No es la sotana, sino el Pueblo

por Fernando Vidal 

La gran desvinculación social de las últimas cuatro décadas ha tenido impacto en numerosos fenómenos en las familias: individualismo, polarización política, evasión fiscal o aumento de la competitividad insana en todos los medios. La descomposición de los vecindarios ha afectado profundamente a las parroquias porque es más difícil formar comunidad, los parroquianos no establecen vínculos afectivos que atraigan la participación.

Pero, sobre todo, ha desaparecido la idea de pueblo, crucial en la Eclesiología. Sin esta idea se corrompe la vivencia de Iglesia y se hace muy complicada la existencia de la parroquia. Esta se convierte en una cartera profesional de servicios y sacramentos, y deja de ser una comunidad.

Cuando no hay pueblo, se pierde el sentido de pastor. El pastor es del orden de la comunión en Cristo, trabaja en el seno del pueblo para unirnos en Él y tras Él. Es el pueblo quien lo elige pastor guiado por el Espíritu Santo.

Cuando desaparece el pueblo, el pastor se transforma. Puede que trabaje por iniciar una pequeña comunidad naciente que sea semilla de Pueblo de Dios en ese lugar. A veces, son la rigidez y mentalidad excluyente de grupos o líneas teopolíticas las que expulsan al pueblo, como cuando se ha echado de algunas parroquias a comunidades enteras de centenares de miembros tachándolos de liberales o heterodoxos. Esto ha sucedido sistemáticamente y ha acelerado la citada gran desvinculación.

Crisis de las parroquias

La preocupante tendencia ultraconservadora de una parte del clero joven se debe a la falta de Pueblo de Dios y su sustitución por movimientos. Es un efecto insano de la crisis de las parroquias. No hay revolución en ningún alzacuellos ni sotana, sino en crear Pueblo de Dios alrededor de Jesús. Donde hay pueblo, surgen vocaciones y tienen la misma pluralidad que la gente. 

Implicaciones de una Iglesia Sinodal

 El concilio Vaticano II presentó el misterio de la Iglesia como forma visible de la comunión de vida dentro de la historia humana. Y entre las imágenes destacó la de “pueblo de Dios”. Aunque hay distintas funciones y no todos los bautizados marchan por el mismo canino, es común la dignidad de todos. Las funciones no implican superioridad de unos sobre otros y los distintos caminos solo son concreciones de la única espiritualidad bautismal. Aunque no emplea el término, la sinodalidad fue la clave del Vaticano II:  una Iglesia donde todos los bautizados, cada uno según su vocación, sean responsables y corresponsables en la vida y misión de la comunidad cristiana.  Un Sínodo sobre la Sinodalidad no hace más que poner práctica esa clave del Concilio.

            El camino sinodal exige primero que toda la Iglesia se ponga en camino. Es decir que todos los bautizados salgamos de nuestra instalación. La convocatoria de un Sínodo sobre la Sinodalidad es la puesta en marcha de toda Iglesia “en salida” misionera, comenzando por la misma Curia Vaticana: “Predicad el Evangelio”. Una salida de cualquier espíritu sectario dentro de la Iglesia. No sólo del clericalismo en una Iglesia piramidal donde el clero es clase dominante. Ni de la pasividad en que duermen muchos bautizados. Ni solo de la perniciosa distinción entre cristianos de primera y cristianos de segunda. Hay que salir también del grupismo que hoy no es tanto enfermedad de las congregaciones religiosas cuando tentación para muchos laicos que buscan clima cálido donde resguardarse del temporal inclemente. Por lo demás, todos debemos mirar de otra forma y considerarnos ciudadanos de este mundo fuera del cual no hay salvación.  

          El camino sinodal implica recuperar la visión y la reforma de la Iglesia sugeridas en el Vaticano II cuya recepción está inacabada. Da la impresión de que ni en teología ni en catequesis han entrado  la  visión de la Iglesia como pueblo de Dios,  el sacerdocio común,  el “sentido de los fieles”,  la vocación de todos los cristianos a la santidad. Cuando ha pasado ya la generación de quienes con entusiasmo vivimos la novedad que supuso el Concilio, al iniciar este proyecto de sinodalidad no solo hay que recuperar esas aportaciones del Concilio. Hay que destacar también aspectos decisivos que despuntan en  los signos de nuestro tiempo: el ser humano consciente de que ha sido puesto en manos de su propia decisión,  el clamor de los pobres, la dignidad y derechos de la mujer,  la organización social y el trabajo. En estos signos se debe hacer realidad o encarna esa experiencia de Dios que llamamos gracia.

Democratizar la Iglesia, camino para hacerla más comunión (8)

¿Cuándo se devolverá al Pueblo cristiano la voz y el voto?

Por Rufo González

El papa Francisco insiste mucho en la centralidad del Pueblo de Dios, dada en la unción o consagración bautismal. El clero la ha deformado haciéndose él el centro de la Iglesia. En una Carta al cardenal Ouellet dice: “El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo. A la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción… Una de las deformaciones más fuertes es el clericalismo:

– Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón…

– El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como `mandaderos´, coarta distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías… necesarios para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos…

– El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco apaga el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar…

– El clericalismo olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14). Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados” (Carta al Cardenal M. A. Ouellet. Vaticano, 19 marzo 2016).

En una homilía en Santa Marta, al mes siguiente, el Papa va más allá. Comenta Hechos de los Apóstoles 15,7-21: “El camino de la Iglesia es este: reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir. Esta es la llamada sinodalidad de la Iglesia, en la que se expresa la comunión de la Iglesia. ¿Y quién hace la comunión? ¡Es el Espíritu!… ¿Qué nos pide el Señor? Docilidad al Espíritu. No tener miedo, cuando vemos que el Espíritu es quien nos llama” (Homilía, jueves 5ª semana de Pascua; 28 abril 2016). En la carta al Card. Ouellet habla de “reflexionar, pensar, evaluar, discernir” con el Pueblo de Dios. En Santa Marta añade: “decidir”. Concuerda con el texto revelado: “Toda la asamblea hizo silencio para escuchar… Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir… Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros” (He 15, 12.22.28). Decidir comunitario. Esta es la “clave-llave” cuya exclusividad el clero no quiere soltar.

Sin encauzar bien los servicios eclesiales, llamados lujosamente ministerios, resulta poco creíble evangelizar hoy. La Iglesia debe ser comunión. Más que democracia, pero con democracia incluida. Los servicios-ministerios son precisos para la comunión. El Espíritu, que suscita carismas para el servicio, deja libertad para elegir servidores. Toda la comunidad (no sólo quien preside) puede tomar parte en la elección. El modo vigente de gobierno eclesial no es ejemplar para las sociedades actuales. Máxime cuando el Evangelio no prohíbe el control de la comunidad en su estructura y función. Tiene que haber apóstoles, profetas, maestros…, evangelio, sacramentos, comunidad, Espíritu… Esto debe ser respetado y promovido en comunidad. Desde el Papa hasta el párroco se han adueñado de las comunidades. A merced de su voluntad, como si fuera la divina. Han impuesto leyes -Código de Derecho Canónico- sin control comunitario. Leyes que no hay modo de cambiar, aunque la mayoría eclesial lo quiera. Ni siquiera permiten su discusión pública. Este proceder contradice el espíritu evangélico: “los jefes de las naciones las dominan y los grandes les imponen su autoridad. Se hacen llamar bienhechores. Nos será así entre vosotros…” ( Mt 20, 25s; Lc 22, 25s; Mc 10, 42s).

Estas actuaciones están hoy prohibidas en la Iglesia: – “Les repartieron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles” (He 1,26). – “Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea... La propuesta les pareció bien a todos y eligieron a” (He 6, 3-6). – “Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos para mandarlos a” (He 15, 22). Un papa benévolo, un obispo tolerante, un párroco bondadoso… puede permitir una consulta. Pero si no quieren, ni los horarios de misa puede decidir una parroquia. El servidor (que se hace llamar mucho más que “bienhechor”: hasta “santidad, eminencia, beatitud…”) manda más que los señores. El Consejo Pastoral, si el obispo o párroco permiten su existencia, sólo es consultivo. Así se perpetúan en el poder, aunque sean aborrecidos por la mayor parte de los fieles.

Hoy resulta inaudito leer lo que escribía san Cipriano (s. III): “El pueblo, obediente a los mandatos del Señor, debe apartarse de un obispo pecador…, dado que tiene el poder para elegir obispos dignos y recusar a los indignos… Sabemos que viene de origen divino el elegir al obispo en presencia del pueblo, a la vista de todos, para que todos lo aprueben como digno e idóneo… Se ha de cumplir y mantener con diligencia, según la enseñanza divina y la práctica de los Apóstoles, lo que se observa entre nosotros y en casi todas las provincias: que, para celebrar las ordenaciones rectamente, allí donde ha de nombrarse un obispo para el pueblo, deben reunirse todos los obispos próximos de la provincia, y debe elegirse el obispo ante el pueblo, que conoce la vida y la conducta de cada uno, por convivir y tratar con él” (Carta 67, 3, 2; 4, 1; 5, 1).

