El hecho religioso en María Zambrano

Por| José Ignacio González Faus

El libro de esta gran autora, El hombre y lo divino, puede ser una de las puertas de acceso al hecho religioso en nuestra sociedad secular. El libro tiene, a mi modo de ver, páginas de gran valor antropológico. Pero quizá una de sus primeras frases: “una cultura depende de la calidad de sus dioses” (p. 27) llevó sin querer a la autora a un estudio prolijo y hoy poco interesante de los dioses griegos, precisamente desde su aprecio a la cultura helena.  Aunque se pueda justificar así la aparición de la tragedia por la insuficiencia de esos dioses griegos [1], no sé si esa prolijidad por un tema secundario, ha hecho olvidar otras páginas bien valiosas que quisiera recuperar y recorrer en este comentario. Por otro lado, ella misma reconoce en el prólogo a la segunda edición (1973) que ese es el título que mejor convendría a toda su obra.

La sistematización en capítulos de estas reflexiones es mía y no del libro de Zambrano.

 I.- AUTOTRASCENDENCIA DEL SER HUMANO

Zambrano parece intuir que hay una cierta dimensión de lo real que hoy llamaríamos mistérica y ella prefiere llamar divina, y otra compleja dimensión del ser humano que parece corresponderse (o relacionarse) de algún modo con esa de lo real. De ahí le brota la pregunta:

¿Por qué ha habido siempre dioses, de diverso tipo ciertamente pero, al fin, dioses?… Y la respuesta le parece clara: Todo atestigua que la vida humana ha sentido siempre estar ante algo, bajo algo más bien…: la presencia inexorable de una estancia superior a nuestra vida que encubre la realidad y que no nos es visible (31).

La formulación me parece bien precisa en su intencionada vaguedad: “algo” que no nos es accesible, pero que nos hace sentirnos como bajo una presencia que es ineludible y que, además, parece encubrir la realidad. ¿Por qué si no, esa tendencia a hablar del hado, el destino, “la suerte”? Eso la lleva a matizar que:

Los dioses han sido, pueden haber sido, inventados, pero no la matriz de donde han surgido un día, no ese fondo último de la realidad que ha sido pensado después como ens realissimum (32). Y más adelante aún reforzará esa afirmación: la estancia de lo sagrado, de donde salen las formas llamadas dioses, no se manifiesta un día u otro; es consustancial con la vida humana (235).

Esa matriz o fondo último le revela al hombre algo que parece elemental pero es decisivo: su no divinidad. Es inevitable recordar al Zaratustra de Nietzsche clamando “si hubiera Dios ¿cómo podría soportar el no serlo yo?”, cuando leemos que: es su propia impotencia de ser Dios la que se le presenta y representa, objetivada bajo un nombre que designa tan solo la realidad que él no puede eludir (24). Y no puede eludirla porque eso es el hombre con su carga, con la carga de padecer su propia trascendencia (387).

¡Qué bien dicho eso de padecer la propia trascendencia! Ineludible e inaccesible. Pero esa impotencia le revela al hombre una complicada dialéctica de su propio ser: por un lado, ante lo divino (el hombre) queda inerme (24). Por otro lado: el hombre -ser escondido- anhela salir de sí y lo teme… Y de aquello de que no puede escapar, espera (32).

Inerme y esperante. Esa última reacción doble (de esperar cuando no se puede escapar, y de anhelar y temer trascender), me parece una buena fenomenología de lo hondo de la primera religiosidad humana. Donde Lucrecio había escrito “timor fecit deos”, Zambrano parece ir un poco más allá: no es el simple temor a amenazas exteriores sino el profundo y secreto temor del hombre a sí mismo.  Por eso puede concluir que: la aparición de un dios representa el final de un largo período de oscuridad y padecimientos (34). Y cree además posible universalizar esta conclusión: en el mundo oriental, donde quiera que volvamos la vista, vemos al hombre vuelto a lo divino: en India, Irán, Caldea y Egipto, la vida del hombre sobre la tierra aspiraba a ser copia del cielo (98-99).

Esta descripción que acabo de resumir con los dos vocablos “inerme y esperante”, me parece tan exacta que no resulta difícil reencontrarla encarnada en dos características de nuestra cultura hodierna. Una más moderna y otra más postmoderna:

 a.- Por un lado, la experiencia de la subjetividad. Ser sujeto significa algo así como ser el centro y dueño de todo (la realidad se convierte en un “objeto” para mí). Pero resulta que ese presunto sujeto no tiene nada de único: son miles de millones los que pretenden ser únicos: inermes ante lo inviable de la propia subjetividad.

 b.- Por otro lado, nuestra dura experiencia actual con la pandemia de la covid, puede ser descrita con esa expresión de “esperar cuando no se puede escapar” y de “temor a trascenderse”. El ser humano se debate así entre su fragilidad y su poder, sin lograr avenirse bien con esas dos cualidades. ¿Cómo no íbamos a esperar entonces?

Algunas consecuencias:

Esta antropología radical permite después una cierta fenomenología del existente humano. Los rasgos que más destaca Zambrano me parecen ser:

La pregunta.- “Me había convertido en una gran pregunta para mí mismo”, reconoció Agustín de Hipona en su “Confesiones”. Y uno recuerda esa frase cuando lee:

La aparición de los dioses significa la posibilidad de la pregunta, de una pregunta ciertamente no filosófica todavía, pero sin la cual la filosofía no podría haberse formulado… La aparición de lo más humano del hombre: el preguntar… La angustiada pregunta sobre la propia vida humana (35). La soledad primera que da origen al pensamiento es la soledad del hombre que se da cuenta de la imparidad de su destino y de su “ser”: de que nadie hay que pueda responder a lo que precisa saber (299).

Y Zambrano parece adivinar que esa pregunta lleva a la clásica distinción entre algo sagrado y algo profano, como dos dimensiones que, a la vez, luchan, pero se buscan y se necesitan.    

La distinción sagrado-profano: Lo sagrado y lo profano son las dos especies de realidad: una es la incierta, contradictoria, múltiple realidad inmediata con la cual la vida humana tiene que habérselas; el lugar de su lucha y de su dominio. El orbe sagrado es donde se decidirá esta lucha (42-43).

Y esa doble especie de realidad acuña la dimensión “trágica” de la existencia humana, que parece ser también condición de su libertad: los dioses griegos crearon, en mayor proporción que ningunos otros, el espacio de la soledad humana. Dejaron al hombre libre por dejarlo desamparado. El Olimpo con su esplendor, prepara la soledad humana (59)…

¡Qué bien dicha la última frase! Pero no se trata solo de los dioses griegos. Como ya insinué, ellos son solo un ejemplo de la tragedia que es vivir humanamente (251). De hecho, más adelante hablará nuestra autora de (una) destrucción que se alimenta de sí, como si fuese la liberación de una oculta fuente de energía y que remeda así a la pureza activa y creadora, su contrario. Tal es la ambivalencia de lo sagrado (279). Y tal es también la ambivalencia constante del ser humano: todo un sueño, emancipación del subterráneo temor de tenerlo todo, de la avidez que siempre teme perder su presa (392).

En conclusión, Zambrano describe al hombre como un ser “remitido”, sin que pueda apresar suficientemente el termino de esa referencia. Pero esa referencia constitutiva permite comprender la aparición de “lo divino”. E introduce otro discutible (e imprescindible) elemento de la intuición de lo divino: el sacrificio.

El sacrificio: Zambrano sostiene que el hecho de que los dioses aparezcan estuvo ligado siempre con la acción del sacrificio (41).Es dios, o hace oficio de Dios, aquello a que se sacrifica (303).  El sacrificio deja de ser un acto de culto (gratuito por tanto) para convertirse en una manera de “comprarse a Dios”.[2] Quizá valga la pena evocar ahora tantas prácticas pseudocatólicas que intentaban sustituir la confianza, por una seguridad mecánica que garantizaba la salvación eterna: primeros viernes, primeros sábados, tres avemarías…

Y Zambrano descubrirá una secreta presencia del sacrificio en nuestra sociedad que se proclama no religiosa: si antaño, por la falta de sentido de la historia, el “sacrificio” parecía orientarse a lo más inmediato o a recuperar supuestos paraísos perdidos, hoy no desaparece como sacrificio pero puede ofrecerse más al futuro: en el pasado perdido y el futuro a crear, resplandece la sed y el ansia de una vida divina sin dejar de ser humana, una vida divina que el hombre parece haber tenido siempre como modelo previo (308).

Por eso, explicará nuestra autora: no hay sacrificio que el hombre de hoy deje de ofrecer al futuro. No hay sacrificio que, hundiendo tal vez sus raíces en otros motivos, no quede justificado, legitimado en nombre del futuro (304). El futuro, dios desconocido, se comporta como una deidad que exige implacablemente y sin saciarse que le sea entregado el fruto que va a madurar, el grano logrado, ese instante de calma, la paz de una hora (304).

De ahí a la poesía y a la filosofía.- La autora recurre aquí al vocablo griego apeirôn (75)[3] que puede dar lugar a la poesía: Convertir el delirio en razón, sin abolirlo, es el logro de la poesía (355). Pero un logro otra vez insuficiente, quepronto fue sustituido por la filosofía: porque filosófico es el preguntar y poético el hallazgo (73). El apeirôn es así sustituido por el uno de Parménides, segunda revelación alcanzada por la filosofía (75)…

Y nuestra autora parece sugerir que:

Con la pregunta filosófica el hombre se ha decidido a asumir su puesto en el mundo frente a los dioses, que antes de que se llegara a ese instante habían sido sus inspiradores: inspiradores de lo mismo que les había de superar (62). Y les había de superarporque: Nada hay que separe más a los hombres… que la diferencia nacida del dios a quien se sirve (82), comentará agudamente Zambrano.

Se trata ahora de descubrir al final el ser que hace ser (79). Pero tampoco acaba todo con la filosofía.

II.- “ILUSTRACIÓN”: NECESARIA E INSUFICIENTE

Con la filosofía, Aristóteles realizó una verdadera revolución, similar a la que supuso la llamada “Ilustración” en nuestro s. XVIII: pensarlo todo por sí mismo, humanamente, sin “inspiración” ni servidumbre a los dioses, sin compromiso de “salvar el alma”, sin más compromiso que el de llevar la pretensión del conocimiento a su plenitud (95)…

Esa revolución no fue fácil. Pero fue fecunda porque parece que: la suerte de la razón del vencido es convertirse en semilla que germina en la tierra del vencedor. La semilla, toda semilla ¿no está vencida cuando es enterrada? Y cuando revive de entre los muertos, donde se la arrojó, es porque se ha vencido enteramente a si misma (90).

Efectivamente,la razón aristotélica parece sufrir el mismo proceso descrito en la parábola jesuánica del grano de trigo, y esto ayuda a comprender el mérito que tuvo en su época la admiración y la opción de Tomás de Aquino por Aristóteles. Mérito que tampoco podrá ser perenne (como parecía pensar una parte de la teología escolástica sucesora de Tomás) porque Zambrano sabe también que la razón solo triunfa (como acaba de decir) cuando se ha vencido enteramente a sí misma (90). La razón que no se ha vencido a sí misma degenera en esos racionalismos que solemos desautorizar como “escolásticas”.

En cualquier caso, fue Aristóteles quien ganó en esta lucha (122). Y extrañamente, ese nuevo saber, la filosofía, llegó a descubrir, a “develar” la idea de Dios -y tuvo su mártir en Sócrates- (96). Tanto que: después, dioses, lo que se dice dioses, no podía haberlos. Solo el dios de Plotino será “más dios” que el de Aristóteles (122).

Pero esa victoria no es, no puede ser, definitiva. Porque, como ya se ha insinuado antes, las formas de lo divino se sienten en la ausencia y a lo más se entrevén (128). La misma razón es consciente de esto, y sabe que el darles forma permanente en una materia es para retenerlas en algo que, por fuerza, las encubre a la vez (128).

Incluso, ya antes de abordar el tema de Dios, la experiencia humana es que la visión perfecta jamás se logra y cuando vemos algo plenamente es algo cuya presencia no es plena… Y cuando la mirada encuentra al fin algo que responde a su demanda de ver enteramente, y a la necesidad de una pura y total presencia, es fugitivo y solamente dado en insinuación, en presentimiento (128).

Fugitivo y solo presentido. Así son los objetos de las pretendidas plenitudes humanas: por un lado afán de apresar pero, por el otro, temor de verse apresado por aquello que se escapa siempre. Y de estos dos ámbitos, temor de ser visto, ansia de ver, que definen la condición humana, es el temor quien primero proporciona el ámbito para el dios de la visión y de la inteligencia (129).

Dando ahora un paso más, estos dos ámbitos le permiten a Zambrano una primera comparación entre los dioses griegos y el Dios de Israel que ella formula así:

El hombre en Grecia no podía entrar en sí mismo; llevado por el afán de visión se exteriorizaba, se buscaba fuera de sí y creía solo encontrarse cuando, al fin, podía verse en el mundo inteligible, como una idea transparente al fin a la mirada (130).

En cambio: es el Dios de Israel quien hizo sentir en grado máximo al hombre el temor de ser visto, el afán de esconderse (129). Pero también: es Él quien, a través de Cristo, hace salir al hombre de sí, ofreciendo a la visión divina lo más oscuro y recóndito, el centro de su ser (130).

Sobre lo del Dios de Israel, recordemos la confesión de Sartre en “Los caminos de la libertad”, como razón de su ateísmo: Dios era como “un ojo que le mira”: una mirada incómoda de la que no podía escapar. Había quemado sin querer una alfombra y, cuando trataba de ocultar el desaguisado, se sintió mirado y censurado por Dios. Una mirada que nunca fue vivida por Sartre como la mirada cariñosa de unos padres que esperan que su niño hará bien las cosas y, por eso, es una mirada estimulante. Siempre fue vivida como la mirada de policía controlador. Si como expresa en Huis clos, la mirada al otro siempre es un juicio ¿qué será cuando esa sea la mirada de Dios a nosotros?[4]

En cualquier caso, ante esa humana dialéctica no resuelta del mirar y el ser mirado, poseer y ser poseído, tiene que concluir Zambrano que: la soledad humana sigue desamparada en la luz cuando no ha podido deshacer la resistencia, el ansia infinita contenida en toda vida…. Algo en la condición humana se resiste a esta luz del pensamiento, algo pasivamente resiste a esa actualidad de la inteligencia (131).

“Soledad desamparada”: recordemos que el Dios de Aristóteles no puede tener amigos ni amar, porque esto le haría dependiente del objeto amado. Parece entonces lógica la conclusión de nuestra autora: El dios de Aristóteles atraía hacia si todas las cosas “como el objeto de la voluntad y del deseo mueve sin ser movido por ellos”, mueve sin ser movido. Y bajo él, la esperanza más inconfesable de todas las que mueven el corazón del hombre quedaba sin respuesta: la esperanza entre todas, de ser visto, ser amado, mover a dios. El “Motor inmóvil” no respondía, ni siquiera podía permitir al hombre expresar esa su esperanza última y su primer anhelo oculto en la oscuridad de su corazón (132). De ahí también la insuficiencia de la filosofía por necesaria e imprescindible que sea: El dios de la filosofía no es quién sino qué (396).

No sé si Zambrano se consideraba o no cristiana. A veces habla con tanto respeto que uno tiende a pensar que sí. Pero, en este caso, su cristianismo quedaría demasiado inmerso en aquel pobre catolicismo hispano de los años cuarenta. Digo esto porque las dos citas anteriores parecen estar reclamando una referencia a la enseñanza de la primera carta de Juan con su canto a Dios como “Luz y Amor” a la vez: al amor que nos mira y la luz que nos permite ver. Tanto que la misma autora concluye con esta especie de lamento: Y aún todavía el amor, ese movimiento el más esencial de todos los que padece la vida humana… no será amor enteramente si eso que se mueve no logra al fin mover. Si es que no hay un Dios que sea movido por el hombre (132-33).

Pero ese Dios que, pese a su diafanidad total, llega a “ser movido por el hombre” es precisamente el que anuncia alborozada la primera carta de Juan, como “la gran palabra de la vida” (cf. 1 Jn, 1,2). Es pues lógico que el lector se quede esperando alguna referencia de este tipo. De hecho, Zambrano, aunque parece concluir aquí que eso sería la definición primaria y más amplia de lo divino: lo irreductible a lo humano (136), añade no obstante en otro momento: la intimidad era el don que trajo el cristianismo al abrir en el interior del hombre una perspectiva infinita (241).

