Recibid Espíritu Santo

JUAN 20, 19-23
19 Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos, llegó Jesús, haciéndose presente en el centro, y les dijo:
– Paz con vosotros.
20 Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor. 21 Les dijo de nuevo:
– Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros.
22 Y dicho esto sopló y les dijo:
– Recibid Espíritu Santo. 23 A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados.
COMENTARIO
ABIERTOS AL ESPÍRITU
No hablan mucho. No se hacen notar. Su presencia es modesta y callada, pero son «sal de la tierra». Mientras haya en el mundo mujeres y hombres atentos al Espíritu de Dios será posible seguir esperando. Ellos son el mejor regalo para una Iglesia amenazada por la mediocridad espiritual.
Su influencia no proviene de lo que hacen ni de lo que hablan o escriben, sino de una realidad más honda. Se encuentran retirados en los monasterios o escondidos en medio de la gente. No destacan por su actividad y, sin embargo, irradian energía interior allí donde están.
No viven de apariencias. Su vida nace de lo más hondo de su ser. Viven en armonía consigo mismos, atentos a hacer coincidir su existencia con la llamada del Espíritu que los habita. Sin que ellos mismos se den cuenta son sobre la tierra reflejo del Misterio de Dios.
Tienen defectos y limitaciones. No están inmunizados contra el pecado. Pero no se dejan absorber por los problemas y conflictos de la vida. Vuelven una y otra vez al fondo de su ser. Se esfuerzan por vivir en presencia de Dios. Él es el centro y la fuente que unifica sus deseos, palabras y decisiones.
Basta ponerse en contacto con ellos para tomar conciencia de la dispersión y agitación que hay dentro de nosotros. Junto a ellos es fácil percibir la falta de unidad interior, el vacío y la superficialidad de nuestras vidas. Ellos nos hacen intuir dimensiones que desconocemos.
Estos hombres y mujeres abiertos al Espíritu son fuente de luz y de vida. Su influencia es oculta y misteriosa. Establecen con los demás una relación que nace de Dios. Viven en comunión con personas a las que jamás han visto. Aman con ternura y compasión a gentes que no conocen. Dios les hace vivir en unión profunda con la creación entera.
En medio de una sociedad materialista y superficial, que tanto descalifica y maltrata los valores del espíritu, quiero hacer memoria de estos hombres y mujeres «espirituales». Ellos nos recuerdan el anhelo más grande del corazón humano y la Fuente última donde se apaga toda sed.
José Antonio Pagola
Que venga el Espíritu de Dios y nos transforme

Por Consuelo Vélez
La fiesta de Pentecostés nos convoca a renovar la presencia del Espíritu en la vida de la Iglesia. ¡Y cuanta falta hace! Porque, aunque es verdad que las sociedades han cambiado y hay menos presencia de lo religioso, también es verdad que la gente sigue buscando experiencias que le den sentido a su vida, que les permitan encontrar nuevos horizontes. Pero no parece que la institución eclesial supiera responder a estas nuevas búsquedas. ¿Será que no deja que aflore al Espíritu? Veamos algunos textos bíblicos que pueden ayudarnos a ver si de esa manera actúa el Espíritu en la vida eclesial.
El Espíritu de Dios “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Entonces, ¿por qué tanto temor a lo nuevo? La historia muestra que la Iglesia casi siempre llega tarde a los cambios. Se resiste una y otra vez a lo que la ciencia, la cultura, lo social o lo teológico postulan. Sobre todo, es muy llamativo que, teniendo una reflexión bíblica y teológica tan desarrollada, esta no se refleje en las predicaciones, en la liturgia, ni en las posturas de la Institución. Se mantiene, en algunas instancias, una teología más centrada en conceptos y dogmas que abierta al dinamismo de la historia, de la exégesis, de la hermenéutica, de lo existencial, del compromiso con lo social, como bien lo indica Vaticano II.
“Donde está el Espíritu, allí hay libertad” (2 Cor 3,17) y en la Iglesia hace falta ese espíritu de libertad que la haga ágil, transparente, sencilla, para dejar lo que se ha convertido en lastre o en irrelevante y acoger lo que puede decirle algo a la gente de hoy. Pero la institución eclesial muchas veces se apega a la letra de la ley convirtiéndola a ella en garante de fidelidad. Parece olvidar toda la praxis de Jesús frente a las instituciones religiosas de su tiempo, en la que mostró que estas han de estar al servicio del ser humano y no al contrario. Pero es más fácil justificarse con lo establecido que practicar la misericordia. Otras veces la institución eclesial vive apegada a sus estructuras, a sus obras, a sus campos de apostolado, sin permitirse pensar si no podrían ser de otra manera, si no deberían dejar algunas tareas -que ya las atiende el estado o tantas personas del ámbito civil- y arriesgarse a comenzar de nuevo, ofertando con sencillez y en pobreza, el anuncio de la Buena Noticia del Reino.
“Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios impulsados por el Espíritu Santo” (2 Pe 1,21). Se nota mucho la falta de profecía en la institución eclesial. Su palabra se levanta para oponerse a lo que parece la ataca a ella, pero no para defender la vida de los pobres, la dignidad de todo ser humano, la justicia social, los derechos humanos. Su palabra en estos campos es muy tímida -si es que llega a pronunciarla-. Parece que ha de ser garante del status quo establecido -así sean gobiernos neoliberales, explotadores e injustos- porque tal vez con eso asegura su propio status, olvidando que su razón de ser no es para sí misma sino para estar del lado de los más necesitados. Invoca continuamente la “neutralidad”, cuando en este mundo es imposible ser neutral porque siempre se habla, se piensa, se decide desde un lugar. Y, precisamente por eso, Jesús escogió vivir desde el lado de los últimos y esto es lo que no debería olvidarse en la institución eclesial.
“En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gal 5, 22-23). De todo esto la institución eclesial debería dar más testimonio para mostrar la vida del Espíritu en ella. Pero sus liturgias tantas veces son tristes, su paciencia y amabilidad no se nota demasiado en el trato diario, además porque los lugares eclesiásticos se han convertido en estructuras cerradas donde solo entra quien goza de algún privilegio, pero no el común de las gentes para quien, dichas estructuras, deberían estar a su servicio, ya que el pueblo de Dios son su razón de ser. Pero también la institución eclesial podría ser más humilde, no pretender imponer sus criterios a toda la sociedad sino ofrecerlos con sencillez y sin oposición. Posiblemente así sería más reconocida y aceptada.
Podríamos seguir recordando tantos textos bíblicos que nos hablan del Espíritu de Dios y su modo de actuar en el mundo. Pero basta decir que, la celebración eucarística de este domingo al conmemorar la venida del Espíritu sobre la comunidad eclesial es una magnifica ocasión de pedir nuevamente “que el espíritu sea derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5) para que todo aquello que Él nos regala se haga vida en cada uno y, sobre todo, en la institución eclesial, llamada a ser signo del Reino. “Que riegue la tierra en sequía, sane el corazón enfermo, lave las manchas (demasiadas en este último tiempo sobre todo a raíz de la pederastia y la falta de transparencia) y de calor de vida en el hielo”. Que la luz del Espíritu pueda irradiarse sobre este mundo, no para condenarlo sino para alentarlo, acompañarlo, sanarlo, transformarlo
Testigos de la Palabra

37 años del asesinato del padre Josimo Tavares: mártir de la lucha por la tierra en Brasil
El 10 de mayo de 1986, dos disparos a quemarropa, cuando subía las escaleras donde estaba la oficina de la Comisión Pastoral de la Tierra, en la ciudad de Imperatriz, le dejaban herido de muerte.
«¿Si yo me callo, quién los defenderá? ¿Quién luchará a su favor?»
«Todo esto que está pasando es una consecuencia lógica resultante de mi trabajo en la lucha y defensa de los pobres, en pro del Evangelio, que me llevó a asumir hasta las últimas consecuencias»
«Por eso, lamentablemente, llegó al asesinato, por estar del lado de los pequeños, de los que necesitaban fuerza y apoyo»
Por Luis Miguel Modino, corresponsal en Brasil
Se cumplen este 10 mayo, 37 años de una muerte anunciada, encargada por los terratenientes de la región conocida como Bico do Papagaio, en el estado brasileño de Tocantins, región Norte del país. La víctima, el padre Josimo Morais Tavares, cuya memoria permanece en la vida de la gente, especialmente de los pequeños agricultores, por quienes literalmente dio su vida, y de la Iglesia, que ya ha dado los primeros pasos en su proceso de canonización.
El padre Josimo, que tenía 33 años en aquel entonces, sabía que iba a morir, el 15 de abril de aquel mismo año, su coche había recibido 5 disparos, que era un anuncio de lo que sucedería aquel 10 de mayo de 1986, cuando dos disparos a quemarropa, cuando subía las escaleras donde estaba la oficina de la Comisión Pastoral de la Tierra, en la ciudad de Imperatriz, le dejaban herido de muerte.
