María Magdalena: La seguidora, la servidora y la Testigo de Jesús
Mariya Magdalena. Frederick Sandys
«Son interesantes los nuevos descubrimientos hermenéuticos que se están haciendo en rededor de María Magdalena, por siglos estigmatizada»
«Revelan el gran impacto que tuvo esta apóstol en el cristianismo de la primera hora tal como lo atestiguan los evangelios canónicos, los evangelios apócrifos, los escritos gnósticos, y otros muchos documento»
«Es la mujer más citada en los Evangelios después de María la madre del Señor. Su nombre está en todas las listas de los que estuvieron con Jesús desde Galilea hasta la Resurrección». Y no es ninguna prostituta, es una discípula amada del Señor
«Su persona tiene un alcance teológico, simbólico e histórico. Les invito a que como verdaderos creyentes, busquemos en Magdalena el modelo de discípulo del Señor»
Por Edgar Pérez Ruiz, teólogo
Hace unos años cuando leí por primera vez el libro de Umberto Eco “El Nombre de la Rosa” me llamó poderosamente la atención el hecho de que en sus primeras páginas se hablará de la mujer como la que por naturaleza es perversa, y que unos párrafos más delante se dijera que mandaron a una monja a la hoguera por decir que Jesús amaba más a Magdalena que a Santa Inés.
Desafortunadamente esta es la penitencia o el estigma que ha cargado por tantos siglos la figura de María Magdalena, por eso es tan interesante los nuevos descubrimientos hermenéuticos que se están haciendo en rededor de esta gran mujer.
Los nuevos estudios nos han revelado el gran impacto que tuvo esta apóstol en el cristianismo de la primera hora tal como lo atestiguan los evangelios canónicos, los evangelios apócrifos, los escritos gnósticos, y otros muchos documentos de los padres y teólogos de los primeros siglos. Sin embargo, a través de la historia su figura se ha deformado demasiado.
Fue San Agustín y luego San Gregorio Magno en el siglo VI que dieron lugar a lo que el pensamiento artístico, litúrgico y popular tiene por entendido, que María Magdalena es la mujer pecadora que lavó los pies de Jesús y que es la misma a la que el Señor perdonó después de que la encontraron en fragrante adulterio, haciendo de ella una prostituta de la cual salieron siete demonios y que su vida terminó en una cueva haciendo penitencia por sus pecados. Pero ¿será esto cierto?
Magdalena es la mujer más citada en los Evangelios después de María la madre del Señor, y no es para menos ya que ella tiene un lugar especial en el círculo de los seguidores cercanos a Jesús, esta situación en la Palestina del siglo I es insostenible gracias al patriarcado tan arraigado y sobre todo por el hecho de que a ninguna mujer se le permitía leer las Escrituras y mucho menos enseñar a los hombres. Seguramente la relación de Jesús, el Rabbí, con esta discípula provocó muchas reacciones de parte de los conservadores, si queremos buscar al primer feminista tenemos que voltear a ver a Jesús, pues él puso en el lugar que le corresponde a la mujer, y Magdalena es el prototipo y paradigma de esta praxis.
Magdalena, según los evangelios, no es ninguna prostituta, por el contrario es una discípula amada del Señor, cuya presencia se resalta con tres verbos en griego: Apokoloutheo, diakoneo, y Etheoroun que tienen que ver con el seguimiento, el servicio y la visión del testimonio, respectivamente. Haciendo de esta gran mujer la que sigue a Jesús, la que le sirve y la que al final es la testigo de la Resurrección. Su nombre está incluido en todas las listas de los que estuvieron con Jesús desde Galilea hasta la Resurrección (Mc. 8,34; 9,33; 10,41. Mt. 23,61; 28,1. Lc. 8,1-3; 23,49; 23,55; 24,24. Jn. 19, 30.34; 20 ss.).
Analizando las Escrituras y la propia tradición de la Iglesia nos damos cuenta del papel decisivo de Magdalena en la configuración de la Iglesia Primitiva, su persona tiene un alcance teológico, simbólico e histórico que hasta el día de hoy se está redescubriendo, no podemos hacernos ciegos a la predilección que le tenía el Señor Jesús, pero tampoco podemos ser tendenciosos como el autor del Codigo da Vinci, y decir que entre Jesús y Magdalena hubo una relación carnal, por el contrario, si pensamos en término teológicos e incluso netamente humanos podemos notar que entre Jesús y su discípula se daba eso que hemos llamado un amor perfecto de donación, un amor que es trascendente y pleno, un amor de entrega total y totalizante. Esto es precisamente lo que quieren decir ciertos textos gnósticos del siglo IV que dicen que a María Magdalena Jesús le besaba en la boca, porque para los gnósticos el beso en la boca es un signo de conocimiento de compenetración, que nada tiene que ver con los besos carnales y menos con la situación sexual.
Les invito a que como verdaderos creyentes, busquemos en Magdalena el modelo de discípulo del Señor, aquel que le sigue desde Galilea, donde todo comenzó, hasta Jerusalén en la muerte y la Resurrección para poder anunciar gozosamente que el Señor está vivo y que le hemos visto.
Si deseas conocer más sobre este icónico personaje te invito a escuchar una serie que hemos preparado especialmente pensando en redescubrir el verdadero rostro de María Magdalena en nuestra plataforma.
Mayor participación de las mujeres en la Iglesia pero … ¿cómo?
Mayor participación de las mujeres en la Iglesia pero … ¿cómo?
Quisiera que ese cómo en la participación de las mujeres en la Iglesia no se hiciera en el horizonte del “complemento” con el varón, o en el “aporte” de aquellas actitudes que parecen son “esencialmente” femeninas, o como a veces se dice, desde el “genio femenino” –lo cual se puede poner en duda de muchas maneras-, pero que la cultura las ha atribuido y parece que es nuestra lectura más frecuente
La presencia de las mujeres en la Iglesia es “indispensable” porque mientras esta no se dé, no se está viviendo una Iglesia igualitaria, incluyente, fraterna/sororal, como fue querida por Jesús
La presencia de las mujeres en la Iglesia en puestos de responsabilidad y decisión no implica necesariamente ponerle más ternura, más sensibilidad, más intuición, más cuidado o más actitudes maternales a la Iglesia
La participación de las mujeres en la Iglesia se hace cada día más apremiante. Como sabemos, el papa Francisco ya lo dijo desde el inicio de su pontificado y en Evangelii Gaudium (103) lo señaló con toda claridad: “Todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”. Precisamente por esta afirmación, Francisco ha ido ampliando los espacios de participación para las mujeres y ha nombrado a varias de ellas en espacios reservados hasta ahora a los clérigos, por supuesto, varones, pero también a los varones porque, aunque pocos, ya había varones laicos que ocupaban puestos importantes, en la curia vaticana.
