El misterio de la enfermedad

por Trinidad Ried

Desde la concepción del ser humano, pareciera que en su ‘software’ y su ‘hardware’ viniese codificada la enfermedad como un misterio que aún la ciencia y la tecnología no logran develar en su totalidad. Cada época y lugar, además, ha ido “colgándole” a las dolencias del cuerpo y del alma pesos, prejuicios y metáforas propias de su cultura que complejizan aún más el sufrimiento y la recuperación de quien es “elegido” por la vida para manifestar una enfermedad.

Así, en la antigüedad, a muchos se les creía poseídos por malos espíritus, francos pecadores o mensajeros de calamidad. A eso se le sumaban los “temores” de los “sanos” que excluían, condenaban y culpaban de los padecimientos a las propias víctimas como si fuese su responsabilidad por una mala vida. Lamentablemente, mucho de eso persiste aún en la actualidad, tanto a nivel inconsciente como social.

Las enfermedades de cada tiempo

Cada momento tiene su “top 1” en dolencia física, espiritual y social, porque no podemos ser ingenuos y pensar que es solo el cuerpo el que se ve afectado o solo la persona la que se enferma, pues se enferman también su familia y la comunidad. Por años, la lepra llevó la delantera como el peor estigma social. Los enfermos de esta bacteria debían vivir apartados, anunciarse con una campana y sus familiares quedar a la deriva y la discriminación del resto de la sociedad. Más tarde, al ser encontrada la cura de la lepra, vino el tiempo de la tuberculosis, asociada también a la miseria de las clases trabajadoras y todo el peso para respirar con libertad tanto literal como simbólicamente si te llegabas a contagiar.

Era una condena perpetua y una herencia horrorosa que podías dejar a los demás. Una vez más, al reconocerse su origen científico y su tratamiento, su peso y juicio, se diluyó en el siglo XIX y, en el XX, en pleno hizo debut el virus del SIDA en gloria y majestad. Quien se contagiaba, inmediatamente, se colgaba el cartel de homosexual, drogadicto o promiscuo, perteneciente a una casta marginal de “perdidos” que “parecían” recibir su “merecido castigo por su conducta inmoral”. En el siglo XXI, superando en gran medida tanta ignorancia sobre el SIDA y pudiendo comenzar a controlar esta enfermedad y sus humillaciones sociales y psicológicas, van compitiendo en el primer lugar el cáncer y la depresión, con todas las variantes que nos podamos imaginar. Detrás le siguen las enfermedades autoinmunes que empiezan a proliferar.

El misterio de la enfermedad

La medicina tradicional de Occidente, si bien ha hecho tremendos avances y descubrimientos en medicamentos y tratamientos, ha pecado también por siglos de disociar el cuerpo como si estuviese ajeno a las demás dimensiones del ser, como son la emocional, la espiritual y el socio cultural que nos relaciona con los demás, reduciendo a la mirada a órganos, tejidos y células, perdiendo el gran angular tan necesario para la sanación total. Por otra parte, Oriente ha hecho un profundo aporte con una mirada más holística del ser humano y ha desarrollado tratamientos milenarios que buscan la integración de todos los ámbitos de la evolución bio-psico-espiritual, pero no ha logrado aún un diálogo horizontal con la medicina alopática o tradicional. Aun así, la medicina oriental aún está circunscrita a la persona que padece y no tanto a lo sistémico o relacional.

Una corriente muy tóxica que se ha difundido casi como pandemia -probablemente por los resabios de la antigüedad-, pero también por el pensamiento positivista e individualista propiamente norteamericano, es que cada ser humano es el responsable de su salud y puede controlarla a voluntad. Por consecuencia, la enfermedad pasa a ser responsabilidad directa, por acción u omisión, de quien la padece, por lo que al sufrimiento propio de la dolencia se le suma el peso de la culpa, la responsabilidad de sanarse a fuerza de control personal y la obligación de exponerse frente a los demás como un frágil, fracasado o alguien menos competente que los demás “sanos” que te miran y tratan con conmiseración y condena implícita, disfrazada muchas veces de bondad.

