y después la construcción fase a fase. Junto a nuestro párroco, Julio Segurado, siempre tuvimos claro que, a medida que se levantaba el edificio, lo fundamental era crear una comunidad. La creación del consejo pastoral fue la base para buscar la identidad y misión de nuestra parroquia. El Documento de Aparecida y la ‘Evangelii gaudium’ fueron nuestros textos de referencia para aterrizar esa llamada a vivir en un estado permanente de misión.

Partir de cero nos permitía ser más libres para no entrar en la dinámica de servicios sacramentales, sino en una pastoral de procesos. Para ello, nos han ayudado los Grupos Alpha como método de primer anuncio. Pero nos dimos cuenta de que solo tenía sentido si éramos capaces de darle continuidad creando un catecumenado y un discipulado. Hoy, tenemos a 200 adultos en grupos de fe con una formación específica en Biblia, con la Lectio Divina, Acción Católica…

Patas indispensables

P.- ¿Parroquia evangelizadora es sinónimo de ‘llenazo’ en la misa de los domingos?

R.- La tentación del número siempre está ahí, sobre todo porque venimos de una pastoral de cristiandad. Tenemos que asumir que estamos en una época de posmodernidad, con destinatarios diferentes. Antes nos volcábamos en formar a niños y jóvenes porque gozábamos de una fe familiar heredada, ahora estamos llamados a acompañar y despertar la espiritualidad en los adultos desde una elección personal. El camino pasa por propiciar experiencias de encuentro con Dios. Antes los agentes evangelizadores eran párrocos y religiosos, ahora los laicos estamos llamados a liderar la evangelización.

P.- ¿Se ha acabado el ‘ordeno y mando’ del cura?

R.- Sí. El sacerdote es el pastor, va en cabeza y cuida de nosotros, pero si no cae en la cuenta de que necesita un equipo potente y comprometido de laicos, llegará a poco y se desgastará. Para ello, se necesita una conversión de los laicos, que nos enamoremos de Cristo y la pasión por evangelizar. A partir de ahí, se suman la vivencia comunitaria de la fe, una formación bíblico-doctrinal y el compromiso misionero. Todas estas patas son indispensables

Pedro Pancorbo: “Sin un equipo potente, el cura no llega a nada”

Este policía forma parte del grupo que ha levantado desde cero la parroquia San Pedro Poveda de Jaén

Los investigadores de la Universidad Católica de Valencia no dudaron en incluir en su estudio de comunidades evangelizadoras a la parroquia San Pedro Poveda de Jaén. Entre el equipo que ha levantado desde cero este templo, está Pedro Pancorbo Contreras, policía de 49 años. Han hecho tan suya la invitación a estar en salida hacia las periferias, que han recibido la Bandera de Andalucía a los valores humanos y la solidaridad otorgada por la Junta.

PREGUNTA.- ¿A qué sabe que le incluyan a uno en un estudio de parroquias evangelizadoras?

RESPUESTA.- Suena al reconocimiento de un trabajo de dos décadas. Empezamos con un solar, de ahí a unos locales y después la construcción fase a fase. Junto a nuestro párroco, Julio Segurado, siempre tuvimos claro que, a medida que se levantaba el edificio, lo fundamental era crear una comunidad. La creación del consejo pastoral fue la base para buscar la identidad y misión de nuestra parroquia. El Documento de Aparecida y la ‘Evangelii gaudium’ fueron nuestros textos de referencia para aterrizar esa llamada a vivir en un estado permanente de misión.

Partir de cero nos permitía ser más libres para no entrar en la dinámica de servicios sacramentales, sino en una pastoral de procesos. Para ello, nos han ayudado los Grupos Alpha como método de primer anuncio. Pero nos dimos cuenta de que solo tenía sentido si éramos capaces de darle continuidad creando un catecumenado y un discipulado. Hoy, tenemos a 200 adultos en grupos de fe con una formación específica en Biblia, con la Lectio Divina, Acción Católica…

Patas indispensables

P.- ¿Parroquia evangelizadora es sinónimo de ‘llenazo’ en la misa de los domingos?

R.- La tentación del número siempre está ahí, sobre todo porque venimos de una pastoral de cristiandad. Tenemos que asumir que estamos en una época de posmodernidad, con destinatarios diferentes. Antes nos volcábamos en formar a niños y jóvenes porque gozábamos de una fe familiar heredada, ahora estamos llamados a acompañar y despertar la espiritualidad en los adultos desde una elección personal. El camino pasa por propiciar experiencias de encuentro con Dios. Antes los agentes evangelizadores eran párrocos y religiosos, ahora los laicos estamos llamados a liderar la evangelización.

P.- ¿Se ha acabado el ‘ordeno y mando’ del cura?

R.- Sí. El sacerdote es el pastor, va en cabeza y cuida de nosotros, pero si no cae en la cuenta de que necesita un equipo potente y comprometido de laicos, llegará a poco y se desgastará. Para ello, se necesita una conversión de los laicos, que nos enamoremos de Cristo y la pasión por evangelizar. A partir de ahí, se suman la vivencia comunitaria de la fe, una formación bíblico-doctrinal y el compromiso misionero. Todas estas patas son indispensables

Los laicos en la Iglesia

El Papa pide valorar más a los laicos en sus competencias, especialmente a las mujeres, en las parroquias y las diócesis

Francisco ha clausurado este sábado el el congreso promovido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida con los responsables del laicado de las Conferencia Episcopales.

En este sentido, ha destacado que «deben ser siempre consultados en la preparación de nuevas iniciativas pastorales a todos los niveles, local, nacional y universal».

«Deben tener voz en los consejos pastorales de las Iglesias particulares. Deben estar presentes en las oficinas de las diócesis. Pueden ayudar en el acompañamiento espiritual de otros laicos y también aportar su contribución en la formación de seminaristas y religiosos, ha señalado. Para Francisco, los laicos «junto con los pastores, deben dar testimonio cristiano en ambientes seculares: el mundo del trabajo, de la cultura, de la política, del arte, de la comunicación social». Sin embargo, ha advertido que «los laicos clericalizados son una plaga en la Iglesia».

En definitiva, pide que los laicos sean consultados en las parroquias y que colaboren «en la formación» y en la preparación del matrimonio tras asegurar que la ideología es «una peste en la Iglesia».

«La formación de los laicos debe estar orientada a la misión», y no limitarse a la teoría, porque entonces se convierte en ideología, y la ideología en la Iglesia es una plaga», ha señalado el Pontífice.

«Los laicos pueden llevar el anuncio del Evangelio en su lenguaje ‘cotidiano’, comprometiéndose en diversas formas de predicación. Pueden colaborar con los sacerdotes en la formación de niños y jóvenes, ayudar a los novios en su preparación al matrimonio y acompañarles en su vida conyugal y familiar», ha agregado.