También es inaudito hoy la testificación de San Celestino (422-432): “Ningún obispo sea dado a quienes no lo quieran. Búsquese el deseo y el consentimiento del clero, del pueblo y del orden establecido. Y sólo se elija a alguien de otra iglesia cuando en la ciudad para la que se busca obispo no se encuentre a nadie digno de ser consagrado (lo cual no creemos que ocurra)” (Carta de Celestino I a los obispos de Vienne, PL 50, 434).

El papa León Magno (440-461)a pesar de su mentalidad centralizadora (la concepción de la autoridad papal del Vaticano I está en los escritos de este papa), no eliminó el papel del clero y el pueblo para elegir obispos. Tenía claro que la elección comunitaria era “elección de Dios” y que “elegir sin contar con el pueblo es elegir sin contar con Dios”, según la feliz expresión de san Cipriano: “el mismo Dios manifiesta cómo le disgustan los nombramientos que no proceden de justa y regular elección, al decir por el Profeta: `se eligieron su rey sin contar conmigo´ (Os 8, 4)” (S. Cipriano, carta 67). Leamos tres textos de este Papa del siglo V:

  1. a) “Guardar las reglas de los Padres es esperar los deseos de los ciudadanos y el testimonio del pueblo, buscar el juicio de los honorables y la elección de los clérigos… Al que es conocido y aceptado se le deseará la paz, mientras que al desconocido de fuera habrá que imponerlo por la fuerza… Por ello, manténgase la votación de los clérigos, el testimonio de los honorables y el consentimiento del orden (cargo público) y del pueblo. El que debe presidir a todos debe ser elegido por todos” (Carta 10 PL 54, 632-634).
  2. b) “Declaramos que no le es lícito a ningún metropolitano ordenar obispos a su gusto, sin el consentimiento del clero y del pueblo. Ha de poner al frente de la iglesia de Dios a quien haya sido elegido por el consentimiento de la ciudadanía” (Carta 13. PL 54, 665).
  3. c) “Cuando haya que elegir a un obispo, prefiérase entre todos los candidatos a aquel que demande el consenso del clero y el pueblo… Y que nadie sea dado como obispo a quienes no le quieren o le rechazan, no sea que los ciudadanos acaben despreciando, u odiando, a un obispo no deseado, y se vuelvan menos religiosos de lo que conviene porque no se les permitió tener al que querían” (Carta 14. PL 54, 673

Comunión y Misión: un camino de la Iglesia en Brazil

10ª Asamblea Nacional de los Organismos del Pueblo de Dios en Brasil: expresión de sinodalidad

10ª Asamblea de los Organismos del Pueblo de Dios en Brasil

Lo que se busca con la Asamblea Nacional de los Organismos del Pueblo de Dios es fortalecer la unidad eclesial en la diversidad de carismas y vocaciones, en un clima de fraternidad y alegría ante la misión común a todos

«Son muy importantes y necesarios porque, además de ser integrales, abren caminos de experiencias muy ricas e importantes a segmentos del Pueblo de Dios necesarios y fundamentales para este nuevo camino, especialmente en la evangelización, dentro y fuera de la Iglesia. Por lo tanto, es un gran regalo»

«Hacer efectivo el proceso de participación, de los diversos sujetos eclesiales, contribuyendo a la toma de conciencia y al testimonio de comunión como Iglesia»

Por Luis Miguel Modino, corresponsal en Latinoamérica

«Comunión y Misión: un camino para la Iglesia en Brasil», es el tema de la 10ª Asamblea Nacional de los Organismos del Pueblo de Dios que se celebra este fin de semana, de 14 a 16 de octubre, en Brasilia. Un encuentro organizado por los seis organismos de comunión de la Iglesia en Brasil, que pretende continuar avanzando en el camino sinodal propuesto por el Papa Francisco como modo de ser Iglesia.

200 delegados de 6 organismos diferentes

Se espera la participación de unos 200 delegados de los organismos que reúnen a obispos (Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil – CNBB), sacerdotes (Consejo Nacional de Presbíteros – CNP), diáconos (Consejo Nacional de Diáconos – CND), religiosos y religiosas (Conferencia de Religiosos de Brasil – CRB), consagrados seculares (Conferencia Nacional de los Institutos Seculares de Brasil – CNISB) y cristianos laicos (Comisión Nacional del Laicado Brasileño – CNLB).

Lo que se busca con la Asamblea Nacional de los Organismos del Pueblo de Dios es fortalecer la unidad eclesial en la diversidad de carismas y vocaciones, en un clima de fraternidad y alegría ante la misión común a todos. Dentro del actual contexto social, político y eclesial que vive Brasil, marcado por la cada vez mayor polarización, el encuentro, en el que se profundiza en diferentes temas, es una oportunidad para mostrar una toma de postura ante las situaciones por las que pasa el país, algo que se espera sea recogido en el «Mensaje Final».

Un gran regalo

El presidente del episcopado brasileño considera un don de Dios a los organismos del Pueblo de Dios. Según Mons. Walmor Oliveira de Azevedo, como recoge la propia CNBB: «Son muy importantes y necesarios porque, además de ser integrales, abren caminos de experiencias muy ricas e importantes a segmentos del Pueblo de Dios necesarios y fundamentales para este nuevo camino, especialmente en la evangelización, dentro y fuera de la Iglesia. Por lo tanto, es un gran regalo».

Estas asambleas comenzaron a ser celebradas en 1991, teniendo su inspiración en el Concilio Ecuménico Vaticano II, que cumplió 60 años de la abertura de sus trabajos este 11 de octubre, más concretamente en la nueva configuración eclesial propuesta por Lumen Gentium, una de las constituciones dogmáticas más importantes del último concilio. Al mismo tiempo, las Asambleas Nacionales de los Organismos del Pueblo de Dios cumplen lo aprobado por los Obispos de Brasil en el Documento 105 – «Los cristianos laicos en la Iglesia y en la sociedad – ‘Sal de la tierra y luz del mundo’ (Mt 5, 13-14)».

Proceso de participación efectivo

Un documento en el que se afirma el objetivo de «hacer efectivo el proceso de participación, de los diversos sujetos eclesiales, contribuyendo a la toma de conciencia y al testimonio de comunión como Iglesia, haciendo regulares las Asambleas Nacionales de los Organismos del Pueblo de Dios».

Todo ello en busca de una mayor y mejor reflexión que ayude a concretar en las bases, en la vida de todos los bautizados, en el Pueblo de Dios, una Iglesia más participativa y corresponsable, donde la vocación de cada uno, las diferencias, sea motivo de enriquecimiento mutuo y de un mejor camino en común.

La Iglesia es el Pueblo de Dios

El Papa: «La Iglesia no es una élite de sacerdotes y consagrados»

El Papa avisa de que la Iglesia no es «una élite» de sacerdotes y consagrados y ha instado a redescubrir los frutos del Concilio Vaticano II porque hay que «salir de la lógica del siempre se ha hecho así'» y del «reduccionismo» que acaba por querer «enmarcarlo todo siempre en lo ya conocido y practicado».

«Estamos en un camino, y una etapa fundamental de este camino es la que estamos viviendo con el Sínodo, que nos pide salir de la lógica del ‘siempre se ha hecho así’, de la aplicación de los mismos esquemas de siempre, del reduccionismo que acaba por querer enmarcarlo todo siempre en lo ya conocido y practicado», destaca el Pontífice en el prólogo del libro ‘Juan XXIII. Un Concilio para el mundo’, publicado por la editorial Bolis sobre el Concilio Ecuménico Vaticano II, impulsado por Juan XXIII y llevado a término por San Pablo VI.

Según señala el Papa en este texto publicado con antelación por el diario ‘La Stampa’, este concilio «no ha sido aún plenamente comprendido, vivido y aplicado». Con todo, señala como frutos de la reunión eclesial, de la que se cumplen 60 años, «la importancia del pueblo de Dios», que figura como «categoría central en los textos conciliares, recordada nada menos que ciento ochenta y cuatro veces».

«Esto nos ayuda a comprender que la Iglesia no es una élite de sacerdotes y consagrados y que cada bautizado es un sujeto activo de la evangelización», subraya.