Sin embargo, la pregunta que queda por responder y seguir profundizando, es el cómo de esa participación. En esto la respuesta no es unánime, como unánimes no son las mujeres y, por eso, diversas mujeres podrían dar respuestas distintas. Personalmente quisiera que ese cómo en la participación de las mujeres en la Iglesia no se hiciera en el horizonte del “complemento” con el varón, o en el “aporte” de aquellas actitudes que parecen son “esencialmente” femeninas, o como a veces se dice, desde el “genio femenino” –lo cual se puede poner en duda de muchas maneras-, pero que la cultura las ha atribuido y parece que es nuestra lectura más frecuente.
Unas mujeres se abrazan durante las sesiones del Concilio NS photo/Giovanni Portelli, The Catholic Weekly
Cuando se leen las razones que Francisco ofrece en el numeral citado de la Evangelli Gaudium sobre esta participación de las mujeres, se sitúan más en esta línea que acabo de señalar. El texto dice que “la iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones” y, señala el ejemplo de la “especial atención femenina hacia los otros, expresada especialmente en la maternidad”. Esta fue una de las primeras lecturas que se hizo desde la reflexión teológica hecha por las mujeres, de ahí que se hicieron publicaciones con títulos como “teología hecha por mujeres”, “teología con ojos de mujer”, etc. Sin embargo, es necesario ahondar en esa “indispensable” presencia femenina que excede esas aportaciones.
La presencia de las mujeres en la Iglesia es “indispensable” porque mientras esta no se dé, no se está viviendo una Iglesia igualitaria, incluyente, fraterna/sororal, como fue querida por Jesús. A la Iglesia no le falta, en primera instancia, actitudes de “sensibilidad, intuición o servicio”, lo que le falta es mostrar que en ella no hay exclusión en razón del sexo, ni exclusión en razón del ministerio laical que vive la mayoría del pueblo de Dios. La presencia de las mujeres en la Iglesia viene en razón de su dignidad humana, ella también ha sido “creada a imagen y semejanza de Dios” (Gen 1,27), ella ha sido creada en el mismo instante que el varón (el otro texto del Génesis, que pone a la mujer en un segundo momento, creada a partir de la costilla del varón, hay que interpretarlo adecuadamente con el género literario que el texto bíblico emplea y que en ningún momento supone una desigualdad ni temporal ni mucho menos de dignidad humana, Gen 2,21). La presencia de las mujeres en la Iglesia en puestos de responsabilidad y decisión no implica necesariamente ponerle más ternura, más sensibilidad, más intuición, más cuidado o más actitudes maternales a la Iglesia sino que la comunidad eclesial, que es pueblo de Dios, refleje que el llamado a formar este pueblo es para todos y todas y que la misión, objeto de la comunidad eclesial, es responsabilidad de todas y todos sus miembros.
Habría más posibilidad de concretar esa iglesia sinodal que tanto invocamos hoy, porque esta no es cuestión de palabras sino de conversiones de fondo y una conversión indispensable es reconocer en las mujeres su ser plenamente imagen de Dios con todas las consecuencias que ello implica
La presencia de las mujeres de la Iglesia no es una concesión que la estructura eclesial puede comenzar a tener en este momento. Es mucho más. Supone una conversión de fondo, un reconocimiento de que la manera cómo se organizó la Iglesia a lo largo de los siglos se fue alejando de la igualdad fundamental que comparten todos los hijos e hijas de Dios y se fueron creando dos clases de miembros –desiguales y la mayoría sin protagonismo-: clérigos y laicado, donde las mujeres han tenido la peor parte. Y quizás ha llegado el momento de “dar un giro” –conversión- para recuperar la novedad de los orígenes donde ya no hay “ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni varón y mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús” (Gál 3,28).
La opción de Jesús ante el amor de Magdalena
La sensibilidad, la ternura, la intuición y todas las demás características, atribuidas a las mujeres han de ser vividas por todos los miembros del pueblo de Dios porque esas características son del mismo Dios revelado por Jesús: dador de vida (Jn 10,10), cuidador de todos sus hijos –hasta el más insignificante pájaro del campo (Mt 6,28)-, capaz de llorar por la muerte de su amigo (Jn 11,35) o como a quien se le conmueven las entrañas ante el caído en el camino (Lc 10,33). La Sagrada Escritura está llena de textos donde Dios actúa con las características atribuidas culturalmente a las mujeres pero que, en realidad, son características de toda la humanidad, para construir un mundo justo, un mundo de hermanos y hermanas. Lo que por supuesto sí es propio de cada uno –sean mujeres o varones- son nuestras características particulares que hemos desarrollado más por las circunstancias en que hemos crecido, nos hemos formado, hemos cultivado, se nos han dado naturalmente, etc. Es decir, no es que no haya diferencia entre varones y mujeres y también entre varones y varones y mujeres y mujeres, y esas diferencias son las que hemos de poner al servicio de la Iglesia para que ella sea testimonio de la familia de hijos e hijas del mismo Dios Padre/Madre, donde hay unidad, no uniformidad, donde hay diferencias para el servicio de toda la comunidad.
En este sentido, la próxima fiesta de la “Apóstola María Magdalena” a celebrarse el 22 de julio, no es solamente para reconocer que la presencia femenina estaba en los orígenes, sino que el significado de ser Apóstol en la Iglesia de los orígenes, también está encomendado a las mujeres. Posiblemente si recuperáramos este sentido, habría más posibilidad de concretar esa iglesia sinodal que tanto invocamos hoy, porque esta no es cuestión de palabras sino de conversiones de fondo y una conversión indispensable es reconocer en las mujeres su ser plenamente imagen de Dios con todas las consecuencias que ello implica
1. Sobre la Familia de Jesús Jesús, como cualquier otro judío de su época, estaba integrado en una familia, que le confería identidad y reconocimiento social. En Nazaret, con una población de unos 1.600 habitantes, Jesús había alargado sus lazos familiares. Todo el mundo lo conocía como hijo de María y de José, ejerciendo con toda probabilidad el oficio de su padre. A José no se le menciona para nada desde el momento en que Jesús comienza su vida pública.
La razón más plausible es que José ya no vivía cuando Jesús comenzó su ministerio público, más o menos entre los 30-35 años. María, por el contrario, sí que aparece y suponiendo que comenzó a ser madre a la edad de 14 años, y que había traído al mundo otros seis hijos por lo menos, tendría unos 48-50 años en el momento de la crucifixión de su hijo. ¿Los hermanos y hermanas de Jesús eran tales, eran hijos de un matrimonio anterior de José (hermanastros) ligados a Jesús por el vínculo legal del segundo matrimonio de José, o eran primos?
