Misas sin misales

«Los cambios –mudanzas, alteración en la apariencia física o moral- o ‘conversión’ en algo distinto u opuesto, son buenos. Muy buenos. En la Iglesia, diríase que esenciales»

«Y una de las esferas eclesiales es la que en mayor proporción se relaciona con la liturgia. En el esquema de nuestras misas falta teología. Y pedagogía. Y adecuación a nuestros tiempos»

«Las misas el día de mañana habrán de programarse de otra manera… ¿Qué ello supondrá la vuelta a las celebraciones-misas domésticas en familia y entre amigos, tal y como acontecía en los tiempos primeros? Pues sí. Este es el futuro»

«Anuncio y celebro la aparición del nuevo libro de Ediciones Paulinas con el título de ‘La Misa en 30 palabras’, en su colección Candil encendido, de son autores Andrea Grillo y y Daniela Conti»

Por Antonio Aradillas

Los cambios –“mudanzas, alteración en la apariencia física o moral,”- o “conversión” en algo distinto u opuesto, son buenos. Muy buenos. En la Iglesia, diríase que esenciales. El eslogan penitencial de “Eclessia semper reformanda” habrá de acompañar a la institución, a sus clérigos, laicos y laicas, a perpetuidad y en sintonía sagrada con los tiempos para los que pretende ser reglamento de redención, de resurrección y de vida. Sin cambios no hay Iglesia, o esta no es la verdadera.

Y una de las esferas eclesiales es la que en mayor proporción se relaciona con la liturgia y esta, a partes iguales, en su proyección directa con Dios y con la comunidad -convivencia- “Comunión”- entre los seres humanos y con toda la obra creada por Él y re-recreada por nosotros. Además de espejo de los cambios, o de las desidias y reverenciales perezas, la liturgia es -debiera ser- catequesis y epítime de introducción y desarrollo de la auténtica fe.

Como la misa es -y será- centro y eje de esa fe, mi reflexión se concreta hoy en su entorno, iniciando este prefacio con la loa y el reconocimiento- “¡santo , santo” , dejando sin citar en esta ocasión al “Señor de los Ejército¡”, de cuantos papas intervinieran de alguna manera en la redacción, confección y promoción de los “Órdines orationis” -misales-, que a lo largo de la historia orientaron e impusieron las formas y fórmulas “oficiales” ortodoxamente religiosas y además “católicas, apostólicas y romanas”, sin más opción que la reverencial aceptación, además en latín y solo en latín, con la admonición del anatema en el caso hipotético, de rebeldía o discusión.

En el esquema de nuestras misas falta teología. Y pedagogía. Y adecuación a nuestros tiempos en sus planteamientos, símbolos, palabras y gestos. De la mayoría de ellos, están escandalosa y contradictoriamente ausentes la participación de los laicos y laicas. Es y se nos presenta como “palabra de Dios” y la obra por excelencia de la Iglesia, solo o fundamentalmente como “cosa” de obispos y curas y más cuando los primeros intervienen y actúan con atuendos específicamente episcopales. Las misas, sobre todo las catalogadas “oficialmente” como “misas solemnes”, difícilmente serían reconocidas como tales por el mismo Jesús, por su Madre, y sus apóstoles, amigos y amigas.

A las misas les sobran espectacularidad e incensarios. Misterios, lejanía y no pocas lecturas de textos periclitados ya, sin sentido, sin contenido o con este, totalmente adverso, que se pretende justificar con aquello de que “eran otros tiempos y otros lugares”. Sobran sermones y faltan homilías, es decir, charlas entre amigos, en las que sistemáticamente ha de imperar el lenguaje doctoral de los celebrantes -clérigos y obispos varones-, con los párrafos infinitos de prédicas y sermones incriminatorios o represivos. Las “homilías” – “charlas entre amigos”- dejan automáticamente de serlo, desde los púlpitos – y más con báculo y mitra.

El sentido de comunidad y familia apenas si se percibe en las misas, y menos en las más solemnes. En las misas y después, se sigue siendo tan amigos o enemigos, exactamente lo mismo que antes del introito y de los “por mi culpa, por mi grandísima culpa”, una y otra vez recitados, con los correspondientes y sonoros golpes de pecho. El beso no es beso en las misas. Ni el abrazo, abrazo. Basta y sobra con ver cómo se besan y abrazan los señores obispos entre sí, con absoluta carencia de contenido familiar y, por tanto, sin religiosidad alguna. A las misas, y más a las solemnes, hay que despojarlas de cualquier aditamento propio de la función o del espectáculo.

Por imposiciones y exigencias de los libros litúrgicos oficiales “misales”- las mujeres, por mujeres, están de más en la Iglesia. Pintan muy poco. Nada, en relación con el protagonismo en los actos de culto que acaparan para sí los reverendísimos e ilustrísimos varones, sin argumentos que lo justifiquen con seriedad y evangelio. Las mujeres en misa, todavía y por muchos más años, -tal y como se ponen las cosas-, sirven para servir -servidumbre- y ya está. Y quien no esté de acuerdo, que se cambie de Iglesia y además, y si quiere casarse, que se case. No hay más opción, con el convencimiento además de que si todo ello lo piensa y ejecuta en latín, mejor que mejor.

Las misas-misas el día de mañana -es decir, ya- habrán de programarse de otra manera y no precisamente como imponen los actuales misales. Se parecerán más a las “celebradas” por Jesús y sus amigos. El pan, será más pan, el vino más vino, y más besos y abrazos los besos y abrazos, formando todo ello un conjunto –“misión”- que no terminará con el finiquito de “podéis ir en paz”, sino con el “ahora, al acabarse la ceremonia, es cuando de verdad comienza a ser misa la misa”-.

¿Qué ello supondrá la vuelta a las celebraciones-misas domésticas en familia y entre amigos, tal y como acontecía en los tiempos primeros? Pues sí. Este es el futuro, con todas sus consecuencias, sin misales y fiándose mucho más del Espíritu Santo, que no tiene por qué, ni quiere, relacionarse sempiternamente con los olores del incienso, los ritos y las ceremonias.

NOTA: Redactado este artículo, anuncio y celebro la aparición del nuevo libro de “Ediciones Paulinas” con el título de “La Misa en 30 palabras”, en su colección “Candil encendido”. De su texto -198 páginas – son autores Andrea Grillo, profesor de Teología de los Sacramentos en el Pontificio Ateneo San Anselmo de Roma y Daniela Conti, profesora de Religión de la Escuela de Secundaria, de la provincia italiana de Verona. Las bellas, sugerentes y pedagógicas ilustraciones las firma Luca Palazzi.

Más restricciones a las misas en latín

Francisco amplía las restricciones a las misas en latín

Nuevas restricciones a las misas en latín

El pontífice dio a conocer la versión aumentada del «Traditionis custodes» que enfureció a los sectores conservadores y con el que habían instrumentalizado al emérito Benedicto XVI

«Como establece el art. 7 del Motu proprio Traditionis custodes, el Dicasterio para el Culto Divino Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ejerce la autoridad de la Santa Sede en los casos mencionados, supervisando la observancia de las disposiciones»

Por Hernán Reyes Alcaide, corresponsal en el Vaticano

A través de un nuevo escrito, el papa Francisco volvió hoy a dar un ejemplo de liderazgo frente a los sectores conservadores: no solo confirmó la vigencia sino que amplió las restricciones a la misa en latín que había dispuesto en 2021 con  «Traditionis custodes» sino que ahora, además, obliga a los obispos de todo el mundo a informar a Roma antes de dispensar permisos para la celebración en latín.

Según informó hoy el Vaticano, Francisco confirmó que se mantiene en poder de la Sede Apostólica las dispensas para «el uso de una iglesia parroquial o la erección de una parroquia personal para la celebración celebración eucarística utilizando el Missale Romanum de 1962» y «-la concesión de una licencia a los sacerdotes ordenados después de la publicación del Motu proprio Traditionis custodes para celebrar con el Missale Romanum de 1962».