Durante la audiencia en el Aula Nueva del Sínodo con los presidentes y responsables de las Comisiones para los laicos de las Conferencias Episcopales que han participado en estos días en el congreso promovido por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, el Papa ha enfatizado que «la necesidad de valorar a los laicos no depende de alguna novedad teológica», sino que se basa en «una correcta visión de la Iglesia», la de «la Iglesia como Pueblo de Dios, del que los laicos forman parte de pleno derecho junto con los ministros ordenados».

Por ello, el Papa ha pedido a todos «recuperar una eclesiología integral», que ponga el acento en la unidad y no en la separación, donde «el laico no es el no religioso, sino el bautizado», y se le aplique el término «discípulo, hermano», como se aplicaba en el Nuevo Testamento a todos, «fieles laicos y ministros ordenados», según recogen los medios vaticanos.

En este sentido, el Papa ha lamentado que «todavía queda mucho camino por recorrer para que la Iglesia viva como un cuerpo, como un verdadero Pueblo» en comunión.

Frente a la tentación de vivir separados unos de otros, Francisco ha destacado que todo el Pueblo de Dios está unido por una única fe, no es «ni populismo ni elitismo, sino el santo Pueblo fiel de Dios», «animado por el mismo Espíritu santificador y orientado a la misma misión de anunciar el amor misericordioso de Dios Padre». Según ha destacado, la importancia de una formación que no debe ser «escolástica, limitada a ideas teóricas», sino «también práctica».

Para el Papa, «el acento debe ponerse en la unidad y no en la separación». «El laico, más que como ‘no clérigo’ o ‘no religioso’, debe ser considerado como bautizado, como miembro del pueblo santo de Dios, como sacramento que abre todas las puertas», ha insistido

Francisco ha señalado que si bien «la palabra ‘laico’ no aparece en el Nuevo Testamento», habla «de ‘creyentes’, ‘discípulos’, ‘hermanos’, ‘santos’, términos aplicados a todos: fieles laicos y ministros ordenados». Por ello, ha instado a «superar dicotomías, miedos y diferencias mutuas» desde la corresponsabilidad

El divorcio entre clérigos y laicos en la Iglesia

Los clérigos: elegidos por la comunidad y obligados a dar cuenta de su servicio

Rufo González

Democratizar la Iglesia, camino para hacerla más comunión (4)
Cuando todos se sentían “laicos” (“laos” = pueblo), miembros del nuevo “Pueblo”, no existía “divorcio” entre el clero y el resto del Pueblo de Dios. Los “servidores” (apóstoles, profetas, maestros, cuidadores, asistentes, dirigentes…), eran elegidos y controlados por la comunidad. Pronto, al concentrar el poder en pocas manos, cayeron en la tentación de hacerse “señores”.

Como los labradores de la parábola de Jesús (Mt 21,33-46), poco a poco se saltaron las advertencias del Evangelio para hacerse “dueños de la viña”. Pronto permiten y exigen “ser reconocidos como jefes y grandes, tiranizan, oprimen, dominan, se hacen llamar bienhechores (y mucho más: santidad, beatitud, eminencia, excelencia…). “No será así entre vosotros, vosotros no hagáis así… Sed servidores, esclavos de todos. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Mt 20,25; Mc 10,42-45; Lc 22,25-27). Así se inició el divorcio entre clérigos y laicos.

Los clérigos no han tenido inconveniente en marginar a quien no acepta sus leyes: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros… No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,38-40; Lc 9,49-50). A veces incluso se han atrevido a pedir: “Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?” (Lc 9,54). No escucharon la regañina de Jesús (Lc 9,55).

Colaboraron y bendijeron el “fuego del cielo”: Esto ha escrito un papa a un obispo: “No consideramos que sean homicidas los que, ardiendo en el celo de su católica madre contra los excomulgados, resulte que han destrozado a algunos de ellos…” (Urbano II: Epist. 132. PL 151, 394). Y en 1520, el papa León X “condena, reprueba y rechaza” (DS 1.492) esta proposición atribuida a Lutero: “quemar herejes es contra la voluntad del Espíritu Santo” (DS 1.483, D 773). “Semejante atrocidad se encuentra recogida todavía en el Denzinger, libro titulado El Magisterio de la Iglesia” comenta González Faus (La autoridad de la verdad. Sal Terrae 2006. P. 80).

Olvidaron que todos los bautizados son “piedras vivas, edificio espiritual destinado a ser sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo…, raza elegida, sacerdocio regio, nación santa, pueblo patrimonio de Dios” (1Pe 2,5.9). Estas “piedras vivas” las han hecho pasar por “piedras inertes”, “simplemente laicos”, “reducidos” en relación a los clérigos, “pueblerinos”: cristianos sin voz, sin poder opinar ni decidir, sólo obedientes a los servidores. Pío X: “La Iglesia es por su naturaleza una sociedad desigual; comprende dos categorías de personas: los pastores y la grey. Sólo la jerarquía mueve y dirige… El deber de la grey es aceptar ser gobernada (más cruel es el original: “gubernari se pati”: sufrir ser gobernada) y cumplir sumisamente las órdenes de quienes la rigen” (Enc. “Vehementer nos” al clero y pueblo de Francia.1906).

Han logrado trastocar dos palabras: “laico” y “clero”. La primera (miembro del Pueblo) la aplican sólo a los cristianos de segundo orden, como si los clérigos no fueran Pueblo. La segunda (“clero”) se la aplican sólo a ellos, los servidores del Pueblo de Dios. Contra el Nuevo Testamento que considera a los bautizados “clero de Dios” (“parte, suerte, herencia, heredad…”): “kleronomoi” (Gál 3,29; Rm 8,17), “eklerozemen” (Ef 1,11), “kleronomías” (Ef 1,14; He 20,32), “ton kléron” (He 26,18; 1Pe 5,3); “tou klerou ton hagíon” (Col 1,12: “clero de los santos”). Silencian textos tan claros como: “linaje elegido, un sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios…” (1Pe 2, 9-10). Y no conformes sólo con eso, los clérigos se convierten en pirámide graduada de poder, se eligen a sí mismos y no están obligados a dar cuenta de su servicio. Ponen barreras: ropas y distinciones pintorescas, indignas del que no tenía dónde reclinar la cabeza. Los más importantes se dotan hasta de “escudo de armas” como la nobleza mundana.

La “consagración” bautismal ha sido arrinconada. Poca gente sabe que el bautismo es la consagración fundamental, más importante, la que nos hace “sacerdotes” de la Nueva Alianza, “otros Cristos”. Los primeros cristianos tenía clara conciencia, recibida en la catequesis previa al bautismo: “Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido hechos semejantes al Hijo de Dios. Porque Dios nos predestinó para la adopción, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Hechos, por tanto, partícipes de Cristo, con toda razón os llamáis `cristos´; y Dios mismo dijo de vosotros: `no toquéis a mis cristos´” (S. IV. De las Catequesis de Jerusalén, cat. 21, Mystagogica 3, 1-3: PG 33, 1087-1091).

