Profetas: el porvenir de la Iglesia

por Rafael Narbona 

  

marcha en El Salvador en memoria de Ignacio Ellacuría y jesuitas asesinados 1989 mártires de la UCA 2017
Ignacio Ellacuría

Se considera profetas a los intermediarios entre Dios y la humanidad. En el pasado, este concepto se hallaba asociado a un planteamiento mitológico que implicaba una experiencia sobrenatural, una especie de misticismo pagano con ciertos signos de teatralidad. En la actualidad, un profeta no es un taumaturgo, sino alguien clarividente, un visionario cuya lucidez no se vincula a estados alterados de conciencia, sino a una comprensión profunda del Evangelio y el misterio de Dios. Profetas son Óscar Romero, Ignacio Ellacuría –dos mártires– o el papa Francisco, que con ‘Fratelli tutti’ y sus reformas, firmemente comprometidas con los pobres y con una mayor presencia de mujeres y laicos en la iglesia, ha encendido la esperanza entre creyentes y no creyentes. Profetas son también Leonardo Boff, Pedro Arrupe, reformador de la Compañía de Jesús o Jon Sobrino, superviviente de la matanza de la UCA en El Salvador. Frente a los sabios, más concentrados en el trabajo intelectual y el estudio, los profetas vuelcan su atención en la actualidad, intentando identificar los signos de los tiempos y denunciando las conductas que atentan contra la dignidad y los derechos del ser humano.


Los profetas de las últimas décadas del siglo XX sufrieron mucho con Juan Pablo II, que interpretó la teología de la liberación como una infiltración marxista en el seno de la iglesia. Su experiencia en Polonia con una dictadura comunista le impidió apreciar que ninguno de los teólogos adscritos a esa tendencia exaltó el marxismo. Simplemente, lo utilizó como una herramienta de análisis para denunciar los abusos del capitalismo. Ignacio Ellacuría repitió muchas veces que el marxismo había alertado sobre las intolerables desigualdades sociales provocadas por la economía de mercado, pero su alternativa no era ética y humana, pues pasaba por la violencia y desembocaba en un Estado totalitario. Juan Pablo II no mostró interés por comprender a los teólogos que esgrimían la “opción preferencial por los pobres”. Se limitó a silenciarlos y marginarlos. Afortunadamente, corren otros tiempos y la iglesia ha vuelto a recuperar ese espíritu profético que impregna todo el Evangelio. El gesto de Francisco de suspender las sanciones contra el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, otro profeta, puso de manifiesto que se abría una nueva época. Aunque todavía hacen mucho ruido los movimientos y las publicaciones integristas, los vientos de renovación y apertura parecen imparables. ¿Podría involucionar la iglesia? ¿Un nuevo Papa podría desmontar todo lo que ha hecho Francisco e imponer un modelo tradicionalista, aliado con las corrientes más intransigentes de la sociedad? Es imposible saberlo, pero si la iglesia diera eligiera ese camino, se hundiría en la insignificancia, convirtiéndose en algo marginal y anacrónico.

El camino estrecho

Hace años, dos sacerdotes se acercaron a mí mientras contemplaba la fachada de la catedral de Astorga y hablaron conmigo durante casi dos horas. Una y otra vez me repitieron que la iglesia no era el clero, sino el pueblo de Dios, la comunidad que sigue las enseñanzas del Evangelio. Pienso que esa es la razón por la que Francisco ha incrementado con sus reformas la presencia de las mujeres y los laicos, intentando restaurar la atmósfera de las primeras comunidades cristianas, cuando aún no existían las diferencias jerárquicas y el espacio de encuentro no era un rito solemne, sino la mesa compartida.

¿Qué puede aportar el Evangelio en nuestros días? ¿Cuál es hoy el papel de los profetas? Como señala José Antonio Pagola en ‘Jesús. Una aproximación histórica’, “el reino de Dios se va gestando allí donde ocurren cosas buenas para los pobres”. El Evangelio es una buena noticia porque aboga por un porvenir más justo, sin parias, explotados, ofendidos ni marginados. Como apunta Pagola, “¡Dios defiende a los que nadie defiende!”. Los profetas intentan mantener vivo ese mensaje, escogiendo el camino estrecho que tomó Óscar Romero, asesinado por luchar contra la actitud inhumana de las oligarquías. El arzobispo de San Salvador siguió el ejemplo de Jesús, que alzó la voz en favor de los campesinos pobres, los arrendatarios y los jornaleros de Galilea, con graves problemas de subsistencia por culpa de los terratenientes, partidarios de promover el comercio de trigo, vino y aceite en vez del cultivo de cebada, judías y otros productos necesarios para la subsistencia de las familias más modestas. Jesús vivió como los pobres, durmiendo a la intemperie y sin un trabajo estable. Desafiando a los ricos y poderosos, anunció que el reino sería de los olvidados y los oprimidos, de los humillados y los desamparados, de los que tienen sed y hambre de justicia. En cambio, los más prósperos y adinerados quedarían fuera. Su entrada en el reino sería más improbable que el tránsito de un camello por el ojo de una aguja.

Solidaridad con el vulnerable

Algunos sostienen que –conforme a su sustrato arameo– las bienaventuranzas deberían ser traducidas en primera persona. En realidad, Jesús habría dicho: “Dichosos nosotros que no tenemos nada… Dichosos los que ahora tenemos hambre… Dichosos los que ahora lloramos”. No es extraño que los políticos, oligarcas y militares salvadoreños que organizaron el asesinato de Romero llegaran a pensar que la Biblia era un panfleto revolucionario e interpretaran su posesión como un gesto subversivo. Jesús no habla de un amor retórico, como señala Pagola, sino de alimentar al hambriento, vestir al que está desnudo, visitar al que está en la cárcel, compartir con el que no tiene nada. Exalta la misericordia, no la penitencia. La salvación no es un privilegio de los que observan los ritos religiosos, sino de los que ayudan a los necesitados. Lo esencial no es el culto o la obediencia, sino la compasión.

Jon Sobrino se pregunta si es humano un mundo donde una minoría acumula insolidariamente y otra muere de escasez. Los medios de comunicación encubren esa realidad, logrando que los pobres sean invisibles e irrelevantes. Sobrino afirma que lo cristiano es prestar la voz a los que carecen de ella. Hay que contrarrestar las campañas de desinformación de “los que tienen demasiada voz”. La resignación, el fatalismo o la complicidad con los poderes establecidos no son opciones cristianas. Lo cristiano es solidarizarse con el más débil y vulnerable. Sobrino comenta con pesar que niño del Primer Mundo consume los recursos de más de 400 niños etíopes y que todos los años mueren cincuenta millones de personas a causa del hambre. Frente a esta iniquidad, aboga por la creación de “un mundo que llegue a ser un hogar para el hombre”, según las palabras del filósofo Ernst Bloch. Escribe Sobrino: “Desde la fe cristiana, tal como la actualizaron entre nosotros monseñor Romero e Ignacio Ellacuría, las víctimas son más que víctimas. Son el pueblo crucificado, el siervo doliente de Yahveh, el Cristo crucificado de nuestro tiempo”.

El porvenir de la iglesia depende de la aparición de nuevos profetas. Profetas que irriten tanto como Jesús, crucificado por la Roma imperial. Profetas como monseñor Romero, que pidió a la Guardia Nacional que no disparara contra sus hermanos (“En nombre Dios, ¡cese la represión!”). Profetas como Ellacuría, que afirmó que nadie tenía derecho a lo superfluo mientras todos no tuvieran lo esencial. Sin profetas, la iglesia solo será una institución, más preocupada por su supervivencia que por el legado del Evangelio. “La gloria de Dios –apuntó monseñor Romero– es que el pobre viva”. Lo contrario es impiedad, blasfemia. Ojalá el siglo XXI nos depare nuevos santos como Romero, testigo de Cristo entre sus hermanos.

