Del Concilio Vaticano II (1962) al Sínodo del Papa Francisco (2022)

El Camino Sinodal tiene que «empoderarse»

Iglesia

La finalidad del Sínodo al igual que el Concilio Vaticano II, sigue siendo «comunión participación y misión». El Concilio Vaticano II se hizo a sí mismo

A eso hoy día, el moralista Marciano Vidal, lo llama ‘empoderamiento’. Fue una ‘intuición’. «…Que entendí como voz de lo alto…» dijo Juan XXIII

Juan XXIII cambió la relación de la Iglesia con el mundo. Hay que ser amigos. El mundo es de verdad en donde tenemos que realizarnos. El Concilio hoy renace en el Camino Sinodal. El Camino Sinodal tiene que «empoderarse»

Por José Manuel Coviella Corripio

De aquella magna asamblea (Concilio Vaticano II) al Sínodo presente

La finalidad del Sínodo al igual que el Concilio Vaticano II, sigue siendo “comunión participación y misión”. El Concilio Vaticano II se hizo a sí mismo. A eso hoy día, el moralista Marciano Vidal, lo llama “empoderamiento”. Se empoderó. Fue una “intuición”. “…Que entendí como voz de lo alto…” dijo Juan XXIII …Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del Concilio…”. Esa intuición era algo inaudito. No se comprendía. “Sentí por dentro una intuición que yo comprendí como voz del Espíritu Santo…” (Juan XXIII)

Necesidad de empoderamiento

Por empoderamiento se conoce el proceso por medio del cual se dota a un individuo, comunidad o grupo social de un conjunto de herramientas para aumentar su fortaleza, mejorar sus capacidades y acrecentar su potencial, todo esto con el objetivo de que pueda mejorar.

La palabra, proviene del inglés, del verbo to empower, que en español se traduce como ‘empoderar’, del cual a su vez se forma el sustantivo empoderamiento.

Empoderar, significa desarrollar el potencial y la importancia de las acciones y decisiones para afectar su vida positivamente. El empoderamiento se refiere, al proceso de conceder poder a un colectivo, comunidad o grupo social. En el plano individual, el empoderamiento se refiere a la importancia de que las personas desarrollen capacidades y habilidades para que puedan hacer valer su rol y mejorar su situación.

En el discurso inaugural de Juan XXIII “Gaudet Mater Ecclesia” (11 de octubre de 1962, se dijo:
“…Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación…La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo difusamente la enseñanza de los Padres y Teólogos antiguos y modernos…Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del «depositum fidei», y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral…”

Juan XXIII cambió la relación de la Iglesia con el mundo. Hay que ser amigos. El mundo es de verdad en donde tenemos que realizarnos. El Concilio hoy renace en el Camino Sinodal. El Camino Sinodal tiene que “empoderarse”. El Concilio fue Concilio Vaticano II ecuménico porque se empoderó. El Camino Sinodal será Camino Sinodal si se empodera.

De la teología del Vaticano II al Camino Sinodal. “Jerarquía de verdades”

Algunos ejemplos ilustrativos. En el decreto “Unitatis Redintegratio” , se dice en relación con “la forma de expresar y de exponer la doctrina de la fe“ (nº11) que “… finalmente, en el diálogo ecumenista los teólogos católicos, bien imbuidos de la doctrina de la Iglesia, al tratar con los hermanos separados de investigar los divinos misterios, deben proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. Al confrontar las doctrinas no olviden que hay un orden o «jerarquía» de las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana. De esta forma se preparará el camino por donde todos se estimulen a proseguir con esta fraterna emulación hacia un conocimiento más profundo y una exposición más clara de las incalculables riquezas de Cristo (Cf. Ef., 3,8)”.

Creer en la divinidad de Cristo, no es lo mismo que creer en las prácticas de ayuno y abstinencia. Hay una “jerarquía de verdades”; por lo tanto cuando dialoguemos, sepamos tener en cuenta la jerarquía en los temas motivo de diálogo. Y lo mismo se puede decir en el modo y contenido de las predicaciones.

·…en el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación…”

En el campo de la moral, también hay jerarquía de verdades. Efectivamente. El Papa Francisco en el primer documento “Evangelium Gaudium”, plasma que eso que dijo el Concilio en el decreto “Unitatis Redintegratio” para la dogmática, también sirve para la moral.

En la exhortación “Evangelii Gaudium” nº 36, se dice “…Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral.

En el nº 37. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6).

En el nº 246. “…Dada la gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente en Asia y en África, la búsqueda de caminos de unidad se vuelve urgente. Los misioneros en esos continentes mencionan reiteradamente las críticas, quejas y burlas que reciben debido al escándalo de los cristianos divididos. Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio…”

En el Decreto Optatam totius nº 16. “…Renuévense igualmente las demás disciplinas teológicas por un contacto más vivo con el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, más nutrida de la doctrina de la Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obligación que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad…”

Crisis de los misiles en Cuba. El problema de la guerra. Mentalidad nueva

Si el Concilio Vaticano II coincidió su inauguración con la crisis de los misiles en Cuba, es decir, el conflicto diplomático entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba en octubre de 1962, generado a raíz de la toma de conocimiento por parte de Estados Unidos de la existencia de bases de misiles nucleares de alcance medio del ejército soviético en Cuba.

En 1962 la Iglesia nos hacía estas preguntas: ¿Qué vamos a hacer? ¿Queremos seguir pasando el tiempo en discusiones sobre los problemas internos de la Iglesia cuando los dos tercios de la humanidad mueren de hambre? ¿Qué podemos decir nosotros ante el problema del subdesarrollo? ¿Mostramos preocupación ante los grandes problemas de la humanidad?”.

Un tema importante y de máxima actualidad es el referente a la guerra. En el Concilio Vaticano II, en la Constitución “Gaudium set Spes” nº 80, es donde explica lo de la guerra y cómo ha cambiado la situación de la guerra.

Sobre la guerra total, dice el Concilio: “…Todo esto nos obliga a examinar la guerra con mentalidad totalmente nueva. Sepan los hombres de hoy que habrán de dar muy seria cuanta de sus acciones bélicas. Pues de sus determinaciones presentes dependerá en gran parte el curso de los tiempos venideros…. Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones…”

El Papa Francisco retoma en “Fratelli Tutti”, la idea de la “mentalidad nueva”. Así en una nota dice. “Ya no sirve la teoría de la guerra justa…”

En el nº 258 “….no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra!. Fue san Agustín, quien forjó la idea de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos, dijo que «dar muerte a la guerra con la palabra, y alcanzar y conseguir la paz con la paz y no con la guerra, es mayor gloria que darla a los hombres con la espada» (Epístola 229, 2: PL 33, 1020).)