En el escrito de este martes, en un fuerte gesto de centralización de la autoridad, se recuerda que «como establece el art. 7 del Motu proprio Traditionis custodes, el Dicasterio para el Culto Divino Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ejerce la autoridad de la Santa Sede en los casos mencionados, supervisando la observancia de las disposiciones».

El texto dado a conocer hoy por la oficina de Prensa de la Santa Sede mantiene así todo el poder del decreto de 2021 con el que Francisco criticó las formas de los sectores conservadores de la Iglesia al restringir la posibilidad de que los obispos de todo el mundo celebren misas en latín, un bastión simbólico de los tradicionalistas de la Iglesia, y reafirmó los principios progresistas del Concilio Vaticano II.

Legitimidad de la reforma litúrgica

A través del motu proprio «Traditionis custodes», el Papa decretó entonces y reafirmó hoy que los grupos conservadores no deben excluir la legitimidad de la reforma litúrgica, los dictados del Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Pontífices y dejó reservada a ocasiones especiales la posibilidad de celebrar misa en latín admitidas en el Misal Romano de 1962, siete años anterior al Concilio.

Según el Papa, la posibilidad de regirse por los misales y ritos anteriores al Concilio de 1969 fue «una posibilidad usada para aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir oposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de la división».

En el escrito de 2021, la responsabilidad de regular la celebración según el rito preconciliar que defienden los tradicionalistas recaía sobre el obispo de cada diócesis.

«Es de su exclusiva competencia autorizar el uso del Missale Romanum de 1962 en la diócesis, siguiendo las orientaciones de la Sede Apostólica», planteó Jorge Bergoglio entonces.

Hoy, sin embargo, la versión 2.0 de la norma plantea que los obispos deberán en todo caso informar a Roma antes de dar aprobaciones.

«Si un obispo diocesano ha concedido dispensas en los dos casos mencionados, está obligado a informar al Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que evaluará los casos individuales», sostiene. 

La restricción a la misa en latín había sido uno de los emblemas de los conservadores, que incluso llegaron a atribuirle al recientemente fallecido Benedicto XVI un malestar con la decisión que fue rechazado por el propio Francisco.

«Construir oposiciones que hieren a la Iglesia»

El marco de la decisión de 2021, según el Papa, es que con el uso extendido del Misal de 1962 el deseo de unidad ha sido «gravemente despreciado», y las concesiones ofrecidas con magnanimidad han sido utilizadas «para aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir oposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de la división.»

El Papa se mostró apenado por los abusos en las celebraciones litúrgicas «de un lado y de otro», pero también por «un uso instrumental del Missale Romanum de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que traicionaba la Tradición y la ‘verdadera Iglesia'».

La liturgia

Francisco: “La liturgia es el primer arte de la Iglesia, el que la constituye y la caracteriza”

Por | ELENA MAGARIÑOS

El Papa ha recibido a los participantes en el curso internacional de formación de animadores diocesanos de las celebraciones litúrgicas

El papa Francisco ha recibido hoy en audiencia a los participantes en el curso internacional de formación de animadores diocesanos de las celebraciones litúrgicas sobre el tema ‘Vivir en plenitud la acción litúrgica’, que se ha celebrado estos días en el Pontificio Istituto San Anselmo.

Durante su discurso, el Papa ha recordado que “el cuidado de las celebraciones requiere preparación y compromiso. Los obispos, en nuestro ministerio, lo sabemos muy bien, porque necesitamos la colaboración de quienes preparan las liturgias y nos ayudan a cumplir nuestro mandato de presidir la oración del pueblo santo”. Por ello, el servicio a la liturgia requiere, “además de un conocimiento profundo, un profundo sentido pastoral”.

En este sentido, Francisco ha expresado su alegría “al ver que una vez más estáis renovando vuestro compromiso con el estudio de la liturgia”, ya que esta “nunca se posee plenamente, no se aprende como las nociones, los oficios, las habilidades humanas. Es el primer arte de la Iglesia, el que la constituye y la caracteriza”.

Por ello, el Papa ha subrayado también que “uno de los aspectos más complejos de la reforma es su implementación práctica, es decir, la forma en que se traduce en la vida cotidiana lo establecido por los Padres conciliares, y entre los primeros responsables de la puesta en práctica está precisamente el maestro, que junto al director de la pastoral litúrgica acompaña a la diócesis, a las comunidades, a los sacerdotes ya los demás ministros a poner en práctica la práctica celebratoria indicada por el Concilio”.

Cuidar el silencio

Además, el Papa ha señalado: “¿Cómo aprendimos a servir Misa cuando éramos niños? Ver a nuestros amigos mayores haciéndolo. Es esa formación de la liturgia sobre la que escribí en Desiderio que deseabas”. Y es que “el decoro, la sencillez y el orden se logran cuando todos, lentamente, a lo largo de los años, asistiendo al rito, celebrándolo, viviéndolo, comprenden lo que deben hacer. Eso sí, como en una gran orquesta, cada uno debe conocer su parte, los movimientos, los gestos, los textos que pronuncia o canta; entonces la liturgia puede ser una sinfonía de alabanza, una sinfonía aprendida de la lex orandi de la Iglesia”.

Por último, Francisco ha instado a los presentes a “proteger el silencio, especialmente antes de las celebraciones, ayudar a la asamblea ya los concelebrantes a concentrarse en lo que se va a hacer”. “A menudo las sacristías son ruidosas antes y después de las celebraciones, pero el silencio abre y prepara al misterio, permite la asimilación, deja resonar el eco de la Palabra escuchada”, ha señalado. “Fraternidad, saludarse es hermoso, pero es el encuentro con Jesús lo que da sentido a nuestro encuentro, a nuestro reencuentro. ¡Debemos redescubrir y valorar el silencio!”.

El Papa ha pedido que se mejoren las homilías que, según él, a menudo son un «desastre» y ha especificado que no deberían durar más de 8-10 minutos.

«Se prepara en oración, se prepara con espíritu apostólico. Por favor, las homilías, que son un desastre en general», ha asegurado el Pontífice al recibir en el Vaticano a los participantes al curso para responsables diocesanos de celebraciones litúrgicas.

En su discurso a los participantes en el curso «Vivir en plenitud la acción litúrgica» del Pontificio Instituto San Anselmo para los responsables diocesanos de las celebraciones litúrgicas, Francisco se ha hecho eco además del documento de trabajo del Sínodo sobre la Sinodalidad, que celebrará su cita final en el Vaticano en ocupar del 2024, según el cual «la calidad de las homilías se considera casi unánimemente un problema».

Para el Pontífice, la liturgia «es el arte primario de la Iglesia, el que la constituye y caracteriza». Por ello, ha instado a cuidar de las celebraciones con «preparación y compromiso», además de un «profundo conocimiento y un profundo sentido pastoral».

El Papa ha hecho hincapié de este modo en que la Iglesia, a su juicio «no acaba de entender»: «La homilía no es una conferencia, es un sacramental».

Así, ha instado ayudar a las «comunidades a vivir la liturgia» y a «dejarse plasmar por ella».

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La contrarreforma litúrgica

El fracaso de la contrarreforma litúrgica

Liturgia

«He conocido, por declaraciones de Georg Gaenswein, su secretario, que el Papa J. Ratzinger leyó ‘con dolor en el corazón’ el Motu Proprio de Francisco ‘Traditionis custodes’ (2021)»

«El Papa Bergoglio se ha limitado a reconducir al puerto conciliar la contrarreforma litúrgica impulsada por su antecesor»

«Pero tambien ha puesto en su sitio -en mi opinión, certeramente- algunos de los diagnósticos y posicionamientos personales de J. Ratzinger»

«El Papa J. Ratzinger era particularmente cuidadoso con una manera de entender el pasado y poco o nada atento y sensible al presente y al futuro al que, a pesar de sus diagnósticos y querencias personales, también seguía estando convocada toda la Iglesia»

Por Jesús Martínez Gordo

Recién iniciado este año, y fallecido Benedicto XVI, he conocido, por declaraciones de Georg Gaenswein, su secretario, que el Papa J. Ratzinger leyó “con dolor en el corazón” el Motu Proprio de Francisco “Traditionis custodes” (2021). En este decreto papal se fijaban unas nuevas, y drásticas condiciones, para poder celebrar la misa en latín, intentando reconducir las decisiones tomadas por su predecesor en 2007 sobre dichas celebraciones: no se puede volver, había recordado el Papa Bergoglio, “a esa forma ritual que los padres conciliares, ‘cum Petro et sub Petro’, (con y bajo Pedro) sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu Santo y siguiendo su conciencia como pastores, los principios de los que nació la reforma”.