Profetas: el porvenir de la Iglesia

marcha en El Salvador en memoria de Ignacio Ellacuría y jesuitas asesinados 1989 mártires de la UCA 2017
Por Rafael Narvona

Se considera profetas a los intermediarios entre Dios y la humanidad. En el pasado, este concepto se hallaba asociado a un planteamiento mitológico que implicaba una experiencia sobrenatural, una especie de misticismo pagano con ciertos signos de teatralidad. En la actualidad, un profeta no es un taumaturgo, sino alguien clarividente, un visionario cuya lucidez no se vincula a estados alterados de conciencia, sino a una comprensión profunda del Evangelio y el misterio de Dios. Profetas son Óscar Romero, Ignacio Ellacuría –dos mártires– o el papa Francisco, que con ‘Fratelli tutti’ y sus reformas, firmemente comprometidas con los pobres y con una mayor presencia de mujeres y laicos en la iglesia, ha encendido la esperanza entre creyentes y no creyentes. Profetas son también Leonardo Boff, Pedro Arrupe, reformador de la Compañía de Jesús o Jon Sobrino, superviviente de la matanza de la UCA en El Salvador. Frente a los sabios, más concentrados en el trabajo intelectual y el estudio, los profetas vuelcan su atención en la actualidad, intentando identificar los signos de los tiempos y denunciando las conductas que atentan contra la dignidad y los derechos del ser humano.


Los profetas de las últimas décadas del siglo XX sufrieron mucho con Juan Pablo II, que interpretó la teología de la liberación como una infiltración marxista en el seno de la iglesia. Su experiencia en Polonia con una dictadura comunista le impidió apreciar que ninguno de los teólogos adscritos a esa tendencia exaltó el marxismo. Simplemente, lo utilizó como una herramienta de análisis para denunciar los abusos del capitalismo. Ignacio Ellacuría repitió muchas veces que el marxismo había alertado sobre las intolerables desigualdades sociales provocadas por la economía de mercado, pero su alternativa no era ética y humana, pues pasaba por la violencia y desembocaba en un Estado totalitario. Juan Pablo II no mostró interés por comprender a los teólogos que esgrimían la “opción preferencial por los pobres”. Se limitó a silenciarlos y marginarlos. Afortunadamente, corren otros tiempos y la iglesia ha vuelto a recuperar ese espíritu profético que impregna todo el Evangelio. El gesto de Francisco de suspender las sanciones contra el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, otro profeta, puso de manifiesto que se abría una nueva época. Aunque todavía hacen mucho ruido los movimientos y las publicaciones integristas, los vientos de renovación y apertura parecen imparables. ¿Podría involucionar la iglesia? ¿Un nuevo Papa podría desmontar todo lo que ha hecho Francisco e imponer un modelo tradicionalista, aliado con las corrientes más intransigentes de la sociedad? Es imposible saberlo, pero si la iglesia diera eligiera ese camino, se hundiría en la insignificancia, convirtiéndose en algo marginal y anacrónico.

El camino estrecho

Hace años, dos sacerdotes se acercaron a mí mientras contemplaba la fachada de la catedral de Astorga y hablaron conmigo durante casi dos horas. Una y otra vez me repitieron que la iglesia no era el clero, sino el pueblo de Dios, la comunidad que sigue las enseñanzas del Evangelio. Pienso que esa es la razón por la que Francisco ha incrementado con sus reformas la presencia de las mujeres y los laicos, intentando restaurar la atmósfera de las primeras comunidades cristianas, cuando aún no existían las diferencias jerárquicas y el espacio de encuentro no era un rito solemne, sino la mesa compartida.

¿Qué puede aportar el Evangelio en nuestros días? ¿Cuál es hoy el papel de los profetas? Como señala José Antonio Pagola en ‘Jesús. Una aproximación histórica’, “el reino de Dios se va gestando allí donde ocurren cosas buenas para los pobres”. El Evangelio es una buena noticia porque aboga por un porvenir más justo, sin parias, explotados, ofendidos ni marginados. Como apunta Pagola, “¡Dios defiende a los que nadie defiende!”. Los profetas intentan mantener vivo ese mensaje, escogiendo el camino estrecho que tomó Óscar Romero, asesinado por luchar contra la actitud inhumana de las oligarquías. El arzobispo de San Salvador siguió el ejemplo de Jesús, que alzó la voz en favor de los campesinos pobres, los arrendatarios y los jornaleros de Galilea, con graves problemas de subsistencia por culpa de los terratenientes, partidarios de promover el comercio de trigo, vino y aceite en vez del cultivo de cebada, judías y otros productos necesarios para la subsistencia de las familias más modestas. Jesús vivió como los pobres, durmiendo a la intemperie y sin un trabajo estable. Desafiando a los ricos y poderosos, anunció que el reino sería de los olvidados y los oprimidos, de los humillados y los desamparados, de los que tienen sed y hambre de justicia. En cambio, los más prósperos y adinerados quedarían fuera. Su entrada en el reino sería más improbable que el tránsito de un camello por el ojo de una aguja.

Solidaridad con el vulnerable

Algunos sostienen que –conforme a su sustrato arameo– las bienaventuranzas deberían ser traducidas en primera persona. En realidad, Jesús habría dicho: “Dichosos nosotros que no tenemos nada… Dichosos los que ahora tenemos hambre… Dichosos los que ahora lloramos”. No es extraño que los políticos, oligarcas y militares salvadoreños que organizaron el asesinato de Romero llegaran a pensar que la Biblia era un panfleto revolucionario e interpretaran su posesión como un gesto subversivo. Jesús no habla de un amor retórico, como señala Pagola, sino de alimentar al hambriento, vestir al que está desnudo, visitar al que está en la cárcel, compartir con el que no tiene nada. Exalta la misericordia, no la penitencia. La salvación no es un privilegio de los que observan los ritos religiosos, sino de los que ayudan a los necesitados. Lo esencial no es el culto o la obediencia, sino la compasión.

Jon Sobrino se pregunta si es humano un mundo donde una minoría acumula insolidariamente y otra muere de escasez. Los medios de comunicación encubren esa realidad, logrando que los pobres sean invisibles e irrelevantes. Sobrino afirma que lo cristiano es prestar la voz a los que carecen de ella. Hay que contrarrestar las campañas de desinformación de “los que tienen demasiada voz”. La resignación, el fatalismo o la complicidad con los poderes establecidos no son opciones cristianas. Lo cristiano es solidarizarse con el más débil y vulnerable. Sobrino comenta con pesar que niño del Primer Mundo consume los recursos de más de 400 niños etíopes y que todos los años mueren cincuenta millones de personas a causa del hambre. Frente a esta iniquidad, aboga por la creación de “un mundo que llegue a ser un hogar para el hombre”, según las palabras del filósofo Ernst Bloch. Escribe Sobrino: “Desde la fe cristiana, tal como la actualizaron entre nosotros monseñor Romero e Ignacio Ellacuría, las víctimas son más que víctimas. Son el pueblo crucificado, el siervo doliente de Yahveh, el Cristo crucificado de nuestro tiempo”.

El porvenir de la iglesia depende de la aparición de nuevos profetas. Profetas que irriten tanto como Jesús, crucificado por la Roma imperial. Profetas como monseñor Romero, que pidió a la Guardia Nacional que no disparara contra sus hermanos (“En nombre Dios, ¡cese la represión!”). Profetas como Ellacuría, que afirmó que nadie tenía derecho a lo superfluo mientras todos no tuvieran lo esencial. Sin profetas, la iglesia solo será una institución, más preocupada por su supervivencia que por el legado del Evangelio. “La gloria de Dios –apuntó monseñor Romero– es que el pobre viva”. Lo contrario es impiedad, blasfemia. Ojalá el siglo XXI nos depare nuevos santos como Romero, testigo de Cristo entre sus hermanos.

Los profetas y las profecías

¿No estaremos luchando contra los profetas de Dios?