Pero esa será una referencia posterior. Si nos atenemos a lo expuesto hasta aquí, parece que eso puede llevar, lógicamente, a las reflexiones siguientes de nuestra autora que intentaré exponer ahora en un tercer capítulo: un dios así tiene que morir. De hecho, hoy son muchos los teólogos que han intentado mostrar que la llamada “muerte de Dios” es un fenómeno que afecta propiamente a la idea general de Dios, no al Dios cristiano[5].

III.- MUERTE DE DIOS

Al ateísmo satisfecho de nuestra era, Zambrano parece decirle estas dos cosas: negar a Dios no significa que no exista; solo significa un cambio de nuestra relación con Él. Por tanto, lo que el hombre, moderno proclama es simplemente que de Dios ha perdido la idea, o que la rechaza. Nada más (385).

En primer lugar, pues: No se libra el hombre de ciertas “cosas” cuando han desaparecido, menos aún cuando es él mismo quien ha logrado hacerlas desaparecer… Así eso que se oculta en la palabra casi impronunciable hoy: Dios.

Y en segundo lugar: No es exacto decir que la relación con ciertas cosas quede intacta cuando las negamos, más bien sucede que la relación cambia de signo y se intensifica hasta tal punto que, cuanto más fuera de nuestro horizonte quede el objeto, más amplia, profunda, es nuestra relación con él, hasta invadir el área entera de nuestra vida… (134).

De hecho, podemos proclamar la muerte de Dios pero, por ejemplo: la creencia de tener un alma no es, ni mucho menos, ingenua, primaria. Por el contrario, todos los investigadores del mundo primitivo nos muestran una gran riqueza de creencias, integrantes de lo que se ha llamado animismo (271).

Paradójicamente, la muerte de Dios hace a Dios más presente que nunca en lo que algunos llaman nuestra “situación de orfandad”, palabra que siempre designa no una mera inexistencia sino una pérdida[6]: la ausencia, el vacío de Dios podemos sentirlo bajo dos formas que parecen diferentes a simple vista: la forma intelectual del ateísmo, y la angustia, la anonadadora irrealidad que envuelve al hombre cuando Dios ha muerto (135).

Por otro lado, la muerte de Dios no comienza con Nietzsche: está ya gestándose en el llamado “deísmo”, que afirmaba la existencia de Dios, por razones meramente lógicas, pero niega cualquier preocupación de Dios por este mundo (lo que en otros lugares califiqué meramente como el dios “explicación”, que no tiene nada que ver con el Dios “comunicación”). Ese deísmo tampoco es originario del s. XVIII con Voltaire y demás. Ya antes de ellos, había afirmado el poeta latino Lucrecio: en el caso de que haya dioses no se preocupan para nada del hombre…: el mundo estaba vacío y los átomos no podían poblarlo (141)…

El ateísmo es así: una respuesta de la desolación humana y, en el caso de Lucrecio, el reproche del hombre ante lo inaccesible de los dioses (144)[7]Es por tanto una declaración desesperada…, en realidad más negadora del hombre que de los dioses… Si Lucrecio no se hubiera suicidado, su vida hubiera tenido una significación suicida como la tiene la de tantos hombres que no han consumado el gesto suicida (142)…

Pero, aunque no se consume el gesto suicida, se comprenden tanto la afirmación de A. Camus (“el único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio”[8]), como la reacción desesperada de Nietzsche afirmando que, muerto Dios, o logramos construir el superhombre o nos convertiremos en los últimos hombres. Porque: que el hombre sienta perder su ser, y convertirse lentamente en imagen de nada, en eco sin voz, en espejo de una oquedad (143) no es precisamente una buena noticia.

Me permito llamar la atención sobre la hondura de las tres caracterizaciones: imagen… de nada, eco… sin voz, espejo… de un vacío. “El sueño de una sombra” había escrito Píndaro en su Pitias. “Una pasión inútil” confirmó Sartre 25 siglos después.

Por eso, concluye Zambrano: “Dios ha muerto” es la frase en que Nietzsche enuncia y profetiza la tragedia de nuestra época. Para sentirlo así es preciso creer en él y aún más, amarlo. Pues solo el amor descubre la muerte (147)… Un grito nacido, como todos, de las entrañas; pero éste nacido de las entrañas de la verdad última de la condición humana (148). Y profiere su grito (Dios ha muerto) esperando quizá absorber a Dios dentro de sí… Desesperación de seguir soportando la inaccesibilidad de lo divino (150)…

 Y aquí es donde, por fin, aparece la alusión al amor que antes echábamos de menos: no todavía el Amor como buena noticia de Dios, pero sí como suprema aspiración humana: Solo se entiende plenamente el “Dios ha muerto” cuando es el Dios del amor quien muere, pues solo muere en verdad lo que se ama, solo ello entra en la muerte: lo demás solo desaparece (145). Aunque esa constatación tiene también su versión contrapuesta: pues “lo que se ama” muere a veces no por la experiencia de su ausencia sino por la necesidad nuestra de hacerlo propio: la necesidad que exige matar a lo que se ama y, aún más, lo que se adora, es un afán de poderío con la avidez de absorber lo que oculta dentro (145).

Una vez escuché explicar a Alfonso Comín, al regreso de una reunión en Italia de los “cristianos por el socialismo” en la década de los setenta, que un militante comunista del Este (quizá Checoslovaquia o Hungría) le había dicho: “yo no creo en Dios pero le amo mucho”. No se trata de una banalidad, dicha quizás como mera “captatio benevolentiae”. Es más bien una afirmación de la verdadera situación del ser humano ante Lo Divino: no es un tema que se pueda abordar desde una afirmación o negación (o duda) de su existencia sino que, antes de eso, reclama del hombre una clara toma de postura sobre su acogida o rechazo, aceptación o negación de eso que luego llamaremos Dios.

En conclusión pues: a Dios, podemos matarlo… mas solo en nosotros (152). Por eso cree Zambrano que el ateísmo es: el producto de una acción sagrada entre todas que es la acción de destruir a Dios. Y esa sacralidad del acto es la que acaba dejando como una oquedad que termina en el delirio del superhombre (153). Y esto, aunque sea una acción realizada en forma tal que parece solamente la enunciación de una verdad consabida (139).

IV.- ANTROPOLOGIA CONSIGUIENTE

La muerte de Dios y la búsqueda del superhombre, en cierto modo consiguiente a ella, enriquecen nuestra concepción del ser humano, con algunos rasgos que Zambrano expone ahora con más detalle.

Hambre de Absoluto.- En las páginas que siguen, Zambrano no parará de dar vueltas a esa visión del ser humano como “pasión de Dios” o como hambre de Absoluto. Cree incluso que: el papel de algunas [religiones] parece haber sido el de contener esta tendencia espontánea del corazón humano, ese apetito de hacerse divino que el hombre tiene y que una y otra vez surge, aun de los desengaños más atroces, como un fuego inextinguible.  Anhelo de deificación que llega, como todos los anhelos profundos, a ser delirio. Mas, entre todos los anhelos, este de ser divino o llegar a lo divino bien puede ser el más hondo, el más irrenunciable (153)…

No especifica la autora cuáles son esas religiones ni cómo intentan contener esa tendencia, la más honda y más incontrolable del corazón humano. Es lógico pensar en todas las advertencias orientales contra la mentira del ego, o en las luchas bíblicas contra toda clase de idolatrías o en la noción de “sumisión” que traduce la palabra “islam”. En cualquier caso se destaca aquí un papel de las religiones que la tendencia antirreligiosa actual tiende a desconocer: la religión como factor de moderación, precisamente porque solo Dios es Dios.

Sea como sea, Zambrano parece afirmar que esa tendencia al absoluto se halla tan presente en toda la historia humana, que la verdadera historia del hombre sería, más que la de sus logros, la de sus ensueños y desvaríos, la historia de sus persistentes delirios (153-54). Y en definitiva: la claridad que arroja el delirio del superhombre nietzscheano alumbra la historia del hombre occidental en su secreto, íntimo fondo (154)… Por eso hará un inciso sobre el hombre europeo que expondré en el próximo capítulo. Ahora atendamos más al anhelo de deificación del ser humano.

Un sector del cristianismo, apoyándose en la idea filosófica de “naturaleza” ha intentado recordarle al ser humano que tiene sus límites y que, en todo caso, la superación de esos límites puede ser fruto de un don y una promesa, pero nunca de una mera decisión humana: la idea de “naturaleza humana” acuñada por los estoicos, que el cristianismo aceptó, venía a consolidar en el pensamiento lo que la persona de Cristo al bajar a la tierra: que el hombre tenía un ser posible, en términos religiosos: “redimible”… Así el ansia de ser que el hombre padece quedó aplacada durante un cierto período: el hombre podía traspasar, sin anularla, su humana condición por la santidad o más allá… en la vida eterna (154).

“Aplacada el ansia humana”, pero solo relativamente aplacada. Hay una paradoja antropológica fundamental, que deriva de la experiencia de todos: aquello que más necesita el ser humano para ser él, ha de recibirlo de fuera y como un don, de lo contrario ya no le realiza. El amor puede ser el ejemplo más repetido de esta condición nuestra: solo sacia el amor recibido gratuitamente, no el impuesto a la fuerza (si es que esto fuera posible). El ansia se aplaca al comprender que no puedo arrebatar aquello que más necesito. Pero la necesidad continúa.

Y eso explica el nuevo rasgo de esta antropología: el carácter no ya necesitado sino “pordiosero” (a la vez que algo poderoso) del ser humano: ningún ensueño ni delirio sobre el propio ser se explicaría si el hombre no fuera un pordiosero: un inteligente que puede y sabe pedir (156).

Esa paradoja del “mendigo que sabe pedir”, marca buena parte de la historia de las religiones: satisfacción, contentamiento de ser, como el mendigo que al final ha recibido lo que pide, pero solo lo conservará si lo sigue pidiendo, es el contentamiento esencial de toda la Edad Media… y más en el amor “platónico” que en nada (157). Y como conclusión: la mendicidad procede de que el hombre siente el no-ser dentro de sí, ya que su vida elemental es avidez (158)… Pero ¡atención!: La pobreza, la indigencia humana ha sido sentida por el hombre; mas no reconocida (158).

“Sentida, mas no reconocida”: el hecho religioso puede ayudar a ese reconocimiento, precisamente porque puede ofrecerle una esperanza: el ser del hombre (a partir de los estoicos hasta Descartes) advino como consecuencia -reflejo- de la respuesta del Ser en general (162).

Desde el lado opuesto, la otra respuesta a esa contradicción humana es el intento de Tierno Galván (que Zambrano ya no conoció) de una “instalación tranquila en la finitud”. Tierno proclamó expresamente varias veces que él no era ateo. Pero su agnosticismo no era simplemente el del que “no sabe” sino el del que “no necesita saber”, porque vive perfectamente instalado en su finitud: de ahí precisamente su rechazo rotundo de Nietzsche, como el que dinamita esa instalación tranquila. Aunque me temo que, los años posteriores, han dado más acogida a la ambición de Nietzsche que a la modestia de Tierno Galván[9].

El error del superhombre.- La misma historia humana parece ser, a la vez, el reflejo y el teatro de esas oscilaciones: primero, frente a Hegel…: la precariedad e indigencia del ser mismo del hombre (otra vez el mendigo frente a Dios), mas cargado con el fardo de una culpa en Kierkegaard (164.65). Luego, en cambio, la continuación “lógica” del idealismo ávido de deificación en el superhombre de Nietzsche (165). Aquí cita nuestra autora a Cervantes, a Pascal, al Manifiesto de Marx-Engels… hombres todos sin evidencia de su humanidad (165, hasta culminar en el Segismundo de Calderón, cifra y compendio del hombre: príncipe y mendigo, hombre sin más (165). Por ser príncipe y mendigo puede decir Calderón que “el mayor delito del hombre es haber nacido”.

Pero sigamos mirando a la historia: sin conciencia de ello, sin caer en la cuenta del nombre ni aun del hecho mismo en lo que tenía de extraordinario, el “idealismo” dibujó la figura del superhombre… Y la réplica fue el superhombre de Nietzsche. Recuperación de lo divino, en todo aquello que la idea de Dios y, más aún, de lo divino definido por la filosofía, había dejado atrás, oculto… El superhombre es el dios nacido de las humanas entrañas (167). Es el intento de recuperar lo divino, precisamente cuando Dios ha muerto.

La angustia.- Pero ese intento, que es el verdadero origen de la tragedia, está condenado al fracaso y solo puede llevar a la angustia. La página que parece balance de todo este proceso descrito, tiene pinceladas de innegable fuerza:

El hombre, prisión de lo divino, un carcelero que al fin lo deja escapar en la libertad del sueño… El superhombre del idealismo era el resultado de la instalación del hombre en el plano del espíritu. Pronto le llegaría la angustia…  Largo tiempo había venido preparándola en ese largo camino de la implacable destrucción de la filosofía y sus ideas límites: bien y mal. Toda su obra [de Nietzsche] después de El origen de la tragedia, fue el proceso de desarraigo del hombre de todo lo humano (168)…

Y desde aquí, el comprensible anhelo último del pensamiento filosófico parece haber sido situar al hombre, al ser que padece por su solo ser (“el delito de haber nacido”), en un lugar a salvo del sufrimiento, sea la impasibilidad de los estoicos o la “vida contemplativa” de Aristóteles y Plotino… Tarea muy difícil porque por ser libertad, el sujeto propuesto por el idealismo trasciende lo humano… Hubiera sido natural que hubiese aceptado la libertad trágica de un Kierkegaard o de un Unamuno. Pero la tragedia de la libertad, o la libertad vivida trágicamente, requiere un alguien a quien ofrecérsela (169).

Y un ejemplo o síntesis global muestra la dificultad de esta tarea, que evoca fácilmente el viejo mito de Sísifo: Sócrates padeció por ayudar a que naciese el hombre. Nietzsche, en el otro polo del crecimiento y desarrollo de “lo humano” (cuando ese hombre nacido de las manos de Sócrates había alcanzado todo lo que podía exigir), contendió con él: no era la criatura esperada (169). Pero no por fallo de Sócrates, sino porque nunca nada será lo esperado: “todos queremos más y más y más, y mucho más”…

Bien y mal.- Al llegar a este callejón sin salida, Zambrano parece encontrar una que me recuerda mucho la entrevista póstuma de J. P. Sartre en “Le Nouvel Observateur”, en la cual, desde el descubrimiento de la dimensión ética como constitutiva del ser humano, rechazaba alguna de sus posturas anteriores y agradecía al judaísmo como el que había aportado al género humano ese tesoro de humanidad. Zambrano parece ser aún más radical que Sartre en esta observación: ser humano lleva consigo el bien y el mal, significa partir con una carga, gravado por el mal y obligado al bien. Ser humano es ser culpable, como la sabiduría trágica lo ha sabido siempre (170)…

Precisamente por eso, Nietzsche va contra lo humano de Cristo (171)… El círculo mágico del eterno retorno aprisionó a esta criatura que no podía renunciar al tiempo ni querer la eternidad. La vida que podía ser apurada en un solo instante, para no dejar de ser vida, tenía que seguir desplegándose en el tiempo… El superhombre, rectificación del proyecto en que el hombre de Occidente decidió su ser, no se hundió lo bastante en el oscuro seno de la vida primaria de lo sagrado (172)…

La prisión del “eterno retorno”: es sabido cómo esa expresión aterrorizaba a Nietzsche. Aquí se estrelló el alemán: porque todas esas experiencias humanas en las que parece paladearse aquello que una vieja película francesa cantaba como “un gout d’éternité”, acaban remitiendo cruelmente al hombre a la que parece más insuperable de todas sus dimensiones: la temporalidad: todo lo humano había sido destruido implacablemente menos el tiempo. Y por eso: el superhombre ha sido el último delirio nacido de las entrañas del rey-mendigo, del inocente-culpable que no puede dejar la carga del tiempo, resistencia implacable que la vida humana opone a todo delirio de deificación (173).

Es lógico que, después de este recorrido, Zambrano se sienta llevada a reflexionar un poco sobre el hombre europeo.

V.- A MODO DE PARÉNTESIS: EL HOMBRE EUROPEO

Creo que pueden sistematizarse así las pinceladas que traza nuestra autora:

Individualismo y racionalismo.- El hombre europeo individualista aun sin saberlo -individualista de corazón- entendía como razón su propia y personal razón (191). Y más adelante: Parménides presenta la unidad de identidad, en oposición a la unidad de armonía de los contrarios de Heráclito (204).