Y el Papa Francisco dice también que el uso del arma nuclear es inmoral. Lo dijo el Concilio Vaticano II. Hay que pensar la guerra con mentalidad nueva. El Concilio Vaticano ii aceptó la disuasión nuclear y no dijo nada de la posesión de armas nucleares. Ahora el Papa Francisco, dice que no solo el uso de armas nucleares es inmoral, sino la posesión del arma nuclear es inmoral.

Crisis de Ucrania

En 2022 la sociedad vuelve a estar en peligro de una guerra nuclear (la crisis de Ucrania).

Estamos saliendo de una pandemia cuyos efectos devastadores perdurarán durante tiempo afectando sobre todo a los países más pobres y la guerra nuclear es una nueva amenaza real con su epicentro en Ucrania. Los bloques políticos acrecientan su enfrentamiento y el armamentismo parece  ser su única alternativa de seguridad.

El papa Francisco advirtió (9-10-22) que la humanidad «atraviesa momentos difíciles» y «corre un grave peligro”. Pidió aprender de la historia y no olvidar el peligro de guerra nuclear que amenazaba el mundo hace 60 años, durante el periodo en el que inició el Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962. ”No podemos olvidar el peligro de guerra nuclear que en aquel entonces amenazaba al mundo. ¿Por qué no aprender de la historia?», dijo Francisco en referencia a la crisis de los misiles entre Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Hoy 2022 la Iglesia nos vuelve a hacer estas preguntas: ¿Qué vamos a hacer ante tantas víctimas de la pobreza, frente a  “un sistema económico que mata” y ante un mundo que camina hacia su “autodestrucción” conducido  por los explotadores de la naturaleza? En pleno siglo XXI, los problemas graves de la humanidad siguen vigentes. Y la Iglesia no puede permanecer indiferente; es necesario reexaminar la enseñanza cristiana.

Una cosa es el depósito de la Fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra doctrina, y otra el modo de proclamarlas, pero siempre en el mismo sentido y significado. La Iglesia siempre ha condenado los errores. Y en la época actual, prefiere utilizar la medicina de la misericordia antes que tomar comportamientos severos; piensa que debe responder a las necesidades de hoy exponiendo el valor de su enseñanza más claramente que condenándola”. Hoy también se quiere un aggiornamento. Es preciso abrir la Iglesia al pluralismo y diálogo con el mundo. La Iglesia “en salida”. Y urge, asimismo, que la Iglesia continúe renovándose a la luz del Evangelio.

La Iglesia en sintonía con lo signos de los tiempos

Hoy la Iglesia maneja documentos (los del Papa Francisco), que responden a una evolución de iglesia y esos documentos (los nuevos), comenzando por el documento programático: la “Evangelii Gaudium”, no ofrece dificultad alguna al Concilio Vaticano II, sino todo lo contrario, lo hace más actual, lo concreta.

Así la exhortación “Amoris Laetitia” manifiesta una orientación nueva mirando a los intereses teológicos y las sensibilidades del pueblo cristiano. La encíclica sobre la casa común supone una revolución en la línea de las encíclicas sociales. Con el término revolución quiero indicar tema nuevo.

La encíclica “Fratelli tutti” que es un cuadro de lo que podría ser el mundo entero, si se dejara guiar por el principio de la fraternidad, principio que proviene de la Revelación cristiana, pero que es compartido por otras religiones. El Papa ha querido poner esto de relieve. Y además es un principio que proviene y es consonante con la cultura occidental de la modernidad. En los números en los que alude a la guerra, suponen un cambio cualitativo del paradigma de la guerra. Y es la concreción del Concilio Vaticano II cuando dice que “hay que pensar la guerra con mentalidad totalmente nueva”. El Concilio pensó con mentalidad totalmente nueva; ahora el Papa Francisco dice que hay que pensar con mentalidad nueva la totalidad de la guerra.

Muchos, por no decir todos los problemas de interpretación teológica que hoy tienen lugar, suceden por no atender y seguir el Magisterio del Papa Francisco

Pautas a seguir

1º.- La Iglesia, como pueblo de bautizados, es el sujeto capital para la misión.

2º.- Tener siempre presente, ante los signos de los tiempos, el aggiornamento hoy vigente y del que habló el Concilio Vaticano II.

3º.- Saber leer siempre esos signos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de manera que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones. Los seres humanos se hallan en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Jamás el ser humano, tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria.

4º.- Del ‘extra ecclesiam, nulla salus’ (fuera de la Iglesia, no hay salvación) al ‘extra mundum, nulla salus’ (fuera del mundo, no hay salvación); es en este mundo  donde se realiza la salvación. Y hoy se insiste y urge añadir el ‘extra pauperes, nulla salus’ (fuera de los pobres, no hay salvación). 

5º.- Se quiere pasar de una Iglesia piramidal a una Iglesia circular: de una Iglesia cerrada en sí misma, a una orientada hacia el mundo y sus problemas más urgentes, hacia los pobres, es decir, una  “Iglesia en salida”.

6º.- De una Iglesia que se situaba como centro de la humanidad y referencia imprescindible, a cuyo criterio debía someterse la sociedad y sus formas de gobierno, se pasa a una Iglesia dialogante y que se deja interpelar; de una Iglesia eclesiocéntrica a una Iglesia circuncéntrica; de una Iglesia unicéntrica a una Iglesia policéntrica y plural.

7º.- De una Iglesia jerarquizada y clerical a una iglesia de hermanos bautizados donde todos son escuchados y donde la autoridad se entiende como servicio. De una Iglesia de las periferias y de los pobres frente a una Iglesia de las catedrales y curias. Una Iglesia siempre en diálogo y teniendo como espejo el Evangelio.

8º.-El proceso sinodal, propone la renovación a fondo de la Iglesia para que caminando juntos, como Pueblo de bautizados,  seamos capaces de ofrecer esperanza y respuestas eficaces. Tenemos que aceptar la diversidad en aquello que es discutible y mostrar unidad en los principios fundamentales de nuestra fe.

9º.-Habría que aterrizar en reformas concretas que afecten tanto a la estructura clerical (centralidad de la comunidad, respeto a los carismas y a la diversidad de ministerios, elección de responsables, celibato opcional, igualdad de la mujer…) como a la pastoral (reformas de los sacramentos, economía eclesial, consejo pastoral decisorio…).

10º.-Testimoniar el rostro de una Iglesia «madre amorosa de todos, benigna, paciente, llena de misericordia», capaz de cercanía y de ternura, capaz de acompañar a quien está en la oscuridad y en la necesidad. Una Iglesia que no confía en sí misma y que no persigue el poder mundano ni el protagonismo mediático, sino que permanece humildemente detrás de su Señor, confiando sólo en Él.

