¿Nuevos Areópagos?

Contra una justicia al servicio de los poderosos (culpables)

Breve historia católica

Tres poderes hay: Legislativo (regular), ejecutivo (hacer=matar) y judicial (=absolver a los que matan). Ésta una reflexión es“cínica”, las cosas son más complejas. Pero tiene un fondo de verdad, ratificado los «dioses» de occidente:

–  El Dios judío creó el primer tribunal bíblico (Gen 4) para amonestar a Caín tratricida, pero le puso una marca y le absolvió pues si matara a todos los caines no quedarían «hombres» sobre el mundo.  

– Los dioses de Grecia (Atenas) crearon el tribunal del Areópago (de Ares, Dios de guerra, bajo patrocinio de Atenea, sabiduría). Su primer juicio fue el de Orestes matricida, al que absolvieron, justificando la opresión de las mujeres (víctimas).

     El Areópago siguió condenando juridicamente a Sócrates, y se burló (también sinodalmente) de Pablo, como seguiré indicando. Por eso no quiero nuevos areópagos, como verá quien siga leyendo.

Por X. Pikaza

Pablo VI. 

La idea de fondo está en Pablo VI, que en pleno Vaticano II lanzó un programa de Areópago Universal,  en su encíclica Ecclesiam Suam (1964), la carta magna del diálogo de la Iglesia Católica con todos los conocimientos, ideales y caminos de la historia humana. Fue un documento espléndido, que no acaba de ser ratificado por el conjunto de la iglesia.

El mismo papa Pablo VI, tres años después, acabado el Concilio volvió a plantear el tema en su encíclica sobre la “modernización” positiva y fraterna de todos los pueblos del mundo (Populorum Progressio, 1967) apelando a un progreso económico, cultural y religioso  de la humanidad. Fue una encíclica admirable, pero fracasada, pues el progreso vino, pero no en línea de justicia, sino (a partir del 1968) en forma de mayor injusticia económico-social, en forma de areópago de muerte (como el viejo areópago de Atenas, que liberó a Orestes, mato a Sócrates y se rio del “hombre crucificado” cuya salvación proclamaba Pablo.

Vino después Juan Pablo II (con Ratzinger/Benedicto XVI) y propuso (propusieron) un programa universal de areópagos…, esto es, de pretendidos diálogos sociales, culturales y religiosos, que culminaron el discurso de Ratisbona (2006). Pero, en el fondo, terminaron siendo de hecho areópagos al servicio de los de siempre, esto es, de una justicia impuesta desde arriba, liberando a Orestes (en contra de la nueva libertad de las mujeres), acallando el pensamiento libre de Sócrates y tendiendo en el fondo a domesticar a Pablo, con su mensaje de la resurrección del crucificado.

Ha venido finalmente Francisco proponiendo un areópago “sinodal” que es absolutamente necesario en la iglesia…, pero que tiene sus riesgos, como muestra la historia de los tres juicios “sinodales” de Atenas, que llevaron al triunfo democrático de Orestes (hijo de Agamenon vengado, ley de la violencia), del asesinato judicial de Sócrates (viva el poder, muera la inteligencia) y de la marginación/desprecio de Pablo (no necesitamos que nos hablen de crucificados, la historia no la hacen las víctimas, sino los triunfadores).

Necesidad y riesgo de los areópagos

Esta  visión que propongo de los areópagos antiguos (Atenas: de Orestes a Pablo) y de los modernos  (de Pablo VI a Francisco) es simplista, (y en un sentido falsa), pero puede ayudarnos a pensar sobre el tema, en la línea de la última postal del FB y de RD (7.5.23)  , desde la perspectiva del lema de Pablo (en él vivimos, nos movemos y somos: en el Dios del crucificado).

            Pablo fue al Areópago para defender a las víctimas reales (crucificados-condenados de la historia), desde las mujeres sometidas y “domadas” del juicio de Orestes (que pierden su derecho a la vida independiente, a la tierra), hasta Sócrates y Jesús, condenados y ejecutados por ser “libres” (esto es, por no someterse) por los dos tribunales supremos de la historia, el de Jerusalén y el de Atenas.

            Sin duda, puede haber una justicia buena (teorizada por Sócrates, anunciada por Jesús), pero en general la justicia del mundo se pone al servicio de los asesinos sabios de Grecia (qua absuelven a Orestes y matan a Sócrates y de los sacerdotes legales de Jerusalén (que condenan muy democráticamente a Jesús y absuelven a Bar-Abbas, avalados por el Derecho Romano de P. Pilatos.

Ésta es la historia de las historias, y así la ha sabido narrar el libro de los Hechos, como recordaré de nuevo comentando someramente el discurso de Pablo.  Admito la línea de los areópagos que propone la iglesia postconciliar católica, de Pablo VI a Francisco, con sus diversos matices.  

Está en el fondo la realidad de la justicia en la ONU (Tribunal de la Haya, de Estrasburgo)… y por no ir tan lejos de la justicia en un “países”  que presume de “democráticos” como USA o España. ¿Su justicia está al servicio de los excluidos y pobres o a servicio del dinero, de la espada y del poder establecido? Un alcalde famoso, castizo de Andalucía proclamó que la justicia en su tierra era un “cachondeo” (sic). Esa frase tiene algo que ver con el areópago de Atenas, como verá quien siga pensando.

Diré que los areópagos son necesarios, pero añadiendo ellos pueden ser y son “asesinos”, a no ser que se revele y despliegue al fondo de ellos un principio superior de gratuidad (no juzguéis: Mt 7, 1), vinculado al derecho primero de los asesinados/oprimidos, desde la “madre” asesinada de Orestes, hasta Sócrates y Cristo.

Hablaré de ello el próximo día, en este FB y en esta página de RD. Para preparar mejor el tema hoy quiero detenerme de nuevo en el discurso de Pablo, que quizá puede leerse desde la perspectiva de Pablo VI (Ecclesiam Suam 1964) y de Benedicto XVI (Lección de Ratisbona 2006). 

Nueva introducción al discurso de Pablo

Éste es el discurso culturan más importante del Cristianismo y quizá de la historia  social y religiosa de occidente. Presenté ayer el tema, el último día, centrándome en las palabras “en Dios vivimos, nos movemos y somos”. El amable lector habrá visto que pienso que Pablo no pudo pronunciar de esta manera este discurso, pues no responde a su situación histórica, ni a su “forma de pensar” y de actuar, sino que ha sido creado por Lucas, unos cuarenta o cincuenta años después de los hechos. 

Ciertamente, Pablo ha estado en Atenas y ha sufrido. Más aún, es muy posible que haya entrado en los fondos sociales y culturales de la ciudad, que seguía siendo (simbólicamente) el centro cultural del mundo, pero no quiso “convertir a su “inteligencia”, no entabló un diálogo cultural directo con el “areópago” (lugar de la condena de Sócrates). Todo nos permite suponer que a su juicio no había tiempo para convertir la cultura griega, sino para llamar a grupos de pobres y perdidos del mundo, para seguir esperando a Jesús, que venía “ya”. El resto de la historia la resolverá el mismo Jesús. Pero Lucas, pasados los años, tuvo que aprovechar la ocasión y “hacer decir a Pablo”lo que él (Lucas) habría dicho desde la perspectiva de Pablo.

Éste es el primero de los grandes discursos culturales del cristianismo. Aquí está en ciernes todo el pensamiento posterior del Cristianismo, con su grandeza y sus límites, de Orígenes y Agustín, de Tomás y Lutero y Juan de la Cruz, de  Hegel a  Benedicto XVI (Discurso de Ratisbona)…, cada uno con sus variantes.  Ahora quiero presentarlo de nuevo y comentarlo brevemente, para insistir, el próximo día, en sus temas centrales.

TEXTO (LC 17, 22B-34)

A Introducción ¡Atenienses! Veo, bajo todos los aspectos, que vosotros sois muy religiosos. 23 Pues recorriendo (la ciudad) y observando vuestros signos de veneración he encontrado incluso un altar en el que estaba escrito: ¡Al Dios desconocido! pues bien, eso que veneráis sin conocerlo es lo que yo os anuncio.

B Tesis primera 24 El Dios que ha hecho el cosmos y todas las cosas que hay en él, -siendo Señor (Kyrios) del cielo y de la tierra, -no habita en templos construidos por mano humana;   25 -ni recibe culto de manos humanas, como si algo necesitara, -siendo él quien da a todos vida, respiración y todas las cosas.

C Tesis segunda 26 Pues hizo de uno (ex henos) toda la raza humana, para habitar sobre toda la faz de la tierra, determinando lostiempos precisos y los límites de sus territorios;                   27 Para buscar a Dios, a ver si acaso lo palpaban y encontraban, pues no está lejos de cada uno de nosotros,                                                                                                                                                 28 porque en él vivimos, nos movemos y existimos como incluso han dicho algunos de vuestros poetas: pues somos también de su estirpe (genos);                                                      29.siendo, pues, de estirpe divina no debemos creer que lo divino (to theion) es una cosa semejante a oro, plata o piedra, a una escultura (producto del arte o de la fantasía humana).

D) Novedad cristiana 30 Pasando pues por alto los tiempos de ignorancia: -Dios anuncia ahora a los hombres conversión para todos, en todas partes; pues ha determinado el día en que va a juzgar el universo con justicia – por el hombre a quien ha designado – dando a todos prueba de ello al resucitarlo de los muertos. 

Conclusión 32 Algunos, al oírle decir “resurrección de los muertos” se echaron a reír;               33 otros decían “te escucharemos otra vez acerca de esto”. Y así, Pablo salió de en medio de ellos.

 34. Pero algunos, asociándose a él, creyeron, entre los cuales estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.

a) Exordio o proemio (17,22b-23).

Sirve de introducción. Los filósofos no buscan más que novedades: no les interesa la verdad, ni atienden al mensaje radical del nuevo vendedor de ideas. Pero Pablo toma en serio su papel, les toma en serio y conecta con ellos. Ciertamente, les empieza halagando, al llamarles, en palabra ambigua deisidaimonesterous, es decir, muy religiosos (y quizá supersticiosos).

Les halaga, refiriéndose a una altar particular (un bômon) que han alzado al Dios desconocido. Pablo ha pasado por Atenas con curiosidad: ha visto todo lo visible; pero nada le interroga ni sorprende (Acrópolis y estadio, teatro, templo, estatuas, academias…). Sólo se ha fijado en un símbolo que expresa en forma intensa el desamparo de Atenas (y del mundo entero): un altar al Dios desconocido. Parece que de hecho no existía tal altar a un Dios en singular sino a los dioses desconocidos, en plural. Pero esa distinción resulta secundaria. Debajo de los dioses Lucas ha visto al Dios (o lo divino). Sabe que los atenienses han sido y siguen siendo buscadores de Alguien al que ignoran y les dice: eso que venerais sin conocerlo (touto, en neutro) es El Dios que yo os anuncio:

– Lucas acepta la búsqueda religiosa de los griegos y no sólo su cultura filosófica, como a veces se ha supuesto. Por eso alude a un altar venerado por el pueblo y no a un sistema filosófico.

Habla de un Dios no encontrado por la religión (y filosofía). Es bueno su altar como señal de búsqueda pero es también signo de un fracaso cultural y humano. – Sobre ese fracaso actúa Pablo. El Dios desconocido de los griegos es sólo un touto, de forma que termina siendo un Dios al servicio de la violencia fáctica, de la justicia de los vencedores. El Dios cristiano en cambio se desvela en forma de persona, es el dios de los crucificados, de las víctima. Acaba así el exordio, benevolente y general. Conforme a la visión de Lucas, Pablo ha dado el primer paso: ha aprovechado ese altar para entrar en el mundo de los griegos.

b) Tesis 1ª: Dios y el mundo (17,24-25). 

Se formula en un lenguaje que puede ser aceptado por judíos (desde Gen 1) y griegos (al menos por muchos estoicos y platónicos), que ven a Dios como el que hace (ho poiesas: el hacedor) todo. Pablo no argumenta, no prueba. Simplemente expone su fe, llegando hasta las puertas de eso que podemos llamar la religiosidad universal, que ofrece una afirmación fundante y dos consecuencias negativas:

Afirmación: siendo hacedor (ho poiesas), Dios mismo ofrece vida/aliento (dsôê/pnoê) a todo lo que existe. Tomada en sí, esta palabra puede entenderse en sentido panteista (o panvitalista, como hace cierto estoicismo), pero a Pablo le vale por ahora.

Consecuencia antisacral: Dios no habita en templos construidos por los hombres. Judíos y gentiles han querido encerrarle en sus propios edificios, pero Dios no habita en ellos.

Consecuencia antilitúrgica: Dios no recibe culto de manos humanas. No podemos “darle” nada. Toda la religión, entendida como acción del hombre (therapeuein), pierde su sentido. Pablo se muestra así profundamente iconoclasta. Niega los principios de una religión que se vincula al templo y que aparece como servicio de los hombres. La perspectiva tiene que invertirse: lo que importa es descubrir a Dios como el que puede dar a los humanos vida y aliento, en el sentido más profundo de ese término. Este es el discurso de un judío radical que no concede ya valor a su propia ley y templo, en palabra que muchos griegos aceptan gustosos.

c) Tesis 2ª: Dios y la historia/acción humana (17,26-28a).

Del nivel cósmico pasamos al humano, con afirmaciones judías (todos provenimos de un mismo Adan) y helenistas (somos genos, familia de Dios). He dividido el pasaje en tres partes. Las dos primeras son paralelas y comienzan con un infinitivo de finalidad (katoikein y dsêtein: Dios nos ha hecho para habitar en la tierra y para buscar.

En el comienzo está la creación: Dios hizo de uno (ex henos) todo el ethnos o raza de los hombres. De aquí deriva lo que sigue en 17,16-19. Es evidente que Pablo está exponiendo la más honda fe judía, pero lo hace en términos universales. Un griego podría ofrecer ciertos reparos al origen común de la humanidad (ex henos), si es que se insiste en la historia del Adam de Gén 2-3; pero Pablo no lo cita ni discute: defiende la unidad del género humano; pero no la toma en clave de vinculación racional o participación de un mismo logos, como hará el estoicismo. De esa forma supera el posible particularismo judío, fundado en Ley y Pueblo (raza) y el universalismo elitista de la razón, propio de aquellos que la toman como principio de vinculación humana (en perspectiva de sabiduría de iniciados).

Sólo Dios creador vincula para Lucas a todos los seres humanos. Aquí no se distinguen ya varones y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres. Entre unidad de Dios (el mismo sobre todos) y unidad humana (un ethnos para todos) hay una relación interna. De ella tratan las tres frases que siguen:

1)Para habitar (katoikein), conforme a la palabra de Gen 1,28: creced, multiplicaos, llenad la tierra… No hay ventaja o prioridad de un grupo: hay tiempos (kairous) y lugares (horothesias) para todos. Dios rechaza el particularismo: Dios quiere que los hombres habiten humana, dignamente, sobre el mundo.

 2) Para buscar (dsêtein). Habitar y buscar a Dios forman las dos caras de una misma tarea, como sabe bien la BH. Pero hablando en un lugar público de Grecia, ante los miembros del tribunal supremo de la cultura (areopagitas; cf 17,34), Pablo no quiere citar su Escritura israelita (la BH). Por eso, continuando en línea de captación de benevolencia, asume como propio lo mejor del pensamiento griego y puede afirmar que en Dios vivimos, nos movemos y somos, pues somos de su estirpe (citando como autoridad o Escritura al poeta pagano Arato, Phaen 5).

3) Consecuencia: Dios es diferente.

Partiendo de esa cita (somos estirpe de Dios), Pablo muestra la falta de sentido de la idolatría, que identifica a Dios (al menos funcionalmente) con algo creado por los hombres. Es evidente que sigue su propia tradición israelita (Is 46,1-7; EpJer; Sab 13-15; cf tema 13c). Pero es también claro que los griegos cultos de su tiempo pueden asumirla sin demasiada dificultad.

d) Somos “familia” (genos) de Dios (17, 28b-29) Esos han sido son los temas fundamentales del diálogo religioso/cultural de Pablo Ciertamente, está influido por la BH, pero su discurso cita a un pensador pagano.

Este es un Pablo dialogante que recorre mucho camino con la filosofía estoica. Ha empezado hablando del altar elevado al Dios Desconocido; pero luego le identifica con el logos religioso-/filosófico de los estoicos que son sus verdaderos interlocutores, pues afirman del modo más hondo y preciso que Dios (o lo divino) es vida/aliento de las cosas y añaden que en ese Dios vivimos/andamos/existimos, en fórmula que puede entenderse de forma panteizante o en sentido cristiano, Pablo le deja aquí abierta, para dialogar después partiendo de ella.

