La Ascensión del Señor al Cielo

«No nos quedemos plantados mirando al cielo. Volvamos con Cristo Jesús a los caminos de la vida»

Ascensión

«Es siempre Pascua, Cristo resucitado está siempre con nosotros, pero hoy lo celebramos elevado más allá de nosotros, al cielo, a su Dios, a nuestro Dios»

«Hoy, la nube de la divinidad aparta a Jesús de nuestra vista, que no de nuestra vida. De ahí que no nos quedemos plantados mirando al cielo, sino que volvamos con Cristo Jesús a los caminos de la vida»

«Si quieres entender qué significa ‘ser levantado’, ‘ser enaltecido’, ‘subir’, has de aprender primero qué significa ‘bajar’, ‘descender’, ‘rebajarse a sí mismo’, ‘encarnarse'»

«Feliz ascensión desde la encarnación, Iglesia cuerpo de Cristo»

Por Santiago Agrelo

Es siempre Pascua, Cristo resucitado está siempre con nosotros, pero hoy lo celebramos elevado más allá de nosotros, al cielo, a su Dios, a nuestro Dios.

Hoy, la nube de la divinidad aparta a Jesús de nuestra vista, que no de nuestra vida. De ahí que no nos quedemos plantados mirando al cielo, sino que volvamos con Cristo Jesús a los caminos de la vida.

Hoy la Iglesia contempla a Jesús enaltecido en Dios y lo aclama con las palabras del salmista: “Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas”.

Contempla lo que celebras e imita lo que contemplas: el que ahora asciende es el mismo que ha descendido; el que ahora es enaltecido es el que antes se ha rebajado a sí mismo; aquel de quien hoy celebras con gritos de júbilo la ascensión es el mismo de quien has celebrado junto con los ángeles la encarnación.

Si quieres entender qué significa “ser levantado”, “ser enaltecido”, “subir”, has de aprender primero qué significa “bajar”, “descender”, “rebajarse a sí mismo”, “encarnarse”.

Éste es el misterio de la fe: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”.

Ese camino hacia lo hondo, hacia “lo profundo de la tierra”, ese “despojarse”, “rebajarse”, “someterse”, es el camino que lleva al “enaltecimiento”, como si no hubiese otro modo de acceder a él, como si el “vaciamiento de sí” fuese el seno natural donde se genera el señorío de Cristo Jesús.

El cántico de la fe lo expresa así: “Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre, de modo que, al nombre de Jesús, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.

Cristo Jesús “fue levantado” porque “se abajó”; se le dio “un nombre sobre todo nombre” porque a sí mismo se dio un nombre bajo todo nombre; fue constituido Señor porque asumió la condición de esclavo.

Hoy contemplas y celebras al que es primero porque se hizo último, al que es rico porque se hizo pobre, al que “es Señor” de todos porque se hizo “siervo” de todos.

Tú, Iglesia de Cristo, sabes y confiesas que él “no se ha ido para desentenderse de nuestra pobreza, sino que nos precede el primero como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.

Tú sabes y confiesas que el destino de Cristo Jesús es tu destino.

Y no olvidas que el camino de quien es cabeza nuestra, es también el camino de los miembros de su cuerpo; no olvidas que has de bajar con Cristo Jesús hasta los hambrientos de pan y de justicia, hasta el peregrino, el forastero y el emigrante, hasta el enfermo, hasta el encarcelado y el okupa, hasta el que no es como tú, el que no es de los tuyos, el que está en lo más hondo. No olvidas que has de bajar con Cristo Jesús hasta Cristo Jesús.

Si bajas, él te llevará consigo a lo alto, más allá de la nube que lo apartó de tu vista.

Él te llevará hasta Dios.

Feliz ascensión desde la encarnación, Iglesia cuerpo de Cristo

El Adviento

Entrar en adviento con Dios

I Domingo de Adviento

Por Santiago Agrelo arzobispo emérito de Tánger

Adviento es palabra con sabor a esperanza, sabor que esa palabra pierde si la sacamos del diccionario de la fe. Adviento es palabra con sabor a esperanza de Dios y a esperanza de los pobres. Dios está siempre en adviento porque ama la vida, porque nos ama, porque quiere que vivamos, porque sueña locuras para sus hijos: Dios sueña, se entrega y nos llama a que nos pongamos con él a la tarea de realizar lo que ha soñado.

En ese mundo, que es de Dios y es nuestro, serán de casa la justicia, la rectitud, la lealtad; ese mundo estará lleno de ciencia del Señor y en él florecerá la paz. 

Para hacerlo realidad, hubo un tiempo en que el Señor vino a los suyos como palabra profética, hasta que, en la plenitud de los tiempos, vino al mundo como Palabra encarnada: vino y se entregó; viene y se entrega; viene y espera siempre a que la fe lo acoja, y por la fe la tierra se vuelva casa de paz y justicia, de pan y libertad para excluidos, desamparados y desvalidos.