«Cristo es la luz de los pueblos”. La Iglesia no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo, («fulget Ecclesia non suo sed Christi lumine»), dice san Ambrosio. Existe, pues, solo una luz: en esta única luz resplandece también la Iglesia. Si es así, entonces el anuncio del Evangelio no puede hacerse más que en el diálogo y en la libertad, renunciando a cualquier medio de coerción, ya sea material o espiritual. La sinodalidad es ante todo una manera de ser y de operar de la Iglesia.

El laico (superar la concepción de ministerios ordenados y no ordenados) debe ser considerado como sujeto de la acción eclesial y no puede ser oyente pasivo. “No hago nada sin el consejo de los presbíteros y el consenso del pueblo”, decía San Cipriano, obispo de Cartago. Y así propiciar una Iglesia que no sea clerical; una Iglesia que salga de lo ritual para ser una Iglesia más humana y cercana a todos, involucrando al mayor número posible de bautizados, sin excepción, apuntando a cambios de mentalidad.

Sesenta años del Concilio Vaticano II

Sesenta años del Concilio Vaticano II: «El Papa Francisco urge revivirlo»

«Los sumos sacerdotes del ‘Siglo de las Luces’ entronizaron a la ‘razón’ como diosa y decretaron que la religión cristiana era oscurantista y enemiga del progreso»

«Juan XXIII, elegido Papa en 1958, tras dos guerras mundiales, sentía que este mundo hambriento de bondad y de inteligencia aplicada para el bien necesitaba de Evangelio, y una mañana se sintió inspirado a convocar un concilio ecuménico católico»

«En un mundo tan cambiante este Concilio no es un encuentro que termina y se cierra en 1965. Así lo vivimos ahora, 60 años después, cuando el papa Francisco con convicción y valentía urge revivir el Concilio»

«…la religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es– del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido?»

 Por Luis Ugalde, s.j.

(Revista SIC).- Hace un par de siglos los avances de la ciencia y de la racionalidad deslumbraron a Europa y contribuyeron a su revolución industrial y cultural. Los sumos sacerdotes del “Siglo de las Luces” entronizaron a la “razón” como diosa y decretaron que la religión cristiana era oscurantista y enemiga del progreso. Según ellos, bastaba la luz de la razón para hacer un mundo feliz y para ese fin, era necesario encerrar a la Iglesia en la sacristía. Como la Iglesia venía instalada en una especie de monopolio del saber humano, el siglo XIX fue de enfrentamientos duros entre ella y la Ilustración racionalista con mutuas acusaciones y exclusiones.

En el siglo XX las dos terribles guerras mundiales con unos cien millones de muertos, protagonizadas por los Estados con más poder científico-racional, demostraron que la ciencia y la racionalidad instrumental no solo producen increíbles progresos para la vida, sino que también potencian brutalmente la capacidad de matar y de crear un mundo inhumano.

¿Quién decide que la racionalidad instrumental se aplique a favor de la vida o la muerte? Algo tan frágil como la libertad y la conciencia humana deciden el uso de la ciencia y la razón, ya no como diosa absoluta sino como instrumento valioso. Para producir la liberación humana de personas y sociedades, es imprescindible una fuerza espiritual capaz de aplicar la racionalidad a favor de una humanidad solidaria y sin fronteras. No hay vida sin la brújula y el corazón del amor y solidaridad.

Juan XXIII (anciano elegido Papa en 1958) sentía que este mundo hambriento de bondad y de inteligencia aplicada para el bien necesitaba de Evangelio, y una mañana se sintió inspirado a convocar un concilio ecuménico católico, de esos que solo ha habido 21 en 2000 años. Cuando la comisión preparatoria del Concilio le entregó un esquema hecho para analizar y condenar los errores del mundo moderno pensó que ese no era el Concilio que Dios le inspiraba, y que más bien la Iglesia debía preguntarse –con mucha libertad– a qué se debía el divorcio creciente entre el mundo moderno y el Evangelio de Jesús. Por qué no lograba brindar a los hombres y mujeres de hoy la alegría de Jesús de Nazaret, rostro humano de un Dios que es Amor y Vida. No una vida efímera que termina en el sepulcro.

En el Concilio Vaticano II, 450 obispos de todo el mundo examinaron con ojos críticos la propia casa de la Iglesia; empezó el 11 de octubre de 1962, se desarrolló en 4 etapas y concluyó en diciembre de 1965. Una travesía difícil y exitosa que llegó a acuerdos inspiradores para el mundo expresados en 9 decretos, que exigen renovación de la propia Iglesia liberándose de deformaciones históricas que desfiguran el mensaje de Jesús de Nazaret, abrazo de Dios a la humanidad, valorando la tradición desarrollada con su Espíritu. El Concilio se desarrolló con gran libertad y se expresaron las divergencias. No faltaban obispos a los que les costaba entender que lo único que da sentido a la Iglesia es comunicar el mensaje de Jesús como abrazo de Dios a la humanidad; y para ello hay que cambiar algunos viejos ropajes, que a veces son un lastre que desfigura.

En un mundo tan cambiante este Concilio no es un encuentro que termina y se cierra en 1965, sino un espíritu que debe mantener abierta a la Iglesia para que circule la brisa del Espíritu desde Jesús hacia la Humanidad y desde esta hacia Cristo resucitado. Naturalmente es una tarea difícil y que genera tensiones en la misma Iglesia. Así lo vivimos ahora, 60 años después, cuando el papa Francisco con convicción y valentía urge revivir el Concilio.

El mundo ha cambiado de 1962 a 2022, pero la respuesta es la misma de Jesús que se encarna de diverso modo en cada persona y país, y con cada tema donde está en juego la vida, el sentido de la humanidad con la presencia de un Dios que es Amor. Muchos prefieren un Jesús en las nubes de su gloria y no el encarnado en este mundo, dando vida y esperanza a millones de hombres que carecen de ellas.

Pablo VI en su precioso discurso de clausura menciona y responde a las acusaciones de mundanidad de algunos obispos: “Tal vez nunca como en esta ocasión –dice el papa– ha sentido la Iglesia la necesidad de conocer, de acercarse, de comprender, de penetrar, de servir, de evangelizar a la sociedad que la rodea y de seguirla…”. Y añade que debido en parte a “las distancias y las rupturas ocurridas en los últimos siglos” y este deseo de acercarse con la buena nueva ha llevado a algunos a acusarla de ocuparse más del mundo que de Dios y sugerir que “un tolerante y excesivo relativismo al mundo exterior… a la moda actual… al pensamiento ajeno, haya estado dominando a personas y actos del Sínodo ecuménico a costa de la fidelidad debida a la tradición y con daño de la orientación religiosa del mismo Concilio”.

El Papa no está de acuerdo y más bien ve que en el Concilio:

…la religión del Dios que se ha hecho hombre se ha encontrado con la religión –porque tal es– del hombre que se hace Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podría haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo… La religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad, y nadie podrá tacharlo de irreligiosidad o de infidelidad al Evangelio por esta principal orientación.