El ser familia de Dios (genos Theou) se puede interpretar en sentido panteista, como harán algunos estoicos; pero también puede entenderse en la línea de Gen 1,27 (a su imagen y semejanza los creó…).Pablo deja el tema abierto: no es que los humanos hayan encontrado a Dios, pero están hechos para hallarle. Habla a personas que han buscado y que de alguna forma logran ya palpar a Dios (psêlaphaô), como se dice en palabra de gran plasticidad (17,27).

Todo eso nos lleva a un aviso final: Dios no es algo que el hombre pueda hacer ; no hay aquí lugar para ninguna idolatría.

d) Novedad cristiana: el Dios del resucitado (17,30-31).

El discurso cambia. Llega el momento en que Pablo tiene que decir su novedad cristiana. La historia anterior (argumento de tipo universal) queda asumida y superada desde la nueva experiencia de Jesús que se expresa en fórmulas de gran plasticidad que presentamos siguiendo el texto griego:

Los tiempos de ignorancia (khoronous tês agnoias). Así se define el pasado, en palabras de tradición apocalíptica (cf tema 14) y misión cristiana (cf tema 20; 21a y 21b). La curiosidad ateniense era ignorancia, su sabiduría un desconocimiento: la historia de la búsqueda ha sido tiempo de fracaso.

Dios… pasando por alto (hyperidôn). Dios se había manifestado (cf Bb y Bc1 y Bc2), pero los hombres no le habían acogido/conocido. Pues bien, en vez de abandonarles dejando que se pierdan, Dios les ha mirado de forma cradora, ofreciéndoles algo superior. En este momento los oyentes griegos han podido empezar a disentir: ¿quién se atreve a sostener que su cultura es ignorancia? También los judíos se habrían sentido a disgusto: ¡no forman parte de ese pretendido tiempo de ignorancia!

Anuncia ahora a los hombres (parangellei tois anthrôpois). Sobre el cosmos se eleva el mensaje: la ciencia anterior ha sido insuficiente, no ha servido para que venzamos la ignorancia. Dios nos había creado para que le halláramos, pero nosotros nos hemos perdido entre los “ídolos”. Por eso ofrece ahora (nyn) algo más alto: un anuncio salvador para griegos y judíos .

Conversión (metanoia). Los hombres no han logrado conocer a Dios, pero Dios les ha ofrecido un nuevo conocimiento. Hay en el fondo del texto un hermoso juego de palabras: la ignorancia era no conocer (ag-noia); la conversión es un meta-conocer (meta-noia). Dios hace posible que los hombres cambien de mente, aprendiendo a conocer de modo verdadero. Aquí resuena la experiencia penitencial judía (cf tema 17b y 17c), pero sobre todo está presente la gracia cristiana de la conversión como don de Dios en Cristo (cf temas 19-21). Es posible que los griegos siguieran inquietándose: ellos no necesitaban conversión, estaban bien así.

Pues ha determinado el día… (hêmera). Los griegos no conocen un día final: el mundo ha sido siempre y siempre será; no existe un “fin” o meta de la historia. Si el mundo es “sagrado”, si en Dios existimos… (cf Bc2), no hacen falta intervenciones sobrenaturales: todo es natural, todo es divino en nuestra vida. Pero Pablo, asumiendo la tradición apocalíptica judía, sabe que el mundo es historia y que la historia tiene un fin. Todo esto extraño para los griegos. Para los judíos, en cambio, es conocido.

El día en  que va a juzgar (krinein) el universo con justicia (en dikaiosynê).

Dos son las palabras clave del pasaje: juzgar y justicia. Las dos son familiares al judío, extrañas para el griego. Está detrás la experiencia profética y apocalíptica de Israel, pero también la novedad cristiana, que ha ofrecido a esas palabras alto contenido. Dios juzga no juzgando; su justicia se expresa justificando precisamente a los impíos (cf Rom 1, 18-32: tema 21a). Es evidente que Pablo no define aquí el tipo de juicio/justicia de Dios, de modo que un judío le puede seguir. Los griegos ya se han distanciado de su razonamiento.

Por el hombre a quien ha designado (en andri hô hôrisen). La justicia del juicio de Dios se realiza por un ser humano en concreto (anêr tiene sentido inclusivo). Esto es algo que el griego puede aceptar: la valoración de lo humano como signo (medida) de Dios. Pero pronto surgen las diferencias: al griego le interesa el ser genérico, lo humano como signo de universalidad (sus mismos dioses son expresión privilegiada de ella)

 Pablo, en cambio, alude a un individuo concreto (un rechazado, con las mujeres del juicio de Orestes), un condenado a muerte como Sócrates).

– Pablo no habla expresamente de Jesús crucificado (hablará más tarde de él, si el diálogo sigue)… Pero todo lo que se dice aquí se refiere a un crucificado… Evidentemente,Pablo ha ido al tribunal para para enfrentar a los jueces a Atenas con su propio juicio, para invertir todos los juicios (como hace Mt 25, 31-46).  Los jueces del Areópago no pueden juzgar, tienen que dejar el juicio de Dios en manos de un crucificado..

– El crucificado es el mediador del verdadero juicio/justicia de Dios… Está en el fondo la palabra clave de Mt 7, 1: no juzguéis… El juicio del mundo (representado por el tribunal supremo de Atenas) está al servicio del Dios de la Guerra (Ares), de la riqueza (los tesoros culturales y económicos de Atenas…)… al servicio de un tipo de ideología del poder, que ha matado y sigue matando a Sócrates.

Pablo ha venido en el fondo a deslegitimar y superar  al tribunal del Areópago, lo mismo que Cristo vino a Jerusalén a juzgar y condenar a los sacerdotes/jueces supremos del templo.

– Dando a todos prueba (pistin) de ello…. Pablo apela a una prueba y le da el nombre cristiano de fe, pistis: aquello que nos capacita para creer. Esa palabra ha sido escogida de un modo estratégico: es fundamento y garantía de todo lo que sigue: los griegos buscan el peso de la sabiduría; los judíos apelan a las obras de su ley nacional; los cristianos hablan de la fe en Jesús crucificado.

Al resucitarlo de (entre) los muertos (anastêsas auton ek nekrôn). Pero la prueba que abre el edificio de la nueva realidad no es la muerte sino la resurrección concreta de Jesús de entre los muertos. Hemos estudiado como amplitud el argumento al tratar de Rom 4, 13-25 (cf tema 20a). Por eso podemos ser ya breves. Todo lo anterior, la novedad misteriosa del Dios cristiano, está aquí contenido.

Así acaba el anuncio. Por la escena que sigue (conclusión) podría decirse que ha sido un discurso truncado. Sin embargo, bien visto, está entero, completo. Nada le sobra, nada le falta. Lucas ha sabido resumir en Atenas el misterio cristiano y lo ha hecho de forma ejemplar, en ejercicio de creatividad retórica y hondura difícilmente superable.

Nada le falta, pero es evidente que no quiere presentarse como enseñanza total: no expone de forma expresa el contenido de la fe sino el camino que nos lleva a ella como introducción: ¡que sepan los griegos en qué creen los cristianos! Para llegar a más y conocer por dentro el misterio, habrá que dejar el Areópago y entrar en la comunidad, haciendo de esa forma catequesis.

Conclusión Reacción de los atenienses (17, 32-33). Hablando en sentido estricto, el anuncio ha terminado. Pero Lucas (narrador) ha querido presentar sus consecuencias. No lo hace en plan historicista, como a veces se ha pensado, añadiendo que a partir de aquí Pablo renunció al diálogo cultural con el helenismo para volver a su kerigma simple y duro, a la predicación de Jesús crucificado (cf 1 Cor 1). Lucas escribe en plan sistemático y se vale de Atenas para mostrar las dificultades que la misión cristiana encuentra en los ambientes intelectuales del helenismo. A partir de aquí podemos indicar la doble reacción:

 Negativa. Se ha ido preparando a lo largo de la exposión (Bd) y culmina cuando Pablo alude a la resurrección de un muerto. En general, los griegos se oponen a ella. Podrían aceptar a Jesús como sabio o taumaturgo (un hombre con poderes divinos); pero les cuesta descubrir el sentido de su muerte/resurrección como signo radical de Dios. Más aún, podrían aceptar su muerte heroica, al estilo de Sócrates, pero no entienden su resurrección. Sócrates no la necesita para que su espíritu perviva… Pero Jesús no es Sócrates: su pascua no es confirmación del valor infinito del alma, sino revelación de Dios, juicio y nueva creación escatológica. Eso no es algo que acojan y entiendan con gusto los griegos.

 Positiva. Sin embargo hay un “areopagita” o miembro del consejo cultural supremo que se une a Pablo, aceptando su doctrina. Le acompaña una mujer de nombre conocido. Ambos, Dionisio y Dámaris aparecen como testimonio del triunfo de Cristo en Atenas. Al lado de ellos hay otros. Parece que Pablo no ha fundado allí una gran comunidad (como en Filipos, Tesalónica o Corinto); pero su paso es fecundo; ha sembrado semilla de evangelio en la misma colina de la gran cultura griega, en el Areópago de Atenas.

Esta reacción sigue marcando nuestra cultura. Los mensajeros de Jesús siguen presentando su mensaje en los nuevos areópagos del mundo. Es evidente que muchos comienzan a disentir antes que los mismos atenienses. Son bastantes los que se siguen sonriendo de un modo despectivo ante el mensaje cristiano, diciendo como entonces: otro día…

Ascensión ↔ Pentecostés

Subió para bajar. Marchó para quedarse

En la Ascensión (21.5.) se cumple el ciclo pascual, que comenzaba con el Padrenuestro: Venga tu Reino. En Pentecostés (28.5) se celebra su plena encarnación, su presencia de Cielo, pues ha ido diciendo: “estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”, yo mismo seré vuestro Espíritu Santo (Mt 28, 16-20)

Por | X.Pikaza

El símbolo de la “ascensión o subida” ha sido más utilizado por los evangelios de Lucas… y resulta inseparable del símbolo del descenso o venida de Dios, con el que comienza todo el ciclo de la liturgia y de la vida humana: El Verbo de Dios se ha hecho carne (Jn 1, 14), venga a nosotros tu Reino.  

 — El cielo de «arriba» es el final y utopía del camino de la historia de los hombres, un camino iluminado y potenciado por Jesús. Pero, al mismo tiempo, ese cielo es la presencia del Reino de Dios en la vida de los hombres. que Jesús ha iniciado con su vida y entrega de amor, un camino en el nosotros mismos vamos siendo «cielo» (Reino) por la presencia del Espíritu de Cristo;

— El cielo es el trono de Dios donde Jesús está «sentado a la derecha del Padre»…  en el que nosotros, absortos en Dios seremos para siempre en vida transformados. Pero, al mismo tiempo, el cielo es el amor de vida que vamos compartiendo, unos en otro y con otros,  en el  trono y mesa donde estamos llamados a sentarnos en comunión de amor, poniendo en el centro del «banquete» (del pan y de la libertad) a los expulsados de la historia, a los pobres, humillados..

INTRODUCCIÓN

El símbolo “dogma” de la Ascensión contiene una serie de elementos simbólicos (alguien diría “míticos”) que son muy importantes en la historia cultural y religiosa de la humanidad. Así han de tomarse, como “símbolos”, buscando pues el sentido profundo del lenguaje

  Arriba y abajo, vivir, caminar, serEn la mayoría de los pueblos el “cielo” (es decir, la plenitud de la vida) está arriba (y el infierno, la destrucción, está abajo); por eso, subir es purificarse, ascender de la tierra de muerte a la altura de Dios… Así tenemos un universo en tres pisos: Infierno, tierra y cielo…

Pero hoy sabemos que en sentido cósmico no hay arriba ni abajo, que el universo no tiene tres pisos, sino que es una especie de todo en el que todas las cosas están implicadas… Por eso, muchos en vez de subir prefieren hablar de “ahondar”, penetrar en la hondura de misterio. Más que la altura, Dios sería la profundidad, movimiento y plenitud de la vida de los hombres, pues en él vivimos, nos movemos  y somos (Hch 17, 28)   

Cielo, tierra. El cielo aparece ante todo como el horizonte superior del cosmos, lleno de astros y estrellas, como signo divino. Así lo han visto los Chinos en Oriente, y los Aztecas e Incas en Occidente. Así lo han visto griegos, romanos y vascos (que presentan a Dios como Jaun Goikoa, Señor del Alto). Pero ése es un símbolo antropológico, más que cósmico, y el mismo Kant, gran racionalista) se emocionaba mirando el cielo en la noche… aunque sabía (y hoy saben mejor los astro-nomos) que el cielo no es la altura sino la inmensidad cósmica hecho de frío y de expansión de fuerzas que no controlamos.

Vivir, transformarse, ser… Los héroes tienen que subir a la montaña cósmica, llegar a la altura, encontrar su identidad… Jesús ha logrado “subir”. Nadie había llegado hasta el “cielo de Dios”, Jesús ha llegado, ha culminado su camino, nos ha abierto una senda para llegar a nuestra verdad… Estamos hechos para ascender, para encontrar nuestra verdad. Pero la verdadera subida es el descubrimiento de nuestra identidad, ser lo que somos cambiarnos en la misma vida, esto es en el tiempo de nuestra identidad.

Estar sentado a la derecha de Dios en Cristo, de forma que él sea nosotros y nosotros seamos él, al mirarnos porque Dios es la entrada en la vida, como en el icono de la Trinidad de Rublev donde somos al mirarnos, dándonos luz (esto es, dándonos vida) .

Por un lado, el cielo está “arriba”, desde siempre y para siempre. El Cielo es Dios. Así le han visto no sólo algunos grandes Salmos judíos, sino todo el pensamiento griego: El Cielo de Platón es la altura de la vida… Salvarse es subir al cielo.

 Pero, en otro plano, el cielo está en el futuro y se identifica con el Reino que vendrá… No hay cielo todavía, habrá cielo cuando Jesús culmine su obra, como muestra el Apocalipsis. No se trata pues de subir al cielo (dejando la tierra), sino de llegar al cielo caminando desde la tierra…

PLENITUD PASCUAL DE JESÚS, ASCENSIÓN AL CIELO  Jesús no ha venido para tomar a los hombres y llevarles (subirles) al cielo que está arriba, como quería un tipo de idealismo popular, como a veces se ha pensado. Él ha venido para estar, para ser la vida de nuestra vida la carne de nuestra carne, el espíritu de nuestro espíritu.

 – EVANGELIO DE MATEO. Jesús no se va, sino que queda en la montaña desde la que envía a sus seguidores y les acompaña y asiste hasta el día de la consumación del mundo: Yo estoy con vosotros… Éste Jesús aparece así como el “Dios con los hombres”, conforme al motivo central de la tradición de la alianza israelita. Esta nueva forma de ser y de estar presente define su compromiso mesiánico, ya culminado en un sentido en la Pascua (Mt 28, 20).

– PABLO Y JUAN, APOCALIPSIS…. Jesús no se va, sino que está con sus amigos y con todos, como espíritu de vida (tradición paulina), como vida y luz que alumbra (Juan)… No hay según eso Ascensión, sino revelación pascual, Jesús está presente en el camino de sus discípulos, dirigiéndoles al futuro de su reconciliación total que es el Reino de Dios.  

 – ASCENSIÓN, LUCAS Y HECHOS DE LOS APÓSTOLES. Pues bien, al lado de esas perspectivas, la dogmática cristiana ha resaltado de manera constante y uniforme una visión que, enraizada en el AT (Sal 110, 1), supone que el Kyrios o Señor está sentado, a la Derecha de Dios Padre, en ámbito de cielo, culminada la historia, enviando su Espíritu. Esa es la tradición que aparece al final del Evangelio de Lucas y al principio del libro de los Hechos, la que se ha vuelto dominante en la tradición del “credo” de la Iglesia que dice:

Subió a los cielos, está sentado a la Derecha de Dios Padre… 

– Espacio. Hech 2, 33-34, reasumiendo una de las tradiciones más antiguas de la iglesia, dice que «habiendo sido elevado a la derecha de Dios…. «. De esa forma evoca la existencia de un espacio superior, de un campo de ser o realidad más alta donde viene a expandirse y reflejarse el poder de lo divino (=su derecha). En esta línea se añade que Jesús ha sido recibido o acogido en el cielo, lugar de plenitud, espacio de Dios (cf. Hech 3, 21; Ef 6, 9; Col 4, 1; Hebr 8, 1). Podemos preguntar: ¿no habremos separado a Jesús de nuestra tierra, creando de esa forma un tipo de geografía mítica que le acaba desligando de la historia? ¡De ninguna forma!   Estar sentado “en el cielo” significa estar viviendo unos en otros.