El Señor vino, viene y vendrá, y su nombre es Cristo Jesús, nombre de Dios en adviento, de Dios en camino, de Dios en busca de ovejas perdidas, de hijos que se le fueron lejos de casa, nombre de Dios pobre, de Dios con nostalgia de bienaventuranza para sus hijos.

En Cristo Jesús, Dios se ha hecho servidor de todos, a todos nos llama, a todos acoge, para que todos conozcamos su misericordia y lo alabemos por ella.

Ahora, Iglesia de pobres con esperanza, Iglesia en adviento, atiende a la palabra del Señor; escucharás imperativos apremiantes: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.

Que le prepare el camino al Señor tu deseo de recibirlo; que se lo prepare tu pobreza, tu necesidad, tu hambre, te noche, tu infierno. 

Que le prepare el camino al Señor tu fe, tu confianza, la certeza del amor que Dios te tiene. 

Clama por la justicia que Dios quiere darte. Pídele que a tu vida venga Jesús.

Si entras con Dios en adviento, entra también en adviento el Reino de Dios, pues por Dios y por ti, el Reino está cerca, está naciendo, va en busca de quienes lo esperan, se ofrece a quienes lo necesitan.  Si entras con Dios en adviento, por Dios y por ti, “habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito”; Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, hará posible que, de acuerdo entre nosotros, unánimes, alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Si entras con Dios en adviento, por Dios y por ti “florecerá la justicia y la paz abundará eternamente”, y unos a otros nos acogeremos, como Cristo nos acogió para gloria de Dios. Si entras con Dios en adviento, la libertad se habrá acercado “al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protección”; él salvará por tus manos la vida de los pobres.

Ellos, los pobres, darán testimonio de la verdad de tu adviento, de la cercanía del Reino de Dios, de la realización de los sueños de Dios. Feliz camino de adviento con tu Dios.

El dgo Mundial de los Pobres

Agrelo: «En este sistema legal de poder, los pobres son entregados a la muerte sin que la conciencia tenga nada que reprochar.»

Es una evidencia: nuestra legalidad mata

«En ese sistema legal de poder, la mentira es recurso necesario para que el mal asuma la forma de bien, la opresión se disfrace de servicio al bien común, de modo que los pobres sean entregados a la muerte sin que la conciencia tenga nada que reprochar»

«En ese espacio reseco de humanidad, las evidencias del horror no sirven para que se haga justicia a las víctimas sino para hacer rentables políticamente las tragedias»

Ahora, Iglesia de Cristo, escucha la promesa del Señor: «Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas»

«Dios se llama huérfano, viuda, extranjero; Dios se llama hambriento, sediento, desnudo, encarcelado, enfermo; Dios se llama emigrante, refugiado, perseguido, humillado, calumniado, sin papeles, sin derechos. Dios se llama hombre crucificado. ¡Dios se llama Jesús!»

10.11.2022 Santiago Agrelo

En ese sistema legal de poder, la mentiraes recurso necesario para que el mal asuma la forma de bien, la opresión se disfrace de servicio al bien común, de modo que los pobres sean entregados a la muerte sin que la conciencia tenga nada que reprochar.

En ese espacio reseco de humanidad, las evidencias del horror no sirven para que se haga justicia a las víctimas sino para hacer rentables políticamente las tragedias.

Puede que en ese mundo nada signifiquen las palabras de un profeta, pero aún así, las hemos de recordar: “Escuchadme, jefes de Jacob, príncipes de Israel: ¿No os toca a vosotros ocuparos del derecho, vosotros que odiáis el bien y amáis el mal? Arrancáis la piel del cuerpo, la carne de los huesos; os coméis la carne de mi pueblo, lo despellejáis, le rompéis los huesos, lo cortáis como carne para la olla o el puchero.” –Miq 3, 1-3-.

Un día, lo sepan o no, también gritarán los devoradores de pobres: gritarán pidiendo auxilio, y el Señor “no les responderá, les ocultará el rostro por sus malas acciones” –Miq 3, 4-. En aquel día, nadie podrá ayudarles, pues ellos mismos han abierto un abismo entre su desdicha y el consuelo de Dios.

Ahora, Iglesia de Cristo, escucha la promesa del Señor: “Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas”.

«Un día, lo sepan o no, también gritarán los devoradores de pobres: gritarán pidiendo auxilio, y el Señor “no les responderá, les ocultará el rostro por sus malas acciones” –Miq 3, 4-«

Ya puedes intuir quiénes son los que honran el nombre del Señor. Si lo deshonra el que devora la carne de su pueblo, lo honran los que a ese pueblo lo rodean de justicia y rectitud; si lo deshonran los que esclavizan a los hijos de Dios, lo honran quienes son para ellos causa de liberación.

En mi vida, honra o deshonra del nombre de Dios son realidades inseparables del trato digno o indigno que de mí reciban los hijos de Dios.