Del mismo modo, alerta del «riesgo de caer en la tentación del desánimo y del pesimismo» cuando la Iglesia fija la mirada «en los males que afligen al mundo en lugar de mirar al mundo con los ojos de Jesús». «Es decir, considerándolo un campo de cosecha, donde podemos sembrar con paciencia y con esperanza», concluye

Vox populi, vox Dei

Vox populi, vox Dei: La síntesis final del proceso sinodal español

Papa Francisco y la primavera
Papa Francisco y la primavera

«Ningún jerarca del mundo mundial por muy carca que sea puede oponerse a la voluntad expresada masivamente por lo que Francisco llama ‘el santo pueblo de Dios’. No en vano desde antiguo se sostiene en la Iglesia que ‘vox populi, vox Dei'»

«El pueblo de Dios, cuando le dejan hablar los curas, se pronuncia jaleado por el Espíritu Santo»

«Lo que pidieron básicamente es ‘descongelar el Concilio’, metido en el congelador del miedo por los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI»

«¿La jerarquía ha podado el sínodo español? Podado no, pero sí recortado, pulido y limado. No lo ha podado del todo, pero ha hecho todo lo posible para atemperar la parresía del pueblo santo de Dios»

Por José Manuel Vidal

Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, uno de los cardenales más libres y proféticos del colegio cardenalicio (por eso, desde la Curia quisieron ‘lincharle’ con falsas acusaciones de corrupción), sostiene que el Papa Francisco, tras años de lucha contra el poder curial enquistado en Roma, llegó a la conclusión de que, para remover su inmovilismo y vencerlo definitivamente, tenía que utilizar la palanca del ‘santo pueblo de Dios’.

Y es que ningún jerarca del mundo mundial por muy carca que sea puede oponerse a la voluntad expresada masivamente por lo que Francisco llama ‘el santo pueblo de Dios’. No en vano desde antiguo se sostiene en la Iglesia que ‘vox populi, vox Dei’. Y, por eso, lanzó un Sínodo de la sinodalidad (su Concilio, sin llamarlo Concilio) de dos años de duración, que va a involucrar a toda la cristiandad en tres etapas: diocesana, continental y universal.

vox populi, vox Dei

Y la estrategia dio resultado, porque el pueblo de Dios, cuando le dejan hablar los curas, se pronuncia jaleado por el Espíritu Santo. Como muestra, el botón español, con una Iglesia envejecida y mal vista por el resto de la sociedad, pero también con arrestos suficientes en sus bases, para seguir proponiendo el sentido evangélico a la gente y rompiéndole el espinazo al clericalismo omnipresente en nuestro país, con un clero convertido en casta funcionarial, que no quiere dejar sus privilegios ancestrales por nada del mundo.

Como la mayoría del clero (sobre todo el clero joven de menos de 45 años) no cree en el proceso sinodal, dejó el campo libre a los laicos más comprometidos. Y los obispos, incluso los más conservadores, no se atrevieron a decir no abiertamente al proceso. No lo promovieron, pero tampoco lo prohibieron.

En esos pequeños entresijos de libertad, más de 200.000 miembros del Sínodo se reunieron, se escucharon, compartieron, convivieron y hablaron de los cambios y reformas que quieren, para intentar conseguir esa Iglesia evangélica, samaritana y en salida con la que sueñan desde hace décadas, cuando se truncó aquella primera primavera del Concilio Vaticano II.

Y lo que pidieron básicamente es “descongelar el Concilio”, metido en el congelador del miedo por los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y en sus propuestas volvieron a rescatar la vieja corresponsabilidad conciliar apenas sin estrenar entre nosotros, pero también peticiones mucho más concretas, como el sacerdocio de la mujer, el celibato opcional para los sacerdotes, la acogida sincera y sin condiciones a las personas lgtbi o a las divorciados vueltos a casar e, incluso, la recuperación para el ministerio de los curas casados o la raparación integral de las víctimas de los abusos del clero.

Concilio Vaticano II

Por eso, los informes sinodales de muchas diócesis (tan dispares en términos eclesiales como Barcelona, Zaragoza, Madrid o San Sebastián) estaban redactados con un lenguaje profético y lleno de parresía, sin rodeos, sin circunloquios, con claridad, sencillez y transparencia. Una apuesta clara y radical por las reformas de Francisco para la Iglesia.

Pero todos estos informes diocesanos tuvieron que pasar por el filtro de la síntesis hecha por la Conferencia episcopal. Y llegaron las rebajas. Rebajas en el tono, en la forma y en el fondo. Y todo volvió a ser mucho más clerical.

En la síntesis nacional ya sólo se habla de codecisión de los laicos, acogida a divorciados y un pequeño guiño hacia el celibato opcional.

También pide la síntesis una mayor presencia de la mujer en la Iglesia, pero ya ha desaparecido la petición del ministerio sacerdotal femenino, la aceptación de todo tipo de familia o la acogida y ‘bendición’ del colectivo homosexual.

¿La jerarquía ha podado el sínodo español? Podado no, pero sí recortado, pulido y limado. No lo ha podado del todo, pero ha hecho todo lo posible para atemperar la parresía del pueblo santo de Dios. Y, por si caso, ha querido dejar bien claro que esas propuestas más avanzadas sobre el celibato opcional o el acceso de la mujer al altar “sólo se plantearon en algunas diócesis y por un número reducido de personas”.

Primavera de Francisco
Primavera de Francisco

Era tan de esperar esta maniobra de ‘afeitado’ que los mismos participantes en el proceso sinodal español ya planteaban su “desconfianza de que lleguen las aportaciones” al Papa. Porque conocen bien el paño clerical. Pero Francisco también lo sabe, conoce a la perfección la querencia a tablas del morlaco clerical y es perfectamente consciente de que el ‘santo pueblo de Dios’ ha hablado y le ha dado una aplastante aprobación a sus reformas. Porque nadie puede parar la primavera en primavera, sobre todo si viene en alas del Espíritu, que sopla y alienta en el corazón del pueblo santo de Dios: Vox populi, vox Dei.

«Curia romana, todo el pueblo de Dios»

Anunciad el evangelio (III):  Una iglesia post-jerárquica, post-colonial y post-capitalista

El Papa y la Curia romana
El Papa y la Curia romana

En la línea de las dos «postales» anteriores sigo tratando de la “Constitución apostólica”  «Praedicate Evangelium» que establece (instituye) la identidad y tarea de la Curia de Roma al servicio de la iglesia

Esta Constitución no se dirige sólo a los miembros de la Curia Romana, sino a todos los cristianos, insistiendo en en el evangelio como buena noticia de Dios, revelada (encarnada) por Cristo en el mundo. Como toda institución, la Curia Romana ha tendido a “cerrarse” al servicio de sus intereses, como he puesto de relieve en las dos  postales anteriores. Para superar ese “cierre”, Francisco sigue empeñado en un  Iglesia en Salida

            Desde ese fondo ofreceré una reflexión en tres momentos. (a) Curia romana, todo el pueblo de Dios. (b) Una  una iglesia post-jerárquica, post-colonial y post-capitalista. (c) Unas anotaciones para el camino

«El organigrama jerárquico de la iglesia actual es más propio de un sistema burocrático sacral y estamental que de una comunión de seguidores de Jesús. Sólo así se entiende el hecho de que ordene ministros en sí (presbíteros sin comunidad, obispos sin iglesia),  como expresión de honor y cambio de estado (elevación estamental)» 

Por | Xabier Pikaza teólogo

(A) CURIA ROMANA E IGLESIA: DOS LINEAS, UN  CAMINO

Como he dicho, las instituciones eclesiásticas tienden a cerrarse y tomarse como fin en sí mismas; surgen para realizar unos servicios, pero corren el riesgo. Empiezan para servicio del evangelio, pero terminan sirviéndose a sí mismas. En contra de eso, en esta Constitución (Praedicate Evangelio) el Papa Francisco es que la Curia esté al servicio del evangelio. Es un tema y tarea difícil, pues como he puesto de relieve en las “postales” anteriores, la Curia Roma ha seguido aumentando poderes, incluso a pesar (y en contra) del NT y del Vaticano II.             

A diferencia de algunos que quisieran que el mismo Vaticano renunciara a sus “poderes” y se disolviera, tras 500 años (o 1000) años de “servicio”, el Papa Francisco  quiere que el cambio se realice en dos planos complementarios: (a) Por una transformación oficial del Vaticano. (b) Y por un cambio o reforma radical del conjunto de la iglesia.

 ¿Camino de transformación oficial?.

El Vaticano ha mantenido una actitud tradicional de poder: insiste en el sistema y actúa como «estado religioso unificado», hacia dentro y hacia fuera, con “nuncios” ante todas las naciones, nombramiento directo de obispos, con una formación presbiteral en seminarios “superiores”, con un celibato de poder, exclusión de mujeres etc.  La iglesia de este Vaticano es una sociedad jerárquica, colonial y “capitalista” (con un capital que no es simplemente económico, sino de primacía de poder y “verdad” (una infalibilidad extendida).