– Tiempo. Hebr 1, 3 afirma que después de realizar la purificación de los pecado… se sentó a la Derecha de la Majestad, en las Alturas, vinculando de esa forma espacio superior (cielo geográfico) y tiempo futuro (cielo de culminación histórica). De esa forma se unen, en relación inseparable, el aspecto cósmico e histórico de la salvación, personalizados para siempre en el Jesús pascual, exaltado y ascendido al cielo. El mismo ascenso espacial aparece como plenificación histórica: se ha cumplido el tiempo, Jesús ha perdonado el pecado de los pueblos y ha penetrado por (con) nosotros en la altura de Dios.

Por eso el “Tiempo Futuro” (Cristo está sentado ya) es de un modo radical el “tiempo histórico” del compromiso por los hombres, y en los hombres. El mismo Cristo que, en un sentido, ha culminado su camino es el que sigue caminando con los hombres, sufriendo en ellos, animando en ellos la marcha hacia el Reino de la Pas Completa. En la base este gesto (Ascensión) está por tanto la entrega pascual (Jesús ha cumplido su tareas), el compromiso de sus seguidores (que se unen a Jesús en la entrega por el Reino)… y la esperanza del futuro de la meta la plenitud o salvación para los humanos.

– Compañía. Dios Trinidad Un humano puede sentarse en solitario para descansar, pensar, mandar, encontrándose aislado o teniendo a los demás delante de él, separados de su sede, en actitud de esucha reverente. Pues bien, existe una manera más perfecta de sentarse que se realiza en amistad y celebración y exige compañía. La riqueza y calidad de esa sesión está en el valor personal de los acompañantes. Por eso, nuestro texto añade que Jesús «se sentó a la derecha de Dios Padre». De esa forma se personalizan las cuestiones anteriores de espacio y tiempo: la Ascensión y Sesión de Jesús se convierte en signo de comunicación: es momento de diálogo, tiempo de amor compartido. Jesús y el Padre, sentados y dialogando en el Espíritu, aparecen de esa forma como espacio y tiempo de vida para los humanos, como principio de toda comunión, en el doble plano:

Comunión divina: Jesús y el Padre son principio de toda comunión, son fuente del Espíritu Santo. Por eso, la Ascensión (sesión de Jesús con el Padre) es el principio del que brota el Espíritu, es la fuente de Pentecostés. En algún sentido, ésta es ya la Fiesta de la Trinidad, del Dios cumplido, completo. b. Comunión humana: Jesús lleva consigo a los hombres…, a lo largo del camino de la historia, abriendo un espacio de salvación para ellos. Dios asume nuestro espacio y nuestro tiempo en Cristo, de quien podemos y debemos afirmar que se ha sentado junto al Padre, abriendo para los hombres un camino de reconciliación.

 – Se ha sentado para descansar. La redención se ha cumplido “ya” Es como el hombre o mujer que, a la caída de la tarde, toma asiento ante la casa o en el centro de ella, recibiendo a familiares, amigos y conocidos. De manera semejante se sentó Jesús en el brocal del pozo antiguo de Siquén, al borde de camino fatigoso (cf. Jn 4, 5-6). Ahora lo hace en su sede final, pues el trayecto ha sido duro y su acción arriesgada: está sentado porque ha terminado su tarea y porque quiere mantener, plenificar lo realizado. Hebr 10, 12 añade que perpetúa ante el Padre su gesto de entregar en favor de los humanos, ofreciendo por ello su sangre (es decir, su vida). La redención se ha cumplido, se ha desvelado el misterio. Jesús no es un héroe errante, sin meta. Su vida tiene una meta: La plenitud de los hombres en Dios.

– Se ha sentado para gozar, para que gocemos. Jesús ha ofrecido el mensaje de su felicidad a los humanos y ahora quiere compartir con ellos el reino conseguido, en experiencia de intensa compañía. Desde esa perspectiva es importante señalar que Jesús está sentado y no acostado: vela con los suyos y no duerme; se interesa por los hombres y mujeres de la tierra, no se olvida. No ha pasado por la historia para abandonarla en descampado, sino para gozar con los suyos la alegría de la acción bien hecha, el placer de la existencia compartida. Por eso, la fiesta de la Ascensión es una fiesta de gozo y alegría por la “victoria de Dios”, realizada y cumplida en Cristo. La vida tiene un sentido, estamos ya salvados… como saben los discípulos de Pablo, cuando dicen en las cartas a los colosenses y efesios que ya estamos, de hecho (en el fondo) sentados con Cristo en el cielo, glorificados, en plenitud…

– Se ha sentado para reinar, ha llegado el Reino de Dios. No escapa y se refugia a solas, en gesto de olvido. Por el contrario, Cristo coloca el trono de su gloria en el mismo campo de lucha de la historia, para acompañar a los humanos más amenazados. Allí se sienta con autoridad suprema, no para imponerse con violencia sobre los demás, sino para ayudarles en la marcha de la vida. De esa forma actualiza el reinado de Dios sobre el mundo: se sienta en el trono para acompañar mejor a los humanos, en gesto de paz, superando con su entrega de amor la violencia de la historia. Frente a los príncipes y señores que emplean el poder para imponerse, Jesús reina para ofrecer libertad y alegría a los humanos. Ahora se cumple la verdad del Padre Nuestro: El mismo Dios Padres es el Reino… por eso decimos “venga tu Reino”, que venga Dios… Pues bien, ahora sabemos que el Reino está llegado, el Reino es la presencia y plenitud de Dios, que se manifiesta por Cristo, como futuro de salvación ya presente…. Por eso, creer en la Ascensión significa comprometernos a instaurar el Reino de Dios, la justicia, la fraternidad

– También se ha sentado para juzgar y redimir (Icono Trinitario). El credo actual, manteniendo una división ilustrativa (propia de la teología de Lc-Hech), distingue entre sesión presente (Jesús está elevado a la derecha del Padre) y juicio futuro (ha de venir…). La tradición más antigua ha vinculado ambos gestos: «veréis al Hijo del humano sentado a la derecha de Poder (=Dios) y viniendo en las nubes del cielo» (cf. Mc 14 62 par); el mismo Jesús que está sentado y comparte la gloria de Dios está viniendo para culminar el juicio mesiánico. La misma cátedra de su descanso y gozo, de su reinado y magisterio, aparece así como promesa de juicio salvador: viene Jesús para ofrecer a los humanos el misterio de su gracia transformante. En ese sentido el “juicio” es necesario, es necesario el discernimiento entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia, entre la comunión de vida y la opresión… El Cristo que Reino sigue impulsando a los hombres a vivir en justicia, a liberar y redimir… Así lo mostraba el Icono Trinitario de Santo Tomás in Formis (año 1210), donde el Cristo sentado vincula a blancos y negros, esclavos y libres, para iniciar en la tierra un camino de reconciliación, de liberación.

– Se ha sentado para comer y celebrar (Icono de la Trinidad de Roublev).

Las palabras griegas que la tradición emplea en cada caso son semejantes: kathesthai (sentarse) y anakeisthai, anaklinein (recostarse). Jesús mismo ha destacado la felicidad de aquellos que participarán en el banquete del reino (cf. Lc 14, 15; Mt 8, 11 par): al final de su camino sobre el mundo, él ha querido celebrar con los suyos un banquete, ofreciéndoles su vida en alimento (cf. Lc 22, 14-20 par). Pues bien, esa comida de agradecimiento, esa eucaristía culminadora se vuelve banquete mesiánico (cf. Mt 22, 1-14 par). Se completa así lo que Jesús ha comenzado a realizar en Galilea, como mesías del pan, de la comida mesiánica de las multiplicaciones y la cena (cf. Cap. 1, 1, 4).

Jesús y los suyos, todos los humanos, han sido creados para sentarse y gozar, para comer juntos, compartiendo la existencia. Por eso, la sesión celeste del Señor debe interpretarse como plenitud eucarística, celebración desbordante de la vida. Así lo muestra el Icono de la Trinidad de Roublev, donde Cristo está sentado con el Padre y el Espíritu, ofreciendo su banquete, el banquete de Dios, a todos los hombres.

La sesión del Cristo nos conduce hasta la meta gozosa y misteriosa de la historia, hasta el lugar y tiempo ya cumplido donde el mismo Dios se expresa como banquete de amor para todos. Así se vinculan por siempre los dos signos preferidos de Jesús: banquete y bodas, sentarse en comida nupcial, reclinarse y recostarse, en amor que no se acaba, convirtiendo la vida en transparencia de gracia. Sentarse es ya vivir en plenitud: llegar hasta el lugar donde la fuente de la vida se hace meta de gozo culminado, plaza y avenida gozosa de existencia, en comunión de mesa y lecho, en ciudad de amor transfigurado (cf. Ap 21-22).

A LA DERECHA DEL PADRE. DE ASCENSIÓN A PENTECOSTÉS

Así recibe Jesús en intimidad y apertura universal el poder de lo divino, compartiendo su reino de gracia, fundando un tiempo de entrega y plenitud para los humanos. En esta perspectiva pueden y deben vincularse dos experiencias:

– En el tiempo de su vida, Jesús se sentó con los pobres del camino, ofreciéndoles palabra y asistencia. Vivió para los otros (pro-existencia), convirtió su vida en alimento y comunión de todos los humanos.

– Culminada su historia, Jesús se sienta con el Padre, ofreciendo a todos la intimidad de su diálogo con Dios, en felicidad compartida. No abandona a los humanos, sino que los eleva a la derecha de su Padre. Historia final, plenitud de Dios:

Una morada para todos Así pasamos del camino de la historia mesiánica (Jesús sentado con los pobres) a su plenitud de reino (les ofrece el misterio trinitario). Ha culminado la historia pascual, el despliegue intradivino: el Padre ha engendrado a Jesús y Jesús le ha entregado (devuelto) su vida, en comunión ya realizada. Pues bien, en el camino de esa entrega mutua que es la comunión eterna venimos a sentarnos los humanos. No nos abandona Jesús, sino todo al contrario: ha subido al trono para ofrecernos un espacio de vida a su lado.

Al sentarse con el Padre, Jesús, Hijo de Dios, ensancha el trono y lo convierte en ámbito de encuentro y plenitud para todos los humanos. Por eso, el Evangelio de Juan puede decir que Jesús ha subido al cielo para “ofrecer” la morada de Dios a los hombres, para que haya lugar para todos, en el espacio y tiempo de Dios. De esa forma, su historia mesiánica aparece como historia trinitaria: por medio de él llegamos al espacio/tiempo original de Dios, al amor ya realizado donde nosotros, los humanos, alcanzamos plenitud por siempre.

Envío del Espíritu, para que todos tengan una morada, un espacio de vida En un sentido, la historia humana tiene su propio espacio y tiempo. Pero, penetrando en su más honda dimensión, ella se arraiga en el misterio de la mutua entrega del Padre y de su Hijo Jesucristo en el Espíritu, volviéndose historia trinitaria. Así podemos afirmar que el Cristo sentado realiza una acción y dos acciones (si se permite utilizar un lenguaje tradicional): – Realiza una sola acción “divina”: Su vida culmina en Dios: ha recibido el “encargo” de Dios, se ha entregado en favor de los humanos. Por eso, culminado su camino, en plenitud de amor, él se sienta a la diestra de Dios Padre, en el Espíritu Santo. – Realiza una acción “humana”: Sigue ofreciendo a los hombres un camino y tarea de Reino, sigue encarnado en ellos, en los pobres y perdidos de la tierra, ofreciendo a todos su Espíritu de Vida (el Espíritu de Dios), como fuente de liberación. 

‒ Reino/cielo es la herencia de la vida, como dice Jesús “Venid benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde el origen del mundo” (Mt 25, 34). Ciertamente, se manifiesta y despliega plenamente en el final, pero está al principio de las obras de Dios, como expresión suprema de su amor, siendo así Todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28). Dios estará en el mundo, pero sin convertirse en puro mundo (eterno retorno cósmico…), pues seguirá siendo trascendente, compartiendo su divinidad con los hombres, cuando Cristo realice totalmente su tarea redentora y venza (supere y destruya) todos los poderes de opresión del mundo[3].

‒ Cielo es el banquete que Dios ha preparado para aquellos que le aman, amándose entre sí (cf. Is 25, 6). Frente a la “comida vetada” del conocimiento egoísta y posesivo del árbol del bien y del mal, que destruye a los hombres, se eleva como cielo la “comida compartida” a la que Jesús ha invitado y sigue invitando a todos. Esta comida de cielo es en un sentido eucaristía (recuerdo y presencia de Jesús), y en otro (en la misma línea) es solidaridad de todos los hombres y mujeres, en la línea de las multiplicaciones y la mesa común (cf. Gal 1‒2). Cielo es comer, alimentarse de vida, vivir en gozo. Sin ese signo de comida, de Palabra hecha Pan en la historia de los hombres, el Reino de Dios pierde su sentido y se convierte en evasión espiritualista.

‒ Cielo son las bodas de Dios con los hombres, como anuncia Oseas y como ratifican las parábolas de Jesús (cf. Mt 22, 1-10) y culmina el Apocalipsis (cf. Ap 21-22). Las bodas de este mundo, cerradas en sí, acaban y fracasan porque falta vino y el amor se quiebra (cf. Jn 2, 1-11). Pero las de Dios en Jesús son perdurables, pues él mismo ha venido a mostrarse y actuar como novio de los hombres (cf. Mc 2, 19). Ésta es la imagen que, partiendo del Cantar de los Cantares y de Ap 21-22, han desarrollado místicos, como Juan de la Cruz cuando en su Cántico Espiritual describe y expone los ritmos y momentos de la boda de Dios con los hombres.

‒ Reino es la expansión del amor de Dios, ser “hijos suyos”, el pleno conocimiento en Dios‒ Espíritu Santo, allí donde superando un tipo de deseo de “conocimiento posesivo del bien y del mal” nos abrimos al “conocimiento pleno de la gracia”, cara a cara, como sabe y dice 1 Cor 13, 12. En ese sentido, en la línea de Jn 17, la teología posterior identifica el Reino con la Trinidad, con la vida interna de Dios, entendida como amor mutuo del Padre y del Hijo en el Espíritu[4].  

  Una guía cristiana del tiempo. El cristianismo no ha sido en su principio, ni es hoy (ni en el futuro), un platonismo para el pueblo, como afirmaba F. Nietzsche (Prólogo a Más allá del bien y del mal, 1886), sino una experiencia y compromiso mesiánico abierto, de palabra y obra, en intimidad, a cada hombre, y, en apertura, a todos los hombres y naciones. No es un platonismo, pues no saca al hombre de la historia, para liberarle de un modo ideal en lo eterno. Pero tampoco es una confesión del eterno retorno del poder en la historia, como quería Nietzsche, sino un don de gracia, un compromiso de libertad y un futuro salvador por (y en) la historia abierta a Dios.

La Biblia nos sitúa más bien en la tarea de la creación, que se abre (como historia, no por encima o fuera de ella) hacia la culminación de la misma historia, entendida como despliegue de Dios en la vida de los hombres. El creyente sabe que el «justo» vivirá tras (o o por la muerte), no porque tenga un alma inmortal, sino por gracia y vida que recibe por Jesús, pues ha empezado a resucitar con él, en el tiempo, abriendo un camino de experiencia y vida transformada por medio de la Iglesia, entendida en forma de comunión de resucitados. Al afirmar que los hombres resucitan «como historia» (en su presente y en su culminación), el NT ha puesto todo el peso de su argumento en la fidelidad a la misma historia.

 – El hombre bíblico no es inmortal por esencia. Por eso, la vida en el tiempo no es un «paso pasajero», un «tiempo menor», que debe superarse alcanzando la liberación definitiva (saliendo de la historia). En esa línea, la muerte no puede tomarse como liberación del alma inmortal, que sale del tiempo sino que ella (la muerte) pone de relieve la realidad histórica, es decir, la importancia del tiempo de los hombres, que, por una parte, terminan su camino… y por otra parte pueden regalar y regalan la vida poniéndola en manos del despliegue de Dios en la historia, para bien de otros hombres.