Y puede que con asombro, empieces a sospechar que el otro, los otros, los hijos de Dios, son el nombre de Dios para ti: Dios se llama huérfano, viuda, extranjero; Dios se llama hambriento, sediento, desnudo, encarcelado, enfermo; Dios se llama emigrante, refugiado, perseguido, humillado, calumniado, sin papeles, sin derechos. Dios se llama hombre crucificado. ¡Dios se llama Jesús!

Por otra parte, para ti que lo honras y lo amas, Jesús es el “sol de justicia que lleva la salud en sus alas”: tu paz se llama Jesús; la justicia que te viene de Dios se llama Jesús; tu libertad se llama Jesús; la gracia de Dios para ti se llama Jesús; tu salvación se llama Jesús.

«En ese espacio reseco de humanidad, las evidencias del horror no sirven para que se haga justicia a las víctimas sino para hacer rentables políticamente las tragedias»

Que nadie os engañe, porque muchos vendrán usurpando el nombre de Jesús: vendrá el progreso, la tecnología, el bienestar, la política, la ideología, la religión, y todos os dirán, “yo soy tu paz”, “yo soy tu justicia”, “yo soy”; todos pretenderán hacerte creer que “el momento está cerca”, que su tiempo ha llegado. No vayáis tras ellos. Son sólo apariencia. De todo eso, no quedará piedra sobre piedra: “Todo será destruido”.

«Dios se llama huérfano, viuda, extranjero; Dios se llama hambriento, sediento, desnudo, encarcelado, enfermo; Dios se llama emigrante, refugiado, perseguido, humillado, calumniado, sin papeles, sin derechos. Dios se llama hombre crucificado. ¡Dios se llama Jesús!»

El nuestro es tiempo para la confianza y el testimonio, tiempo para la esperanza y el martirio, tiempo para la sabiduría y la caridad.

Cuanto más oscura sea la noche, más intensa se nos hace la memoria de la luz, y más se vuelven nuestros ojos al oriente, de donde esperamos que amanezca para los oprimidos el sol de la justicia.

La noche duele, en la noche morimos, pero la esperanza nos guarda en su regazo: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Ven, Señor Jesús.

El grito desde la cruz

Agrelo: «Nuestro grito desde la cruz hasta Dios no es la suerte de los pobres sino la de los ricos,  no es la suerte de las víctimas sino la de los verdugos»

Crucificados
Crucificados

«Eran muchos los heridos, muchos los naufragados, muchos los supervivientes, muchos los agotados, muchos los desaparecidos, muchos los muertos; éramos muchos; éramos uno»

«Somos muchos; somos uno; somos él, y con él nos han crucificado. Pero no pueden quitarnos la certeza de que somos también uno con el que vive, uno con el que todo lo ha perdido, todo lo ha pedido, y todo lo ha recibido del Padre que siempre escucha la oración de ese único Hijo»

Por Santiago Agrelo

Nos dimos la mano, formamos el corro, éramos muchos, éramos uno.

Eran muchas las lenguas, muchos los colores, muchas las esperanzas, muchos los sueños; eran muchas las tristezas, muchas las alegrías, muchas las lágrimas, muchos los lamentos; éramos muchos; éramos uno.

Eran muchos los heridos, muchos los naufragados, muchos los supervivientes, muchos los agotados, muchos los desaparecidos, muchos los muertos; éramos muchos; éramos uno.

Éramos la humanidad pobre, la humanidad nueva, el cuerpo del Hijo, el cuerpo herido de Cristo Jesús; éramos muchos, éramos uno, éramos él.

Valla fronteriza entre Nador y Melilla
Valla fronteriza entre Nador y Melilla

En la confesión de amor, en la eucaristía, en la vida, aun siendo muchos, somos siempre uno, somos siempre él.

 Y con él, con Cristo Jesús, aprendimos a decir “Padre”: Dios Padre de heridos, Dios Padre de náufragos, de supervivientes, de agotados, de desparecidos, de muertos, Dios Padre de hijos amados y crucificados.

Con el más amado aprendimos a pedir: “Santificado sea tu nombre”, “venga tu reino”. Con aquel Hijo aprendimos a creer, a llevar en el corazón la pasión del Padre porque su reino se haga cercano a los pobres; con aquel Hijo aprendimos la certeza de que el Padre lo ha puesto en nuestras manos el milagro del reino que pedimos.

Pueblo crucificado
Pueblo crucificado

Somos muchos; somos uno; somos él, y con él nos han crucificado. Pero no pueden quitarnos la certeza de que somos también uno con el que vive, uno con el que todo lo ha perdido, todo lo ha pedido, y todo lo ha recibido del Padre que siempre escucha la oración de ese único Hijo.

Y es ese único –nosotros en él, él en nosotros-, el que, con más fuerza que Abrahán, también hoy regatea con Dios la suerte del mundo, la suerte de los verdugos, la suerte los que matan, la suerte de los que no saben lo que hacen.

Con Cristo Jesús somos los compadecidos que llevan el corazón lleno de compasión.

