Festividad de Todos los Santos.

(La Iglesia Triunfante de los amigos fuertes de Dios)

Santos
Santos

Hay muchas cosas de nuestro mundo que no nos gustan, tantas que a veces profundamente decepcionados nos preguntamos ¿Quién podrá salvarnos?…  Tal vez tenga razón Chesterton cuando, en contra las corrientes de moda del individualismo, egoísmo, frivolidad, hedonismo…, decía: “los únicos que pueden salvarnos son los santos”

Por Ángel Gutiérrez Sanz

Noviembre melancólico y otoñal nos abre sus puertas trayéndonos el gozoso recuerdo de los amigos de Dios que, habiendo abandonado las trincheras de este mundo, gozan ya de una felicidad eterna que nadie les podrá arrebatar. Juan en visión apocalíptica pudo presenciar: “Una muchedumbre grande que nadie podría contar de toda nación, tribu, pueblo y lengua, que estaban delante el trono del Cordero, revestidos con túnicas blancas y con palmas en la mano”. Patriarcas, reyes, profetas, apóstoles, mártires, doctores, confesores, vírgenes, todo un glorioso tropel, de hombres y mujeres, jóvenes, niños, ancianos, casados y célibes, religiosos y laicos, los desterrados, emigrantes y mendigos. Innumerables son los ejércitos de los bienaventurados de Dios. Como bien decía Beda el Venerable: “Hoy celebramos en la alegría de una sola fiesta, la solemnidad de Todos los Santos, cuya sociedad hace que el cielo tiemble de gozo, cuyo patrocinio alegra la tierra, cuyos triunfos son la corona de la Iglesia, cuya confesión, cuanto más varonil, más ilustre es su gloria, porque al crecer la lucha crece también la honra de los luchadores y a la fuerza de los tormentos corresponde la grandeza del premio.” 

Los malaventurados de la tierra, según las palabras de Cristo, están llamados a ser los bienaventurados en el Reino de los Cielos y hoy se cumple esta promesa. Los ángeles y los hombres celebramos gozosos su triunfo en la Jerusalén Celeste. Nuestro recuerdo emocionado para los de corazón limpio e intención recta, los humildes siervos del Altísimo, los valerosos atletas de Cristo, que no sucumbieron ante las amenazas y castigos. Nuestro reconocimiento para los que fueron dejando regueros de amor en su peregrinaje por el mundo y quienes supieron ver el rostro de Dios en el rostro del hermano. Nuestro agradecimiento para los luchadores por la paz y la justicia y los que fueron abriendo sendas luminosas en medio de un mundo tenebroso y por fin, nuestra devota admiración a los mansos, los misericordiosos, los pacíficos, a los que sufrieron y nadie consoló y a los que, como el pobre Lázaro, murieron de inanición, víctimas de los corazones endurecidos por la avaricia

Fiesta de todos los Santos


María de la Candelaria Brito Nieves 

El Día de Todos los Santos es un día especialmente reservado en el Santoral Católico para que recordemos a todos aquellos católicos anónimos que ya han emprendido su camino hacia la Casa de Dios, para quienes ya ha llegado el descanso eterno y se encuentran frente a la brillante luz perpetua, en compañía de Jesús y de la Santísima Virgen María.

Día de Todos los Santos

Día de Todos los Santos© Proporcionado por Qué!

Todos los días del año, el Santoral Católico se encarga de recordarnos a todos nuestros hermanos que han dormido en la paz del señor, cuyas vidas o cuyas obras fueron tan relevantes que los hicieron sobresalir de entre los miembros de sus comunidades, por reflejar los más excelsos valores cristianos y prestar su ayuda a los más necesitados, o porque tuvieron una carrera eclesiástica preponderante o porque murieron en defensa de la fe, pero hoy es el Día de Todos los Santos.

Pero ¿qué sucede con aquellos individuos anónimos que igualmente merecerían ser recordados, pero de los que no nos han llegado noticias? Es por ello que para el Santoral Católico el 01 de noviembre es muy especial, porque nos brinda la oportunidad de poder realizar un recordatorio común de todos esos hermanos cuyas vías y obras desconocemos, pero que probablemente tuvieron cierta relevancia en sus comunidades, que es el Día de Todos los Santos.