– Los hombres no tienen esencia doble (alma y cuerpo), de manera que el alma puede sufrir mientras está vinculada a la materia (cuerpo), pero se libera de ella por la muerte, sino todo lo contrario: Alma‒cuerpo forman unidad, tanto en la vida como en la muerte. Pero en otra línea, conforme a la tradición de Pablo podemos hablar de un hombre carnal y otro espiritual. Es carnal el hombre que vive sometido a su egoísmo y violencia, queriendo ganar su propia vida a través de la injusticia, dominando sobre los demás (esto es, comiendo el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal). Por el contrario, es espiritual aquel que recibe su vida como gracia, y gratuitamente la realiza al servicio de los demás. Viviendo en un nivel de «carne», el hombre puede morir y destruirse para siempre, sin resurrección personal. Pero viviendo en un nivel de «espíritu» (impulsado por la gracia de Dios), el hombre puede «resucitar» de un modo personal, con los demás vivientes, en la culminación de la historia.

 Esta resurrección no es una experiencia meramente interna, sino que tiene un alcance histórico y social, e incluso cósmico (de cuidado de la tierra); no es un acontecimiento separado, sino una recreación social y total de la misma vida. Por eso, ella debe expresarse y culminar en la resurrección final de todos los muertos (como fin de la misma historia). A través de la muerte, los creyentes no dejan el tiempo, para introducirse en la eternidad divina, sino que se abren en (por) la muerte en Cristo a la plenitud final del tiempo, de forma que Dios será al fin lo que ha sido siempre: Todo en todos

Bibliografía   Dupont, J., Assis à la Droite de Dieu, en E. Dahnis (Ed.), Resurrexit, Ed. Vaticana, Roma 1974; Gourgues, M., A la Droite de Dieu. Résurrecction de Jésus et Actualization du Psaume 110, 1 dans le NT, Gabalda, Paris 1978; Larrañaga, V., L’Ascension de Notre-Seigneur dans le NT, Inst. Bib. Roma 1938;

Lohfink, G., Die Himmelfahrt Jesu, Kösel, München 1971; Pikaza, X., Evangelio de Marcos, Verbo Divino, Estella 2012 (comentario a Mc 16, 9-20, final canónico). Swete, H. B., The Ascended Christ. A Study in the Earliest Christian Teaching, Macmillan, London 1910; Tourón del P., E., Comer con Jesus. Su significación escatológica y eucarística I-II: RET 55 (1995) 285-329; 429-486; Id., El logion escatológico. Mc 14, 25 par, en Hom. E. Vilanova, Fac. Teología, Barcelona 1997; Wilckens, U., Die Missionsreden der Apostelgeschichte, Neukirchener V., Neukirchen 1963.

[1] He presentado algunas visiones bíblicas y para‒bíblicas del cielo‒paraíso en Diccionario de la Biblia,  Verbo Divino, Estella 2015, 2017‒18 y en Diccionario de las tres religiones,  Verbo Divino, Estella 2009, 820‒825

[2] He presentado el tema en Antropología Bíblica, Sígueme, Salamanca 11996, 131‒182; Dios judío, Dios cristiano,  Verbo Divino, Estella 1996 259‒278

[3] Cristo, Hijo de Dios, será Reino o Cielo, sin guerra ni opresión, sino al contrario, en donación de amor hasta la muerte. De esa forma culmina y se cumple la “historia del pueblo de Dios”, tal como he venido desarrollándola a lo largo de este libro. Todo será nuevo (Ap 21, 5), siendo sin embargo lo más antiguo, desde el principio de la creación de Dios

Curso de Mateo (3).

Un programa de paz. Las bienaventuranzas

Hemos identificado a veces evangelio con ley, santidad con sacralidad antimundana, fidelidad a Dios con represión del gozo. Pues bien, en contra de eso, las bienaventuranzas son un programa de dicha política y social, capaz de vincular en camino de paz a todos los hombres

Por| X. Pikaza

El evangelio de Mateo ha reinterpretado las tres primeras bienaventuranzas de Lucas (Lc 6, 20.21), desde la perspectiva de su propia iglesia (hacia el 80 d. C.), presentándolas como un programa de pacificación cristiana. Ciertamente, son palabras de anuncio gozoso de Reino, pero, al mismo tiempo, ellas ofrecen el más hondo programa de pacificación social del cristianismo. La Iglesia posterior ha pactado con muchos poderes políticos y sociales, defendiendo incluso la “guerra justa”. Para el Jesús de Mateo no hay guerras justas, ni pactos militares capaces de crear la paz. Su propuesta de paz es más honda, más actual que todas las propuestas posteriores de los documentos de la Iglesia.

Presentación.

Suponemos conocidas las tres primeras bienaventuranzas de Lc 6, 20-21 (bienaventurados los pobres, los hambrientos, los que lloran…). Mateo parte probablemente de ellas, pero aumenta su número hasta siete, presentándolas así como un programa de vida y de pacificación cristiana. Prescindimos aquí de la 8ª (la 4ª de Lucas), que trata de la persecución, para analizar las siete anteriores, como propuesta básica de paz de la Iglesia. En esa línea las presentamos, de un modo unitario, como siete peldaños de una gran Escala de Paz, como la Via Pacis del Evangelio.

El mismo orden de las bienaventuranzas va marcando su avance y sentido, desde la primera (los pobres) hasta la última (los pacificadores). No es posible ser pacificador, crear la paz, a no ser recorriendo ese camino de pobreza, mansedumbre, capacidad de sufrimiento etc. Así lo iremos viendo, mientras vamos trazando un recorrido de paz para la Iglesia, para el conjunto de la humanidad.

Las siete bienaventuranzas: Mt 5, 3-9

(1)Bienaventurados los pobres de Espíritu. Sólo se puede hablar de paz donde se empieza poniendo en el centro a los pobres. Mt 5, 3 ha dicho pobres de espíritu donde Lc 6, 20 decía simplemente pobres. Con eso, Mateo no ha negado la bienaventuranza de la pobreza material, pues él sigue hablando en su evangelio de pobres, vencidos y pequeños (cf. Mt 18, 1-14), pero ha querido referirse en especial a los cristianos. En ese sentido, habla de los pobres de espíritu, esto es, de aquellos que no se limitan simplemente a sufrir una suerte que les viene marcada de fuera (porque han sido derrotados por otros, vencidos por la vida), sino que habla de aquellos que, pudiendo vivir de otra manera, asumen voluntariamente un camino de pobreza, por solidaridad y, sobre todo, por servicio a los demás, como Jesús, que, pudiendo haberse puesto al lado de los vencedores, se unió a los pobres, iniciando con ellos un camino de salvación (cf. 2 Cor 8, 9; Flp 2, 6-11).

 Así aparece como el siervo que no grita, no se ensalza, no esclaviza (cf. Mt 12, 15–21), iniciando un camino de solidaridad humana desde la pobreza. Quien quiera vivir como rico no puede hacer la paz. Donde se busca dinero se logran otras cosas, no se puede hablar de paz.

(2) Bienaventurados los que sufren. Sólo aquellos que sufren y saben sufrir pueden ser constructores de paz. Lucas hablaba de aquellos que lloran (hoi klaiontes), destacando quizá el llanto físico, aceptado o no (en la línea de la pobreza material). Mateo, en cambio, dice hoi penthountes, término que parece referirse más en concreto a los que “saben” sufrir, es decir, a los que aceptan el dolor, más aún, a quienes lo comparten con otros y así lo convierten en fuente de vida fecunda. Ciertamente, podemos decir con el texto de Lucas, que son bienaventurados todos los que lloran, por la razón que fuere, sin distinguir la forma en que asumen o no su sufrimiento.

Mateo en cambio parece haber puesto de relieve el valor de maduración e incluso de “revolución radical” del sufrimiento. Sólo aquellos que, quizá con miedo, saben aceptar el sufrimiento pueden ayudar a los demás, abriendo con ellos y para ellos un camino de vida. Quien no sabe sufrir terminará siendo un dictador. Quien hace sufrir a los demás (por hambre o terror, por guerra o dictadura) no podrá ser hombre de paz. Sólo aquellos que se ponen en el lugar de los que sufren y sufren con ellos pueden iniciar el camino de paz del evangelio.

(3) Bienaventurados los mansos… (Mt 5, 5). Ésta es una bienaventuranza nueva, que Mateo o su iglesia han creado, siguiendo el testimonio de Jesús, que ha sido pobre y pequeño (sin poder económico o social), pero que ha sabido elevar y enriquecer a los pequeños, convirtiendo su pobreza en fuente de gracia y de vida para muchos. Mansos son los que actúan sin imponerse, los que ayudan a los demás desde su pobreza. Así ha dicho Jesús: «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumamos, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde…» (Mt 11, 28-29). Siendo pobre (manso, no violento), Jesús puede ayudar a los pobres. Pues bien, esa bienaventuranza (tomada del Salmo 37, 11, expresa una experiencia radical, de tipo político: “los manos heredarán la tierra”, no al modo actual (por posesión violenta), sino al modo de Dios: “por herencia de gracia”. Esta palabra (los mansos heredarán la tierra) proclama una utopía de pacificación “política”, que invierte todos los principios y táctica de guerra. Sólo los mansos, los que renuncian a toda imposición militar para “conquistar la tierra” podrán poseerla de verdad, pues tierra no se conquista por guerra, sino que se “hereda”: la recibimos de aquellos que nos han precedido y queremos ofrecerla como regalo a quienes nos sigan. La tierra que se conquista y somete por la fuerza se vuelve un infierne de guerras; cuanto más la dominemos más la destruiremos. Sólo los mansos podrán heredar y disfrutar la tierra en paz; los otros, los violentos, la destruyen y se destruyen entre sí.

(4) Hambrientos de justicia. En vez de hambrientos sin más (como Lc 6, 21), Mt 5, 6 dice hambrientos y sedientos de justicia. Ciertamente, son bienaventurados los carentes de comida, como supone Mt 25, 31-46 (pues el mismo Jesús habita y sufre en ellos), pero Mateo sabe también, como indica ese pasaje, que hay hambrientos mesiánicos, que entregan la vida por los otros, dando de comer a los necesitados, buscando así la justicia de Dios que es la liberación de los oprimidos (Antiguo Testamento) y la justificación y perdón de los pecadores (San Pablo). Esta bienaventuranza habla de los hambrientos creativos, de aquellos que habiendo descubierto la presencia de Dios en los necesitados se empeñan en ponerse al servicio de ellos. Éstos son los verdaderos “justos”, los portadores de justicia (cf. Mt 25, 37). Es evidente que entre ellos se sitúa Jesús, Mesías de la justicia del reino (cf. Mt 6, 33). En este contexto se entiende su palabra: “no sólo de pan vive el hombre” (cf. Mt 4, 4)… No hay sólo “hambre de pan”, sino también de “justicia”. Sólo a través de esta justicia, que es la liberación de los pobres, se puede hacer la paz.

(5) Bienaventurados los misericordiosos (Mt 5, 7). Ellos aparecen vinculados al Dios de Israel a quien la Escritura presenta como «clemente y misericordioso, lento a la ira…» (Ex 34, 6-7). La fe en el Dios misericordioso y clemente ha definido y marcado la historia de Israel, viniendo a culminar, según el evangelio, en Jesús de Nazaret, a quien Mateo ha definido, de un modo muy intenso, como el Mesías misericordioso, Hijo de David que tiene piedad de los perdidos y excluidos de la tierra (cf. Mt 9, 27; 25, 22; 20, 30-31).

Desde ese fondo se entiende su novedad mesiánica, conforme a las palabras centrales de Oseas: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9, 13; 12,17; cf. Os 6, 6). Eso significa que la “religión” (sacrificio) de Jesús es la misericordia. Éste es el sacrificio que Jesús pide a los suyos: que sean misericordiosos, que sean capaces de compartir la vida con los otros, creando así la paz. Desde ese fondo, la religión de Jesús se hace política y la política se hace “misericordia”, dirigida por la ternura de corazón, por el amor gratuito, y no por la dureza de la ley implacable o la venganza. Ésta es la dicha más honda de Jesús, su felicidad mesiánica: compartir desde el corazón la suerte de los pobres, ayudar a los necesitados. Ésta es la nota fundante del evangelio, el principio de la política cristiana: la misericordia que hace felices a los hombres y que crea la paz. Aplicando las palabras de Mt 7, 1, se podría decir: “sembrad misericordia y la misericordia llenará vuestra vida…”.

(6) Limpios de corazón (Mt 5, 8). Un judaísmo bastante extendido en tiempos de Jesús tenía miedo de aquello que mancha al hombre y puede separarle de la santidad de Dios. A su juicio, la limpieza básica se logra través de la ley: es pureza de manos que se lavan de acuerdo con el rito, de observancias que se cumplen realizando lo mandado, en vestidos y comidas etc. Es religión de normas exteriores (de prestigios nacionales o sociales, de insignias, de banderas…).

Pues bien, en contra de esa pureza de ley, puesta al servicio de los fuertes (piadosos y cumplidores), Jesús ha destacado la pureza del corazón, abierta en forma solidaria a todos los hombres, especialmente a los expulsados del sistema. El mensaje de Jesús, tal como lo viven los cristianos de la Iglesia de Mateo, exige que superemos un sistema de purezas que se centran en las manchas de la piel o en la forma de cumplir el sábado (cf. Mc 1, 4-0-45; 2, 23-3, 6), tabúes de sangre y sexo (cf. Mc 5), de pureza externa y comidas (cf. Mc 7). Jesús quiso ofrecer a sus amigos y seguidores un programa distinto: la pureza del corazón misericordioso que se abre a los necesitados, por encima de toda ley o patria particular (de tipo político o religioso). Así podemos decir que la patria de Jesús (su nación política, su iglesia) es la misericordia universal, desde los más pobres.

Sólo así, desde el corazón, se puede iniciar un camino de paz, pues los limpios de corazón no sólo “verán a Dios” (en el futuro), sino que pueden ver ya a los demás (incluso a los enemigos) con los ojos de Dios. El limpio de corazón no hará nunca la guerra, pues no verá jamás a los enemigos como enemigos, sino como personas.

(7) Hacedores de paz (Mt 5, 9). Otros tipos de judaísmo podían tener sus propios bienaventurados: los guerreros de Dios que conquistan el reino (celotas), los buenos sacerdotes con su ritual de sacrificios, los cumplidores de la ley… (en línea farisea). Pues bien, para Jesús, judío mesiánico, la bienaventuranza verdadera culmina allí donde los hombres son capaces de “hacer” (poiein) la paz del Reino, regalando generosamente la vida a los demás. De los pobres de la primera a los pacificadores de la séptima bienaventuranza discurre así un camino recto: la Via Pacis, el camino triunfal de la paz, que se opone no sólo a otras formas de judaísmo, sino al ideal de victoria del imperio romano. Aquí culmina el mensaje de Jesús, aquí se condensa su proyecto mesiánico, centrado en el surgimiento de unos hombres y mujeres que sean hacedores de paz (eirenopoioi.

Conclusión.

Estos hacedores de paz sólo pueden aparecer claramente al final del despliegue de las bienaventuranzas que empieza con los pobres y continúa con los sufridos y los mansos etc. Estos pacificadores de Jesús siguen siendo, según eso, los pobres y excluidos que renuncian con un gesto de paz a la violencia del ambiente. En contra de la política oficial de Roma y de los reyes herodianos, la paz no es obra de los emperadores y monarcas que instauran su dominio por la fuerza, como Augusto, que edificó en el centro de Roma su Ara Pacis (Altar de la Paz), para expresar su soberanía (y soberbia) mundial. A los ojos del Cristo de Mateo, los portadores de la paz de Augusto, simbolizado en su Altar central de Romo, serían unos engañados e impositores.

La verdadera paz viene de abajo, desde el perdón de los más pobres, a través de aquellos que van suscitando comunidades de personas que se aman y se abren en misericordia activa hacia todo el mundo. En ese sentido, la tradición cristiana dirá que el pacificador por excelencia ha sido Cristo (él es nuestra paz: Ef 2, 14-15), pues ha querido reunir con su gesto de entrega no violena todos los hombres. Ésta es la paz que no se logra con poder y dinero (desde arriba), sino a partir de los pobres y de aquellos que sufren, abriendo un camino de concordia gratuita y amorosa por donde pueden caminar todos los hombres.

Éste es el proyecto y propuesta de las bienaventuranzas, que ha empezado en los pobres para culminar aquí, en una paz que aparece, como ya hemos indicado, en forma de espada mesiánica, en la línea de Mc 13, 12-13: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra. No he venido para traer paz, sino espada. Porque yo he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra” (Mt 10, 34-35). La paz de Jesús rompe las vinculaciones impositivas (de tipo familiar o social) de los privilegiados del sistema para abrirse a todos los hombres y mujeres, desde los más pobres, reuniéndolos en la gran familia de los hijos de Dios.

La Iglesia de Mateo ha proclamado así la paz familiar y social de Jesús. Siglos de espiritualismo sacral e idealista nos han impedido abrir los ojos y entender el evangelio como programa de gozo salvador y libertad dichosa, como movimiento de paz que se expresa y expande en un plano social y político. 