Con Cristo Jesús somos los crucificados a quienes el amor empuja a reclamar del Padre el perdón para quien los crucifica.

Los náufragos que el mar lanzaba a las playas no quedaban sin entierro cristiano.
Los náufragos que el mar lanzaba a las playas no quedaban sin entierro cristiano.

El motivo de nuestro grito desde la cruz hasta Dios, no es la suerte de los pobres sino la de los ricos,  no es la suerte de las víctimas sino la de los verdugos.

Los discípulos dijeron a Jesús: “Enséñanos a orar”. Y de Jesús aprendieron quién era Dios para ellos, y lo llamaron Padre; y aprendieron al mismo tiempo quiénes eran ellos para Dios, y se reconocieron hijos, que han “recibido el Espíritu de hijos adoptivos, por medio del cual gritamos: Abba, Padre”.

De Jesús, de su oración, de su vida entregada, aprendemos qué hemos de buscar, qué hemos de pedir, cómo hemos de vivir, cómo hemos de amar, de modo que, siendo muchos, seamos siempre uno, seamos siempre él.

¡Hasta que Dios lo sea todo en todos!

Prójimos de los pobres, prójimos de Dios

Agrelo: «Me sueño prójimo de hambrientos, de enfermos, de excluidos, de ilegales, de sin papeles»

Niños pobres, sin infancia ni derechos/Foto: Dulana Kodithuwakku
Niños pobres, sin infancia ni derechos/Foto: Dulana Kodithuwakku

«Me sueño Iglesia que no conoce fronteras, que no obedece a intereses económicos, que no se somete a ideologías políticas, Iglesia que sabe sólo de pobres, que sólo busca pobres»

«Y si le preguntas a Jesús, ¿quién es ese prójimo al que has de amar?, él te dirá que lo es aquel a quien tú hayas amado, aquel con quien tú hayas practicado la misericordia, aquel a quien tu amor misericordioso te haya aproximado»

Por Santiago Agrelo

El prójimo del que habla la liturgia de este domingo es, en primer lugar, la palabra del Señor, su ley, mandamiento: “El mandamiento está muy cerca de ti”, tan próximo a ti que está dentro de ti, “en tu corazón y en tu boca”.

No interpretarás mal, Iglesia cuerpo de Cristo, si donde has oído que se dice “mandamiento”, “ley” o “palabra”, tu fe entiende que se dice “Dios”, pues se trata siempre de que “escuchemos la voz del Señor”, de que, “con todo el corazón y con toda el alma, nos convirtamos al Señor nuestro Dios”. Eso quiere decir que el prójimo del que oímos hablar en este día, es en primer lugar nuestro Dios; y si lo es él, lo es también su fidelidad, su gran bondad, su gracia, su compasión.

Palabra hecha carne

Pero no has hecho más que asomarte a ese misterio: el mismo Dios que se nos había hecho cercano en la humildad de su palabra, al llegar la plenitud de los tiempos se nos hizo prójimo en su Palabra hecha carne. En Jesús de Nazaret, Dios se hizo salud para enfermos, liberación para endemoniados, limpieza para leprosos, abrazo de excluidos, perdón de pecadores, evangelio para los pobres, prójimo de todos.

Hoy, en la eucaristía, hacemos memoria de Cristo Jesús, de su vida entregada, de su amor hasta el extremo, de su cercanía a nuestra vida. Y en Cristo Jesús, Dios está hoy más cerca de nosotros de cuanto lo pueda estar el sacramento que celebramos, la palabra que escuchamos, el pan de vida eterna que comemos. Hoy, en Cristo Jesús, Dios está tan cerca de nosotros que su Espíritu nos unge y nos penetra y nos transforma y hace de nosotros un solo cuerpo, un solo espíritu.

Eucaristía
Eucaristía

Ahora, Iglesia de Cristo, comunidad de “llamados a la libertad”, escucha la palabra en la que Dios se te acerca: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. Amarás al que a sí mismo se perdió por ti, al que te amó con todo su ser, al que quiso ser tuyo como lo es la palabra que escuchas, como lo es el pan que comulgas. Y amarás “al prójimo como a ti mismo”.

Esclavos por amor

No te engañarás, hermana mía, hermano mío, si entiendes que, cumpliendo el mandato de “amar al prójimo como a ti mismo”, cumples al mandato de “amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. Así lo da a entender el Apóstol cuando dice: “Sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se encuentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo»”.

Y si le preguntas a Jesús, ¿quién es ese prójimo al que has de amar?, él te dirá que lo es aquel a quien tú hayas amado, aquel con quien tú hayas practicado la misericordia, aquel a quien tu amor misericordioso te haya aproximado.

Misericordia
Misericordia

Entonces me sueño prójimo de hambrientos, de enfermos, de excluidos, de ilegales, de irregulares, de sin papeles, de náufragos, de hombres, mujeres y niños necesitados de misericordia.

