«Ubuntu» es ser yo a través de los demás

–Por Pedro Pierre

Nos morimos por el individualismo, la indiferencia, la soledad, el peso de los días. Eso es la cultura o más bien la anticultura del occidente capitalista que lleva a la competencia, la división, la violencia y la corrupción.

Es un modelo que permea toda la sociedad. Por eso las clases medias se olvidan de la clase pobre de dónde provienen. Y muchos pobres sueñan con ser ricos… Hemos perdido el sentido de la dignidad por el individualismo perverso que se aprende en la familia, la educación escolar, las Iglesias, la profesión, la TV, el celular. Y nos morimos en vida. Vivimos como zombis, sin saber quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos.

Estamos en el descalabro mundial de las desigualdades, el saqueo, las imposiciones económicas y políticas, las guerras, la destrucción de la vida humana y del planeta. Por eso las nuevas generaciones desconfían de un sistema capitalista que no les da ni seguridad, ni esperanza, ni empleo. Buscan y emprenden otros caminos.

Por eso el papa Francisco interpela a los jóvenes: “¡Haga líos en la Iglesia y la sociedad! … No pierdan nunca la valentía de soñar y de vivir en grande… Sean sembradores de fraternidad y serán cosechadores de futuro, porque el mundo sólo tendrá futuro en la fraternidad«.
Las culturas indígenas son en este momento alternativas de sociedad. Ya la CONAIE (Confederación de las Nacionalidades Indígenas del Ecuador) lo proclamaron en 1994, cuando presentaron su primer proyecto de sociedad nacional basado en la cosmovisión del Bien Vivir y Convivir.

La gran diferencia con el Occidente capitalista es el sentido de Comunidad, primera sobre las personas y a su servicio. La revolución francesa que marca el comienzo de los tiempos modernos para Europa y Estados Unidos, se basó en el individualismo de su lema: “Libertad, igualdad y fraternidad”. De allí nacieron los derechos individualistas del hombre y del ciudadano, que inspiran la actual declaración occidental de “los derechos del hombre” de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

El camino a los derechos humanos son los deberes esenciales que proclaman los Indígenas: “No mentir, no ser ocioso y no robar”. En caso contrario se destruye la Comunidad. El individualismo, el racismo y el complejo de superioridad del hombre blanco no impiden ir a lo esencial de nuestras raíces: la Comunidad es primera y al servicio de todos.

De los pueblos pobres de África donde hemos nacido hace unos 350.000 años, nos viene más o menos el mismo mensaje. Se trata del principio llamado “Ubuntu” que puede traducirse como: “Soy quien soy a través de los otros”. La relación comunitaria es esencial para desarrollarnos como seres verdaderamente humanos. De no ser así volvemos a nuestras raíces de animal violento y sanguinario, al punto que podemos decir de muchos: “El hombre es un lobo para el hombre”.

Recién leí un lindo artículo sobre este principio africano: “Ubuntu: el alma solidaria de África”. ¡Que calificación tan bonita! Contaba la historia de un europeo que quiso regalar un canasto lleno de alimentos a un grupo de niños africanos: Lo había puesto a cierta distancia para aquel que llegara primero adónde él.


Sorpresivamente, los niños se dieron la mano y llegaron juntos adónde el canasto. Eso fue la vergüenza y la lección para el hombre blanco: “Comemos todos juntos, porque todos ganamos la carrera y juntos disfrutamos los alimentos del canasto”.

Desenterremos nuestras raíces africanas, indígenas y humanas. Nos damos cuenta ahora hasta dónde llega la podredumbre del actual gobierno neoliberal y de aquel que lo precedió cuyos parientes están enjuiciados con él. Ya ha pasado el tiempo de los gobernantes salvadores de la patria, tal cómo se escribió hace unos años: “Álvaro, ¡sálvanos!” Las últimas elecciones nos demuestran que, organizados y valientes, podemos decir a nuestros gobernantes, legisladores, jueces y demás corruptela capitalista: “¡Ya basta!”

Se trata ahora de profundizar en esta capacidad colectiva de orientar y decidir nuestro destino: Las organizaciones populares, sociales, sindicales son los mandantes de los partidos y movimientos políticos. Esa es la gran lección de las últimas elecciones. Juntos hacemos mejor las cosas. Hemos retomado el camino del alma humana: la Comunidad es primera, nos hacemos humanos a través de los demás, somos los artesanos del Bien Vivir y Convivir nacional que necesitamos.

¡Ahora, lo sabemos! El desafío es seguir poniéndolo en práctica juntos. Hemos comenzado, hay que continuar… con acciones cotidianas, tal como lo dice la poetisa chilena Gabriela Mistral: «Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino». De esta manera nos estamos constituyendo mejores seres humanos y por lo mismo mejor ciudadanos, porque “el poder está en nuestras manos” …

Así lo quiso Dios, que nos ha hecho a ‘su imagen y semejanza’.

¡Que los jóvenes, apoyados por nosotros los adultos, se sientan capacitados para esta tarea!: Renovar radicalmente la sociedad, porque es su tarea ineludible inscrita en su ADN. La joven sueca Greta Thunberg, activista climática, es un ejemplo vivo de esto. Acaba de ser galardonada como Doctora ‘Honoris Causa’ por la facultad de Teología de la capital de Finlandia, Helsinki, que resalta «su trabajo inflexible y coherente por el futuro de nuestro planeta» en defensa de la casa común.