Esta descripción tajante parece indicar que no es el racionalismo la raíz del individualismo europeo (pues es un individualismo «de corazón”) sino más bien al revés: el individualismo busca refugiarse en la presunta universalidad de la razón. Aunque pueda pensarse que ese individualismo es una deformación de la valoración cristiana del individuo (única en el campo de las cosmovisiones humanas), el hecho es que esa deformación, que parece iniciarse con el Renacimiento y la Modernidad, acaba deformando la presunta universalidad de la razón (a la que apelaba el joven Marx contra la religión).

El hecho es que hay algo en la vida humana insobornable ante cualquier ensueño de la razón. Ese fondo último del humano vivir que se llaman las entrañas y que son la sede del padecer…, padecer sin tregua  por el hecho simple de estar vivo, que no puede reducirse a razón (197). Precisamente por eso, al reducirse el conocimiento a la razón solamente, se redujo también eso tan sagrado, que es el contacto inicial del hombre con la realidad, a un modo único: el de la conciencia (191).

El contacto inicial del hombre con la realidad no comienza por la razón: esta debe acudir después para tratar de ordenar la complejidad de ese contacto. Cuando no sucede así: la descalificación racionalista del sentir, lo confinó a la mera subjetividad descalificándolo como proceso creador o captador de objetividad (216).

Moral de la pasión.- El ser mismo es por esencia pasión (192)…De ahí parece nacer la historia para nuestra autora. Y por eso: la moral cristiana tendría que ser… moral de la pasión y no de la impasibilidad… (193). Efectivamente, contra determinadas apologías de la ataraxia (de tipo más estoico o más oriental), he sostenido otras veces que lo típico del cristianismo no es arrancar o suprimir la sensibilidad sino transformarla. Desde aquí resulta menos extraño que nuestra autora se sienta llamada a añadir, a esta caracterización del hombre europeo, unas reflexiones sobre la piedad.

La piedad.- “Piedad es el saber tratar adecuadamente con lo otro”. Pensemos: cuando hablamos de piedad siempre se refiere al trato de algo o alguien que no está en nuestro mismo plano vital: un dios, un animal, una planta, un ser humano enfermo… (203). El individuo no es el todo ni el individualismo es la verdad total: la inspiración ha de arrebatar en el instante en que es recibida, pero exige después una delicada medida, un saber tratar con ella como sucede con todo aquello que estando en nosotros no nos pertenece… Cuando se presenta recuerda lo que no sabía (212).Y, precisamente por eso, la tragedia tenía como motivo las situaciones más extremas de la vida humana, cuya codificación no es posible (222).

Pero la piedad necesita encontrar en nosotros una base de desprendimiento, de salida de sí. Por eso: El estoicismo muestra la única filosofía que lleva consigo la piedad ya humanizada hasta esa última forma que es la tolerancia (215). Quizás también por eso, el estoicismo supuso históricamente una enorme interpelación para el cristianismo naciente que, por un lado, quería ir más allá de él pero, por otro lado, no podía prescindir de él. Quizá por todo esto, finalmente, “tolerancia” y “diálogo” son eslóganes (tareas) nacidas precisamente en el mundo europeo.

Y la piedad tampoco es una fórmula mágica. Como todo lo humano, también ella puede degradarse. Quizá por eso, toda verdadera religión conserva como centro un misterio en que subsiste el misterio primero, y un actuar humano adecuado que reproduce estas acciones sagradas (208). Porque nada hay más grave que una piedad resentida y que una piedad sirviendo de vehículo al resentimiento, de vehículo y de máscara (202). 

Una vieja lección que quizá no hemos aprendido todavía en el cristianismo, a pesar de mil experiencias concretas: que nada atemoriza tanto a la vieja piedad como la piedad nueva. Y parece inevitable que quien es su portador no perezca a manos de los seguidores de la piedad antigua… En este crimen, realizado en el dominio de lo sagrado, se asienta -por el sacrificio- el nacimiento de la piedad nueva (213).

Superados todos estos obstáculos, quizá quepa como conclusión que: Razón y fe, que habían surgido distantes y al parecer contendientes, llegaron a unirse en una armonía casi perfecta (199).

No quisiera cerrar este capítulo sin destacar lo que me parece ser el carácter profundamente femenino de todas estas reflexiones, y no porque ahora esté de moda homenajear a las mujeres para parecer progre. Al revés: soy quizá demasiado consciente de que aquello que es más elevado entraña más riesgos; y me he cansado de citar el viejo proverbio latino: “corruptio optimi pessima”. Y creo que Zambrano es mucho más consciente de esto que algunas presuntas (y fatuas) feministas actuales que más que servir a la causa de la mujer parecen servirse de ella.. 

En cualquier caso (y cerrando el paréntesis europeo), es lógico que la piedad nos lleve a otro rasgo de esa antropología enriquecida que antes intentamos exponer. Vamos allá.

VI.- EL AMOR

El amor…junto con Dios es, a la vez, la más grandiosa y la más ambigua y manipulable de todas las palabras humanas. Por eso comienza Zambrano recordándonos que el amor ha de resignarse por fin a ser confundido con la multitud de los sentimientos o de los instintos, si no acepta ese lugar oscuro de la libido, o ser tratado como una enfermedad secreta de la que habría que liberarse (256)…

Pero, pese a esa ambigüedad, se hace necesario recuperarlo. Porque  cuando el amor no tiene espacio para su trascender y cuando no informa la vida humana que le ha rechazado en ese movimiento de querer liberarse de lo divino al mismo tiempo que quiere absorberlo dentro de sí, entonces una némesis parece presidir el destino de los hombres (260).

Fijémonos en la doble amenaza: el hombre puede matar el amor no solo cuando intenta liberarse de lo divino sino también cuando quiere absorberlo dentro de sí. En este sentido, la afirmación de Dios puede ser tan “pecadora” como su rechazo: porque en ambos casos puede negar ese espacio de trascendencia que constituye al ser humano, ese espacio al que calificamos como libertad y que no es más que una posibilidad: un ser posible que no puede realizarse falto del amor que engendra… Bajo esa luz la vida humana descubría el espacio infinito de una libertad real. La libertad que el amor otorga a sus esclavos (256). Esto la llevará a concluir taxativamente más adelante: La hermandad como la castidad son proféticas (347).

En este sentido, y en un cierto salto lírico, interpreta Zambrano la frase de la literatura órfica: “en el principio era la noche”. Porque es en esa oscuridad donde el amor encuentra su auténtico misterio (262). Y así puede concluir: el amor es potencia anterior al mundo que vemos, y ha estado en la metamorfosis primera de la cadena de las metamorfosis visibles e invisibles que marcan la formación del universo (263).

Así podemos llegar a lo que me parece más hondo de la antropología de este libro: la contradicción humana que transparenta la pasión, residuo divino en el hombre que, por eso, es también demoníaco: extraño al hombre, no a su medida y, sin embargo, su ser mismo: extraño-entrañable. Otro aspecto de la ambigüedad característica del amor, no ya de ser divino y demoníaco a la vez, sino de ser extraño al hombre y, a la vez, lo más entrañable (265).

Divino y demoníaco, ajeno y a su medida, extraño y entrañable. Simple creatura y más que creatura (“imagen y semejanza de Dios” dicho ahora bíblicamente). Hasta aquí parece llevarnos la reflexión sobre el hombre y lo divino. Y Zambrano se entretiene describiendo algunas de esas contradicciones que nos constituyen:

– Esta metamorfosis que convierte la enajenación en identidad (269).

–  Necesidad-libertad… categorías supremas del vivir humano. El amor será mediador entre ellas: en la libertad hará sentir un poco de la necesidad y en la necesidad introducirá la libertad. El amor siempre es trascendente (272)…

–  Es el amor el que descubre la realidad y la inanidad de las cosas, el que descubre el no-ser y aun la nada… Y todo el que lleva en sí una brizna de este amor descubre algún día el vacío de las cosas y en ellas, porque toda cosa y todo ser que conocemos aspira a más de lo que realmente es (273). No sé ya si fue Blondel quien escribió que “todo ser es como una plegaria al Ser”. Y para terminar:

–  El amor consigue no una disminución sino una desaparición de esa gravedad que, cuando él no existe, es sustento de la moral… (276). Como si estuviera citando la vieja norma de Agustín de Hipona: ama y haz lo que quieras[10].

Es casi inevitable terminar este capítulo invitando a una reflexión sobre el amor y su dialéctica: su capacidad de realización humana, tanto en el darlo como en el recibirlo. Y esa bipolaridad entre el deseo y el respeto, en la que el respeto no mata al deseo pero lo transforma. Por eso puede comentar nuestra autora que en la vida humana, conversión ha de ser siempre transformación, metamorfosis, quizá transfiguración. Es decir, ascensión en la escala de las formas, ganando modos más altos de ser (281). Porque, curiosamente, la misma definición parece convenirles (“avidez de lo otro”) a esta pareja de contrarios que son la envidia y el amor (282).

Y aquí surge el otro polo (¡que tampoco podía faltar!) en la dialéctica del amor: la envidia. Que parece más obligatorio en este comentario, porque (con razón o sin ella) Zambrano no deja de advertir de que hay… un pueblo tan azotado por el mal sagrado de la envidia, como es el español… (291). Y uno no deja de pensar que quizás iría bien leer esa sola frase a los políticos de la España actual[11].

Frente al mundo exterior creemos vivir dentro de unos límites, nos sentimos defendidos; frente al semejante nos sentimos al descubierto, como inmersos en un medio homogéneo de donde emergemos a la vez (286). La envidia convierte al semejante en el otro (289). No resulta difícil redescubrir aquí lo que antes decíamos sobre la subjetividad humana: ante el mundo exterior somos sujetos, ante el semejante sentimos amenazada nuestra condición de sujetos y de ahí brota la envidia.

De lo cual se sigue que: o el amor transforma nuestra subjetividad, o el hombre acaba siendo “un lobo para el hombre”, según la expresión ya consagrada de Plauto, que reactualizó Hobbes. Por eso, y ante esa amenaza destructiva: saber sacrificar y sacrificarse es la suprema sabiduría de hombre, a quien no basta, por lo visto, la misericordia concedida por el Dios revelado, pues él se forja un dios que no perdona, al que presta diversas máscaras…: el futuro y el estado (305). Por ello también, ante ese futuro que nunca llegará y ante ese estado que rompe la comunión y la comunidad en vez de crearlas, el pensamiento ha de comenzar su acción liberadora contra tales dioses insaciables (305).

Nótese cómo hay aquí una recuperación de la Ilustración (de que antes hablamos) pero no como una ilustración individualista, sino como una Ilustración solidaria.

 Y podrían servir como resumen y conclusión estas palabras: estas son las propias esperanzas humanas, incluida la esperanza suprema y casi siempre oculta de que nuestra vida, sin dejar de ser vida y nuestra, tenga los caracteres que le faltan y que son contradictorios. Identidad, realización total y completa, realidad total (302). Esa nuestra vida humana, sentida por su protagonista como incompleta y fragmentaria (306).

Las páginas finales que nos quedan tienen más bien un mero carácter de apéndices y ya no me parecen tan necesarios. Pero al menos quisiera retomar un existencial que hasta ahora casi no ha aparecido en nuestras reflexiones.

VII.- LA TEMPORALIDAD

Zambrano ha vivido en una época marcada por el impacto heideggeriano de “El ser y el tiempo”. Quizá por eso sus reflexiones finales parecen apuntar a una redención de la aporía final heideggeriana. Recordemos que es también la época en que O. Cullman publica unas de sus obras más famosas: “Cristo y el tiempo”.

Creo incluso que es por esa línea de la temporalidad por donde más cercana parece Zambrano a la visión cristiana del hombre y lo divino. Eso parece sugerir la preciosa declaración de:el tiempo, humanizador de lo divino (330), que evoca la frase asombrada de los primeros cristianos sobre la encarnación de Dios: “¡el Eterno se ha hecho temporal!”. Y que deja en el aire la pregunta por un complemento de esa declaración: “¿el tiempo divinizador de lo humano?”

Nuestra temporalidad: esa extraña dialéctica que parece reflejarse en todas nuestras páginas anteriores: por un lado esa sensación como de eternidad y definitividad que parece encerrar todo presente. Y por otro lado el desmentido de esa promesa ante la fugacidad de todo presente, y que lleva a esa divinización del futuro al que se sacrifica todo, y que antes hemos comentado.

El dios de la filosofía no es quién sino qué, -lo que no ha dejado de ser una maravilla, una humana maravilla- mas no es el dios, señor amigo y adversario, el que abandona (396). Donde la frase final alude al libro de Job y pudo aludir también a la cuarta palabra de Cristo en la cruz, que procede ya de los salmos: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”.

Por eso, quizá debemos concluir estas reflexiones con una larga cita:

El cristianismo ofreció desde el primer momentola conversión de la caverna temporal. El hombre interior de san Pablo que, por obra de Cristo, nace desde lo más hondo de la interioridad y, al nacer, transforma todo el tiempo en eternidad y aun la carne tiene su promesa de resurrección. El cristiano no ha de abandonar propiamente nada, pues al nacer en Cristo y por Cristo, arrasa y transforma su entera condición. Ser cristiano es entrar en sí mismo, entrar en Cristo que yace en cada uno de los hombres. Despertar en Él, nacer en Él (303).

CONCLUSIÓN PERSONAL

En resumen, creo que Zambrano ha vivido con hondura y ha reflexionado sobre esa paradoja del ser humano tantas veces encontrada: rey y mendigo, inocente y culpable, pordiosero y poderoso, finito y con algo de infinito… Esa dialéctica parece marcar toda nuestra historia y todas nuestras conductas. Y parece abrir la puerta de acceso a lo que se llama “el hecho religioso”. Esta me parece ser la intuición fundamental de la obra.

Leída casi setenta años después y con la inevitable evolución (y globalización) de las culturas se le pueden sugerir dos complementos a esta pequeña obra, quizás demasiado pronto olvidada: uno vendría desde nuestro Oriente y el otro desde nuestro occidente latinoamericano.

1.- Es una lástima que Zambrano no conociera (o no comente) los Upanisads, añadidos como comentario a los poemas védicos de la India. Porque en ellos habría encontrado (con lenguaje muy distinto del nuestro) esa misma extraña dialéctica entre trascendencia y no trascendencia que parece atravesar su obra. Ese sencillo mantra: “atman-Brahman” que se ha generalizado hoy entre nosotros con la expresión de la “advaita” (no dualidad), pero que en Occidente falsificamos: porque se trata precisamente de una “no dualidad dual”. Pero que es muy recuperable para el Occidente cristiano, desde una teología del Espíritu Santo.

2.- Si miramos ahora a nuestro Occidente latinoamericano y a la llamada teología de la liberación, esa misma dialéctica antropológica pasa de lo individual a lo social. Y entonces, resuenan más aquí los armónicos y los acordes bíblicos, con su base en la idea de “pueblo”, pero pueblo “de Dios”. Si Oriente empalmaría más con las reflexiones de Zambrano sobre la libertad, América Latina se reencontraría enseguida en lo que antes hemos expuesto sobre el amor. Amor y Libertad que en “lo divino” se identifican plenamente y en el hombre parecen oponerse equivocadamente.

Otra vez lo más alto en lo más bajo: “no hay más que dos absolutos: Dios y los pobres”, es el balance que queda de la teología de la liberación y que puede ser leído como otra forma de advaita: de no-dualidad en lo más dual.

                                                    *     *     *    *

[1] El pensamiento filosófico y la afirmación de la persona humana contenida en la tragedia, denuncia la insuficiencia de los dioses (61.62). N.B. Todas las frases en cursiva de este artículo son citas literales de esta obra. Cito la edición del FCE, México 1986. Los capítulos finales de esta obra fueron añadidos a la segunda edición (1973): eran escritos guardados que, según Zambrano, aguardaban el momento oportuno de ser entregados a un posible lector (9).

[2] Remito a los especialistas del Antiguo Testamente la pregunta de si en Israel (con el tema de las primicias) el sacrificio intenta ser más bien una expresión simbólica de que todo lo humano es don de Dios y que, conscientes de eso intentamos, agradecidos, devolverle algo de ese don. Aunque fuera así, parece que pronto pierde ese significado, cuando salmos y profetas hacen gritar a Yahvé aquello de “no necesito tus sacrificios. Si tuviera hambre no te lo diría” etc.

[3] Sin límites, sin nombre sin explicación…

[4] Puede ayudar a comprender todo esto, aquella figura de Dios como un triángulo con un ojo en el centro, que yo todavía conocí en mi infancia.

[5] Valga como único ejemplo la magna obra de J. Moingt Dios que viene al hombre, sobre todo en el primero de sus tres tomos, que es el filosófico y que significativamente se titula: “Del duelo al desvelamiento de Dios”.