Entonces, ante la necesidad de las víctimas, desaparecen todas mis razones para la ausencia, para el olvido, para dar un rodeo y pasar de largo.

Iglesia sin fronteras

Entonces me sueño Iglesia que no conoce fronteras, que no obedece a intereses económicos, que no se somete a ideologías políticas, Iglesia que sabe sólo de pobres, que sólo busca pobres, Iglesia siempre dispuesta a apartarse del camino para acercarse a los medio muertos y vendar heridas, Iglesia siempre dispuesta a perderse a sí misma por amor, Iglesia samaritana compasiva, como Jesús.

Entonces me sueño prójimo del Señor con quien comulgo, haciéndome presencia de Cristo Jesús entre los pobres, cuerpo de Cristo Jesús para los pobres, prójimo de los pobres como Jesús.

«No echamos en falta la casa del padre y su abundancia de pan»

Monseñor Agrelo: «Hace mucho tiempo que a la fe le hemos robado la historia y hemos llamado fe a una ideología»

Hijo pródigo
Hijo pródigo

«Y también tiene su historia el Dios de aquel pueblo, el padre de aquel hijo derrochador: se adivina en él el mal de ausencia, la mirada que recorre cada día el camino por donde el hijo se le ha ausentado»

«Mientras la historia de los hijos desaparece, la historia del padre se alarga y se ahonda hasta hacérsele herida en las entrañas: ¡Lo hemos dejado solo!»

«Tu mirada, Padre, escruta cada día el horizonte, a la espera de un hijo… mirada de Dios, mendigo de hijos, por si alguno se compadece de tu esperanza, de tu nostalgia, de tu pobreza, de tus ojos»

Santiago Agrelo

Aquel pueblo, “los israelitas”, tenían una historia, y de esa historia aquél iba a ser un día memorable. Quedaban atrás siglos de esclavitud, “el oprobio de Egipto”. Quedaban atrás años de prueba en el desierto, “donde habían tentado a Dios”. Quedaban atrás los días del maná, aquel pan del cielo con que la fe había alimentado la esperanza. Ahora habían llegado a la tierra de las promesas. Habían llegado, y aquel día, después de celebrar la Pascua, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas.

También aquel hijo del que habla el evangelio tenía su historia: había emigrado a un país lejano, había derrochado su fortuna viviendo perdidamente, y había pasado necesidad, tanta que se decidió a “ponerse en camino adonde estaba su padre”. 

Y también tiene su historia el Dios de aquel pueblo, el padre de aquel hijo derrochador: se adivina en él el mal de ausencia, la mirada que recorre cada día el camino por donde el hijo se le ha ausentado, imaginas la esperanza de que un día aquel hijo volverá, y no podrás imaginar la conmoción de sus entrañas maternas al verlo aquel día cuando todavía estaba lejos, no podrás imaginar el abrazo que le dio y la nube de besos en que lo envolvió, y tampoco la fiesta con que celebró haberlo recobrado vivo.

Hijo pródigo

Hace mucho tiempo que a la fe le hemos robado la historia: hemos llamado fe a una ideología, a unas creencias; no hemos padecido ninguna esclavitud ni conquistado ninguna libertad; no hemos vagado hambrientos y sedientos por ningún desierto, ni hemos gustado ningún pan que sale de la boca de Dios; tenemos creencias, pero no un Dios que haya tenido que molestarse por nosotros o mosquearse con nosotros. 

No añoramos una tierra prometida. No echamos en falta la casa del padre y su abundancia de pan

Lo nuestro es amar la esclavitud: después de todo, no están nada mal los ajos y cebollas con que nos alimenta el que nos esclaviza. Aún nos queda fortuna que derrochar. ¡El mundo se precipitaría en el caos si dejásemos de derrochar!

Pero mientras la historia de los hijos desaparece, la historia del padre se alarga y se ahonda hasta hacérsele herida en las entrañas: ¡Lo hemos dejado solo!

Dios de Israel, Dios de Jesús, Dios compasivo, Dios conmovido, Dios que baja y se fija en la aflicción de sus hijos… Dios abandonado, Dios olvidado, Dios herido…

Tu mirada, Padre, escruta cada día el horizonte, a la espera de un hijo… mirada de Dios, mendigo de hijos, por si alguno se compadece de tu esperanza, de tu nostalgia, de tu pobreza, de tus ojos… mirada de Dios, mendigo de hijos a los que abrazar, a los que besar, a los que vestir con el mejor traje, con los que cantar y danzar…

Hijo pródigo

Dios te espera a ti para llenar de alegría su casa.

Conviértete a él… Ponte en camino adonde está tu padre.