Esta fecha se dedica a los hermanos fallecidos que ya emprendieron su camino a la presencia del Todo Poderoso, y esto tiene particular relevancia en esta época, porque también es el momento en que debemos recordar a las más de 492.930 personas que perdieron su vida por causa del Covid-19, cuyos fallecimientos no pudieron ser evitados por causa de no disponer de los medios científico necesarios para ello.

Todos estos hechos nos han puesto a reflexionar sobre lo importante que es cuidarnos y cuidar de los nuestros, pero recordar a los que ya se han ido, aunque no los hayamos conocido en persona es más importante en esta época que en cualquier otra. Ya que muchos de ellos pudieron haber sido santos en sus vidas, a su propia manera.

Lo que se pensaba antes

Durante los primeros años de la Iglesia Católica, el 01 de noviembre es un día que estaba dedicado a todos los mártires, hasta que el papa Bonifacio IV sacralizó un antiguo templo griego y lo dedicó al culto hacia todos los santos, y en el año 840, una festividad que había sido dedicada a los mártires, y el 01 de noviembre se convirtió en el Día de Todos los Santos.

Aunque la verdadera celebración comienza desde la noche anterior, el 31 de octubre, que ha sido denominada como la víspera del Día de Todos los Santosque en inglés se pronuncia ‘All Hallow’s Eve’ y con el paso del tipo y la deformación lingüística se ha convertido en ‘Halloween’, que es una celebración que se ha transformado en gran manera, convirtiéndose en una celebración que poco o nada tiene que ver con la relevancia que le otorga la Iglesia Católica a este día.

¿Qué es un Santo?

Cuando celebramos el Día de Todos los Santos es común que entre la comunidad católica de hoy surja una interrogante recurrente que consiste en a quién se le puede considerar un santo, ya que la creencia más habitual es pensar que ser santo es algo mucho más importante de lo que es, pero la propia Iglesia Católica, ha expresado que para ser santo solo hay que hacer una cosa: «participar de la santidad de Dios».

Es por ello que Peter Kreeft, un profesor de Filosofía, que se ha especializado en la filosofía católica, ha dicho que ser santo «no es gente rara ni excepcional». «Los santos son el modelo operativo estándar para los seres humanos», indica. De hecho, siendo más concretos, afirma que en el sentido bíblico de la palabra «todos los creyentes son santos».

Santos y difuntos

“Polvo seré, mas  polvo enamorado”

Por Alejandro Fernández Barrajón

El gran poeta hindú Rhabindranav Tagore dice que “La muerte no es la extinción de la luz, sino dejar a un lado la lámpara porque llega la alborada.”

 Así queremos vivir este momento enigmático de la muerte y del recuerdo de nuestros seres queridos; un momento misterioso, lleno de paradojas, como suele suceder siempre en las cosas de Dios. Aquello que podemos controlar lo seres humanos lo llenamos de precisión, de cálculos, de seguros. Pero la vida sigue siendo patrimonio de Dios, aunque nos cueste concederle esta evidencia. Por eso se escapa a nuestros cálculos, nos sorprende siempre y nos deja descolocados.

 El misterio de la santidad y de la muerte, nos aborda una año más, cuando se acerca noviembre, para recordarnos nuestra condición. Vivir y morir se dan la mano todos los días como dos caras de la misma moneda.

   Queremos situarnos ante el misterio de la muerte con la serenidad de quien cree que la muerte no es el silencio total o el abandono eterno, sino el encuentro definitivo con nuestro origen, con nuestro Dios, del que hemos salido y hacia el que todos caminamos empujados por la fuerza misteriosa de la vida y del Espíritu. Unamuno, el que dicen que era ateo, escribió para su tumba y allí está escrito en su lápida en el cementerio de Salamanca, este epitafio que es toda una declaración de valores y principios:

“Méteme, Padre eterno en tu pecho, misterioso hogar, allí dormirè, pues vengo cansado del duro bregar”

   Lejos de abatirnos ante la cruda realidad de la muerte y mucho menos, de resignarnos en un gesto estéril y desesperanzado, queremos ponernos en manos de Aquel que juzga rectamente y que nos ha amado tanto que ha enviado a su Hijo Unigénito para que nadie perezca sino que todos nos sintamos convocados  a la vida eterna.