[6] Vale la pena releer, y no olvidar nunca, el famoso discurso que Jean Paul pone en boca de Cristo muerto, desde el más-allá: “no he encontrado ningún Dios”. Con la consecuencia: “somos todos huérfanos: vosotros y yo”. Lo expuse y comenté en el primer capítulo de “Fe en Dios y construcción de la historia”. Y en otro lugar, dialogando con el amigo J. Riechman subrayé que la palabra orfandad implica necesariamente la “pérdida” de algo; no la mera ausencia de aquello que nunca existió (ver el Cuaderno 209 de Cristianismo y Justicia: “¡Despertemos!”).

[7] Cabría objetar que el ateísmo puede ser también, no una respuesta de la desolación, sino un rechazo del orgullo humano. Pero esta hipótesis apenas la considera nuestra autora, como no sea en la actitud de “absorber a Dios dentro de sí”, que citaré ahora mismo.

[8] Al comienzo mismo de “El mito de Sísifo”.

 [9] E. Tierno Galván, Qué es ser agnóstico. El autor, que se quejó de pocas respuestas cristianas a su propuesta, intentaba reconducir las aspiraciones humanas a una “utopía de la finitud”: arreglar la finitud sin pretender superarla. Pero parece como si ese arreglo de la finitud resultara insuficiente, o demasiado difícil, o demasiado caro por los precios que exige.

[10] A la que en otro lugar añadí este matiz que hoy me parece necesario: no digas que amas para poder hacer lo que te dé la gana…

[11] Sin pretender que hay “hechos diferenciales” que nos liberan de ese azote. Por supuesto que hay hechos diferenciales; pero las diferencias no van por ahí.

La España católica frente a las elecciones

España católica

Esta Iglesia no cuestiona por lo general al poder político gobernante, que transcurre autónomo e intocable, ajeno al requerimiento de la Ética y del Evangelio

España, muy católica ella  (hoy un 44 % de sus habitantes), ha sido, desde este proceso clerical, aliada de una política  ajena al  Evangelio

Muchos de los que buscan a Dios en el culto cristiano pasan de largo frente al necesitado y no obran como el buen samaritano

Por| Benjamín Forcano, teólogo

1.Un planteamiento apenas sospechado

Es preciso hablar claro, para mostrar de una vez la ignorada equivocación que cubre a muchos cristianos. 

Lo muestran dos reiterados errores:  

1º) Una Iglesia clerical predominantemente ritualista

Como no era de esperar, reaparece en estos últimos años un modelo Iglesia clerical, encargada de promover el culto y la santificación de los fieles, verificada   en un despliegue de ritos, rezos y gestos reverenciales pasajeros, que nos ponen en contacto directo con Dios y aseguran el futuro celestial de nuestra salvación. Un contacto repetido una y otra vez bajo rituales diversos con específicas condiciones y tributos establecidos. 

2º)Una Iglesia que no hace suya, la opción de Jesús por los más pobres. 

Esta Iglesia no cuestiona por lo general al poder político gobernante, que transcurre autónomo e intocable, ajeno al requerimiento de la Ética y del Evangelio.   

En el momento actual, salta a la vista una ausencia fundamental: en la Iglesia católica el principio y medida del pensar y actuar es Jesús de Nazaret que, vivió   inmerso en la vida sociocultural y política de su pueblo, organizada y custodiada por enaltecidos y severos dirigentes. 

A estos dirigentes,  Jesús los denuncia poniendo al descubierto sus depravaciones y mentiras, los encara terminante: no hay   plegarias, ni culto, ni leyes que valgan  si se hacen contra la dignidad, el bien y los derechos  del pueblo.

Jesús no pudo tolerar este escándalo, no fue neutral. Y , sin ser propiamente un personaje político , aireó con gran libertad  la soberbia e hipocresía de estos dirigentes. 

2-Una iglesia clerical encubridora del mensaje  liberador de Jesús de Nazaret 

Trasladado esto a la situación presente,  tiene aplicación ante la pervivencia de un tipo de lglesia entrelazada con una política que dista leguas de lo que es el  Reino de Dios ,   obviamente desatendido por quienes  debieran proclamarlo. 

Muy otra es la valoración del Vaticano II: “La Iglesia,  fundada en   el amor del Redentor, contribuye  a que dentro de los límites  de la nación y  entre unas naciones y otras, se extienda más vigorosa  la justicia y la caridad, pues predicando  el Evangelio e ilustrando todos los sectores de la actividad humana, con la luz de su doctrina y el testimonio de los cristianos respeta y promueve también  la libertad política y  la responsabilidad de los ciudadanos” (Gaudium et Spes, 26). 

El escándalos es innegable, pero se ha hecho tan natural, que pasa como inexistente, pues en las próximas y  enfrentadas elecciones  ni siquiera se ve mencionar el hecho histórico de la vida  y enseñanza de Jesús de Nazaret, que abrió  el Camino  para una nueva  convivencia sociopolítica humana que abarca ya más de dos mil años.  

España, muy católica ella  (hoy un 44 % de sus habitantes), ha sido, desde este proceso clerical, aliada de una política  ajena al  Evangelio ; lo gritan las desigualdades, las  injusticias, los empobrecimientos y las esclavitudes de grandes sectores de la ciudadanía.

Frente a esta situación, no se nota que se haga valer lo más relevante y característico del  mensaje de Jesús: la llegada a  nosotros del reino de Dios, en el cual  los primeros y los preferidos de Dios,  son los más explotados y empobrecidos.

Lógicamente, en el contexto de un país que se tiene y se denomina cristiano, un buen analista no  puede menos   de preguntarse: 

-“ ¿Es que es  un pecado,  una traición o un despropósito  recordar y destacar que los primeros y los preferidos  en el reino de Dios  son los más  empobrecidos y oprimidos? ¿O acaso para un cristiano actuar concorde con este principio cae fuera de la política? ¿Si no cae, dónde están los adalides políticos cristianos de uno u otro Partido, que hagan justicia y levanten a los más explotados y ofendidos? ¿O acaso se inhiben porque se les amenaza con ser castigados por asumir el más noble empeño de toda política? En tal caso, ¿no debieran reconocerse identificados con Jesús de Nazaret que fue condenado a ser crucificado por reivindicar la primacía del cuidado y respeto de lo   más empobrecidos y oprimidos?”. 

A la vista de esta contradicción, ¿qué sentido tiene entonces   lo de llamarse cristiano? ¿O es que la fe en ese Dios, Padre de todos, manifestado en el amor extremo de su hijo Jesús, debe contabilizarse como puro cuento o ilusión? 

Muchos de los que buscan a Dios en el culto cristiano pasan de largo frente al necesitado y no obran como el buen samaritano. Pasan de largo sobre todo los seducidos por el dinero, que triunfan generando grandes cortejos a través de inacabables festejos y espectáculos para congregar a la gente, distraerla y entretenerla.

Junto a estos grandes cortejos diarios, quedan otros , más desvalidos,  tirados en la calle,  en la cuneta,. De este modo , los adinerados parece que no solo se contentan  con  el Jesús muerto crucificado, sino que  se tranquilizan  con ni siquiera nombrarlo. 

¿Esta Iglesia tan partidaria de romerías, de procesiones y de ritos, sirve para llevar a la gente hasta Jesús o a que se aparten de él?  No parece que mucha gente descubra a Jesús y entienda que ha llegado el Reino de Dios, no se percibe que existan comunidades donde todos viven unidos y todo lo tienen en común, pues comulgar con Cristo es ser y  sentirse uno con todos haciendo presente y visible el Reino de Dios.

Teologia de la Liberacion

4- El planificado entierro del concilio Vaticano II y de la teología de la liberación 

Siguiendo el hilo de la reflexión, impresiona comprobar cómo Jesús no pudo callar ni tolerar en su pueblo este escándalo. Ciertamente no fue neutral y sin ser propiamente un personaje político, aireó con gran libertad lo que, en personas  que alardeaban de creyentes y piadosas, resultaban un  escándalo de pura soberbia e hipocresía. 

Ante esta actitud de Jesús, surge lógica la pregunta: ¿No se ha llegado entre nosotros a  un alejamiento  del Evangelio? ¿No vivimos de espaldas a él? A decir verdad, no es casual, ni se debe a factores misteriosos, lo acreditan los hechos;  es muy  grave , tiene sus causas e incita a dar con ellas y no menos a conocer los sujetos que la tramaron  y promovieron. 

No es ningún secreto declarar que la situación que nos envuelve ha sido  secretamente propulsada por intereses y  objetivos imperialistas. Calculadamente, se ponderó que el covid 19 podía influir y servir de tapadera para aventar y excluir de los medios de comunicación  el hecho profundamente innovador y revolucionario del  concilio  Vaticano II, juntamente con  el hecho  no menos subversivo y liberador   de la Teología de la Liberación. 

Estamos por los años 1960 y la Iglesia hierve con el caudal que le baja de las montañas de la investigación científico-teológica moderna. El mundo entero mira a Roma y allí se concentran , bajo la inspiración del Papa bueno Juan XXIII, representantes del episcopado mundial , asesorados por sus  mejores teólogos, peritos de amplio y  contrastado saber.

El Vaticano II levantó encendidas esperanzas. Hizo soplar fuerte el aire de una renovación bien fermentada y anhelada.

Sesenta años del Concilio Vaticano II

Pero este aire en otras latitudes, se lo marcó muy peligroso para el logro de ctros y muy   importantes objetivos.

No tardó en sonar alarmante una alerta, que llegaba del inmenso y vigilante imperio de Estados Unidos. Al poco de acabar el Vaticano II , Latinoamérica en su asamblea de Medellín,(1968) mostró una recepción plena  de lo acordado en el concilio para poder aplicarlo a  la singular situación de los pueblos del tercer mundo.  

Fue tal el impacto producido, que en ese mismo año, Rockefeller, después de una  gira por Latinoamérica , dijo: “Si la Iglesia  latinoamericana   cumple los acuerdos de Medellín, los intereses de Estados Unidos , están en peligro en América Latina” . 

La alarma se tornó en toque de  guerra con el presidente Reagan: “ La política exterior de Estados Unidos debe comenzar  a enfrentar ( y no simplemente a reaccionar con posterioridad ) la teología de la liberación, tal como es utilizada  en América Latina  por el  clero de la liberación” (Documento de Santa Fe).

Apoyada e impulsada por el concilio Vaticano II, la Teología de la Liberación recibió consagración en la reunión de Medellín del episcopado latinoamericano.  

Sería el caso, de narrar   cómo se  combatió  y paralizó la Teología de la Liberación,  que presentaba a Dios  en un mundo bipolar de ricos y pobres , donde por lógica su relación es de injusticia y exclusión y cómo ahí, la fe es capaz de provocar cambios radicales  y donde los pobres, los excluidos, los marginados dejan de serlo , lo cual no es posible sin  dar la vuelta al sistema.

Es ya conocido y muy comentado el nuevo modelo de Iglesia, patrocinado por el Papa Karol Jósef Wojtyla (elegido en 1978) y el nuevo rumbo que le iba a imprimir, aliado con  el presidente Reagan y atizando  los   movimientos más reaccionarios de la  Iglesia. Fue tal la uniformidad  que parecía destinada  a vaciarla  de su savia original más profunda: el amor, la democracia  y la libertad. 

La opción de Wojtyla era restaurar y cristianizar a Europa ; los males era preciso remediarlos reintroduciendo la imagen de una Iglesia preconciliar, centralizada, androcéntrica, clerical, compacta, bien uniformada y obediente, antimoderna.

El paisaje descrito podría completarse con  otras muy sugerentes pinceladas. (A quien lo desee, le remito a mi Entrevista, publicada en Polonia: “Balance eclesial  a los 40  años  de la elección de Juan Pablo II”) .

Creo que lo principal para entender de dónde venimos, es que la Teología de la Liberación no tiene parangón con la teología del pasado, donde  el orden socieconómico y político burgués , construido de acuerdo a  las leyes del más fuerte,   era también el que presentaba la Iglesia como querido y  bendecido por Dios y se lo consideraba con todos sus males  como pruebas mandadas por Dios  para santificarse y acumular mérito para el cielo. 

Toda la pompa religiosa se orientaba a asegurar el negocio de la propia salvación.  Preceptos, normas , leyes y dogmas interminables , rezos y misas, pero a  la postre  todo quedaba  en obras piadosas,  sin plantear para nada  lo que la vida de Jesús pedía denunciar  y hacer  en cada lugar y momento de la sociedad.

Con razón, frente a grupos  integristas o neoconservadores  que rechazaban todo cambio social  y pregonaban  una religión que pretende ser apolítica, la Teología de la Liberación enseñaba  a la luz del Evangelio  la liberación integral  de los oprimidos. Visión sólidamente fundada, que fue publicada directamente contra Juan Pablo II, firmada por 700 teólogos en el  Manifiesto de Colonia.

Liberación

Visto lo expuesto, de cara a las elecciones, sirve para señalar tres cosas  importantes:

Primera: el Pasado de que venimos, está marcado por una fe unida a una política , ajena al Evangelio, mayormente  colonizadora y dominadora.

Segunda:   el Presente que nos  configura con la duplicidad de una fe  que,  guiada por una iglesia clerical, asegura la santificación y salvación  con la práctica de numerosas plegarias y ritos, siempre al margen de toda política.

Tercera,  el Futuro, proyectado desde un retorno al Evangelio, mediante el seguimiento de Jesús   que implica y relaciona la consecución del reino de Dios en  la política actual, asumiendo  la primacía  que en ese reino de Dios tienen  los más empobrecidos y oprimidos y  compometerse con ella como  la forma más radical y segura de obtener nuestra santificación y salvación.  

5-Una  cuestión de simple coherencia: cristianos en privado y en público 

Resulta evidente el enorme trastueque que se efectuó dentro de la Iglesia a partir  de la elección de los Papas Juan Pablo II  y Benedicto XVI . Fueron 35 años de negación y oposición descarada a la renovación del Vaticano II , marcando un retroceso inimaginable y estableciendo alianza con el poderoso imperio yanqui para anular el espíritu  y propuestas del Vaticano II. 

Francisco y Juan XXIII

¿EL  recorrido invasor  imperialista hubiera tenido efectos tan devastadores  sin la coerción ejercida contra la  renovación llevada a cabo por el Vaticano II? 

Se puede imaginar otro Camino muy diverso si  la Iglesia  con unanimidad  hubiera  aceptado el concilio  movilizando y haciéndolo vivir  en la mayor institución religiosa del mundo  con sus mil millones de miembros. ¡Peligroso, muy peligroso! Y, por ende, intolerable para las miras y ansias del Imperio. 

Nada extraño, por tanto, el premeditado empeño  por  enmudecer y hacer desaparecer la carga explosiva de la Teología de la Liberación,  con la  expansión tan enorme que estaba teniendo. La confabulación del Papa Juan Pablo II -Presidente Reagan tuvo insospechados efectos , tan insospechados como llegar  a silenciar y dar como inoperante  la profunda innovación del concilio Vaticano II y  de la Teología de la Liberación.

Sirvan como como un reguero final de luz y energía el mensaje que los Padres Conciliares enviaron , entre otros, a los Gobernantes y a los más Pobres. 

A LOS GOBERNANTES: A LOS DEPOSITARIOS DEL PODER TEMPORAL 

Rendimos honor a vuestra soberanía y respetamos vuestra función, reconocemos vuestras leyes justas y os decimos: Sólo Dios es grande, El es el principio y el fin, la fuente de vuestra autoridad  y el fundamento de vuestras leyes.  

Sois los promotores del orden y de la paz entre los hombres. No olvidéis que el Padre de los hombres es Dios y que Cristo , su  hijo eterno, ha venido a decírnoslo  y enseñarnos que todos somos hermanos.  El es el único que dirige la historia humana e inclina nuestros corazones a  rechazar la guerra  y la desgracia. La Iglesia, después de casi dos mil años , os pide la libertad de creer, de predicar su fe, de amar a su Dios y de servirle. Y de poder llevar a los hombres su mensaje de vida. Hecha a imagen de su Maestro,   cura a todo  lo humano de su fatal caducidad, lo transfigura , lo llena de esperanza,  de verdad y de belleza. El es hijo de Dios e hijo del hombre, no lo crucifiquéis de nuevo , dejadnos difundir  por todas partes la Buena Nueva del Evangelio de la paz.  

A LOS POBRES, A LOS ENFERMOS , A TODOS LOS QUE SUFREN.

Vosotros,  los pobres y abandonados,   los  que sentís más duramente el peso de la cruz, saberos por vuestra fe unidos al  Varón de dolores, con Cristo , hijo de Dios y recobrar vuestro valor:  vosotros sois los preferidos del reino Dios,  reino de la esperanza,  de la dicha  y de la vida;  vosotros sois los  hermanos de Cristo paciente  y con El, si queréis , salváis al mundo. No estáis solos, ni separados, ni abandonados, ni inútiles, sois los llamados de Cristo, su viva y transparente imagen. 