Profeta
Profeta

Quizá nos preguntemos por qué la profecía desata tanta oposición. Pero es un hecho… Las profecías y los profetas son como bombas y los grupos interesados hacen todo lo posible para que sean desactivadas

Jesús es el cumplimiento de toda profecía. Él es el profeta de todos los profetas. Y aun siendo portador de un mensaje tan gozoso como el anuncio de la llegada del Reino, tiene enemigos y opositores

¡Ningún profeta es bien recibido en su tierra! Es inimaginable el poder negativo que desata la auténtica profecía. Este dato nos debe hacer reflexionar mucho

Allí donde la Palabra es silenciada por la violencia de los seres humanos, allí la Palabra resucita y transmite el mensaje del amor

(VR).- Quizá nos preguntemos por qué la profecía desata tanta oposición. Pero es un hecho. Allí donde se proclaman e inauguran los sueños de Dios hechos realidad, allí las fuerzas diabólicas son más activas. Este domingo IV del tiempo ordinario nos invita a reflexionar sobre ello.

Un sórdido deseo de que todo siga igual

Hay en nuestro mundo un sórdido deseo de que todo siga igual, de que nada cambie, de que poco a poco se pierdan todas las esperanzas de cambio. Pero Dios no se echa para atrás. Tiene mil resortes. Suscita aquí y allá profetas, o movimientos proféticos.

La profecía que viene del Dios de Jesús, de nuestro Abbá, es siempre amable, es portadora de buenas noticias, es misericordiosa. Pero no es débil, sino sumamente poderosa. La profecía que viene de Dios trae consigo el viento del Espíritu, ¿y quién podrá detener al Viento?

Las profecías y los profetas son como bombas activadas para detonar en determinados momentos de la historia. Ellas anuncian la llegada del Reino, o pasos importantes en el camino hacia la Plenitud. Sin embargo, cuando comienza la cuenta atrás, comienzan a ser detectadas. Y los grupos interesados hacen todo lo posible para que sean desactivadas.

La fortaleza del profeta

La aventura del profeta Jeremías nos sirve de introducción y de clave para entender la aventura de Jesús, nuestro profeta, nuestro inspirador, nuestra vida.

Jeremías no fue un acaso. Dios pensó en él desde siempre. Lo diseñó. Lo consagró en el mismo seno de su madre. Lo envió como mensajero suyo para decir en el momento adecuado lo que previamente hubiera escuchado de Dios. El mismo Dios le pide que no se deje atemorizar por nadie. Porque como acontezca así, Dios mismo lo va a atemorizar. El profeta debe ser como una ciudad fortificada, una viga, un muro de bronce. Nadie podrá vencerlo, aunque todos luchen contra él. En el profeta se manifiesta el poderío de Dios.

Nadie debe denominarse profeta a sí mismo. Ser profeta es un don de Dios. Quien, sin embargo, reciba ese don en medio del pueblo de Dios, en medio de la sociedad, que sea muy consciente de que Dios ha invertido mucho en él y espera mucho de él. Una persona así debe ser audaz. Sobre todo, debe saber que es humilde portadora del poder de Dios y que, teniendo a Dios en sí, todo, todo saldrá bien.

¡La energía del amor todo lo puede!

De nada sirve la profecía si uno no tiene amor. El mensaje de Pablo en estos versículos, definidos como “himno al amor”, sitúa la profecía en su auténtico contexto. Pablo se sabía profundamente amado por Dios, por Jesucristo y era consciente de que su vida dependía de ese amor: “Vivo por la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). Dios era para Pablo “el Dios del Amor” (2Co 13,11); afirmaba que su amor se ha derramado sobre nuestros corazones a través del Espíritu Santo (Rm 5,5) y sin ningún tipo de presupuestos (Rm 5,8.10). Para Pablo el amor es el primero de los frutos del Espíritu.

En este texto de 1Co 13 que acabamos de proclamar, Pablo canta al amor. Llama la atención que en estas líneas nunca mencione ni a Dios, ni a Jesús: ¡solo al amor! Pablo presenta el amor como un camino superexcelente, hiperbólico –diría una traducción literal–. Pablo presenta el amor como el don de todos los dones, derramado por Dios en el corazón de los creyentes (Rm 5); pero también como un “camino”, una forma de vida, una metodología vital.

El llamado himno a la caridad tiene cuatro partes: 

La primera parte se refiere a la superioridad del amor respecto a los demás carismas, por muy importantes que sean (profecía, conocimiento y fe, entrega de los propios bienes); sin amor… ¡todo eso es nada, no vale!

La segunda parte presenta diez características del amor:

quien ama es lento a la ira;

es cordial y solícitamente acogedor y hospitalario;

rechaza la tristeza envidiosa por el bien de otro, o los celos;

no es petulante ni presuntuoso;

no es grosero en ningún sentido;

no es egocéntrico;

no es ácido o agrio;

no da importancia al mal y, por eso, no juzga, ni acusa;

aplaude lo verdadero, lo auténtico y disimula el mal del prójimo, interpreta todo en el buen sentido, cree en el triunfo del bien;

resiste sin flaquear.

La tercera parte afirma cuatro veces que el amor lo pide todo. Pablo repite cuatro veces el “todo”: “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Así indica el maximalismo del amor.

La cuarta parte proclama que el amor no pasa nunca y no falla.

Poderes negativos ante la auténtica profecía

Jesús es el cumplimiento de toda profecía. Él es el profeta de todos los profetas. Así lo declaró ante su gente, en la sinagoga de Nazaret. Él es el cumplimiento del rostro más amable y soñador de la Profecía: la profecía del mensajero de buenas noticias, o Mebasser. Jesús es el profeta de las bellas palabras, el profeta lleno de gracia y de atractivo.

Es verdad que, aun siendo portador de un mensaje tan gozoso como el anuncio de la llegada del Reino, tiene enemigos y opositores. Ya en la primera declaración profética de Nazaret, encuentra la oposición de quienes querían utilizar a Jesús a favor propio para defender sus propios intereses. “Lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaum, hazlo también aquí, en tu patria”. Jesús no permite que manipulen su profecía y que se convierta en servidora de intereses bastardos. No quiere hacer de su profecía y de sus curaciones “un negocio” para sus familiares y paisanos. Por eso, va perdiendo interés ante los ojos de sus ciudadanos. Y Jesús se lamenta y dice: ¡Ningún profeta es bien recibido en su tierra! Además, lo ratifica con ejemplos tomados de la historia de Israel. Esto exasperó tanto a sus conciudadanos, que pensaron en desprenderse de él y despeñarlo.

Es inimaginable el poder negativo que desata la auténtica profecía. Pero así es. El mal percibe enseguida dónde brota el poder de Dios y se opone. Esto lo entendió muy bien Jesús. Por eso dijo: ¡ay, cuando todos os feliciten! ¡Lo mismo hicieron vuestros padres con los falsos profetas! ¡Felices seáis, en cambio, cuando os persigan y calumnien!

Este dato nos debe hacer reflexionar mucho. ¿No estaremos luchando contra los profetas de Dios? Si no somos profetas, ¿no seremos tierra de profetas, tierra que los rechaza? ¿Dónde están hoy los profetas de la Iglesia, del mundo? ¿Qué trato reciben de cada uno de nosotros?

Hay algo que nos consuela. Y es que si Dios ha suscitado un profeta, una profetisa, ¡nada ni nadie podrá contra él! ¡El proyecto de Dios seguirá adelante!

¡Sordera nuestra! ¡Distracción! ¡Falta de interés! ¡Seducción por la palabrería vana y los discursos fatuos! ¡Ojalá escuchéis hoy mi voz!, decía el Dios del Antiguo Testamento. Lo mismo repite Jesús.

