Después de Pentecostés

Después de Pentecostés la liturgia presenta cuatro fiestas que recuerdan distintos aspectos del misterio de Cristo: Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, Santísima Trinidad, Corpus y Sagrado Corazón.

Por | Martín Gelabert

Con Pentecostés acaba el tiempo pascual. Pero todavía tardan un poco en llegar los domingos del tiempo ordinario. Después de Pentecostés la liturgia presenta cuatro fiestas que recuerdan distintos aspectos del misterio de Cristo. El jueves posterior a Pentecostés se celebra la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. El domingo siguiente está dedicado a la Santísima Trinidad; luego vienen las fiestas del Corpus y del Sagrado Corazón de Jesús.

Jesucristo es el único y eterno sacerdote, sin duda, el único que ofrece al Padre el perfecto sacrificio de alabanza. Pero eso no debe hacernos olvidar que, así como la bondad de Dios (“¡sólo Dios es bueno!”: Mc 10,18) se difunde de diversas maneras sobre las criaturas, el sacerdocio de Cristo es participado de formas diversas tanto por los ministros sagrados (sacerdocio ministerial, o sea, de servicio) cuanto por el pueblo fiel (cada bautizado es miembro de un pueblo sacerdotal, destinado a cantar las alabanzas de Dios). Estos dos sacerdocios, el de los fieles y el ministerial, se ordenan el uno al otro, y no tienen sentido el uno sin el otro. Por eso, cuando el presbítero confecciona el sacrificio eucarístico, lo ofrece en nombre de todo el pueblo de Dios.

Desde hace unos años, en el domingo de la Santísima Trinidad se celebra el día “pro orantibus”. La Iglesia nos invita en este día a acordarnos de aquellas que dedican su vida a la oración, en suma, de la vida contemplativa, un carisma que nos recuerda hacia donde tenemos que dirigir constantemente nuestra mirada. El lema de la jornada de este año es: “generar esperanza”. Quienes lo han dejado todo para contemplar al Señor, son testigos de un anhelo de plenitud y de una esperanza que no falla, fundada en las promesas de Dios.

El Corpus y el Sagrado Corazón recuerdan dos aspectos fundamentales del misterio cristológico. Por una parte, la eucaristía es una de las maneras por las que se hace presente esta palabra de Jesús en el momento de su despedida de este mundo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Por su parte, la fiesta del Sagrado Corazón, más allá de sensiblerías baratas, nos invita a preguntarnos dónde pone Jesús su corazón, porque si sabemos dónde pone Jesús su corazón, tendremos claro a dónde acudir si queremos encontrar ese corazón lleno de amor y de misericordia. Seguro que Jesús no pone su corazón en los guerreros, en los explotadores o en los que trafican con personas. Más bien lo pone en las víctimas de la guerra y en los explotados.

El Espíritu Santo se reconoce por su efectos

La primera obra del Espíritu es santificar a la Iglesia. La Iglesia, formada por personas pecadoras, pero muy amadas por Dios, necesita ser purificada constantemente por el Espíritu, que perdona los pecados.

Por | Martín Gelabert

Muchos creyentes, cuando buscan una imagen representativa del Espíritu Santo, piensan en una paloma. Una paloma no mueve a la oración. Sin duda, la imagen es bíblica. Pero no es la única, ni probablemente la mejor. Hay otras menos sensibles que se adecúan más a la realidad del Espíritu: viento, luz, fuego, agua.

El Padre y el Hijo son más identificables. Pero el Espíritu Santo, no. En apoyo de esta afirmación voy a acudir al mundo del arte, y recordar unos pocos cuadros famosos, como “La venida del Espíritu Santo” del Greco, en donde no está representado como una paloma, sino por las clásicas lenguas de fuego. Fra Angelico, en “La anunciación” del Prado lo representa como una paloma, aunque pasa más desapercibido, a pesar de su importancia en aquel acontecimiento, que la golondrina que aparece muy cerca de Él. Y Masaccio, en su crucifixión, también llamada “La Trinidad”, disimula la paloma, hasta hacerla casi irreconocible, en el cuello del vestido del Padre.