EL FUTURO DE LA RELIGIÓN SEGÚN JOSÉ MARÍA CASTILLO

El pasado jueves 13 de abril tuve la oportunidad de presentar junto a José Manuel Vidal el último libro de José María Castillo, «Declive de la Religión y futuro del Evangelio», en la iglesia de San Antón, ese espacio de libertad que mantiene vivo el padre Ángel. Un libro excelente sobre muchas de las contradicciones que vivimos en la Iglesia. Pero quiero ofrecer aquí el texto escrito y completo de mi intervención porque considero importante que se conozcan algunos matices que expuse allí, ya que, aunque comparto enteramente la tesis de Castillo, creo que se están produciendo otros hechos que quizás puedan complementar y ampliar cómo se vive hoy la Religión en sentido amplio en muchos puntos de nuestro mundo.

Hace un par de años, cuando José María Castillo, me concedió el privilegio de prologar sus Memorias escribí: tienes entre las manos la confesión de un profeta de nuestro tiempo, y, como tal de un hombre rompedor, libre, molesto para unos, providencial para otros, que a sus noventa y dos años de vida escribe sus memorias sin tapujos, con humildad y osadía, gracias a una prodigiosa mezcla de vida y pensamiento, que constituye todo un aldabonazo a nuestra sociedad y sobre todo a la Iglesia católica a partir de la centralidad del Evangelio.

La experiencia del profesor Castillo

Subrayaba entonces su experiencia humana e intelectual en los centros de estudio donde ha ejercido su profesorado como Córdoba, Granada, Roma, El Salvador y otros muchos lugares. Sobre ello Pepe afirma: “Esta Iglesia, a la que tanto debo, es la Iglesia que vive en una enorme y palpable contradicción. Es la contradicción que consiste en que la Iglesia enseña (o pretende enseñar) exactamente lo contrario de lo que vive. Y es el “clero”, lo digo sin rodeos, el que lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente desafinada”. Particularmente sensible a las contradicciones, estas estallan en su vida cuando se le prohíbe enseñar en Granada y al mismo tiempo se le admite, e incluso se le anima, a hacerlo en la UCA de San Salvador. “¿En Granada yo era peligroso y en El Salvador no lo era? ¿Cómo se explica esta contradicción?”. ¡Por lo visto la razón formal es que la de Granada era facultad eclesiástica y la de San Salvador civil! Como si la verdad dependiera de etiquetas.

Sea como fuere, la trayectoria teológica de Pepe Castillo, insuflada de una enorme cultura y cientos de libros asimilados y otros escritos por él, es una continua superación de censuras y de problemas de libertad de cátedra. Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la encarnación como humanización de Dios. Por eso afirma en una estrecha unión de inmanencia y trascendencia: “Si luchamos en serio por ‘humanizar’ esta sociedad y este mundo, entonces y sólo entonces, podremos pensar en serio que estamos luchando por ‘divinizar’ nuestra existencia”.  Para señalar lo que distingue a un cristiano del que no lo es, afirma que se produce cuando “sólo queda en pie el amor, la bondad y el comportamiento que cada cual ha tenido en su vida con sus semejantes”.

Pues bien, en este libro que presentamos, titulado Declive de la Religión y futuro del Evangelio, Castillo ha desarrollado de una manera, si cabe más radical y apasionada, esta tesis tantas veces defendida, de que lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio. Lo hace a través de 55 breves capítulos de fácil y amena lectura, donde expone esta contradicción desde muy diversos ángulos, como un berbiquí o vueltas de tornillo donde de forma histórica, exegética y teológica; lo que permite al lector taladrar de manera sencilla y a la vez implacable el fondo de estas contradicciones.

El Dios humanizado

Ya en sus Memorias y en sus otros libros Castillo defendía que el problema del hombre es Dios, y solamente en el Evangelio de Jesús, algo que en su opinión la Iglesia ha olvidado, volvemos a la centralidad. “Hizo falta pasar por la crisis religiosa, que provocó la Ilustración, para darnos cuenta de que a Dios no lo conocemos. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús”. De ahí la importancia que el profesor Castillo concede al Dios humanizado, que ve como única vía de hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y por una Iglesia que esté centrada en el Evangelio, porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica un Evangelio falsificado”.

No hace falta recordar que Pepe ha declarado en muchas ocasiones su amor a la Iglesia, “pero precisamente porque la quiero tanto -afirma-, por eso no me puedo callar lo que yo veo como el fenómeno de fondo que ha desquiciado lo que quiso Jesús, mi verdadero Señor, cuando se despojó de todo rango y dignidad, de toda posesión de bienes y grandeza”. Por eso la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento de Jesús y recuperando como centro el Evangelio. En su opinión lo que la gente de hoy rechaza de La Iglesia no es la “maldad”, sino la “mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive, y será creíble cuando sea capaz de romper las fronteras discriminatorias entre el clero y el laicado, el hombre y la mujer, y no convierta los ritos en una forma de liberarse de los miedos o de enorgullecerse como el fariseo frente al pobre publicano.

Quizás la mayor novedad, que ya ha apuntado Pepe en otros escritos, es su sintonía con el papa Francisco. La humanidad de un papa que a duras penas tolera distinciones y superioridades y centra su pastoral en la cercanía con los pobres, los ancianos, los inmigrantes, los enfermos, los más pequeños. Quizás un aspecto que corrobora este talante de Francisco es que en los diez años de su pontificado no ha condenado a un solo teólogo, en contraste con lo que he señalado en un reciente artículo publicado en «Vida Nueva», Los años de la mordaza, una época donde casi a diario asistíamos a un episodio de censura, condena, represión o castrantes medidas contra la investigación y libertad teológica, de opinión, información y expresión, fenómeno que, como sabemos, experimentó, el profesor Castillo en propia carne.

Frente a la Religión, entendida como estructura de poderío, dinero y corrupción, que está propiciando la desafección y decadencia de la Iglesia, defiende como solución la vuelta al seguimiento de Cristo y su Evangelio. Comulgo enteramente pues con la tesis de este lúcido último libro de mi maestro y amigo, así como sus consecuencias finales que rozan la utopía: diócesis más pequeñas, obispos nombrados por participación de la base, actualización de la liturgia inspirada en la primera Cena, estudio bíblico por parte de los fieles del Evangelio, diálogo con las Conferencias Episcopales y el obispo de Roma, y sobre todo insistencia en el Evangelio sobre todo como una forma de vida y seguimiento de Jesús, más allá de ritos y ceremonias, “que se revela la humanización  del Dios transcendente y en la que se humaniza el ser humano”.

Otra búsqueda de lo trascendente

Ahora bien, como Pepe es un hombre de diálogo y apertura humanista, tengo un par de dudas que me sugiere la lectura de esta obra profética y que ahora quiero proponerle:

Primero: La tesis de José María Castillo está dirigida al pueblo de Dios católico y cristiano. Pero ¿cómo proponer una liberación al que ya no lo es para un mundo secularizado, que más que anticlerical y ateo, da espalda definitiva a las religiones monoteístas y ante tanta angustia busca un camino, el que sea? ¿Se le puede ofrecer y presentar de forma ejemplar y creíble el estilo de Jesús a ese mundo? Pero ¿y si ya está, como sucede de hecho, de espaldas o indiferente a todo eso?

Segundo: Karl Rahner dijo antes de morir que “el siglo XX ha sido el siglo del Hombre, y el XXI será el siglo de Dios”. ¿Qué quería decir con esta osada afirmación? ¿Se puede decir que esta profecía se está cumpliendo? En mi humilde opinión, el hombre actual secularizado, desde la libertad y la mayoría de edad que arranca de su nueva autonomía alcanzada a partir de la Ilustración, busca, tomando de aquí y de allá, una vía propia de espiritualidad para relacionarse con la trascendencia por libre. Está, podríamos decir, en un proceso de acercarse a la divinidad o al fondo trascendente de la realidad desde una síntesis personal, donde hay mucha ganga, sí, pero también una búsqueda sincera desde “el sabor a más de este mundo”, a través de prácticas de oración de Oriente y Occidente, meditación, silencio, yoga, zen, contemplación o como se quiera llamarlo. Esto no es una elucubración, es un hecho hoy también constatable, junto al sin sentido y el deterioro de una sociedad dominada por la tecnocracia

Castillo dedica un párrafo en la página 217 a la “intensa y frecuente vida de oración que practicaba Jesús”. Pero ¿no es lo más central de su vida? ¿No era su unión con el Padre la fuente esencial, principal y continua de su vida? ¿No es su imagen de la vid y los sarmientos, junto al mandamiento del amor, el mensaje troncal a sus seguidores poco antes de morir?

Por supuesto que comparto enteramente, como imprescindible y urgente, la tesis de que el seguimiento ha de ponerse en la vida, los principios éticos que nos legó, que suponen primero dejar, renunciar a todo, sobre todo del propio ego, principal escollo de los apóstoles para entender el Reino anunciado a los pobres. Pero esto, ¿no lo llegaron a alcanzar sus seguidores más comprometidos solo plenamente al recibir, después unidos en oración con María, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés?

Y de aquí se deduce en consecuencia otra pregunta: ¿Qué hace un hombre perdido en una isla o en su mundo ajeno al mensaje del Evangelio o inmerso en tradiciones y religiones que nada tienen que ver con Jesús? A veces no tienen otro referente que su Religión, aunque sea primitiva y limitada ¿El concepto de Religión solo se puede circunscribir entonces a estructuras de poder, dinero y sometimiento? ¿No hay algo más? ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla?

La experiencia de lo Uno

El monje benedictino Willigis Jäger, maestro zen y autor de numerosos libros de espiritualidad, reconoce, a pesar de sus limitaciones, que las religiones han sido un factor importante en la evolución desde que el hombre se hace las preguntas “de dónde”, “hacia qué” y “por qué”, aunque concluye que la mística es al mismo tiempo el punto de partida y el fin de toda religión, y que es sobre todo una experiencia, la experiencia de lo Uno. “Lo Uno -exclama en su libro Sabiduría eterna– es mi verdadera naturaleza y la de todos los seres”. Una mística, una vivencia personal, que no deber ser una huida del mundo, sino la única fuente duradera de toda praxis.

A través de la oración o el silencio, un vacío, una nada ilimitados, no pocos hombres y mujeres buscan hoy su verdadera identidad. Ya lo dijo también Jesús: «Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6.6). Es lo que él mismo hacía tantas noches y amaneceres de su vida.  La recompensa no es otra que la conciencia de pertenencia a un mar de amor del que somos olas, y, por consiguiente, como olas también somos Mar. De aquí que el mandamiento de Jesús sea amarnos los unos a los otros, el único imperativo que nos devuelve a nuestra auténtica naturaleza como pedazos que somos de ese Uno. Es lo que han vivido los grandes maestros también del cristianismo con San Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola. Por ejemplo, la gran palanca de este último, los Ejercicios Espirituales, que tantas veces el propio Castillo ha practicado y dirigido para interiorizar el seguimiento de Jesús. Y es que no hay Marta sin María. El propio Pablo, con todos sus defectos señalados por Castillo, era un místico.

Pepe Castillo en este libro testimonial, profético y necesario, pone el acento, con lenguaje asequible, datos irrefutables y fuerza radical, en la contradicción que hemos vivido en nuestras instituciones respecto a esa doctrina hecha vida en Jesús. Ese es su mérito. Para que fuera un aldabonazo y despertarnos de tópicos y conciencias dormidas, quizás era necesario que se centrara solo en eso, en el escándalo eclesial de la contradicción entre la doctrina y la práctica. Muchas gracias una vez más, Pepe, por tu valentía, tu profesionalidad teológica y denuncia iluminada, cuando defiendes una y otra vez al subrayar “lo determinante y decisivo en el cristianismo, y por tanto en la Iglesia: porque Jesús es la encarnación de Dios, es la humanización de Dios. Dios se ha revelado a la humanidad humanizándose Él”

Castillo, Lamet y Halík

    Por | Gabriel Mª Otalora

Este mes se ha presentado el libro «Declive de la Religión y futuro del Evangelio», de José Mª Castillo. uno de los que le hicieron los honores fue Pedro Miguel Lamet y acaba de escribir una reflexión en Fe adulta muy interesante sobre el tema. Tomás Halík, por su parte, ha publicado “La tarde del cristianismo” en donde expone la transformación de la necesaria religiosidad más allá de la religión cultural (sic). Su tesis es que nuestra crisis cristiana se manifiesta en la estructura eclesiástica que facilita la crisis de fe. El desvarío institucional nos aboca a una crisis de fe, a lo verdaderamente importante.

Ante la expectación que ha levantado Castillo, este otro libro ha pasado más desapercibido, cuando lo cierto es que apunta a lo mismo desde los claroscuros -contradicciones que diría Castillo- de nuestra fe cristiana y las consecuencias de desafección que estamos constatando en la Iglesia -entendida como institución- pretendiendo enseñar lo contrario de lo que vive.

Para Castillo, lo que más daño ha hecho al cristianismo y a la Iglesia es convertirse en Religión establecida y renunciar a vivir el Evangelio. Y ahora, que hemos entrado, en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús.

Su libro es una llamada de atención a que la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento creíble de Jesús recuperando como centro el Evangelio. Pero no matiza si se refiera a la iglesia institucional religiosa o a la iglesia como comunidad que experimenta al Dios de Jesús… No es lo mismo, me parece. Lamet, al tiempo que destaca en su artículo la sintonía de Castillo con el Papa Francisco y su mensaje, plantea dos “dudas” (sic) que las convierte en sugerencia a modo de preguntas. Aquí me centro en la segunda duda, que la formula de la siguiente manera: ¿El concepto de Religión solo se puede circunscribir a estructuras de poder, dinero y sometimiento? ¿No hay algo más? ¿No ha puesto Dios en el fondo del hombre una semilla de radical inquietud y búsqueda de lo transcendente, donde quiera que esté? ¿No ha llegado el momento de maduración de la humanidad que pueda acceder a cierta mística, aunque sea en calderilla? Efectivamente, reivindica la religiosidad como relación intensa con Dios y anhelo íntimo al que tendemos y buscamos, cada persona en su contexto con sus claroscuros y condicionantes. El problema está en otro lado, en la contradicción entre lo que se predica y lo que se vive. El escándalo eclesial de la contradicción entre la doctrina y la práctica. ¡No existe un Dicasterio para velar por la ortopraxis, es decir, por la caridad! Es lo que tantas veces he cuestionado, que la institución sea más importante que el Mensaje. Y eso es lo que Castillo, a mi entender, no diferencia explícitamente -religión sociológica que busca seguridades vs. experiencia de fe- y que Lamet se lo sugiere en sus preguntas poniendo en valor la espiritualidad trascendente. Para Halík, la religión como experiencia no debe regresar porque nunca se fue, simplemente sigue cambiando como lo ha hecho a lo largo de toda la historia. Recuperemos nuestra fe en Jesús, como alienta Castillo, en la divinidad de Jesús que dice Halík, mediante nuestra apertura solidaria a la revelación de Dios Amor en el sufrimiento de los hombres y mujeres del mundo. La Iglesia que vive la religión como ligazón íntima anhelante y coherente, alimentada por la oración, no puede asimilarse a la institución eclesial cimentada en el clericalismo -del que participa buena parte del laicado- como ya ocurriera en tiempos de Jesús. Por eso estamos necesitados de denuncias proféticas contra la perversión religiosa que reivindiquen la necesidad de humanizar lo divino, como hace Castillo en su libro, y Halík en el suyo al referirse a una posible nueva Reforma; eso sí, que no cause el trauma rupturista de la anterior. Una crisis eclesiástica como la actual que nos ha llevado a la crisis de fe habrá que remontarla con humildad, volviendo a lo esencial con actitudes ejemplares de amor (como el previo para evangelizar). Pero una cosa es el desvarío del poder eclesial (clericalismo, vanagloria, adoctrinamiento) y su declive, y otra la vivencia religiosa de la fe en Cristo (religare) que apunta a un nuevo amanecer con la barca sinodal impulsada por Francisco en la que cabemos todos. Laus Deo.

LAS ROGATIVAS NO SON UNA SOLUCIÓN A LA SEQUÍA

col gerardo

Se nos presenta un tiempo muy difícil. Hace un año que prácticamente no ha llovido. Y eso tiene unas duras consecuencias. He visto que algunos obispos nos invitan a hacer rogativas a Dios pidiendo agua. Por supuesto que, como toda realidad que nos afecta, nos lleva a gritar a Dios. Nos produce dolor y necesidades muy serias.