El documento conciliar sobre “La Iglesia en el Mundo Moderno” abre con un párrafo maravilloso que ha de inspirar permanentemente la renovación en la Iglesia:

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los más pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.

El mundo en que es posible el Vaticano II

por Fernando Vidal 

  

El mundo no estaba preparado para lo que el Vaticano II mostraba que podíamos ser, no se le dejó ser del todo. No fue un asunto interno de la Iglesia, sino que el Concilio fue la gran respuesta a la peor deshumanización de la historia: gulag, Auschwitz, Hiroshima. El planeta pedía regenerarlo todo desde principios de amor, libertad y fraternidad universal. Convergía con nacientes movimientos sociales en defensa de los pobres, la sostenibilidad ecológica, los Derechos Humanos, la vida o la paz.


Sin embargo, esos movimientos y el Vaticano II se vieron placados por viejas lógicas que continuaban atenazando a la humanidad. La Guerra Fría penetró con ideología y violencia, y polarizó todo entre izquierda y derecha. Se minusvaloraron dimensiones cruciales para el ser humano como la tradición, las instituciones o el misterio, y se trazó otra división, en este caso entre generaciones.

Pese a las críticas a las instituciones, las corporaciones estatales, económicas o mediáticas no cesaron de crecer y dominar el mundo. El ultraliberalismo lo completó lanzando la gran desvinculación por todo el planeta, haciendo personas, familias y comunidades cada vez más débiles. Cuando se debilitan los vínculos y se politiza lo comunitario, los pastores ven entrar en crisis su vocación.

La magia del poder

Las democracias no fueron capaces de crear espacios suficientemente plurales e inteligentes como para integrar la creciente diversidad, libertad y personalización. En vez de suscitar laicidades incluyentes en las que todos podamos dialogar desde nuestras cosmovisiones, hubo en culturas y religiones una reacción canceladora y restauracionista, con fuertes componentes autoritarios, homogeneizadores y confiados en la magia del poder.

El Vaticano II no es pasado, nos espera cargado de futuro. Creemos en el mundo y en la Iglesia las condiciones en las que las profecías y anhelos del Concilio sean posibles.

Decálogo sinodal  

  escrito por  Victor Codina

 En forma de decálogo, una sencilla introducción al sínodo y a la sinodalidad eclesial.

Sínodo, etimológicamente, significa camino conjunto o comunidad en camino; implica dos dimensiones, la comunitaria y la dinámica.

Aplicado a la Iglesia significa el “nosotros eclesial”, la comunidad de Jesús que camina hacia el Reino de Dios.

Su fundamento teológico es trinitario, la Iglesia significa y es sacramento de la comunión trinitaria, que por la fuerza del Espíritu de Jesús camina hacia el Reino de Dios

En el Nuevo Testamento encontramos algunos ejemplos de sinodalidad, como la vida de la primera comunidad de Jerusalén (Hechos de los Apóstoles 2, 42-47) y el Concilio de Jerusalén: “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido” (Hechos de los Apóstoles 15,28).

Esta dimensión comunitaria en la que todos participan en aquello que afecta a todos, se perdió en la época de Cristiandad. El Concilio Vaticano II (1962-1965) la recuperó al presentar la Iglesia como Pueblo de Dios (Lumen Gentium II), donde todos hemos recibido el bautismo de Jesús y la unción del Espíritu, todos poseemos el sentido de la fe por la que el Pueblo de Dios es infalible en su creencia (Lumen Gentium 12).

El papa Francisco ha asumido estas orientaciones del Vaticano II y propone la sinodalidad como el estilo peculiar para la Iglesia del tercer milenio y convoca un Sínodo para 2023-2024 sobre la sinodalidad, “Iglesia: comunión, participación y misión”, con una participación previa en las Iglesias locales (diocesanas, nacionales y continentales).

La finalidad del Sínodo no es producir documentos, sino hacer que germinen sueños, profecías, esperanzas e ilusiones, curar heridas, tejer relaciones, aprender unos de otros, crear un imaginario positivo que ilumine la mente, enardezca el corazón y fortalezca las manos.

Esto supone una gran conversión eclesial, se trata de una gran reforma de la Iglesia, edificar una pirámide invertida, significa superar todo clericalismo y elitismo jerárquico, religioso, espiritual y cultural.

No desaparecen los diversos carismas eclesiales, jerárquicos y no jerárquicos, don del Espíritu (Lumen gentium 4), sino que se sitúan en diálogo y comunión eclesial, pues lo que nos une a todos es más que las diferencias eclesiales y carismáticas.

La dificultad mayor es doble:

Que clérigos y vida religiosa dejemos el protagonismo y prepotencia que hemos tenido a menudo e imitemos a Jesús que lavó los pies a los discípulos.

Que el laicado abandone la pasividad y que todos y todas asuman el rol que les corresponde como bautizados en la misión de la Iglesia e imiten a los discípulos, hombres y mujeres, que seguían a Jesús por los caminos de Galilea.

La sinodalidad es un proceso, no se limita a preparar el Sínodo 2023-2024, sino que supone iniciar un dinamismo de diálogo y participación que incluya a comunidades, movimientos e instituciones eclesiales, seminarios, etc. en los diferentes ámbitos: evangelización, formación, catequesis, liturgia, pastoral , juventud, gobierno, administración económica, obras sociales, diálogo con otras culturas y religiones, escuchar la voz de los excluidos y descartados sociales y eclesiales, ser hospital de campaña que acoge a todos, etc. Cuanto antes se comience este proceso, tanto mejor.

El 60º Aniversario del Vat II


Sesenta años del Vaticano II, el Concilio que quiso cambiar la historia de la Iglesia pero la dividió en dos

El Vat II inaugurado pr Juan XXIII

Por Jesús Bastante

“Hay católicos que prefieren ser hinchas del propio grupo más que servidores de todos. Progresistas o conservadores antes que hermanos y hermanas, de derecha o de izquierda más que de Jesús”. El papa Francisco lanzó esta semana un lamento ante los católicos que, especialmente desde el Concilio Vaticano II, han cambiado el Evangelio por la ideología y han creado una religión basada en el poder y el control. Nada nuevo bajo el sol a lo largo de dos milenios de historia de la Iglesia, en la que el Concilio Vaticano II, de cuya apertura se cumplen esta semana 60 años, no fue sino un paréntesis.

Bergoglio parece empeñado en resucitar ese paréntesis con un camino sinodal, pero se encuentra enfrente con los sectores ultraconservadores de la Iglesia.

¿Está solo el papa Francisco en la defensa de una “Iglesia  libre y liberadora”, como señaló este lunes, en la misa en recuerdo de la apertura, por parte de Juan XXIII, del último concilio en la historia de la Iglesia? ¿O, como él mismo asegura, la institución ha sucumbido a “la tentación de la polarización»?