Algunas verdades para compartir

La enfermedad es y seguirá siendo un misterio de la existencia por más que la podamos diseccionar. Su multicausalidad también es una certeza que no podemos simplificar con relaciones que no equivalen a causa-efecto tal cual. No es lo mismo decir que a las personas viudas les podría dar más cáncer que determinar como un absoluto esta correlación de datos que es una estadística nada más. Los números dan para todo y se pueden tergiversar con sesgos de cualquier interés particular.

Por lo mismo, tampoco es sano culparnos si nos enfermamos ni dejar que los demás nos endosen en “bulto” de nuestra mejoría total como si fuese una meta más para lograr. Jamás hemos controlado la vida; esta es demasiado compleja, somos seres en relación con muchos sistemas vivos y hay procesos que escapan a nuestra voluntad. Lo único que sí podemos hacer al enfermarnos es elegir cómo vivirlo para sacar provecho de ello, tanto a nivel personal como comunitario, de modo que sea aprendizaje en servicio, humildad, gratuidad y profunda conciencia de vulnerabilidad. Sí, también la enfermedad puede ser una oportunidad de servir a otros, dejándose servir y ayudar.

Navidad es…

por Trinidad Ried 

  

Ese tiempo privilegiado donde algunos tienen la suerte de conectar con la corriente de vida y amor que subyace a todos y a todo y que muchos llamamos Dios. Es ese tiempo donde la inmensa mayoría de la humanidad hace un esfuerzo por sembrar paz y dulcificar sus rostros con gestos honestos de bondad. Es tiempo donde, efectivamente, la comida y los ritos se pueden insuflar de sentido, más allá de lo formal, y anclarse en los vericuetos de los recuerdos para la eternidad.

Es ese tiempo donde los regalos nos permiten expresar un porcentaje ínfimo del amor que nos explota y desborda como un manantial exquisito, agradeciendo la vida junto a los demás. Es ese tiempo donde la misma naturaleza se colude, vistiéndose de gala plateada o dorada, según el hemisferio donde te vaya a visitar, para decirnos que la creación es el mismo pesebre que nos quiere cobijar. Es ese tiempo donde las lágrimas, las nostalgias y los anhelos no pueden faltar. Siempre la tristeza se sienta a la mesa por lo que no fue, por los que ya no están, por los vacíos, por la fragilidad de nuestra convivencia que enreda nuestro relacionar.

Risa y llanto

Es ese tiempo de vértigo y reposo; de risa y llanto; de abrazo y silencio; de luz y oscuridad; de éxtasis y agonía, comprimido y condensado en 24 horas y un poco más. Es ese tiempo de sentir la vida, atravesando cada proceso como un cirujano profesional. El escalpelo divino va diseccionando nuestros espíritus para sanar todo aquello que lo requiere para crecer y evolucionar.

Es ese tiempo de bajar los brazos y no pelear más. Es tiempo de tregua. De perdón. De stand by. Hasta la guerra necesita Navidad. Es tiempo de detenerse y mirar el suelo agradecidos de todo lo que hay. La salud, el trabajo, la familia y sobre todo las raíces que nos han dado formas para armar nuestro árbol vital.

Tiempo de contemplación

Es tiempo de contemplar el cielo y ver en las mil estrellas todo lo que nos promete Dios en el más allá. Un viaje infinito de luz, dejando estelas de gozo y paz, sumándonos a tantos que ya partieron para adelantar. Es un tiempo de sueños pequeños y gigantes para transformar la humanidad. Sueños imposibles que se empiecen a tejer junto con otros para hacerlos realidad. El mismo firmamento es un tejido de hilos bellísimos que nos pueden animar.

Es un tiempo de oración y petición recogida en la intimidad. Es volver a ser niños para poner confiados todas nuestras intenciones más hondas, llenos de esperanza e ilusión en lo que vendrá.

Encuentro con Jesús

Es tiempo de encuentro con Jesús, el Señor, en el metro, en la calle, en el supermercado o en el comedor. Es en lo sencillo, en lo doméstico, en lo rutinario donde nos espera sentado en un rincón. Quizás jugando, pidiendo, discutiendo, conversando o pintando un mural de color…

Lo importante es que no se nos pase el tiempo, distraídos, ocupados en lo urgente y dejemos pasar, una vez más, esta preciosa ocasión de sentir a Dios nacer en esta Navidad.