 Por eso en este día, sólo nos queda reafirmar nuestra fe en Jesús, el Señor de la vida y de la muerte, para prometerle, una vez más, fidelidad y entrega de nuestra vida, en el servicio alegre y callado a nuestros hermanos

 Podemos caer en la tentación de pedirle explicaciones a Dios ante el misterio de la muerte de nuestros seres queridos. Pero eso sería como preguntarnos por qué ha de enterrarse el grano de trigo en la siembra.

Lo que queremos celebrar y resaltar es el don de la vida. Nos sentimos agradecidos al Señor por la vida.  “Polvo seré, decía Quevedo, pero polvo enamorado” Si es verdad que nos inquieta la realidad de la muerte, no es menos cierto que nos llena de esperanza la Palabra de Jesús: «No temas, pequeño rebaño, que el Padre ha tenido a bien regalaros su reino.»

La vida auténtica, como el amor profundo, tienen mucho de cruz, de sufrimientos, de dificultades, de noches oscuras y de muerte. La muerte es también parte de este proyecto de amor que comenzó un día en nosotros con el primer llanto.

  Jesús en el Evangelio quiere hacer ver a sus discípulos que su misión tiene que pasar por ser entregado en manos de los hombres y que el grano de trigo ha de enterrarse para dar fruto. Y los discípulos, ayer como hoy, no entendían esas palabras tan oscuras; ni nosotros las entendemos tampoco.

  Nos cuesta leer con realismo la historia de la salvación y la propia vida. Entre leemos lo que nos conviene y pasamos por alto lo que no entendemos. Hasta que la muerte nos grita desde nuestros seres más queridos que la cruz es necesaria para la luz, que sólo el alma que se quema será capaz de iluminar, que la muerte, la hermana muerte no es una advenediza sino una compañera del camino que nos va enseñando sus cartas desde la más tierna infancia. Es una compañera leal.

  Cualquier escogido en la Sagrada Escritura arrastra una historia de dolor, de sufrimiento, de incomprensión y de soledad, tremenda. No se salva ninguno. Y Jesús no rehúye esta realidad sino que la afronta como señal suprema de entrega, convencido de que ser enviado del Padre es mirar de frente la cruz.

 Y así María, que dijo sí, cuando tenía muchas más razones para decir no porque la oscuridad y la prueba era tan tremenda, que tenía que tener mucho amor a Dios para cargar con su vocación. Cualquiera en su lugar se había hecho el sordo.

 Como Juan de la Cruz, después de recorrer la noche oscura, las selvas y entre los animales salvajes, puede decir para rematar su experiencia de Dios:

Quedeme y olvideme./

Mi pecho recliné sobre el amado./

Cesó todo y dejeme

Dejando mi cuidado /

Entre las azucenas olvidado.

 En este peregrinar que es la vida llevamos llevamos tres grandes heridas en el alma:

– La del amor. Vivir sin amor no es vida. El desamor es la muerte prematura.

– La de la vida. Vivir sin iluminar la pregunta sobre el sentido de la vida parece simplemente

– La de la muerte. Saber si nuestra vida es o no estéril para siempre es la otra herida que no sabemos cómo curar.

Lo ha expresado genialmente el poeta español de Orihuela, Miguel Hernández:

“Llego con tres heridas:

la del amor,

la de la muerte,

la de la vida…

Con tres heridas yo:

La de la vida,

La de la muerte,

La del amor.”

Pues bien hay una medicina capaz de curar estas tres heridas de la vida.

La del amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Ama de verdad el que es capaz de entregarse por los otros en un gesto supremo de servicio y de generosidad. El que se ama sólo a sí mismo se pierde para la vida eterna.

La de la muerte: “Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto, pero su muere da mucho fruto”. La muerte es un paso necesario para la vida definitiva.

La de la vida. “He venido para que tengan vida y vida abundante” Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Jesús es el centro de la vida de los hombres. Jesús es hoy el centro de la vida y de la muerte de cada uno de nosotros.

 Ojalá hoy nos sintiéramos pequeños y débiles, pecadores y  necesitados de vida, para que pudiéramos oír la voz de Dios que nos invita a salir al encuentro de la vida que pasa.