«Yo solo soy, si tú también eres»

Que filosofía y teología ubuntu iluminen estos días la presencia de Francisco en África

Ubuntu

El papa Francisco se encuentra de visita pastoral en la República Democrática del Congo. Desde el primer momento de su viaje se ha visto desafiado por la filosofía ubuntu

Ell arzobispo Desmond Tutu (1931-2021) la desarrolló como concepción africana del mundo y como práctica comunitaria para luchar contra el apartheid y descolonizar la teología africana colonizada durante siglos por la cultura y el cristianismo occidentales

Fue la filosofía que aplicó en la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que presidió en Sudáfrica

Voy a exponer las líneas fundamentales de la filosofía y de la teología ubuntu, que espero iluminen estos días la presencia de Francisco en África, sus discursos y sus denuncias de la violencia, de las injusticias y de la transgresión de los derechos humanos

Por Juan José Tamayo

El papa Francisco se encuentra de visita pastoral en la República Democrática del Congo. Desde el primer momento de su viaje se ha visto desafiado por la filosofía ubuntu, que el arzobispo Desmond Tutu (1931-2021) desarrolló como concepción africana del mundo y como práctica comunitaria para luchar contra el apartheid y descolonizar la teología africana colonizada durante siglos por la cultura y el cristianismo occidentales. Fue la filosofía que aplicó en la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que presidió en Sudáfrica.

A continuación, voy a exponer las líneas fundamentales de la filosofía y de la teología ubuntu, que espero iluminen estos días la presencia de Francisco en África, sus discursos y sus denuncias de la violencia, de las injusticias y de la transgresión de los derechos humanos.

Filosofía Ubuntu

Ubuntu es un concepto filosófico y un principio organizativo político y social central de los pueblos de lenguas bantúes que expresa los lazos de solidaridad entre dichos pueblos. “Las poblaciones que hablan bantú deben estar abiertas a cooperar con todos los seres humanos, decididos a reemplazar los dogmas mortíferos del fundamentalismo económico por la fecunda lógica de la –idad prefiriendo la preservación de la vida humana a través de la colaboración a la búsqueda egoísta del beneficio”. Ramose prefiere hablar de human-idad africana que de humanismo africano.

El concepto ético ubuntu subraya los vínculos y las relaciones entre las personas en busca de la “armonía ´cósmica”, expresión esta que impregna la política, el derecho, la religión y la vida cotidiana. Se trata de una ética de la reciprocidad, de la interdependencia y de la fraternidad, cuya base es la idea de que una persona solo se realiza a través de los demás. La filosofía ubuntu se sitúa en las antípodas del dogma de la competitividad de la globalización capitalista, que somete la dignidad y el derecho humano a la vida a la producción de beneficios ilimitados y la ética al asedio del mercado. Está también en las antípodas de los diferentes tipos de fundamentalismo, todos ellos igualmente dogmáticos.

«La filosofía ubuntu se sitúa en las antípodas del dogma de la competitividad de la globalización capitalista, que somete la dignidad y el derecho humano a la vida a la producción de beneficios ilimitados y la ética al asedio del mercado»

En la mayoría de las lenguas africanas nativas hay dos máximas que resumen la filosofía ubuntu: Motho ke moto ka bathou y Feta kgomo o tsware motho. Según la primera, el ser persona consiste en afirmar la propia humanidad mediante el reconocimiento de la humanidad de los otros y en establecer relaciones humanas basadas en el respeto mutuo.

Dos son los principios filosóficos en que se sustenta. El primero, que el ser humano individual es un sujeto portador de valor intrínseco, es decir, merecedor de dignidad y respeto. El desprecio a otro ser humano se convierte en desprecio a uno mismo. La consideración que cada persona tiene de sí misma ha de ser igual que la que tiene hacia el otro. El segundo es que motho es humano solo en el contexto de las relaciones con otros seres humanos.

Feta kgomo o tshware motho significa que la persona debe hacer una elección decisiva entre la acumulación de bienes (=riqueza) y la defensa de la vida de otros seres humanos, y ha de decidirse por la preservación de la vida. El ser humano no es solo proveedor de valores, sino valor de valores, afirma Ramose, quien, desde esta filosofía, critica el fundamentalismo económico en el que la soberanía del dinero ha reemplazado al ser humano como valor fundamental. En consecuencia, la filosofía ubuntu de los derechos humanos no es una tradición obsoleta, sino un desafío legítimo a la lógica letal del afán de lucro en detrimento de la preservación de la vida.

Según el filósofo mozambiqueño Severino Elias Ngoenha, la filosofia ubuntu constituye una importante aportación teórica y práctica al debate de la filosofía política en torno a la idea de justicia. “La verdadera cuestión glocal de hoy –en el sentido que interpela las relaciones entre grupos en el interior de todas las sociedades, pero también la relación entre las diferentes partes del mundo- es la justicia” (Ngoenha, Ubuntu: novo modelo de justiça glocal, inédito). La filosofía africana reclamó primero la justicia como reconocimiento de la dignidad humana y después como derecho a la soberanía política. El interés por las cuestiones de justicia lleva a plantear cuestiones que trascienden el ámbito africano.

El filósofo de la República Democrática del Congo Jean-Bosco Kakozi, especialista en estudios africanos y afrolatinoamericanos, amplía el horizonte semántico de ubuntu y lo define como justicia restaurativa, que fue aplicada en el proceso de reconciliación de Sudáfrica e interesó filosóficamente a pensadores europeos como Jacques Derrida y Paul Ricoeur. La justicia que propone el concepto operativo ubuntu se concreta en el restablecimiento de las relaciones rotas por un agravio que afectó al ser del otro y al culpable del daño por haber roto la armonía de la fuerza vital.