Donde al parecer más resuena el silencio de Dios es allí donde la Palabra más se hace carne y debilidad y muerte nuestra: la Cruz. Allí donde la Palabra es silenciada por la violencia de los seres humanos, allí la Palabra resucita y transmite el mensaje del amor. Tanto amó Dios al mundo, que le entregó la Palabra, su Palabra. Quien entienda esto, nunca más dirá que Dios guarda silencio

La conflictividad de los profetas

Por Rodolfo Cardenal
Es mal asunto provocar un conflicto religioso y dar pie a la denuncia de persecución religiosa. La imprudencia y la hipersensibilidad a la crítica hacen que el régimen de los Bukele se vuelva intolerante e insolente. El enfrentamiento religioso que asoma revive el de Mons. Romero y el del P. Rutilio Grande con el Ejército y la oligarquía agroexportadora. La inminente beatificación de este último, junto con dos campesinos, pone en aprietos a un régimen que no conoce el límite. La elevación a los altares católicos de estos últimos y del fraile Cosme Spessotto, víctimas de la persecución religiosa y del odio a la fe, es una ocasión para recapacitar sobre la función profética de la fe en una sociedad injusta y violenta.

“Nadie se interpondrá entre Dios y su pueblo para sacar adelante a nuestro país”, ha sentenciado Bukele, en un par de ocasiones. La frase es lapidaria y equívoca. Por pueblo ha de entenderse él mismo, ya que se ha arrogado su representación, en virtud del resultado de las urnas. El mismo argumento utiliza para desechar las críticas sobre la anulación de la libertad legislativa y judicial. En clave presidencial, Bukele es el pueblo. Y nadie, según su sentencia, se interpondrá entre él y Dios. Así como nadie se interpone entre él y los otros dos poderes del Estado. En consecuencia, las improvisaciones, las contradicciones y las diatribas presidenciales serían todas ellas obra divina.

Sin embargo, el Dios de la Biblia se vale de intermediarios para salvar a su pueblo. Los patriarcas pusieron los cimientos de dicho pueblo. Moisés lo liberó de la esclavitud de Egipto. Los jueces lo gobernaron, le administraron justicia y lo dirigieron militarmente. Cuando el pueblo pidió reyes, Dios se los dio, pero les envió profetas para recordarle que deseaba justicia, no plegarias y sacrificios. Finalmente, envió a su hijo Jesús, su palabra encarnada.

Entre Dios y su pueblo siempre se ha interpuesto el pecado. El pueblo liberado renegó de Dios en varias ocasiones durante la travesía por el desierto. Una vez en la tierra prometida, cometió innumerables crímenes, que jueces y profetas intentaron remediar. “Ya se te ha dicho […] lo que es bueno y lo que el Señor te exige: tan solo que practiques la justicia, que quieras con ternura y camines humildemente con tu Dios” (Miq 6,8)”. A pesar de ello, el pueblo tomó otro camino. “Cuando rezan con las manos extendidas, aparto mis ojos para no verlas, aunque multipliquen sus plegarias, no las escucho, porque hay sangre en sus manos” (Is 1,15). “Alejen de mis ojos sus malas acciones, dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano y defiendan a la viuda” (Is 1,15-16). Estos llamados resultaron tan insoportables que los profetas acabaron mal. Por eso, Jesús exclamó: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían!” (Mt 23,37).

Arrogarse la encarnación del pueblo no libra del pecado. Esa apropiación es una necedad típicamente humana. Relativizarla diciendo de sí mismo que es “el dictador más cool del mundo mundial”, aparte del pésimo manejo del español, no la hace menos presuntuosa. La naturaleza humana está atravesada por la desmesura del orgullo y de la arrogancia. Sin justicia, sin reconocer los derechos del oprimido y sin defender a la viuda es imposible construir la sociedad anunciada por Bukele. Tampoco es posible caminar en la presencia de Dios, que aparta su mirada de las manos manchadas de sangre, aun cuando se levanten en oración.

No existe, pues, conexión directa entre el Dios bíblico y su presunto representante salvadoreño. Tampoco sus obras son voluntad divina. “Soberbia, arrogancia, mal proceder y boca mentirosa, todo eso lo aborrezco” (Pro 8,13). El camino que Bukele y sus hermanos recorren no es el querido por Dios. Más prudente sería dejar a Dios fuera de la retórica política. Más sabio sería volverse hacía él y cambiar de rumbo. Bukele y los suyos no salen bien parados cuando incursionan el ámbito religioso, porque intentan manipular a un Dios mucho más grande que ellos. Sin embargo, lo sagrado parece ejercer en ellos un atractivo especial. Tal vez porque la altivez está reñida con la cordura. Tal vez porque en el ámbito de lo sagrado encuentran una legitimación que les es negada en la esfera de la secularidad política. En cualquier caso, es pretencioso manchar la divinidad con intereses egoístas para obtener la aprobación popular.

Los profetas son necesarios para llamar a la conversión y, por ello, son ultrajados y asesinados. Sin embargo, Dios no desiste y los sigue enviando. Envió al P. Rutilio Grande, a Mons. Romero, al fraile menor Cosme Spessotto y a otros muchos, aún no reconocidos oficialmente por la Iglesia católica. Estos profetas son prueba del primor con el que Dios cuida del pueblo salvadoreño. Ojala escuchemos hoy su voz, que habla a través de sus profetas.

Miriam, la profeta que desafió a Moisés

Las Escrituras de Israel mencionan a cinco mujeres “profetas”Miriam (Éxodo 15, 20), Débora (Jueces 4, 4), Culda (2 Reyes 22, 14; 2 Crónicas 34, 22), la madre del hijo de Isaías (Isaías 8, 3) y Noadia (Nehemías 6, 14). Joel 3, 1-2 y Ezequiel 13, 17 mencionan mujeres que profetizan y el Talmud, un compendio hebreo post bíblico, añade Sarah, Ana, Abigail y Esther.

El Nuevo Testamento describe a varias mujeres que profetizan, entre ellas Ana (Lucas 2, 36-37), las cuatro hijas de Felipe (Hechos 21, 9) y algunas mujeres de la congregación de Corinto (1 Corintios 11, 5).

Los profetas bíblicos transmiten mensajes de justicia, es decir, ofrecen una idea de lo que debería y podría ser. A menudo desafían el statu quo. Cuando hay resistencia, muestran convicción y valor.

Miriam es el modelo de profetisa. Aunque se desconoce el origen de su nombre, la tradición judía ofrece dos lecturas. En primer lugar, podría derivar de la palabra hebrea que expresa la amargura y, por lo tanto, reflejar el nacimiento en esclavitud de Miriam (Éxodo 1, 14). Pero también podría provenir de la palabra hebrea que significa “rebelión”.

Según Éxodo 2, el faraón, señor de Egipto, ordenó ahogar a todos los niños varones nacidos de esclavos judíos. Una madre judía colocó entonces a su hijo en una canasta en el Nilo con la esperanza de que un egipcio lo salvara. La hija del faraón vio al niño, dedujo que era israelita y, desafiando las órdenes de su padre, decidió criarlo.

Fue entonces cuando la hermana del bebé, identificada más tarde con Miriam, aseguró: “¿Quieres que yo vaya y llame una nodriza de entre las hebreas para que te críe este niño?” (Éxodo 2, 7). Cuando los israelitas finalmente escaparon de la esclavitud, Moisés y los israelitas cantaron una canción que exalta la salvación de Dios (Éxodo 15, 1).

Sin embargo, Éxodo 15, 20-21 dice: “María, la profetisa, hermana de Aarón tomó en sus manos un tímpano y todas las mujeres la seguían con tímpanos y danzando en coro. Y María les entonaba el estribillo: Cantad (masculino plural) a Yahveh pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballos y carros”.

Contra Moisés

Además de las mujeres, Miriam animó a los hombres a cantar también. Además, dado que mujeres como Débora (Jueces 5), Ana (1 Samuel 2, 1-10) y Judit (Judit 16) celebraron la victoria con cánticos, es probable que María compusiera el Cántico de Moisés original.