60 años después, el Concilio es un absoluto desconocido para la gran mayoría de creyentes, especialmente en Europa y Latinoamérica. En su día supuso una apertura inédita de la Iglesia católica tras las dos guerras mundiales que devastaron Europa, y una búsqueda de la unidad perdida después del Concilio de Trento (1545-1563), que consagró la ruptura con la reforma de Lutero. La ‘restauración’ ordenada por el aparato curial de Juan Pablo II y Benedicto XVI volvió a forjar una Iglesia de prohibiciones y castigos, alejada de la búsqueda de la fraternidad, la escucha y la aceptación de los “signos de los tiempos”, como anhelaba Juan XXIII cuando abrió el Concilio.

Francisco intenta resucitar el espíritu del Concilio de hace seis décadas al convocar un sínodo mundial en el que –en principio– se puede hablar de todo: ordenación de mujeres, matrimonio gay, apertura a otras confesiones, fin del celibato obligatorio o una Iglesia más participativa.

Aquel Concilio terminó por qudar afeitado por los sectores más reaccionarios. Tras la sorpresa inicial, lograron mantenerse al mando de una Iglesia que, pese a aceptar grandes cambios en su época (desde la liturgia en las lenguas vernáculas al fin de las misas en latín y de espaldas al pueblo, pasando por dejar de considerar a los judíos como el pueblo culpable de la muerte de Jesús, o aceptar la laicidad como una realidad en los estados modernos), comenzó a trabajar por demolerlos o, en su defectos, meterlos en el congelador.

Así, tras Juan XXIII y Pablo VI (quien advirtió que ‘el diablo’ se había introducido dentro de los muros vaticanos, y quien estuvo a punto de aprobar cuestiones todavía hoy polémicas en la Iglesia como la píldora abortiva o la paternidad responsable, que Francisco está tratando de recuperar), el larguísimo papado de Juan Pablo II y su política condenatoria de los teólogos progresistas y de cesión ante los grupos que no aceptaron el Concilio, o lo hicieron con la boca pequeña, trazó una hoja de ruta para bloquear los cambios aprobados por el Vaticano II.

De esta manera, grupos neoliberales como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei alcanzaron inusitadas cotas de poder que ni los escándalos de sus líderes (Maciel es uno de los mayores depredadores sexuales conocidos en la Iglesia contemporánea, y tanto la beatificación como la canonización de Escrivá de Balaguer fueron puestas en cuestión por buena parte de los creyentes) pusieron en discusión.

Junto a ellos, sumando más influencia cada día, grupos cismáticos como los lefebvrianos y otros, desde la oficialidad de la institución, potenciaban una Liturgia netamente conservadora y una doctrina de moral sexual y familiar que echaba por tierra los principios planteados por el Concilio.

Para el teólogo Félix Placer, la convocatoria del Concilio en los años sesenta del siglo XX “puso en pie de guerra a la dominante ala conservadora que, alarmada por aquella decisión personal del Papa, podía cambiar el rumbo de la Iglesia”. No lo lograron en un principio, y el Vaticano II “fue una asamblea sorprendentemente abierta al mundo”, sin “definiciones dogmáticas” y que consagró un “cambio copernicano: del ‘Fuera de la Iglesia no hay salvación’ se pasó al ‘Fuera de los pobres, no hay salvación’”.

Sin embargo, “a los pocos años, una sensación de frustración comenzó a sentirse ante el sesgo dominante que tomaba la línea del sector conservador que, liderado por la Curia romana y sectores jerárquicos reticentes a las reformas conciliares, trataba de reorientar las pautas conciliares hacia planteamientos preconciliares”, hasta el punto de que el teólogo Hans Küng llegó a hablar de “traición al concilio”.

La Iglesia, en expresión de Karl Rahner, otro de los grandes promotores del Concilio, se retiró “a los cuarteles de invierno”, huyendo de la primavera conciliar, y las reformas estructurales regresaban a la primacía de la Curia. Algo que, aún hoy, no ha cambiado, y que supone uno de los grandes desafíos del papa Francisco.

“El prolongado pontificado de Juan Pablo II y el de su sucesor Benedicto XVI no llevaron a cabo, con todas sus consecuencias, las reformas y líneas que el Concilio Vaticano II había propuesto”, lamenta Félix Placer, quien denuncia cómo “las ilusiones de muchas personas que esperaban ver realizados sus anhelos de una Iglesia pobre, servidora de los pobres, renovada en sus estructuras e implicada en compromisos liberadores de los pueblos quedaban marginadas, aunque mantenían viva su esperanza”.

Para el teólogo José María Castillo, “el concilio Vaticano II fue, por desgracias, un enfrentamiento entre la eclesiología renovadora y la conservadora”. Un conflicto que, añade con cierto pesimismo el veterano jesuita, “hizo imposible que la Iglesia diera a este mundo la solución que necesita”.

Por su parte, Isabel Gómez Acebo reivindica cómo “por primera vez, en el Concilio se admitieron algunas mujeres en el aula conciliar, sin voz ni voto”. También “se colocó el acento en el pueblo de Dios, se invitó a ver en otras personas y otros credos las semillas de Dios, se pidió que la Iglesia no se enfrentara a los signos positivos que pudiera mostrar el mundo moderno…” pero, tras la muerte de Juan XXIII, sostiene, “la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio”.

De un lado, “la facción liberal”, que “vio un comienzo al desmantelamiento del poder autoritario de las estructuras eclesiásticas para ser más cercana a la vida de los católicos inmersos en el mundo y prepararse al fin de la cristiandad de manera de ser más celosos en defensa de nuestra religión y sus valores”. El otro lado, “el ala tradicional”, que “no ve más solución, ante el mundo materialista, que ofrecer nuestra contracultura que se extiende a lo largo de dos mil años del cristianismo”.

La teóloga, con todo, se muestra optimista ante las reformas de Francisco, que “tiene la idea de que la misión de la Iglesia es acompañar a las personas con indiferencia de su cultura, estado civil o inclinación sexual, pues todos están llamados a ser cristianos y tienen que ser agentes en la evangelización de un mundo que se proclama ateo”.

Para Josep Miquel Bausset, monje de Montserrat, con sus dudas, pasos cerrados y restauración posterior, el Vaticano II “abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo interreligioso” y “despertó la ilusión” de muchos creyentes

“El Concilio fue el inicio de un camino de esperanza y de comunión y un impulso y un fermento en la vida eclesial. El Vaticano II fue también un camino que abrió la Iglesia al pluralismo y al diálogo con el mundo. No un camino de un uniformismo estéril, ni de posturas de confrontación, de nostalgias y de miedos”, recalcó.