Abrázame, ¡si no me muero!

por Trinidad Ried 

  

La gran verdad que debemos asimilar es que en todo momento de nuestra vida (no solo en los primeros años), sin el cuidado, esta no existiría. El ser humano surge del cuidado y, aunque pasa por diferentes etapas y por una sucesión de períodos de dependencia e independencia, a lo largo de la vida, el “abrazo” como expresión de un otro diferente a mí que, de vez en cuando, me sostiene, me consuela sin juzgarme ni aconsejarme, es una necesidad vital imprescindible.

De lo contrario, la persona muere, como es el caso de los bebés recién nacidos o de las personas mayores en soledad, que mueren lentamente por múltiples padecimientos por falta de reciprocidad en sus vínculos. Somos seres relacionales, sociales; somos yo y tú, que necesitamos el nosotros como red nutritiva de vida y de retroalimentación donde todos dan y reciben en un sistema vivo. Desterremos entonces creencias tan arraigadas, como erradas, como que en nuestra adultez podemos y debemos ser autosuficientes, ser capaces de regular nuestras emociones y que estamos “grandecitos” para estar llorando por amor.

Vulnerabilidad

Vulnerabilidad viene de ‘vulnus’, herida. De la posibilidad de sufrimiento, de finitud, de muerte y también con el querer y con el amor. Viene de comprender que nada es permanente y que no controlamos el cambio; en eso todos somos iguales y hermanos. Muchos tratamos de disimularla o evadirla como si la vulnerabilidad fuese algo malo, pero es parte de lo que somos y, si la rechazamos, rechazamos la vida y obstaculizamos el amor.

La vulnerabilidad es una marca de la existencia y a la vez la apertura a la plenitud porque nos permite darnos, entrar en interdependencia con otros. Naturalmente, de nuestra vulnerabilidad surge la necesidad de cuidarnos.

El amor y la evolución

El amor, manifestado en el cuidado de nuestra vulnerabilidad, es el combustible que nos mantiene vivos, lo que ha permitido la evolución de la especie humana, ya que es la forma en que nuestro cerebro puede establecer nuevas conexiones neuronales, aprender y adaptarse a un mundo en constante cambio.

La historia macro y micro de la humanidad es un eterno rotativo de encuentros y desencuentros donde el cuidado de nuestra fragilidad ha sido la catapulta que ha permitido avanzar en medio de tantos “egos” que creyeron que solos y sin el cuidado de los demás podían dominar el mundo. La historia ha dejado en evidencia su error y hoy tenemos una gran responsabilidad de obrar diferente en todo nuestro ámbito de acción.

La evolución del cuidado y los cuidadores

El cuidado de otro es requisito para que el yo viva; si no este se muere. Sin embargo, a lo largo de la vida, este “abrazo” va variando de forma y recae en diferentes personas. En la primera infancia el apego físico se ha comprobado que es el cuidado fundamental que requiere un niño para desarrollarse integral y sanamente, en el seno de su familia y en los círculos más cercanos que se empiezan a configurar como la escuela, los amigos y luego la sociedad. En la etapa de juventud y adultez propiamente tal, se ha comprobado que el “abrazo” sigue siendo igualmente necesario, desmitificando las teorías de autosuficiencia e individualismo tan arraigadas. Muta a los pares, parejas, colegas, hijos y demás vínculos significativos, pero es una necesidad fundamental de reciprocidad.

Hay una necesidad intrínseca de ser vistos, valorados, amados, reconocidos por otro como alguien especial; en el fondo, ser abrazados y cuidados. Cuando las personas ya comienzan a requerir cuidados por su deterioro físico y/o cognitivo, nos enfrentamos a una nueva etapa de dependencia donde aparecen nuevos protagonistas en escena: los cuidadores. A medida que crece la población mundial, el tema de quién los podrá cuidar se convierte en un verdadero dilema, ya que todas las transformaciones sociales y demográficas también han afectado seriamente la situación de aquellos que tradicionalmente cuidaban a los mayores.

Una fotografía de la situación actual

Hoy, la mayoría de los cuidadores de los mayores son parientes (un 87%) y  mujeres (76%). En general, tienen un nivel educativo más bajo que la media de su edad y un tercio de ellas se dedican al cuidado a jornada completa. Las hijas de las personas que sufren dependencia ocupan el mayor porcentaje (39%); luego va la pareja (26%). El perfil de la persona cuidadora dice que es una mujer de mediana edad, con un nivel cultural inferior a la media de su edad, que cuida mucho tiempo y a la que le falta, por parte del género masculino, la mínima corresponsabilidad exigible. En 2050, en Europa habrá más gente que necesita cuidados que personas cuidadoras. Es un desafío monumental, por lo que necesitamos cuidar a los que cuidan.