Que los hermanos y hermanas de Jesús fueran primos u otra clase de parientes lejanos es todavía la doctrina habitual de la Iglesia católica romana, aun cuando hace algún tiempo teólogos y exégetas católicos afirman que se trata de hermanos reales. Meier, gran investigador del Jesús histórico, no duda en afirmar que “la búsqueda de los parientes históricos de Jesús se acerca a lo imposible” (Pg. 328) No obstante, “un juicio sobre el NT y los textos patrísticos como fuentes históricas nos llevan a la opinión más probable de que los hermanos y hermanas de Jesús lo eran verdaderamente” (Pg. 340).
2. ¿Jesús era célibe? Nos encontramos con que, en la tradición cristiana, se admite como buena la condición del estado de casado, pero se admite igualmente como superior el celibato al matrimonio. En ese contexto y desde la perspectiva de la fe cristiana, se mantiene la creencia casi universal de que Jesús permaneció célibe.
Pero, aquí utilizamos ahora los argumentos de historiadores modernos. Desde las fuentes históricas, ¿es posible determinar si Jesús estaba o no casado? Conviene no confundir en este punto determinadas ideas negativas sobre la sexualidad sostenidas en la Iglesia católica con el análisis de la historia. Una cosa es la cuestión histórica del estado civil de Jesús y otra las preocupaciones contemporáneas.
Hay autores que están a favor del matrimonio de Jesús con el siguiente argumento: el judaísmo del tiempo de Jesús tenía una posición muy positiva sobre el sexo y matrimonio; el matrimonio era la norma; por lo tanto, el celibato era inconcebible, luego Jesús estuvo casado. Así razona también el Código da Vinci.
Tratándose de la cuestión decisiva que origina y abarca toda la trama del secreto del Código da Vinci, bien vale la pena exponer los argumentos, si los hay, a favor del celibato de Jesús. Los argumentos serían los siguientes:
1. Los evangelios no hablan para nada de la mujer e hijos de Jesús durante su vida pública. Sí que hablan de su padre, madre, hermanos y hermanas durante su vida privada, pero tampoco en todo ese tiempo se dice nada de su mujer o hijos.Este silencio, en uno y otro momentos, parece indicarnos que no existían.
2. Jesús vivía inmerso en el judaísmo del siglo I.
Dentro de él, había diversas corrientes ideológicas respecto al sexo y matrimonio. Una era la del judaísmo farisaico y otra la de otros grupos como los esotéricos, proféticos, místicos, etc. Es seguro que algunos o muchos de los esenios eran célibes.
3. También se da como seguro que otros grupos –los terapeutas, establecidos en Egipto-, esenios también o de otro movimiento judío similar, practicaban la abstinencia, encontrándose dentro de él también mujeres. Qumrán, el monasterio del Mar Muerto, expresión concreta del movimiento esenio, albergaba miembros que practicaban el celibato. Este hecho está acreditado por el testimonio de Josefo y Filón, dos judíos del siglo I.
4. Fueron célibes también figuras bíblicas como las del profeta Jeremías del AT, Elías, Juan Bautista, etc.
5. Se puede constatar también, dentro del mundo grecorromano del siglo I después de Cristo, la existencia de un celibato vocacional en destacados hombres de la filosofía: : Epitecto, Apolonio, etc. Es lógico, por tanto, concluir que el celibato no estaba ausente en el judaísmo del siglo I. El erudito judío Geza Vermes no tiene dificultad en ver a Jesús como célibe y explicar este estado poco habitual por su llamada profética y la recepción del Espíritu (Cfr. Jesus the Jew, 99-102).
J.P. Meier, después de hacer un análisis largo desde los contextos del celibato de Jesús en el judaísmo, concluye: “En suma, no podemos tener una absoluta certeza sobre si Jesús estaba o no casado. Pero los varios contextos, tanto próximos como remotos, en el NT lo mismo que en el judaísmo, señalan como hipótesis más verosímil la de que Jesús permaneció célibe por motivos religiosos.
Digamos que Jesús probablemente interpretó su celibato como necesidad impuesta por su misión profética, totalmente absorbente, orientada a Israel para hacer del dividido y pecador pueblo de Dios un todo purificado en preparación para la llegada final de Dios como rey. Es, por tanto, posible que Jesús -quizás con tono irónico- se cuente a sí mismo entre quienes “se hacen eunucos por el reino de Dios”. El total silencio sobre una mujer y unos hijos de Jesús en contextos donde son mencionados varios familiares suyos bien puede indicar que nunca estuvo casado” (Idem, pp. 353-354).
3. ¿Estuvo Jesús casado con María Magdalena? Si hacemos caso a las investigaciones anteriores, queda la hipótesis más probable de que Jesús no estuvo casado con Maria Magdalena. Magdalena, oriunda de Magdala, una pequeña ciudad de Galilea, pertenecía al círculo de los discípulos de Jesús, pues en ella se dan de hecho, aunque apenas se le nombre como tal, las características del discípulo. No sólo eso, sino que era reconocida como ocupando un puesto preeminente: ella figura siempre a la cabeza de las demás mujeres y es reconocida como la principal en seguir, acompañar y ayudar a Jesús.
Según los especialistas, Magdalena estaba soltera y entre ella y Jesús había una gran amistad, debido seguramente a que Jesús la curó de una grave enfermedad, lo que propició una especial cercanía y afecto entre ambos. Esta especial amistad dio lugar a que entre las diversas comunidades primitivas existentes, unas se decantasen por su liderazgo, y otras por el de Pedro, haciendo valer la preferencia que sobre ella mostraba el Señor. Naturalmente que unos y otros iban a interpretar esa amistad con matices y acentos distintos; unos tratarían de reivindicarla para asegurar el protagonismo de la mujer en la Iglesia, con responsabilidades y servicios equiparables a los de los discípulos varones y otros tratarían de rebajarla, influidos probablemente por ideas que atribuían a la mujer una condición de indignidad e inferioridad.
En esto, Jesús demostró actuar con libertad e innovación, favoreciendo un cambio radical, de igualdad, que afectaría de diversa manera a los grupos que se iban formando. Tema éste apasionante, que puede ilustrar la evolución del papel que la mujer ha tenido o debiera haber tenido en el desarrollo posterior de la Iglesia.
Carmen Bernabé, teóloga y doctora bíblica, en su libro “María Magdalena, tradiciones en el cristianismo primitivo”, demuestra que las características que los textos extracanónicos atribuyen a María están basadas en los evangelios, sobre todo en el de Juan, que la presentan como discípula, receptora y transmisora de una revelación especial y concluye su estudio con esta valoración: “ Parece que María Magdalena tiene un papel importante en la interpretación del destino de Jesús a la que iban a llegar los primeros discípulos, así como en la decisión de la conveniencia de iniciar la misión, con la que se debió enfrentar muy pronto aquella comunidad.