Para el jesuita José Ignacio González Faus, “ninguna revolución es instantánea, tampoco la del Concilio”. El escritor, que vivió ilusionado los primeros pasos del Vaticano II, aprendió pronto que “estas grandes luces son solo momentáneas”. “Ver a aquellos señores con sus vestimentas tan ridículas y sin darse cuenta de su ridiculez, me hizo pensar también que las cosas iban para largo”. Sesenta años después, el tiempo le ha dado la razón.

El proyecto inacabado de Juan XXIII

Juan XXIII, el Papa

«Juan XXIII comprendió que la Iglesia no se estaba acompasando al mundo en el que vivía y decidió, a pesar de sus provectos años, convocar un concilio»

«El Papa diplomático murió antes de que se terminara su proyecto y desde entonces la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio»

Por Isabel Gómez Acebo

No creo que fue casualidad la vida diplomática que llevó Juan XXIII antes de su nombramiento como pontífice. Vivir en profundidad en países como Bulgaria y Francia le hicieron posar sus ojos ante otras realidades muy distintas de las que se viven en el Vaticano. Comprendió que la Iglesia no se estaba acompasando al mundo en el que vivía y decidió, a pesar de sus provectos años, convocar un concilio.

Fueron muchas sesiones, aunque nunca son suficientes, donde se plantearon distintos temas que merecían ser estudiados en profundidad. Por primera vez se admitieron algunas mujeres en el aula conciliar, sin voz ni voto, lo que abría la puerta a su protagonismo en años venideros. Se colocó el acento en el pueblo de Dios, se invitó a ver en otras personas y otros credos las semillas de Dios, se pidió que la Iglesia no se enfrentara a los signos positivos que pudiera mostrar el mundo moderno…

El Papa diplomático murió antes de que se terminara su proyecto y desde entonces la Iglesia se ha dividido en dos bandos, ambos queriendo ser los auténticos defensores de las ideas del concilio. La facción liberal vio un comienzo al desmantelamiento del poder autoritario de las estructuras eclesiásticas para ser más cercana a la vida de los católicos inmersos en el mundo y prepararse al fin de la cristiandad de manera a ser más celosos en defensa de nuestra religión y sus valores. El ala tradicional no ve más solución, ante el mundo materialista, que ofrecer nuestra contracultura que se extiende a lo largo de dos mil años del cristianismo.

Vuelta al espíritu aperturista de Juan XXIII

Las ideas tradicionalistas triunfaron en los papados anteriores y con este Papa se ha derivado al espíritu aperturista de Juan XXIII. Ha quitado fuerza a la Congregación de la Doctrina de la Fe, se ha acercado a los líderes de otras religiones y ha convocado un sínodo en el que van a participar los cristianos del mundo entero, representantes indígenas… e incluso mujeres. Con la idea de que la misión de la Iglesia es acompañar a las personas con indiferencia de su cultura, estado civil o inclinación sexual, pues todos están llamados a ser cristianos y tienen que ser agentes en la evangelización de un mundo que se proclama ateo

Lo tenemos difícil, sobre todo, si dentro de nuestro seno hay discusiones cainitas ya que la unión hace la fuerza. Tenemos que aceptar la diversidad en aquello que es discutible y mostrar unidad en los principios fundamentales de nuestra fe. De que lo consigamos dependerá que consigamos algún éxito que otro, pues veo el triunfalismo muy lejano

A 60 años del Concilio Vat II

Juan María Laboa: “Juan XXIII y Francisco son dos ejemplos de personas que creen en la Providencia”

Juan María Laboa

El historiador debate con la historiadora Basilisa López y el teólogo José Luis Corzo en las jornadas ‘Acoger la sinodalidad, a los LX años del inicio del CVII’, impulsadas por el Instituto Superior de Pastoral

“Juan XXIII y Francisco son dos ejemplos de personas que creen en la Providencia”. De esta manera se ha expresado el historiador Juan María Laboa en las jornadas ‘Acoger la sinodalidad, a los LX años del inicio del CVII’. Laboa ha compartido mesa redonda con la historiadora y militante de la HOAC Basilisa López García y el teólogo José Luis Corzo, todos moderados por el teólogo Antonio Ávila.



El acto, impulsado por el Instituto Superior de Pastoral y el Aula Rovirosa-Malagón, ha contado con la presencia del cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro; la presidenta de la HOAC, Mª Dolores Megina; y el director del Instituto Superior de Pastoral, Lorenzo de Santos. Así, el moralista Marciano Vidal, ha ofrecido la ponencia tras ser presentado por el profesor del Instituto Superior de Pastoral Ignacio Mª Fernández.

Laboa se encontraba en la plaza de San Pedro el día que se abrió el Concilio Vaticano II, pues estudiaba en Roma cuando apenas le quedaban unos días para ordenarse sacerdote. “Gracias a esa vivencia supe que tenía que estudiar Historia de la Iglesia”, ha señalado el gran experto de la materia en España.

“El empaque que tiene el cristianismo en lo político y en lo social es gracias al Concilio Vaticano II”

Según ha explicado, Juan XXIII creía que el Concilio iba a durar un año, “iban a estudiar cómo estaba la Iglesia y poco más”. Sin embargo, se dilató en el tiempo. Y no precisamente por las aportaciones de los obispos españoles. Y es que ha relatado la petición trasladada por el entonces obispo de Guadalajara tras recibir, como todos los obispos del mundo, una carta del Vaticano para relatar qué esperaban del acontecimiento. “Propuso que los curas que se mueven en bicicleta pudieran ir con una sotana más corta”, ha recordado provocando la risa entre el público.

Durante su intervención, también ha hecho referencia a la situación política en España en la etapa conciliar, pues “no se puede hablar de la recepción del Concilio sin el enfrentamiento de los movimientos obreros con Franco”. Y ha añadido: “El empaque que tiene ese cristianismo que en lo político y en lo social se adelante y colabora es gracias al Vaticano II”.

Sobre los movimientos obreros también ha intervenido Basilisa López García, pues considera que el Concilio fue un “bálsamo para tantos militantes apartados, fue una gran esperanza”. Así, ha recalcado que la pastoral obrera no solo ha recepcionado el Concilio, sino que lo ha desarrollado”.

“La Iglesia tiene que ser capaz de responder a los signos de los tiempos”

Sobre el futuro tras estos 60 años del Concilio, Laboa no se ha atrevido a vaticinar, pues “como historiador no lo hago mal, pero como profeta siempre me ha ido muy mal”, ha advertido entre risas. Eso sí, ha puntualizado que “el futuro es el pasado de Juan XXIII: los signos de los tiempos. La Iglesia tiene que ser capaz, desde la espiritualidad, de responder a los signos de los tiempos. Para esto nos ayudará mucho releer al cardenal Martini”.