Finalmente, Miriam incluso desafió a Moisés. “María y Aarón murmuraron contra Moisés por causa de la mujer kusita que había tomado por esposa: por haberse casado con una kusita”. (Números 12, 1). En este versículo se menciona a Miriam antes que a su hermano, el sacerdote Aarón, y además el verbo hebreo traducido como “habló” está en singular femenino. Cuando la sintaxis hebrea usa la forma femenina singular del verbo para un sujeto compuesto mixto (por ejemplo, Génesis 33, 7), el énfasis se pone en la mujer.

En nombre de la esposa

La queja de Miriam no estaba dirigida contra un matrimonio mixto con una mujer kusita (un término que probablemente indica Etiopía; la antigua paráfrasis aramea hebrea de este versículo equipara “cusita” a “hermosa”). Más bien, Miriam habla en nombre de esta esposa, ya que Moisés, que permanece ritualmente puro debido a su frecuente contacto con lo divino, no es un buen esposo.

Cuando ella (y Aarón) preguntan: “¿Es que Yahveh no ha hablado más que con Moisés? ¿No ha hablado también con nosotros?” (Números 12, 2). La respuesta es “sí, Él también habló a través de vosotros”. Dios envía la lepra a Miriam por haber desafiado la autoridad de Moisés, pero los israelitas esperan a que ella sea sanada antes de continuar su viaje. El profeta Miqueas (6, 4) afirma que Dios envió a “Moisés, Aarón y Miriam” para guiar al pueblo.

Más de un milenio después, otra Miriam protegió a un niño, desafió a la autoridad y celebró la victoria de Dios. Lucas 1:27 identifica “una virgen, desposada con un hombre (…) llamado José”. El nombre de la virgen era Mariam, una traducción griega del hebreo Miriam.

Éxodo

El nombre recuerda a esa otra Miriam que sacó a su pueblo de la esclavitud. También recuerda a Mariamne, la esposa asmodea de Herodes el Grande, que representaba al gobierno judío en lugar del romano. Cuando Mariam canta “ha puesto los ojos en la humildad de su esclava” (en griego: doule; Lucas 1:48) recordamos a Miriam y a su pueblo, esclavos en Egipto.

Cuando Mariam proclama “derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes” (Lc 1, 52) recordamos el éxodo. Miriam y su tocaya Mariam son profetisas cuyas palabras y hechos resisten contra cualquier cosa que impida prosperar a los hombres

La Buena Noticia del Dgo. 14º – B

¿De dónde saca todo eso?

Nadie es profeta en su tierra

Lectura de la Palabra

MARCOS 6, 1-6

1 Y salió de aquel lugar. Fue a su tierra, seguido de sus discípulos.

2 Cuando llegó el día de precepto se puso a enseñar en la sinagoga; la mayoría, al oírlo, decían impresionados:

– ¿De dónde le vienen a éste esas cosas? ¿Qué clase de saber le han comunicado a éste y qué clase de fuerzas son esas que le salen de las manos? 3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? y ¿no están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban de él.

4 Jesús les dijo:

– No hay profeta despreciado, excepto en su tierra, entre sus parientes y en su casa.

5 No le fue posible de ningún modo actuar allí con fuerza; sólo curó a unos pocos postrados aplicándoles las manos. 6 Y estaba sorprendido de su falta de fe. Entonces fue dando una vuelta por las aldeas de alrededor, enseñando.

Comentario

SABIO Y CURADOR

No tenía poder cultural como los escribas. No era un intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era miembro de una familia honorable ni pertenecía a las élites urbanas de Séforis o Tiberíades. Jesús era un obrero de la construcción de una aldea desconocida de la Baja Galilea.

No había estudiado en ninguna escuela rabínica. No se dedicaba a explicar la ley. No le preocupaban las discusiones doctrinales. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente.

Según Marcos, cuando Jesús llega a Nazaret acompañado por sus discípulos, sus vecinos quedan sorprendidos por dos cosas: la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Era lo que más atraía a la gente. Jesús no es un pensador que explica una doctrina, sino un sabio que comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor. No es un líder autoritario que impone su poder, sino un curador que sana la vida y alivia el sufrimiento.

Sin embargo, las gentes de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas, sospechas y recelos. No se dejan enseñar por él ni se abren a su fuerza curadora. Jesús no logra acercarlos a Dios ni curar a todos, como hubiera deseado.

A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Cuando uno se acerca a Jesús, no se siente atraído por una doctrina, sino invitado a vivir de manera nueva.

Por otra parte, para experimentar su fuerza salvadora es necesario dejarnos curar por él: recuperar poco a poco la libertad interior, liberarnos de miedos que nos paralizan, atrevernos a salir de la mediocridad. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Solo se curan quienes creen en él.

José Antonio Pagola

Testigos de la Palabra

Luis Espinal

(Luis Espinal Camps, conocido también como Lucho Espinal; Sant Fruitós de Bages, Barcelona, España, 1932 – La Paz, 1980) Jesuita boliviano de origen español que destacó por su compromiso con los desfavorecidos y su actitud crítica frente a la alianza de la Iglesia católica con los sectores conservadores en el poder. Fue brutalmente asesinado por elementos paramilitares en 1980.

En 1976 fue cofundador de la Asamblea de Derechos Humanos. En 1977 participó en un ayuno político que por poco le cuesta la vida, pero que contribuyó a que, después de casi siete años de dictadura, se pudiera estructurar una oposición política que acabaría forzando la renuncia de Hugo Banzer. En esa huelga de hambre de casi tres semanas vivió día y noche al lado de las familias de los mineros.

Esta experiencia le penetró más profundamente que cualquier otra. Por primera vez en la vida se sintió como «un pequeño burgués intelectual útil al pueblo». Aunque desde 1970 gozaba de la ciudadanía boliviana, fue consciente de que en toda su vida no había pasado nunca el hambre real que atormenta al pueblo a diario y a la fuerza: «Me ha ayudado a comprender mejor al pueblo hambriento. El hambre es una experiencia de violencia, que nos permite entender la osadía y la ira de un pueblo. Quien la experimenta por sí mismo, advierte mejor la urgencia de trabajar por la justicia en el mundo».

Cuando en diciembre de 1979 campesinos del altiplano, reclamando precios más justos, mejores condiciones de vida y educación y atención médica, bloquearon la carretera entre La Paz y Oruro, los medios de comunicación los acusaron de vulnerar los derechos humanos al retener en lugares apartados a familias con niños pequeños. Espinal aprovechó esta ocasión para llamar la atención sobre el abandono general de los derechos e intereses de la población rural.

Este proceso de solidaridad progresiva e identificación con el pueblo sencillo terminó contra su voluntad. En último término, no compartió tan sólo el destino de los más pobres, sino también el de cuantos son directamente eliminados. Detenido por elementos paramilitares y torturado, fue asesinado el 21 de marzo de 1980. De su libro Religión es una famosa cita que resume la exigencia ética que le costó la vida: «quien no tiene la valentía de hablar por los hombres, tampoco tiene el derecho de hablar de Dios».