Y si preguntas cómo se hace ese camino, algo me dice que, si acojo la palabra de Dios, si remedio la necesidad de los pobres, si voy a la escuela de Jesús de Nazaret, el Padre verá perfilarse en el horizonte la silueta de un hijo esperado que está volviendo a casa

La frontera de Melilla

Monseñor Agrelo: «La frontera de Melilla deja a la vista de todos las vergüenzas de la Europa de siempre»

Valla de Melilla
Valla de Melilla

«Nos asombramos de que la voluntad de un solo hombre pueda en un momento arrojar fuera de la normalidad a millones de personas»

«Que nadie me pida distinguir entre buenos y malos: no sabría. Sólo sé que en esa locura hay víctimas y agresores, que unos sufren y otros hacen sufrir, que unos son los asesinados y otros los que asesinan»

«Ante la crisis humanitaria que esa guerra trae consigo, Europa abre las fronteras; y, en una semana, por esas fronteras, pasa un millón de personas que huyen de la muerte»

«Y, haciendo el uso siempre criminal de la mentira, en Melilla, a las víctimas, a nuestras víctimas, las pintamos de peligrosos, de violentos, extremadamente violentos, buscando justificar de esa manera la violencia criminal que nosotros ejercemos contra ellos»

05.03.2022

Vivimos momentos de gran conmoción. Otra guerra ha traído a nuestras casas imágenes de destrucción, se adivina la muerte entre las ruinas de ciudades golpeadas como objetivos militares, y nos asombramos de que la voluntad de un solo hombre pueda en un momento arrojar fuera de la normalidad a millones de personas.

Que nadie me pida distinguir entre buenos y malos: no sabría. Sólo sé que en esa locura hay víctimas y agresores, que unos sufren y otros hacen sufrir, que unos son los asesinados y otros los que asesinan.

Ante la crisis humanitaria que esa guerra trae consigo, Europa abre las fronteras; y, en una semana, por esas fronteras, pasa un millón de personas que huyen de la muerte.

Todos hemos visto que Europa abrió sus fronteras; pero que nadie me pida discernir si se trata de una Europa que se despierta solidaria con los necesitados, o es la Europa aburrida y dormida, cuando no interesada, que tiene la costumbre de ser.

Y en la misma semana, en los mismos días, llega el tornasol que evidencia lo que yo no sabía discernir: la frontera de Melilla deja a la vista de todos las vergüenzas de la Europa de siempre

Puede que nos obstinemos en ignorarlo, pero en Melilla llegan a nuestras fronteras los que nosotros echamos de sus casas; en Melilla rechazamos sin piedad a hermanos nuestros que huyen de otras guerras, de otros horrores, de otros sin vivir. Y, haciendo el uso siempre criminal de la mentira, en Melilla, a las víctimas, a nuestras víctimas, las pintamos de peligrosos, de violentos, extremadamente violentos, buscando justificar de esa manera la violencia criminal que nosotros ejercemos contra ellos.

He aprendido a no esperar nada de ese poder con que el tentador seduce al hombre. Nada. En la naturaleza de ese poder está oprimir, mentir y matar.

No ha de ser así entre los hijos de Dios, no ha de ser así entre los discípulos de Jesús, no ha de ser así entre los que han entrado con Cristo en la vida de Dios, no ha de ser así para quienes han conocido el amor que es Dios, no ha de ser así para ti, Iglesia cuerpo de Cristo. Tu vocación es servir. Tu ser es amar. Tu misión es la de ser evangelio para las víctimas de todas las violencias.

Y éste es hoy tu camino con Cristo hacia la Pascua: camino con Cristo en los que sufren, con tu Señor en los excluidos, con tu Dios en los calumniados, en los hambrientos, en los desdichados, en los últimos.

Melilla

Para ellos has de multiplicar tu pan y tu compasión

A ese templo de Dios que son los pobres has de llevar la cestilla de tus primicias. En ese templo harán tus hijos su confesión de fe: El Señor “nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo, que tú, Señor, me has dado”. 

Entramos en esta cuaresma soñando una humanidad nueva, fraterna, humilde, de hombres y mujeres parecidos a Cristo Jesús; soñamos la llegada del reino de Dios, el advenimiento de una tierra para los pobres… soñamos y pedimos… soñamos y construimos… soñamos y trabajamos… y presentamos al Señor nuestra tu cestilla, llena de gratitud para él, llena de pan para los pobres.

Feliz camino con Cristo hasta la vida.

Felicitación de Navidad

Agrelo: «Aquel a quien esperamos, viene para ser evangelio de los pobres» 

Navidad 

«Se nos ha hecho apremiante la recuperación de la verdad: la verdad de nuestro Adviento, la verdad de nuestra Navidad, la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra vida» 

«Ir, escuchar, y no dar por simple o por sabida o por desechable la palabra del profeta» 

«Todos somos invitados a fijarnos en el otro, en el pobre, en el que no tiene una túnica con que vestirse, en el que no tiene comida con que alimentarse, en el que no tiene lo que necesita para vivir con dignidad» 

«Preparemos una Navidad que sea evangelio para los pobres: para los excluidos del trabajo, para los condenados a la precariedad, para los que valen menos que una juerga o treinta monedas» 

Por Mons. Santiago Agrelo 

Se nos ha hecho apremiante la recuperación de la verdad: la verdad de nuestro Adviento, la verdad de nuestra Navidad, la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra vida. Se nos ha hecho apremiante que a todo devolvamos el sabor de la autenticidad. 