«No está de más volver a recordar que, con tal decisión, el Papa Bergoglio se ha limitado a reconducir al puerto conciliar la contrarreforma litúrgica impulsada por su antecesor. Y que lo ha hecho porque se había convertido en banderín de ruptura -aunque no, el único- con el Vaticano II»

Visto el enojado revuelo que, de nuevo, han provocado estas declaraciones de Georg Gaenswein, me he dicho, es posible que no esté de más volver a recordar que, con tal decisión, el Papa Bergoglio se ha limitado a reconducir al puerto conciliar la contrarreforma litúrgica impulsada por su antecesor. Y que lo ha hecho porque se había convertido en banderín de ruptura -aunque no, el único- con el Vaticano II.

Pero tambien ha puesto en su sitio -en mi opinión, certeramente- algunos de los diagnósticos y posicionamientos personales de J. Ratzinger, tanto en su época de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como, incluso, de tiempos anteriores. Creo que tales diagnósticos, por ser personales, no pueden acabar en decantamientos doctrinales o en decisiones jurídicas para toda la Iglesia católica por el hecho de haber sido promovido a la cátedra de Pedro y por muy partidario que se sea de una más que cuestionable espiritualidad y teología providencialista.

Es lo que ya se empezó a constatar en el Papa fallecido cuando, al poco de acabar el Vaticano II, criticaba -legítimamente, por cierto- la renovación, en este caso, litúrgica, implementada por Pablo VI: ha producido, no se cansaba de decir, “unos daños extremadamente graves”. Y sustentaba tal diagnóstico y conclusión en su particular manera de entender cómo había de ser interpretado y recibido dicho concilio. En el discurso de Navidad ante la Curia romana (diciembre, 2005) estableció una diferencia -en mi opinión, interesada, además de inapropiadamente cartesiana- entre lo que llamó la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y “la hermenéutica de la reforma o de la renovación en la continuidad”.

A la luz de esta última, entendía que la reforma litúrgica, llevada a cabo por el Papa Montini -en coherencia y sintonía con los padres conciliares-, había sido un error por no haber respetado, debidamente, el oportuno equilibrio entre novedad y continuidad, cosa que se evidenciaba en su drástica prohibición de celebrar la misa en latín.

Al proceder de manera tan rupturista, Pablo VI y los padres conciliares, sostuvo J. Ratzinger, ya Benedicto XVI, habían emitido un peligroso mensaje: se podía romper el hilo de la tradición que nos vinculaba con el origen sin mayores problemas y proceder “ex novo” (de manera totalmente nueva) con cualquier sacramento, símbolo o verdad. Se entiende, a la luz, de este diagnóstico y conclusión, que recuperara la misa en latín, cierto que con algunas condiciones (2007). Tomando dicha decisión, esperaba poder restablecer lo que -según su personal parecer- había quedado en la cuneta: la unión entre el presente y el pasado y, así, mantener “viva” la tradición de la Iglesia católica.

«Ratzinger entendía que la reforma litúrgica, llevada a cabo por el Papa Montini -en coherencia y sintonía con los padres conciliares-, había sido un error por no haber respetado, debidamente, el oportuno equilibrio entre novedad y continuidad, cosa que se evidenciaba en su drástica prohibición de celebrar la misa en latín»

El paso siguiente fue el de levantar la excomunión a los obispos lefebvrianos, con la única condición de que reconocieran el primado del sucesor de Pedro. Cumplido el requisito pedido, el levantamiento se produjo en enero de 2009, viéndose salpicada por el “negacionismo” militante de la Shoah o exterminio nazi por parte de Mons. Williamson, uno de los cuatro. Fue, se autocriticará más adelante Benedicto XVI, un incidente que “no habíamos previsto” y que hizo que la decisión tomada fuera “especialmente desdichada”.

Además, se empezó a percibir que, en la manera y modo de informar de algunos medios de comunicación, se estaba transparentando “una hostilidad pronta a saltar” y una “disposición a la agresión” hacia la Iglesia y, concretamente, hacia el Papa J. Ratzinger. Pintaban bastos. Y no parecía que fueran solo contra su persona, sino, también, y sobre todo, contra la línea y las opciones que representaba -y a las que daba alas- con sus personales diagnósticos y lecturas involutivas del Vaticano II, al margen de la mayoría conciliar y del Papa Pablo VI.

El último movimiento del Papa Benedicto XVI en esta área litúrgica fue terciar en el debate sobre el criterio que había de seguirse en la traducción del misal latino y, más concretamente, de las palabras de la consagración: si literal o interpretativo en el caso del “pro multis” (“por muchos” o “por todos”). Se decantó a favor de la traducción literal, tal y como se puede apreciar en la carta personal que escribió al entonces presidente de la Conferencia Episcopal alemana (2012) pidiéndole que adoptaran dicha traducción literal porque “la Palabra” debía “existir como ella misma, en su propia forma”, aunque resultara “extraña”.

«No le importaba, para nada, la inculturación de la fe. Como tampoco, la responsabilidad de los obispos para adaptarla, vista la ‘autoridad’ de quien, siendo sucesor de Pedro por ser obispo de Roma, procedía, de hecho, como ‘el prelado de todo el mundo'»

Primaba, una vez más, el nexo -en este caso, literal- con lo que creía que era el depósito de la tradición porque entendía que la traducción interpretativa era desmedidamente discontinua y rupturista. Y suponiendo que una traducción literal permitía mantener -a diferencia de la interpretativa- el hilo con la tradición. No le importaba, para nada, la inculturación de la fe. Como tampoco, la responsabilidad de los obispos -en nombre de una colegialidad co-gubernativa- para adaptarla, vista la “autoridad” de quien, siendo sucesor de Pedro por ser obispo de Roma, procedía, de hecho, como “el prelado de todo el mundo”.

La cuestión, una vez más, llevaba a evaluar si esta forma de gobernar, interviniendo hasta en los más mínimos detalles era realmente conciliar y colegial, además, obviamente, de la consistencia teológica que pudiera presentar el concepto de tradición que barajaba. El Papa J. Ratzinger era particularmente cuidadoso con una manera -entre otras- de entender el pasado y poco o nada atento y sensible al presente y al futuro al que, a pesar de sus diagnósticos y querencias personales, también seguía estando convocada toda la Iglesia. En una palabra, no era de recibo tal forma de gobernar e imponer sus diagnósticos y querencias personales a la catolicidad.

A la luz de estos datos y argumentos, entiendo perfectamente que no le gustara nada la decisión, tomada por Francisco, de dar por finalizada la contrarreforma litúrgica liderada por él. Y entiendo, en coherencia con la expresión empleada por monseñor Georg Gaenswein, que leyera con “dolor en el corazón” el decreto del Papa Bergoglio en el que se volvía a lo aprobado en el Vaticano II, ratificado e implementado por Pablo VI y no alterado por Juan Pablo II, a pesar de la ascendencia teológica que tuvo ante él. Sospecho, pero es solo una sospecha, que una parte de tal dolor obedecía también a haber fracasado en su intento de recibir involutivamente el Concilio Vaticano II en este punto; aunque no solo. La Contrarreforma litúrgica se había malogrado; al menos, de momento.