El clero termina por ser “la Iglesia”. En cierto modo se han convertido en “ocupas” de la “Iglesia”. Resaltan más su “consagración”, secundaria, servicial o ministerial. Asumen solos toda la misión evangelizadora, sacerdotal, deliberadora y decisoria del Pueblo de Dios. Los que eran servidores del Pueblo sacerdotal se han hecho señores (“monseñores”), sacerdotes por encima del sacerdocio común. Su “sacerdocio ministerial”, “servicial”, para fomentar y coordinar el ejercicio sacerdotal de todos, ha anulado en la práctica al original y primer sacerdocio cristiano. Ha tenido que venir el Vaticano II para afirmar solemnemente que: “los sagrados pastores saben que ellos no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia cerca del mundo, sino que su excelsa función es apacentar de tal modo a los fieles y reconocer sus servicios y carismas, que todos, a su modo, cooperen unánimemente a la obra común” (LG 30).

Hay que recuperar la primacía de la comunidad poniendo el sacerdocio ministerial al servicio del sacerdocio común, ontológicamente primario, perteneciente a todo el Pueblo de Dios. Ciertamente ambos sacerdocios son uno solo. El ministerial recuerda a Cristo, cabeza, que hace posible el que todo su Pueblo sea y viva el sacerdocio único de Jesús. Sirve al Pueblo representando a Cristo en medio de los suyos, pero sabiendo que él es también Pueblo. Tiene la misma dignidad. Desempeña una función distinta entre otras funciones y carismas que el Espíritu concede a otros miembros de su Pueblo. Coordina la actividad y ayuda a que todos podamos ser parte activa y desarrollemos el sacerdocio originario del Bautismo y de la Confirmación. Pueden ser elegidos por la comunidad y rendirle cuentas. Así puede superarse el divorcio actual entre pastores y pueblo.

Creo acertado al teólogo chileno, Jorge Costadoat, SJ, al escribir: “El asunto de fondo es que la participación y la comprensión de los fenómenos que nutren la enseñanza y la toma de decisiones en la Iglesia es prerrogativa prácticamente exclusiva de los sacerdotes. El cristianismo sacerdotal… genera clericalismo y un sinfín de otros problemas… El común de los católicos… no tienen ninguna participación en la generación de las decisiones más importantes de su Iglesia.

Estas son obra de un estamento sacerdotal que se elige a sí mismo y no se siente obligado a dar cuenta a nadie del desempeño de sus funciones. Los obispos y sacerdotes son los “elegidos” por Dios, pero como si Dios no pudiera elegirlos a través de las comunidades. Así las cosas, la Iglesia no está a la altura de los tiempos y, porque la Encarnación pide hacerse a los tiempos, a los tiempos de la autonomía de la razón y a las demandas de dignidad de los seres humanos, muy difícilmente puede ser testimonio de Jesucristo” (Agotamiento de la versión sacerdotal de la Iglesia Católica. Redes Cristianas. Agosto 19/2022).

El año del laicado en la Iglesia de Paraguay

Laicos en misión hacia las periferias

Por Adalberto Martínez Flores


La Conferencia Episcopal Paraguaya declaró el año 2022-23 como el Año del Laicado. Si bien le dedicamos estos dos años al laicado, nuestra firme convicción es que el trabajo debe ser sostenido y profundizado en el tiempo para cosechar los frutos traducidos en la transformación profunda del Paraguay, a partir de la conversión y santidad de vida de los bautizados, los fieles laicos, que actúan como el fermento del Evangelio en el corazón de la sociedad paraguaya.

El nuevo Paraguay que soñamos solo será posible con mujeres y hombres nuevos, ciudadanos de bien, patriotas, que se juegan por su fe allí donde le toca actuar: en la política, en la economía, en la educación, en la cultura, en el deporte, en el mundo del trabajo y de la empresa y, sobre todo, en su vida personal y familiar.

Cuando el papa Juan Pablo II visitó el Paraguay en 1988, expresó: “No se puede arrinconar a la Iglesia en los templos, ni a Dios en las conciencias”. La fuerza de este mensaje de Karol Wojtyla se proyecta precisamente en el ser, el quehacer y la misión del laico en un contexto en que la Iglesia está llamada a salir de sí misma para ir hacia las periferias y anunciar a todos, sin exclusión, la alegría del Evangelio.

Por acción u omisión

El Paraguay, mayoritariamente católico, es uno de los países más inequitativos del mundo. Los laicos están llamados a transformar las situaciones de pecado que oprimen a nuestro pueblo: la corrupción, la inequidad, la violencia silenciosa de la pobreza que excluye y descarta a los más débiles, niños y ancianos, indígenas y campesinos, jóvenes sin oportunidades ni horizonte para sus vidas, familias desestructuradas, agresión al medio ambiente, entre otros males que padecemos en el Paraguay. En estas y otras penosas realidades son partícipes los laicos, sea por acción u omisión.

Por su bautismo, el laico tiene la directa responsabilidad de “transformar las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio” (DAp 210). Su misión es llegar con el Evangelio a las periferias geográficas y existenciales. Salir de los límites geográficos de la capilla, de la parroquia, de la diócesis, para llegar a los alejados. Pero también salir de los prejuicios y de las mezquindades para llegar a las periferias existenciales como lo define el Santo Padre: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.

En Paraguay tenemos un laicado bastante activo, ya sea en las parroquias, ya sea en las nuevas comunidades, ya sea en los movimientos apostólicos, así como en los diversos ámbitos de la vida social. Muchos de ellos se juegan por los pobres y por los descartados de nuestra sociedad. La propuesta es animarlos, acompañarlos, articularlos y fortalecerlos trabajando en redes.

El protagonismo de los laicos en la evangelización es fundamental. Un laicado con sentido de pertenencia eclesial es, sin duda, un potente y eficaz factor para la transformación del Paraguay conforme al proyecto de Dios.

No dejar pasar más trenes…

¿Sinodalidad? Claro, pero… no podemos dejar pasar más trenes

Sínodo
Sínodo

Tengo cierto miedo de que caigamos en la trampa de emocionarnos con el eslogan, darle vueltas y vueltas para que, al final, todo vuelva a ser exactamente igual. Hacemos reuniones bien organizadas, papeles, síntesis y síntesis de síntesis… y, cuando acaba, esperamos el siguiente tema que alguien, desde arriba, nos dé para trabajar

Esa mayoría de edad pasa por dos cosas que existen más bien poco: primero, comunidades laicales, estables y abiertas, donde todos sientan que participan de la vida eclesial, en comunión con sus presbíteros y con la vida religiosa y, segundo, crear para ellas redes de formación espiritual, teológica y en acompañamiento que capaciten a sus líderes laicos

Por José María Pérez Soba

Si os digo la verdad, necesito compartiros una inquietud profunda que tiene que ver con la sinodalidad, el gran tema de actualidad. No me cabe la menor duda de que la centralidad que el Papa Francisco ha dado a esta verdad (“sínodo es otro nombre de la Iglesia”) va a ser una de las grandes claves de su pontificado y, espero, de la Iglesia del siglo XXI. Es un impulso imprescindible y absolutamente necesario al programa del Vaticano II, aún por aplicar, un soplo que airea y remueve aspectos de la vida eclesial anquilosados.