La despedida de Benedicto XVI

Mirando las cosas de un modo quizá parcial, este modelo se encuentra a mi entender ya seco, y así me atrevo a confesarlo después de trabajar durante casi treinta años a su servicio, de un modo muy intenso, como profesor de un “seminario” y facultad de teología, en la formación de estudiantes para el presbiterado, es decir, para la “jerarquía, el colonialismo eclesial y la “capitalización múltiple” de la iglesia.

Tras 30 años de trabajo muy intenso sentí que ese modelo estaba ya acabado (al menos en occidente), por el anquilosamiento de la doctrina, la escasez (y problematicidad) de las vocaciones “jerárquicas, desligadas de sus comunidades, separadas de la vida y crecimiento real de los cristianos.

Tuve la certeza de que vocaciones ministeriales han de surgir y cultivarse desde el interior de las comunidades cristianas, que son semillero (seminario) para aquellos que sean encargados de realizar tareas de evangelio varones o mujeres, célibes o casados, sin desligarse de su entorno y su trabajo humano, tras un tiempo de maduración y prueba, reasumiendo de forma no patriarcal la inspiración de las Cartas Pastorales de Pablo.

Tuve la certeza de que el verdadero cambio tiene que venir del mismo evangelio, vivido y actualizado en las comunidades cristianas. El primer cambio no puede venir de “arriba” (de un tipo de Roma Curial),  sino de la “palabra vivida”, esto es, de la buena nueva del evangelio.

Seis años con un Papa emérito - InfoVaticana

La forma actual de preparar ministros en general y para todo (para celebración y enseñanza, dirección comunitaria y servicios sociales…), elevándoles de nivel al “ordenarles” (=organizarles)  de presbíteros (y más aún de obispos), sin referencia a una comunidad concreta en la que puedan compartir la fe, me pareció en principio carente de sentido y contraria no sólo al evangelio, sino al mismo Concilio Vaticano y a las necesidades de la Iglesia.

¿Un camino extra-oficial, es decir extra-vaticano?

Hay comunidades que empiezan a reunirse y vivir el Evangelio por sí mismas, sin un presbítero oficial, suscitando desde abajo sus propios ministerios de celebración y plegaria, servicio social y amor mutuo etc, como al principio de la iglesia. Son comunidades que han comenzado a compartir la Palabra y celebrar el Perdón y la Cena de Señor sin contar con un ministro ordenado al estilo tradicional, pero sin haber roto por ello con la iglesia católica, sino todo lo contrario, sabiéndose iglesia.

Estos «ministros» pueden recibir nombres distintos: a veces se les llaman colaboradores, otra son auxiliares o párrocos seglares, otras asistentes pastorales… Lo del nombre es lo de menos. Más importante es el hecho de que algunos están “reconocidos” y realizan funciones oficiales: todo lo del presbítero menos «consagrar» y «absolver» de manera solemne. Otros no necesitan (o no piden) ese “reconocimiento, de forma que empiezan a ser cristianos “católicos” extra moenia ecclesiae (fuera de los muros de la iglesia, pero no fuera de la iglesia, que no debía tener ese tipo de muros).

Sínodo de los Obispos ¿qué es el sínodo de los obispos?

 Las comunidades que actúan de esta forma carecen de visibilidad oficial (no tienen comunión ministerial externa), pero pueden estar en Comunión real con el conjunto de la iglesia. Ellas son, por ahora,  pequeñas y frágiles, pero estoy convencido de que van a multiplicarse, eligiendo sus ministros (varones o mujeres), para un tiempo o para siempre, conforme a la palabra de Mc 9, 39 no se lo impidáis. Desde el momento en que el sistema sacral pierde fuerza, ellas pueden elevarse, creando una comunión o federación de iglesias,  como al principio del cristianismo.

Esquizofrenia eclesial: La Iglesia complaciente vs la Iglesia en periferia

Teológicamente hablando, estas comunidades no integradas (por ahora) en el orden oficial de la Gran Iglesia no plantean dificultades. Así nacieron al principio las iglesias del NT, así  eligieron sus ministros, así se federaron formando unidades mayores. Por ahora, la Gran Iglesia no admite ese modelo, pero lo hará pronto, no sólo por la fuerza de los hechos sino, por la misma evolución de sus ministerios oficiales, que irán perdiendo sacralidad sacerdotal (carácter jerárquico) para convertirse en servicios comunitarios de carácter flexible, desde el interior de las mismas comunidades. De esa forma se irá acercando la iniciativa del pueblo cristiano y la tradición de las grandes iglesias, en un camino de re-forma cristiana que nadie puede asegurar o fijar de antemano.

El organigrama jerárquico de la iglesia actual es más propio de un sistema burocrático sacral y estamental que de una comunión de seguidores de Jesús. Sólo así se entiende el hecho de que ordene ministros en sí (presbíteros sin comunidad, obispos sin iglesia),  como expresión de honor y cambio de estado (elevación estamental). Muchos de esos ministros absolutos (sin comunidad o iglesia), mantienen un carácter difícil de precisar y muchos piensan (pensamos) que hay que volver volvamos a los primeros tiempos de la iglesia, que en el siglo V (Concilio de Calcedonia, año 451) prohibía la ordenación en sí, sin referencia a una iglesia. Un ministro cristiano que pierde o abandona su comunidad o tarea ministerial dentro de una comunidad o iglesia ipso facto deja de ser ministro, sin necesidad de dispensa o «reducción al estado laical» (que es una terminología no cristiana).

(B) HACIA UNA IGLESIA POST-JERÁRQUICA, POST-COLONIAL Y POST-CAPITALISTA.

            Partiendo de lo anterior,   quiero destacar tres rasgos significativos de la nueva Iglesia que llamaré post‒colonial, post‒capitalista y post‒religiosa.   

1.Iglesia no jerárquica, Hermanos y amigos 

‒ Tema de fondo. A lo largo del segundo milenio, desde la Reforma Gregoriana, la Iglesia se ha encontrado dominada por un tipo de estructura “colonial” de poder sagrado, impuesto (administrado) por papas, obispos y presbíteros. Los hombres parecían sometidos a Dios, los cristianos eran súbditos de una Iglesia poderosa que les liberaba del pecado y les ofrecia indulgencias y tesoros de gracia. Pues bien, los nuevos cristianos descubren, con el evangelio, que ellos no son súbditos de Dios, ni “dependientes” de una Iglesia, que se ocupa de ellos para salvarles desde arriba, sino que han sido y son liberados por el mismo Dios de Cristo para la libertad (cf. Gal 5, 1‒15). Este descubrimiento de la libertad para el amor abre un camino que aún no ha culminado (2022). 

2. Iglesia no colonial.

En la línea anterior En esa línea debemos superar toda apariencia de colonización, de superioridad del clero sobre los “simples” fieles, de los hombres sobre las mujeres etc. Eso implica un ordenamiento distinto de Iglesia, sin poder jerárquico, ni imposición patriarcal, en igualdad real de varones y mujeres, como testimonio e impulso universal de comunión de fe (confianza mutua) y de vida (afecto, economía), tal como lo propuso el evangelio de Mateo (cf. Mt 18, 15‒20 y 23, 8‒13).

No se trata pues sólo de superar un tipo de jerarquía clerical o de que las mujeres accedan a los ministerios de la comunidad, sino de crear comunidades liberadas en fe y gratuidad, desde los excluidos del sistema de poder, compartiendo la vida como experiencia de amistad (cf. Jn 15, 15), en un camino de resurrección (vivimos en Dios viviendo en los otros, por Cristo). Se trata de ser‒crear comunidades para el amor gratuito, cercano, intenso, generoso, en la línea de Cristo, en comunión de amor con todas las comunidades del mundo, en red misionera de anuncia y principio del Reino.

3. Iglesia no capitalista

El colonialismo clásico (de estados)  parece haber terminado, pero corremos el riesgo de caer en un tipo de colonialismo aún más peligroso, de tipo económico. 

El marxismo del siglo XX quiso oponerse a ese modelo creando un movimiento de “comunismo” que en su forma externa ha fracasado, por razones económica, militaristas e ideológicas.  En esa línea, el fin de las dictaduras soviéticas europeas (1989/1990), pero no ha resuelto los problemas del mundo,  con millones de nuevos hambrientos y con el éxodo de parte de sus poblaciones empobrecidas, ante la nueva situación de los mercados. 

1. En ese fondo se sitúa el reto quizá más intenso de la Iglesia nuestro tiempo (2022): el surgimiento de una humanidad redimida para el amor, que no esté ya dominada por una igleia entendida como poder religioso, stado, ni por un capitalismo del Mercado, sino abierta a la comunión universal y concreta de la vida, en línea de evangelio, no en forma general (de inmensos grupos), sino en formas y caminos de comunicación directa entre creyentes.