Queda pendiente -desde hace tiempo- una reforma litúrgica a fondo, más allá de estos retrocesos y consideraciones contrarreformistas

Queda pendiente -desde hace tiempo- una reforma litúrgica a fondo, más allá de estos retrocesos y consideraciones contrarreformistas. Y está pendiente porque creo que cada día somos más los convencidos de vivir en una Iglesia que ha perdido lo que se podría llamar algo así como “un dial litúrgico” conectado con nuestro tiempo y con los signos en los que, a pesar de todo, se sigue transparentando y es perceptible la presencia de Dios. Pero ésta es ya otra cuestión; aunque me parezca que, litúrgicamente, es “la cuestión”

El fracaso de la contrarreforma litúrgica

Liturgia

«He conocido, por declaraciones de Georg Gaenswein, su secretario, que el Papa J. Ratzinger leyó ‘con dolor en el corazón’ el Motu Proprio de Francisco ‘Traditionis custodes’ (2021)»

«El Papa Bergoglio se ha limitado a reconducir al puerto conciliar la contrarreforma litúrgica impulsada por su antecesor»

«Pero tambien ha puesto en su sitio -en mi opinión, certeramente- algunos de los diagnósticos y posicionamientos personales de J. Ratzinger»

«El Papa J. Ratzinger era particularmente cuidadoso con una manera de entender el pasado y poco o nada atento y sensible al presente y al futuro al que, a pesar de sus diagnósticos y querencias personales, también seguía estando convocada toda la Iglesia»

Por Jesús Martínez Gordo

Recién iniciado este año, y fallecido Benedicto XVI, he conocido, por declaraciones de Georg Gaenswein, su secretario, que el Papa J. Ratzinger leyó “con dolor en el corazón” el Motu Proprio de Francisco “Traditionis custodes” (2021). En este decreto papal se fijaban unas nuevas, y drásticas condiciones, para poder celebrar la misa en latín, intentando reconducir las decisiones tomadas por su predecesor en 2007 sobre dichas celebraciones: no se puede volver, había recordado el Papa Bergoglio, “a esa forma ritual que los padres conciliares, ‘cum Petro et sub Petro’, (con y bajo Pedro) sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu Santo y siguiendo su conciencia como pastores, los principios de los que nació la reforma”.

«No está de más volver a recordar que, con tal decisión, el Papa Bergoglio se ha limitado a reconducir al puerto conciliar la contrarreforma litúrgica impulsada por su antecesor. Y que lo ha hecho porque se había convertido en banderín de ruptura -aunque no, el único- con el Vaticano II»

Visto el enojado revuelo que, de nuevo, han provocado estas declaraciones de Georg Gaenswein, me he dicho, es posible que no esté de más volver a recordar que, con tal decisión, el Papa Bergoglio se ha limitado a reconducir al puerto conciliar la contrarreforma litúrgica impulsada por su antecesor. Y que lo ha hecho porque se había convertido en banderín de ruptura -aunque no, el único- con el Vaticano II.

Pero tambien ha puesto en su sitio -en mi opinión, certeramente- algunos de los diagnósticos y posicionamientos personales de J. Ratzinger, tanto en su época de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como, incluso, de tiempos anteriores. Creo que tales diagnósticos, por ser personales, no pueden acabar en decantamientos doctrinales o en decisiones jurídicas para toda la Iglesia católica por el hecho de haber sido promovido a la cátedra de Pedro y por muy partidario que se sea de una más que cuestionable espiritualidad y teología providencialista.

Es lo que ya se empezó a constatar en el Papa fallecido cuando, al poco de acabar el Vaticano II, criticaba -legítimamente, por cierto- la renovación, en este caso, litúrgica, implementada por Pablo VI: ha producido, no se cansaba de decir, “unos daños extremadamente graves”. Y sustentaba tal diagnóstico y conclusión en su particular manera de entender cómo había de ser interpretado y recibido dicho concilio. En el discurso de Navidad ante la Curia romana (diciembre, 2005) estableció una diferencia -en mi opinión, interesada, además de inapropiadamente cartesiana- entre lo que llamó la “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura” y “la hermenéutica de la reforma o de la renovación en la continuidad”.

A la luz de esta última, entendía que la reforma litúrgica, llevada a cabo por el Papa Montini -en coherencia y sintonía con los padres conciliares-, había sido un error por no haber respetado, debidamente, el oportuno equilibrio entre novedad y continuidad, cosa que se evidenciaba en su drástica prohibición de celebrar la misa en latín.

Al proceder de manera tan rupturista, Pablo VI y los padres conciliares, sostuvo J. Ratzinger, ya Benedicto XVI, habían emitido un peligroso mensaje: se podía romper el hilo de la tradición que nos vinculaba con el origen sin mayores problemas y proceder “ex novo” (de manera totalmente nueva) con cualquier sacramento, símbolo o verdad. Se entiende, a la luz, de este diagnóstico y conclusión, que recuperara la misa en latín, cierto que con algunas condiciones (2007). Tomando dicha decisión, esperaba poder restablecer lo que -según su personal parecer- había quedado en la cuneta: la unión entre el presente y el pasado y, así, mantener “viva” la tradición de la Iglesia católica.

«Ratzinger entendía que la reforma litúrgica, llevada a cabo por el Papa Montini -en coherencia y sintonía con los padres conciliares-, había sido un error por no haber respetado, debidamente, el oportuno equilibrio entre novedad y continuidad, cosa que se evidenciaba en su drástica prohibición de celebrar la misa en latín»

El paso siguiente fue el de levantar la excomunión a los obispos lefebvrianos, con la única condición de que reconocieran el primado del sucesor de Pedro. Cumplido el requisito pedido, el levantamiento se produjo en enero de 2009, viéndose salpicada por el “negacionismo” militante de la Shoah o exterminio nazi por parte de Mons. Williamson, uno de los cuatro. Fue, se autocriticará más adelante Benedicto XVI, un incidente que “no habíamos previsto” y que hizo que la decisión tomada fuera “especialmente desdichada”.

Además, se empezó a percibir que, en la manera y modo de informar de algunos medios de comunicación, se estaba transparentando “una hostilidad pronta a saltar” y una “disposición a la agresión” hacia la Iglesia y, concretamente, hacia el Papa J. Ratzinger. Pintaban bastos. Y no parecía que fueran solo contra su persona, sino, también, y sobre todo, contra la línea y las opciones que representaba -y a las que daba alas- con sus personales diagnósticos y lecturas involutivas del Vaticano II, al margen de la mayoría conciliar y del Papa Pablo VI.

El último movimiento del Papa Benedicto XVI en esta área litúrgica fue terciar en el debate sobre el criterio que había de seguirse en la traducción del misal latino y, más concretamente, de las palabras de la consagración: si literal o interpretativo en el caso del “pro multis” (“por muchos” o “por todos”). Se decantó a favor de la traducción literal, tal y como se puede apreciar en la carta personal que escribió al entonces presidente de la Conferencia Episcopal alemana (2012) pidiéndole que adoptaran dicha traducción literal porque “la Palabra” debía “existir como ella misma, en su propia forma”, aunque resultara “extraña”.

«No le importaba, para nada, la inculturación de la fe. Como tampoco, la responsabilidad de los obispos para adaptarla, vista la ‘autoridad’ de quien, siendo sucesor de Pedro por ser obispo de Roma, procedía, de hecho, como ‘el prelado de todo el mundo'»

Primaba, una vez más, el nexo -en este caso, literal- con lo que creía que era el depósito de la tradición porque entendía que la traducción interpretativa era desmedidamente discontinua y rupturista. Y suponiendo que una traducción literal permitía mantener -a diferencia de la interpretativa- el hilo con la tradición. No le importaba, para nada, la inculturación de la fe. Como tampoco, la responsabilidad de los obispos -en nombre de una colegialidad co-gubernativa- para adaptarla, vista la “autoridad” de quien, siendo sucesor de Pedro por ser obispo de Roma, procedía, de hecho, como “el prelado de todo el mundo”.