La sociedad requiere tener una mirada más amplia de su labor y sobre todo el reconocimiento social, ya que si se valorara (al menos económicamente) su aporte al sistema, representa un verdadero ejército invisible que sostiene todo lo demás. Muchos afirman que necesitan tiempo para no ser cuidadores todo el día ni toda su vida. Para eso requieren tiempo y apoyo. Necesitan autorrealizarse y cumplir su proyecto personal y ser felices también.

Costos y beneficios de cuidar a otros

Ciertamente, asumir en carne propia y 24/7 la vulnerabilidad de otros conlleva un desgaste físico, emocional y espiritual para los cuidadores, a los que muchas veces se les roba su propia vida, que queda hipotecada. La soledad pasa a ser una compañía ingrata, ya que la persona cuidada no siempre es un vínculo horizontal y consume todos los espacios de libertad o desarrollo personal.

El cuidador, en especial si es familiar, muchas veces se ve juzgado por el resto de la familia y no recibe apoyo del resto, que se limita, con suerte, a proveer lo material. Sin embargo, la experiencia de acercarse al sufrimiento, de conocer la vulnerabilidad ajena y propia es casi siempre una vivencia transformadora. Se valora lo que no se tiene, la interdependencia, la importancia de pedir ayuda, la necesidad de ser flexibles. Se aprende a resolver problemas inesperados, la trascendencia de la creatividad en la vida cotidiana, el vivir el presente, el aprendizaje vital de tomar decisiones complejas y el autoconocimiento. Se aprende a conocer los límites de cada persona, la ternura y haber ensanchado la idea de intimidad.

La esperanza en Dios Padre/Madre

El Creador nos hizo seres vinculados para manifestar su amor, ternura y cuidado por medio de todo lo existente. Ninguno estaría vivo ni leyendo este texto si el Señor no hubiese procurado un infinito de cuidados personales y especiales para cada uno. Dios provee en cada momento todo lo necesario para nuestro bienestar y realización. Nos procura cuidados físicos, emocionales y espirituales para desplegar todo nuestro potencial. Y, si a veces nos parece que está ausente, solo está fortaleciendo nuestra musculatura para crecer aún más en nuestra capacidad de servir y amar.

Ya lo dijo Jesús: observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe? (San Mateo 6,28-30) Nunca perdamos la fe y seamos sus instrumentos para cuidar la vida que se nos ofrece con alegría y con paz.

Envejecer en paz

Colombia se une a la Jornada mundial de los abuelos
por Trinidad Ried 

  

Desde los 25 años, un poco más o un poco menos, comienza la vejez a iniciar su proceso, aunque creamos que estamos en la flor de la juventud por la eternidad. Tarde o temprano, aunque nuestra mente y alma nos digan lo contrario, el tiempo pasa y comenzamos a perder capacidades y a ganar sabiduría, si es que lo vivimos previendo una reserva humana y una identidad flexible que nos permitan transitar por el camino con alegría y con paz. Al contrario de esta propuesta, hoy pareciera que el mundo le tiene alergia a la ancianidad. El problema es que se la ve solo desde la perspectiva del rendimiento, del consumo y deterioro psíquico, social y biológico, y no toma en cuenta el tesoro que esconde y su fecundidad. Así son muchos los que ven la vejez como un ocaso estático, igual para todos, e invierten fortunas de dinero y tiempo en tratar de detener un reloj que nada ni nadie, hasta ahora, puede parar.

Algunas aclaraciones para comenzar

Todos los mayores de 25 debemos tener claro que no existe una vejez, sino vejeces, de acuerdo con un yo subjetivo y complejo, y también cómo es la relación con su entorno y su condición social. Ser viejo es una realidad creciente y, en vez de verlo como una pandemia sin cura, podemos, desde ya, vivir nuestra vida para tener una buena ancianidad y muerte final. También podemos mirar con otros ojos a los que ya están más avanzados en el camino y que muchas veces padecen discriminación, maltrato o se les quita su participación, como si fuesen niños en vez de “maestros de humanidad”.