Curso de Mateo (2)

“Religión” que no jura ni juzga

    Sigo  el curso de ayer (Uniminuto, Bogota), explorando el camino del evangelio, más allá de dos elementos importantes de la religión que han sido juramento y juicio.

La religión dice “jurad bien, por el honor de Dios (Dt 5,11; Éx 20,7); el Jesús de Mateo dice “no juréis”, no quiere religión (el honor de Dios no es jurar).

La justicia dice “juzgad bien” (también lo necesario) por el bien/honor de la sociedad; pero Mateo va más allá y dice “no juzguéis”, pues Dios es vida creadora, no juicio)

Por| X.Pikaza

¿Qué puede aportar, que puede hacer una religión que no jura ni juzga. Ofrecer Responder bien a Dios testimonio y abrir un camino de humanidad en esperanza gratuita de vida.

NO JURAR. ÉSA ES LA PALABRA DE LA IGLESIA

Entre las palabras históricamente más fiables de Jesús se encuentra aquella que dice: «Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás sino que cumplirás tus juramentos”. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno” (Mt 5, 33; Lev 19, 12.). Esta prohibición va en contra de un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que no solamente se atreve a jurar, sino que manda que se “jure” (poniendo a Dios como testigo) en discusiones y asuntos importantes, como si él debiera ser que ser garante legal de las afirmaciones humanas.

 La Escritura israelita condena los juramentos que toma el nombre de Dios en vano con mentira (Ex 20, 7; Dt 5, 11), pero permite y quiere que ratifiquemos nuestras promesas o palabras con juramentos, haciendo así que Dios sea garante de verdad de nuestras verdades, para fundar y ratificar nuestras pretendidas verdades (cf. Num 30, 2; Dt 23, 31). De esa manera utilizamos a Dios y le ponemos a nuestro servicio. Pues bien, en contra de eso, volviendo al origen de la experiencia sagrada, Jesús pide a los hombres que no juren ante/por Dios, porque Dios es principio de amor y es trascendente (no le podemos manejar) y, sobre todo, porque la verdad vale en sí misma, sin que debamos fundarla en un tipo de superestructura sagrada.

Dios no necesita juramento humano para actuar como divino y los hombres no necesitan apelar al castigo de Dios para decir la verdad, sino que han decirla apelando a su propia honestidad humana: que tu palabra sea sí (sí es sí) o no (no es no, cf. Mt 5, 37; Sant 5, 12), sin tener que apelar a un Dios externo o a posibles castigos divinos o humanos en caso de no cumplir lo jurado o prometido:

Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás”, sino que cumplirás ante el Señor (apodôseis: le devolverás) tus juramentos. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno (Mt 5, 33; cf. 5, 15).

 Esta formulación va en contra de un rasgo importante de la antigua ley israelita y, en general, de toda religión que se atreve a jurar, apelando a Dios para resolver las discusiones humanas. Jesús no quiere que se jure, porque Dios es principio de amor y es trascendente (no se le puede manejar en modo alguno) y, sobre todo, porque la verdad vale en sí misma, sin que debamos fundarla en alguna superestructura sagrada.

Dios se define, según eso, como principio de verdad y transparencia gratuita,, no sólo en un plano interior (cada uno en sí mismo es verdad de Dios), sino en la comunicación entre todos, judíos o no judíos, varones o mujeres, siervos o libres. Dios concede a cada hombre o mujer la garantía de su verdad, de manera que varones y mujeres sean (seamos) portadores de su palabra, no simples buscadores de una verdad que se nos escapa siempre.

Dios está presente en la misma verdad del hombre, esto es, en su misma vida de manera que la palabra de Dios (cf. Jn 1, 14) se hace verdad en la vida de los hombres, en lo que son y lo que dicen, en las relaciones humanas, en sí mismas, sin apelar a una sacralidad distinta de la misma vida. Dios no necesita juramentos para actuar como divino, ni el hombre necesita superestructuras sagradas para ser humano (plenamente divino), juramentos para decir la verdad (sí síy no no: Mt 5, 37).

La novedad de la iglesia de Jesús es su visión de Dios como verdad simple y directa, un Dios sin Diablo (no de bien-mal, como en un tipo de apocalíptica), siempre oculto (no podemos apelar a él para justificarnos), siempre cercano, al servicio de la vida, un Dios a quien todos podrán invocar y acoger como Abba, Padre, fundamento y esencia originaria de su vida, más allá de todo juicio, en amor creador hacia los mismos que, de un modo cerrado llamamos enemigos suyos Dios, enemigos de los hombres.

              Cuando escuchemos la palabra “amarás a tu enemigo” sabremos que ella nos habla del Dios que ama a los que, en un sentido estrecho, pudieran tomarse como enemigos suyos, porque el evangelio o buena nueva del amor y perdón inter-humano está fundado en el amor y perdón original de Dios, como empezaremos destacando a partir de esta audaz y sorprendente palabra de evangelio que dice “no juréis”: No apeléis a Dios para declarar o imponer vuestra razón o autoridad sobre nadie.

Dijo Jesús dijo “no juréis” (Mt 5, 34), queriendo que dijéramos sólo “si-si, no-no”, porque ése es el lenguaje de Dios, en contra de un estilo de juramentos, que aparece con frecuencia en ciertos pasajes de la tradición judía: habéis oído que se ha dicho, yo en cambio os digo… De un modo normal, el Catecismo de la Iglesia 1992, siente la dificultad que entraña esta palabra de Jesús:

Jesús dijo en el Sermón de la Montaña: Habéis oído que se dijo a los antepasados “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pero yo os digo que “no juréis en modo alguno. (Mt 5, 33-34.37; cf. St 5, 12)… Siguiendo a san Pablo (cf. 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal) (CEC 2153, 2154).

Estas palabras recogen una tradición de iglesia que ha jurado y ha exigido que se jure (en una línea de AT), apelando para ello a Pablo de una forma discutible.  En este campo pienso que sería mejor volver a Jesús que decía a sus amigos que no juren, que no apelen sacralmente a Dios para defender su pretendida verdad, pues la palabra de los hombres ha de ser expresión de la de Dios (Jn 1, 14).

 Conforme a esa  tradición de iglesia, los cristianos han debido jurar con cierta frecuencia al asumir ciertos cargos de responsabilidad. Pero es mejor volver al evangelio, que vincula los juramentos con Diablo: “Pero yo os digo que no juréis en absoluto A vosotros os basta decir si o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno (Poneros, Mt 5, 33-37).

Al final de su oración (Padre-Nuestro), Jesús dice “no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del Maligno/Poneros” (= líbranos de juramentos Mt 6, 13)[1]. El Maligno, Tentador (Diablo), se identifica aquí con la sospecha, es decir, con la falta de confianza. Diablo es aquel que duda de los otros, pensando que engañan, obligándoles a jurar bajo castigo (¡me Dios me condene si…). El Dios de la Escritura, desde Ex 34 hasta el evangelio, es Dios de alianza, misericordia y verdad que confía en los hombres, dialogando con ellos. Todo lo que va más allá del sí o no se pone en la línea del diablo-tentador, del pecado (Gen 2-3) que es la sospecha, falta de confianza.

El juramento puede convertirse en medio “control” religioso: Invocar a Dios como testigo de una verdad de la que sospechamos, hacer que alguien apele al castigo de Dios para ratificar su verdad… Quien obliga a los demás a jurar sospecha de ellos, tiene miedo de que mientan; el que jura en esas circunstancias tiene miedo del castigo de Dios si no cumple lo jurado. Éste no es Dios de evangelio, sino de imposiciones. Por eso, cuando Jesús añade “pero yo os digo” está condenando, al menos implícitamente, todo juramento como acto diabólico.

Jesús nos pone ante dos planos o niveles: (a) La ley, en cuanto tal, permite e incluso manda jurar en ciertos casos, siempre en verdad, evitando el perjurio. (b) Por encima de la ley, el evangelio prohíbe (rechaza) como diabólico (del poneros) todo juramento, porque dice que todo lo que va más allá del simple y transparente y o no viene del diablo (Poneros), es satánico. Según eso, aquellos que imponen juramentos sobre otros se aprovechan de Dios del miedo (del Diablo) para tener sometidos a los hombres, convirtiendo el evangelio (buena nueva Dios, fuente de amor) en mala-nueva de maligno.

No hay en esa línea juramentos buenos y malos; en principio, todos son malos,  contrarios a la gracia y libertad de Dios, que no quiere juramentos o imposiciones, pues toda imposición es en el fondo diabólica. Ni Jesús ni Pablo han querido apoyar su evangelio en juramentos, ni siquiera en el caso de que parezcan buenos. Ni uno ni otro quieren que manejemos a Dios, sino que le amemos de un modo gratuito y que seamos verdad (que digamos la verdad por sí misma)[2].

Esta palabra “no juzguéis” es de las más fiables de Jesús, palabra radical, que sólo puede formularse superando un tipo de interpretación de la ley, para expresar así la novedad del Dios que es gracia, perdón y amor a la vida, desde los expulsados y condenados de la tierra, en la línea de Ex 34, 5-8. Al decir a sus amigos, especialmente a los marginados que no juren (que no utilicen un lenguaje imprecatorio), Jesús les dice que no se dejen vencer por imposiciones, que no se dejen engañar por una superestructura de dominación al servicio de intereses y pactos de poder, pues la alianza y vida verdadera de los hombres y mujeres es la misma palabra que les define y vincula en comunión, sin necesidad imposiciones superiores. Jesús dice a los pobres y oprimidos que “no juren”, que no se sometan a un Dios que les limite, que vivan en libertad, porque Dios es principio de amor en comunión entre todos los hombres

            Jesús libera así a sus amigos de una religión externa, a la que se hallaban sometidos, desde tiempos antiguos, para así sean ellos mismos, para que escuchen (se escuchen) y se amen, dándose vida unos a otros, porque la vida en comunión es la presencia de Dios, la verdadera palabra. No hace falta ir al templo a jurar fidelidad a un Dios distinto, proclamando según ley la propia inocencia, como suponen y exigen algunos salmos que parecen muy piadosos, a veces los más bellos, que son cantos de sometimiento al Dios del templo, aunque en el mismo salterio, hay otros muchos himnos y cantos de pura y simple libertad, en amor enamorado, salmos que no imponen ni exigen nada, sino que cantan ante Dios el gozo de la vida[3].       

NO JUZGUÉIS. JUSTICIA, MÁS ALLÁ DE LA LEY (MT 7, 1-4)

 Una iglesia anterior, que culminaba en Juan Bautista, y cierta Iglesia posterior, ha insistido en un Dios que juzga, e incluso lo hace con “irá” (orgê: Mt 3, 7). Pero Jesús se ha opuesto a ello, pidiendo a los hombres que no juzguen, para no caer en una dinámica de lucha que terminan destruyendo la comunicación y vida humana (cf. Lc 6, 37-38 cf. Mt 5, 38, 7, 1-28.

Normalmente pensamos que la convivencia es imposible sin leyes y sanciones ratificadas por ley, como supone una lectura superficial del Pentateuco[4]. Pero Jesús dice “no juzguéis”:

— Esta palabra define el mensaje de Jesús y de su iglesia. No traza objetivos ni casos concretos de superación del juicio; promulga un principio superior de vida y comunión, entendida en forma no sagrada (sin apela a Dios como garante externo). Parte de la iglesia posterior no ha tomado en sentido radical este principio: Ha multiplicado juicios y condenas para mantenerse verdad.

— Esta palabra (con la anterior, no juréis) nos llevan más allá de las divisiones y juicios eclesiales, en una línea que ha sido retomada en otro nivel por la cábala judía, que llama a Dios “en sof”, aquel a quien no puede definirse (sus “sefirots” son predicamentos” o juicios humanos, no llegan a la entraña de Dios). Solo un hombre como Jesús, con clara conciencia de Reino, asumiendo y desbordando la herencia israelita, en clave de gracia y no de ley, ha podido formular ésta palabra, como norma básica de vida de vida de los hombres en Dios.

             Sigue habiendo un plano de acción judicial, al servicio del orden o equilibrio de la comunidad. Pero debe abrirse hacia un nivel supra-judicial, propio de Dios

No juzguéis y no seréis juzgados: Lc 6, 37-38; Mt 7,1-2. La comunión de Jesús se destruye allí donde unos juzgan a otros, o donde la estructura de conjunto juzga y somete a todos. El juicio pertenece al orden racional de una vida que se construye y define a sí misma, pero Dios se sitúa en un plano de gratuidad superior, más allá de razones y juicios humanos:

Lucas: No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. 38 Dad y se os dará, una medida buena, apretada, remecida, rebosando.

Mateo: No juzguéis, para que no seáis juzgados, 2 porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos.

Lucas introduce la exigencia de no juzgar al fin del sermón de la llanura (6, 16-49), tras las bien y mal-aventuranzas (6, 20-26) y el amor al enemigo (6, 27-36). Mateo la sitúa hacia el final del sermón de la montaña, sin incluir las aplicaciones de Lc 6, 37b-38 (no condenar, perdonar, dar), ni las parábolas de la «razón teológica» (del ciego y del discípulo: Lc 6, 39-40), formuladas posiblemente por el redactor del evangelio para interpretar el motivo del no juicio de su iglesia[5].

La palabra base de Mt 7, 1 y Lc 6, 37a (no juzguéis, para no ser [y no seréis] juzgados) es una sentencia apodíctica o axioma, que define a Dios y modela el sentido de la iglesia como experiencia de gratuidad originaria. No es sentencia de ley, sino supra-ley, voz que nos llega de Dios), viniendo, al mismo tiempo, de la profundidad del ser humano arraigado en con Dios. Cuatro son, a mi entender, sus notas principales[6]:

– Ésta es una afirmación universaly ha de entenderse desde la gracia de Dios y la invitación de amar al enemigo. Más allá de la ley, allí donde se descubre inmerso en Dios-Gracia, el hombre puede actuar igual que Dios, en gracia, sin exigir ni pedir nada.

– Se sitúa en la línea del decálogo (Ex 20), pero, sobre todo, en la línea del primer mandato de Gen 2, 7:No comerás…; no te apoderes para ti de nada, tu vida es don y gracia (Gen 2, 17). El precepto dice que no podemos fundar nuestra vida en nada que tengamos o que hagamos; hemos brotado y somos en un Dios que nos ha dado la vida como gracia y en ella nos mantiene, de forma que seamos así pura gracia, unos para otros.

– Puede y debe interpretarse como revelación positiva: Formamos parte de la alianza de vida que es Dios y que nosotros en él. Al presentar de esta manera su mandato eclesial, Jesús ha radicalizado el esquema israelita de la alianza, superando el nivel de los pactos y contratos particulares. La alianza que somos en Dios no está al servicio de ninguna posesión o ganancia particular, sino que es la misma vida originaria, gratuitamente compartida en amor mutuo[7].

– Ella define el sentido de la propia vida, diciéndonos que si juzgamos caemos en manos de nuestro propio juicio, no del de Dios: «No juzguéis para que no seáis juzgados». El juicio no viene de Dios, sino de nosotros mismo. Por eso es esencial la segunda parte del dicho de Jesús: «no-seréis-juzgados». Dios no es garantía de buen juicio (a diferencia de Kant, Crítica de la Razón Práctica), sino superación divina de todo juicio: donde hay amor de Dios no hay, pues no hay juicio, no por indiferencia (Dios se desentiende), sino por gratuidad superior[8]

 Esta palabra (no juzguéis) no puede probarse, por ser originaria y escatológica, formal y universal (si se probara debería integrarse en un sistema legal expresado en forma de talión). Esta revelación del no-juicio se identifica con el Dios creador, que es “gracia universal de Vida”. Por eso, no puede probarse ni postularse, puede y debe razonarse, como suponen Lc 6, 38b-40 y Mt 7, 2: con el juicio con que juzguéis seréis juzgados.

La fe en el Dios creador nos sitúa ante el misterio de su gracia, más allá de todo juicio y castigo. Sólo por gracia, superando un esquema de talión, podemos vivir en la Vida que es Dios, y que somos nosotros en Dios. Según eso, el juicio no forma parte originaria de la creación, no proviene de Dios, sino que surge y se despliega allí donde nosotros lo formulamos y aplicamos en forma de talión. Sólo superando la trama de acción y sanción, impulso y respuesta, bien y mal, descubriendo nuestra vida como puro don, en inmersión de amor, podemos hablar de Dios y contemplar (descubrir/desplegar) la vida como gracia, por encima de todo juicio que pueda separarnos del amor de Dios.