Por su parte, José Luis Corzo se ha detenido en una deficiencia del Concilio. “El Vaticano II apenas habló de las mujeres, tampoco de los trabajadores, pero habló mucho menos de los pobres. Y esta es mi esperanza para el futuro. Gracias al papa Francisco, ahora no dejamos de escuchar hablar de los pobres. Desde que nos pidió que le bendijéramos nosotros al salir al balcón de San Pedro y desde que fue a Lampedusa todo ha cambiado mucho”, ha subrayado.

En otro orden, ha hecho hincapié en la “mala recepción del Concilio desde el punto de vista teológico”. Y ha lanzado una petición: “Por favor, dejen de hablar de la secularización como un mal. El Concilio empezó por las ganas de Juan XXIII de darse un abrazo con el mundo”.

Para concluir, ha destacado que “el Evangelio ha dejado de sonar en España en la calle y en las escuelas, porque los obispos se han empeñado en educar solo a los hijos de los católicos”. Por ello, ha instado, sobre todo a los laicos, a “hacer sonar de nuevo el Evangelio en la cultura española”.

El Concilio: ¿proyecto inacabado?

por José Francisco Gómez Hinojosa 

Desde hace algunos años me preguntan si Francisco de Roma convocará a un nuevo concilio. He respondido que no lo creo. Tanto el Papa argentino como muchos teólogos y pastoralistas consideran que el Vaticano II -acaba de cumplir 60 años de haber sido iniciado- es fecha que no ha sido suficientemente aplicado.


En efecto. Convocado por San Juan XXIII desde el 25 de enero de 1959, fue hasta el 11 de octubre de 1962 que dio comienzo el acontecimiento más importante del Siglo XX, y no sólo desde la perspectiva eclesial. El aparentemente inofensivo Papa, el abuelito tierno y cariñoso de la Iglesia, sorprendía con su decisión. El mundo, y no sólo la institución eclesiástica, atravesaba por una profunda crisis económica, política y con la amenaza de una guerra atómica entre la entonces URSS y los EUA. Cualquier proyecto que buscara insertarse en ese ambiente conflictivo corría muchos riesgos.

La teología y pastoral católicas, por su parte, vivían en un inmovilismo que exigía cambios profundos y radicales, impulsados por especialistas, en particular alemanes y franceses, que abrían brecha en medio del dogmatismo imperante y que aparecerán como asesores de los obispos conciliares.

El ala conservadora de la Iglesia Católica, con gran poder en aquel entonces y todavía ahora, buscó -y lo sigue haciendo- impedir que el sueño renovador cristalizara, y aunque los documentos postconciliares trazaron una ruta de transformación, el inmediato postconcilio no continuó por esa vía. Una suerte de involución, de invierno eclesial, se dejó sentir hacia finales del siglo pasado.

Pero llegó el papa Francisco, y una de sus primeras directrices fue, precisamente… ¡aplicar el Concilio 50 años después de haber concluido! Y es que el aporte conciliar en la eclesiología, quizá el más importante inclusive sobre la misma renovación litúrgica, ha venido sufriendo ataques conservadores, muchas veces exitosos, que dejan la propuesta del Vaticano II como algo todavía no logrado.

Bergoglio ha intentado, a través de sus proyectos sinodales, recuperar esa propuesta, que tuvo en expresiones como “pueblo de Dios”, “signos de los tiempos”, “diálogo con el mundo”, “inculturación del mensaje evangélico”, etc., una nueva nomenclatura que quería manifestar unas renovadas teología y pastoral. Hoy hablamos de “camino sinodal!, “comunión”, “participación”, “misión”, etc.

Más que plantearnos, entonces, un nuevo Concilio, habría que saldar cuentas con el Vaticano II, que a 60 años de iniciado sigue todavía como un propósito inconcluso.

Pro-vocación

En Nicaragua no sólo se arresta a obispos como monseñor Rolando Álvarez, a sacerdotes, diáconos y seminaristas, y a infinidad de críticos al régimen de Daniel Ortega. Ahora resulta que las imágenes de San Miguel Arcángel y San Jerónimo, generadoras de profunda devoción popular, también han sido encarcelados en los templos en los que se les venera. La policía nica ha acordonado sus iglesias con tropas antimotines, y prohibido que los fieles los lleven en andas a lo largo de las procesiones. Al igual que a los presos políticos, se les acusa de subvertir el orden público y de terrorismo. “Santitos” peligrosos.

En el 60º aniversario de apertura del Concilio

«Volvamos al Concilio, que ha redescubierto el río vivo de la Tradición sin estancarse en las tradiciones», afirma Francisco

El Papa pide una Iglesia «rica de Jesús y pobre de medios» en la misa de conmemoración de apertura del Concilio Vaticano© 

El Papa ha instado a dejar de lado «polémicas» propias de la «polarización» y ha abogado por una Iglesia basada en lo «esencial» que sea «rica de Jesús y pobre de medios» en la misa para conmemorar el 60º aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II.

«Redescubramos el Concilio para volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora», ha dicho el Papa. «Volvamos al Concilio, que ha redescubierto el río vivo de la Tradición sin estancarse en las tradiciones», ha agregado.

En su homilía en la basílica de San Pedro, ha recordado uno de los acontecimientos más significativos para la historia de la Iglesia del siglo XX que acordó importantes cambios en la vida de la Iglesia católica como permitir que la misa se celebrara en las lenguas locales en lugar de en latín y el fortalecimiento del papel de los laicos y los consagrados.

Francisco ha instado a la Iglesia a no ceder a la «tentación de la polarización» y ha lamentado que después del Concilio que concluyó el 7 de diciembre de 1965, muchos cristianos se «empeñaron en elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta de que estaban desgarrando el corazón de su Madre».

En este punto, ha agregado: «Cuántas veces se prefirió ser ‘hinchas del propio grupo’ más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, ‘de derecha’ o ‘de izquierda’ más que de Jesús; erigirse como ‘custodios de la verdad’ o ‘solistas de la novedad’, en vez de reconocerse hijos humildes y agradecidos de la santa Madre Iglesia».

Durante la ceremonia, el cuerpo de Juan XXIII se conservaba en un relicario colocado para la ocasión junto al altar de la Confesión. Así ha advertido frente a la tentación de anteponer las «agendas» de los hombres «al Evangelio» y de dejarse transportar por «el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo».

Y ha enfatizado: «estemos atentos: ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro».

Por ello ha abogado por una Iglesia enamorada de Jesús que no tenga tiempo para «conflictos, venenos y polémicas». «Que Dios nos libre de ser críticos e impacientes, amargados e iracundos. No es sólo cuestión de estilo, sino de amor, porque el que ama, como enseña el apóstol Pablo, hace todo sin murmuraciones», ha asegurado el pontífice.

De esta manera ha reclamado a los fieles que estén «en el mundo con los demás», sin sentirse «jamás por encima de los demás» y que rechacen la tentación de encerrarse «en los recintos de las comodidades y convicciones» y ha asegurado que «la Iglesia no celebró el Concilio para contemplarse, sino para darse». «El Pueblo de Dios nace extrovertido y rejuvenece desgastándose, porque es sacramento de amor», ha incidido.