Ubuntu en la praxis y la teología de Desmond Tutu

La filosofía ubuntu constituye el referente teórico, el horizonte religioso y la orientación política en la praxis y la teología del arzobispo anglicano sudafricano Desmond Tutu, perteneciente al pueblo Xhosa, quien destacó en la lucha contra el apartheid, que fue reconocida con la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1984. Fue en el discurso de entrega del Premio cuando resumió la filosofía ubuntu en estos términos: “Yo solo soy, si tú también eres”. El arzobispo presidió la Comisión de la Verdad y la Reconciliación tras la llegada a la presidencia de la República Sudafricana Nelson Mandela en 1994 y aplicó la filosofía ubuntu en el proceso de reconciliación.

«Yo solo soy, si tú también eres»

Desmond Tutu fue una figura fundamental en la Sudáfrica de los últimos cuarenta años y ha fungido como bisagra en la lucha antirracista y en la reconciliación del África post-apartheid. Su trabajo político, religioso y teológico fue determinante en la elaboración de un pensamiento en el que convergen la tradición y la cultura africanas y la tradición cristiana. La clave de tal encuentro fecundo es la cosmovisión ubuntu.

Tutu considera el ubuntu la esencia del ser humano que expresa cómo mi humanidad está unida inseparablemente a la tuya. Frente al cartesiano “pienso, luego existo”, la filosofía ubuntu defiende el principio “yo soy porque pertenezco a”. Para ser persona necesito de los otros seres humanos. El ser auto-suficiente es sub-humano. “Y solo puedo ser yo si tú eres totalmente tú. Yo soy porque nosotros somos. Somos creados para una delicada red de relaciones, de interdependencia con los demás seres humanos, con el resto de su creación”. Ubuntu expresa atributos espirituales como la generosidad, la hospitalidad, la compasión y el compartir, que Tutu tradujo política, ética y teológicamente.

«Frente al cartesiano ‘pienso, luego existo’, la filosofía ubuntu defiende el principio ‘yo soy porque pertenezco a'»

Lo que caracteriza a una persona con ubuntu, según Desmond Tutu, es la apertura y disponibilidad para los demás, el no sentirse amenazada cuando otros son buenos en algo, porque está segura de sí misma al saber que pertenece a un gran totalidad que va decreciendo cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, torturadas u oprimidas. A la hora de definir el concepto ubuntu, el arzobispo anglicano enfatiza la experiencia cristiana de la relación como opuesta a otras formas sociales de comunitarismo. Influido por la espiritualidad anglicana supera ciertas tendencias de la filosofía africana que tienden a minusvalorar lo individual.

El ser humano como ser-en-relación no implica despreciar la individualidad, sino, más bien, construir una comunidad interdependiente. La interdependencia es una idea central en la filosofía ubuntu, que Tutu hace suya e incorpora a su reflexión teológica y a su actividad política. La interdependencia es primordial entre los seres humanos, que se convierten en personas cuando viven en un ambiente de interacción entre diversas culturas. Fuera de ese ambiente, el ser humano no puede sobrevivir.

Nota: he desarrollado las líneas fundamentales de la filosofía y de la teología ubuntu en el capítulo que dedico a las “Teologías africanas” en Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017).

UBUNTU

«Yo soy yo a través de ti»: Ubuntu, una salida a nuestra barbarie

Ubuntu
Ubuntu

La pandemia ha mostrado una abismal desigualdad mundial y una cruel falta de solidaridad hacia las personas que no pueden mantener la distancia social ni dejar de trabajar

En este contexto ultrajante dos alternativas pueden salvarnos: la solidaridad y el internacionalismo. En esa perspectiva consideramos inspiradora una categoría fundamental, venida de África. Esta se expresa por la palabra Ubuntu, que significa: yo solo soy yo a través de ti

Fue relatada por un viajante europeo y blanco que se extasió con el hecho de que siendo más pobres que la mayoría, los africanos eran menos desiguales. Quiso saber el por qué e ideó un test

Por Leonardo Boff

La pandemiaha mostrado una abismal desigualdad mundial y una cruel falta de solidaridad hacia las personas que no pueden mantener la distancia social ni dejar de trabajar porque entonces no tienen qué comer. Para ser concretos: no hemos abandonado aún el mundo de la barbarie: si ya la habíamos dejado, hemos vuelto ella. Nuestro mundo no se puede llamar civilizado cuando un ser humano no reconoce y acoge a otro ser humano, independientemente del dinero que lleva en el bolsillo o tiene depositado en el banco, o de su visión de mundo y su pertenencia religiosa. 

La civilizaciónsurge cuando los seres humanos se entienden iguales y deciden convivir pacíficamente. Si esto es así, estamos todavía en la antesala de la civilización y navegamos en plena barbarie. Este escenario es dominante en el mundo de hoy, agravado aún más por el ataque de la Covid-19. Él adquirió su más siniestra expresión mediante la cultura del capital, competitiva, poco solidaria, individualista, materialista y sin ninguna compasión con la naturaleza. En este contexto ultrajante dos alternativas pueden salvarnos: la solidaridad y el internacionalismo.

La solidaridadpertenece a la esencia de lo humano, pues si no hubiera habido un mínimo de solidaridad y de compasión, ninguno de nosotros estaría aquí hablando de estas cosas. Fue necesario que nuestras madres solidariamente nos acogieran, abrazaran, alimentaran y amaran para que podamos existir.