María Magdalena era, sin duda, la figura más importante, del grupo de discípulas, así como Pedro fue de los varones. María Magdalena fue una figura muy cercana a Jesús, con una relación especial, en cuanto se adivina más intensa que la que tienen las otras mujeres discípulos. No se está defendiendo aquí, como a veces se ha hecho, una relación matrimonial entre ella y Jesús, algo que no es posible demostrar basándose en los textos; sino una relación de amistad cercana y preferente” (EVD, p. 265, 1994).
No dejan de ser sugerentes las investigaciones últimas acerca de la identidad y significado de la expresión del cuarto evangelio “uno de sus discípulos, aquel al que amaba Jesús” (Jn 12,23; Jn 19,25-27; Jn 21,7; Jn 21, 20.
Hay autores que hacen luz sobre este punto, argumentando de esta manera: Al pie de la cruz o, más bien, un poco lejos mirando, sólo podían encontrarse mujeres, sin saber a ciencia cierta si eran cuatro o dos. De ser dos, serían María la madre de Jesús y Maryam Magdalena. “En esta escena no es la madre el centro, sino la discípula de Magdala, a la que se quiere ensalzar y con ella la tradición de la propia comunidad, precisamente con la entrega que Jesús le hace de su propia madre. En ningún caso y en ningún estado de la redacción se menciona a ningún otro hombre fuera de Jesús”(Juan Manuel Lozano, Un retrato de Jesús, Nueva Utopía, pg. 143, 2006).
. Leyendo ahora el texto “Jesús viendo a su madre y al discípulo que amaba” los autores lo interpretan como la entrega que Jesús hace de su madre a Magdalena. Ella la recibió en su familia. “Los cristianos de entonces, escribe Lozano, entendían perfectamente que el discípulo (ho mathetes) al que Jesús había amado particularmente, era Maryam Magdalena, a quien Jesús dejó confiada su propia madre. No, ciertamente, a ningún hombre que no ha aparecido hasta ahora. Más cerca de Jesús, no se podía colocar al discípulo que Jesús amaba…Con esta entrega por Jesús de su madre el cuarto evangelio pretendió presentarse como el libro de una comunidad, cuya tradición venía nada menos que de Maryam Mgadalena. Maryam es su heroína, como Pedro acaba siéndolo del Evangelio de Mateo. El cuarto Evangelio realiza la tarea de glorificar a su héroe, aquí heroína, colocando a Maryam al pie e la cruz y haciendo que Jesús le confíe su madre” (Idem, Pgs. 156-159). Los apuntes anteriores nos permiten decir que las afirmaciones del Código da Vinci, no parten de una investigación histórica seria y quedan, por lo mismo, relegadas al mundo de la ilusión.
El secreto, que abarca la novela entera, que sustenta la teoría de que el Santo Grial es Maria Magdalena, que se transmite a través de la dinastía merovingia y lo conserva seguro el Priorato de Sión mediante la creación de los Templarios su brazo armado, que señala a la Iglesia católica como exterminadora del culto a la diosa femenina y de la degradación y marginación de la mujer, que explica el invento político de la Divinidad de Jesús y el alza inconmensurable del poder patriarcal y machista en la Iglesia, que ha creado el engaño bimilenario del cristianismo, se convierte en fantasía, en pura ilusión de quien intenta pasarlo como verdad a través de una novela.
Todo depende, para la consistencia del secreto, en que Jesús de Nazaret estaba casado y estaba casado con María Magdalena. La Iglesia católica no admitió esta verdad “natural, obvia, pública y rigurosamente histórica”, tuvo poder para desterrarla y entonces para no desaparecer, esta verdad comienza a conservarse en secreto, el SECRETO más importante y mejor guardado de todos los tiempos. Y eso es lo que, al parecer con argumentos irrefutables, pretende finalmente mostrar y anunciar Dan Brown a la engañada y manipulada humanidad: Jesús estaba casado y lo estaba con María Magdalena.
La trama, el contenido y las consecuencias del Código da Vinci se vienen abajo con la facilidad de un sueño. Dan Brown nos ha ofrecido un sueño con pretensiones de realidad, pero por suerte la realidad es más fuerte que la ilusión
En este tiempo de pascua la memoria viva de María Magdalena, tan silenciada y manipulada en la historia de la iglesia toma fuerza y significatividad entre nosotras. La que nuca fue prostituta y siempre apóstol se convierte, en el marco de la aventura sinodal que como iglesia las mujeres estamos queriendo empujar, en maestra de la espiritualidaddel soltar que tanto nos apremia. El Evangelio de Juan así nos lo revela (Jn 20, 11-18).
Magdalena se alimenta de la vida nueva, pero para hacerlo ha de atravesar el duelo que la ata al pasado y superar la nostalgia. Su actitud reta a la nuestra, Nos sitúa ante una disyuntiva siempre costosa: atrapar o lanzar. Aferrarnos a la seguridad de lo que conocemos e intentamos poseer, hacer de Dios una seguridad, tener unas vías de acceso a Él “fosilizadas” … o abrirnos a su novedad inatrapable que nos urge a innovar caminos, lenguajes, vías de encuentro con Él, de generación en generación y desde la diversidad que, como humanidad, nos caracteriza.
Quizás nos ayude realizar corporalmente la experiencia que sugieren las dos acciones, opuestas, mencionadas, “aferrarnos” o “abrirnos”, y reconocer cómo nos sentimos al hacerlo.
Hacernos conscientes de nuestras resistencias, ganas, temores, impaciencias para, con más consciencia y libertad en esta dinámica de apertura, lanzarnos a la novedad de Dios, a la que nos reta María Magdalena y asumir las consecuencias que ello conlleva.
La vida es un constante aprender a decir hola y adiós, a acoger y soltar, pero no es fácil, pero en el aprender a vivir soltando, sin aferrarnos al pasado, a las seguridades, nos jugamos el encuentro con el Dios vivo.
En el arte de vivir soltando, Magdalena es también una maestra en el camino. “Aun, cuando todavía era oscuro… María Magdalena se puso en marcha hacia el sepulcro”. Su inmenso dolor no la dejó paralizada, sino que su corazón destrozado continuó manteniéndose anhelante y en búsqueda. Su corazón, sus ojos, más allá de los datos empíricos, presintieron que la Buena Noticia vivida con aquel profeta de Galilea no podía acabar con su muerte, aunque ella misma experimentase en lo profundo que al enterrar aquel cuerpo habían enterrado con él todos los sueños y expectativas de un amanecer diferente para los pobres y excluídos de Israel. Su tentación, quizás como la nuestra, fue la de refugiarse en el pasado y en su propio dolor, lamerse las heridas.