Para allanar el camino por el que volver a lo verdadero, a lo que no engaña, se nos ha hecho necesario y apremiante escuchar al Precursor de la Verdad, ir a Juan, y preguntarle, como hacía la gente de la que habla el evangelio: “Entonces, ¿qué hacemos?”; como si fuésemos aquellos publicanos: “Maestro, ¿qué hacemos nosotros?”; lo mismo que aquellos militares: ¿qué hacemos nosotros?” 

Ir, escuchar, y no dar por simple o por sabida o por desechable la palabra del profeta

Si escucho y creo, la palabra me indica el camino que lleva al encuentro de la Verdad. Ese camino son los otros: los pobres

A mí, que voy preguntando por mi vida, la palabra del profeta me señala la necesidad en que se encuentra mi hermano, el derecho que asiste a mi hermano, la vida de mi hermano. 

Aquella gente, aquellos publicanos, aquellos soldados de entonces, en su Adviento, en su deseo de prepararse para recibir al Mesías del Señor, y nosotros en este tiempo de preparación para la Navidad, todos somos invitados a fijarnos en el otro, en el pobre, en el que no tiene una túnica con que vestirse, en el que no tiene comida con que alimentarse, en el que no tiene lo que necesita para vivir con dignidad

Y si me pregunto por qué han de ser los otros el camino por el que Cristo Jesús venga a mi encuentro, el camino por el que yo vaya al encuentro de Cristo Jesús, algo dentro de mí, a voces, sugiere que él se despojó de su rango para que yo tuviese un vestido de gracia y santidad, él bajó del cielo para ser el pan de mi peregrinación en el mundo, él tomó la condición de esclavo para liberarme de mis esclavitudes

No habrá Navidad para mí, no entrará en mi vida Cristo Jesús, si en ella no entra el otro, los otros, los pobres. 

Aquel a quien esperamos, viene para ser evangelio de los pobres: evangelio para ti, Iglesia en Adviento, comunidad creyente, comunidad de pobres evangelizados. 

Tu corazón desborda de gozo porque presientes la cercanía del que es tu evangelio: “El Señor está cerca”. 

Grita de júbilo, alégrate y goza de todo corazón: “¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!”. 

Preparemos una Navidad que sea evangelio para los pobres: para los excluidos del trabajo, para los condenados a la precariedad, para los que valen menos que una juerga o treinta monedas. 

Preparemos una Navidad de verdad, una Navidad-esperanza, para los obligados a emigrar, para los abandonados en los caminos, para los innumerables vejados en nombre de los supuestos derechos de unos pocos. 

Preparemos una Navidad de verdad haciendo que nazca un mundo de hermanos 

Adviento: Dios se hace presente

 Agrelo: «Adviento, tiempo en que Dios se te hace presente en el grito de los náufragos» 

Adviento 

«Decimos al Señor, a ti levanto mi alma, como quien desde la tierra, desde lo hondo, desde la noche, desde la ausencia, busca las huellas del Amado» 

«Decimos al Señor, a ti levanto mi alma, pues en la noche de su ausencia nos sentimos pequeños como niños, necesitados como niños, confiados como niños» 

«Le decimos, a ti levanto mi alma, y a él volvemos los ojos desde nuestra soledad, desde el sufrimiento de los pobres, desde la angustia de abandonados al borde del camino» 

«Éste es el tiempo en que tu Dios, Dios solidaro para siempre con la humanidad, se te hace presente en el grito de los náufragos, en las lágrimas de los huérfanos, en la agonía de los excluidos» 

Por Mons. Santiago Agrelo 

Comienza el Año litúrgico, sacramento del tiempo –de la historia- de la salvación. 

Cristo llena con su presencia la historia de la salvación y el Año litúrgico: desde el principio lo hallamos anunciado y prometido; en la plenitud de los tiemos lo reconocemos encarnado; y esperamos su retorno glorioso cuando todo llegue a su fin. 

Nuestra celebración eucarística se abre hoy con palabras de súplica, que nacen de una conciencia humilde, de un corazón confiado: “A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío”. 

Decimos al Señor, a ti levanto mi alma, como quien desde la tierra, desde lo hondo, desde la noche, desde la ausencia, busca las huellas del Amado. 

Decimos al Señor, a ti levanto mi alma, pues en la noche de su ausencia nos sentimos pequeños como niños, necesitados como niños, confiados como niños

Le decimos, a ti, Señor, levanto mi alma, pues lo reconocemos grande, el único grande, generoso, el más generoso, cariñoso, el más acogedor. 