La cuestión, una vez más, llevaba a evaluar si esta forma de gobernar, interviniendo hasta en los más mínimos detalles era realmente conciliar y colegial, además, obviamente, de la consistencia teológica que pudiera presentar el concepto de tradición que barajaba. El Papa J. Ratzinger era particularmente cuidadoso con una manera -entre otras- de entender el pasado y poco o nada atento y sensible al presente y al futuro al que, a pesar de sus diagnósticos y querencias personales, también seguía estando convocada toda la Iglesia. En una palabra, no era de recibo tal forma de gobernar e imponer sus diagnósticos y querencias personales a la catolicidad.

A la luz de estos datos y argumentos, entiendo perfectamente que no le gustara nada la decisión, tomada por Francisco, de dar por finalizada la contrarreforma litúrgica liderada por él. Y entiendo, en coherencia con la expresión empleada por monseñor Georg Gaenswein, que leyera con “dolor en el corazón” el decreto del Papa Bergoglio en el que se volvía a lo aprobado en el Vaticano II, ratificado e implementado por Pablo VI y no alterado por Juan Pablo II, a pesar de la ascendencia teológica que tuvo ante él. Sospecho, pero es solo una sospecha, que una parte de tal dolor obedecía también a haber fracasado en su intento de recibir involutivamente el Concilio Vaticano II en este punto; aunque no solo. La Contrarreforma litúrgica se había malogrado; al menos, de momento.

Queda pendiente -desde hace tiempo- una reforma litúrgica a fondo, más allá de estos retrocesos y consideraciones contrarreformistas

Queda pendiente -desde hace tiempo- una reforma litúrgica a fondo, más allá de estos retrocesos y consideraciones contrarreformistas. Y está pendiente porque creo que cada día somos más los convencidos de vivir en una Iglesia que ha perdido lo que se podría llamar algo así como “un dial litúrgico” conectado con nuestro tiempo y con los signos en los que, a pesar de todo, se sigue transparentando y es perceptible la presencia de Dios. Pero ésta es ya otra cuestión; aunque me parezca que, litúrgicamente, es “la cuestión”

Las homilías

¿Por qué las homilías tienen que ser cortas? “No podemos tomar a los fieles como rehenes”     Por LA CROIX

Los expertos comparte el consejo del papa Francisco a los sacerdotes para que limiten sus predicaciones a no más de diez minutos ya que “la homilía no es una conferencia”

El papa Francisco, el pasado 20 de enero, en el saludo a los participantes en un curso de liturgia en el Pontificio Ateneo de San Anselmo de Roma –el famoso centro superior de los benedictinos para el estudio de la liturgia–, volvió a recordar a los sacerdotes que limitaran sus homilías a no más de diez minutos ya que “la homilía no es una conferencia”. Pero, ¿qué opinan los expertos de este consejo papal?

Muestra de respeto

Para el dominico Franck Dubois, maestro de novicios en el convento de Estrasburgo y profesor de oratoria, los sacerdotes “no podemos tomar a los fieles como rehenes”. Para él, “las homilías deben ser ante todo incisivas, lo que conduce a un tiempo de palabra más bien corto”, algo que implica distintas nociones según las cultural. “Lo que me parece lamentable es cuando se tiene la impresión de que el predicador toma como rehén a la asamblea, cuando esta –salvo contadas excepciones– no va a abandonar la iglesia ni a mostrar su disgusto por lo que decimos”, insiste.

“Los fieles están a merced del predicador, y limitar el tiempo de uso de la palabra puede ser una muestra de respeto hacia ellos”, propone. Si bien, destaca, “aparte de la longitud, hay muchos otros criterios que pueden contribuir a una ‘buena homilía’. Por ejemplo, me parece que hay que tener cuidado de no caer en la exégesis académica: se puede hacer alguna elaboración sobre el contexto del pasaje bíblico, pero no volver a contarlo –y a menudo bastante mal– ¡parafraseándolo!”.

Por ello propone organizar la predicación en torno a una introducción, una reflexión doctrinal “y, por último, una palabra más práctica para vincularla a nuestra vida cotidiana planteando preguntas, proponiendo retos…” “La palabra del predicador puede verdaderamente edificar y construir, así como también puede desafiar o destruir”, sentencia.

Contenido y estructura

“Lo que cuenta sobre todo es el contenido y la estructura de la homilía”, destaca Luc Desroche, profesor de oratoria. Por ello invita a preguntarse: “¿Qué relación concreta se establece entre la palabra escuchada y la vida cotidiana? ¿Cuál es el mensaje esencial que queremos que los fieles se lleven a casa?” Entre los criterios básicos está el llegar a todos, la sinceridad de la expresión, las emociones transmitidas, lenguaje verbal y visual…

“No hay que confundir la elocuencia, que es el arte de la oratoria al servicio del Evangelio, con el sofisma, que pretende persuadir a cualquiera de cualquier cosa”, advierte el experto. Por ello lamenta que “en la actualidad, solo tres de los quince seminarios con los que he contactado siguen impartiendo esta asignatura” que ha estado presente en la Iglesia desde el siglo XIII hasta el XIX.

La reforma litúrgica del Vat II

Francisco y Benedicto: dos decisiones enfrentadas para el mismo conflicto

Misas en latín, ¿el final?

«La figura del papa emérito Benedicto XVI se descubrió ante mí como un hombre de Dios. Digo esto de entrada; como se dice, para curarme en salud. Mi aprecio y admiración por él es indiscutible»

«Esta ha sido la actitud del papa Ratzinger frente a las pretensiones de los seguidores de Lefebvre y de otros grupos tradicionalistas, descontentos con la nueva liturgia. Una actitud complaciente y benévola, abierta al encuentro y al diálogo reconciliador; pero inoportuna y escasamente eficaz. Ahora vamos a tomar nota del tono discordante y decidido del Papa Francisco en su reacción ante el mismo problema»

«Las decisiones de “Traditionis custodes” representan  algo así como la contrapartida y la desautorización de las disposiciones de “Summorum Pontificum”»

 José Manuel Bernal

“Te amo, Señor”. Estas palabras las pronunció el papa emérito en el momento de expirar. Reconozco que me conmovieron. Me hicieron descubrir el alma de un cristiano profundo, que vivía con intensidad el contacto íntimo con Dios, que amaba a Cristo y vivía con cariño su amistad con él. La figura del papa emérito Benedicto XVI se descubrió ante mí como un hombre de Dios. Digo esto de entrada; como se dice, para curarme en salud. Mi aprecio y admiración por él es indiscutible.

El conflicto, al que me refiero, lo provocó el arzobispo Lefebvre. Su actitud discordante desencadenó en la Iglesia una ola de resentimiento despechado en contra del Concilio Vaticano II y de sus decisiones más significativas. Su enfrentamiento a los planteamientos renovadores conciliares polarizó de forma contundente en una aversión rabiosa al nuevo misal romano. Los seguidores de Lefebvre expresaron tercamente su nostalgia de la vieja liturgia tridentina, de sus usos y ceremonias, del canto gregoriano, optando por seguir usando el viejo misal tridentino editado por Juan XXIII en 1962 y rechazando el uso del nuevo misal de Pablo VI.

Marcel Lefebvre y Pío XII Agencias

Hay que dejar claro que, en el fondo, no se trataba de un problema de libros, ni de misales; en realidad, lo que se ventilaba era un problema de doctrina, de aceptación o no de la autoridad magisterial del Vaticano II. Las declaraciones de los líderes de estos grupos manifestaron sin titubeos su distanciamiento del Concilio y su disgusto frente a las declaraciones y decisiones del mismo. Esta postura quedó reflejada en su negativa a aceptar la nueva normativa litúrgica y en su discrepancia en lo referente a los temas de ecumenismo, libertad religiosa, magisterio, autoridad en la Iglesia y otros muchos temas. Los grupos de simpatizantes que siguieron al arzobispo Lefebvre adhiriéndose a su posición doctrinal y a su rechazo del Concilio, los debemos situar al margen de la ortodoxia católica y enmarcados en la discrepancia.