Necesitamos profetas

Por Gabriel Mª Otalora

Quizá hubiese sido mejor un titular que resalte la necesidad de descubrir y seguir a los profetas de nuestro tiempo, pero un titular es algo más breve. Al menos lo destacamos al principio, cuando no pocos leen los textos proféticos bíblicos como sobre una pátina de alcanfor propia de un ropaje antiguo cuando sus mensajes son atemporales. Lo cierto es que algo fuerte expresan para que, por ejemplo del profeta Jeremías, los príncipes dijeran al rey: “Muera ese Jeremías, porque desmoraliza a los soldados que quedan en la ciudad y a todo el pueblo, con semejantes discursos” (Jer 38,4).
Profecía no significa prever el futuro sino la comprensión de los signos del tiempo presente a la luz de palabra de Dios. Y el don de ser verdadero profeta viene marcado por san Pablo: aunque posea el don de profecía e incluso tenga una fe que mueva montañas, si no tengo amor, no soy nada (Cor 13). Este tiempo nuestro no facilita visualizar los profetas que, sin duda, el Espíritu nos pone para iluminar el verdadero camino de la evangelización conforme a nuestros carismas, regalo también del Espíritu. Sin embargo, no somos capaces de reconocer a los profetas actuales; ni siquiera consideramos como tal al Papa Francisco. Incluso el profeta nos parece una figura anacrónica, impropia del siglo XXI cuando lo cierto es que actúa con la máxima fidelidad al evangelio. Por eso hace chirriar nuestros goznes estructurales injustos mientras tildamos a su mensaje de soflama política en lugar de como una verdadera denuncia profética.
La aspiración de toda denuncia profética es afirmar la vida, advertir y condenar los signos de muerte, pero siempre señalando senderos de esperanza con mano tendida. Y cuando es verdaderamente la voz de Dios, es también la voz del oprimido, la voz de los que no tienen voz. Recordemos que los hubo bien humildes, como Moisés, al que Dios escoge siendo tartamudo para poner en él sus palabras sagradas. O como Oseas, un pastor elegido por Dios para enfrentarse nada menos que a las autoridades religiosas de su tiempo.
La denuncia profética no busca beneficios particulares sino el cambio o conversión, la instauración de la justicia, la construcción de nuevas relaciones basadas en la dignidad humana asumiendo el dolor de otros con un profundo sentido solidario. La voz profética de la Iglesia, en suma, es un gran compromiso en medio de una sociedad compleja y desnortada que necesita escuchar la voz de Dios para reorientar sus acciones. Seguir leyendo

Las dos Navidades (1.2)

Las dos Navidades 1/2

En los tiempos que vivimos, muchos eventos nos recuerdan que somos humanos frágiles y que todo puede pasar sin quererlo. Con todos los siglos que nos precedieron aprendemos que el “espíritu” que acompaña a cada persona humana no refleja siempre el bien, querido por su creador.
Existe un espíritu del mal que contamina personas, pueblos, naciones y muchas instituciones a carácter humano y religioso con fines de conquistas, de dominación y de prestigio.
El pueblo de Israel no escapó a esas fuerzas contaminantes que convirtieron el proyecto previsto por Yahvé en proyecto respondiendo mas a sus intereses y privilegios. Grandes sacerdotes y reyes se impusieron para guiar este mismo pueblo por un camino otro que no era el camino querido por Yahvé.
22.12.2020 | oscar Fortin
Un pueblo en la espera de su Mesías

El contexto de la primera Navidad
Los profetas del Antiguo testamento habían anunciado un Mesías, mandado por Dios para salvar su pueblo de las calamidades de las cuales eran victimas. . El pueblo no sabia cuando y como llegaría. Lo reclamaban con esperanza para que les libere de esas calamidades.
Importa recordar que, en aquel tiempo, este pueblo había recorrido dos mil anos, creyendo en Abraham, Isaac, Jacob así que en Moisés, el libertador del pueblo israelita de su esclavitud en Egipto. Sabía de los mandamientos de Yahvé, dados a Moisés sobre el monte Sinaí. Todo a lo largo de los siglos, reyes y sacerdotesse impusieron como representantes de Yahvé y protectores de los mandamientos de Dios. La fe, en Yahvé, se convirtió progresivamente en “religión y cultos” que encuadraban las practicas religiosas del pueblo hebraico. Profetas, como Isaías, Jeremía, Ezequiel, Daniel y muchos otros alzaron la vozpara denunciar las deviaciones de la fe en religióny recordar a esos nuevos maestros de los cultos y de la religión hebraica que el culto que le gusta a Yahvées la justicia, la verdad y respeto de los unos con los otros.
Isaías 1:13 ^
No me traigáis más vano presente: el perfume me es abominación: luna nueva y sábado, el convocar asambleas, no las puedo sufrir: son iniquidad vuestras solemnidades.
Isaías 1:17^
Aprended á hacer bien: buscad juicio, restituid al agraviado, oíd en derecho al huérfano, amparad á la viuda.
Los pobres y humildes esperaban la llegada del Mesías, el gran libertador prometido. Su llegada fue celebrada por los pastores que rodeaban el pesebre de Belén, en que María lo había encubierto para que no tenga frio. Hasta los Ángeles , según la tradición, cantaron “Gloria a Dios de los cielos y paz sobre la tierra a toda persona de buena voluntad”.
Los que esperaban la llegada gloriosa de un Rey, emperador, con todos los prestigios del gran maestro del mundo, se quedaron muy decepcionados. Son los Reyes del Oriente que vinieron, guiados por la Estrella polar, a reconocer el mesías, mandado por Yahvé.
Dos mil años habían pasados. Existía un panorama que ponía de relieve los distintos conflictos que dividían personas, pueblos y naciones. Los mandamientos de Yahvé à Moisés se habían transformados, con los años, en instituciones religiosas con grandes sacerdotes y templos, con leyes yendo de lo que se podía comer a lo que se permitía hacer y caminar en los días de sábado. Todo se había vuelto culto de religión. La llegada de Jesús, el mesita, iba a cambiar las cosas..
Mandado de Yahvé y anunciado por los profetas fue reconocido oficialmente por su Padre celestial, cuya voz se hizo oír en el momento de su bautizo en el Jordán : Mateo 3:17^Y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento.”
Sometido a prueba, en el desierto, por Satán, el diablo, el padre de la mentira, Jesús no se dejo llevar por sus tentaciones, confirmando así su fidelidad a la voluntad de su Padre y a la misión que lo esperaba. Luca, 4, 1-14
http://www.transcripture.com/francais-espagnol-luc-4.html
¿En qué consiste esta voluntad del Padre para toda la Humanidad?
Ante todo hay que poner de relieve que la llegada de Jesús en nuestra humanidad se hizo en la sencillez y la humildad. Tuvo una vida ejemplar y humilde, acompañada de un mensaje que va a lo esencial de todo lo que humaniza y reunifica las relaciones entre las personas, de manera a generar una gran fraternidad y solidaridad entre todos y todas. ¿Cuántas veces ha repetido que la voluntad de su Padre era que nos amemos los unos a los otros?
Durante esos tres años, Jesús ha recorrido los caminos de Galilea, hablando de la buena noticia del reino del Padre, sanando a enfermos, dando la vista a los que la habían perdida, perdonando a los pecadores, denunciando a los hipócritas y a los que se alejaban del prójimo, dándose valores a si mismos y poniendo sobre las espaldas de los humildes lo que ellos no quieren llevar.
Mateo 23:4 ^
Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; mas ni aun con su dedo las quieren mover.
Mateo 23:13 ^
Mas ¡ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; que ni vosotros entráis, ni á los que están entrando dejáis entrar.
Sus palabras a los escribes y sacerdotes merecen ser leídas (Mt.23) con mucha atención. Reflejan la mentalidad de ese periodo y anticipan la mentalidad de los que se confirmaran grandes sacerdotes en la Iglesia de los siglos a venir.
Nada de sorprendente que esos mismos escribes y sacerdotes movilizaran al pueblo para que el pueblo elija a Barrabas para ser liberado y no a Jesús. Pilato lo condenóa la muerte de la cruz con el apoyo de esos últimos. Por sus adversarios, Jesús era un impostor que merece ser condenado a muerte. Pilato, bajo presión de ellos, lo condenó a muerte sobre una cruz.
El mensaje dejado por Jesús en esta primera navidad es la humanización de nuestras relaciones los unos con los otros. En la humanidad, querido por su Padre, cada persona, creyente o no, tiene su identidad, su forma de ser, de pensar y de actuar. Una Humanidad en que vive la fraternidad, la solidaridad, la verdad, la justicia, la misericordia de los unos con los otros etc.
En cada una de las personas hay un destino que se revela a lo largo de su camino, haciendo posible resistir a las tentaciones de un “espíritu malo” que no quiere saber nada de esa Humanidad cuyo gran maestro es un Padre. La palabra padre no cuadra con la palabra imperador, dominante, dictador etc… Para ellos la humanidad no es una familia, sino una oportunidad de imponerse y de hacer de ella lo que mas les da gana.
Jesús, antes de dejar a sus apóstoles les había avisado que este mundo iba a conocer un fin y que su Padre mandaría a su hijo para hacer nuevo el cielo y la tierra con una Humanidad renovada.
https://www.biblegateway.com/passage/?search=Mateo%2024&version=CST
Ese nacimiento de Jesús, seguido de su resurrección, es la respuesta del Padre a las fuerzas del mal que contaminan, por sus acciones de dominación todo lo que hay de humano en las personas. Jesús, al despedirse de sus seguidores, les dijo que seguirá presente y activo en el corazón de cada uno. Que su Espíritu estará presente dando sus dones, como bueno lo entenderá.
Todo este mensaje de Jesús se encuentra expresado en la narración del Juicio final (Mt. 25, 31-46)
Oscar fortin