El Espíritu Santo es, sobre todo, reconocible por sus efectos. El Credo de la fe cristiana se compone de tres artículos, dedicados a confesar nuestra fe en las tres adorables personas divinas. Del Padre se dice que es creador; del Hijo que es salvador. Y después de nombrar al Espíritu Santo se nombran sus principales obras, de forma que sería mejor poner un “que” delante de cada una de estas obras para dejar bien claro que no se trata de afirmaciones independientes, sino de afirmaciones que sólo tienen sentido como obra del Espíritu: creo en el Espíritu santo que santifica la Iglesia, que crea la comunión de los santos, que perdona los pecados, que resucita a los muertos y que nos da la vida eterna.

La primera obra del Espíritu es santificar a la Iglesia. La Iglesia, formada por personas pecadoras, pero muy amadas por Dios, necesita ser purificada constantemente por el Espíritu, que perdona los pecados. Otra gran obra del Espíritu es resucitar a los muertos, en línea con lo que dice este texto de la carta a los romanos (8,11): el Espíritu que ha resucitado a Cristo de entre los muertos, dará también vida a nuestros cuerpos mortales.

Una obra importante del Espíritu, que no aparece tan explícitamente en el Credo, es inspirar a la Iglesia y a los creyentes para que actualicen la obra de Cristo. El Espíritu, teniendo en cuenta los nuevos tiempos y las necesidades que van surgiendo, pone en boca de los predicadores las palabras oportunas para que el Evangelio sea mejor comprendido y aceptado; suscita profetas que disciernen la presencia de Dios en los acontecimientos y denuncian aquellas realidades que se oponen a la presencia del Reino; mueve a mujeres y varones en la creación de instituciones adecuadas para hacer operante el Evangelio; despierta nuevos carismas para el servicio de la Iglesia y de la humanidad. Así es como el Espíritu “recuerda” todas las cosas que dijo Cristo (Jn 14,26): actualizándole en la vida de la Iglesia y de los creyentes.

Ascensión, la otra cara de la Pascua

La Ascensión no es el final de la historia de Jesús de Nazaret, sino el punto de partida de la misión de la Iglesia. La Ascensión no es tampoco la ausencia de Jesús. Es su nuevo modo de presencia.

Por | Martín Gelabert

¿Ascensión y Pentecostés, culminación de la Pascua? Culminación en el sentido de terminar, no. Porque la Pascua es un acontecimiento permanente. Por eso los cristianos prolongamos cada domingo la celebración de la Pascua. Culminación en el sentido de plenitud, quizás. Y digo quizás, porque más que plenitud, Ascensión y Pentecostés son las otras caras del acontecimiento pascual. Se trata de un acontecimiento único y permanente, aunque nosotros, para entenderlo mejor, lo celebremos por etapas.

Viernes Santo, Pascua, Ascensión y Pentecostés son la misma realidad. Se puede hablar de cuatro momentos, pero en realidad, son distintas perspectivas del mismo acontecimiento. ¿Cuándo sube Jesús al cielo, cuándo entra en el mundo de Dios para nunca más morir? El día de su resurrección. La resurrección es la subida de Jesús al cielo. Y desde el cielo asegura la perenne efusión del Espíritu, que él mismo entregó el día de su Crucifixión: al morir, dice el evangelio de Juan, entregó su espíritu. Y al morir, ¿qué ocurrió? Pues eso, que Dios le acogió para siempre en su seno.

La Ascensión no es el final de la historia de Jesús de Nazaret, sino el punto de partida de la misión de la Iglesia. Esa fue la recomendación de Jesús a los suyos en el momento mismo de subir al cielo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. El tiempo de esta misión va desde la Ascensión hasta la Parusía, cuando Cristo vuelva glorioso para juzgar a los vivos y a los muertos.

La Ascensión no es tampoco la ausencia de Jesús. Es su nuevo modo de presencia: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, dice también Jesús en el momento de su despedida de la tierra. Sigue estando con nosotros de una manera distinta a como lo estaba durante su vida terrena, pero no menos real. Se hace presente en su Iglesia y en sus discípulos por medio del Espíritu. Jesús resucitado envía su Espíritu, de forma que cada cristiano puede decir con toda verdad: “es Cristo quién vive en mí”. Y como Cristo vive en mi, yo soy el modo como hoy Cristo se hace presente en esta sociedad.