Sin embargo, al escuchar su nombre en boca de Jesús reconoció en el hortelano a su Rabbuni, a su Maestro, y al reconocerle se hizo proclamadora suya, Apóstol apostolorum, en medio de un montón de dificultades. El “Ve y dile a tus hermanos y hermanas” que escuchó, en lo hondo de su espíritu, de la boca del Viviente la llevó a recorrer caminos insospechados para una mujer de su época. Afrontó el presente y anticipó futuro.
Quizás también hoy pueda pasarnos que andemos un tanto desconcertados y llorosos ante un presente que no terminamos de entender y un montón de expectativas, sueños y proyectos que no han terminado como pensábamos en nuestra vida.
El Resucitado toma el cuerpo de muchos hortelanos, personas y acontecimientos que nos salen al camino de la vida cotidiana y de los hechos de la historia, como a Magdalena. El Resucitado nos invita a adentrarnos en la espiritualidad del soltar. Vivir soltando es decir “hola” a lo nuevo y a lo que despunta como alternativo hoy en nuestros ambientes y “adiós” a lo que se va quedando rancio en nuestro modo de ser y estar en el mundo, también como comunidades cristianas.
Pero para vivir soltando necesitamos también elaborar adecuadamente los duelos. Sólo soltando podemos abrirnos al futuro. Si no soltamos, ya no nos cabe nada. Si con lo que ya tenemos está ocupado nuestro espacio físico, afectivo, mental, no hay lugar para nada nuevo.
Por eso necesitamos, soltar, desalojar, dejar espacio. Si no lo hacemos, nuestra vida, nuestras comunidades, los colectivos en los que participamos, la Iglesia… se quedarán añejos, nostálgicos y llorosos y nuestra fe y nuestro compromiso quedará reducido a ideología y a tópicos o frases hechas. Adentrarnos en este “suéltame” de Jesús a Magdalena es atrevernos a hacernos una pregunta, que siempre resulta tremendamente incómoda:
¿Qué es lo que el Amor nos está pidiendo que abandonemos, dejemos, soltemos, para poder reconocerle como El Viviente, hoy, aquí, ahora?
¿A qué novedad nos inspira y llama hoy su Espíritu, como Iglesia, como comunidades, para testificar que Dios no es un Dios de muertos sino de vivos?
El movimiento mundial más grande es el de las mujeres… porque existen Movimientos femeninos en todos los países, combativos, alternativos y propositivos. Los gobiernos neoliberales no quieren mujeres dignas y protagonistas. Por eso hacen tan poco para combatir la trata de mujer que ha pasado a ser, después del tráfico de drogas, el segundo negocio más rentable del planeta.
El 30 de julio pasado era el Día Mundial contra la trata de personas… ¿cuántos lo hemos sabido? Además de los Estados nacionales, tal vez sean las Iglesias las que más discriminan a las mujeres. Su teología y sus estructuras son una violencia permanente contra las mujeres, su identidad y sus aportes por el machismo, el patriarcalismo y el fundamentalismo que las mantiene desvaluadas, marginadas y despreciadas.
Un ejemplo en la Iglesia católica es la visión sumamente negativa que, desde siglos, se hace a su mayor fundadora, María Magdalena. Todavía hay muchos escritos y muchas prédicas que la presentan como ‘pecadora, prostituta, adúltera, llorona arrepentida’… trastornando la realidad de las primeras Comunidades cristianas. Hasta decimos como refrán acostumbrado: “Llorona como una Magdalena”. Bien puede ser que nos encontramos muchos y muchas en esta situación sin darnos cuenta que, inconscientemente, hemos asimilado este error garrafal. En ninguna parte de los Evangelios se nos presenta a María Magdalena de manera negativa.
La realidad es más bien lo contrario… Lucas nos dice que “Algunas mujeres habían sido curadas de espíritus malos o enfermedades: María, de sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios”. Es cierto que padecía alguna enfermedad grave, pero fijémonos que, justo antes Lucas escribe que estas mujeres hacían parte del grupo de discípulos y discípulas que seguían permanente a Jesús: “Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que había sido curadas…”.
La realidad es que pronto en la Iglesia primitiva el machismo de la cultura judía apareció en sus ministros varones… lo que supo aprovechar muy bien el imperio romano con el emperador Constantino del siglo 4 para asumir a la mayoría de la jerarquía y así mantener su dominio sobre los territorios que se iban independizando. Contrariamente a los evangelistas, Pablo, cuando habla de los testigos de la resurrección de Jesús no cita a María Magdalena.
El conocido filósofo griego Celso, del siglo 2, describe al cristianismo como la creación de “una mujer histérica”, aludiendo a María Magdalena, que, según él, testificaba sobre la resurrección de Jesús para “impresionar a otros contándoles una fábula fantástica, propia de animales sin razonamiento…” Más tarde, en el siglo 6, el papa Gregorio Magno lo ratifica sin mayor fundamento, aduciendo que María Magdalena, María de Betania y la pecadora de Lucas eran la misma persona… ¡Y se ha esperado el siglo 20 para desmentir estas aberraciones!
Entonces ¿quién era María Magdalena? Su sobrenombre nos indica que era originaria de la ciudad de Magdala, al borde del lago de Tiberíades, en la provincia norteña de Palestina. Desde el principio del ministerio de Jesús hizo parte del grupo de discípulos varones y mujeres que siguieron a Jesús hasta el pie de la cruz, la sepultura y la resurrección de Jesús. Juan cuenta que María Magdalena tuvo un encuentro personal con Jesús resucitado, siendo la primera que lo reconoció y recibiendo la misión de parte de Jesús de anunciar su resurrección a los demás apóstoles.
Al comienzo de la Iglesia primitiva, Lucas señala que estaban, “María, la madre de Jesús, sus hermanos y algunas mujeres”, sin nombrar específicamente a María Magdalena. Pero se sabe por otra tradición que ella fue la primera animadora de la Comunidad cristiana. Unos especialistas de la Biblia afirman que ella sería la autora del cuarto Evangelio y hasta de la Carta a los Hebreos. Los escritos apócrifos, o sea, no reconocidos oficialmente por la Iglesia, nos dan más informaciones sobre María Magdalena, en particular su cercanía con Jesús. Todo eso nos hace ver el rol de primera plana que tenía María Magdalena en la Iglesia primitiva, que bien se la puede calificar de fundadora de la misma… ¿Qué lecciones podemos sacar de estas reflexiones?