¿Es la solución el pedir a Dios agua? Yo creo que no. Dios no está para tapar nuestras necesidades. Él conoce nuestras realidades y no necesita que se lo pidamos. Es más, ¿cómo pedirle agua para nuestras tierras cuando hay países, sobre todo africanos, que llevan padeciendo esa necesidad desde hace más de tres años?

En primer lugar, me surge un sentimiento de pequeñez, de debilidad, de impotencia. No podemos resolver estas necesidades. Hay un efecto terrible del cambio climático. Y me parece que habrá que empezar por ahí. ¿Qué hemos hecho y qué estamos haciendo mal? No hemos respetado el medioambiente, la naturaleza… No sé si llegamos ya a tiempo. Lo más fácil nos resulta pedir a Dios que llueva y nosotros la mar de contentos. Eso sí, lo pedimos para nuestra tierra e incluso para nuestro pueblo.

Dialogamos con Dios y escuchamos su respuesta, sus propuestas. Nos infundirá valor, inteligencia, nos ofrece alternativas. O quizás paciencia y solidaridad.

Primero y principal resulta aprovechar el agua existente para su uso necesario y no desperdiciar. Podemos preguntarnos: ¿A qué se debe la sequía? ¿Qué parte de responsabilidad tenemos nosotros? ¿Qué podíamos haber hecho hace tiempo y qué podemos hacer ahora?

La naturaleza continúa su curso. Dios la mantiene y sigue sus normas. En nosotros está el tratar de respetarla y cuidarla.

Pero… ¿son santas nuestras semanas santas?

Procesión
Procesión Foto de Alberico Bartoccini en Unsplas

«Mejor subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el nazareno»

Soñemos que quienes salen en “procesión”, llevados por gentes bien situadas, no sean unas imágenes sino unos cuantos temporeros de Almería, internos de los Cíes, enfermos incurables, gentes sin papeles llegados milagrosamente en pateras…

El resumen del cristianismo puede ser este: amar y ayudar al sufrimiento humano, como modo de adorar a Dios, encarnado en él

Hoy tenemos un problema muy parecido con la Navidad: Jesús no nace en el Corte Inglés sino en La Mina, en la Cañada real, en el Picarral o en el barrio dels Orriols, o en el Polígono Sur de Sevilla… El obispo de cada ciudad debería celebrar la eucaristía de Nochebuena en cada uno de esos barrios

Por José I. González Faus

ACLARACIÓN INICIAL

Ahora, cuando han pasado ya los fervores de las celebraciones de semana santa, pero todavía están suficientemente cercanas, creo que por razones de “nueva evangelización”, todas esas fiestas y sus ceremoniales necesitan un autoexamen y una autocrítica lo más cristianas posible.

Quisiera hablar con el máximo respeto y sin que moleste a nadie lo que voy a decir. No quiero juzgar corazones sino significados socialesSé de sobra que a Dios se le puede honrar muy bien interiormente aunque con palabras o ritos muy poco apropiados. Y que a Dios le interesan los corazones más que las palabras: pues, de hecho, todas nuestras palabras son muy imperfectas para dirigirnos a Dios.

Además, escribo desde Cataluña donde, según La Vanguardia (del 12 de abril del 23), “los que soportan burlas más duras y fáciles son los católicos;… y chinchar al catolicismo español suscita simpatía en Cataluña”[1]. Pido pues, antes de hablar, que no se me vincule con esas corrientes anticristianas sino con ese otro principio tan cristiano de “la Iglesia es la siempre necesitada de reforma”. Lo que voy a decir no quiere añadir ninguna página a esa reciente falta de educación y de respeto de TV3 que ellos mismos han calificado como “calidad democrática”.

Cartagena abrió de madrugada la Semana Santa con la primera procesión del mundo
Cartagena abrió de madrugada la Semana Santa con la primera procesión del mundo

AQUÍ Y AHORA

Honestidad con lo real ante todo: hoy es cierto (mucho más que en tiempo de Azaña) que “España ha dejado de ser católica”; y su semana santa también. En otros tiempos, todas esas procesiones de imágenes, costaleros, disfraces, saetas y cofradías podían ser solo expresión de un barroquismo sureño, mientras eran vividas según aquello que cantó Gabriel y Galán: “cuando pasa el Nazareno con la túnica morada, la mirada del Dios bueno y la soga al cuello echada”…, y cuya contemplación nos llevaba a decir: “enseñáronme a vivir, enseñáronme a rezar y me enseñaron a amar; y como amar es sufrir, también aprendí a llorar”.

Hoy no dudo de que aún serán vividas así por algunas pocas personas. Pero su significado social es otro: son una fuente de turismo y de ingresos; y la inmensa mayoría de los que acuden a ellas van como a un folklore curioso o una fiesta pagana hecha con materiales cristianos, pero que ya no es en sí misma cristiana: como cuando nosotros representamos una tragedia griega sin creer para nada en Júpiter o en Juno. Todo ese espectáculo externo desborda ya lo meramente comunitario de la fe. Y hasta puede evocar aquellas palabras de Jesús sobre la oración privada: “no ores en público, reza en lo secreto y tu Padre ve en lo secreto te lo pagará”.

Por eso temo que quienes más se opongan a estas reflexiones no sean los obispos o los llamados católicos practicantes o el clero, sino los empresarios y los cargos financieros. Pero me atrevo a pedir a todos y cada uno de los que participan activamente en esas celebraciones que, después de leer el pasaje evangélico de la purificación del Templo por Jesús (y de la revuelta que levantó aquel gesto), se pregunten sinceramente ante Dios, si hoy Jesús haría algo de eso.

Me atrevo a pedir a todos y cada uno de los que participan activamente en esas celebraciones que, después de leer el pasaje evangélico de la purificación del Templo por Jesús (y de la revuelta que levantó aquel gesto), se pregunten sinceramente ante Dios, si hoy Jesús haría algo de eso

REFORMAR SIN SUPRIMIR

Perdón si me ha salido muy dura la crítica. Hablando en positivo quisiera destacar, como algo en que todos coincidiremos, que el resumen del cristianismo puede ser este: amar y ayudar al sufrimiento humano, como modo de adorar a Dios, encarnado en él. Y sin que ese amor se convierta de ningún modo en una forma de ostentación propia. ¿Estamos todos de acuerdo?

Procesiones
Procesiones Diego Delso

Que eso es muy difícil y muy serio soy yo el primero en saberlo y lo confirma aquella canción machadiana del gran Serrat, que aludía también a nuestras semanas santas evocando las saetas: “Oh no eres tú mi cantar: no puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar”. Intentemos una parodia más actual: Oh no eres tú mi rezar, no quiero adorar ni adoro a ese Jesús de los Pasos, sino al que sufre en el tajo.

Pero no cabe olvidar que, en el texto de Machado, ya se hablaba, con la típica imaginación andaluza, de “subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno”. Recuperada esa otra estrofa se entenderá mejor que espontáneamente todos prefiramos cantar al Jesús que anduvo en la mar.

¿Habrá entonces alguna manera de recuperar esa otra estrofa? Por ahí parece que estaría el camino de reforma de las celebraciones de semana santa que andamos buscando. Puestos a soñar a lo Luther King, imaginemos por ejemplo:

La Legión Española desfila en Algeciras
La Legión Española desfila en Algeciras Erasmo Fenoy

Que las imágenes, por preciosas que nos parezcan, se queden tranquilas en sus templos y en sus camarines. Y no lo digo por evitar las peleas entre la Macarena y la de Triana, sino por algo más serio: para que quienes salen en “procesión”, llevados por gentes bien situadas, sean unos cuantos temporeros de Almería, internos de los Cíes, enfermos incurables, gentes sin papeles llegados milagrosamente en pateras… Y generalizando más para salir de Andalucía: sustituyamos las imágenes de piedra por imágenes de carne; y llevemos por todos los “barrios de Salamanca” (o por todos los “Manhattans”) de nuestras ciudades, a unos cuantos moradores de nuestras “cañadas reales” y de nuestros “Bronx”.

Sin capuchones, sin disfraces ni andas. Pero sí con una buena apariencia que indique el máximo respeto a esos que acompañamos: porque esos que así llevamos, son la mayor presencia y la mayor cercanía del Dios hecho pobre en Jesucristo y crucificado por nuestras injusticias. Manténganse pues los tambores y los crucifijos como testimonio de la seriedad del acto y de su empalme con el pasado.

Evitaríamos así el reproche que ya hacían a los fieles los Padres de la Iglesia en los primeros siglos (y que demuestra que la naturaleza humana sigue siendo hoy la misma que ayer): venís a poner un tapiz a Cristo en su imagen de piedra, luego salís, os encontráis verdaderamente con Cristo desnudo y no le vestís[2].

O también: ir corriendo a “saltar una valla”, pero no para cargar con una imagen de piedra sino para entrar allí donde nunca entramos: allí donde están las Marías que no saben cómo dar de comer a sus hijos o a las que algún señor (que a lo mejor irá luego en alguna procesión) les reclama favores sexuales para darles trabajo. Entrar allí donde a lo mejor pasan temporadas sin luz, en aquellos calvarios de hoy a donde nunca nos asomamos… Y quién sabe si, a partir de ahí, se reconstruirán luego las cofradías en una especie de ONGs “de semana santa cristiana”…

Sé que tengo poca imaginación y que otros sabrán soñar mejor que yo. Mis ejemplos quieren ser solo una invitación a los que conocen más e imaginan mejor.

semana-santa-cristo-sevilla
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UN APÉNDICE ÚTIL

Quiero terminar con una aclaración que permite comprender algo importante porque amplía el problema: lo que he intentado explicar, y la reforma cristiana que atisbo no es algo que afecte solo a la semana santa y, mucho menos, solo a Andalucía: que precisiones las hay en casi todas partes.

Hoy tenemos un problema muy parecido con la Navidad: Jesús no nace en el Corte Inglés sino en La Mina, en la Cañada real, en el Picarral o en el barrio dels Orriols, o en el Polígono Sur de Sevilla… El obispo de cada ciudad debería celebrar la eucaristía de Nochebuena en cada uno de esos barrios. Y la institución eclesiástica debería recomendar a los cristianos sustituir todo el actual consumismo navideño por un saco de comida, una paga extra, una hipoteca reducida, un buen contrato laboral o cualquier otro gesto en favor de los miserables de cada ciudad.

También me pregunto si no habría que suprimir la fiesta de los reyes magos como fiesta cristiana. Los evangelios nunca dicen que los magos fueran “reyes”; eso lo hemos añadido nosotros para dar más brillo a nuestro engaño. Que quede como una fiesta pagana en nombre de papá Noel, de Istar o de cualquiera de esos dioses “obra de manos humanas”, como dice la biblia con tanta frecuencia. Y que cada cual vea si es pedagógico deleitarnos nosotros con la inocencia infantil a base de engañarlos.

Si razones de convivencia e igualdad social aconsejan hacer algún regalo a los niños cristianos, explíqueseles que no cae llovido de ningún cielo ni de ningún personaje de ficción sino que se trata de celebrar la consagración de nuestro mundo por el amor de Dios que se digna bajar hasta nosotros. No sé si así se evitarían procesos como el que me contaba un amigo pesimista y deprimido: “primero deje de creer en el ratoncito Pérez, después dejé de creer en papa Noel, luego dejé de creer en los reyes magos; más tarde dejé de creer en la cigüeña y, por último dejé de creer en Dios. Hoy me pregunto por qué he de creer en el ser humano”. No creo que llegásemos a tanto pero al menos haríamos caso a aquello de Jesús: que la verdad es más fuerte de libertad que la mentira.

Navidad
Navidad

Por supuesto son dos problemas distintos pero parientes: en el primer caso se trata de reformar. En el segundo más bien de que la Iglesia se desentienda de esos festejos ya no cristianos. Jesús no nació el 25 de diciembre. Cuando todo el universo parecía cristiano se eligió esa fecha para sustituir al “nacimiento del Sol”. Ahora que ha desaparecido la cristiandad, que los no cristianos, si quieren, vuelvan a celebrar oficialmente ese nacimiento del sol (que es lo que en realidad se está haciendo ya).

No obstante, a esta sugerencia le veo una gran dificultad: da una solución universal a un problema típicamente europeo u occidental (y quizá más típico aún de esta España que ha pasado del nacionalcatolicismo al nacionalpaganismo). Pero no parece ser un problema de las iglesias asiáticas y africanas (donde muchos ven al cristianismo del futuro). Y estas soluciones parciales me parecen poco católicas

Los humanos, creyentes y no creyentes, tenemos una tendencia instintiva inconsciente a degradar lo mejor sin darnos cuenta: simplemente para ponerlo más a nuestro alcance

Los humanos, creyentes y no creyentes, tenemos una tendencia instintiva inconsciente a degradar lo mejor sin darnos cuenta: simplemente para ponerlo más a nuestro alcance. De ahí la insistencia en la necesidad de autocrítica y reforma constante no solo en la Iglesia, sino en la persona de cada cual: una autocrítica que no es para deprimirse: pues quien se sabe de veras amado por Dios no se critica para deprimirse sino para ver si puede presentarse “un poco más arreglado” ante la sorpresa de ese Amor que le visita.

En fin: pues ya veremos lo que de aquí sale.

[1] El autor añade, refiriéndose a TV3, que eso lo hacen solo con los católicos porque saben que estos no se van a defender sino muy tímidamente; y que si lo hicieran con otras religiones, saben que podría costarles caro. Dos días después, un agudo comentarista de El País (Najat El Hachmi) lo confirmaba irónicamente: “siento envidia de los católicos porque en la TV catalana, todas las bromas se las hacen a ellos y los que venimos del Islam no nos podemos reír nunca de nuestras costumbres”.

[2] Valgan como único ejemplo estas palabras del Crisóstomo en su segunda homilía en Antioquía: “¿No es vergonzoso recubrir sin razón ni motivo las paredes de mármoles y dejar que Cristo ande por las calles desnudo?”

La Buena Noticia del Dgo. 4º Pascua-A

Escuchar su voz y seguir sus pasos

Jn 10, 1-10

Yo he venido para que tengan vida

Seguimos celebrando con alegría la Pascua del Señor.

Hoy el Resucitado se nos presenta como el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y ellas escuchan su voz y le siguen.

Cristo nos llama a todos: a escucharle, a seguirle y a entregarnos sin reserva para esforzarnos por la vida de los que están más amenazados por la pandemia.

Lectura de la Palabra

Juan 10,1-10

Yo soy la puerta de las ovejas

En aquel tiempo, dijo Jesús «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a sus voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Comentarios a la Palabra

Jesús, nuestro único Pastor

 En algunos ámbitos de la Iglesia se insiste más que nunca en la necesidad de un «magisterio eclesiástico» fuerte para dirigir a los fieles en medio de la crisis actual. Estas llamadas no logran, sin embargo, detener su creciente «devaluación» entre amplios sectores de cristianos.

De hecho, no pocas intervenciones de los obispos provocan reacciones encontradas. Unos las alaban con fervor, otros las critican duramente, y la mayoría las olvida a los pocos días. Mientras tanto, en el evangelio se nos recuerdan unas palabras de Jesús que nos interpelan a todos: «Las ovejas siguen al pastor porque conocen su voz».

Lo primero y decisivo también hoy es que, en la Iglesia, los creyentes escuchemos «la voz» de Jesucristo en toda su originalidad y pureza, no el peso de las tradiciones ni la novedad de las modas, no las «preocupaciones» de los eclesiásticos ni los «gustos» de los teólogos, no nuestros intereses, miedos o acomodaciones.

Esto exige no confundir sin más la voz de Jesucristo con cualquier palabra que se pronuncia en la Iglesia. No hemos de dar por supuesto que en toda intervención de los obispos, en toda predicación de los curas, en todo escrito de los teólogos o en toda exposición de los catequistas se está escuchando fielmente la voz de Jesús.

Sustituir con ruido la voz del Maestro

Siempre existe un riesgo. Que llenemos la Iglesia de escritos y cartas pastorales, de documentos y libros de teología, de catequesis y predicaciones, sustituyendo con nuestro «ruido» la voz inconfundible de Jesús, nuestro único maestro. Lo recordaba una y otra vez el obispo san Agustín: «Tenemos un solo maestro. Y, bajo él, todos somos condiscípulos. No nos constituimos en maestros por el hecho de hablar desde el púlpito. El verdadero Maestro habla desde dentro».