Expresado con crudeza, éste era el conflicto al que debieron enfrentarse tanto el papa Benedicto XVI como el papa Francisco. El papa Benedicto lo hizo siguiendo la línea complaciente iniciada por Juan Pablo II. Este ya había tomado cartas en el asunto, tanto a través de la circular “Quattuos abhinc annos”, emitida por la S. Congregación para el Culto (1984),  y del Motu Proprio “Ecclesia Dei afflicta”  (1988). En este documento se dio paso precisamente a la creación de la comisión “Ecclesia Dei”, que ha servido de escapatoria y receptáculo para numerosos grupos de nostálgicos.

La misa tridentina, en horas bajas

Ahora debo referirme al Motu Proprio “Summorum Pontificum” de Benedicto XVI  (2007). Este documento representó sin paliativos una mano tendida a los postores de la liturgia tridentina. Para dejar las cosas claras hay que señalar que, en este escrito, el papa declaraba abiertamente que el misal tridentino, reeditado por Juan XXIII en 1962, no había sido derogado y que, por tanto, seguía estando en vigor; y, además, que cualquier sacerdote podía usarlo para celebrar la misa.

En esa línea de acercamiento bondadoso a los disidentes, el papa Benedicto XVI afirmaba con contundencia que el rito romano seguía siendo uno e indivisible; pero, al mismo tiempo, disponía de un uso ordinario y otro extraordinario del mismo. De este modo se establecía un uso ordinario del misal de Pablo VI, el renovado por la reforma litúrgica conciliar; y un uso extraordinario del misal tridentino. Lo sacerdotes podían servirse indistintamente de uno u otro misal. Ambos seguían estando en vigor.

Se abría la mano con largueza inusitada para facilitar la existencia de grupos nostálgicos, de aficionados a la vieja liturgia tridentina; se daba la posibilidad de normalizar la celebración de misas con el viejo misal y se decidía que todos los libros litúrgicos anteriores a la reforma litúrgica seguían estando en vigor y podían ser considerados la expresión extraordinaria de la lex orandi de la Iglesia. Daba la impresión de que, con estas disposiciones, se estaba tomando en serio la sugerencia ocurrente del Cardenal Sarah de proceder a la “reforma de la reforma litúrgica”.

Esta ha sido la actitud del papa Ratzinger frente a las pretensiones de los seguidores de Lefebvre y de otros grupos tradicionalistas, descontentos con la nueva liturgia. Una actitud complaciente y benévola, abierta al encuentro y al diálogo reconciliador; pero inoportuna y escasamente eficaz. Ahora vamos a tomar nota del tono discordante y  decidido del Papa Francisco en su reacción ante el mismo problema.

Nos remitimos al Motu Proprio “Traditionis custodes” emitido por el papa Francisco en el mes de julio de 2021. No voy a extenderme. Solo voy a fijarme en los puntos más relevantes. Su decisión más contundente, a mi juicio, queda plasmada en su declaración de que la única expresión legítima de la lex orandi de la Iglesia romana está constituida por el misal romano de Pablo VI y por los libros litúrgicos editados a raíz de la reforma litúrgica conciliar. Los libros litúrgicos tridentinos no son hoy la expresión legítima de la lex orandi de la Iglesia, ni pueden ser considerados como libros litúrgicos autorizados.

La distinción entre uso ordinario y extraordinario del misal romano desaparece y queda deslegitimada. Ya no tiene sentido. Desaparece la comisión Ecclesia Dei como habitáculo de los nostálgicos. Por otra parte, a fin de evitar su incremento,  los grupos de cristianos tradicionalistas, enfrentados a la renovación conciliar,  quedan claramente desactivados y privados del anclaje estructural del que disponían.

Hay que reconocer, para terminar, que la postura del papa argentino se aparta sin titubeos de la adoptada por el papa Benedicto. Hasta el punto de que las decisiones de “Traditionis custodes” representan  algo así como la contrapartida y la desautorización de las disposiciones de “Summorum Pontificum”. Con todo, debemos recordar aquí con amargura el testimonio de Mons. Gänswein, cuando asegura que todo esto le provocó “dolor en el corazón” al papa emérito. Lo ocurrido aquí es el resultado de la bondad desmedida, de concesiones ingenuas y de gestión imprudente.

Nota. Sobre este asunto vengo escribiendo desde hace tiempo;  El Papa Francisco afianza la reforma litúrgica del Vaticano II,  «Phase», 361, 2021, 381-395; El indulto de Benedicto XVI a los nostálgicos de la liturgia tridentina, «Teología Espiritual», LVII/170, 2013, 165-202; Mano tendida a la vieja liturgia tridentina, «Vida Nueva», junio de 2011, n. 2.757, pp. 23-30.

‘Desiderio desideravi’:

Una formación litúrgica según el Vaticano II

Por GABRIEL SEGUÍ TROBAT, MSSCC

Importa mucho recalcar que ‘Desiderio desideravi’ (DD) no es una piedra lanzada contra unos u otros, sino quizás el documento sobre la liturgia que refleja más la personalidad y el estilo del papa Francisco: está escrito con el corazón de un pastor inquieto por las disputas –a veces tan agrias– que han estallado en su rebaño con el pretexto de la forma de la liturgia y por las motivaciones profundas que las han provocado. Por esta causa, en DD el Papa actúa movido por el deseo de poner paz en la Iglesia en el campo de la liturgia, apostando firmemente por la formación de todo el Pueblo de Dios, para aplicar el ‘motu proprio’ ‘Traditionis custodes’, publicado precisamente justo un año antes, el 11 de junio de 2021.

Partiendo de la base de que “la liturgia [es] una dimensión fundamental de la vida de la Iglesia”, Francisco pretende “ofrecer simplemente unos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana” (DD 1). Más adelante, en las conclusiones, volverá a explicitar los objetivos de la carta: reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana; recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y reconocer la importancia de un arte de celebrar (DD 62). Retengamos estos conceptos de “belleza” y “verdad”, que aparecen reiteradamente interdependientes a lo largo del documento, y que nos libran de concepciones superficiales de la liturgia. Como acompañante en buena parte de su recorrido, el Papa ha elegido al conocido teólogo alemán, de origen italiano, Romano Guardini (1885-1968), que fue también un referente para Benedicto XVI.

La salvación en acto

El punto de partida del Papa es la evocación del deseo ardiente del Señor de celebrar la Pascua con nosotros, una frase en latín del evangelio de Lucas de cuyo principio toma el título el documento: ‘Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar’: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22, 15). Es Jesús quien tiene la iniciativa de celebrarla con sus discípulos y quien nos da la posibilidad de vislumbrar la acción de la Trinidad Santa a favor nuestro, a pesar de nuestra pequeñez y debilidad: la liturgia es la historia de la salvación en acto, “hoy”, es decir, en todo tiempo y lugar en que se celebra, con una novedad incesante.

La inserción de la liturgia en la historia de la salvación incide en un aspecto clave: la liturgia es fundamentalmente una ‘actio’, una acción, y una ‘communicatio’, una dinámica comunicativa, reflejo del diálogo entre Dios, la Iglesia y la humanidad, donde se realiza verdaderamente el proyecto salvador de Dios con la mediación de los símbolos sacramentales. En esta dinámica dialogal de la liturgia sobresale la absoluta gratuidad de Dios. Dejemos hablar al Papa: “Nadie se ganó el puesto en esa Cena, todos fueron invitados, o, mejor dicho, atraídos por el deseo ardiente que Jesús tiene de comer esa Pascua con ellos” (DD 4)…

Escucha de su Palabra

“El mundo todavía no lo sabe, pero todos están ‘invitados al banquete de bodas del Cordero’ (Ap 19, 9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cf. Rom 10, 17): la Iglesia lo confecciona a medida, con la blancura de una vestidura ‘lavada en la Sangre del Cordero’ (cf. Ap 7, 14). No debemos tener ni un momento de descanso, sabiendo que no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres” (DD 5). Por eso la liturgia moviliza a la Iglesia y la impulsa necesariamente a la misión, para que la humanidad pueda escuchar la invitación de la Trinidad.