Materiales del Sínodo
Materiales del Sínodo

Pero, cuidado… Tengo cierto miedo de que caigamos en la trampa de emocionarnos con el eslogan, darle vueltas y vueltas para que, al final, todo vuelva a ser exactamente igual. Hacemos reuniones bien organizadas, papeles, síntesis y síntesis de síntesis… y, cuando acaba, esperamos el siguiente tema que alguien, desde arriba, nos dé para trabajar.

De verdad creo que ya no nos podemos permitir esto. Vistas las estadísticas que hablan del nulo interés de la mayoría de los jóvenes españoles por lo religioso, nos estamos jugando acabar atrapados en la insignificancia. Y eso no lo podemos permitir.

Por eso quiero compartir una convicción: hacer verdad que sinodalidad es ‘caminar juntos’ implica descentralizar la vida eclesial, impulsando la mayoría de edad del laicado. Llevamos más de cincuenta años diciéndolo y hemos avanzado, cierto… pero ¡tan poco…! ¿Por qué? Desde mi experiencia de vida laical, ya de medio siglo, esa mayoría de edad pasa por dos cosas que existen más bien poco: primero, comunidades laicales, estables y abiertas, donde todos sientan que participan de la vida eclesial, en comunión con sus presbíteros y con la vida religiosa y, segundo, crear para ellas redes de formación espiritual, teológica y en acompañamiento que capaciten a sus líderes laicos.

Tríptico de la CEE para animar a los alejados a participar en el Sínodo de la sinodalidad
Tríptico de la CEE para animar a los alejados a participar en el Sínodo de la sinodalidad

Si no, si sinodalidad se concreta en preguntar de vez en cuando a los laicos, mientras la vida habitual sigue dependiendo del cada vez menor número de clérigos o de religiosos, seguiremos usando grandes palabras para ocultar la sangrante verdad de que la mayoría de las veces solo pueden mantener, con esfuerzos heroicos, la estructura actual. Y, mientras, la sociedad nos está pidiendo a gritos planes potentes para una evangelización de primer anuncio, para una pastoral no de mantenimiento sino de salida (¡Iglesia en salida!) para estar donde está la gente, donde están los jóvenes (porque ellos no van a venir). La realidad es que, pese a nuestros muchos papeles, nuestra gente se interna, cada vez con más facilidad, sin grandes aspavientos, en la indiferencia hacia cualquier mensaje religioso. Y, al final, como decía, Juan Martín Velasco, profético como siempre, ‘de tanto predicar en el desierto, el desierto se nos meterá dentro’.

Os comparto una experiencia: una vez, al acabar una charla sobre la vocación laical a un grupo de nuestras comunidades adultas, se me acerca una señora mayor, majísima, de las que mantienen viva la fe, que me confiesa: “es la primera vez en setenta años que me dicen que tengo vocación”. Tenemos un problema. Si mi comunidad hubiera esperado a que el sacerdote o el religioso pudiera organizar o liderar el proceso formativo donde sucedió aquello, liados en otras mil tareas, nunca, nadie, le habría dado la Buena noticia a este sol de señora de que, en efecto, Dios la había preparado un regalo, incluso desde antes de ser concebida: su vocación.

Una vez escuché a un obispo murmurar, desconsolado, que reimpulsar la Iglesia no podía pasar por los laicos porque ‘sin un cura, no pueden’. Pues estamos perdidos. Claro que no podemos… porque nadie nos ha dado espacio y recursos para poder.

Laicos en la Iglesia
Laicos en la Iglesia

En el mundo religioso, donde el número de vocaciones disminuye todavía más, un número creciente de laicos y laicas está asumiendo el liderazgo de las comunidades, de la formación, de la espiritualidad. Son personas laicales que han podido acceder a estudios teológicos (teología superior o ciencias religiosas como mínimo), que han vivido experiencias de acompañamiento espiritual y que viven en redes de comunidades que impulsan y acompañan su vida.

Si es verdad que tomamos conciencia de nuestro ser sinodal, necesitamos que los centros de formación teológica habiliten espacios de formación teológica seria, organizada, que sean compatibles en horario con la vida de una persona laica trabajadora. No cursillos para que repitan cuatro cosas, cogidas con alfileres, sino procesos formativos (que no es lo mismo) que capaciten para tener una síntesis propia de la fe, en comunión con la Tradición, que le habiliten para ser un eficaz divulgador de la propuesta cristiana en diálogo con el mundo actual.

Necesitamos escuelas de oración y de espiritualidad que permitan a laicos y laicas ser auténticos acompañantes de sus hermanos y hermanas en una espiritualidad cotidiana que sostenga en verdad sus vidas desde la fe

Necesitamos escuelas de oración y de espiritualidad que permitan a laicos y laicas ser auténticos acompañantes de sus hermanos y hermanas en una espiritualidad cotidiana que sostenga en verdad sus vidas desde la fe. Así, podremos difundirla como una oportunidad para las personas con las que compartimos la vida, porque no pocas personas tienen auténtica sed de sentido, sed de una espiritualidad profunda, verdadera, hartos de las miles de técnicas recicladas de una pseudopsicología de autoayuda.

Los miembros del equipo de la CEE para coordinar la fase diocesana del Sínodo 2023
Los miembros del equipo de la CEE para coordinar la fase diocesana del Sínodo 2023

Necesitamos capacitar laicos y laicas en un liderazgo horizontal que acompañe la vida de las pequeñas comunidades cristianas, donde se juega la vida de fe. No estamos hablando de replicar el modelo monárquico de siempre, sino un modelo diferente, el propio de nuestro tiempo (que manejan hasta las empresas del mundo secular, pero nosotros no), horizontal, fraterno, en el que, de verdad, sentimos que estamos juntos en el camino.

En resumen…, creo que, si no queremos convertir el fundamental mensaje de la sinodalidad en un eslogan y dejar pasar otra oportunidad, es necesario apostar por planes, por procesos claros, definidos y evaluables de liderazgo laical. Y, no quiero ser agorero, pero mucho me temo que no podemos dejar pasar muchos más trenes.