Sus palabras en la asamblea diocesana de la diócesis de Tocatinópolis, a la que pertenecía, pronunciadas el 27 de abril del año en que fue asesinado, muestra su plena conciencia ante lo que estaba pasando y el grave riesgo que sufría: “Quiero que vosotros entendáis que lo que viene sucediendo no es fruto de ninguna ideología o facción teológica, ni por mí mismo, o sea, por mi personalidad. Creo que el porqué de todo esto se resume en tres puntos principales: por haberme llamado Dios con el don de la vocación sacerdotal y yo haber correspondido, por el Señor Obispo, Mons. Cornelio, haberme ordenado sacerdote, y por el apoyo de la gente y del párroco de Xamboiá, entonces el Padre João Caprioli, que me ayudaron a superar los estudios”.
En el padre Josimo se encarnan las palabras del profeta Isaías y del propio Cristo, de aquel que es llevado como oveja al matadero. El mismo lo expresaba con claridad meridiana, no sabía la fecha exacta, pero era más que consciente de que le matarían y que eso tenía una causa clara: “Tengo que asumirlo. Ahora estoy empeñado en la lucha por la causa de los pobres labradores indefensos, pueblo oprimido en las garras de los latifundios. ¿Si yo me callo, quién los defenderá? ¿Quién luchará a su favor? Yo por lo menos no tengo nada a perder. No tengo mujer, hijos, ni riqueza siquiera, nadie llorará por mí. Sólo tengo pena de una persona: de mi madre, que sólo me tiene a mí y a nadie más. Pobre, viuda, pero vosotros quedáis ahí y cuidaréis de ella”.
Sus palabras son el testimonio de alguien que entendió lo que significa ser discípulo: “Ni el miedo me detiene. Es hora de asumir. Muero por una justa causa. Ahora quiero que vosotros entendáis lo siguiente: todo esto que está pasando es una consecuencia lógica resultante de mi trabajo en la lucha y defensa de los pobres, en pro del Evangelio, que me llevó a asumir hasta las últimas consecuencias. Mi vida no vale nada en previsión de la muerte de tantos labradores asesinados, agredidos y expulsados de sus tierras, dejando mujeres e hijos abandonados, sin cariño, sin pan y sin hogar. ¡Es hora de levantarse y hacer la diferencia! ¡Muero por una causa justa!”.
Mons. José Ionilton Lisboa de Oliveira, presidente en funciones de la Comisión Pastoral de la Tierra – CPT, recuerda «la acción directa con la cuestión de la tierra» del padre Josimo, afirmando que «por eso, lamentablemente, llegó al asesinato, por estar del lado de los pequeños, de los que necesitaban fuerza y apoyo». Para la CPT, dice el Obispo de la Prelatura de Itacoatiara, el Padre Josimo, «es una referencia, siempre un ejemplo, una motivación, y muchas personas viven su servicio como agentes de la CPT, en la base, en el trabajo más directo, teniéndolo siempre como modelo, como inspiración». El obispo subraya «los retos que tenemos, que no son pocos, y hoy quizá más que hace unos años, hoy muy parecidos a aquel contexto de su vida y de su muerte”.
Los agentes de la CPT, en palabras de su presidente, «se sienten animados a llevar la lucha adelante, a seguir haciendo el mismo trabajo de apoyo, de base, de estar junto a los campesinos en defensa de la tierra, y ahora se ha añadido también el tema del agua». En este sentido, Mons. José Ionilton destaca la importancia de la Romería de la Tierra y de las Aguas celebrada en estos días como un momento de memoria. Considera al padre Josimo un mártir, «porque dio su vida por una causa mayor, desde su fe, desde el seguimiento de Cristo, desde su ministerio también como sacerdote”. Pero «sigue vivo, como siempre dijo, como decía San Óscar Romero, si muero, mi lucha seguirá en la lucha de mi pueblo», algo que aparece en la biografía del padre Josimo, según el presidente de la CPT, así como en algunas de sus homilías y discursos, donde insistió en que «siendo consciente de que estaba siendo amenazado, era una vida entregada a esta lucha, a esta causa, y no la iba a abandonar».
Mons. José Ionilton recuerda que, en la última asamblea presencial de la CNBB, en 2019, los obispos de la Amazonía, reunidos en vista de la preparación del Sínodo, que tendría lugar unos meses después, hicieron la propuesta de iniciar el proceso de canonización, algo que fue aprobado por unanimidad. Durante el Sínodo, según el obispo, hubo una manifestación en la que se habló de él como mártir, y se le incluyó en la lista de los presentes en el Aula Sinodal como defensores de la Amazonía, de la tierra, de los campesinos, etc.
El presidente de la CPT dice que fue algo que la Iglesia acogió, teniendo en cuenta que el padre Josimo, «era un sacerdote volcado y dedicado al cuidado de la vida, que es el gran proyecto de Dios, encarnado en Jesús, que dio su vida y luego dijo que daba su vida para que la gente tuviera vida». En esta perspectiva, el obispo afirma que «el padre Josimo asumió y vivió intensamente en este sentido»