En esa línea, debemos añadir que la Iglesia no es una simple entidad benefactora (que da bienes desde fuera a los más pobres), sino una comunidad de creyentes, reunidos en nombre de Jesús y liberados por Dios para el amor mutuo. No basta “dar cosas”, sino que es necesario darse y compartir, desde y con los pobres y excluidos. Por eso, la palabra transcendente de la Iglesia sólo puede pronunciarse y sólo alcanza sentido allí donde los cristianos se implican de un modo personal en el surgimiento de un tipo de vida distinta, promoviendo caminos y tareas de comunión real de bienes y palabra, de vida y esperanza, entre los hombres y los pueblos, más allá de Mammón (capital divinizado) que Mt 6, 24 presenta como poder anti‒divino (es decir, anti‒eclesiástico).

Iglesia en salida

Actualmente, el mundo parece unido sólo por el capital y el mercado, que son el papa y la iglesia de la nueva humanidad. Pues bien, en contra de eso, resulta necesario relanzar desde el evangelio una “cruzada” distinta, de comunión en el amor de todas las comunidades cristianas, al servicio de la comunión de vida (¡en el mundo y camino de vida!) de todos los hombres y los pueblos. En esa línea, la misión nueva de la iglesia acaba de empezar

4. ¿Iglesia religiosa o iglesia evangélica?

 Desde el siglo III‒IV d.C., la Iglesia ha venido a configurarse, en general, como religión establecida, en línea de poder sacral. Pues bien, ese momento de sacralización religiosa del cristianismo parece estar llegando a su fin. Actualmente, son muchos los hombres y mujeres que abandonan la Iglesia, para cultivar un tipo de religión intimista o para olvidar y/o marginar toda experiencia religiosa, en un mundo cada vez más secularizado, sin más Dios que el bienestar inmediato y el dinero.

Todavía no podemos valorar el alcance y consecuencias de ese rechazo, ni su extensión en los diversos pueblos y culturas, pero es evidente que el reto es muy fuerte y que la Iglesia puede y debe superar un tipo de religiosidad establecida para volver a la raíz del evangelio, no para crear un nuevo poder de iglesia, sino para que los hombres y mujeres puedan compartir una experiencia de amor solidario, creciendo así en humanidad y experiencia de vida.

2. Abandonar ciertos elementos de poder religioso, para ser iglesia de evangelio. En los años que siguieron al Concilio (1962‒1965) eran muchos los que defendían la necesidad de superar la estructura religiosa que el cristianismo había recibido a lo largo de los siglos, y éste es para algunos analistas el mayor de los problemas actuales de la Iglesia: La posibilidad (necesidad) de separar el cristianismo de la religión y de recrear una Iglesia de evangelio, sin poder establecido.  Toda nuestra reflexión desde el Vaticano II (1962‒1965), con los últimos papas, nos ha situado ante esa pregunta: ¿Iglesia como religión establecida o iglesia como evangelio, pero sin religión?

Iglesia sin poder

   En estas pequeñas reflexiones sobre la Constitución de la Curia Romana, no puedo responder a esa pregunta, y así termino aquí mi reflexión, dejando que los mismos lectores respondan, invitándoles de nuevo lectores a volver al principio, es decir, a la experiencia de Jesús y su evangelio. Lo que sucederá en el futuro ya no es cosa de decirlo aquí, en forma de libro, sino que pertenece al despliegue del Espíritu de Dios y a la creatividad de los creyentes en la Iglesia. Tengo la impresión de que he dicho en este libro algunas cosas importantes, que pueden ayudar a los lectores a situarse ante ese tema, descubriendo y abriendo caminos para resolverlo. Pero el modo concreto de hacerlo (lo más importante) queda pendiente, de forma que deberán (deberemos) realizarlo todos los cristianos que nos sintamos vinculados a la Iglesia católica en un camino de transformación según el Evangelio, como parece querer el Papa Francisco. 

(C) ALGUNAS ANOTACIONES PARA ESE CAMINO.  

En este momento, 2022, al comienzo del tercer milenio de la Iglesia, quedan pendientes o abiertas numerosas cuestiones, que deben plantearse de un modo radical, aunque su solución tarde en lograrse. Entre ellas, miradas desde la perspectiva del Papa y la curia Vaticana (desde la perspectiva de la Constitución que ha proclamado el Papa Francisco, las más significativas son a mi entender las siguientes: 

1.Reforma (¿supresión?) de la Curia Vaticana en su forma actual

Recién elegido, en abril del 2013, Francisco nombró con ese fin una comisión de cardenales, llamada coloquialmente G8 (grupo de los 8), que se ha venido reuniendo con regularidad, sin haber alcanzado conclusiones significativas. La organización del Vaticano, como residencia papal y sede de los organismos de gobierno de la iglesia romana, es relativamente moderna, pues comenzó tras el retorno de Aviñón, a finales del XIV, y sólo se estabilizó con su basílica y plaza, con sus palacios, museos y oficinas, en los siglos siguientes (del XVI en adelante).

Actualmente empieza a cuestionarse el mismo hecho del Estado Vaticano, y muchos piensan que la Iglesia debería renunciar unilateralmente su misma existencia, devolviéndolo a Italia para así expresar y realizar mejor su misión, no sólo porque las condiciones político‒sociales de la actualidad son muy distintas de las que había en su fundación (año 754), sino por radicalidad evangélica. Para ser católica, la Iglesia no necesita un Estado, con nunciaturas (embajadas), congregaciones, y funcionarios como los actuales. Un primer signo en esa línea podría ser no sólo la vuelta del Papa y de su grupo de “animador” a la sede de la Iglesia romana, que hasta el siglo XIV estuvo en Letrán, sino la búsqueda de un tipo distinto de “animación de la Iglesia en amor” (cf. Ignacio, Ad RomIntroducción), sin necesidad de una independencia estatal, ni medios económico‒sociales de poder como los que tiene hoy.

Ciudad del Vaticano

2. Sin poder patriarcal ni jerarquía de género.

El estilo de gobierno del papado y de la iglesia católica actual (2022) sigue siendo patriarcalista (no evangélico), pues sólo los varones pueden ser obispos y presbíteros en ella. Ciertamente, algunos (pocos) teólogos (y bastantes obispos) esgrimen argumentos ontológicos (de naturaleza) para mantener la situación, diciendo que sólo los varones como tales pueden ser ministros de un Cristo varón. Pero ellos resultan bíblica y teológicamente desafortunado, como he destacado al ocuparme de los últimos papas (Pablo VI, Benedicto XVI), pues no deriva del mensaje de Jesús ni de la vida de la Iglesia, sino de las condiciones socio‒económicas y antropológicas del siglo II dC, que actualmente han cambiado.

  Posiblemente, la superación del patriarcado no es el mayor problema de la Iglesia, pero es importante, y nos lleva hasta las raíces del movimiento de Jesús, pues sin la igualdad radical de vida y ministerio de varones y mujeres no puede hablarse de reforma de iglesia ni de apertura a un futuro de transformación mesiánica. No se trata de un simple cambio de organigrama, sino de una transformación de fondo de las comunidades, desde la experiencia de comunión liberadora de Jesús, a partir de los pequeños y excluidos, pues la autoridad de la Iglesia no jerárquica (como un “ordo” social helenista o romano), sino de identidad personal, en línea de evangelio.

3. Poder económico. La economía ha estado al fondo de los problemas de Iglesia en los últimos siglos, desde la fundación de los Estados Pontificios (s. VIII) y en especial desde las crisis del XIII-XV, cuando los papas (Juan XXII) no sólo condenaron un tipo de franciscanismo radical (cosa que podía tener cierta razón), pero convirtieron su iglesia (Vaticano) en centro bancario importante de la nueva Europa, en una línea que no es cristiana. En la actualidad (siglo XXI) el problema del “dinero” del Vaticano es complejo y tiene matices que deberían precisarse mejor, pero es evidente que, en un plano cristiano, hay que actuar de un modo radical, apelando a principios de evangelio, como prometía la Comisión para asuntos económicos, creada por el Papa Francisco el año 2014, que no ha dado por ahora frutos significativos.

            Actualmente, la organización de la Curia y el mantenimiento del Estado Vaticano necesitan un soporte económico, que, ciertamente, no es inmenso, en comparación con algunas corporaciones multinacionales, pero resulta considerable y ha sido causa de escándalos en los últimos decenios, como es normal dentro de un organismo que se dice cristiano, pero que está vinculado a la banca mundial, y tiene además unos problemas añadidos, por su tipo de gestión, inclinada al secreto y al mal paternalismo. Éste es un problema de fondo, que no se arregla con pequeñas reformas, pues está vinculado a la misma constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano, y puede (debe) exigir incluso que desaparezca, pues la encarnación de la iglesia en el mundo de los pobres (desde y para todos) es muchísimo más importante que la existencia del Estado Vaticano. 