Le decimos, a ti levanto mi alma, y a él volvemos los ojos desde nuestra soledad, desde el sufrimiento de los pobres, desde la angustia de abandonados al borde del camino, y en la mirada levantada, el alma y el corazón salen clamando, con la certeza de que el Señor se abajará hasta nuestra pequeñez, y nos levantará hasta su pecho, hasta su rostro, hasta sus mismos ojos. 

Éste es nuestro Adviento, tiempo de humildad confiada, de confianza humilde, de deseo ardiente, de fraternidad vivida, de justicia amada, de mirada al cielo, de esperanza cierta. 

Éste es el tiempo en que tu Dios, Dios solidaro para siempre con la humanidad, se te hace presente en el grito de los náufragos, en las lágrimas de los huérfanos, en la agonía de los excluidos, en el misterio de su ausencia: 

Adviento 

Apagada la antorcha del ocaso, 

de amor se enciende el alma de la Esposa, 

para ver de su Amado, en cada cosa, 

la huella misteriosa de su paso. 

Noche, que del Amor traes memoria, 

noticia de su ausencia a nuestro anhelo, 

serías, si le hallásemos, ya el cielo, 

y tu sombra sería ya la gloria. 

Cuando llegue la dicha del encuentro, 

comunión del Amado con su Amada, 

la Iglesia brillará inmaculada, 

pues Dios será su lámpara y su centro. 

El Adviento es Navidad en esperanza:  

Feliz espera del Señor. Feliz domingo 

El cementerio del Mediterráneo

Agrelo: «En las costas de Almería el mar está arrojando a las playas cadáveres de hombres, mujeres, niños, que son cuerpo de Cristo» 

Mons. Agrelo

«Queremos comulgar con él, queremos que él sea en nosotros, que él viva en nosotros, que él ame en nosotros, que él continúe en nosotros su lucha contra el mal que aflige a la humanidad» 

«La fe nos pedirá mucho más: reclamará nuestra vida para la salvación de los verdugos, de los que esclavizan, de los que crucifican, de los que asisten al espectáculo, de los que desprecian el dolor de los crucificados» 

24.09.2021 Santiago Agrelo 

El hecho es que sólo quiero hablar de Cristo Jesús, de aquel a quien confieso “Señor mío y Dios mío”, aquel a quien reconozco como mi salvador, mi redentor, mi luz, mi vida. 

Sólo quiero hablar de él; pero en realidad eso significa que quiero escuchar sus palabras, fijarme en lo que hace, imitar su vida, seguir sus pasos

También lo podríamos decir así: queremos comulgar con él, queremos que él sea en nosotros, que él viva en nosotros, que él ame en nosotros, que él continúe en nosotros su lucha contra el mal que aflige a la humanidad. 

Por el misterio de la encarnación, fue él quien buscó primero esa comunión con nosotros, ese encuentro con los necesitados de salvación. 

No hay fe cristiana si no reconocemos la comunión de Cristo Jesús con nosotros y nuestra comunión en Cristo con la humanidad entera. 

Las dos pertenecen al corazón de nuestra fe: la “comunión de Cristo Jesús con nosotros”, y “nuestra comunión con la humanidad”. Pero ninguna de ellas sería posible si la palabra comunión se quedase fuera del vocabulario del amor, fuera del amor que Cristo Jesús nos tiene, fuera del amor que Cristo Jesús nos pide tener a toda la humanidad: un amor verdadero, eficaz, poderoso para expulsar demonios; un amor humilde para dar a beber un vaso de agua a quien tenga sed. 

En las costas de Almería el mar está arrojando a las playas cadáveres de hombres, mujeres, niños, que son cuerpo de Cristo, que son nuestra propia carne. 

En lo que va de año, en el mar que une África y las Islas Canarias han muerto o han desaparecido más de 1.900 personas, hombres, mujeres, niños, que son cuerpo de Cristo, que son nuestra propia carne. 

No veo cómo podamos ser creyentes sin solidaridad con las víctimas de la iniquidad fratricida, de la indiferencia deshumanizada, de la violencia homicida. 

Esa solidaridad no debiera resultarnos difícil. Pero la fe nos pedirá mucho más: reclamará nuestra vida para la salvación de los verdugos, de los que esclavizan, de los que crucifican, de los que asisten al espectáculo, de los que desprecian el dolor de los crucificados

“En esto hemos conocido el amor de Dios: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos”. 

Esa es nuestra vocación: Amar a todos, como Jesús. Salir en busca de todos, como Jesús. Dar la vida por todos, como Jesús. 

Cristo Jesús es la ley perfecta, el precepto fiel, el mandamiento verdadero. Él es descanso del alma

Para nosotros la vida está en aprender a Jesús, en comulgar con Cristo Jesús, en ser de Cristo Jesús. 

Ojalá escuchemos hoy su voz. Que él abrace hoy con nuestros brazos a la humanidad que sufre. Que él se ofrezca hoy en nuestras vidas a los necesitados de salvación. 

Feliz comunión con el amor de Dios en Cristo Jesús