Sabemos por la bioantropología que por la solidaridad nuestros antepasados antropoides se volvieron humanos, y con esto, civilizados, cuando empezaron a traer comida al grupo, la repartieron solidariamente entre ellos y practicaron la comensalidad. Esta acción continúa todavía hoy, cuando muchos grupos, especialmente los Sin Tierra, se han mostrado solidarios distribuyendo decenas de toneladas de alimentos del campo y muchos centenares de marmitas para saciar el hambre de miles de personas en las calles y periferias de nuestras ciudades. 

«Parece obvio: si el problema es internacional, debería haber también una solución concertada internacionalmente. ¿Pero quién cuida de lo internacional?»

Cada país cuida de sí mismo como si no hubiese nada más allá de sus fronteras. Ocurre sin embargo que hemos inaugurado una fase nueva de la historia de la Tierra y de la Humanidad: la fase planetaria, la de la única Casa Común. Los virus no respetan las fronteras nacionales. La Covid-19 ha atacado a toda la Tierra y amenaza a todos los países sin excepción. Las soberanías se muestran obsoletas. ¿Qué hubiera sido de los mayores de Italia, gravemente infectados por la Covid-19, sin la solidaridad de Angela Merkel de Alemania que salvó a la gran mayoría? Pero eso fue una excepción para mostrar que es mediante la superación del nacionalismo envejecido en nombre del internacionalismo solidario como podremos encontrar un camino de salida a nuestra barbarie. En esa perspectiva consideramos inspiradora una categoría fundamental, venida de África. Mucho más pobre que nosotros, ella es más rica en solidaridad. Esta se expresa por la palabra Ubuntu, que significa: yo solo soy yo a través de ti.

Por lo tanto, el otro es esencial para que yo exista en cuanto humano y civilizado. Inspirado por Ubuntu, el recién-fallecido arzobispo anglicano, Desmond Tutu, encontró para Sudáfrica una clave para la reconciliación entre blancos y negros en la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación.

Como ilustración de cómo el Ubuntu está enraizado en las culturas africanas, consideremos este pequeño testimonio:

Un viajante europeo y blanco se extasió con el hecho de que siendo más pobres que la mayoría, los africanos eran menos desiguales. Quiso saber el por qué. Ideó un test. Vio un grupo de chicos jugando futbol en un campo rodeado de árboles. Compró una hermosa cesta de variados frutos llenos de color y la puso en lo alto de una pequeña colina.

Llamó a los jóvenes y les dijo: “Allí arriba hay un cesta llena de sabrosos frutos. Vamos a hacer una apuesta, pónganse todos en fila y cuando dé la señal empiecen a correr. El primero que llegue arriba podrá coger la cesta y comer todo lo que quiera”.

Dio la señal de partida. Cosa curiosa: todos se dieron las manos y juntos corrieron hacia lo alto, donde estaba la cesta. Y empezaron a saborear solidariamente los frutos.El europeo, estupefacto, preguntó: ¿por qué hicieron eso? ¿no era que el primero que llegase podría comer todos los frutos él solo? 

Todos gritaron al unísono: ¡Ubuntu! ¡Ubuntu! Y un chico algo más mayor le explicó: “¿Cómo uno de nosotros podría ser feliz solo si todos los demás estuvieran tristes?” Y añadió: “Mi señor, la palabra Ubuntu significa eso para nosotros: “yo solo puedo ser yo por medio del otro”. “Sin el otro no soy nada y estaría siempre solo”. “Soy quien soy porque soy a través de los otros. Por eso repartimos todo entre nosotros, colaboramos unos con otros y así nadie se queda fuera y triste. Eso hicimos con su propuesta. Comemos todos juntos porque todos ganamos la carrera y juntos disfrutamos los buenos frutos que nos trajo. ¿Entendió ahora?”

Este pequeño relato es lo contrario de la cultura capitalista. Esta imagina que alguien es tanto más feliz cuanto más puede acumular individualmente y disfrutarlo solo. A causa de esta actitud reina la barbarie, y hay tanto egoísmo, falta de generosidad y ausencia de colaboración entre las personas. La alegría (falsa) es de pocos, al lado de la tristeza (verdadera) de muchos. Para vivir bien en nuestra cultura, muchos tienen que vivir mal. Sin embargo, por todas partes en la humanidad, están fermentando grupos y movimientos que ensayan vivir esa nueva civilización de la solidaridad entre los humanos y también con la naturaleza. Creemos que la construcción del Arca de Noé ha empezado. Ella podrá salvarnos si el Universo y el Creador nos conceden el tiempo necesario. Fuera de la solidaridad y el sentido internacionalista pereceremos en nuestra barbarie. 

La comunión con la Palabra

Alejandro Bertolini: «La comunión con la Palabra también es un hecho: es exactamente lo que la gente espera de una misa virtual»

«Cuando se ‘representan’ estos himnos de pena esperanzada, es difícil no sentirse inmerso en el mismo reclamo y en el mismo gesto genuino de confianza popular»

«Si aceptamos que el cura es parte del Pueblo de Dios, entonces se impone que no haya misa hasta que la asamblea vuelva a reunirse»

«Una Iglesia clericalista y autorreferenciada será todo esto, así celebre misas por streaming, se quede calladita y encerrada en la sacristía o salga al balcón»

05.04.2020 | Alejandro Bertolini, UCA

“Mécete suavemente, dulce carruaje, que vienes para llevarme a casa”. Así comienza el negro spiritual más famoso, un potente y visceral clamor de liberación hecho canto coral. Surgido entre los africanos esclavizados en las plantaciones de algodón del sur de EEUU en el siglo XVIII mantiene intacta aún hoy su capacidad de estremecer, pues evoca esa necesidad universal de libertad que en el pueblo afro reverbera con una belleza polifónica, existencial y casi litúrgica.