             Por eso, las propiedades económicamente significativas de la iglesia (edificios, colegios, hospitales, casas de caridad…) no pueden inmatricularse a nombre de la iglesia como tal, sino que han de hacerse a nombre de fundaciones autónomas de cristianos, con el fin de compartir y animar unos bienes y unas obras de evangelio, sin ánimo de posesión ni de lucro.  

Ciertas iglesias tienen de hecho una gran riqueza de bienes patrimoniales y artísticos (templos, objetos de arte), aunque la mayoría son poco rentables y se están convirtiendo en museos, gestionados por sociedades civiles (o estados), como bienes culturales, sin finalidad de lucro. En esa línea debemos añadir que la Iglesia en cuanto tal ha de asumir un camino radical de pobreza (no en el sentido de no-tener), como experiencia radical de gratuidad, comunión y servicio a los necesitados (en la línea de Mt 25,31‒46), sin capitalizar, ni utilizar el dinero de un modo financiero (en clave de usura, condenada por los concilios de Letrán del siglo XII).   Quedan, sin duda, muchos problemas pendientes, pero sólo en un camino de evangelio pueden resolverse, siempre que la Iglesia vuelva al principio de Jesús y deje de ser una estructura de poder económico, en línea de capitalismo, conforme a la palabra de Mt 6, 24 (no podéis servir a Dios y a Mammón).

Celibato
Celibato

4. Poder ministerial, vida afectiva y misión del clero. El problema fundamental para la iglesia católica vino dado en torno al año mil, con la crisis de identidad del paso del milenio, que se resolvió con la Reforma Gregoriana, en línea de jerarquía y superioridad papal, con el establecimiento de unos ministerios fuertes, con gran autoridad sacramental y social, en una línea feudal que más que evangélica. Pues bien, ahora, pasados mil años desde aquella reforma, el tema de los ministerios puede y debe replantearse, no sólo por imperativos externos (pérdida de poder civil del clero, posible riesgo de pederastia…), sino por la dinámica interior del mismo evangelio, con la vuelta a los orígenes y la nueva conciencia eclesial de las mujeres, en línea de comunión personal de todos (varones y mujeres), desde los más pobres y excluidos, al servicio de la nueva humanidad de Cristo.

Hay muchos problemas de fondo, pero en este campo se ha vuelto dominante y en algún sentido patológico el escándalo de la pederastia de una parte pequeña, aunque significativa, del clero, como lo muestra el hecho de que la Congregación para la Doctrina de la Fe se haya vuelto en la práctica una Comisión Anti‒pederastia, con “nuevos programas piloto” para resolver los casos. Pues bien, el tema de fondo no es la posible pederastia de algunos, sino la forma en que el clero se ha constituído como instancia de poder, en línea jerárquica y endogámica (de “clase” especial), como si el “pecado” de un clérigo particular fuera sea pecado y responsabilidad (incluso económica) de toda la Iglesia.   

 A través de una historia compleja (contraria al evangelio) los ministros de la Iglesia se han vuelto “jerarquía superior sagrada” (de tipo patriarcal, masculino), con su identidad especial de cuerpo endogámico y su poder sobre el “resto” de los fieles. Más aún, desde el comienzo del segundo milenio, el Papa ha retenido el poder de nombrar, dirigir y remover a todos los obispos de la iglesia romana (y por ellos al resto del clero), imponiendo además el celibato sobre el conjunto de los ministros, para insistir de esa manera en su separación y elevación sobre el el resto de los cristianos. De esa forma, los obispos se han vuelto delegados del Papa de Roma, que actúa como super‒obispo y que, a través de la Congregación de los Obispos, dirige la estructura y funcionamiento de todas las iglesias.  

Pues bien, en este campo es necesario que las comunidades recuperen no sólo la libertad original del evangelio, sino su forma de organizarse y ordenar los ministerios, de manera que los ministros, varones o mujeres, presbíteros u obispos, no estén por encima del resto de los creyentes, sino que ejerzan una función importante al servicio de todos. Por otra parte, no se trata de “romper los lazos con Roma”, sino de crear comunidades vivas y autónomas, unidas en red de amor con las restantes comunidades cristianas, en unidad y colaboración con las demás iglesias, con ministros que broten de las mismas comunidades, varones o mujeres, célibes o vinculadas a otras formas de comunión personal y afectiva

Teología de la liberación

              No se trata de introducie pequeños cambios o de permitir unas ligeras variantes retóricas (misas en latín o de espalda al pueblo), sino de recuperar y desarrollar la libertad evangélica y la comunión de vida en la celebración de los signos del Reino, desde el interior de la misma liturgia de la vida, no como gesto separado de ella, sino como expresión de la autoridad recreadora de la vida en común, en línea de evangelio. No ha de empezarse pidiendo permiso a la Congregación del Cultos para cambiar algún tipo de ceremonia formalista, sino asumiendo la libertad cristiana, propia de todos aquellos que acogen el evangelio y quieren celebrar (actualizar) el misterio y tarea de Jesús en el agua del renacimiento humano y el pan compartido de la comunidad, en apertura a todos los hombres, en especial a los pobres.

5. Ruptura cristiana, nuevo nacimiento de la Iglesia.

 Conforme a todo lo anterior, no estamos en un momento de escisión, como en el siglo XI ( cuando se separaron las iglesias de oriente y occidente), ni de reforma, como en la gregoriana del siglo XI‒XII o en la luterana (del siglo XVI), sino ante un reto y camino de nueva creación cristiana, de misión evangélica y creación de Iglesia, con lo que ello exige de ruptura institucional y personal. 

‒ En el principio de la iglesia está el gesto de Jesús que abandona su “buena familia” (comunidad) de ley, para plantar su casa entre los pobres y excluidos del sistema (enfermos, posesos, pecadores). Jesús y sus discípulos dejaron el orden de los sabios, buenos militares de la liberación (celotas), puros y perfectos (fariseos, esenios), para hacerse hermanos de los excluidos, e iniciar con y para ellos la “edificación” de una iglesia, es decir, de comunidades liberadas desde y para el evangelio, que es la buena nueva de la libertad para el amor de Cristo. Su nueva actitud no fue un simple rechazo, para aislarse del mundo, sino un paso adelante hacia la universalidad, reconociendo la presencia y don de Dios en aquellos que no importan ni cuentan en las estadísticas, pues se encuentran fuera de la gran sociedad triunfadora, que se instituye a partir de su su riqueza, pureza social o “nobleza”. De manera consecuente, para mantenerse fiel al evangelio, la iglesia debe levantar su tienda actual y moverse a la periferia del sistema: romper su vinculación con las estructuras de poder, sus ventajas diplomáticas y sociales, para sentarse en la calle de la vida (sin casas nobles, sin edificios principescos), con Jesús y sus primeros discípulos, creando familia en gratuidad universal, por encima de las leyes del sistema socio‒económico dominante.

‒ Esta es una ruptura de comunicación orante, es decir, de nueva interioridad. Hay una “comunicación del sistema”, que se expresa en forma de representación ideologizada, como espectáculo circense, gran teatro del mundo, organizado por los medios (radio, internet, televisión). Nos hallamos actualmente en el centro de una gran sociedad mediática, inmersos en una especie de “nueva conciencia colectiva” que puede ayudarnos a mantener contactos múltiples con personas o instituciones de muy diverso tipo, pero siempre en un nivel superficial de fachada, de pantalla de móvil o celular, de tablet u ordenador (PC). Pero la palabra de la iglesia debe superar ese nivel de pantalla y conducirnos con Jesús al lugar de la ruptura orante, al encuentro personal con Dios y a la comunión personal con otros seres humanos en concreto. Jesús rechazó el sistema de culto (sacrificios, ritos nacionales), para dialogar con Dios desde la vida, en comunión directa con los hombres y mujeres de su entorno. Ciertamente, la iglesia actual habla de oración, pero a veces parece que le tiene miedo. La mayoría de los templos cristianos de occidente se han cerrado o son para turistas. Muchos orantes buscan recetas o modelos orientales, como si la fuente de misterio de la iglesia su hubiera secado: no hay apenas varones contemplativos y las admirables mujeres de las grandes tradiciones monacales (benedictinas, franciscanas, carmelitas) viven cerradas en clausuras legales, bajo el dominio de clérigos no orantes y su influjo no parece grande en el conjunto de la iglesia…