Capitalizar reserva humana es el resultado de las decisiones, acciones y omisiones que hagamos desde nuestra más tierna edad; nadie se hace viejo de un día para otro, sino que es un continuo en el vivir y que concierne a cada paso que podamos dar para construir una y mil veces nuestra identidad. Finalmente, el tema de quiénes somos, quiénes éramos y quiénes podemos seguir siendo va a ser la cuestión radical en la medida que vamos experimentando cambios, reconociendo o no nuestros límites y adaptándonos a la nueva versión que nos muestra el espejo y la realidad.

La reserva es un conjunto de factores preventivos a nivel físico, cognitivo, emocional y espiritual que pueden promoverse, cuidarse y trabajar conscientemente y que no se reducen a lo físico ni a ejercitar la memoria un poco más. Se trata de ser personas abiertas, interesadas, con capacidad funcional para seguir siendo quienes somos, pero integrando la transformación en forma natural y gradual.

El yo complejo en relación con los demás

No todo dependerá exclusivamente de nuestra voluntad; somos seres relacionales y los demás y el entorno ejercen una importante influencia en nuestra identidad, autopercepción y autonomía para decidir quiénes somos en cada oportunidad. Personas con el ego muy grande, incapaces de aceptar con humildad los cambios, serán incapaces de desprenderse de la juventud, del poder, del rol que ejercían, de vínculos o de posesiones materiales, y serán viejos/as amargados, tacaños y cero aporte para los demás.

Lo mismo sucede con los que, desde su juventud, no se hacen respetar en su dignidad porque tienen una autoestima muy dañada, ya que serán los ancianos “carga y víctima” a los que muchos le arrancan en la actualidad. Se trata, por lo tanto, de ser personas mayores, protagonistas de la vida, con un ego regulado de modo que pueda ir perdiendo “algunas cosas”, pero compensándolas con otras que yacen ocultas a la mayoría y que son un privilegio real. Esos “viejos” son una fuente de experiencia, humor y amor que hoy escasea y que todos necesitamos degustar. Son una veta de oro que hoy debemos rescatar y hacer brillar por el bien de toda la humanidad.

Miremos a los tesoros de la adultez mayor. Desprenderse de lo más mundano va aligerando la carga corporal, material y psíquica, porque se aprende a mirar con ojos “más templados” y “amorosos” todo lo que sucede, sin dramatizar ni caer en la “terribilitis” tan habitual en la juventud. Así también, si ha cultivado sus vínculos, si ha diversificado sus intereses, si se ha posicionado bien en torno a la vulnerabilidad, la humildad y la misma muerte, si ha aprendido a escuchar y contemplar más que hablar y liderar, si ha aprendido nuevos modos de hacer y ser en lo cotidiano, si ha cuidado su mente y su cuerpo en forma razonable, la persona reforzará su reserva espiritual, su resiliencia y la capacidad de darse con gratuidad. La adultez bien vivida nos abre a la solidaridad, al bien común, al encuentro intergeneracional, a lo trascendente y a Dios/amor en cada respirar.

Que la muerte nos pille vivos

Hoy, lamentablemente, hay muchos que más parecen zombis persiguiendo en forma autómata dinero, pieles tersas, fama y una posición social. Lejos están de vibrar con la vida misma, de contagiar entusiasmo y gratitud por respirar. Se enredan en las cosas del mundo y se deterioran por dentro y por fuera con extrema facilidad. Sin importar la edad que hoy tengamos, invirtamos nuestra existencia en amar y servir con todo nuestro ser a los demás y a la creación que nos necesita en forma urgente.

Eso nos mantendrá intensamente vivos, asombrados, generosos, entregados y conscientes del privilegio de estar aquí hasta cuando nos toque expirar. La vejez es una bendición que nos abraza a todos si la sabemos calzar bien a lo largo de toda la biografía. Cada uno muere como ha vivido… Yo al menos quiero morir llena de mariposas, flores, colores, niños, creaciones, caricias, risas, naturaleza, vínculos nutritivos y mucha fecundidad, para poder devolver con creces todo lo mucho que Dios me ha dado, multiplicado con mi cariz personal