En Navidad, despiertan los profetas

Antonio de Montesinos

Toño Casado: «Ser profeta es saberse destinado a la afonía. No hay nadie que te escuche…»

«Agrietados los ojos al completar la verdad de las cosas, Esa verdad terrible, Agrietado el corazón por la angustia De sentirse vencidos y empujados Por Dios A salir al paso de los hombres y mujeres Que será muy posible que nunca les escuchen Y que probablemente Sean un eco de piedras y desprecios»
«Pero no calles, por favor, no calles, Profeta del Adviento. Que mientras sea de noche, mientras haya destierro, Mientras haya tristeza y opresión de unos pocos»
06.12.2020 Toño Casado
Los profetas eran hombres hechos de raíces
Que vivían en las rendijas del desierto
Agrietada la piel como la tierra seca,
Agrietados los ojos al completar la verdad de las cosas,
Esa verdad terrible,
Agrietado el corazón por la angustia
De sentirse vencidos y empujados
Por Dios
A salir al paso de los hombres y mujeres
Que será muy posible que nunca les escuchen
Y que probablemente
Sean un eco de piedras y desprecios.
Ser profeta es una carga
Tan terrible, tan dura, tan difícil,
Como de librarse de ella.
No hay ballena que pueda tragarte,
No hay destino que pueda evadirte
De Nínives que viven en perenne injusticia,
Sodomas al borde del abismo
De la destrucción causada por el fuego,
Actores autodestructivos
Ante un público de sal ausente.
Jerusalén que mata a sus profetas…
Ser profeta es saberse destinado
A la afonía. No hay nadie que te escuche…
“Preparad el camino al Señor”.
Decía aquel ante un lote de curiosos,
Que le veían vestido de camello,
Como los muñecos tan tristes de la puerta del sol.
Profeta que señala con el dedo
Al Cordero de Dios
Que iba a quitar los pecados del mundo,
Y acabó con su sangre
Liberando a la humanidad inconsciente
Que sigue día a día
Hastiada por la prisa, tan perdida
En sus días y sus noches, que nunca se terminan.
Profeta Juan
Que acabó como muchos,
Perdiendo la cabeza por una mujer,
Aunque en esta ocasión,
Fue una danza la que inclinó la hoja,
Capricho de una reina despechada,
Que acalló la voz terrible del profeta
En un charco de sangre
De una bandeja roja y plateada.
Es difícil ser profeta
En tiempos de desdichas,
Apuntalar la esperanza destruida,
Anunciar amaneceres y jardines preciosos y futuros
Mientras la noche es la evidencia
Y el desierto no tiene ni confines,
Aventura imposible de sed y de cansancios.
Pero no calles, por favor, no calles,
Profeta del Adviento.
Que mientras sea de noche, mientras haya destierro,
Mientras haya tristeza y opresión de unos pocos
A unos muchos,
Hacen falta valientes como tú,
Que levanten del móvil la cabeza
Y así observen sin miedo la verdad de la gente
Y con valor les griten tres o cuatros verdades
Y del sueño despierten,
Y se pongan manos a la obra
A preparar caminos que lleven a lugares mejores,
Caminos que nos unan a otras gentes,
Y nos llevan a casa de amigos que perdimos.
No te calles profeta, no te calles.
Yo te escucho.
Y con las manos arañando el suelo
Volveré a hacer sendas nuevas
Que me lleven a Dios ahora cercano.
No te calles profeta.
No te calles

Año de la Biblia-Los Profetas II

LOS PROFETAS (II). DESDE AMÓS AL DESTIERRO

Written by Gonzalo Haya

Los cuatro grandes profetas del siglo VIII a. C. nos resultarán más cercanos porque vivieron una situación más parecida a la nuestra de prosperidad para los ricos y de extrema desigualdad con los empobrecidos. Denunciaron, con duro lenguaje la desigualdad social, la corrupción de los ricos, la corrupción religiosa, y una religión más centrada en unas prácticas superficiales que en la solidaridad humana.

Amós (780-740 a. C.)

Amós, el profeta de la justicia, era un pastor del reino del Sur que fue enviado por Dios al reino del Norte para denunciar las injusticias sociales, políticas y religiosas, hasta que fue expulsado por el sacerdote Ananías por sus invectivas contra el rey Jeroboán. Tuvo una acertada visión política al prever, contra todas las circunstancias, la deportación del pueblo, que anunció como castigo de Dios. Y una visión universalista sobre Dios, que superaba el nacionalismo judío: “Esto dice el Señor, cuyo nombre es Dios del universo” (Am 5,27).

Su lenguaje es duro, extremista, unilateral y sarcástico, con metáforas muy expresivas, pero también con nombres y situaciones concretas que resultarían ofensivas para muchos de sus oyentes, aunque a nosotros nos dicen poco porque desconocemos las situaciones a las que alude; podemos hacernos una idea recordando los sermones de fray Antonio de Montesinos a los militares y colonos en La Española.

Para que caigamos en la cuenta de la crudeza de este lenguaje, Sicre pone unos ejemplos de su equivalente a nuestra vida actual, como este oráculo (que seguramente nos escandalizará) sobre el culto y la falsa seguridad religiosa que se le atribuía.

 Así dice el Señor a la casa de Israel:

Buscadme y viviréis; no busquéis a Betel,

no vayáis a Guilgal,

no os dirijáis a Berseba;

que Guilgal irá cautiva y Betel se volverá Betavén

Buscad al Señor y viviréis (Am 5,4-5)

  Así dice el Señor a los católicos:

Interesaos por mí y viviréis;

Pero no os intereséis por el Pilar,

no vayáis a Santiago,

no acudáis al Rocío.

Que el Pilar caerá por tierra,

y el Rocío se volverá tormenta.

Interesaos por el Señor y viviréis.

Interesarse por Dios es denunciar y eliminar las injusticias sociales, como expresa más adelante: “Detesto y aborrezco vuestras fiestas, me disgustan vuestras asambleas. Me presentáis vuestros holocaustos, vuestras ofrendas que yo no acepto… Que fluya el derecho como agua, y la justicia como un río inagotable” (Am 5,21-24); “Y porque pisoteáis al indigente exigiéndole el impuesto del grano, no habitaréis esas casas construidas sirviéndoos de piedras talladas…” (Am 5,11).

Como dice Spong, “Después de Amós, adoración y justicia ya nunca más estarían separados para el judaísmo verdadero…la justicia entre los hombres sería la expresión de la verdadera liturgia divina”.

Oseas (800-725)

Igual que Amós, Oseas profetizó en el reino del Norte, denunció con duro lenguaje las injusticias sociales, la idolatría, la corrupción de los sacerdotes y de la casa real, y el culto superficial a Yahvé, pero su enfoque es distinto. Oseas es el profeta del amor, del amor de padre (c. 11) y del amor de esposo celoso que amenaza pero luego perdona las infidelidades del pueblo.

La profecía de Oseas es un gran poema de amor que cambia la imagen de un Dios legislador y juez por la de un amor ilimitado, expresado no sólo con palabras sino con su propia vida. Su lenguaje es claro, emocional, y perfectamente asequible para nosotros. Su vida fue un reflejo de la relación de amor sin límite de Yahvé con su pueblo. Vida y mensaje coinciden.