El laicado con la sinodalidad de fondo

Gabriel María Otalora 

El Concilio Vaticano II supuso un antes y un después para los laicos; sin embargo, no sé si es posible hablar de un único tipo de laico en la Iglesia. Existe un laicado tradicional configurado como una mayoría silenciosa, pasiva e inhibida a la vez, convencida de que no tiene mayores responsabilidades; convencimiento este alentado, durante mucho tiempo, por buena parte de la jerarquía eclesiástica. 

Existe también otro laicado, minoritario, pero cada vez más significativo que suspira por una implicación real y con una visión más integral del mandato evangélico. Son cristianos que intentan vivir su fe de forma adulta allí donde se encuentren procurando abrirse a las preguntas de la fe en su medio desde su voluntad para ser luz y fermento bajo el signo de la fraternidad. 

Pero tampoco es un laicado homogéneo, pues laicos comprometidos son también los que 
participan en los movimientos “neocon” y teocon”, los nuevos conservadores radicales que no descartan un choque de civilizaciones ante la necesidad de preservar al cultura occidental, con posiciones muy conservadoras donde la religión católica debiera jugar un papel de poder. Sin duda que hay admirar y copiar su celo y entusiasmo… pero poco más, ya que no parece que han interiorizado la gravedad del pecado estructural del materialismo en este caso capitalista, ni la peligrosa contradicción entre el mensaje y la práctica diaria que supone la perpetuación de una Iglesia poderosa y acomodaticia. 

En todo caso, el prototipo del laico actual es el de un cristiano desconcertado, inseguro y escéptico de su papel. Un laicado que añora la referencia de las virtudes teologales como los tres grifos de todas las demás virtudes: la fe (por inmadura), la esperanza (por descafeinada) y la caridad, que ya no es el principal signo por el que se nos reconoce a los cristianos. Como corresponde a un tiempo revuelto, los laicos no acabamos de encontrar nuestro sitio en una institución eclesial que se resiste a dejar atrás su lastre clericalista y, a la vez, mundano, en el sentido de mantener las cuotas de poder y de ostentación (Estado Vaticano, títulos y dignidades, carrera eclesiástica, etc.). 

Contradicciones e indiferencia que el Papa no deja de denunciar, por cierto. Parece como si a los dirigentes religiosos les preocupase más la obediencia a las normas que la fidelidad al mensaje con los hechos. La consecuencia práctica de este imperio de la ortodoxia es que unos pocos se han extralimitado en su función. Este afán por las normas más que por las personas ha tenido graves consecuencias incluso en la oración, marcada también por la rigidez de la ortodoxia del momento, que históricamente ha venido apostando por apuntalar una fe infantil más que por un crecimiento maduro y transformador del compromiso cristiano fruto de la experiencia de Dios. 

A esto habría que añadir el peso de la Tradición, confundida con frecuencia con 
costumbres mundanas y sociopolíticas con las que algunos han frenado cualquier avance liberador en la Iglesia. Y digo liberador en el sentido más evangélico del término, el que nos libera de nuestras cadenas a la manera de Pentecostés. Cuántas ataduras humanas de poder se han disfrazado de religiosidad parapetada tras “la Tradición”. Jesús fue muy claro aun en medio de la férrea tradición judía, aun más férrea que la nuestra. Respetó la tradición profética, los libros y los ritos sagrados, y hasta las normas existentes, pero lo supeditó todo al bien de las personas y a una relación más sincera con Dios, a quien presentó como un Padre cariñoso “lento a la cólera y rico en perdón” fijándose especialmente en los más necesitados, los preferentes del Evangelio, por cierto. 

Poco a poco, la organización de la Iglesia se ha convertido en algo más importante que la misión encomendada. “El sumo poder se ejerce bien cuando se dominan los vicios más que a los hermanos”, llegó a decir S. Gregorio Magno. “Quien debe presidir a todos, por todos debe ser elegido” (S. León Magno). “Lo que es de interés de todos, debe ser aprobado por todos”. (Derecho Romano). “Soy obispo para vosotros, pero ante todo soy cristiano con vosotros” (S. Agustín), etc. 

Todo empezó a estropearse con Constantino y cuando la Iglesia se organiza a la manera de los dirigentes de la sociedad civil (s. II-III), acaparando el clero todas las funciones de la Iglesia. Y con ello, la jerarquización, la carrera eclesiástica y los privilegios. El papel de la mujer desapareció, las religiosas quedaron “en tierra de nadie”. Los monjes del desierto y algunas nuevas órdenes fueron la primera denuncia de una Iglesia cada vez más unida al poder temporal. Las órdenes terceras fueron otro intento de purificar el mensaje, pero fueron obligadas en el Medioevo a tomar forma de orden religiosa (franciscanos, etc.). 

¿Dónde queda la función del pueblo sacerdotal, del laico, del Pueblo de Dios? La historia de la iglesia parece hecha por una minoría minoritaria. Individualismo, clericalismo, ortodoxia por encima de la praxis y tradición inmovilizadora, no dejan espacio al poder del Espíritu descuidando su compromiso en prácticas tan esencialmente evangélicas como la misericordia, la compasión, la humildad, la fraternidad o la importancia relativa de los bienes de este mundo (El problema del materialismo consumista nos ha pillado con el pie cambiado). 

Caminar dos mil años en la vida de la Iglesia ha traído desviaciones entre las cuales no es la menor asumir que la inmensa tarea pastoral depende casi únicamente del clérigo, o que el estado clerical suponía estar más cerca de la perfección cristiana, contradiciendo a los inicios de la tradición cristiana (donde la orden de las viudas, de las vírgenes, entre otras, eran órdenes laicales). 

Los laicos y laicas ha sido un categoría eclesial de segunda división que se nos ha definido más por lo que no somos (no-sacerdotes, no-religiosos y no-religiosas) que por lo que somos, sin ofrecer una identidad teológica a pesar de que todos somos iguales ante Dios con diferentes carismas. Hay que saltar hasta el Concilio Vaticano II para retomar el protagonismo del Pueblo de Dios en su sentido más amplio y sin seguidismos más que a la Palabra de Dios y al ejemplo de Cristo. Y ahora tenemos la gran oportunidad con la sinodalidad que impulsa Francisco. 