El buen trato, signo del cristiano

por Trinidad Ried 

Actualmente son muchos los que padecen soledad, abandono, enfermedades mentales y físicas, producto del modo de vida que llevamos tan acelerado, individualista, consumista y narcisista. Por lo mismo, el buen trato, requisito indispensable para nuestro desarrollo personal y social, se ha ido desdibujando y ha sido reemplazado por un modo de relación más bien higiénico, funcional y comercial (en el mejor de los casos), o bien, por un modo abusivo, hostigador, manipulador, opresor y humillante en muchas ocasiones. a violencia y la agresión se ha normalizado como modo de vincularnos y las consecuencias tanto en los niños, jóvenes, adultos y en especial en las personas mayores, ya comienza a develar situaciones muy preocupantes en nuestra convivencia. Es en este contexto donde los cristianos tenemos mucho que aportar con un testimonio diferente donde, más que palabras, seamos reconocidos por cómo tratamos a los demás y cuánto amor y cuidado ponemos en ello. Y es que las tareas del cuidado, que se encarnan en el buen trato, son necesarias para vivir, convivir, satisfacer necesidades, construir proyectos de bienestar personal y proyectos ciudadanos en torno al bien común, la igualdad y la solidaridad.

¿Qué es el buen trato?

El cuidado ha estado históricamente asociado a las mujeres, en la vida familiar y en la guerra. Estas han sido las principales cuidadoras de la vida que crece, de los ancianos, de las personas enfermas y en dificultad. Sin embargo, se afirma que, aunque las experiencias de las mujeres son una fuente importante del aprendizaje y la realización del cuidado, no es un valor exclusivo de ellas. El mismo ejemplo de Jesús nos interpela a todos a hacernos cargo responsablemente de los demás porque no podemos vivir solo para nosotros mismos, ya que somos seres relacionales, interdependientes y llamados a construir un Reino de amor.

El buen trato es más que ausencia de abuso o maltrato. No es equivalente a la pasividad, sino que designa una manera de posicionarse y actuar frente al mundo. Implica establecer relaciones basadas en el respeto, la consideración de los demás y el reconocimiento de los otros y lo otro, como “como legítimos otros/otro”.

Si bien se traduce en gestos, es más bien un paradigma, una forma de ver la vida y, sobre todo, de actuar en ella. Pero antes debemos aclarar “mitos” que se aplican al buen trato: querer a todo el mundo o llevarse bien con todos; darse por entero a los demás, olvidándose de uno mismo; estar siempre de buen humor, sin enojarse nunca; estar siempre bien con todos, sin nunca entrar en conflicto; confiar ciegamente en todo el mundo; ver solo el lado bueno de la vida.

¿Cómo se promueve?

El buen trato no se instruye. El buen trato se vive. El buen trato se promueve en vínculos, en la forma de relacionarnos. Para ello es necesario generar contextos o microclimas de buen trato. Estos microclimas protegen del efecto tóxico de las relaciones o contextos abusivos, otorgando parámetros de contraste que impiden normalizar abusos y malos tratos de cualquier índole:

  • Enfocados en los recursos vs los déficits, lo que falta: los climas en que me y nos movemos, ¿destacan mis aspectos positivos? ¿O destacan lo negativo que hay en mí o en los otros? Los climas nutritivos se manifiestan en que en ellos se descubren y destacan talentos y habilidades de cada uno; se reconocen explícitamente los logros; se considera el error como una oportunidad de aprendizaje; no se desconocen las debilidades o errores, pero se ayuda a asumirlas; se sancionan las conductas, no las personas. En cambio, en los climas tóxicos los indicadores son que se enfatizan los defectos, errores y debilidades de cada uno; hay descalificación o ausencia de reconocimiento; se considera el error como un fracaso; se culpabiliza o estigmatiza al otro por sus debilidades o errores; se sanciona a la persona.
  • Enfocados en la cooperación vs la competencia: en los climas en los cuales me desenvuelvo, ¿vamos todos para el mismo lado? ¿O cada cual tira para el suyo? Los climas nutritivos se manifiestan en: surge la lógica del bien común. Las personas trabajan unas con otros. Todos ganan: “Yo gano, si tú ganas”. Se generan relaciones solidarias y de confianza. En los climas tóxicos se ve que surge una lógica individualista. Las personas trabajan unas contra otras. Hay ganadores y perdedores: “yo gano, si tú pierdes”. Se generan relaciones de desconfianza.
  • Enfocados en la pertenencia vs la exclusión: ¿me siento parte del grupo? ¿Integro a los demás? ¿Soy responsable de la marginación de algunos? Los climas nutritivos se manifiestan en que: se busca integrar a todos. Los grupos son permeables. Se hace sentir que todos son parte del grupo. Pertenecer no implica perder la propia individualidad. El grupo se preocupa ante eventos vitales especiales de algún miembro. En los climas tóxicos se ve: hay rechazos o se invisibiliza a algunos. Hay grupos cerrados. Se hace sentir que da lo mismo que uno esté o no. Para pertenecer hay que negarse a uno mismo. Se privilegia a unos sobre otros. Hay favoritos y privilegiados. El grupo se muestra indiferente ante eventos vitales de algún miembro.
  • Enfocados en jerarquías de actualización vs jerarquías de dominio: ¿cómo se ejerce la autoridad en los climas donde yo me desenvuelvo? ¿Cómo ejerzo yo la autoridad? En los climas nutritivos se puede visualizar: el poder conlleva responsabilidades. Se basan en el respeto. Prima el valor de la convivencia. Las jerarquías son transitorias. Se promueve el crecimiento de quienes están bajo el propio alegro. Nunca se avala o justifica el mal trato. En los climas tóxicos se visualiza: el poder que conlleva privilegios. Se basan en el sometimiento, confundiendo respeto a sumisión. Prima el valor de la obediencia como fin en sí mismo. Las jerarquías son permanentes e inmutables. Se inhibe el crecimiento de quienes están bajo el propio alero. Se legitima el maltrato como un mal necesario o merecido.
  • Enfocados en la comunicación vvs la incomunicación: ¿cómo es la comunicación dentro de los grupos donde yo me desenvuelvo? ¿Cómo me comunico yo? En los climas nutritivos se manifiesta en que: se crean oportunidades para conversar y escucharse. Es posible expresar la propia opinión. Hay cabida a las propias dudas, preguntas o inquietudes. Hay transparencia. En los climas tóxicos se manifiesta esto: carencia de espacios para la escucha y conversa. Silencio, monólogos, sermones, interrogatorios. Hay silenciamiento o hay que ceñirse a un discurso oficial, sin posibilidad de disentir. Se estigmatiza a aquel que tiene dudas, preguntas o inquietudes. Hay ocultamiento.
  • Enfocados en el manejo constructivo del conflicto vs manejo no constructivo de conflicto: ¿cómo se abordan los conflictos en los climas en los cuales me desenvuelvo? En climas nutritivos se ve: se considera que los conflictos son naturales e inherentes a la convivencia. Los conflictos se abordan directamente. Se promueve la participación en el abordaje y resolución de los conflictos propios. Si un tercero interviene, es para alentar la reflexión y para promover el desarrollo de la empatía. En los climas tóxicos se visualiza que: se considera que los conflictos son negativos y peligrosos. Los conflictos se evitan o se produce una confrontación violenta. Hay uno o unos pocos que resuelven los conflictos por los demás. Si un tercero interviene es para determinar quién es el culpable o para “pseudoconciliar”.
  • Enfocados en el humor y disfrute vs amargura y tensión: ¿cómo lo paso en los diferentes ambientes en que me desenvuelvo? ¿Contribuyo a que los demás lo pasen bien? En los climas nutritivos se visualiza de la siguiente forma: prima un ambiente distendido. Hay espacio para el humor sano (los miembros del grupo se ríen unos con otros). Los miembros del grupo disfrutan juntos de cosas simples. En los climas tóxicos se encuentra que: prima un ambiente tenso. Se descalifica el humor o, si lo hay, se da la burla (los miembros del grupo ríen unos de otros). Se requiere de un gran despliegue para pasarlo bien.

El signo de un cristiano

El buen trato, en definitiva, es el signo de un cristiano. La ética del cuidado exige un cuidado, un buen trato, tanto a nosotros mismos como a los demás y al entorno, como ya se ha dicho. Sin embargo, lo importante no es hablar del buen trato ni del bien, sino obrar bien y hacer el bien, tal como lo encarnó Cristo y lo predicó. Todo su testimonio fue un buen trato que debemos imitar y enseñar y que se sintetizan en “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.