En estos tiempos el papa Francisco trabaja decididamente en la transformación del Vaticano, de las instituciones católicas y de los ministerios eclesiales, buscando dar a la Iglesia una organización sinodal o sea donde todos somos iguales e igualmente responsable. Para esto el testimonio de María Magdalena nos recuerda que Jesús, con su Comunidad igualitaria de varones y mujeres, quería una Iglesia de todos, sin sectarismo ni marginación en contra de las mujeres. Más bien les daba un lugar relevante mediante un poder compartido. En las primeras Comunidades no había sacerdotes: Quién presidía la ‘fracción del pan’ o Eucaristía, era indistintamente el o la dueña de la casa en donde se reunían.
Todo esto nos hace ver la relevancia del rol y de la personalidad de María Magdalena para que hoy las mujeres recuperen los espacios, el poder y los ministerios de los cuales han sido injustamente desposeídas durante siglos tanto en la sociedad como en la Iglesia. En general las Iglesias tienen una gran deuda con ellas. Por eso ha perdido su originalidad, su verdadero rostro, su valor referencial para construir un mundo de respeto mutuo, de igualdad efectiva y de pujanza hacia nuevos caminos que exigen los tiempos presentes. Con el reconocimiento del verdadero rol de María Magdalena daremos de Dios y de Jesús un testimonio más fiel y esperanzador para responder a los desafíos actuales, tanto sociales como religiosos.
ESPIRITUALIDAD INTEGRADORA CRISTIANA Una visión que engloba el Universo
Tenía que ser en estos días de su fiesta, que Miriam de Magdala nos invitara a dar un paso al frente de sororidad y realismo; de ternura humana y compromiso con la Tierra, de respuesta y espacio al aquí y ahora en nuestras vidas. “Aprendió a reconocer la voz que pronunciaba su nombre en medio de la noche y, levantándose, dijo: Aquí estoy”. (1Samuel 3,4) Reconocemos el momento oportuno. Sentimos en la tripa que es tiempo de gracia, de creatividad y de libertad, de mucha libertad y deseos de compartir vida y silencio con todxs lxs que hace tiempo nos relacionamos de diferentes maneras. Los dolores de parto llegan a su fin, la cabeza de la criatura asoma y está naciendo. Tiene un rostro hermoso. Está emergiendo después de años de gestación, una Comunidad presencial y online, desde unas bases que la mayoría conocéis: espiritualidadintegradoracristiana.es Seguir leyendo →
«La historia patriarcal de nuestro cristianismo tiene una profunda deuda contigo»
«Tú sigues siendo un referente para quienes, también como tú, formamos parte del movimiento de Jesús y reclamamos que éste vuelva a ser una comunidad de iguales»
«Primero se intentó silenciar tu protagonismo en la vida de Jesús y en el de la primera comunidad; después se quiso robarte el título de la primero testigo de la Resurrección, para atribuírselo a Pedro, tal como hizo el evangelio de Lucas (24,34) y Pablo que ni siquiera te nombra entre los testigos de la Resurrección (1Cor 15,5-8)»
«Las mujeres cristianas te vamos reconociendo como nuestra patrona, la inspiradora y sostenedora de nuestras luchas, la que mantienes la antorcha de la verdad del sueño de Jesús: hacer de la sociedad una comunidad de iguales y para ello había que empezar haciéndolo posible, en un pequeño grupo, para que fuese creíble»
Querida María Magdalena: ¡qué alegría poder celebrar una año más tu fiesta en un momento de fuerte despertar en el mundo entero del movimiento de mujeres en la sociedad y en las Iglesias reclamando igualdad y derechos!
Tú sigues siendo un referente para quienes, también como tú, formamos parte del movimiento de Jesús y reclamamos que éste vuelva a ser una comunidad de iguales. También nos alegramos de que gracias a tantas teólogas y biblistas feministas podamos hoy reconocer tu verdadera identidad y qué pena de tanta documentación y tradiciones perdidas que nos podrían haber aportar más luz sobre tu persona y tu papel central en la vida de Jesús y en la primera comunidad!
La historia patriarcal de nuestro cristianismo tiene una profunda deuda contigo. Las autoridades religiosas y teológicas deberían pedirte perdón públicamente por la injusticia que han cometido con tu persona.
Primero se intentó silenciar tu protagonismo en la vida de Jesús y en el de la primera comunidad; después se quiso robarte el título de la primero testigo de la Resurrección, para atribuírselo a Pedro, tal como hizo el evangelio de Lucas (24,34) y Pablo que ni siquiera te nombra entre los testigos de la Resurrección (1Cor 15,5-8).Una opción ideológica y política que sirvió para reclamar el derecho exclusivo de los varones para gobernar y obtener las “ordenes sagradas” y sostener así el patriarcado socialmente dominante, aunque eso fuese traicionar la opción de Jesús de una comunidad de iguales.
Sólo las tradiciones marginales como la de los gnósticos y maniqueos te otorgaron la importancia que te habías merecido y te escogieron como representante de sus doctrinas.
Con la exclusión del Canon de todos los Evangelios que no fueron reconocidos por la Iglesia oficial y la quema de los “escritos herejes” de los maniqueos y gnósticos se intentó liquidar tu figura y tu protagonismo.
Como dice la doctora Susan Haskins: “Con la desaparición de estos escritos <<heréticos>>, María Magdalena, heroína de los gnósticos, discípula principal, <<compañera del Salvador>>,<<esposa>>, <<consorte>> y <<pareja>> suyas, se desvaneció a su vez para resurgir brevemente entre los ortodoxos como testigo de la Resurrección y <<apóstol de los apóstoles>>, si bien sobre todo, y de mayor importancia para la historia del cristianismo y las mujeres, como una ramera arrepentida” [1].Porque es verdad que para completar y justificar el robo de tu autoridad, como era imposible borrar tu presencia de los cuatro Evangelios, se te convirtió en la “pecadora”, “la adúltera”, la “llorona arrepentida” (aún se conserva el dicho de “llorar como una Magdalena”); la representante del “pecado de la carne” paradójicamente ¡tan femenino! Que paradoja ¿verdad? Y todo eso ¿cómo no? se ratifica con la autoridad Papal.
El papa Gregorio Magno (540-604) zanjó la discusión sobre tu identidad y proclama que “María Magdalena, Maria de Betania y la “pecadora” de Lucas, eran la misma persona”.
Pero felizmente el reconocimiento de tu misión como la Apóstol de los Apóstoles está recogido no solo en los textos analizados sino que se difundió en grabados de los siglos XI y XII, así como en las vidrieras del XIII de las catedrales de Chartres, Auxerre y Semur in Burgundy.Pero hoy de nuevo las investigaciones feministas, y la de tantas teólogas y teólogos buscadores de la verdad, han vuelto a recuperar el esplendor de tu imagen. Pero aún están muy poco vulgarizadas sus conclusiones, aún eres una desconocida entre la mayoría de las personas de nuestra comunidad cristiana.