Iglesia del pueblo

‒ Esta ruptura debe vincularse a la  apertura concreta hacia los pobres o excluidos, acogiendo y compartiendo su palabraEsos pobres o excluidos no valen por sistema, espectáculo u organización, sino por ellos mismos: como dignos de amor, presencia del Cristo (como sabe Mt 25, 31‒46). Frente al Todo del orden social que promete beatitud a sus privilegiados, se elevaba y se eleva como principio de nueva humanidad el enfermo y moribundo de Buda, el huérfano, viuda y extranjero de la tradición israelita, el hambriento y sediento de Cristo. Ellos son signo de un Dios de gracia, que habita en lo escondido, rompiendo y superando los modelos de sacralidad del mundo, propios de las religiones organizadas, que acaban bendiciendo el sistema (buena familia, culto bueno, sacerdotes funcionarios de ritos eclesiales). Partiendo de esa ruptura (novedad y gracia) de los pobres (enfermos, pecadores, leprosos, manchados) ha trazado Jesús su camino mesiánico, ha iniciado la marcha de su iglesia. Sólo en este contexto de comunión de hermanos se puede hablar de comunión con el Dios Padre, el Dios de Cristo

Este encuentro con el Padre constituye el alfabeto y lenguaje de la iglesia, sobre una sociedad de espectáculo, de planificación y de mercado, donde todo se compra y vende, sobre todo las personas. Pues bien, en contra de esa sociedad de capital y mercado, por encima de todo fingimiento, el creyente de Jesús acoge y agradece la vida como don (por encima de todo capital), y se atreve a compartirla con los hermanos (ante todo con los expulsados del sistema, los hambrientos y extranjeros), en forma de comunidad vinculada por el pan compartido (como regalo de eucaristía, no como mercado y compra‒venta). Por eso, el creyente vive en libertad: nada le puede dominar, nadie puede dirigirle desde fuera, pues se sabe querido de Dios, elegido, en manos del misterio fundante del Padre y de los hermanos, en la Iglesia. Se dice que el budismo nace cuando reconocemos la omnipotencia del dolor y superamos la dictadura del deseo que domina y destruye nuestra vida. Pues bien, el cristianismo nace y se expande allí donde afirmamos sorprendidos, respondiendo a su palabra y presencia de amor, que hay Dios en Cristo, y que es Padre nuestro y de los expulsados del sistema. 

 Según eso, retomando todo lo anterior, podemos afirmar que la confesión cristiana de la Iglesia se expresa en dos principios: (a) La unión con el Dios de Cristo(b) La comunión con los hombres, en especial  con los pobres, promoviendo una comunidad de creyentes, que rompen y trascienden los modelos normales de un sistema de poder, para crear comunidades alternativas de gracia y encuentro entre personas.

Jesús y los pobres

Éste es el milagro, éste el secreto: hombres y mujeres pueden vivir y vincularse por fe en el Padre, en comunión de amor, desde los pequeños y excluidos del sistema de poder. Partiendo de esa confesión se unieron los primeros cristianos, esperando la próxima venida de Jesús, el fin del tiempo; pero Jesús no llegó en forma de parusía espectacular, sino que viene por la pascua, en la comunidad creyente, que se funda en Dios (fuente de gracia) y se abre a los excluidos (signo de presencia divina), rompiendo los moldes del sistema

La Iglesia como Pueblo de Dios

Grandes aportes y legados del pontificado de Francisco:       La Iglesia como pueblo de Dios

por Academia de Líderes Católicos 

Una novedad particular del Concilio Vaticano II fue presentarnos la renovada eclesiología del pueblo de Dios. Este pueblo caracterizado a través de una alianza, fue invitado a unirse para conocer la verdad y servir con una vida santa.


Todo este amplio proyecto surgió como iniciativa divina, reconociendo al mismo pueblo, como pueblo mesiánico que tiene como identidad: la dignidad y la libertad de los hijos de Dios¸ como ley: el mandamiento del amor, como destino: el Reino de Dios. Una renovación señalada también como el nuevo pueblo de Israel que camina, peregrina y se inserta en la historia de la humanidad (Cf. LG 9). Por tanto, este aporte conciliar, desde la imagen de la Iglesia como pueblo, sin duda alguna que “designa el conjunto o la totalidad de los fieles que pertenecen a Dios; también de forma más especifica significa el pueblo que forma la Iglesia”[1], una metáfora que busca superar la dualidad entre el clero y el laicado, y por ende, presentar y ampliar el significado de la Iglesia y más concretamente como pueblo de Dios.

Francisco, un gesto del pueblo y para el pueblo

Los gestos, las acciones y las palabras del papa Francisco a lo largo de su pontificado, han sido importantes, puesto que ha venido profundizando y colocando en evidencia el sentido de una eclesiología que parte y se identifica desde el pueblo y para el pueblo. Para el papa Francisco esta imagen de la Iglesia, es un punto necesario y a su vez indispensable, puesto que la misma Iglesia requiere siempre de reflexión y planteamiento acerca de su propia experiencia.

Lo pudimos notar desde su elección como Papa, al invitar al pueblo como Iglesia, a comenzar un camino de fraternidad, confianza y amor entre todos, al igual la petición que realizó de hacerse bendecir por el pueblo y que en la actualidad aún se repite. Con estos gentos, queda claro el desafío asumido desde hace un par de años: recuperar, retornar y reverdecer un concepto eclesiológico fundamental como lo es Pueblo de Dios[2], puesto que el titulo “Pueblo de Dios” luego del Sínodo de 1985 había “reducido progresivamente su presencia y en cierto sentido su uso” (‘Eclesiología’, Salvador Pié-Ninot pág. 154).

Clave de lectura desde la vida pastoral

La manifestación de los gestos y palabras son frutos de una experiencia pastoral, es la lógica conciliar que se va actualizando y que surge como fruto de diversos encuentros personales (barrios pobres o llamadas villas miserias), gobierno de la Iglesia (como arzobispo), acciones concretas y dinámicas que van mostrando maneras diversas de concebir la Iglesia. El papa Francisco, ha ido revitalizando la comprensión de la Iglesia como pueblo de Dios, y así lo ha hecho en diversos documentos, entre ellos: la Exhortación postsinodal ‘Evangelli gaudium’, considerada como hoja de ruta de su pontificado. Durante algunas entrevistas, concretamente la primera concedida a revista italiana La Civilltá Cattolica, donde hace alusión a la imagen de la Iglesia como el santo pueblo de Dios, tomada de la ‘Lumen gentium’ número 12. Manifestando que dicha definición es de su gusto y la usa, ya que la Iglesia es el pueblo de Dios que camina en la historia, con alegrías y dolores.

Igualmente lo hace en la carta que dirige al cardenal Marc Quellet en el año 2016, donde señala que “Evocar al Santo Pueblo fiel de Dios, es evocar el horizonte al que estamos invitados a mirar y desde donde reflexionar. El Santo Pueblo fiel de Dios es al que como pastores estamos continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir [….  Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos [… Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado”.

Participación del pueblo de Dios

Conforme a las experiencias y a la propuesta renovadora de la Iglesia en el mundo actual, el papa Francisco a lo largo de la ‘Evangelii gaudium’, nos va ofreciendo una serie de aspectos a considerar, no como lectura formativa que establece solo pautas, sino como comprensión del ser y quehacer de la Iglesia como Pueblo de Dios, teniendo como oportunidad encarnar dicha comprensión en la propia vida de creyente. Desde allí, busca la participación de todo el pueblo en la vida de la Iglesia, de mujeres y varones, de laicos y clérigos, de jóvenes y ancianos (cf. EG 68 – 75 y 111 – 134).

Para que esto haga efecto en la vida de la Iglesia, el papa Francisco señala la importancia de una “conversión pastoral” (EG 25) “que no es otra cosa que el ejercicio de la maternidad de Iglesia […]  una Iglesia capaz de redescubrir las entrañas maternas de la misericordia” (Discurso del papa Francisco a los Obispo brasileños en Rio de Janeiro 27/07/2013). Es identificar la Iglesia como lugar de misericordia inmerecida, de encuentro y apertura, que cura y ama, que recibe, capacita y forma para continuar adelante.

Al igual podemos señalar, para que haya una participación del pueblo de Dios, es importante erradicar el excesivo clericalismo que no permite despertar los carismas y deseos de sentir que todos somos Iglesia, pueblo santo de Dios. Los laicos, señala el papa Francisco, “son simplemente la inmensa mayoría del pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados” (EG 102). La misión de la Iglesia es compromiso de todos, todo el pueblo de Dios tiene como desafío cultivar los valores cristianos en el mundo social, económico y político. Para que esto sea una realidad, es necesario que los laicos sean formados y acompañados (Cf. 102).

También se indica como un desafío asumido en el pontificado del papa Francisco y que es participación del pueblo de Dios, la incorporación de las mujeres en diversos ámbitos de la Iglesia (Cf. 104). Cada una de ellas puede aportar y enriquecer el caminar del pueblo de Dios.