Dios no es bien y mal, gracia, condena, juicio, sino puro bien, gracia pura. El juicio lo creamos nosotros, y lo aplicamos a Dios, atreviéndonos a decir que forma parte de su esencia, para defender aquello que hacemos, en contra de de Dios, que no es talión de bien y/o mal, sino puro bien que crea; no da (se da) para recibir (obtener ganancias), sino por gratuidad amorosa, sino para que seamos nosotros[9].

El juicio cerrado en sí mismo se destruye, y destruye a quienes quieren vivir en ese plano. Sólo quien supera el juicio puede vivir en Dios, siendo Dios por gracia. Esta revelación (no-juzguéis) no forma parte de la ley, sino de la creatividad originaria de Dios. En esa línea no podemos decir “no juzguéis porque el juicio es de Dios” (cf. 1 Cor 4, 5; Rom 11, 19), sino “no juzguéis porque Dios no juzga. Sólo porque Dios no juzga (hace llover sobre justos y pecadores: Mt 5, 45) también nosotros podemos y debemos superar el juicio, para vivir en gracia. Al juzgar caemos en manos de nuestro propio juicio, en nuestra hipocresía: ¿cómo miras la paja ajena si tienes una viga en tu ojo?[10] 

Superar el juicio, vivir en gratuidad. Eso es la Iglesia.Por don de Dios vivimos, por amor de aquellos que nos han trasmitido la vida. Si rechazamos la gracia y nos juzgamos, juzgando a los demás, en clave moralista, corremos el riesgo de destruirnos a nosotros mismos, destruyéndoles a ellos. Éste es el centro de la eclesiología de Jesús.

– En un aspecto, la capacidad de juicio es un valor alto del hombre, que piensa, mide y organiza la vida por su ciencia (Sabiduría) y su trabajo, superando así el nivel de los animales, que no piensan, ni juzgan, sino que son por puro instinto… Juzgar es discernir, planificar y organizar la vida, en un nivel de medios y de fines. Juzgar es necesario para ser humanos. A través de un conocimiento judicial nos hemos hecho, somos lo que somos, por nosotros mismo.

– Pero, en otro aspecto, el hombre que cierra su vida en un nivel de juicio pierde su identidad, como saben Gen 2-3 y Mt 7, 1-5 par, porque el hombre está hecho (se hace) para transcenderse, en Dios/Gracia que le ofrece un lugar y camino en su vida divina. No es que el evangelio condene la razón y el juicio moral, pretendiendo que volvamos a una especie de parque o paraíso de animales donde no habría libertad de elección ni riesgo humano. En un determinado plano, la elección resulta imprescindible, el riesgo es bueno, el juicio necesario. Pero el hombre sólo surge y sólo llega a su verdad cuando supera ese nivel de dualidad moral y vive (se abre, se deja abrir por Dios) en un nivel de gracia[11].

La palabra no juzgar no ha de entenderse en forma regresiva, como signo de inconsciencia infantil o indiferencia, ni tampoco como un simple retorno al struggle of life, a la evolución biológica expresada en la lucha de la vida. Esa palabra no es tampoco un signo de evasión: como un no-saber, no-enterarse, por humillación negativa, dejando así que sean y triunfen los otros, los más aprovechados, sino al contrario. Lo que Jesús pide y ofrece es un supra-juicio: más allá de aquello que miden y calculan, superando el equilibrio de las cosas que programan y realizan en nivel de imposiciòn, los hombres sólo descubren y alcanzan su verdad por gracia.

Eso significa que, en un plano, tenemos que juzgar para ser hombres. Pero si quedamos sólo en ese plano, si comparamos, discernimos, programamos, dentro de un camino racional, de lucha contra otros y de juicio, acabamos destruyéndonos. Por eso, allí donde nos cerramos, haciendo del juicio la única verdad de nuestra vida, terminamos condenados bajo el triunfo del más fuerte o bajo el peso del sistema que se impone sobre todos. Por eso postulamos y buscamos un nivel más alto de no-juicio como gracia. 

– No juzgar significa contemplar en amor, porque así me contempla; de en su amor he nacido, en su Vida vivo. Estoy en manos de Dios y le agradezco la existencia en total des-interés y comunión con el misterio. En esa línea, la superación del juicio sólo puede vivirse en un plano de contemplación gratuita de la vida, en línea de eternidad, es decir, de resurrección, de descubrimiento de la vida como gracia.

– No juzgar supone conocer de un modo más intenso.Tomo distancia, no dejo que las cosas me agobien y por eso puedo verlas trasparentes, en un plano más alto, de intuición vital, de agradecimiento. Pase lo que pase, actúe como actúe, estoy salvado, porque en él existo y él me salva (es mi salvación, mi dimensión eterna). De esa forma, sin la angustia del hacer para ganar mi vida, puedo conocerla y conocerme en su verdad más honda.

– No juzgar implica amar de un modo gratuito.No tengo que ganar la vida para así tenerla; ni debo conservarla y tenerla para mí mismo, sino que puedo darla; no tengo que aferrarme a lo que existe, me lo han dado y puedo regalarlo. Más aún, sólo dando lo que soy puede existir, siendo en los demás, pues sólo tengo de verdad lo que doy, sólo existo en mí existiendo y siendo en los otros. Por eso, el no-juzgar no supone indiferencia sino creatividad apasionada [12].

 NOTAS

[1] Éste ha sido un tema discutido entre grupos de iglesia, como siguen mostrando las matizaciones de Mt (Mt 23, 16-22). Ellas muestran la dificultad que ha tenido esta palabra de Jesús para ser aceptada (y con condiciones) en el conjunto de la iglesia, como muestra el número arriba citado del CEC.

[2] Al pedir a sus ministros que proclamen ante ella un juramento de fidelidad, un tipo de Iglesia muestra que ha desconfiado de ellos, en contra o (a diferencia) de Jesús. No se trata de distinguir razones por las que se puede jurar o no jurar, como quiere la glosa circunstancial y miedosa de Mt 23, 16-22 (contra Mt 5, 33-37 y Sant 5, 12). Mateo y Santiago resulta necesario retomar y reforzar la experiencia originaria de Jesús que ha liberado a sus oyentes (pobres, enfermos y oprimidos…) del miedo religioso que se expresa en un tipo de juramentos y votos que ponen a los hombres en manos de un Dios de imposición (cf. Comentario a Mateo, ad locum). Como he dicho, el problema de fondo no es jurar bien o mal, sino simplemente “jurar”. So el tema de fondo cf. Meier, Judío marginal IV, 203-252).

[3] En principio los salmistas no juran, simplemente cuentan a Dios la trayectoria de su vida, en comunión de amor con los demás, en gozo agradecido en esperanza de vida. Desde ese fondo salmos ha podido brotar y ha brotado la inspiración de esta palabra excelsa de Jesús: No juréis, no dejéis que os impongan desde Dios nuevas cargas, asumid y desplegad la vida como don excelso de libertad en amor… Decid lo que sois, decidlo ante Dios, en amor, el sí y el no de vuestro caminar, pues todo lo que sois es vida en plenitud de libertad y de esperanza en Dios. Así lo expongo en Comentario de los salmos, Verbo Divino, Estella 2023.

Miles de investigadores han rastreado con todos los medios las palabras y señales religiosas de Jesús para nuestro tiempo, pero han sido pocos los que se han ocupado de estudiar y actualizar esta palabra “no juzguéis”; entre ellos F. Ebner (1882-1931), maestro de escuela, buscador apasionado de la nueva humanidad cristiana, fundada en la comunicación de la palabra, en contra de todo control e imperialismo social, político o religiosa. Dios no se impone por para actuar como divino; tampoco el hombre necesita superestructuras sacrales para ser humanos. Sólo un hombre como él puede decirnos “no juréis. Estas referencias a F. Ebner se las debo a J. Puente, Ideas para vivir, Visión Libros, Madrid 2022. Cf. Ebner, Die Wirklichkeit Christi, Brenner Aufsätze, Lit Verlag, Wien 2021.

[4] Cf. J. S. Fitzmyer, Lucas II, Cristiandad, Madrid 1986, 589-626; H. Schürmann, Luca I, Paideia, Brescia 1983, 536-624. Cf. S. Schulz, Q. Die Spruchquelle der Evangelisten, TV, Zürich 1972, 146-149. D. Zeller, Die weisheitlichen Mahnsprüche, FB 17, Würzburg 1977, 161-162. He estudiado el tema en Violencia, Antropología y sobre todo en Mateo, ad locum.

[5] Cf. J. S. Fitzmyer, Lucas II, Cristiandad, Madrid 1986, 589-626; A. Plummer, Luke, Clark, Edinburgh 1981, 178-194; H. Schürmann, Luca I, Paideia, Brescia 1983, 536-624. Según Lucas, la palabra no-juzgar (6, 37-42) es conclusión y culmen del sermón de la llanura (con las bienaventuranzas y el amor al enemigo): Sólo superando el árbol del juicio, el hombre queda en manos del árbol de la vida que es el mismo Dios. Mateo ha separado la llamada al no-juicio del contexto inmediato de Lucas (bienaventuranzas y amor al enemigo, aunque ambos temas forman parte del sermón de la llanura: cf. Mt 5, 3-11. 43-48). Para un estudio de la tradición eclesial, deberíamos comparar los textos de Mt y Lc con Sant 2, 8-13, que interpreta el amor al prójimo, en línea de misericordia.

[6] Cf. Merklein, Gottesherrschaft 242; Schulz, Q, 146-149.

[7] Strack-Billerbeck, Kommentar zum NT aus Talmud und Midrasch I, Beck, München 1974, 441 no han encontrado paralelos de esta prohibición de juzgar. Pero H. Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 255-262 ha mostrado que esta exigencia ha de entenderse como novedad judía de Jesús. Cf. V. Jankélévitch, El Perdón, Seix-Barral, Barcelona 1999; H. Jonas, El principio responsabilidad, Herder, Barcelona 1999.

[8] Sobre la diferencia entre tratado y alianza, cf. Volf, Exclusión..

[9] La proyección judicial es consecuencia del egoísmo de los hombres, que dan para recibir, que piensan que son por imponerse sobre otros.

[10] No podemos juzgar a Dios, pues jugarle implica colocarme en su lugar, pero no en línea de gracia (él no juzga), sino de envidia y deseo de dominio. Pero ese “no juicio” ante Dios no implica sumisión pasiva ante el poder de Dios, sino todo lo contrario, comunión creadora con de forma que nuestra vida sea don y regalo de vida para los demás. Al decir que no (nos) juzguemos, Jesús nos invita a superar dos actitudes que suelen ir unidas: la soberbia del que quiere convertirse en dueño absoluto, juzgando a todos los otros; y la auto-negación del que se piensa despreciable y así se auto-condena.

[11] Muchos cristianos afirman en un nivel que todo es gracia. Pero luego, de hecho, siguen juzgándose a sí mismos como si estuvieran condenados a merecer su salvación. Esta actitud es consecuencia de un orgullo larvado: el que se condena a sí mismo es porque piensa que tendría que «salvarse a sí mismos».

[12] Juan de la Cruz ha destacado esta experiencia: «Está el alma en este puesto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal, y oirá cosas muy malas y las verá con sus ojos y no podrá entender que lo son, porque no tiene en sí hábito de mal por donde lo juzgar, habiéndole Dios raído los hábitos imperfectos y la ignorancia (del pecado) con el hábito perfecto de la verdadera sabiduría» (Cántico Espiritual, B, 26,.14).

Teología patrística

De la Biblia a los Padres: La teología patrística de la mano de Xabier Pikaza

A propósito de X. Pikaza, Curso de teología patrística.  Historia y doctrina de los padres de la iglesia, Viladecavalls: Editorial CLIE, 2023, 407 pp

«El autor no solo es uno de los teólogos españoles más reconocidos de los momentos actuales sino también una de las voces que deben ser escuchadas por las generaciones venideras»

«La obra pikaziana en su conjunto no quiere partir de seguridades o tesis fijas y fijadas, grabadas en piedra ad perpetuam rei memoriam, sino que más bien quiere construir o proponer itinerarios, inevitablemente temporales y provisionales, para el hombre que pregunta, que busca»

«Xabier Pikaza ha logrado, otra vez, regalar al público un libro ‘provocativo’ que lanza retos, que da que pensar»

Por| Macario Ofilada

La bibliografía prácticamente inabarcable de Xabier Pikaza, vasco de Orozco, nacido en 1941, ante todo, hace que el autor sea no solo uno de los teólogos españoles más reconocidos de los momentos actuales sino también una de las voces que deben ser escuchadas por las generaciones venideras y no solo entre las de habla hispana.  Amén de ser un bosque casi impenetrable, el legado literario pikaziano ha provocado o sigue provocando reacciones diversas, no todas positivas, por cierto.  

Algunos le han acusado de fomentar y promocionar un militarismo en contra de todo lo eclesial. Pero sin duda la obra de este teólogo vasco, en expresión feliz de Ricoeur, en sus mayores momentos, ‘da que pensar’ si bien los senderos que señala no son siempre de agrado sobre todo para los que el mismo Pikaza denominaría ‘aferrados al sistema (o al poder o a una mística de la jerarquía)’, en contra de lo que él acertadamente ha calificado de ‘evangélico’, concepto clave este en el planteamiento pikaziano.

Conocido más bien como teólogo bíblico, con estudios densos sobre todo de los evangelios sinópticos (Mateo y Marcos) pero con una interdisciplinariedad en la que ocupan lugares preferidos la teología dogmática (e incluso espiritual) y la filosofía (teodicea y fenomenología de las religiones), este libro que estamos presentando no es uno de los ‘platos fuertes’ del profesor vasco.  Los lectores más avezados de su obra sin duda destacan en la misma no solo  su extensión, erudición sino sobre todo el ambiente tenso. 

Ello se debe a que la obra pikaziana en su conjunto no quiere partir de seguridades o tesis fijas y fijadas, grabadas en piedra ad perpetuam rei memoriam, sino que más bien quiere construir o proponer itinerarios, inevitablemente temporales y provisionales, para el hombre que pregunta, que busca.  Y todo esto produce tensiones, ante todo eclesiales, pues son, por lo pronto, retos intelectuales (y también espirituales) que se consolidan en los lectores en forma de preguntas, propuestas, tesis abiertas (como las que proponen el autor al rematar cada sección o capítulo del libro que estamos reseñando).  

Pikaza es un teólogo con un estilo literario cardíaco, con un inmenso bagaje cerebral y cultural, que provoca por lo que la lectura de sus páginas, sobre todo las más densas, resulta en lo que podría calificarse orteguianamente como una ‘curiosa aventura’.  Y, muchas veces, la curiosidad, sobre todo por la sed casi insaciable que produce, no agrada a los poderosos que desean imponer sus ideologías, reduciendo a los miembros de la iglesia a unos ignorantes o ingenuos a quienes nuestros teólogos no deberían escandalizar, despertar, conmover…excitar.

Al dedicar su pluma prolífica, a estas alturas de su dilatada carrera literaria, a los Padres de la Gran Iglesia, Pikaza no abre ningún filón novedoso ni explora ningún terreno desconocido.  Más bien habla de lo ya sabido, con esquemas consabidos.  De hecho, se divide su exposición ‘damasquinada’ (por así decirlo) en ocho partes: 1) Padres apostólicos, 2) Padres apologistas, 3) Padres alejandrinos, 4) Padres sirios, 5) Padres sirios, 6) Patrología latina y 7) Patrística griega.

Mas con un tono notablemente pikaziano.  Precisemos.  El libro es un curso de teología patrística.   El autor evoca la memoria de su hermano en la Merced, Eliseo Tourón, con quien había compartido un ciclo de cursos teológicos, de tipo histórico, en la década de los noventa. Ciertamente, como aficionado de la historia, el autor destaca la patrística como la primera teología de la iglesia.  Yo personalmente denominaría a Pablo y al autor (o autores-redactores del Evangelio según Juan y las Cartas Joánicas) como los primeros teólogos cristianos. 

Acierta Pikaza al afirmar que la patrística es una teología bíblica, pues la biblia fue el primer ‘libro de texto’ para los que aspiraban a hablar de Dios desde la tradición judeocristiana.  Esto es cierto pero hay que tener en cuenta, como lo sabe y demuestra muy bien con su presentación que sigue un esquema cronológico el autor, que lo que hoy en día llamamos la Biblia (específicamente el Nuevo Testamento) estaba configurándose, componiéndose aún en aquellos tiempos de fermentación.  