Gracias al Espíritu que la guía y la conduce, la Iglesia puede llegar “hasta los confines de la tierra” y proclamar el Evangelio en todos los tiempos. La presencia terrena de Jesús de Nazaret estaba limitada a un tiempo y a un lugar por sus condicionamientos terrenos. Pero esta presencia puso en marcha un movimiento que, a lo largo de toda la historia, despliega sus múltiples virtualidades y potencialidades. El Espíritu es el que hace posible que hoy Cristo llegue a todos los lugares y tiempos por medio de su Iglesia, o sea, por medio de los cristianos. Esa es nuestra tarea y nuestra responsabilidad. Responsabilidad, sí, porque si la presencia de Jesús de Nazaret estaba condicionada por sus posibilidades físicas y temporales, la presencia de Cristo resucitado está también condicionada por las debilidades y pecados de los creyentes

Viernes santo: morir para que vivan amigos y enemigos

El relato de la pasión, que se lee en la liturgia del viernes santo, tiene una escena en la que queda claro que Jesús entrega su vida para que vivan sus amigos y, lo más sorprendente, para que vivan sus enemigos.

Por | Martín Gelabert

El relato de la pasión, que se lee en la liturgia del viernes santo, tiene una escena en la que queda claro que Jesús entrega su vida para que vivan sus amigos y, lo más sorprendente, para que vivan sus enemigos. En este momento dramático Jesús no piensa en su propio bien, sino en el bien de los demás, aunque sean enemigos suyos. Jesús muere como ha vivido: amando incondicionalmente, o sea, sin condiciones. Por eso ama a sus enemigos, porque si su amor estuviera condicionado, como lo están los nuestros, que están condicionados por nuestras simpatías o antipatías, entonces es claro que Jesús no habría muerto por sus enemigos.

La escena ocurre en el huerto de Getsemaní. Cuando van a prenderle, Jesús prohíbe a sus discípulos una reacción violenta, para evitar que queden implicados en su condena. Se entrega a sí mismo y no entrega a los discípulos. No solo ahorra la sangre de los discípulos, sino también la de sus oponentes, haciendo resplandecer así el poder radical del amor de Dios. Según el cuarto evangelio, Jesús se encontraba con sus discípulos en un huerto, cuando unos guardias armados fueron a prenderle. Los discípulos intentaron defenderle. Pedro llevaba una espada, la sacó e hirió a uno de los que iban a prenderle. Entonces Jesús reaccionó de forma tajante y dijo a Pedro: “vuelve la espada a la vaina” (Jn 18,11). Por otra parte, Jesús se dirigió a los que iban a prenderle y les dijo: “si me buscáis a mi, dejad marchar a estos” (Jn 18,8).

Jesús evita radicalmente todo conflicto entre sus discípulos y los soldados que va a detenerle. Por una parte, no quiere ningún tipo de defensa violenta. Porque una defensa así, hubiera provocado una reacción si cabe más violenta, desencadenándose una espiral de violencia. La violencia solo se para cuando uno se niega a responder violentamente. Jesús no acepta represalias. Jesús evita el conflicto entre sus discípulos y sus enemigos, dejándose prender y facilitando, de esta forma, que sus discípulos puedan marcharse. De modo que Jesús entrega la vida por unos y por otros, por todos los hombres para el perdón de los pecados. Por todos: muere por sus enemigos, evitando que sus discípulos puedan matarles en legítima defensa; y muere también por sus amigos, evitando también que ellos puedan morir al defenderle.

Un Jesús que hubiera aceptado ser defendido por la fuerza, un Jesús que hubiera presentado “oposición”, hubiera infiltrado, aún sin quererlo, el desamor en su oposición. Solo la aceptación de la cruz era la suprema manifestación de un amor en el que no cabe el menor asomo de odio. Y solo así es posible afirmar con toda contundencia y sin la menor sombra de duda: “me han odiado sin motivo” (Jn 15,25). Jesús ama sus enemigos. Son sus enemigos los que no aman a Jesús. Pero no tienen ningún motivo para no amarle. Más bien tienen muchos motivos para amarle. Así el odio pierde toda razón. Se convierte en un desvarío incomprensible y en un absurdo total

La fe como modo de alcanzar lo real

Por Martín Gelabert

¿Y si lo verdaderamente real y lo que hace posible toda realidad no estuviera precisamente al alcance de la mano, sino más allá de lo experimentable?

Solemos entender por real o por realidad lo que es experimentable, aquello que es perceptible por los sentidos: lo que se puede tocar, ver, oír u oler. Reducimos así lo real a la materia. Si lo pensamos un poco mejor es posible que reconozcamos que hay realidades no reducibles a lo material: los sentimientos, el pensamiento, el conocimiento. Aunque también ahí seguimos limitándonos a entender por real lo experimentable.