En efecto, el negro spiritual suele estructurarse  en forma de diálogo entre el solista y el “coro” o “pueblo”, que remite fácilmente a una “protoliturgia celebrada” entre grilletes de celdas separadas y surcos de cultivo. Cuando se “representan” estos himnos de pena esperanzada, es difícil no sentirse inmerso en el mismo reclamo y en el mismo gesto genuino de confianza popular en la liberación definitiva. De lo más hondo del aislamiento esclavizante surge una oración colectiva, sinfónica, litúrgica que es ya parte del acervo cultural universal.

Salvando las distancias, algo parecido hemos escuchado desde los balcones italianos: cantan para escapar del aislamiento doloroso y para recordar que son mucho más que lo que viven  y sufren en lo inmediato. Entre lo lúdico y la supervivencia, las partes claman por sentirse cuerpo.

En un artículo divulgativo de aparición reciente, el teólogo Rafael Luciani (laico, venezolano e investigador estable del Boston College, experto del CELAM y asesor de la CLAR) se pronunció de forma abierta y virulenta en contra de  las celebraciones eucarísticas transmitidas por medios virtuales, por considerarlas una expresión acabada de una pastoral tridentina, autorreferencial y clericalista, que prescinde del pueblo de Dios obligándolo a expectar a la distancia la gracia sacramental de la que no pueden participar por la ausencia física. El clero de todo el mundo, preso de la inmediatez sacramentalista en la que fue formado, se  estaría conformando con “dar” una misa ante una pantalla plana, agotando así su creatividad pastoral en tiempos de desafíos inéditos.

Luciani señala que lo que está en juego es la eclesiología de fondo: si aceptamos que el cura es parte del Pueblo de Dios, entonces se impone que no haya misa hasta que la asamblea vuelva a reunirse. Consecuentemente, el ayuno pandémico de eucaristía daría pie a una más madura relación de cada cristiano con la Palabra. Para este tiempo, más que misas no celebradas hay que pensar en vivir callados, pues  “el testimonio silente es lo que da credibilidad, no la predicación”. La afirmación cautiva, sin duda. Pero me pregunto si este criterio, con las -enormes- diferencias del caso, no equivaldría a callar el canto de los afroamericanos que se sentían pueblo justamente al entrelazar sus voces en el cuerpo de una melodía casi sacramental.

 

 

«Entre lo lúdico y la supervivencia, las partes claman por sentirse cuerpo»

La propuesta del teólogo venezolano tiene entre muchos méritos el de la audacia. Ametrallar las redes en simultáneo con la primera bendición urbi et orbi con indulgencia plenaria accesible por vía digital es por lo menos, osado. Y creo honestamente que necesitamos teólogos audaces que pateen el tablero y obliguen a repensarlo todo desde la existencia misma.

Ya G. Papini ponía en boca de un ficticio Celestino VI un reclamo a los teólogos en esta línea: “Mis predecesores os aconsejaron la prudencia, porque los más de entre vosotros eran, en tiempos, audaces en demasía. Hoy que estáis agonizando en el muerto mar de la indiferencia y la monotonía, os exhorto a la audacia”. Osadía que Luciani aplica con firmeza al buscar derribar el clericalismo, crónico  cáncer que postra a la Iglesia en vez de lanzarla al mundo. Todo esto resulta de una frescura sorprendente. Su prosa aguda y libre sacude a los ritualistas, a los rubricistas, a los piadosos intimistas y a los que desesperan por creer que la grandeza de Dios está monopolizada y presa en la forma consagrada. Nos obliga a pensar a los creyentes y teólogos outside the box. Y ese servicio resulta indispensable.

Dicho esto, creo  que en esta movida tan profética como reactiva de una eclesiología  inviable, el autor termina tal como dice el dicho popular «vaciando la bañadera con el bebé adentro». Hay mucho por decir, por lo que intentaré agrupar las intuiciones que me vienen a la mente en tres  apartados, que van de lo inmediato pastoral a lo más teórico y propiamente teológico.

¿Matar al mensajero? Las redes son lo que son. Ni buenas ni malas, son instrumentos que evidencian lo que hay de fondo. La crueldad de la fotografía consiste en plasmar de un modo incontestable la contundencia de lo que somos. Salvo que apliquemos filtros o “photoshopeemos” nuestra imagen, las fotos nos devuelven lo que se percibe objetivamente desde el lente.

Así sucede también con internet y el streaming: transmiten nuestro modo de ser Iglesia. Lo plasma en una pantalla y lo replica a miles de kilómetros con exactitud pasmosa. Magnifica nuestra verdad de manera indisimulable. Pensar lo contrario sería como culpar al micrófono de lo aburrida que fue la homilía o de lo desentonado del canto. Así una Iglesia clericalista y autorreferenciada será todo esto, así celebre misas por streaming, se quede calladita y encerrada en la sacristía o salga al balcón -a la italiana- a cantar el Adoro te devote. Y una iglesia en comunión, abierta y circular, será todo eso en la pantalla o fuera de ella. Con la diferencia de que la comunicación efectiva y real es como dice Greshake, la communio in actu. La comunión se actúa en la comunicación. No todo lo que se comunica es comunional, pero la comunión solo tiene un modo de vivirse: comunicándose.