Los jóvenes, como protagonistas de una acción renovadora, también se convierten en sujetos de participación eclesial. Ellos con su creatividad, inteligencia y fuerza vital, llaman a despertar y acrecentar el entusiasmo de la misma humanidad, ellos son la esperanza del pueblo y si son la esperanza del pueblo lo son de la Iglesia (Cf. 108).

Por tanto, podemos continuar resaltando muchos agentes que tienen cabida en la participación eclesial. Todo ello nos lleva a situar que somos pueblo de Dios, que tenemos compromisos y que debemos identificarnos como Iglesia y con la Iglesia. Ese ha sido el desafío del Papa, hacer de la Iglesia una experiencia que permita identificarnos que somos pueblo, no cualquier pueblo, sino pueblo de Dios y solo desde allí ser signo profético de salvación.

[1] Salvatore Pieè-Ninot pag 153.

[2] Cf.  Santiago madrinal, el giro antropologico del CVII.  Pag 167                           Por Pbro. Jean Carlos Medina Poveda. Sacerdote Diócesis de San Cristóbal – Venezuela.

Manifiesto de «We are Church»

Un grupo reformista pide que la Asamblea reemplace al Sínodo

El movimiento internacional “We Are Church” aboga por el llamado del Papa Francisco a una revolución en la estructura de la Iglesia Católica

Una coalición global de grupos nacionales de reforma de la iglesia, comprometidos con la renovación de la Iglesia Católica Romana basada en el Concilio Vaticano II, está abogando para que el Papa Francisco reemplace el Sínodo de los Obispos por una Asamblea de todo el Pueblo de Dios que refleje la diversidad de la iglesia.

La auténtica sinodalidad, un proceso de discernimiento inclusivo que involucra a los laicos y a los ordenados, puede ser una de las reformas institucionales más importantes del pontificado del Papa Francisco, según el movimiento internacional “We Are Church”.

En un comunicado de prensa, los miembros han recordado que hace 50 años el Concilio Vaticano II fue claro: la iglesia es el Pueblo de Dios. Sin embargo, uno de los preceptos más importantes del Concilio Vaticano II, la sinodalidad, no se ha realizado plenamente.

Bajo Pablo VI y los papas sucesivos, la sinodalidad ha sido canalizada mediante el sínodo de obispos, una expresión de colegialidad episcopal, no de sinodalidad de toda la iglesia.

A medida que la Iglesia Católica y todo el Pueblo de Dios se involucran en el Sínodo 2021 -2023 sobre Sinodalidad (Comunión, Participación y Misión), la organización está respaldando el llamado del Papa Francisco para una revolución en la estructura de la Iglesia Católica.

Apuesta por un cambio que mueva a la iglesia de una institución de arriba hacia abajo a una pirámide invertida con el Papa y los obispos «abajo» y «al servicio del santo pueblo fiel de Dios» arriba, para que todo el Pueblo de Dios pueda unirse en auténtica asociación y discernir el mejor camino a seguir en asuntos críticos que enfrentan los católicos hoy en día.

Debido a que la sinodalidad exige que todo el Pueblo de Dios se involucre en la toma de decisiones, “We Are Church” insta al Papa Francisco a reemplazar el Sínodo de los Obispos por una Asamblea de todo el Pueblo de Dios que refleje la diversidad de la iglesia; donde al menos el 50% de la asamblea sean mujeres que, elegidas por los laicos y los no clérigos, no sean seleccionadas por los clérigos.

«Todos somos Iglesia» es un mensaje que queremos compartir, particularmente durante el proceso sinodal, ya que buscamos que se incluya a todo el pueblo de Dios y, por lo tanto, el Sínodo en octubre de 2023 no debe estar compuesto solo por obispos, dijo el grupo reformista.

Así pues, apoya los planes del Papa Francisco para el Proceso Sinodal mundial y para una estructura de pirámide invertida, con el Papa y los obispos sirviendo al pueblo de Dios.

«Lo que afecta a todos debe ser decidido por todos. ¡Este viejo concepto de la Iglesia tiene que ser revitalizado!», dijo Colm Holmes, presidente de “We Are Church”.

El movimiento internacional “We Are Church” fue fundado en Roma en 1996, según el sitio web de la organización, y está comprometido con la renovación de la iglesia sobre la base del Concilio Vaticano II (1962-1965) y el espíritu teológico desarrollado a partir de él.

“Somos Iglesia” está presente en más de veinte países de todos los continentes y dice representar la «voz del pueblo, la que se sienta en los bancos de la Iglesia».

«Declaramos que continuaremos nuestro camino dentro de la Iglesia Católica», dice en su manifiesto.

XX Semana Pastoral «Somos Pueblo de Dios en salida»

Somos Iglesia, somos sínodo, somos misión 

«Con esta convocatoria el papa Francisco nos invita a todos y cada uno de los bautizados a preguntarnos sobre la sinodalidad, considerándolo un tema decisivo para la vida y misión de la Iglesia» 

«La dinámica del sínodo en su fase diocesana será animada por un equipo de consulta sinodal coordinado por una mujer laica de una de nuestras parroquias» 

«La XX Semana de Pastoral que vamos a celebrar del 20 al 23 de septiembre —con el lema “Pueblo de Dios en salida”— nos va a ayudar en la comprensión y adquisición de este modo eclesial de ser, vivir y actuar» 

01.10.2021 | Luis Ángel de las Heras obispo de León 

Queridos hermanos y hermanas: El nuevo curso está comenzando con resonancias y propósitos sinodales. Se cumple ahora el veinticinco aniversario de la promulgación del “Libro Sinodal” fruto del sínodo diocesano de esta Iglesia particular de León celebrado entre 1993 y 1995. La memoria agradecida de este sínodo, muchas de cuyas conclusiones siguen vigentes y se recuerdan con alguna frecuencia, nos muestra el notable valor de la sinodalidad. 

En una feliz coincidencia con esta efeméride, nos disponemos a participar en un proceso universal “por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión” en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Este camino del “sínodo dedicado a la sinodalidad”, se abrirá en Roma los días 9 y 10 de octubre y en las Iglesias particulares el domingo siguiente. Concluirá en el Vaticano antes de finalizar el año 2023. Así pues, en nuestra diócesis, celebraremos la apertura el domingo 17 de octubre por la tarde en la catedral. 

Con esta convocatoria el papa Francisco nos invita a todos y cada uno de los bautizados a preguntarnos sobre la sinodalidad, considerándolo un tema decisivo para la vida y misión de la Iglesia. Es un don de Dios que os invito a agradecer correspondiendo con vuestra participación que, a buen seguro, incrementará la esperanza que necesitamos. No olvidamos que estamos en un contexto histórico de cambio de época con el trasfondo de la pandemia del COVID-19 y sus consecuencias. La crisis, las dificultades de todo tipo y la desesperanza hacen mella en muchas personas. Manifestemos la comunión fraterna y la corresponsabilidad como Iglesia misionera evangelizadora y samaritana que anuncia a Jesucristo y propicia el encuentro con Él para que tengan vida, esperanza y alegría todos, especialmente quienes más lo necesiten. 

La dinámica del sínodo en su fase diocesana será animada por un equipo de consulta sinodal coordinado por una mujer laica de una de nuestras parroquias. Simultáneamente, con el mismo estilo sinodal, durante los próximos meses estableceremos los cauces necesarios para colaborar en la elaboración del plan pastoral diocesano de los próximos años. Queremos escuchar todas las voces, también las que provengan de fuera de la Iglesia y estén dispuestas a trasladarnos su aportación constructiva. 

Logotipo oficial del Sínodo 2021-2023 ‘Por una Iglesia sinodal’ 

Tal y como se pretende en la Iglesia universal, propongámonos descubrir, interiorizar y practicar la sinodalidad como el modo habitual de proceder en nuestra Iglesia particular, su “específica forma de vivir y obrar” que plasma la comunión fraterna en el caminar juntos y en el compromiso personal y comunitario de la evangelización misionera y la misión samaritana. En este sentido, desgranando el ser y la misión de cada una de las tres nuevas delegaciones diocesanas, la XX Semana de Pastoral que vamos a celebrar del 20 al 23 de septiembre —con el lema “Pueblo de Dios en salida”— nos va a ayudar en la comprensión y adquisición de este modo eclesial de ser, vivir y actuar

Os deseo un feliz curso 2021/2022 en el que edifiquemos la comunidad diocesana caminando juntos con el Señor en medio de nosotros. Igualmente, que crezcamos en fraternidad y acogida, conscientes de que esta hora de la historia de la Iglesia “es la hora de todos”. Que la Virgen del Camino, cuya fiesta acabamos de celebrar, y san Froilán, que está próximo en el calendario, intercedan por nosotros para experimentar con gozo que somos Iglesia, somos sínodo, somos misión