Como afirma Leonardo Boff, los laicos de hoy ya no aceptan una Iglesia autoritaria y triste, como si fuesen a su propio entierro. Pero están abiertos a Jesús, a su sueño divino y a los valores evangélicos porque la Iglesia existe para anunciar a la humanidad que Dios es amor; ésta es su razón de ser, su dicha y su identidad más profunda. Pocos conocen que existe un Día del Apostolado seglar (secular, de siglo, mundo…) que se celebra, qué casualidad, el día de Pentecostés, tal es la importancia real de esta fiesta en la Iglesia… 

En líneas generales, si preguntamos qué o quién es la Iglesia a alguien de fuera de ella, nos dirá que la Iglesia son el Papa y los obispos, los curas y los religiosos y religiosas. Ni siquiera Caritas. Sencillamente, para ellas los laicos no significan la Iglesia. 
El problema sigue siendo las funciones reales de los laicos, más ejecutores que “sujetos” de las decisiones. Pero tenemos derecho a esperar y a encontrar en la Iglesia institución lo que a todos nos gustaría: vivir más y mejor el gozo de la fe y el amor compartido que muestre al mundo la Buena Noticia, asociando Iglesia a liberación. Nuestra crisis resalta más cuando la realidad eclesial se percibe como que dificulta en ocasiones la comprensión y la acción en el complejo problema social, a la hora de aportar soluciones eficaces a los problemas actuales. Los “malos” no siempre están fuera de la Iglesia. 

Sin compromiso transformador a favor de un mundo más humano no hay Iglesia de Dios 
en la que nos reconozcan como Buena Noticia a la manera del Evangelio. Y no podemos 
ofrecer un mensaje creíble si nuestra imagen es la de una Iglesia encerrada en sus 
normas, ritos y cultos haciéndose fuerte en los templos. La consecuencia es la huída social porque ya no somos Noticia, estamos sin vigor salvador, alejados de un 
Pentecostés que tememos más que anhelamos. 

Voy acabando mi reflexión. Y lo hago recordando que los evangelios son los que marcan el papel del cristiano, sea laico, presbítero, obispo o Papa, hombre o mujer. Sin distinción en lo esencial. Y lo hacen desde la enseñanza y el ejemplo de Jesús a cada uno de nosotros, en su apuesta por el seguimiento de su mensaje. En este sentido, el teólogo católico Johann Baptist Metz, discípulo de Karl Rahner, afirmaba: “La primera mirada de de Jesús no se dirigía al pecado de los otros, sino a su sufrimiento”; y “el pecado era para Jesús negarse a tener compasión ante el sufrimiento de los otros”, cosa que el clericalismo centrado en sí mismo, al servicio de una institución poderosa, olvida frecuentemente, afirmo yo. 

La Iglesia, en fin, para ser creíble tiene que apoyarse en hechos, porque el hombre 
secularizado inmerso en la cultura de la imagen sólo entiende el lenguaje de los gestos coherentes. A nuestra Iglesia le vendría muy bien escuchar: “¿Habéis pescado algo después de estar trabajando toda la noche?”. Porque lo que es trabajar, se trabaja, pero la pregunta es si se hace en la dirección adecuada 

Hablemos de liderazgo parroquial III

 
   
Este ejercicio es como tirar una botella al mar: encerrado, no solo va un mensaje, sino la esperanza de que alguien más lo lea y reflexione sobre el tema; también la intención de conectar con otras mentes y otros corazones que alimentados del Evangelio ardan en deseos de seguir mejorando nuestra Iglesia. Y es que este ejercicio de autorreflexión es vital para todos, no solo como una mera retórica, sino confrontados siempre por el Evangelio que custodia e interpreta el magisterio de la Iglesia. Porque al hablar de liderazgo parroquial, debemos buscar, más allá de las recetas, esquemas, modos en los que alguien lo está construyendo, el entender el espíritu de este liderazgo, que no es cualquier liderazgo, sino es uno compasivo al modo del Evangelio
 