Como bien se señala en el texto, lo que actualmente se llama doctor en teología medieval era un ‘magister in sacra pagina’.  Bien hubiera explorado, a la luz de los autores patrísticos, la evolución de la noción o semántica del vocablo ‘teológico’, de origen platónico y con salsa inevitablemente con sabor al Mundo de las Ideas, contextualizado en una República que ha querido expulsar a poetas (y los teólogos son ante todo poetas del arkhé o del Principio). 

Por cierto, es la teología un vocablo no siempre aceptado en la historia pero era lo que efectivamente llevaban a cabo los padres a la vez que señalaban caminos hacia llegar a esa fuente, a ese ‘ideal de los ideales’.  Estos caminos son los que denominamos, hoy en día, con cierta extrañeza, cavilación, cautela ‘espiritualidad’, disciplina autónoma esta que ya no está en ciernes sino que se levanta epistemológicamente, en su afán de definirse e independizarse, encima de arenas movedizas, pese a los esfuerzos titánicos de fundamentación por diversas especialistas y teóricos. 

Ha llovido mucho en el terreno fecundo de la espiritualidad patrística, que en aquellos tiempos no se podía separar de la pastoral y teología de los Padres, pese al ambiente de yermo o erial debido a los contextos específicos de aquellos tiempos ‘fundacionales’ y ‘posfundacionales’, con el sabor telúrico de la historia, con el lenguaje insistente de la analogía y el humo aspirante de la anagogía.  Todo ello sugerido de alguna manera por la exposición pikaziana en su afán de compartir con sus lectores la aventura de los Padres, ‘primeros lectores de la Biblia (Cristiana)’, dicho tan genéricamente y que aún más debería matizarse, precisarse ya que, como queda dicho, algunos de ellos eran coetáneos de algunos escritos neotestamentarios.

El tratamiento de la temática propuesta se ha acotado con dimensiones bien definidas.  Parte de la Biblia, da muchas vueltas con ella, en aquel estado germinal, hasta el punto de construir sus consabidos esquemas de presentación que no llevan a un terminal con niveles, destacando contrastes con lo que él denomina evangélico por lo que hay una danza casi vertiginosa de categorías, hegelianamente contradictorias u opuestas, como ‘comunión mística’, ‘mística de la jerarquía’, ‘carisma’, ‘institución’, ‘tradición eclesial’, ‘autoridad jurídica’, ‘estabilidad’, ‘itinerancia’, etc. 

En fin, una sinfonía quizás con armonías preconcebidas con contrapuntos o contrastes.  Ciertamente Harnack está en la sombra con su metodología histórica pero Pikaza no llega a rechazar la autenticidad de obras o de tradiciones (ideadas como dogmas o doctrinas) ni llega a relegarlas a niveles ínfimos con el escepticismo propedéutico sino más bien desea ‘colocar’ estas obras, tradiciones para reevaluarlas, con tiñes existenciales de Bultmann y soteriológicos de Cullmann, siempre teniendo por pantalla y entablado la historia, vista esta ante todo como ‘kairós’ o tiempo oportuno.

Amén de resultar en un concierto o sinfonía de contrastes, para destacar los temas o conceptos fuertes que marcan los pasos de la narrativa patrística frente o en relación con lo ‘evangélico’, este opus es un esfuerzo constante de desbordamiento que rompe fronteras fijadas o consabidas para entrar en horizontes medievales, como, san Anselmo, Ricardo de San Víctor (tema sobre el que versó la tesis doctoral de Pikaza en 1966 en Salamanca), Gregorio Palamás, etc.  Todo esto resalta a su vez la vieja preocupación de Pikaza por temas trinitarios y cristológicos, los ejes principales de toda reflexión teológica (con el sabor al parecer insuperable de Th. De Regnon y con especias o salpicaduras de Amor Ruibal, Zubiri e incluso Rahner y Von Balthasar). 

La Trinidad y Cristo, vistos desde una perspectiva histórica, tal vez sean los ejes teológicos más importantes y con los cuales uno no puede sino luchar, lidiar, habérselas, si quiere merecer el apodo de teólogo.  La historia ha demostrado que la teología es una especie de tauromaquia, con muchas faenas, miembros del séquito y espectadores, en la que hay que coger cada astado por los cuernos del lenguaje y de la cultura, para poder salir airoso de la faena, es decir, para llevar a cabo con honor y  lucimiento el espectáculo, el drama de dar sentido al empeño humano de hablar sobre ese Dios trascendente y escurridizo pero hiriente, impactante que de alguna manera está presente en la corrida, en las labores, en la plaza, en la ágora donde congregan los seres humanos.

Desbordante, vertiginoso, apasionado: he aquí tres adjetivos para describir la aventura de estas páginas patrísticas pikazianas que al principio se desarrollan con terrenos bien definidos o marcados pero que siempre saludan nuevas salidas del sol, abriendo horizontes ulteriores de pensamiento que apuntan a los sabores perennes de lo ya expuesto y con permanencia resonante en nuestro quehacer eclesial.  Y el cierre del libro con exposiciones de temas actuales como el ‘filioque’, la ‘perijóresis’, la inmersión cordial en Dios constituyen la apertura de varios abanicos temáticos que son más bien lanzamientos y retos que quedan por abordar quizás en publicaciones ulteriores.  Me hubiera gustado también una exposición sobre el reto teológico-espiritual perenne: la mistagogía.  Mas esto sería otro cantar.  

Baste decir aquí que sin pretender ser exhaustivo en la erudición crítica (muy guiada por las obras históricas de Justo González y Ramón Trevijano) ni en la exposición doctrinal (alimentada por diversas lecturas secundarias pero siempre anclada en las fuentes), Xabier Pikaza ha logrado, otra vez, regalar al público un libro ‘provocativo’ que lanza retos, que da que pensar.  Nuestro autor no es conocido por dar seguridades, por dejar consignas en piedras.  Más bien, para él, todo es fluido, como la vida misma puesto que el Evangelio, porque es discurso del amor, tiene una fluidez que ha hecho que supere formalismos e incluso fundamentalismos con una perennidad indudable.

La forma de exposición del profesor vasco, veterano destacado en las lides de las publicaciones, me ha hecho pensar en la figura trágica de Teseo en el laberinto, evocado sobre todo por Borges, luchando con delirio por ser hijo de dios y hombre, intentando superar la maldición del mito, evocando cultos antiguos, destronando antiguos imperios, emprendiendo labores. Desde el ‘mito’ de la Biblia y de las culturas circundantes de esta colección de textos sagrados, ha buscado el ‘monstruo’ que ha querido hacer uso de dicha colección y el resultado es un drama con sus confluencias, tensiones, retos más allá de las demarcaciones consabidas entre ortodoxia y heterodoxia, patrística y medieval, fundacional y posfundacional. 

Para Borges, el hilo de la búsqueda se pierde.  Asimismo el laberinto.  Con el paso del tiempo, inevitablemente se pierde mucho pero siempre queda algo que supera lo que ya ha desvanecido. De ahí, la Gran Iglesia, un locus muy presente en el planteamiento pikaziano, que desborda a sí misma para no perderse en la historia como aquel hilo, como aquel laberinto.  De esta manera, la Gran Iglesia no solo se conserva, con el paso del tiempo, asimismo crece, evoluciona, se acerca al ideal del Reino si bien con muchas dificultades.

Todo esto queda patente desde aquellos ‘Padres’, no todos aceptados, canonizados pero sí discutidos, discutibles.  Esto es lo que de veras cuenta.  El Reino no puede construirse con lisonjas y adulaciones sino con discusiones y tensiones en donde se halla la creatividad.  El legado, pensamiento,  patrimonio de los Padre sigue hilando, nos sigue enredando, nos sigue metiendo en una maraña maravillosa, siendo a la vez para nosotros navegadores constelaciones en viajes nocturnos por mares desconocidos.  Esto es lo que en el fondo ha deseado subrayar Xabier Pikaza en su último libro que es una constante instigación, invitación a compartir la aventura en el dédalo y a salir victorioso del mismo: no por decapitar al monstruo sino por cogerlo por los cuernos, hasta el punto de herirse con una cornada (o varias) que verdaderamente deja(n) marca(s), huella(s), cicatriz(ces).  Así es la teología, la pasión por Dios: un empeño para heridos para herir a los demás (como aquella ‘llaga regalada’ de san Juan de la Cruz) con el testimonio de la palabra y de la vida.

Podemos vaticinar con fundamento, sin pretensiones proféticas, que en un futuro no muy lejano se le tildará al testimonio pikaziano de incesante; no por los incontables hilos o enredos, sino por los innumerables itinerarios que el autor, avalado por años y tomos de carrera literaria significativa, siempre ha querido abrir con una fluidez desbordante, desconcertante, exuberante por lo cual entonces muchos sabrán darle las gracias a Xabier Pikaza cuya trayectoria personal y profesional demuestra que ha llovido mucho dentro de la Iglesia, al menos en la de España, específicamente en la vida académica y religiosa en donde ha tenido su obra mayor resonancia. Pero ya ahora, con mucho gusto desde la lejanía física de las islas magallánicas, lo hago desde este foro con el que quiero seguir construyendo puentes con mi propia herencia hispana.

Camino, verdad, vida.

Evangelio de cada día (2023), Biblia de toda la vida.

El evangelio de hoy (dom. 5 Pascua, Jn 14,1-12) presenta a Jesús camino, verdad y vida: ¿Quién ese ése que viene y me dice: Soy tu camino, tu verdad y vida? ¿Quién puede hablarme así, de esa manera, en este mundo de perdidos, aplastados, arrojados, sin camino, sin verdad y  sin vida?

Ése que viene a tu encuentro esta mañana de pascua es Jesús, Dios amigo/compañero que te dice: Soy tu camino, verdad y vida…  Por tí y para tí he venido, como mostrará este  comentario de  14, 1-12), con el evangelio de todos los días del año (2023) y con la Biblia-Ciudad de todos los lugares y tiempos del mundo

Por  | X. Pikaza

 El evangelio de hoy (dom. 5 Pascua, Jn 14,1-12) presenta a Jesús camino, verdad y vida: ¿Quién ese ése que viene y me dice: Soy tu camino, tu verdad y vida? ¿Quién puede hablarme a sí en este mundo en un mundo de abandonados, perdidos, arrojados sin camino vida?

Ése que viene a tu encuentro en la mañana de pascua es Jesús, Dios amigo/compañero que me dice y te dice: Soy tu camino, verdad y vida…  Así mostraré comentando este pasaje (Jn 14, 1-12), con los evangelio de todos los días del año (2023) Biblia-Ciudad de todos los lugares y tiempos del mundo

Voz que llama y nos dice: Quiero ser-con-vosotros ¿venís a mi casa, compartís mi ciudad?

 No es un muerto del pasado, ni un fantasma de mentira, sino aquel que te da la mano, te abre el corazón, te pone en pie y te dice: vamos, soy contigo, hacemos camino, seremos Verdad, tendremos Vida, uno en el otro y para el otro.

No es voz de ultratumba(un muerto fantasma), ni mandato de dominio, que te niega (¡sólo yo soy, tú no eres…!), sino canto de amor hondo que te dice soy el que soy contigo para que tú seas, para que seamos… Invitación de amor que insiste diciendo: Tengo para ti y para mí, para nosotros (para todos) una casa, la casa de mi Padre, la casa de mis hermanos. Así empieza este diálogo de Jesús con sus dos amigos íntimos, uno se llama Tomás, otro Felipe… Pero pueden ser y son María, Salomé, Susana…

Texto. Tengo una casa para ti, una Ciudad para todos

En la casa de mi Padre hay muchas estancias (moradas, salas de estar, habitaciones íntimas…) si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos un lugar, un hogar? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»

Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.»

Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?… Creed en mis obras, en lo que yo hago, en lo que haréis vosotros:. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.» (Jn 14, 1-12).

Tengo una casa (la casa del Padre), soy tu ciudad, el espacio y tiempo de tu vida.

para que vengas, para que vengamos, para que nos amemos y seamos. Advertirá el lector que he cambiado un poco el final de la lectura, poniendo al final del camino, la verdad y la vida la casa de Dios, la morada- ciudad de la vida.

Las moradas del Padre, la casa de mi Padre, mi casa…. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas o estancias…”. Todos los caminos llevan no a Roma, sino al Padre, a las Moradas del amor, que supo describir Santa Teresa, toda la vida buscando su casa, que era la casa del Padre, del amado, preparada para ella.

Jesús es Camino, es plaza, es ciudad Caminantes somos (¡navegantes!), y todos los caminos se centran y condensan para nosotros Cristo. Por eso, quien toma su camino, que es camino de Evangelio, está ya en manos del Padre.

En este evangelio hay dos maestros caminantes que preguntan, dos voces que preguntan: una es de Tomás, otra de Felipe. Significativamente, ellos aparecen más tarde como autores de los dos evangelios misteriosos más significativos de la Iglesia, uno es el de Tomás, otro el de Felipe… el tercero es tu evangelio, tu camino de Jesús

El “yo” de Jesús: soy el Camino, Verdad y la Vida

Si alguien me ama cumplirá escuchará mi vos, nos amaremos y mi Padre le amará y vendremos a él haremos en él una morada” (Cf. Jn 14, 23). Que todos seamos uno, como tú, Padre, en mí y yo en tí…para que sean uno como nosotros somos uno; Yo en ellos y Tú en mí… para que el mundo conozca que Tú me has enviado y que les amas como a mí me has amado (17, 20-23).

En mi ciudad hay mucha tarea: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque voy al Padre (Jn 14, 12).

Así termina este evangelio, de un modo admirable… Es como si yo le dijera a Jesús: No soy nadie, no puedo nada, no te valgo. Pero Jesús me contesta, te contesta… Estoy contigo y puede. Yo te necesito, y harás mis obras y aún mayores…

 No quiso que fuéramos menores que él, sino mayores, que hiciéramos lo que él hizo, y cosas aún más grandes que las suyas. Que no nos limitáramos a mirarle y adorarle diciendo «tú eres Dios y nosotros pobres hombres». Al contrario, precisamente por eso, por ser él Dios y nosotros hombres, pudo decirnos que hiciéramos sus obras y aún mayores, pues él se iba al Padre para eso, pues él iba al Padre y nos daba su Espíritu

No somos súbditos de un Jesús siempre mayor, sino herederos suyos, capaces de aumentar y mejora su obra. 

Éste es un evangelio provocador y escandaloso que termina con unas palabras increíbles (que quizá pocos creen de verdad en esta iglesia): Os aseguro: quien cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo voy al Padre.

Las obras (erga) de Jesús han sido claras a lo largo del evangelio de Juan, en una línea semejante a la Mt 11, 2-4 (cf. Lc 7, 18-23):los ciegos ven, los cojos andan, que los leprosos quedan limpios, los sordos oyen… los pobres reciben la buena noticia.

 La iglesia es según eso el lugar (la casa la comunidad comunidad) donde se realizan las obras de Jesús y aún mayores… Por eso, Jesús termina el evangelio de este domingo (Jn 14, 1-12) diciendo que ellos seguirán haciendo la obras que él ha hecho y aún mayores. Pues bien, yo me atrevo a pensar humildemente que, en sentido general, la iglesia posterior no ha creído ni cree en esto que ha dicho aquí Jesús: ¡Ella no se cree capaz de hacer las obras que hacía Jesús y aún mayores!

Éste es el tema del evangelio este 7 de Mayo del 2023, en un tiempo abierto a la nueva creación de Dios… Jesús fue haciendo unas obras, y al final, cuando se iba, nos dijo que el Padre quería hacer por nosotros sus obras, y aún mayores… Éste es el evangelio de nuestra casa, el Jesús de nuestra ciudad y camino..,, no para pararnos y morir, sino para retomar el camino de la verdad y la vida

Libro de la Casa/Iglesia del Padre,  con el evangelio de cada día del año (2023)

En la línea de las reflexiones anteriores he preparado una introducción y comentario al evangelio de cada día de este año 2023. Un evangelio en cuya portada está la casa… la casa de Dios, la casa de la Iglesia… nuestra casa, con una reflexión para cada día.

 Es un libro de reflexiones bíblicas, de oraciones, de contamplaci`´onpara buscar cada día un breve tiempo de lectura, meditación y contemplación de los evangelios según la liturgia

             Evangelio de Dios somos, y por eso es importante que dediquemos cada día un pequeño tiempo (de diez a quince minutos) para leer, meditar, contemplar y aplicar el evangelio, siguiendo las lecturas de la misa, en unión con los cristianos que avivan, razonan y celebran su fe, siguiendo los textos de la liturgia.