¿Y si lo verdaderamente real y lo que hace posible toda realidad no estuviera precisamente al alcance de la mano, sino más allá de lo experimentable? Real es lo que existe, pero lo que existe no se limita a lo que podemos experimentar. La fe cristiana puede ayudarnos a responder a esta pregunta: ¿qué es lo real? “La Palabra de Dios -dice Benedicto XVI- nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo: realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo”. En efecto, el creyente está convencido de que en el inicio de todo está “la Palabra” por la que todo ha sido hecho, en la que estaba la vida y que todo lo sostiene (Jn 1,3-4). De ahí la pertinencia de esta pregunta formulada por Benedicto XVI: “¿Son realidad solo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos?”. La realidad fundante es Dios. Quién excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de “realidad” y en consecuencia solo puede terminar en caminos equivocados.

Esta concepción de lo real nos orienta hacia el modo de conocer lo real. Pues en las condiciones de este mundo es imposible ver a Dios. Solo por la fe podemos alcanzarlo. Así, fe no es solo creer lo que no vemos; es también el medio para alcanzar lo real. Al hombre moderno le resulta difícil comprender que hay formas de alcanzar la realidad que no son las experimentables. Y, sin embargo, la fe como modo de alcanzar lo real, no es única ni primeramente una idea religiosa. De hecho, es un dato antropológico que hace posible la vida, aunque no seamos conscientes de ello.

Solo por vía de creencia es posible alcanzar la realidad de lo que en la intimidad de las otras personas acontece. Pero incluso en las cosas que nos parecen evidentes hay una cierta dosis de creencia: creemos que son así como las vemos. Tomo de Pedro Laín Entralgo el siguiente ejemplo: cuando yo digo que la sal común es cloruro sódico, en realidad estoy diciendo: yo creo que este cuerpo es cloruro sódico, porque creo en la idoneidad de la química para ofrecerme como verdadera una parte de la realidad de la sal. El suelo que piso no lo pisaría si no creyese que resistirá a mi pisada. Esta creencia es la que me permite alcanzar, asumir y conocer lo real.

Importa notar esta dimensión antropológica de la fe, previa a su aplicación religiosa, porque en algunos ambientes se tiende a considerar la fe como una ilusión alienante. Esta es la idea que hay que superar y para ello nada mejor que mostrar que la fe es una dimensión permanente de la vida.

Un Sínodo ambicioso

Por Martín Gelabert

La propuesta del Papa es muy ambiciosa. Escuchar a los que están en los márgenes. Esta es una de las insistencias del documento preparatorio. En los márgenes dentro de la Iglesia y en los márgenes fuera. 

Está ya en marcha la fase diocesana del Sínodo de la Iglesia universal convocado por el Papa. Su título y su lema es: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Una Iglesia sinodal es una iglesia en marcha que camina unida. De ahí la primera concreción que el título ofrece de lo sinodal: comunión. No es posible estar en comunión si no se tiene en cuenta a todos, si no se escucha a todos. De ahí la segunda concreción: una iglesia en la que todos participamos. ¿Y en qué participamos? Ahí viene la tercera concreción: participamos en la misión de la Iglesia, que no es otra que el anuncio del Evangelio a todos los seres humanos. 

La propuesta del Papa es muy ambiciosa. Así se expresa, prácticamente al inicio del documento preparatorio: “vivir un proceso eclesial participado e inclusivo, que ofrezca a cada uno -en particular a cuantos por diversas razones se encuentran en situaciones marginales- la oportunidad de expresarse y de ser escuchados para contribuir en la construcción del Pueblo de Dios”. Escuchar, sobre todo, a los que están en los márgenes. Esta es una de las insistencias del documento preparatorio. En los márgenes dentro de la Iglesia y en los márgenes fuera.                                                                                                       Alguno puede pensar que dentro de lo Iglesia nadie está en los márgenes, porque todos estamos dentro. No nos engañemos: dentro de la Iglesia, en nuestras instituciones eclesiales, hay personas que no se sienten escuchadas, que se sienten malqueridas o mal vistas. Quizás ellos están equivocados, pero se sienten así. Si están en el error conviene sacarles del error, y si no están en el error conviene hacer caso al documento papal y escucharlas con atención. 