Hace seis años tuve la oportunidad de hacer una investigación posdoctoral sobre ministerios laicales en el Boston College, el mismo centro de estudios donde enseña e investiga Rafael. Como soy sacerdote (mea culpa) me ubicaron en una parroquia del Greater Boston, en donde conviví con otros sacerdotes locales y serví a una comunidad de latinos. Conocí en simultáneo la Anglo (and White) Church y la lglesia hispana. ¡Cuánto dolor y escándalo en tan poco tiempo! Para nuestro argumento baste decir que coincido en gran parte con su diagnóstico de la iglesia bostoniana. Pero nobleza obliga, Luciani. ¡No es el único modelo vigente! Resulta fundamental contextualizar el diagnóstico teológico.

Desde donde me toca caminar con el Pueblo de Dios en Argentina, las cosas no son necesariamente tan así. Las transmisiones online suelen ser muy participadas. Los laicos graban las lecturas y mandan su participación para escuchar otras voces. Otros contribuyen con sus cantos, y en algunas celebraciones la prédica es compartida (si la plataforma virtual lo permite). Son un momento de fecunda interacción con la gente, y genera charlas posteriores (largas, muchas, sostenidas). Todas online, claro. Colectas para los más pobres, favores de jóvenes que asisten a ancianos solos, encuentros entre gente aislada que reza con la Palabra a través de aplicaciones de teleconferencias, centros de laicos que acompañan espiritualmente a laicos y consagrados, etc.

Más bien diría que las nuevas tecnologías permiten descentralizar el poder y activar una circulación muy propia de una Iglesia de carismas. Y a veces revelan algo que de  ordinario permanece en lo oculto: la catolicidad de la Iglesia. Que la gente siga en simultáneo una eucaristía “oficiada” materialmente en San Isidro-Buenos Aires desde Nueva Delhi, Mallorca, Bruselas, Asunción del Paraguay, San Pablo y Ottawa (como pasó realmente esta semana) abre de un modo único y novedoso a la consciencia de la universalidad de nuestro Pueblo-Cuerpo.

Agrego un dato curioso: uno de los sistemas operativos más novedosos de los últimos tiempos no es ni IOS (de Apple) ni Office (de Windows), sino Ubuntu: uno inspirado en la interesantísima concepción tribal africana que estuvo en la base del fin del Apartheid y que se resume en el siguiente lema: “yo soy porque nosotros somos. Si tú no eres, yo no soy”. Semina verbi trinitario, pura perijóresis en las entrañas de la cultura africana. Lo dicho aquí no canoniza a las redes, sino que simplemente muestra la afinidad entre un nuevo instrumento y una determinada configuración antropológica y social muy sintónica con la existencia comunional y entrelazada propia de la vida nueva del Reino. Porque la virtualidad inaugura un nuevo modo de presencia en la ausencia que mucho tiene que ver con la sacramentalidad que somos, no solo con aquella que consumimos.

El ser sacramental, la presencia en la ausencia y el modo existir entrelazados

Antes de entrar en coma, una mujer muy querida me miró con ternura y dijo bajito: “nos vemos en cada eucaristía”. Luego se durmió plácida y a los pocos días murió. En el momento me pareció una frase piadosa de las muchas que decía. Pero con el tiempo aprendí a apreciar ese legado estupendo de fe hondísima en la comunión de los santos.

Es en el día de hoy que la eucaristía me parece un modo profético de celebrar la presencia en la ausencia: esa simultaneidad tan jóanica de la Resurrección en la Cruz y del Padre en el Hijo. El todo en la parte, la totalidad en el fragmento. Ese modo tan irreverente que tiene Dios de redimir cada existencia finita y volverla sacramental, decidora y portadora de una grandeza y trascendencia que supera con ciernes la fragilidad de sus confines corpóreos.

Ya los Padres de la Iglesia entendían que así como el hierro candente daba cuenta de una realidad paradójica: el fuego dentro del hierro y el hierro dentro del fuego, así también había que comprender el modo en que la humanidad de Cristo está toda impregnada de su divinidad, y viceversa. Ese modo de presencia cruzada de una naturaleza en la otra, la perijóresis cristológica, es el punto de partida de la sacramentalidad primordial del Jesús y también de la sacramentalidad fundamental que se deriva de Él: la propia de la Iglesia. Luego el Damasceno usará este modo de comprensión para aplicarlo a las personas en la Trinidad: uno en otro, y el otro en uno. La contención recíproca, tan propia del amor, que logra que el amor bien entendido sea un modo de habitarse uno en otro. La madre que extraña a su hijo distante, por el amor que le tiene, lo hace mucho más presente que si estuviera físicamente. El amante en el amado, que uno en otro residía… dice Juan de la Cruz. Es así: los que se aman se habitan.

Y esto permite que por espíritu de comunión, donde está el otro esté también yo. Aunque mi tarea es fundamentalmente parroquial y académica, mi hermana, dedicada a cuestiones sociales hace que de alguna manera, muy eucarística por cierto, yo esté en el barrio. Acabo de recibir un mensaje de un cura amigo del interior diciéndome que me ponía en la celebración de la tarde. Y allí estaré, en breve, en los esteros del Iberá. Estando acá. Paradojas de la existencia cruzada.