Por otra parte, en el centro del diálogo “sacramental” entre Dios y la humanidad, encontramos la relación entre el sacrificio de la cruz y la eucaristía (DD 7), que es la posibilidad de reconocimiento del Resucitado: cuando la comunidad la celebra, ahí se da el encuentro con el Señor (DD 8), ya que la eucaristía no es una representación de la Cena, sino la visibilización del Verbo encarnado (DD 9). Se trata de la íntima relación entre la encarnación y la Pascua: sin la encarnación, la Pascua –y por ende, los sacramentos– no tiene contenido real. Además, la encarnación nos remite directamente a la Creación, cuya importancia para la liturgia destaca el Papa más adelante. En este sentido, me parece posible afirmar que el subrayado de la encarnación está ciertamente relacionado con la espiritualidad jesuítica de Francisco, que es fundamentalmente cristocéntrica.

Una verdad existencial

Frente a ciertas concepciones meramente simbólicas de los sacramentos, Francisco destaca que “la poderosa belleza de la liturgia” consiste precisamente en el encuentro con el Verbo encarnado (DD 10), que es concreto, real. No se trata en absoluto de una “verdad” en un sentido intelectual, sino vital, existencial, algo en lo que el Papa insiste reiteradamente, retomando el tema de la encarnación desde la óptica de la acción de la Trinidad. Vale la pena reproducir el texto: “La Encarnación, además de ser el único y novedoso acontecimiento que la historia conozca, es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es” (DD 10).

Desde esta perspectiva de la concurrencia con el Señor en la liturgia, volvemos a hallar un rasgo de la herencia jesuítica de Francisco, al proponernos la ‘composición de lugar’ ignaciana (‘como si allí estuviese’) para comprender el poder salvador de los sacramentos en nuestro encuentro con el Verbo encarnado: “Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados” (DD 11). El Señor nos toca, nos mira, nos habla, nos transmite sus sentimientos en la liturgia, trabando con nosotros una relación personal transformadora.

Bautismo y Pascua

Nuestra primera experiencia pascual es el bautismo (cfr. ‘El vestido nupcial’, DD 5), que nos sumerge en su Pascua (DD 12). Aquí el Papa hace una distinción precisa entre sacramentos y magia: la magia pretende conseguir un poder sobre Dios; los sacramentos, en cambio, son la posibilidad de participar de la Pascua de Cristo por la acción del Espíritu Santo; volvemos, pues, al tema de la invitación.

En el número siguiente, siguiendo con el tema del bautismo, Francisco glosa bellamente la plegaria de bendición del agua bautismal como expresión plástica de la relación entre Creación, bautismo y Pascua: “Mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo” (DD 13). (…)

Índice del Pliego

Un documento papal muy personal (n. 1)

La liturgia: el “hoy” de la historia de la salvación (nn. 2-9)

La liturgia, lugar de encuentro con Cristo (nn. 10-13)

La Iglesia, sacramento del Cuerpo de Cristo (nn. 14-15)

El sentido teológico de la liturgia (nn. 16-19)

Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana (nn. 20-23)

Asombro ante el Misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica (nn. 24-26)

La necesidad de una seria y vital formación litúrgica (nn. 27-47)

‘Ars celebrandi’ (nn. 48-60)

Conclusiones (nn. 61-65)

En resumidas cuentas…

El Adviento

¿Qué dice la liturgia del Adviento?, ¿cómo vivir este tiempo?

Corona de Adviento

El tiempo de Adviento tiene un doble carácter; de preparación para la solemnidad de Navidad y el tiempo en el que las mentes de los hombres se dirigen a la expectación de la segunda venida de Cristo

Actualmente, cabe distinguir un primer período desde el primer domingo de Adviento (el domingo más cercano al 30 de noviembre) hasta el 16 de diciembre, y un segundo periodo que va desde el 17 hasta el 24 de diciembre

Durante los primeros días las oraciones y las lecturas se refieren a los pasajes que anuncian la llegada del Señor como Mesías y juez al final de los tiempos. A partir del 17 de diciembre la oración cristiana se centra en la preparación inmediata del recuerdo del nacimiento del Salvador

Al comenzar el tiempo de Adviento, se recomienda la colocación de la corona de Adviento, signo que expresa la alegría del tiempo de preparación a la Navidad; de la luz que señala el camino y del color verde; la vida y la esperanza

(Archimadrid).- «El tiempo de Adviento tiene un doble carácter, pues es el tiempo de la preparación para lasolemnidad de Navidad, en la que se recuerda la primera venida del Hijo de Dios a los hombres, y es, además, el tiempo en el que, mediante este recuerdo, las mentes de los hombres se dirigen a la expectación de la segunda venida de Cristo, al fin de los tiempos. Por ambos motivos, el tiempo de Adviento se presenta como tiempo de devota y alegre expectación» (Ceremonial de los obispos, 235).

Es interesante saber que la palabra Adviento procede del latín adventus, que primitivamente se aplicaba a la venida de un personaje, particularmente del emperador. La Iglesia lo aplicó a Cristo. Si, además, nos fijamos en que el término griego para esta palabra es parusía, entenderemos mejor que este periodo haya sido asumido por la liturgia también como la espera de la venida gloriosa y solemne de Cristo en su definitiva aparición al final de los tiempos. Así pues, desde el comienzo, la liturgia juega con el paralelismo de las dos venidas de Cristo: una primera venida, en la humildad de la carne; y una segunda, en la majestad de la gloria, como se refleja en las oraciones litúrgicas de estos días.

Históricamente este tiempo nació de modo disperso, ya que en sus inicios no se celebraba de igual modo en Roma, en Francia o en España. Por ejemplo, en España, antes de la adopción de la fiesta romana de Navidad del 25 de diciembre, un canon del Concilio de Zaragoza, en torno a los años 380-381, invitaba a los fieles a acudir a la asamblea durante las tres semanas que precedían a la fiesta de la Epifanía, a partir, por tanto del 17 de diciembre. Se invitaba a los cristianos a huir de la dispersión de las fiestas paganas y parece que se trataba de un periodo de preparación para recibir el sacramento del bautismo en la Epifanía, que también celebraba el Bautismo del Señor. Posteriormente, el rito hispano conocerá un tiempo de Adviento de seis semanas. Roma conoce el Adviento solo hacia el siglo VI y en el pontificado de san Gregorio Magno (590-604) se pasa definitivamente a las cuatro semanas.

Actualmente, en este tiempo cabe distinguir un primer período, que se extiende desde el primer domingo de Adviento (el domingo más cercano al 30 de noviembre) hasta el 16 de diciembre, y un segundo periodo que va desde el 17 hasta el 24 de diciembre.

Durante los primeros días las oraciones y las lecturas se refieren a los pasajes que anuncian la llegada del Señor como Mesías y juez al final de los tiempos, dando gran cabida a los profetas, entre los cuales destacan Isaías y Juan Bautista, el precursor, personaje típico del Adviento que indica la presencia del Mesías.

A partir del 17 de diciembre la oración cristiana se centra en la preparación inmediata del recuerdo del nacimiento del Salvador. Son días en los que se proclaman los textos evangélicos de la infancia, según san Mateo y san Lucas, evangelistas del nacimiento del Señor y de su preparación. María adquiere un singular protagonismo en estos días, especialmente en el cuarto domingo. A lo largo de este tiempo aparece como Hija de Sión, sierva del Señor o nueva Eva. Asimismo, es imagen de la Iglesia, que espera y anhela al Señor.

Aunque a lo largo de la historia han existido épocas en las que el Adviento adquirió una fuerte connotación penitencial, a imitación de la Cuaresma, sin olvidar la dimensión de conversión y preparación, se insiste más en la gozosa espera de la venida del Señor. Desde este punto de vista, la moderación que se pide con respecto a la utilización del órgano y de otros instrumentos musicales o en el adorno con flores corresponde, más que a una norma penitencial, a una contención de la plena alegría que se vivirá en la Natividad del Señor. De este modo, retener un gesto litúrgico durante un tiempo permite que se destaque más su valor cuando se recupera, como ocurre, por ejemplo, con el canto del gloria o como puede hacerse también con el intercambio de la paz.