Hemos de preguntarnos si la palabra que se escucha en la Iglesia proviene de Galilea y nace del Espíritu del Resucitado. Esto es lo decisivo, pues el magisterio, la predicación o la teología han de ser una invitación a que todos y cada uno de los creyentes escuchemos de manera fiel la voz de Cristo. Solo cuando uno «aprende» algo de Jesús se convierte en su seguidor

Por José Antonio Pagola

El Buen Pastor

El redil del Buen Pastor no coincide con muchos apriscos eclesiásticos.

Celebramos hoy el cuarto domingo de Pascua denominado: domingo del Buen Pastor con los símbolos de la Puerta, la puerta, el redil). Hemos escuchado parte del cp. 10 de San Juan en el que nos presenta a Cristo como Puerta y Buen Pastor de las ovejas.

Cristo buen Pastor y puerta del redil.

A nosotros, que no hemos conocido el mundo rural ni la trashumancia, nos pilla un poco de lejos hablar del buen pastor y del redil.     Sin embargo, estas imágenes son muy queridas en el mundo bíblico, que está vivido y pensado desde una cultura rural y pastoril. Dios es el pastor de su pueblo, el Señor guía a su pueblo con todo lo que esta imagen significa de orientación, de protección, de ayuda. La experiencia de tener a Cristo como guía, como luz, como Pastor nos hace bien. En la vida podemos seguir a muchos «pastores», nos podemos poner bajo muchos cayados de toda ideología, entrar en apriscos de todo tipo… El salmo 22 emplea esta expresión del buen Pastor: El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar.

  1. 02Nada me falta (salmo 22, 1).

Cuando tenemos la experiencia de confiar en Dios y que Él es nuestro Pastor, ello infunde la confianza de que nada nos falta. La vida, los acontecimientos, los problemas están bien situados y fundamentados en el Señor. La experiencia profunda del «sólo Dios basta» serena y calma el alma humana.

Santa Teresa dejó bien plasmada esta vivencia:

Nada te turbe,

nada te espante,

Todo se pasa,

Dios no se muda.

En la vida podemos tener miedo a mil cosas y podemos pasar por muchas situaciones difíciles: de enfermedad, de escasez, de pecado;  podemos sentir miedo -por desgracia-incluso a Dios.

Si tenemos a Dios como pastor, nada temamos. El Señor va con nosotros en nuestro caminar, nos acompaña como a los dos de Emaús… Aunque pasemos por valles tenebrosos, nada temo, porque Tú vas conmigo. (Salmo 22, 4).

En alguna medida, todos somos pastores.

Los padres de familia, los mayores de las familias, los políticos los profesores y maestros, los médicos y psicólogos, los periodistas y medios de comunicación, toda persona adulta, más o menos, somos pastores, guiamos a los demás.                       Viene de la mano aludir a la pre-campaña electoral en la que ya estamos metidos. Los políticos son también pastores: asalariados o buenos pastores es ya otra cuestión, pero ciertamente son los que conducen la sociedad.

Poder y autoridad de los pastores

No es lo mismo poder que autoridad. El poder es la potestad que una persona (institución) tiene porque ha sido legítimamente instituido o constituido en tal cargo, puesto, sede, escaño, etc. Un político ha obtenido determinado número de votos y, por tanto, legítimamente ocupa el escaño parlamentario correspondiente. Un obispo –tal y como están las cosas- es nombrado por Roma para tal diócesis y ocupa legítimamente esa sede. Ahora bien, que una persona tenga poder no significa que tenga autoridad.                La autoridad la tiene y ejerce quien por su bondad, por su competencia y bien hacer, por su respeto y afecto a la grey que ha de gobernar, es querido, respetado y obedecido por el rebaño que Dios y la vida han puesto en sus manos. De manera que, puede haber –hay- personas que tienen poder en el plano político, eclesiástico, cultural que tienen poder, pero ninguna autoridad sobre el pueblo. Y hay personas que no tienen poder, pero sí una gran autoridad en el pueblo o grupo en el que viven. Hace unos días el arzobispo de Estrasburgo, fue obligado a dimitir por su talante «irascible, distante y autoritario”. (Religión Digital).

Tenía poder, pero ninguna autoridad…

Jesús no fue hombre de poder ni en el Templo, ni en la ley farisaica, ni perteneció a la élite saducea, ni tuvo poder político alguno. Pero Jesús tenía autoridad, hablaba con autoridad.(Mc 1,21-28)     El Buen Pastor es querido y seguido por sus ovejas. Los demás son asalariados y salteadores.     El Buen pastor no deja a nadie “tirado”. El Buen Pastor sale a buscar la oveja perdida.                      La autoridad no es una amenaza sino presencia de amor, de bondad, de paz que nos lleva a las verdes praderas del Reino…              Jesús es el Buen Pastor que nos guía con bondad. Cristo es la puerta del aprisco, es el paso, la Pascua.

    La Iglesia y el redil

Es hermosa la imagen de la “puerta, del aprisco-redil”. La puerta es el acceso a la casa, a vivir a cubierto, confiados… Cristo es la puerta que nos posibilita la entrada a la Pascua, a la vida.     El redil de Jesús es más amplio que la Iglesia. (El Reino de Dios es más amplio y hermoso que el sistema eclesiástico). ¿Fuera de la Iglesia no hay salvación, o fuera de la salvación no hay Iglesia? En el redil, en el aprisco del Buen Pastor hay muchas, “multitud» de personas que no conocieron la Iglesia.

Yo soy el buen pastor, yo soy la `puerta

La Puerta es Cristo: Camino, Verdad y Vida

En este domingo IV de pascua se nos invita a mirar al buen pastor y a sus ovejas.

Cristo como Camino, Verdad y Vida es el Buen Pastor por cuya puerta deben entrar y salir las ovejas. Hay que escuchar la voz de Cristo en el resplandor de la verdad para alejarnos de engaños, evitar la corrupción para no robar ni engañar a otros.

La voz y la verdad van relacionados para introducirnos por la puerta que es Cristo. Las ovejas deben saber escuchar esa voz en la verdad, por eso, solo pueden seguir a Cristo.

Una voz con engaños y mentiras que quiere usurpar lo que les pertenece no la reconocen ni se confían a esa voz engañosa, porque corren el riesgo de ser trasquiladas y quedarse desprotegidas. Solo se puede seguir a Cristo en la verdad, porque nos lleva a la vida.

¿Cuántas cosas en nuestra libre elección van acabando con nuestra vida?

Nos falta saber escuchar la verdad para que nuestra libertad encuentre una conducción que nos permita encontrarnos con Cristo. Al afirmar que Jesús, que él es la puerta, podemos entender que necesitamos encontrarnos con Él.

Quien se encuentra con Cristo descubre la verdad y, al escucharla, podrá conducirse en el camino que lo haga entrar por la puerta, libre de engaños y mentiras.

Bien preguntan a Pedro, quienes le escuchan el día de Pentecostés: qué debemos hacer hermanos?

La respuesta es arrepentirse y bautizarse. Es decir, reconocer nuestros errores y mentiras, enmendar el camino para tener esa vida en abundancia que se nos ofrece en Cristo con el nacimiento bautismal.

Hay que empezar a hacer el bien, y entender que perseverar en el bien significa asumir los sufrimientos propios que conlleva a hacer el bien, siempre al estilo de vida de Jesús, quien al ser insultado no devolvía insultos, al ser maltratado no profería amenazas.

La bondad en el corazón del hombre abre espacio de manifestación al Espíritu Santo, para ser fortalecidos y entender que nuestra vida de fe es un camino de comunión y de vida, que se fortalece en perseverancia y se sostiene por gracia de Dios.

Así como los discípulos de Emaús fueron tocados por la palabra y el espíritu de Jesús que hacía arder sus corazones, así en este domingo, los oyentes de Pedro se conmueven ante sus palabras y piden, qué es lo que ellos deben de hacer.

Abrámonos al espíritu de Jesús para escuchar su voz, dejar que arda nuestro corazón y con docilidad preguntar delante de Dios: qué debemos hacer?

Por Fray Alfredo Quintero Campoy OdeM

TESTIGOS DE LA PALABRA

Sentido adiós a un gran amigo RIAY TATARY
Por Evaristo Villar

Necesito decir que este maldito virus cada día que pasa me está resultado más desgarrador y antipático. Y no tanto porque me haya visitado ya con aires nada amistosos. Sobre todo, porque me está tocando a personas con las que he mantenido un vínculo muy estrecho.
¡Maldito virus! ¡No sé si eres consciente del daño que nos estás haciendo!
Me refiero ahora a Riay Tatary. Murió ayer en el hospital de la paz, con 72 años, por  coronavirus como muere hay tanta gente sin poder ser acompañada y solo llorada a distancia.
Y su muerte me ha dejado una pena muy honda porque se trata de una ausencia difícil de  llenar.

Riay Tatary, en la actualidad, era presidente de la Comisión Islámica de España que agrupa a  más de dos millones de personas. Pero, más que eso, Riay era sobre todo un gran amigo. Por  motivos profesionales hemos viajado y trabajado juntos en diferentes ocasiones. Hasta hemos  llegado a compartir bolsa común.

Imán de la Mezquita Central de Madrid, en el barrio de Tetuán, Riay supo hacer de esta  Mezquita Central una lugar popular, sociable y acogedor. ¡Cuántas personas migrantes,  durante estos años de la debacle siria, han encontrado acogida y refugio en esta mezquita!  También fue ahí donde, acompañados por otro entrañable amigo, Luis Poveda (de la Iglesia  Evangélica Española) iniciamos los encuentros interreligiosos. El primero, organizado a  consecuencia de la guerra contra Irak y que titulamos “Religiones por la paz y la acogida” locelebró precisamente en esta mezquita. Imposible olvidar la finura de esos exquisitos
pasteles de origen sirio junto al delicioso té que Tatary preparaba magistralmente para los  amigos.

De la amistad con Riay Tatary quiero mantener algunas cosas muy importantes: la madurez de  su reposada fe musulmana, sin fanatismos, sin extremismos, algo que en él parecía muy  humano y natural; aquella su paz y serenidad en medio de los muchos conflictos que han  azotado frecuentemente a la sociedad musulmana en España; su bonhomía a flor de piel, algo  que te hacía sentir a gusto a su lado, una bondad amenizada con una modesta ironía y rodeada  de una gran sabiduría y experiencia de vida. Como médico que era, acostumbrado a articular el chequeo, con el diagnóstico y la terapia, Tatary sabía estar y armonizar perfectamente las diferentes momentos y situaciones de la vida social, política y religiosa.

Con la ausencia de Riay todos salimos perdiendo. Y no quiero referirme en esta sentida  despedida lo que la presencia del imán Tatary ha significado en momentos importantes de la  historia reciente como las negociaciones para la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980, o los Acuerdos con el Estado para las Confesiones de notorio arraigo de 1992, o sus mismos  trabajos para normalizar la confesión musulmana en la cultura hispana y la escuela española,  etc. Es verdad que nos queda su memoria. Pero yo pierdo un entrañable amigo, un hombre
dialogante con todas las ideologías, un hombre clave en la integración social de los diferentes, un acogedor de los extranjeros y refugiados, un pacificador social. En definitiva, una persona de bien.

Descansa en paz amigo Riay y que Al-lâh sea tu refugio y tu nuevo hogar.

Lo que Romero dijo de Rutilio

La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos

 “Los que mataron al P. Rutilio pensaban que así podían truncar toda su predicación cristiana; lo que no se esperaban es que la muerte de un sacerdote suscita tempestades; suscita primaveras, como la que ha vivido El Salvador cristiano desde que le mataron. Lo que no sabían es ellos ponían en el surco una semilla que reventaría en grandes cosechas, como decía Cristo: “El grano de trigo muere no para quedarse sepultado”. No han triufado sobre él.La cosecha de la persecución ha sido muy abundante. Esta es la vida de este cristiano que por el bautismo emprendió unas perspectivas tan amplias que no las podemos abarcar desde la tierra” (Hom 5.03.1978)

 Las homilías de Rutilio

Una voz que grita en el desierto

 La predicación de la Palabra de Dios: una palabra profética.

 La palabra profética de Rutilio Grande cumple, como verdadera palabra profética, una doble función: denunciar las injusticias y al mismo tiempo trasmitir ánimo y esperanza a los pobres. Un ejemplo en la homilía de Apopa con motivo de la expulsión del P. Mario Bernal: “¡Ay de ustedes hipócritas que del diente al labio se hacen llamar católicos y por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son caínes y        crucifican al Señor cuando camina con el nombre de Manuel, con el                        nombre de Luis, con el nombre de Chavela, con el nombre del humilde                     trabajador del campo”

Las denuncias de Rutilio Grande dan a los pobres alegría y esperanza. Los pobres por fin, advierten que alguien habla por ellos, y sienten que algo puede cambiar su situación. De la sumisión y el silencio los campesinos y campesinas pasan a tomar la palabra y a hablar por sí mismos, se organizan y luchan por su vida. Y si lo hacen es porque la predicación no les dejó sumidos en la tristeza y la pasividad, sino que les produjo esperanza.

La predicación actual suele ser más doctrinal que profética. Está más preocupada por trasmitir la doctrina segura que por denuciar las injusticias. Pero el objeto de la predicación es contribuir a la liberación y no tanto al adoctrinamiento de los fieles. Esto último es función de la catequesis. Y la predicación es mucho más que la catequesis. Es la actualización de la Palabra de Dios en la situación concreta que vive el pueblo. Es fácil observar que las homilías de Rutilio Grande están cimentadas en una doctrina segura, pero su finalidad primaria no es trasmitir esa doctrina. Lo que Rutilio buscaba, al igual que Jesús, era contribuir a la liberación de su pueblo

La celebración del domingo en las casas

4º DE PASCUA- A 20 VIRUS.

Preparar: Biblia, velas, flores, etc

Cantos: -Vienen con alegría…     -El Señor Dios nos amó…

Ambientación: (Quien anime o dirija la celebración)

Es verdad que ya nos estamos cansando de hacer estas oraciones en casa. Quisiéramos ir a nuestra iglesia a celebrar la misa allí, pero todavía no se puede. Seguimos encerrados. Pues vamos a hacer este rato de oración lo mejor que sepamos. (Hoy es el primer domingo de mayo y en muchas familias en este día celebran “el día de la madre”. Pues felicidades a todas las madres del mundo y que Dios las bendiga). Pero además hoy es también “el domingo del Buen Pastor”. El evangelio de hoy empieza diciendo que Jesús era la Puerta de las ovejas pero luego dice que Jesús era el Buen Pastor que llamaba a sus ovejas por su nombre, que las sacaba afuera y que él caminaba delante de ellas guiándolas. Pues de eso vamos a hablar nosotros. Bienvenidos todos. Que os encontréis a gusto y que disfrutéis.

Comenzamos: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

OREMOS

         Dios Padre bueno que has dado a tu iglesia el gozo inmenso de la resurrección de tu Hijo Jesús, concédenos a nosotros que somos sus seguidores participar también en la victoria de nuestro buen Pastor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 LECTURA.

Ahora vamos a leer un trocito del capítulo 10 del evangelio de San Juan que habla de Jesús como el Buen Pastor.

 En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos: -Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A ese le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca afuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirían sino que huirían de él porque no conocen la voz de los extraños. Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendían de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: -Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mi se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.

El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante. Palabra del Señor.

COMENTARIO A LA LECTURA

Yo soy la puerta de las vejas”.

El evangelio que acabamos de leer cuenta lo que hace un pastor de verdad: que entra por la puerta, que saca a sus ovejas, que va delante de ellas y que las cuida con cariño. Eso es lo que hacía un pastor de verdad a finales del siglo primero. Pero los ladrones y bandidos no entraban por la puerta ni pensaban en las ovejas. Esos entraban para «robar, matar y hacer estrago». ¡Fijaos qué cosas decía Jesús de los malos pastores! Pues frente a esos malos pastores Jesús decía: «Yo he venido para que tengan vida y vida abun­dante». ¡Qué frase tan bonita! Como si les dijera: cuando otros os quitan la vida, yo he venido para que tengáis vida y vida abundante.­ Y eso lo veían todos los días los leprosos, los enfermos, los pobres, los despreciados, los pecadores. Todos. Y sus gritos siempre conmovían a Jesús. El evangelio dice con frecuencia que Jesús “sentía lástima de ellos porque andaban como ovejas sin pastor». Es decir: andaban desorientados, tristes, perdidos, expuestos a todos los lobos y sin que nadie diera la cara por ellos. A nosotros ahora nos encanta cómo era Jesús. Nos produce admiración y cariño. Jesús se veía a sí mismo como  un Pastor que se desvive por sus ovejas. Pues eso es lo que celebramos hoy: que Jesús se desvive por sus ovejas, Es nuestro Buen Pastor. El mejor. Nadie como él. Era muy  compasivo y cariñoso, cercano a todos los que sufrían. Pues así tenemos que ser nosotros. A nosotros nos dan pena los afectados por el coronavirus, las familias que no pueden salir adelante, los refugiados que buscan refugio y nadie les quiere, los despreciados y todos los que sufren. Ahora estamos en un momento muy duro por la crisis de la pandemia que sufrimos. Es el momento de plantearnos cómo queremos hacer nuestra vida y nuestro mundo. Nos suena mal eso de ser ovejas de Jesús. Preferimos decir que somos seguidores de un hombre maravilloso que se desvivió por todos y que vino a traer vida y vida abundante. Pues una copia de ese hombre maravilloso queremos ser nosotros en este mundo que nos ha tocado vivir. Por muchas penalidades que tengamos que pasar, no queremos vivir asustados porque no estamos solos en la vida. Nos fiamos de Jesús porque sabemos que siempre va con nosotros y siempre nos quiere entrañablemente. Sólo él es nuestro buen pastor. Sólo él.