Aún hoy muchas te siguen identificando con la mujer “que amó mucho” así te nombró Jesús pero para el gran público sigue siendo la “adultera”(Lc 7,36-50). A Eva la pecadora del Antiguo testamento ya le salió una sustituta en el Nuevo, así quedó marcada nuestra condición femenina: nosotras somos las “tentadoras” (cuando el tentador reconocido por Jesús fue Pedro) y las “pecadoras”.
Las mujeres cristianas te vamos reconociendo como nuestra patrona, la inspiradora y sostenedora de nuestras luchas, la que mantienes la antorcha de la verdad del sueño de Jesús: hacer de la sociedad una comunidad de iguales y para ello había que empezar haciéndolo posible, en un pequeño grupo, para que fuese creíble.
Ayúdanos para ser de verdad seguidoras de Jesús, para gritar con nuestra vida que merece la pena seguir proclamando y haciendo verdad la Buena Noticia que nos encomendó. Ayúdanos también para que no nos falten las fuerzas, ni el humor, pues necesitamos una buena dosis de amor con humor para seguir ese camino que tú y otras muchas mujeres de tu tiempo y de todos los tiempos nos abrieron. Tú sabes de dificultades, rechazos, calumnias y menosprecios.En ti nos inspiramos, te reconocemos como nuestra patrona, compañera de camino, alentadora de nuestra vocación apostólica, te celebramos con gozo y con coraje. Gracias por ti. Te escribo en nombre de las muchas discípulas de Jesús que queremos seguir haciendo posible y creíble una comunidad donde no haya ninguna discriminación por ninguna razón (sexo, raza, clase, orientación y/o identidad sexual).
Me despido por hoy, yo una de las muchas discípulas en camino.
[1] S. Haskins, María Magdalena. Mito y metáfora. Herder, Barcelona 1996. Para conocer las tradiciones sobre María Magdalena recomiendo también: C. Bernabé, María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo, Verbo Divino, Estella 1994. Ambas obras con abundante bibliografía.
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A finales del 1300, un confesor preocupado, Jean le Graveur, se dedicó a transcribir las visiones de Erminia de Reims, una joven viuda considerada loca. Esas ensoñaciones eran la manifestación de una mujer que deseaba dejar las estrecheces del hogar y viajar por el mundo, que esperaba volver a casarse y liberarse del estricto control del confesor para tener un diálogo más libre con Dios.
El estudio de ese antiguo manuscrito, que nos llegó con el comentario del historiador André Vauchez, pone de relieve el miedo de los hombres del pasado por cualquier manifestación de autonomía femenina, es decir, la dificultad de aceptar espacios de libertad para las mujeres. Los sueños de Erminia fueron juzgados como resultado de tentaciones demoníacas.
El miedo a las mujeres ha sido, y sigue siendo en muchos contextos, uno de los grandes miedos de Occidente. ¿También en el seno de la Iglesia?, ¿en qué medida?
Ya desde el Concilio Vaticano II, el Magisterio ha mostrado una nueva atención y sensibilidad hacia las mujeres defendidas en su dignidad y valoradas por lo que Juan Pablo II llamó “el genio femenino”. Pero aún queda mucho por hacer para superar las resistencias y los prejuicios.
El propio Papa Francisco afirmó recientemente que “debemos avanzar para incorporar a las mujeres a los cargos conciliares, incluso en el gobierno, sin miedo”, indicando, entre líneas, las dificultades que todavía existen para aceptar una participación femenina plena y de responsabilidad en la vida de la Iglesia. El miedo todavía existe.
Pero, ¿en qué consiste este miedo a las mujeres? Una mirada al pasado tal vez pueda ayudar a comprender las profundas razones de esta reacción primaria de defensa que los hombres materializan negando o marginando a la mujer. No siempre fue así.
Jesús no tenía miedo de las mujeres. La liberación femenina más radical comenzó con Él. Fue quien entabló un diálogo empático con las mujeres, escuchándolas y concediéndolas espacios propios. Sus mensajes de salvación iban dirigidos a hombres y mujeres por igual. A todos anunció las exigencias del Reino y a todos pidió que tomaran decisiones radicales.
Las mujeres no constituían una categoría separada, marginada o digna de compasión. Junto al Maestro de Galilea compartían la vida, las expectativas y todo tipo de actividades. Por eso los discípulos se sentían confusos al no comprender esta manera madura y equilibrada de relacionarse con el sexo femenino y, sobre todo, les costaba entender la liberad de Jesús por encima de tabúes o impedimentos.
De hecho, si en la cultura judía se mantenía bajo control el cuerpo femenino para no contaminar lo sagrado (Números 15,38) y, por tanto, se excluía a las mujeres del culto en virtud de estrictas normas, con Jesús deja de producirse esta exclusión porque nada puede hacer a una persona impura excepto el mal que hace y que proviene de lo más profundo de su corazón desviado (Marcos 7:15).
Una persona inclusiva
Del mismo modo, se mostró ajeno a cualquier limitación dañina. Hoy lo definiríamos como una persona inclusiva. Bien lo expresa en el diálogo con la mujer samaritana donde explica cómo la presencia de Dios no está ligada a un lugar sagrado (el Templo) y cómo la relación con lo trascendente no es privilegio de una etnia (la judía), de una condición social o religiosa (el ministro del culto) o de un sexo (el masculino). Jesús asegura que cualquiera que sepa acoger “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23) esta presencia de Dios puede hacerlo.
Los seguidores de Jesús no se llegaron a acostumbrar a ese comportamiento libre: “se maravillaban de que hablara con una mujer” (Juan 4:27). Sintieron cierto resquemor e incluso envidia por la autoridad de Magdalena (textos gnósticos), y volvieron a proponer una vuelta a los roles tradicionales (“mujeres, estad sujetas a vuestros maridos”) y antiguas estructuras patriarcales (“la mujer que aprenda en silencio, con total sumisión. No permito a la mujer enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre”, 1 Timoteo 2,11 -12).
Sin embargo, en las comunidades originales encontramos mujeres, como Lidia de Filipos, Tabita, Priscila, Cloe, Ninfa… Mujeres hospitalarias cuyos hogares eran verdaderos lugares de acogida, oración y evangelización; o cristianas comprometidas en el campo de la caridad, del diaconado, de la catequesis, la evangelización, la misión y el apostolado como las mujeres mencionadas con respeto y gratitud por el apóstol Pablo: la diaconisa Febe, las misioneras Priscila, Evodia y Síntique, la apóstol Junia, las evangelizadoras Trifena, Trifosa y Perside y las benefactoras Apfia y Ninfa.
Pero ni esta presencia de mujeres activas y colaboradoras, ni el ejemplo de Jesús fueron suficientes para que la Iglesia naciente fuera inclusiva. Más bien al contrario, abrazó la cultura y estructuras patriarcales dominantes de las sociedades con las que entró en contacto.