Desde el punto de vista pastoral es interesante que nuestras parroquias fomenten el cuidado de la espiritualidad de estos días; algo que se puede tener en cuenta desde varias perspectivas:

Desde una lectura orante y sosegada de la Palabra de Dios que la Iglesia propone durante estos días.

A través de charlas de formación litúrgico-espiritual, que expliquen el sentido y el modo de vivir este tiempo.

Con el fomento de la celebración del sacramento de la Penitencia, como invitación a la conversión ante la espera del Señor.

Mediante la colocación y bendición de la corona de Adviento.

La corona de Adviento en la liturgia

Al comenzar el tiempo de Adviento, se recomienda la colocación de la corona de Adviento en un lugar destacado de las parroquias y otros lugares de culto. Como signo que expresa la alegría del tiempo de preparación a la Navidad, es símbolo de esperanza de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte, ya que el Hijo de Dios se ha hecho hombre por nosotros y con su muerte nos ha dado verdadera vida. Además, como recuerda el Bendicional, la corona encierra en sí varios símbolos: en primer lugar, la luz, que señala el camino, aleja el miedo y favorece la comunión; y para los cristianos es símbolo de Jesucristo, luz del mundo, tal y como se expresa en este pasaje de la Sagrada Escritura: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60,1). En segundo lugar, el color verde de la corona significa la vida y la esperanza. En tercer lugar, el hecho de encender cada semana los cirios de la corona pone de relieve la ascensión gradual hacia la plenitud de la luz de Navidad.

Nuestras celebraciones no deben desaprovechar la posibilidad de utilizar este gesto, introducido progresivamente en los últimos años, que ayuda a subrayar el valor pedagógico de la liturgia durante este tiempo. Por eso, conviene bendecir la corona al comienzo de la celebración eucarística del primer domingo de Adviento, tras el saludo inicial, suprimiendo el acto penitencial. La bendición, cuyo texto se reproduce a continuación, puede ser precedida de una breve monición explicativa y seguida por un canto apropiado.

Oración de bendición

Oremos.

La tierra, Señor, se alegra en estos días,
y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor,
que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos en las tinieblas
de la ignorancia, del dolor y del pecado.

Lleno de esperanza en su venida,
tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque
y la ha adornado con luces.

Ahora, pues, que vamos a empezar
el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo,
te pedimos, Señor, que mientras se acrecienta cada día
el esplendor de esta corona, con nuevas luces,
a nosotros nos ilumines con el esplendor de aquel que,
por ser la luz del mundo,
iluminará todas las oscuridades.

Él que vive y reina por los siglos de los siglos.

R. / Amén.

Propuesta de monición para encender la corona

-Primer domingo. Encendemos, Señor, esta luz, como quien está en vela aguardando la llegada del Señor. En esta primera semana de Adviento nos preparamos con alegría para que la venida de Cristo disipe las sombras y tinieblas de nuestra vida y reconozcamos que la salvación está más cerca de nosotros. La primera vela de esta corona nos orienta a caminar hacia esa luz, que refleja a Cristo, luz del mundo, que nos atrae hacia sí.

-Segundo domingo. Del mismo modo que el profeta Isaías anhela la llegada de un tiempo de paz y San Juan Bautista nos invita a preparar el camino del Señor, nosotros encendemos estas dos velas, reavivando la esperanza del cumplimiento de las promesas hechas a los patriarcas de Israel. Que estas luces nos impulsen a disponernos con nuestra vida para llegada del Señor.

-Tercer domingo. Uno de los signos que muestran a Jesús como luz del mundo es el devolver la vista a los ciegos, como escuchamos en el Evangelio de este domingo. Que estas tres velas que hoy encendemos sean signo de la alegría de saber que el Señor está muy cerca y de que pronto podremos contemplar su gloria: él viene en persona para abrir los ojos a los ciegos y hacer caminar a los cojos.

-Cuarto domingo. María, la virgen encinta que va a dar a luz un niño, representa el modelo de la Iglesia que vive en la espera confiada en el Señor. Estas cuatro velas que hoy encendemos nos indican que el cumplimiento de las promesas está a punto de realizarse y que el Enmanuel, el Dios-con-nosotros, se hace presente en medio de su pueblo.

El ciclo litúrgico A. San Mateo

En los domingos de este año A escuchamos los pasajes más significativos del evangelio de san Mateo, salvo en algunos domingos en los que, especialmente en los tiempos fuertes, se proclama el Evangelio según san Juan. Cada uno de los evangelistas se centra en aspectos concretos de los gestos y palabras del Señor. Como es imposible leer todo el Evangelio en los domingos de un año, la liturgia ha seleccionado para este año aquellos pasajes más propios de Mateo, especialmente los que no se repiten en otros evangelistas.

Algunas de las características de san Mateo son:

-En su Evangelio se da preeminencia a las palabras de Jesús sobre los gestos. Aunque también escuchamos algunos de sus milagros, se prefiere mostrar a Jesús que enseña.

Los discursos del Señor se agrupan en los siguientes temas:

Sermón de la montaña (capítulos 5-7)

Discurso de la misión (capítulo 10)

Parábolas del Reino (capítulo 13)

Exhortación sobre la vida de la comunidad (capítulo 19)

Discurso escatológico: exhortación a la vigilancia (capítulos 24-25)

-El Evangelio de San Mateo gira en torno a dos confesiones cristológicas: Jesús es el Dios con nosotros (Mt 1, 23) y yo estoy con vosotros (Mt 28, 20). Con estas afirmaciones al principio y al final del Evangelio, quiere ser un permanente recuerdo de la presencia del Señor en medio de su pueblo, tanto al inicio de su misión como después de la Resurrección. Con ello, se pretende que la seguridad de la presencia del Señor nos aporte una continua confianza ante la labor que la Iglesia tiene por delante.

-Este Evangelio destaca por las abundantes citas del Antiguo Testamento. Se quiere mostrar así que Jesús cumple las promesas hechas a Israel y que la Iglesia es el Nuevo Israel.

-El Reino de los cielos, que será definitivo al final de los tiempos, ya ha comenzado y seguirá creciendo hasta la segunda venida del Señor. Una de las figuras más destacadas es la de Pedro. Mateo narra los hechos históricos pensando en la comunidad que le escucha y lee ahora.

-Hay pasajes propios en Mateo, tales como la genealogía de Jesús (capítulo 1), los relatos de la infancia, que subrayan la figura de José y las escenas de los Magos y los inocentes (capítulos 1-2); el primado de Pedro (capítulo 16); la escenificación del juicio final (capítulo 25), o la fórmula trinitaria del Bautismo (capítulo 28).

La Liturgia

El Papa sobre la Liturgia: “El tradicionalismo es la fe muerta de algunos vivos”

Fuente:     Rome Reports

El Papa se reunió con la asociación italiana de profesores y cultivadores de la liturgia.

Francisco les explicó que la liturgia es una obra de Cristo y de la Iglesia. Un organismo vivo y no algo estático.

No es un monumento de mármol ni de bronce, no es una cosa de museo. La liturgia está viva como una planta y se debe cultivar con cuidado.

Francisco dijo que la liturgia debe estar enraizada en la tradición pero se debe evitar la tentación de hacer de la tradición una ideología: el tradicionalismo.

Añadió que este modo de actuar, “aunque se disfrace de liturgia y teología”, es mundano. Y llegó a decir que “el tradicionalismo es la fe muerta de algunos vivos”. Recordó que es algo que el Concilio Vaticano trató ampliamente.

Una de las contribuciones principales del Concilio Vaticano II fue precisamente intentar superar el divorcio entre la teología y la pastoral. Entre la fe y la vida.

Por último recomendó a los liturgistas no descuidar la oración en su trabajo intelectual.