Restringir la presencia de todo el cuerpo (eclesial) a la presencia física de algunos obligaría a arrancar de cuajo todo el capítulo 17 del evangelio de Juan y varios pasajes de Pablo (Rom 5, 8, 1 Cor 2, 12-20; 1 Cor 3, 16-17; 2 Cor 5,17; Gal 2,20, etc.) que consagran esta paradójica inmanencia recíproca como característica propia de la Vida nueva. Se lleva puesta toda la cuestión de la inhabitación trinitaria (que aunque clásica, releída hoy puede ayudar a refundar una teología de la consciencia y de la irreductibilidad del sujeto) y además … la praxis eclesial antiquísima y universal de la oración de intercesión. Alguno argüirá que es cosa monacal, y que la praxis liberadora poco sabe de rezar por otros, sino que se trata más bien de actuar con otros.

Me remito a dos textos que le dan un sentido totalmente contemporáneo a esta práctica milenaria. El primero es un libro de Nurya Martínez Gayol: “Esperar por otros. El desafío de esperar por los desesperanzados”. Recupera la intercesión en clave horizontal. Imperdible. El segundo está contenido en el siguiente texto de Christophe Lebreton, monje, poeta y mártir del fundamentalismo islámico en Argelia. En su diario íntimo escribe poco tiempo antes de morir: “Cumplo 43 años. Cuánto más para aguantar aquí. Ayer, un periodista de 31 años apuñalado. Salim se me ha hecho muy cercano. Amistad e intercesión: no tanto rezar por, sino sentir mi plegaria atravesada por este hermano acogido como amigo. Quisiera ser su amparo, su cobijo en la angustia”.

Nada más expresivo de este modo transformador de existencia cruzada en la oración de intercesión: rezar no por otro, sino desde el dolor del otro incrustado empáticamente en el propio cuerpo. Rezar desde el otro, porque lo propio del amor es habitar entrelazados.

El Espíritu, el Cuerpo y el Pueblo de Dios

Lo que emerge del fondo para la comprensión de esta sacramentalidad horizontal que habilita la existencia cruzada, es Aquel de la Trinidad, que según B. Hilberath “solo vive en sí viviendo en otro, haciendo que ese otro sea sí mismo”. Es claro que nos referimos al Espíritu, por quien y en quien el Padre vive en el Hijo y el Hijo en el Padre, y por quien nosotros vivimos en Jesús y Jesús en nosotros. Esta mystica persona (H. Mühlen)  que es Una viviendo en muchas, permite levantarse por encima de cualquier mirada dialéctica y ritmar una integración de lo diverso en la comunión. Y esto funciona así tanto en la Trinidad como en la Iglesia.

Por esta razón vale recordar que la Lumen Gentium, tantas veces aludida por Luciani, presenta otras metáforas que son tan bíblicas y magisteriales como la ahora a mi gusto hipertrofiada “Pueblo de Dios”.

Mal que le pese al progresismo teológico, la iglesia es Pueblo siendo Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. Solo así es sacramento universal de Salvación. Hay que reconocer el reclamo histórico ante la categoría de Cuerpo: en los hechos justificó el uso y abuso de la institución sobre el carisma, el clero sobre el laicado, la ley objetiva sobre la consciencia, etc.etc.etc. Pero la falla le venía, según los hermanos orientales, no tanto de la concepción crasa de un cuerpo organizado jerárquicamente que prolonga la encarnación de Cristo en la Tierra sino más bien de la ausencia pneumatológica que vaciaba esta concepción de sacramentalidad, desdibujando así su naturaleza metafórica.

De aquí la absolutización de la Iglesia (y de la jerarquía) por quitarle referencialidad al misterio del que es sacramento. Lo que logra equilibrar la verticalísima categoría de Cuerpo con la muy horizontal categoría de Pueblo, es la de Templo del Espíritu, pues es en la tercera persona de la Trinidad que la distinción se vuelca kenóticamente para la unidad en el don de sí.

Dicho de otro modo, hay que revisitar la categoría de Cuerpo (la fenomenología hoy da elementos sugerentes) leyéndola desde la noción potente y resemantizada de Pueblo de Dios, y a la luz de la Templo del Espíritu. Es en la Pneumatología donde las miradas dialécticas y radicalizadas se trascienden a sí mismas para iluminarse recíprocamente en unidad diferenciante.

El artículo de Luciani, además de la osadía inicial, nos mueve a repensar el modo de presencia y ausencia que se juega en la virtualidad de las redes y que necesita de manera urgente una lectura desde lo propio del Espíritu, en quien inmanencia y trascendencia se entrelazan e iluminan mutuamente. Dado que el Espíritu es quien es estando en el otro para que ese otro sea sí mismo, lo propio de una iglesia en salida y descentrada es justamente la diástole evangélica y misionera que sin embargo alimenta la sístole eucarística.

No son opuestos, no no. Son solo dos compases del ritmo expansivo de la Pascua que se abre paso en la historia, también en época de pandemias. El ayuno eucarístico es casi impuesto para la gran mayoría. Es un hecho más que una consigna. La comunión con la Palabra también es un hecho: es exactamente lo que la gente busca a la distancia cuando participa de una eucaristía virtual. Dicho esto, creo que la reflexión de una Palabra que no esté orientada a la comunión (existencial, sacramental, eclesial, escatológica, social, interpersonal, etc.) puede derivar fácilmente en gnosticismo (GE 35). Por eso, hacerla de cara a una celebración (y no simple misa) que por la distancia impide comulgar materialmente con la forma consagrada no le quita valor, sino más bien le agrega referencialidad. No al cura, por favor, no. Sino al misterio que resuelve nuestra capacidad de consagrarlo todo en el amor.