Se casó con una prostituta porque, como expresa al inicio del libro “El Señor dijo a Oseas: anda, cásate con una prostituta” (1,2), “porque así también el Señor ama los israelitas, aunque ellos se vuelvan a otros dioses” (3,1) porque adoran a los dioses de la abundancia y la fertilidad.

Algunos Santos Padres encontraron cierta inmoralidad en este consejo divino, y consideraron todo el relato como una parábola; pero la mayoría de los exegetas lo consideran una realidad, una acción simbólica y profética. Actualmente podemos interpretar que Oseas se enamoró de una prostituta, sufrió sus continuas infidelidades, se enfurecía pero seguía amándola y perdonándola; la experiencia de este profundo amor le llevó a comprender (y aquí estaría la inspiración) que así es el amor de Dios por su pueblo (Os 1,2 – 3,5).

Amor celoso y enfurecido que anuncia el castigo “seré para ellos un león, una pantera acechando el camino. Los atacaré como una osa cuando es privada de sus crías”, pero también la promesa de salvación “Seré para Israel como el rocío, florecerá como el lirio y sus raíces serán tan firmes como los árboles del Líbano” (c. 13 y 14)).

Miqueas (740-687)

Miqueas es un campesino que huye a Jerusalén por la invasión siria del sur de Judea. Su profecía denuncia, como Amós y Oseas, la opresión que los poderosos ejercen sobre los pobres, la corrupción de los jueces y los sacerdotes, y la superficialidad del culto.

El libro de sus profecías muestra una importante reelaboración y añadidos de otro autor. El estilo es muy expresivo con datos realistas y expresiones de gran crudeza: “arrancáis la piel de la gente y dejáis sus huesos al desnudo… Cortan su carne en pedazos para echarlos a la olla” (3,1-5).

En sus profecías encontramos la promesa de “congregar al resto de Israel”, “convertir sus espadas en arados” y atraer a todas las naciones “al monte de la casa del Señor”; y sobre todo su profecía de un rey mesiánico que nacerá en Belén (Miqueas 5,1-4; Mateo 2,4-6). En 1Reyes se narra su desafío al rey Josafat y el bofetón que recibió por contestar así al rey (posible precedente para elaborar la historia de la Pasión de Jesús).

Spong resume en el capítulo 6 el mensaje de Miqueas: “El Señor entabla juicio con su pueblo… Pueblo mío, qué te hice, en qué te molesté? Respóndeme”. El pueblo piensa cómo desagraviar al Señor: “¿Con qué me presentaré al Señor…con holocaustos, con becerros añojos?” y llega a pensar en sacrificios humanos: “Le ofreceré mi primogénito por mi culpa, o el fruto de mi vientre por mi pecado?”. Miqueas le responde al pueblo: “Hombre ya te ha explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, que seas humilde con tu Dios” (6,1-9).

Isaías I (c. 1-39) (760-701)

Es el profeta más conocido por sus predicciones sobre el Mesías: “la joven está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros” (7,14).

Los exégetas han comprobado que este libro no puede ser de un solo autor, por lo que distinguen entre Isaías I, al que a atribuyen aproximadamente los capítulo 1-39 (aunque con intercalados posteriores), Isaías II, y III (siglo VI a. C).

Isaías es un profeta de la corte y del templo pero, como los profetas campesinos, denuncia las injusticias sociales: “¡Ay de los que especulan con casas, y juntan campo con campo…”(5,8-14) y el falso culto: “¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? Dice el Señor. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones…Vuestras solemnidades y fiestas las detesto… cesad de obrar el mal…” (1,10-17); pero se caracteriza especialmente por la gran manifestación de la majestad de Dios (teofanía del c. 6), la fidelidad de un “resto de Israel”, y la reconciliación final de todos en Jerusalén.

Su lenguaje es de gran calidad literaria, sereno y preciso, gran poeta, con imágenes originales, y cantos como el de la viña (5,1-7) y el de Ezequías en su enfermedad (38,9-20).

Los capítulos 24-27, el apocalipsis de Isaías, fue escrito durante el siglo IV.

Siglo VII – VI

A mediados del siglo VII el rey Josías realiza una gran reforma religiosa apoyado por algunos profetas: Sofonías, que había denunciado el contagio de idolatría; Nahum, que anunció la caída de Nínive; Habacuc, que interpela a Dios por su silencio ante la injusticia de los opresores y el clamor de los oprimidos; Joel, que predice la venida del Espíritu sobre todo el pueblo, como confirma Lucas en Pentecostés (Hechos 2,17-21).

Jeremías fue el principal apoyo de la reforma de Josías. Sacerdote de origen rural, ejerció el profetismo entre finales del s. VII y comienzos del VI; defendió las tradiciones de la Alianza con Yahvé y la reunión de los reinos del Norte y del Sur centrándolos en el Templo de Jerusalén. Denunció las injusticias y contribuyó en gran medida a la redacción del Deuteronomio. Sus escritos fueron reinterpretados por los deuteronomistas en un sentido más laical, hasta el punto de que la versión griega es notablemente más extensa que la original hebrea.

Su vida y su obra se dividen en dos periodos política y socialmente muy diferentes marcados por la muerte del rey Josías (609 a. C.); la restauración religiosa y social de Josías cayó de nuevo en la corrupción y la debilidad política, con la primera deportación a Babilonia (597 a. C.). Jeremías murió desterrado en Egipto.

Su estilo mezcla la narración con la poesía, poemas construidos con realidades de la vida diaria, y acciones simbólicas como la del cinturón que se pudre o la cesta de higos; pero se caracteriza por sus relatos biográficos (c. 26-45) en los que manifiesta abiertamente sus sentimientos especialmente en sus “confesiones” (c. 11; 15; 17; 18; 20) : “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… ¡Maldito el día en que nací… ¿Por qué salí del vientre de mi madre para pasar trabajos y penas, y acabar mis días derrotado!” (Jer. 20).

En su teología puede resultarnos difícil de entender la crudeza con que le atribuye directamente a Dios estas devastadoras invasiones de castigo por la infidelidad del pueblo: “mandaré a buscar… a mi siervo Nabucodonosor, rey de Babilonia, y los traeré contra esta tierra y sus habitantes” (25,9); pero él mismo afirma que “En aquellos días ya no dirán: los padres comieron los agraces y los hijos padecen dentera, sino que cada cual morirá por su propia culpa” (31,30), y que esta invasión de Nabucodonosor se debe al orgullo del rey Joaquín que lo desafía, y que se podría evitar con un pacto (c. 36-38).                                                                                                                            Esta teología del castigo se compensa con un mensaje de salvación: cambiaré la suerte de mi pueblo, Israel y Judá, dice el Señor, y los volveré a llevar a la tierra que di en posesión a sus padres” (30,3).

El libro de Las lamentaciones.

La Biblia griega y la Vulgata atribuyen este libro a Jeremías, pero los estudios muestran que sería obra de diversos autores de la misma época y con algunas semejanzas, pero con apreciables diferencias. (Lo veremos al tratar de los Libros poéticos).

Carta de Jeremías

Un autor anónimo, inspirado en la carta de Jeremías a los desterrados (Jeremías c. 29), compuso esta sátira contra la idolatría probablemente en el periodo helenista (s. IV-II a. C.). Está dirigida supuestamente a los hebreos deportados a Babilonia, pero en realidad a todos los judíos de la diáspora a fin de que no se contagiaran con las prácticas idolátricas. El texto está en griego, por lo que no fue incluida en el canon hebreo.          Se trata de diez secciones centradas en el estribillo “A la vista está que no son dioses; no les tengáis ningún temor”. Repite la argumentación de Jeremías pero en general emplea un tono burlesco y superficial, que podría emplearse igualmente hoy por quienes quisieran burlarse de nuestras imágenes religiosas.