El Papa pide que se escuche a quienes están fuera de la Iglesia católica. En primer lugar, a los cristianos de otras Iglesias y a los miembros de otras religiones. Pero también a las personas y grupos alejados de toda fe y de toda religiosidad, en ocasiones críticos con la Iglesia. No va a ser fácil, porque quizás ellos no tengan interés en participar en el proceso sinodal. Pero hay muchos modos de escuchar, saber y conocer lo que piensan quienes están alejados de la fe o son críticos con la Iglesia. 

El documento preparatorio es muy interesante. Tiene su punto de autocrítica: “la Iglesia debe afrontar la falta de fe y la corrupción dentro de ella”. Y también su punto de ilusión y de esperanza: “imaginar un futuro diverso para la Iglesia”, “hacer que germinen sueños, suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, aprender unos de otros”.                                                                         Me imagino que cada diócesis habrá encontrado la metodología adecuada, primero para escuchar a los grupos ya constituidos (consejos diocesanos, consejos parroquiales, comunidades, movimientos), pero también para escuchar a los alejados, para invitarles a hablar, para decirles que tenemos interés no en sermonearles, sino en que sean ellos precisamente los que nos sermoneen a nosotros

Preparar caminos 

Dios viene donde abrimos resquicios a la verdad, la justicia, la paz, el bien, el perdón, la misericordia. Por ahí entra Dios en nuestras vidas, aunque no lo sepamos. 

Está llegando el adviento. Su liturgia tiene dos motivos, trata de dos venidas. En la primera parte, la liturgia de adviento no nos invita a mirar al pasado, a algo que aconteció, a alguien que vino, sino a mirar al futuro, a lo que todavía no ha sucedido, al que vendrá. El que vendrá es el Señor glorioso, revestido de poder, para juzgar a los vivos y a los muertos, o sea, para poner a cada uno en su sitio, aunque, sin duda, lo hará con mucho amor, mucha misericordia y muy consciente de nuestra fragilidad. A lo mejor el sitio de cada uno, aunque no lo sepa, es un espacio lleno de amor. 

Mirar al futuro que Dios prepara para todos no nos evade de mirar también al presente. El adviento nos invita a preparar caminos en el presente que nos orienten ya hacia el futuro esperado. Por eso, mientras esperamos la definitiva venida del Señor, debemos preguntarnos: y mientras tanto, ¿cómo vivimos?, ¿qué hacemos? La segunda carta del apóstol Pedro indica algo importante: si todo este mundo se va a desintegrar, si este mundo tiene un final, porque es pasajero, ¡qué santa y piadosa ha de ser nuestra conducta! Ese no es el discurso que se escucha en el mundo. Lo que se oye por ahí es que, puesto que este mundo se acaba, ¡comamos y bebamos que mañana moriremos! O sea, ¡a vivir que son dos días! Y vivir en este caso significa pasarlo en grande sin pensar en las malas consecuencias que, para uno mismo o para los demás, puede acarrear este “pasarlo en grande”. 

La carta de Pedro dice todo lo contrario: puesto que somos peregrinos en este mundo, puesto que este mundo es provisional, no perdamos el tiempo con juergas y borracheras, sino dediquémonos a preparar caminos al Señor que viene a nuestro encuentro. Viene si nosotros vamos hacia él. Porque si el Señor viene, pero nosotros no vamos, no hay encuentro. ¿Y cómo se preparan caminos? El profeta Isaías lo decía por medio de imágenes: “que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. O sea: no aprovecharse del otro, no pisotear ni oprimir al hermano. Y si alguien está arriba o tiene mucho, que se abaje para compartir. Y quién vive desordenada o torcidamente, que ponga orden en su vida. 

Esos caminos que preparan el camino del Señor son motivo de consuelo para el pueblo creyente. Porque el consuelo no viene ni de los políticos, ni de los superiores, ni de las estructuras, ni de las leyes. El consuelo viene de Dios. Y Dios viene donde abrimos resquicios a la verdad, la justicia, la paz, el bien, el perdón, la misericordia. Por ahí entra Dios en nuestras vidas, aunque no lo sepamos. 

Por Martín Gelabert 

El volcán de La Palma y otras tragedias

 Por Martín Gelabert

Uno sólo no puede ocuparse de multitudes, pero puede ocuparse de una persona y después de otra. 