Muchas veces nos quedamos con palabras bonitas que revisten nuestros discursos y reflexiones, pero entre tantas palabras nos vamos quedando con aquellas que más se acomodan a nuestra mejor conveniencia. Por ejemplo, en una ocasión estaba escuchando cómo los líderes en la Iglesia deberían ser los que “cuidan, acompañan y conducen a los demás a modo de ser luz de las naciones, sal para encontrar el sentido de la vida y levadura que fermente en la sociedad la presencia del Reino de Dios”. Y por supuesto que tiene razón, pero cuando solo nos quedamos con esta frase y nos olvidamos del Evangelio, terminamos justificándonos, por ejemplo, en el “conducir” para ejercer actos violentos que nada tienen que ver con el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo y con la propagación de una Buena Nueva esperanzadora. 
Un auténtico liderazgo desde la compasión 
Y es que corremos el riesgo de caer en la tentación de los absolutismos que nos llevan a vivir una dictadura que termina por arruinarlo todo, y para mantener el control comenzamos a compensar el liderazgo con una tiranía que se expresa en un esquema de castigo-recompensa que no refleja en absoluto al Padre amoroso que nos reveló Nuestro Señor. Por poner un ejemplo, preguntémonos cuántas veces nuestros laicos ven el hacer una lectura en la Misa como un premio, incluso muchos de ellos no se sienten dignos de hacerlo, o merecedores, o ven en los que lo hacen como alguien que ya ha hecho los méritos suficientes. Si no rompemos este esquema de castigo – recompensa, no podremos hablar de un auténtico liderazgo desde la compasión. Es verdad, es un esquema que tenemos sembrado en nuestra cultura, pero que es anti hospitalaria y sobre todo, anti evangélica. En todo momento, pero hoy más que nunca, la compasión no es un lujo, sino una necesidad
Este sistema violento de castigo – recompensa es sumamente perverso, pues hunde sus raíces directamente en el ser de la persona y en su quehacer, provocando tres reacciones devastadoras que, si el líder no lo sabe y lo sana, primero en sí mismo y luego en su apostolado, no podrá ser verdaderamente hospitalario al estilo de Jesús. Estas tres reacciones son la culpa, la vergüenza y el miedo. Cuando estamos cargados de estas energías, puede estar la gente muriendo a nuestro alrededor y no darnos cuenta, como lo hizo el Sacerdote de Israel y el Levita que aparecen en la parábola del buen Samaritano. 
La culpa siempre va a calificar el quehacer de la persona, se va a sentir culpable porque piensa que ha actuado mal, y esto puede suceder incluso si su actuación ha sido buena, pero por el rechazo lo ve de forma negativa o culposa, y cuando nuestra Iglesia se llena de personas que actúan “mal”,  ya sea porque cometen una equivocación, porque no están suficientemente capacitadas o hasta porque sucede un accidente no previsto, terminan por alejarse; como no sabemos romper ese sistema violento que lo provoca y seguimos instalados en el castigo – recompensa, empezamos a competir, y tratamos de ser menos “malas” que el de junto. 
La compasión evangélica 
La vergüenza en cambio califica el ser de la persona; cuando el sentimiento de vergüenza se siente es porque nos juzgamos indignos, malos, ajenos. Los pensamientos que alientan la vergüenza tienen raíces muy complejas en nuestra infancia, porque se fueron entre tejiendo con la dinámica de nuestros apegos y las reacciones que creímos necesarias para tener aceptación. Los apodos que en casa eran una muestra de cariño como “gordita”, en la escuela pasan a tener una carga negativa, de rechazo, y provoca conflictos que muchas veces terminamos reflejando en nuestras relaciones en la iglesia o con Dios mismo. Pero solo habitan en nuestros pensamientos, porque nos juzgamos así, indignos o malos delante de Dios o para su servicio. 
El miedo es una fuerza paralizante, que teniendo su parte útil, porque nos alerta para salvarnos la vida; sin embargo, cuando se alimenta de todo lo que hemos dicho anteriormente, terminan siendo irracionales como el miedo de que me regañe el padre o de que me corran de la iglesia. El miedo encierra el corazón y hace que veamos en Dios a un fantasma (Mc 6,49). En la práctica de nuestra fe cotidiana, vivimos con el miedo a equivocarnos y que nos castiguen o vivimos haciendo méritos para que nos premien y ese no es el Dios que nos mostró Nuestro Señor Jesucristo. 
La compasión evangélica, por otro lado, no es una actitud, sino es más bien una fuerza que llena a la persona cuando la vive realmente, entonces no hablamos de ningún modo de algo sentimental, sino una “dínamis” del Espíritu. Esta fuerza que proviene de Dios nos permite ver con claridad la naturaleza del sufrimiento conectando no con el dolor, sino con las necesidades no cubiertas de la persona que sufre y lo más maravilloso de este movimiento interno es que conectamos con nuestras propias necesidades y ahí, es ese espacio íntimo de las necesidades humanas y universales, se da una profunda y auténtica comunión; por eso otra cualidad a destacar de la compasión evangélica es que aspira a transformar la realidad violenta con acompañamiento, sin aferrase al desenlace, porque las virtudes cardinales le dan la certeza del cielo
El auténtico liderazgo de Jesús 
Los principales enemigos de la compasión son la lástima, la indignación moral y el mismo miedo. ¿Cuántas veces nosotros mismos o las personas que asisten a nuestras iglesias viven en estas trampas? Con ellas solo se aleja a los más necesitados de Dios y muestran un rostro hostil de una Iglesia que es Madre antes que todo. Y este sistema violento que algunos llaman “sistema chacal”, lo podemos encontrar en todas las esferas de nuestra Iglesia. 
Ahora la neurociencia ha destacado varias propiedades de vivir en la compasión evangélica como lo he descrito aquí, las principales son la resiliencia, la integración neutral y hasta el fortalecimiento del sistema inmune. En estudios que se han hecho en Oakland por el Doctor Gilbert, P., o los de Lutz, A., y otros que con resonancias magnéticas han demostrado que un cerebro que actúa en compasión como fuerza vital, trabaja con ambos hemisferios cerebrales de forma coordinada, y esto es solo un ejemplo. 
Y aunque todo esto nos puede llevar a pensar que la compasión nos debe venir del cielo, y no debe cabernos la menor duda de que así puede ser; sin embargo, podemos entrenarnos para ser líderes compasivos al estilo de Jesús. Desde las cabezas de nuestra iglesia que muchas veces dan despensas a los “más pobres”, pero a los “lázaros” sentados a sus puertas no dan ni las sobras; tal vez porque dar muchas despensas infla nuestros números o porque no hemos desarrollado eficazmente nuestra propia bondad que Dios ha sembrado en cada corazón humano. Este, creo yo, es el espíritu del liderazgo que debemos vivir y desarrollar en cada una de nuestras parroquias, para desguarnecer nuestros corazones y abrirlos al hijo que arrepentido busca a su madre la Iglesia o al que está tirado en el camino, sin ver en ellos al que desperdició su herencia o al que no piensa como yo porque es samaritano. 
Como conclusión quisiera preguntarte: ¿Estás dispuesto a reflexionar sobre el auténtico liderazgo de Jesús y amoldarte a él? ¿Estás dispuesto a no oprimir al prójimo sino buscar sus necesidades auténticas? ¿Estás dispuesto a adoptar la compasión como la fuerza vital? ¿Estás dispuesto a romper con todo sistema violento de tu vida y de tu Iglesia? “Ánimo, no tengan miedo”. 

La participación de todos en el Sínodo

Involucrar a la gente en los sínodos del Papa Francisco 

A los Obispos y Pastores de la Iglesia Católica: 

El Papa Francisco ha llamado a la participación de todo el Pueblo de Dios para caminar, discernir, gobernar y evangelizar juntos y así hacer fructífero el Sínodo sobre sinodalidad que pronto comenzará a nivel local este otoño. Esperamos que todas las diócesis del mundo celebren un sínodo (reunión de obispos para escuchar las voces de los laicos) entre octubre de 2021 y abril de 2022. 

La iglesia primitiva era una comunidad de iguales, gobernada por el «nuevo mandamiento» de Cristo de que nos amemos unos a otros. La comunidad se reunía en «iglesias domésticas» dirigidas por hombres y mujeres que celebraban la Eucaristía y mantenían viva la fe. La actual Iglesia patriarcal y jerárquica estandarizada en la monarquía no es lo que Cristo imaginó, porque todos somos uno en Cristo (Gal.3:28). 

Nosotros, los abajo firmantes, pedimos a los obispos y pastores de la Iglesia Católica  que nos involucren plenamente, al Pueblo de Dios, en el próximo proceso de sínodos convocado por el Papa Francisco. Comenzando a nivel diocesano, queremos que nuestras voces sean escuchadas e incluidas en todas las discusiones, continuando a nivel nacional y finalmente el Sínodo Universal en Roma en 2023. 

Estamos entusiasmados por los comentarios del Papa Francisco a los obispos italianos (24 de mayo) sobre que el Sínodo debería tener un enfoque «de abajo hacia arriba», con el proceso comenzando en pequeñas comunidades locales y parroquias. Pidió paciencia, permitiendo que todos hablen libremente, dando paso a la «sabiduría del Pueblo de Dios». 

Esperamos unirnos a otros en nuestra comunidad local para hablar en apoyo de los cambios que queremos y necesitamos en nuestra Iglesia. Aunque algunos de nosotros hemos dejado la Iglesia por frustración o decepción, reconocemos que ahora es el momento de decirles a los líderes de nuestra iglesia lo que nos ha alejado. 

Además, nos comprometemos a enviar una carta a nuestro obispo o pastor para asegurarnos de que las opiniones de los laicos estén bien representadas. 

Para que el Espíritu sea escuchado, los laicos de Dios deben estar bien representados en estos sínodos. Creemos que es esencial incluir los siguientes temas (1) en el cuestionario que se publicará pronto, y (2) en todas las discusiones a todos los niveles. 