Es verdad que hay que avanzar hacia modelos no clericales. Y esto es urgente, por la simple razón de que no refleja la Iglesia del evangelio. Porque nos vuelve opacos a la novedad de la Vida nueva. Pero la eucaristía en sí misma no es clerical ni autorreferencial, sino más bien kenótica. Puro don. Pura donación al Otro en el otro, pues encierra según Agustín la clave de nuestra identidad definitiva: “Sed lo que veis y recibid lo que sois: cuerpo de Cristo”.

El encuentro no se puede agotar en la materialidad de la res sacarmentum. La resolución de la identidad del cristiano en la eucaristía (como actuación de su ser pueblo sacerdotal) excede el rito, pero lo tiene como fuente de su propia plenitud. La vida eucarística (Rom 12,1-2) que tan sencillamente relató H. Nouwen en Tú eres mi amado, acepta la distancia como modo del encuentro, aunque no sea pleno.

Así lo entendía S. Weil cuando afirmaba que la amistad tiene dos modos, la distancia y el encuentro. Así también con otra mística contemporánea, la gran Etty Hillesum, que en contexto de muerte afirmó con fuerza «He partido mi cuerpo como el pan y lo he repartido entre los hombres. ¿Por qué no, si estaban tan hambrientos y han tenido que privarse de ello tanto tiempo?».  «Una quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas».

La mística salvaje se configura con el movimiento agápico de la eucaristía. ¿Comulgó? No. Nunca llegó a bautizarse. Pero sus últimas palabras son prácticamente una fórmula de consagración litúrgica. Alzándose por la liberación de la comunión en el campo de la muerte, desde la celda de su existencia limitada, bien podría haber cantado: Swing low, sweet charriot, coming for to carry me home!

 

La comunión con la Palabra

Alejandro Bertolini: «La comunión con la Palabra también es un hecho: es exactamente lo que la gente espera de una misa virtual»

Misa virtual

«Cuando se ‘representan’ estos himnos de pena esperanzada, es difícil no sentirse inmerso en el mismo reclamo y en el mismo gesto genuino de confianza popular»

«Si aceptamos que el cura es parte del Pueblo de Dios, entonces se impone que no haya misa hasta que la asamblea vuelva a reunirse»

«Una Iglesia clericalista y autorreferenciada será todo esto, así celebre misas por streaming, se quede calladita y encerrada en la sacristía o salga al balcón»

| Alejandro Bertolini, UCA

“Mécete suavemente, dulce carruaje, que vienes para llevarme a casa”. Así comienza el negro spiritual más famoso, un potente y visceral clamor de liberación hecho canto coral. Surgido entre los africanos esclavizados en las plantaciones de algodón del sur de EEUU en el siglo XVIII mantiene intacta aún hoy su capacidad de estremecer, pues evoca esa necesidad universal de libertad que en el pueblo afro reverbera con una belleza polifónica, existencial y casi litúrgica.

En efecto, el negro spiritual suele estructurarse  en forma de diálogo entre el solista y el “coro” o “pueblo”, que remite fácilmente a una “protoliturgia celebrada” entre grilletes de celdas separadas y surcos de cultivo. Cuando se “representan” estos himnos de pena esperanzada, es difícil no sentirse inmerso en el mismo reclamo y en el mismo gesto genuino de confianza popular en la liberación definitiva. De lo más hondo del aislamiento esclavizante surge una oración colectiva, sinfónica, litúrgica que es ya parte del acervo cultural universal.

Salvando las distancias, algo parecido hemos escuchado desde los balcones italianos: cantan para escapar del aislamiento doloroso y para recordar que son mucho más que lo que viven  y sufren en lo inmediato. Entre lo lúdico y la supervivencia, las partes claman por sentirse cuerpo.

En un artículo divulgativo de aparición reciente, el teólogo Rafael Luciani (laico, venezolano e investigador estable del Boston College, experto del CELAM y asesor de la CLAR) se pronunció de forma abierta y virulenta en contra de  las celebraciones eucarísticas transmitidas por medios virtuales, por considerarlas una expresión acabada de una pastoral tridentina, autorreferencial y clericalista, que prescinde del pueblo de Dios obligándolo a expectar a la distancia la gracia sacramental de la que no pueden participar por la ausencia física. El clero de todo el mundo, preso de la inmediatez sacramentalista en la que fue formado, se  estaría conformando con “dar” una misa ante una pantalla plana, agotando así su creatividad pastoral en tiempos de desafíos inéditos.

Luciani señala que lo que está en juego es la eclesiología de fondo: si aceptamos que el cura es parte del Pueblo de Dios, entonces se impone que no haya misa hasta que la asamblea vuelva a reunirse. Consecuentemente, el ayuno pandémico de eucaristía daría pie a una más madura relación de cada cristiano con la Palabra. Para este tiempo, más que misas no celebradas hay que pensar en vivir callados, pues  “el testimonio silente es lo que da credibilidad, no la predicación”. La afirmación cautiva, sin duda. Pero me pregunto si este criterio, con las -enormes- diferencias del caso, no equivaldría a callar el canto de los afroamericanos que se sentían pueblo justamente al entrelazar sus voces en el cuerpo de una melodía casi sacramental.

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