GESTOS SIMBÓLICOS

Esta celebración ha estado precedida por algunos gestos simbólicos que han remarcado la relevancia de estas históricas reuniones históricas — impulsadas por San Juan XXIII primero y por Pablo VI, después– que adaptaron la Iglesia católica a la modernidad.

En primer lugar, a partir de las 16:15 horas, se han leído algunos pasajes del significativo discurso que San Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio, Gaudet Mater Ecclesia, en el que reclamó que se superasen «ciertas voces que no dejan de herir nuestros oídos». «Se trata de personas muy ocupadas sin duda por la religión, pero que no juzgan las cosas con imparcialidad y prudencia. (*) Nosotros creemos que de ninguna manera se puede estar de acuerdo con estos profetas de desgracias que siempre anuncian lo peor, como si estuviéramos ante el fin del mundo», aseguró el llamado como el ‘Papa bueno’.

Además, se han proclamado algunos textos, leídos por Emanuele Ruzza y Stefania Squarcia, de las cuatro Constituciones Conciliares, Dei Verbum, Sacrosanctum Concilium, Lumen gentium, Gaudium et spes. Al final de estas lecturas, un grupo de obispos y sacerdotes ha ingresado a la basílica de San Pedro con una procesión solemne, para conmemorar la procesión de obispos que abrió el Concilio hace 60 años.

Al terminar la Sagrada Eucaristía, el Papa Francisco ha encendido las antorchas a algunos fieles, quienes pasarán la llama a los reunidos en la basílica de San Pedro y les darán a todos el mandato de mantener viva la enseñanza del Concilio Vaticano II. De este modo, al salir a la plaza de San Pedro, se recordará la procesión de antorchas que tuvo lugar la tarde del 11 de octubre de hace sesenta años, con el famoso «discurso de la luna» de Juan XXXIII, que finalizaba con la famosa invitación para llevar «la caricia del Papa» a los niños y a los enfermos.

Volver a las fuentes

Francisco recordó el Concilio Vaticano II y pidió que la Iglesia vuelva «con unidad» a sus fuentes: los pobres y descartados

Francisco invitó a no perder el foco del Concilio Vaticano II

El Pontífice celebró una misa en la Basílica de San Pedro para conmemorar el 60 aniversario del inicio de uno de los hitos del diálogo ecuménico que definió el cristianismo moderno

En su homilía, el Papa llamó a volver a las fuentes, «a una Iglesia que sea libre y liberadora». «El Concilio indica a la Iglesia esta ruta: la hace volver, como Pedro en el Evangelio, a Galilea, a las fuentes del primer amor, para redescubrir en sus pobrezas la santidad de Dios»

«Hermanos, hermanas, volvamos a las límpidas fuentes de amor del Concilio. Reencontremos la pasión del Concilio y renovemos la pasión por el Concilio»

«Cuántas veces, después del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta que estaban desgarrando el corazón de su Madre. Cuántas veces se prefirió ser “hinchas del propio grupo” más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, “de derecha” o “de izquierda” más que de Jesús»

Por Hernán Reyes Alcaide, corresponsal en el Vaticano

Una Iglesia que no ceda «a la tentación de la polarización». Que escape de la autorreferencialidad, que sea liberadora y que se centre en los pobres y descartados. Una Iglesia que vuelva a las «fuentes del primer amor». Una Iglesia, en fin, que renueve la pasión del Concilio Vaticano II. Ese es el «identikit» que ofreció hoy Francisco al recordar los 60 años de la apertura, a cargo del Papa Juan XXIII, del Concilio Vaticano II, el histórico encuentro de cardenales, patriarcas y obispos católicos de todo el mundo que estuvieron reunidos hasta el 8 de diciembre de 1965.

En su homilía, el Papa llamó a volver a las fuentes, «a una Iglesia que sea libre y liberadora». «El Concilio indica a la Iglesia esta ruta: la hace volver, como Pedro en el Evangelio, a Galilea, a las fuentes del primer amor, para redescubrir en sus pobrezas la santidad de Dios», planteó Francisco.

El Concilio, «hoja de ruta» para el presente

Con una reivindicación del Concilio que opera al mismo como hoja de ruta para el presente, Francisco pidió atención para que evitar las disputas y conflictos: » ni el progresismo que se adapta al mundo, ni el tradicionalismo que añora un mundo pasado son pruebas de amor, sino de infidelidad. Son egoísmos  pelagianos, que anteponen los propios gustos y los propios planes al amor que agrada a Dios, ese amor sencillo, humilde y fiel que Jesús pidió a Pedro».

«Hermanos, hermanas, volvamos a las límpidas fuentes de amor del Concilio. Reencontremos la pasión del Concilio y renovemos la pasión por el Concilio», convocó Bergoglio.

«Hermanos, hermanas, volvamos al Concilio, que ha redescubierto el río vivo de la Tradición sin estancarse en las tradiciones; que ha reencontrado la fuente del amor no para quedarse en el monte, sino para que la Iglesia baje al valle y sea canal de misericordia para todos. Volvamos al Concilio para salir de nosotros mismos y superar la tentación de la autorreferencialidad», llamó luego el Papa.

Una Iglesia, en la que, «si es justo tener una atención particular, que sea para los predilectos de Dios, para los pobres y los descartados».

Cuántas veces, después del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta que estaban desgarrando el corazón de su Madre. Cuántas veces se prefirió ser “hinchas del propio grupo” más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, “de derecha” o “de izquierda” más que de Jesús»

En una homilía con mucho mensaje para el futuro de la Iglesia, el Papa agregó otros peligros de la modernidad a la lista de ejes para retomar de las enseñanzas del Concilio.

Polarización y división

«No cedamos a la tentación de la polarización», enfatizó Francisco. 

«Cuántas veces, después del Concilio, los cristianos se empeñaron por elegir una parte en la Iglesia, sin darse cuenta que estaban desgarrando el corazón de su Madre. Cuántas veces se prefirió ser “hinchas del propio grupo” más que servidores de todos, progresistas y conservadores antes que hermanos y hermanas, “de derecha” o “de izquierda” más que de Jesús», lanzó, en un llamado de atención a los sectores que buscan sembrar división en la Iglesia. 

«El Señor no nos quiere así, nosotros somos sus ovejas, su rebaño, y sólo lo somos juntos, unidos», les dijo, antes de convocarlos a superar «las polarizaciones». 

El Papa deseó así que la conmemoración de hoy «acreciente en nosotros el anhelo de unidad, el deseo de comprometernos por la plena comunión entre todos los creyentes en Cristo». 

«Es hermoso que hoy, como durante el Concilio, estén con nosotros los representantes de otras comunidades cristianas», planteó en esa dirección.