(Silencio meditativo)

 PETICIONES.

En estos momentos el mundo está sufriendo la gran crisis del coronavirus y también empieza a sufrir la crisis económica que va a maltratar a los más pobres. Pues en estos momentos de angustia nosotros acudimos a Jesús que es nuestro Buen Pastor y le decimos: Buen Pastor, cuida de nosotros con cariño.

Todos: Buen Pastor, cuida de nosotros con cariño

-Hoy empezamos rezando por las madres que celebran su día, para que sientan en su corazón de madres el cariño de Dios y el cariño de sus hijos. Oremos.

-También rezamos por todos los que han muerto en esta crisis. Para que Dios los tenga en la vida de Jesús resucitado. Oremos.

-También rezamos por todos los que están enfermos. Que Dios les dé fuerzas para salir de esa enfermedad y que vuelvan otra vez a vivir felices y contentos con sus familias. Oremos.

-También pedimos por todos los que hacen funcionar el mundo: por los sanitarios, por los que atienden las residencias de ancianos, por los militares que desinfectan las ciudades, por los de las funerarias que llevan los cadáveres, por los que producen los alimentos y por todos los que trabajan duro por los demás. Oremos.

-También pedimos por nuestro pueblo y por nuestra parroquia, para que en este tiempo de crisis vivamos con intensidad el amor a Dios y el amor a nuestros hermanos. Oremos.

-Y por todos los pobres del mundo, por los refugiados, por los emigrantes y por todos los que sufren, para que nuestro buen Pastor nos dé fuerzas para hacer otro mundo más justo y más humano. Oremos.

-Y si queréis hacer alguna petición más …… Oremos.

Jesús resucitado que eres nuestro buen Pastor: concédenos aquello que más necesitamos para poder vivir siempre como buenos hijos de Dios. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 PADRE NUESTRO.

Estamos terminando esta oración en casa. Como siempre, la vamos a terminar recordando que Dios es nuestro padre que nos quiere entrañablemente porque somos sus hijos. Pues con el cariño de los hijos rezamos ahora la oración que Jesús nos enseñó: Padre Nuestro…

Y terminamos…..

Que Dios nuestro Padre que por la resurrección de Jesús nos ha hecho hijos suyos, que hoy nos llene de sus bendiciones. Amén.

Todos: Amén

 -Y ya que por el bautismo nos ha llamado a vivir en una comunidad de hermanos que es la iglesia, que por su bondad nos conceda también vivir siempre felices a su lado. Amén

Todos: Amén.

 -Y así como hoy nos sentimos contentos de poder celebrar que Jesús es nuestro buen Pastor, que hoy también sintamos en nosotros la fuerza de su Espíritu para vencer la epidemia que nos ataca. Amén.

Todos: Amén.

 Y que el Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna. Amén.

 Podemos ir en paz  porque hemos terminado.

DERECHOS HUMANOS

Los derechos de Dios

Los derechos nacen y se desarrollan al nivel de la cultura humana y la civilización

ANTONIO SEOANE

En la campaña de las primeras elecciones democráticas españolas, formaba parte de un grupo de jóvenes que realizaba una pegada de carteles de una de aquellas coaliciones de izquierdas que se estrellaron finalmente en el escrutinio de votos. Y mientras realizábamos nuestra tarea, fuimos increpados por una pareja, varón y mujer, de la edad de nuestros padres. Alguien de nuestro grupo les respondió en términos de que lo que estábamos haciendo era en beneficio de los derechos de todos. El incidente concluyó cuando la señora nos espetó que “sólo Dios tiene derechos”. Siguieron su marcha y nosotros, la nuestra.

Esta frase me debió impactar muy profundamente porque es lo cierto que, pese al tiempo transcurrido, casi medio siglo, recurrentemente me hallo reflexionando sobre la misma como si fuera la clave de algo, la piedra Rosetta de un sistema complejo de valores, el mapa de un tesoro. Como jurista novato entonces, quebraba todo el esquema aprendido en la Universidad.

En mi fijación chalada y obsesiva por analizar la “frasecita” y volviendo la oración por pasiva, es forzoso concluir que la afirmación de los derechos de Dios, que es tanto como no afirmar aparentemente nada, está implícita la negación de los derechos de los hombres

Las más de las veces acabo concluyendo como, quizás la mayoría de Uds. que la frase no pasa de ser la estupidez de una cateta franquista a la que le desagradaban profundamente los cambios que experimentaba nuestro país. Una forma de resistencia frente a lo nuevo y de alineamiento con lo viejo, la Dictadura y el nacionalcatolicismo. Todo lo más una fanática religiosa.

Aun admitiendo la existencia de Dios, en buena doctrina teológica, resulta absurdo hablar de los “derechos de Dios” porque Dios sería el Poder, el Poder Absoluto, el que todo lo puede…y en consecuencia resulta absurdo atribuirle derechos. En buena doctrina iusnaturalista, Dios sería la fuente del Derecho y, por tanto, de los derechos. Lo que llaman la ley divina y la ley natural, que San Agustín definía como “la Ley de Dios grabada en el corazón del hombre”. Y como tal estaría por encima de los derechos. Disparatado imaginarse a Dios presentando una demanda en reclamación de sus intereses frente al sanchismo, verbigracia. ¿Ante quién?

Los derechos nacen y se desarrollan al nivel de la cultura humana y la civilización. El Derecho es el instrumento institucional de defensa del sistema globalmente considerado frente a la violencia del poder que es el instrumento de defensa en última instancia. Eso explica los ciclos políticos de pacífico desenvolvimiento en democracia y la periódica irrupción de periodos y movimientos que pretenden imponer o imponen la violencia. Los derechos subjetivos que derivan de aquél, no son otra cosa que los límites formales al ejercicio del poder, razón por la que hablar de derechos divinos es un disparate.

También los derechos son la herramienta para resolver los conflictos entre los humanos: quién tiene que ceder el paso y a quién corresponde la preferencia, en caso de conflicto. Las corrientes legislativas y jurisprudenciales más modernas permiten la atribución de derechos a animales e incluso a objetos inanimados, como si se tratara de personas. Piensen en las sociedades de capital convertidas en virtud de una ficción legal en personas jurídicas o en la emblemática atribución de derechos a los animales o al Mar Menor, que les convierte en sujetos jurídicos.

Otras veces, las más, los derechos son la mera consagración e institucionalización de los privilegios y el poder. Cuando acontece tal cosa, lo que se expresa es la debilidad misma del poder, su incapacidad de imponerse por sí solo y su necesidad de ser auxiliado y protegido por el Derecho.

Así es comprensible la alineación histórica de los integrismos religiosos (Iglesias y religiones, sus sacerdotes y sus fieles) con todos los autoritarismos que en el mundo han sido

En mi fijación chalada y obsesiva por analizar la “frasecita” y volviendo la oración por pasiva, es forzoso concluir que la afirmación de los derechos de Dios, que es tanto como no afirmar aparentemente nada, está implícita la negación de los derechos de los hombres.

En positivo, solo tendría sentido, solo tendría algún objeto si bajo la expresión de los derechos de Dios, la dama en cuestión estuviera refiriéndose a su propia manera de ver la vida, elevada porque sí a la excelencia de lo divino. Algo así como mis valores, y no los que los contradicen, son los que deben contar porque tienen el respaldo de la divinidad. “Dios está conmigo”. Les suena ¿no?. Si alguien le hubiera preguntado el por qué, no dudo que nos hubiera dado la respuesta “de madre de toda la vida”: “porque lo digo yo”.

Miren por dónde, llegamos así al origen del totalitarismo más atemporal, más universal y más absoluto… El totalitarismo religioso. Si los nazis fueron capaces de construir el suyo sobre materiales tan pobres como las leyendas germánicas, la cruz gamada celta y un señor bajito y moreno, con bigotito ridículo y que no había pasado de cabo en la I Guerra Mundial [“el que vale, vale y el que no, cabo”], imagínense lo que es construirlo sobre las leyendas universales greco-latinas y semitas, la cruz latina/griega y la estrella de David y un señor joven y guapo, muerto a los treinta y tres y que además era Dios e hijo de Dios o sea de sí mismo, en práctica de una suerte de onanismo partenogénico.

La buena señora, sin duda, se consideraba intermediaria de Dios. Secta sacerdotal. Y en tal condición creía ser partícipe de la naturaleza divina y al reivindicar los “derechos de Dios”, reinvindicaba frente a los demás sus propios “derechos”. Es lo que tiene de malo Dios, que nunca se manifiesta por sí sino por medio de intermediarios de medio pelo que siempre sacan o intentan sacar tajada. Sin que tampoco Dios los castigue.

El consejero de dios y los departamentos divinos

Y en negativo, si solo Dios tiene derechos, es claro que lo que se defiende es la barbarie, el poder absoluto e irresistible, la esclavitud, la deshumanización, la alienación y la cosificación, la sumisión y ausencia de libertad, la negación de la cultura y la civilización… Así es comprensible la alineación histórica de los integrismos religiosos (Iglesias y religiones, sus sacerdotes y sus fieles) con todos los autoritarismos que en el mundo han sido.

La búsqueda de la armonía en la diversidad

La búsqueda de la armonía en la diversidad

Victorino Pérez Prieto

El pluralismo de nuestras sociedades occidentales exige ese diálogo para poder vivir en paz y armonía

No se trata solo de respeto y tolerancia, sino de acogida del otro, abriéndose a la riqueza de su religión y compartiendo la riqueza de la propia

Eso es lo que ha pretendido Victorino Pérez con La búsqueda de la armonía en la diversidad. El diálogo ecuménico e interreligioso desde el Concilio Vaticano II publicado por EDV

La obra cuenta con una buena acogida por parte de la crítica, con numerosas recensiones, y de los lectores

(Editorial Verbo Divino).- El diálogo ecuménico e interreligioso sigue estando de actualidad. En muchos casos tristemente de modo dramático, sobre todo en lo referente a la relación entre las dos grandes religiones monoteístas, el cristianismo y el islam. El pluralismo de nuestras sociedades occidentales exige ese diálogo para poder vivir en paz y armonía. No se trata solo de respeto y tolerancia, sino de acogida del otro, abriéndose a la riqueza de su religión y compartiendo la riqueza de la propia.

Eso es lo que ha pretendido Victorino Pérez con La búsqueda de la armonía en la diversidad. El diálogo ecuménico e interreligioso desde el Concilio Vaticano II, una obra que cuenta con una buena acogida por parte de la crítica, con numerosas recensiones, y de los lectores. Un libro de total actualidad, como se ha reflejado últimamente en el “Curso sobre diálogo ecuménico e interreligioso” que ofrece SomCristians/SomosCristianos en su nuevo espacio Religións germanes/Religiones hermanas, un proyecto que fomenta la fraternidad entre las religiones desde el convencimiento de que todas las tradiciones religiosas buscan al mismo Dios (Yahveh, Al-lah, Brahamn, Presencia…).

El curso se está desarrollando entre enero y junio de este 2023, con una sesión mensual de 90 minutos, de 19:00 a 20:30 h. La inscripción es on line y gratuita.

San Blas (Patrón de los laringólogos)

San Blas
San Blas

Blas  estaba llamado a ser  el pastor providencial, destinado a hacer   frente a una situación trágica, motivada por las feroces persecuciones de los emperadores romanos, que obligaban a los cristianos a vivir en la clandestinidad; el mismo Blas se vio obligado en una ocasión  a huir a la montaña para refugiarse en una gruta del monte Argeo

Por Francisca Abad Martín

Sucede a veces que nos encontramos con personajes famosísimos de enorme relevancia popular a los que muchas gentes conocen y admiran, pero de los que se tienen pocos datos rigurosamente históricos sobre ellos. Esto precisamente es lo que nos sucede con Blas, que habría nacido según parece en Armenia, en la ciudad de Sebaste, allá por la segunda mitad del  Siglo III, siendo muy venerado en toda la zona de la antigua Yugoslavia, extendiéndose su popularidad  tanto en la Iglesia oriental como occidental, seguramente por la fama taumatúrgica de la que goza, en la que a veces se entremezclan leyendas poco verosímiles, como suele suceder con aquellos personajes de los que no se tienen fuentes históricas rigurosas. En el caso que nos ocupa, contamos con las Actas de S.  Blas, en donde se pondera su paciencia, humildad, mansedumbre, castidad e inocencia, virtudes que, sin duda, fueron tenidas en cuenta a la hora de buscar un candidato para ocupar la sede episcopal de Sebaste, cuando ésta quedó vacante. Es considerado como uno de los 14 santos auxiliadores a quienes en la Edad Media se les rendía especial veneración y a ellos se intercedía para que curasen a la gente de las enfermedades. En el caso concreto de Blas no se sabe si realmente   fue médico, o al menos tenía algunos estudios relacionados con la medicina. El caso cierto es, que fue nombrado el Patrón de los laringólogos y de los expertos en las afecciones de la garganta.

Blas  estaba llamado a ser  el pastor providencial, destinado a hacer   frente a una situación trágica, motivada por las feroces persecuciones de los emperadores romanos, que obligaban a los cristianos a vivir en la clandestinidad; el mismo Blas se vio obligado en una ocasión  a huir a la montaña para refugiarse en una gruta del monte Argeo, llevando allí una vida de auténtico eremita, entregado a la oración y la penitencia  sin ningún consuelo humano, solo le visitaban algunos animales salvajes, de ahí que también los veterinarios le tengan como Patrón.  En las soledades del monte Argeo la leyenda nos ofrece el dato pintoresco, según el cual, los animales acudían a la cueva para ser cuidados por el anacoreta. Después de algún tiempo los perseguidores le encuentran y le dicen: “Salte de la gruta, el prefecto te llama”.  “Bienvenidos seáis, hijitos míos, responde Blas. Vayamos prontamente y sea con nosotros mi Señor Jesucristo que desea la hostia de mi cuerpo”. En el trayecto hasta Sebaste se le acercó una madre con su hijo moribundo, a causa de una espina de pescado que tenía atravesada en su garganta. El Santo, invocando a Dios y colocando sus manos sobre la garanta del niño, logró curarle, de ahí venía la costumbre de colocar a los niños, en muchos pueblos el día de San Blas, una cinta alrededor de su cuello y de esta tradición perdida podemos dar fe los que contamos con algunos añitos. Tal vez por esto, los laringólogos le hayan adoptado como patrón.

San Blas (Patrón de los laringólogos)
San Blas (Patrón de los laringólogos)

Llevado a presencia del Prefecto, éste intenta por las buenas y por las malas que reniegue de su religión, cosa a la que Blas se niega con toda determinación. En vista de que ni las promesas ni las torturas daban el menor resultado, el obispo de Sebaste, según opinión autorizada, fue cruelmente torturado y luego decapitado en la época del emperador romano Licinio, el 3 de febrero del año 316. A partir de aquí la devoción y el culto a S. Blas se extendió como un reguero de pólvora, erigiéndose templos e iglesias en su honor tanto en Oriente como en Occidente, una de ellas llegó a estar entre las 24 abadías más importantes de Roma.

Reflexión desde el contexto actual: 

El hombre actual se ha vuelto excesivamente hipercrítico y en su locura ya no sabe distinguir muy bien que una cosa es el testimonio heroico de los santos, merecedores por ello de veneración y otra cosa bien distinta es el envoltorio con que a veces se nos presenta su ejemplaridad. El hecho de que en torno a ellos hayan surgido leyendas poco verosímiles, no merma en nada su grandeza. Digamos que, en la biografía de todo personaje, por muy histórica que se la suponga, siempre encontraremos elementos subjetivos por parte de quien la escribe