  • Cómo la Iglesia puede ser más acogedora, indulgente, amorosa e inclusiva 
  • El papel de la mujer en el ministerio de la Iglesia 
  • Un camino de regreso a los Sacramentos para divorciados y vueltos a casar 
  • Lugar de la comunidad LGBTQ en la Iglesia 
  • Papel de las pequeñas comunidades cristianas (SCCs) en la estructura oficial de la Iglesia 
  • Laicos capacitados para administrar  parroquias y pequeñas comunidades cristianas, donde no se espera que haya sacerdote disponible 
  • El celibato para los sacerdotes debe ser opcional 
  • Transparencia y rendición de cuentas en el abuso sexual clerical, los delitos financieros y su uso del poder en la Iglesia. 

En el 60 Aniv. del Vat II: El giro de una Iglesia romanizada a una Iglesia mundial

Rafael Luciani: «La ‘opción preferencial por los pobres’ ha de ser ‘a la luz de los jóvenes'»



Rafael Luciani, profesor y teólogo venezolano, explica lo que que aún queda por recorrer del camino para lograr una Iglesia en salida como pide el Papa
«Es fundamental la ‘conversión pastoral’, haciendo a los jóvenes participes y no solamente observadores desde afuera de la Iglesia»
«Recordemos que Francisco siempre ha dicho, desde la Evangelii Gaudium inspirada en Aparecida, que debemos pasar de una ‘pastoral de conservación’a una ‘conversión pastoral'»
‘El giro’ de una Iglesia occidental y romanizada, bajo un modelo centralizado, hacia una Iglesia mundial que da el Vaticano II, donde las diferentes realides han de ser integradas, representa «el mayor reto de la recepción del Concilio», asegura
«No se trata de obedecer a ciegas a alguien que me dice lo que debo de hacer» sino que el Concilio me constituye como parte de una comunidad y son igual de responsables ‘los laicos, los obispos y el Papa'»

Por| Mireia Bonilla
(Vatican News).- Hoy se cumplen 60 años del anuncio, por parte del Papa Juan XXIII, del Concilio Vaticano II bajo el objetivo de renovar la vida de la Iglesia y adaptar la disciplina de la eclesiástica a las condiciones de la época. También se trata de una fecha muy importante “porque es la que inspira y mueve el proceso de la reforma que el Papa Francisco está llevando adelante”, tal y como ha declarado el teólogo Rafael Luciani, profesor en el Boston College y la Universidad Católica “Andrés Bello” en Caracas.
Concilio Vaticano II: una apertura de la Iglesia al mundo
Según explica Rafael Luciani para Vatican News, el Concilio Vaticano II tiene el gran mérito de haber hecho “un giro” de una Iglesia occidental y romanizada, bajo un modelo centralizado, hacia una Iglesia mundial, que significa una Iglesia donde la interculturalidad, la diversidad de los pueblos que la integran y la diversidad de las maneras de vivir el cristianismo, tienen que ser integradas, y esto – puntualiza – “representa el mayor reto de la recepción del Concilio”.
En esta recepción del Concilio, el Papa Francisco desde su primer año de Pontificado, “ha promovido como punto central la Eclesiologíadel Pueblo de Dios, la cual llama a que todos los bautizados, con todos nuestros rostros y con toda nuestra diversidad cultural, tenemos parte en esta construcción de una Iglesia en conjunto” asegura el teólogo venezolano.
 
El Concilio: la gran resistencia que ha encontrado Francisco
Luciani además señala que “no se trata de obedecer a ciegas a alguien que me dice lo que debo de hacer”sino que el Concilio me constituye como parte de una comunidad y son igual de responsables “los laicos, los obispos y el Papa” en este caminar juntos. Es por ello que el Concilio “es la gran resistencia que ha encontrado Francisco” y la cual sigue siendo un reto – dice Luciani – porque “implica un modelo de Iglesia que no se cambia de un día para otro, pero que si no lo hacemos juntos no lo vamos a ver realizado en un tiempo cercano”.
Recepción del Concilio en América Latina
En América Latina se recibe el Concilio muy especialmente a través de la Constitución Pastoral Gaudium et spes, que implica “un compromiso profundo de la Iglesia con el mundo, una apertura, una acogida y un discernimiento de lo que se vive en el mundo” explica Luciani y pone de ejemplos los 50 años de Medellín (celebrados el año pasado) y la celebración de este año por los 40 años de Puebla.

En Medellín se nos dice que la Iglesia está llamada a auscultar las actitudes de los jóvenes porque ellos son manifestación de los signos de los tiempos”; una expresión hermosa – dice Luciani – para decir lo que hoy Francisco tanto insiste: “la escucha a los jóvenes”. Y diez años después de Medellín, en Puebla, “no sólo se ratifica la opción preferencial por los pobres sino que el documento habla de esa opción preferencial por los jóvenes y los términos que utiliza es una escucha nuevamente – o sea Iglesia en clave sinodal -, incorporación de los jóvenes y formación”.
Opción preferencial por “los pobres” a la luz de “los jóvenes”
Y en esa opción preferencial por los jóvenes, dice Luciani, también entra el compromiso social, político y de integración en las comunidades locales que tiene un joven “y que no debe limitarse solamente a un movimiento juvenil dentro de la parroquia”. Ejemplo de ello fue “Acción Católica” y los “Movimientos de Jóvenes en las universidades” que dieron pie a formación de comunidades de base y a la llamada Teología de la Liberación, así como a la existencia de una juventud “que luego se ha convertido en líderes políticos que influenciaron a todo el continente en la transformación social”. De manera que este reto por la “opción preferencial por los pobres” hoy en día – concluye Luciani – “tiene que ser pensado a la luz de los jóvenes, pero más allá de los movimientos parroquiales locales; tiene que ser pensado en función de la sociedad y de los cambios políticos”.
La Iglesia debe cambiar su modelo parroquial exclusivamente litúrgico
Hablando acerca de qué puede hacer la Iglesia ante las problemáticas a las que se enfrentan los jóvenesde hoy a nivel mundial, Rafael Luciani asegura que, antes que “hacer programas”, la Iglesia tiene que “cambiar el modelo parroquial y la estructura centrada solamente en lo litúrgico y sacramental”. “El joven cuando llega a la comunidad local no puede ser que lo único que se le ofrezca es como una especie de menú, a qué grupo pertenece o a cuantas misas asistir” asegura el profesor del Boston College, si no que tiene que encontrar en la comunidad “una identidad” y la comunidad debe ser para ese joven “un lugar desde donde pueda incorporarse y trabajar por la sociedad”.
Y el cambio de este modelo es lo que el Papa Francisco llama “conversión pastoral”, finaliza Luciani: “recordemos que Francisco siempre ha dicho, desde la Evangelii Gaudium inspirada en Aparecida, que debemos pasar de una “pastoral de conservación”, o sea una pastoral que se limita a la parroquia, a los litúrgico y a lo sacramental, a una “conversión pastoral”, o sea, reformar las estructuras para que podamos realmente incorporar y hacer a los jóvenes participes y no solamente observadores desde afuera de la Iglesia”.