Magdalena pronto fue olvidada (San Pablo ni siquiera la menciona) y su figura tergiversada (a partir de Gregorio Magno, de discípula pasó a ser una prostituta arrepentida) las diaconisas jugaban un papel cada vez más pequeño, la profecía femenina se sofocó, las casadas volvieron a su papel de esposas sumisas y el cuerpo de la mujer volvió a ser un tabú.
La antigua ginecofobia
Los antiguos autores cristianos compartían sustancialmente la antropología de la cultura grecorromana que colocaba la superioridad del hombre en el centro y reiteraban la imperfección e insuficiencia de la naturaleza de la mujer, nacida para ser sumisa al hombre. Para San Agustín, los dos sexos fueron creados a imagen de Dios en igualdad espiritual sustancial, sin embargo, la subordinación femenina venía determinada por el orden de la Creación.
Esta concepción impregnó el cristianismo, fortalecida por el encuentro con la antropología de Aristóteles: el género masculino era un modelo de lo humano y la mujer un hombre fracasado. Esta visión, que fue aceptada e integrada en la filosofía escolástica y, en concreto, en la teología de Tomás de Aquino, constituyó a lo largo de los siglos el fundamento de la incapacidad del género femenino, tanto para detentar el poder como para representar la imagen misma de Dios.
El desconocimiento de la fisiología femenina y el miedo a ser contaminados por una persona portadora de impurezas, aumentaron los temores masculinos hacia la sexualidad de la mujer y la alejaron de los lugares sagrados. Recordemos al franciscano Álvaro Pelayo, quien, en De statu et planctu ecclesiae, expuso ciento dos razones para demostrar, no solo la inferioridad, sino también la peligrosidad de la mujer, “origen del pecado, arma del diablo, expulsión del paraíso, madre del error, corrupción de la ley antigua”.
La obsesión por el cuerpo femenino, deseado y a la vez rechazado, apareció con fuerza en los tratados contra las brujas manifestando un miedo creciente a las mujeres que se convirtieron durante siglos en chivos expiatorios de una antigua y profunda angustia.
Incluso la ley del celibato eclesiástico, que se estableció en el siglo XII durante un proceso de institucionalización de la Iglesia, favoreció inevitablemente la afirmación de una concepción negativa de la mujer, que fue sacada de los lugares sagrados por considerarla impura. La continua transgresión de parte del clero llevó al Concilio de Trento a implementar un enfoque educativo más amplio y apropiado, apuntando, a través de la institución de seminarios, a una formación espiritual y cultural del clero separado del mundo laico.
Muestra elocuente de ello fue la pedagogía de Paolo Segneri que identificó el punto máximo de peligro en la mujer al asegurar que el cuerpo era una trampa permanente para la vida virtuosa. De esta forma, la sospecha del pecado pesaba sobre la propia naturaleza de la mujer percibida como amenazante. Esta visión caracterizará la Iglesia de la Contrarreforma hasta el umbral del Concilio Vaticano II.
La superación del miedo
La devoción mariana ayudó a redescubrir la dignidad de la mujer e inspiró a algunos fundadores, incluido Guillermo da Vercelli, a diseñar una doble comunidad (masculina y femenina) dirigida por una mujer, la abadesa. Este es el caso del monasterio de Goleto y su fascinante historia cuyos vestigios aún son visibles hoy en Irpinia. Pero, más aún, hay ejemplos en la historia de la Iglesia de fecunda amistad entre hombres y mujeres.
De lo contrario, no se podría comprender el profundo e intenso entendimiento entre Clara y Francisco de Asís, que proponen y viven una hermandad-sororidad en la que se acoge a todo aquel que quiera seguir al Cristo pobre y que desee establecer relaciones de apoyo mutuo. No se podían entender las muchas experiencias de la vida religiosa, como las nacidas del trabajo conjunto de Francisca de Chantal con Francisco de Sales, de Luisa di Marillac con Vincenzo de ‘Paoli, o de Leopoldina Naudet con Gaspare Bertoni.
Hoy no podríamos hablar de comunidades innovadoras nacidas de las provocaciones proféticas del espíritu misionero si no hubiera habido parejas de fundadores como María Mazzarello y Don Bosco, Teresa Grigolini y Daniele Comboni o Teresa Merlo y Giacomo Alberione.
Y no entenderíamos las muchas amistades que se nutren de la fe y las pasiones comunes. ¿Cómo no recordar el viaje místico que unió a Adrienne von Speyr con Hans Urs von Balthasar y el activismo cultural de Romana Guarnieri que unió inextricablemente su vida a Don Giuseppe de Luca?
Son ejemplos marcados por relaciones intensas de profunda consonancia, de afecto íntimo y sincero y de pudor místico. El amor, al sentirse arraigado en Cristo, se convierte en la superación de los miedos, espacio de libertad y maduración y reformula las relaciones entre mujer y hombre en la dimensión amistosa del apoyo mutuo.
La vuelta a la utopía
¿Todavía tiene sentido hablar hoy de miedo a las mujeres? Ya nadie cree en las brujas que han despertado los temores de la humanidad. Se ha establecido, por fin, una cultura contra la discriminación. El Papa Francisco ha iniciado un proceso fundamental de desclericalización en nuestra Iglesia instando continuamente a la presencia de las mujeres en las estructuras eclesiales.
A pesar de los muchos cambios culturales en los que estamos inmersos, estas instituciones siguen resistiéndose a aceptar a las mujeres en puestos de responsabilidad. Probablemente porque no se ha trabajado lo suficiente en la formación del clero que, en ocasiones, como dijo recientemente el cardenal Marc Ouellet, “no tiene una relación equilibrada con las mujeres”, porque no ha sido educado para interactuar con ellas.
Se hace necesario un profundo trabajo pedagógico para que los hombres reflexionen sobre sí mismos y su masculinidad, sobre la dificultad que tienen para acoger la diferencia y las fragilidades humanas y sobre la complejidad de expresar sentimientos y proyectos con el otro sexo.
Deben aprender a amar a las mujeres, a reconocer su singularidad y a compartir autoridad y responsabilidad con ellas. Quizás sería oportuno retomar la visión poética y utópica de algunos textos sagrados. En la mítica historia de los orígenes, el encuentro de Adán con Eva no está marcado por el miedo, sino por el asombro ante el descubrimiento de un tú en el que reflejarse.
El Cantar de los Cantares se sitúa en el mismo horizonte poético que retoma y exalta la reciprocidad de los sexos en un extraordinario canto de amor donde es la mujer, autónoma y responsable, quien se reconoce en el hombre que, a su vez, halla en ella refugio. En el amor, la lógica de la dominación se desvanece y el miedo no tiene razón de ser