Tras el derribo de la Iglesia de Todoque por el volcán que ha conmocionando no solo a la isla de La Palma, sino a todas las personas de buena voluntad, el obispo de Tenerife, Don Bernardo Alvarez, se apresuró a declarar: “Ojalá se hubiese demolido solo la Iglesia y todo el resto del barrio hubiese quedado entero”. Los obispos españoles han manifestado su “solidaridad en el dolor con las numerosas personas que han perdido techo, tierra y trabajo”. También el Papa ha expresado su solidaridad con los afectados por la erupción del volcán. Todas las delegaciones de “Caritas” están trabajando a fondo para ayudar a las personas que han perdido sus casas y sus bienes como consecuencia de la explosión del volcán. En bastantes parroquias han hecho ya o tienen previsto hacer colectas especiales y enviar lo recaudado a La Palma. Son algunos de los muchos gestos de solidaridad y cercanía en estos momentos difíciles para los habitantes de La Palma. 

El pasado mes de agosto hubo un terremoto en Haití, que dejó centenares de muertos y a muchas personas a la intemperie. Allí sigue habiendo mucha gente necesitada y la ayuda internacional es escasa. Son muchos los lugares donde las personas necesitan ayuda debido a catástrofes naturales. Desgraciadamente son muchos más los lugares donde la gente sufre, no por causas naturales, sino por el egoísmo, la ambición y la maldad humana. 

¿Qué podemos hacer ante tantas tragedias? Lo que no debemos hacer es sentirnos impotentes porque no podemos llegar a todo o porque es poco lo que podemos hacer. Este poco es importante. Porque, como a veces se dice, grano a grano se va haciendo granero. El gesto que tenemos con unos es una muestra de nuestra solidaridad para con todos. La ayuda concreta a una persona, de una u otra manera, tiene una repercusión universal. Hay un proverbio hebreo que dice que quién salva una vida, salva al mundo entero. Teresa de Calcuta decía: “si no puedes alimentar a un centenar de personas, alimenta a una sola”. 

No podemos limitarnos a ser simples espectadores. El bien que hacemos, aunque sea poco, es como una honda expansiva que va extendiéndose cada vez más lejos, aunque no seamos conscientes de ello. No podemos estar en todas partes. Pero sí podemos estar en una. En la que estemos, seamos solidarios, acompañemos al triste, compartamos con el necesitado. Uno sólo no puede ocuparse de multitudes, pero puede ocuparse de una persona y después de otra. 

Avisos para navegantes en «Fratelli tutti»

Por Martín Gelabert
En la encíclica Fratelli tutti encontramos algunos avisos para navegantes cristianos, a los que vale la pena prestar atención, por si alguno de ellos pudiera interesarnos.
03.11.2020
En la encíclica Fratelli tutti encontramos algunos avisos para navegantes cristianos, a los que vale la pena prestar atención, por si alguno de ellos pudiera interesarnos.
Uno de estos avisos ya lo indiqué en un post anterior, al tratar de las redes sociales. Lo repito y lo resumo: la agresividad, insultos y fanatismos que aparecen en las redes sociales, a veces, por desgracia, están protagonizados por católicos. Incluso a veces, pretendiendo defender la verdad, lo que hacemos es emborronarla cuando lo hacemos con agresividad y olvidamos que el amor es lo propio y característico del cristiano.
Otro aviso aparece cuando el Papa habla de los migrantes y de las ideologías economicistas que abogan por no dejarles entrar en nuestros países ricos o dificultan su presencia. En este contexto, el Papa advierte que hay cristianos que comparten “esta mentalidad y estas actitudes (negativas), haciendo prevalecer sus preferencias políticas por encima de hondas convicciones de la propia fe: la inalienable dignidad de cada persona humana más allá de su origen, color o religión, y la ley suprema del amor fraterno”.
Un tercer aviso se encuentra cuando el Papa comenta la parábola del samaritano misericordioso y nota que quienes pasan de largo ante el herido son personas religiosas. Dice Francisco: “el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás”. El aviso continúa, desde otra perspectiva, después de lamentar que a la Iglesia le haya costado tanto tiempo condenar la esclavitud y diversas formas de violencia: “todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes”.
Un nuevo aviso aparece al hablar de los líderes religiosos. Porque el problema no está en los libros sagrados de las religiones, sino en aquellos que los interpretan. Francisco constata que algunas interpretaciones de esos líderes pueden conducir a la violencia fundamentalista. Y hablando en primera persona dice: “los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos dialogantes, a ser artesanos de paz, uniendo y no dividiendo, abriendo sendas y no levantando nuevos muros”.