            Hay otros métodos y entre ellos el más importante es quizá el de seguir el orden de cada evangelio, uno para cada trimestre del año (como he puesto de relieve en Ciudad-Biblia, Estella 2019), organizando los tiempos y lecturas conforme a la opción o necesidad espiritual de cada uno. Pero es también muy importante el seguir las lecturas litúrgicas del año, 375 días, del 1 de enero al 31 de diciembre, como hago (quiero que hagamos) según este calendario.

            Éste es un método trienal, pues las lecturas de la misa son cíclicas, y cambian (se completan) cada tres años. Este año (2023) comenzamos el trienio (2023-2025), con el Ciclo A, centrado especialmente en el evangelio Mateo, pero con textos abundantes de Juan y de Lucas, e incluso de Marcos. De esa manera, los cuatro evangelios vienen a vincularse, formando un único evangelio, conforme a una antigua tradición eclesial llamada Diatesaron (que significa en griego “Cuatro en uno”), una Armonía por la que se vinculan y unifican las cuatro melodías o temas fundamentales de los evangelios.

Es muy importante leer y meditar cada evangelio por separado, pero es también importante, gozoso y provechoso seguir día a día los textos de los cuatro evangelios, sabiamente ordenados e integrados a lo largo del año por la liturgia. En principio hubiera sido quizá preferible tomar como base el ciclo litúrgico, empezando el primer domingo de Adviento y no el día 1 de enero, para terminar el fiesta de Cristo Rey, antes del nuevo Adviento. Pero el método aquí seguido (del 1 Enero al 31 Diciembre) también tiene su ventajas, como irá viendo el lector: Cada año empieza en plena Navidad, con la Celebración de Santa María (Circuncisión de Jesús, principio de su vida como israelita), y culmina con el Adviento y Navidad del siguiente ciclo litúrgico.

            Como verá el lector, tengo mi propio estilo, mi forma de entender los evangelios, dentro de la experiencia y liturgia de la iglesia; pero en estos comentarios no he querido seguir mis ideas como tales, sino dejar que fluya la corriente de vida de los cuatro evangelios, que ofrecen una visión cuadriforme y unitaria del Evangelio de Jesús. A ellos cedo por tanto la palabra.

Libro-Ciudad de muchas moradas. Un trabajo (lectura-taea)  para todos los años…

             Como complemento del libro anterior, con el comentario de los evangelios de cada día del año 2023…he preparado otro libro más amplio, más completo, titulado Ciudad-Biblia, donde presente la biblia para todos los años…

Presento primero la Biblia entera, como ciudad… como casa universal… Es bueno conocer la Biblia entera, para poder leer después, leer y caminar… por la ciudad de la vida, por la vedad de Dios.

Presento después cada libro, cada lectura, para un año… para varios años. Cada lector podrá (puede) ordenar a su manera el ritmo y motivo central de los evangelios.Cada uno tendrá su método de lectura, que será más apropiado para él. Pero me atrevo a decir, que el ritmo y motivos de este año litúrgico 2023, que está profundamente arraigado en la tradición de la Iglesia, es el ritmo del evangelio de Mateo…ofrece un espléndido itinerario de inmersión, conocimiento, celebración y aplicación del evangelio de Jesús. Cada lector podrá tener su método y estilo para actualizar el evangelio, conforme al esquema de la lectura divina u otro esquema semejante (ver-juzgar-actuar). De todas maneras, a modo de simple consejo, me atreve a sugerirle este orden:

  • Que empiece leyendo el texto bíblico del día, de un modo reposado, meditativo. Que lo haga sin prejuicios ni ideas preconcebidas. Que se deje sorprender por cada pasaje: que lo saboree, que se extrañe, si es para extrañarse, que se deja llenar de alabanza ante Dios y de preguntas ante el texto.

(b) Que lea después mi comentario… el Mateo, el de Marcos,  el de Ciudad-Biblia, el de este “manual” (camino-verdad-vida) para el año 2023 (este años) , también con calma, en tono más reflexivo y crítico, y que lo acepte sólo en la medida en que se sienta interpelado o enriquecido por lo que digo. He querido que esos comentarios (brevísimos, como han de ser) sean variados: Hay algunos más “académicos”, situando el texto en el entorno histórico-literario. Hay otros más personales, en línea de oración o reflexión admirada, otros más prácticos, desde la situación actual del mundo y de la Iglesia. He querido que todos mantengan un tono litúrgico, aprovechando la repetición de algunos textos.

(c) Que vuelva al texto bíblico y lo lea de nuevo en tono más contemplativo, en forma orante, de alabanza a Dios y quizá de profundización personal y compromiso. Éste es el momento y tarea fundamental del ejercicio bíblico, que aquí ofrezco como itinerario o camino de evangelio para cristianos. El final de este ejercicio de cada día (sin vacaciones, sin huecos), sería buen momento para que algunos pusieran por escrito, en una libreta, diario o cuaderno sus propias reacciones e impresiones ante el texto.

            Hay muchos libros de auda… Yo mismo he dedicado muchos años al análisis de los evangelios, y así me atrevo a recomendar (para ampliar lo aquí dicho) no sólo el Libro-Ciudadde toda la Biblia, sino otros libros comentarios de la Biblia: Evangelio de Mateo (Verbo Divino Estella 2017) y Evangelio de Marcos (Verbo Divino Estella 2013), con libro de los Salmos (Verbo Divino, Estella 2023).

   Y con esto termino recordando los dos libros principales de este día 7 de Mayo 2023: Camino, verdad y vida y Ciudad Biblia

 Pero, sobre todo, me atreve a recomendad mi libro de conjunto para una lectura completa de la Biblia, no sólo a lo largo de este año 2023, sino a o largo de todos los años. Se titula Podría haberse titulado la Biblia de cada día, cada día este año 2023, la Biblia de todos los años.

            Deseo que este año 2023 sea para todos un tiempo de encuentro con el evangelio de Jesús, tal como se expresa y despliega en los cuatro evangelios, condensados en las lecturas del año litúrgico.

Jesús resucita en el pan compartido

Pikaza: Se vacían en Occidente las iglesias; muchos parecen cansados y se van, como estos dos de Emaús»

Por el camino de Emaús
Por el camino de Emaús

 Pero les sale al encuentro un «peregrino» (mendigo, emigrante, sin techo, expulsado, excluído…) y, tras escucharles,  les cuenta la historia de las víctimas del mundo,  sin tierra ni casa ni pan ni futuro. Se hace tarde, caen las sombras… y los dos fugitivos miedosos sacan fuerza de su miedo y piden al peregrino que se quede esa noche con ellos para contarlas el fin de esa historia

«Sólo compartiendo el pan podremos descubrir y recrear caminos de resurrección, la nueva pascua de Emaús»

«Estos varones (¿varón y mujer?) representan a todos los cristianos, tentados de escapar, dejando a las mujeres con sus “ilusiones” y al resto de la comunidad con su falta de fe, ante la tumba vacía»

«Si los hombres y mujeres del mundo comparten el pan, comparten la vida en amor… sabrán que Jesús está resucitado»

Por Xabier Pikaza

El peregrino acepta la invitación.

Entra en casa, se sienta, y, como maestro de la vida,  toma el pan que le ofrecen y lo parte para compartirlo con ellos.Y entonces, solo entonces, los fugitivos entienden.

Esa historia  son ellos, somos nosotros, es Jesús resucitado que camina en (con) todos los peregrinos, se sienta y comparte con ellos (nosotros) el pan de la vida: A la caida de la tarde nos examinarán en el amor: en su amor (Juan de la Cruz).

¿Qué hacer en un tiempo como éste en que parece que muchos abandonan su antigua iglesia? El evangelio de este domingo, la gran catequesis pascual (largo camino de Jerusalén a Emaús) nos da la respuesta: Sólo compartiendo el pan podremos descubrir y recrear caminos de resurrección, la nueva pascua de Emaús.

Fugitivos de Jerusalén, mesianismo fracasado (Lc 24, 13-21).

En  la raíz de este pasaje late el recuerdo histórico de unos personajes bien concretos que han quedado desilusionados de Jesús y marchan (huyen)  nuevamente a casa.   Sobre la base del fracaso pascual, ha construido Lucas (quizá con tradiciones anteriores, reflejadas en Mc 16, 12) una bellísima parábola que evoca aspectos hondos del encuentro eucarístico y/o pascual de los cristianos. Comencemos leyendo el texto,  fijemos su estructura dramática, marcando los diversos momentos de la trama, la acción de los agentes.

Jesús devuelve la esperanza a dos discípulos desanimados - Parroquia  Nuestra Señora del Carmen (Málaga)

Al principio hallamos dos fugitivos de Jerusalén (que para Lucas es principio y centro de la nueva comunidad). Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34). Pero estos de Emaús responde: Ha resucitado y resucita cuando compartimos el pan.

No han ido con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerto, ni quedan en Jerusalén, como los otros; huyen. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera terminado, como un bello y mentiroso engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla mejor: parecen suponer que la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, palabras vanas, como las que dicen las mujeres del sepulcro (cf Lc 24, 11-22). 

Escapan por los caminos del olvido imposible, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a  ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía. Estos necesitan en pan partido y compartido con todos los pobres del mundo. Estos necesitan toda la Escritura y la fracción del pan: tendrán que ver a Jesús para creer, aunque no necesitarán fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como la iglesia pascual de Jn 20, 20 y Lc 24, 40). De esa manera, su misma incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis.

El Evangelio Comentado: Aparición a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35)

Empecemos leyendo el texto, saquemos nuestra Biblia, Lc 23. Ésta será nuestra catequesis de pascua. Son muchos los motivos que podemos destacar en esta catequesis de la pascua.   Ningún comentario suple su  lectura directa del texto.

[Fugitivos, Emaús]

Y dos de ellos (del grupo de los Once y los otros: cf. Lc 24, 9) caminaban aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaús… 

[Presencia de Jesús]  Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido.Y  sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.

[Ojos cerrados] Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:– ¿Qué son esas palabras que decís entre vosotros, mientras camináis? Y ellos se pararon tristes. Y uno, llamado Cleofás, le dijo:

–  ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras  las cosas que han pasado en ella en estos días? Y les preguntó: ¿Cuáles?Y ellos le dijeron:

[Las cosas de Jesús] –  Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo, cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, juzgándole a muerte y le crucificaron .Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel,pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido.

[Mujeres] Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado,pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo,han venido diciendo que han visto una visión de ángeles,que les han dicho que está vivo.

[Sepulcro vacío]   ero algunos de los nuestros han ido al monumento y han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres,pero a él no le han visto (Lc 24, 13-21).

Huyen de Jerusalén, que les vacía del Cristo, buscan un refugio en Emaús. Ellos representan a todos los que han hecho camino de evangelio, pero después se decepcionan. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino. El signo del pan ha terminado; Jesús no tiene «pan» de reino (el que ellos quieren)… Ellos son el signo de los decepcionados de la humanidad, de los vencidos de Israel de lo que querían un reino de poder y de dominio… y lo han perdido, porque Jesús ha muerto.

  No han podido resistir el fracaso de Jesús. Son los que querían coronas, millones de dinero. Han estado con Jesús por interés, pero se marchan…  Su historia  es un relato de  de perdedores mesiánicos orgullosos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:

Reproducciones De Arte Del Museo | Cena en Emaús, 1892 de Léon Augustin L'hermitte (1844-1925, France) | WahooArt.com

 –  ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, le han visto y oído, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo.  En aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, muchos actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación.  Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo desde Jerusalén un reino mesiánico de paz y concordia universal.

Las perspectivas de ese reino podían variar, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc). Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza de ese tipo, como han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, en este plano, abierto.

 – Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y (los romanos) le crucificaron.Todo judío sabía que el mesianismo era objeto de disputa y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente para las autoridades. Algunos esenios, como los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto para mantener su mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos fueron también asesinados, según Flavio Josefo. Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe en las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, aunque esperaban su vuelta inmediata.

– Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de plenitud escatológica. Estos discípulos no se han escapado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el milagro debía suceder al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo. Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasía femenina en torno a un cenotafio. Los hombres han ido y han chocado ante ese monumento, hecho para recordar a Jesús y que no sirve absolutamente para nada, pues está vacío. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba abierta! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.

Do gran ó pan: Manuel Vidal muestra "La cena de Emaús", con destino al  Santo Cristo

Viven una muerte sin pascua, un recuerdo de Jesús sin eucaristía, es decir, sin comida compartida, sin gozo ni esperanza escatológica. Por eso, estos discípulos escapan. No les hemos llamado fugitivos de Emaús, sino de Jerusalén, pues de Jerusalén y de su entorno escapan: huyen, sin duda, de los sacerdotes que han matado a Jesús y de Dios que no le ha respondido. Rechazan la visión de las mujeres, que parecen empeñadas en tejer una red de fantasías en torno al pretendiente asesinado. Evidentemente, escapan sin escaparse, como indica su mismo lenguaje: por eso siguen hablando de unas mujeres de nuestro grupo (que han visto visiones y nos han sobresaltado) y de unos hombres de los nuestros (que no han visto nada…).

Escapan, pero se sienten vinculados a la historia de Jesús. Huyen de Jerusalén, pero (al menos en el recuerdo y desencanto) siguen siendo del grupo que Jesús ha reunido, en torno a su mensaje y su persona.  Hasta entonces, la misma cercanía sorprendente de Jesús (hombre poderoso en obras y palabras) les mantenía protegidos. Ahora, sólo ahora, en el hueco de su muerte, deben mirar  y buscar de verdad lo que buscaban. Este es el día tercero, tiempo de la verdad: cada uno de los actores del drama mesiánico de Jesús debe reaccionar, con la ayuda de Dios. 

Fugitivos de Emaús, iglesia actual

Estos varones (¿varón y mujer?) representan a todos los cristianos, tentados de escapar, dejando a las mujeres con sus “ilusiones” y al resto de la comunidad con su falta de fe, ante la tumba vacía. Resulta sintomático que un Documento básico del CELAM, de la Conferencia Eclesial Latinoamericana (Santo Domingo, 1992) haya  situado al conjunto de la iglesia ante este icono pascual. Ciertamente, este relato es un espejo de nuestra eucaristía. Estamos como en aquellos tiempos. Unas mujeres lloran ante la tumba vacío, otros huyen. Esto es la iglesia.  Las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 1-8)toman en serio el recuerdo y palabra de Jesús; ellas mantienen viva la fe de la iglesia y sobresaltan a los apóstoles oficiales. Pero  estos fugitivos piensan que ellas siguen atadas a la tumba. 

Los jerarcas (apóstoles) están en Jerusalén, en un tipo de gran curia eclesial miedosa. Parecen  indecisos: van al sepulcro en busca de confirmaciones exteriores, son incapaces de escuchar la auténtica palabra y de asumir un liderazgo creador en la comunidad cristiana.

También  los fugitivos, parecen formar parte del grupo dirigente, pero escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús. Con un podo de humor diría que son cardenales fracasados de la gran iglesia… 

Qué fue de la emigración española? La generación de la posguerra, 50 años  después

. Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro, que puede ser varón o mujer (quizá mejor mujer) permanece innominado.  Huyen de Jesús y de la eucaristía y, sin embargo, serán comienzo de una nueva eucaristía pascual.

La experiencia fundante de pascua sigue siendo un enigma. Pero Lucas nos ayuda a penetrar en algunos de sus motivos principales, distinguiendo entre los grupos de la iglesia. Muchos investigadores han elevado preguntas a su texto. ¿Por qué sitúa la meta de la huida en Emaús, que está en Judea, y no en Galilea, como suponía Mc 14, 28? ¿Por qué presenta como fugitivos a estos dos, y no al conjunto de los apóstoles? ¿Por qué ha centrado la experiencia pascual en Jerusalén y no en Galilea, como Mc 16,  Mt 28 y Jn 21? Nadie ha escrito, que yo sepa, un relato histórico fiable sobre el desarrollo de los acontecimientos pascuales.  

 Recuperar el pasado: la «homilía» del peregrino desconocido (Lc 24, 25-27).

 Estos fugitivos han  abandonado la comunidad donde parecen reunidos otros discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 9-10.33-35). Este sería el comienzo del fin: empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado.  Escapan  de él, pero le llevan en su mente y conversación (cf. 24, 14). Pues bien, su mismo alejamiento será principio de nuevo encuentro. Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado.

Quien no sufra el choque del fracaso, quien no sienta tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Esa decepción, ese intento de evadirse para recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.

            Sigamos. Se suele decir que  no hay verdadera conversación sin “un tercero”. Aquí llega. Pero no es un simple «tercero»: Es un hombre del camino, el hombre de todos los dolores…

Este caminante… es un expulsado, un sufriente, una víctima de todas las victorias de los grandes:  Es el siervo sufriente, el que no tiene mas casa que el camino, ni más dignidad que el sufrimiento… Este es el protagonista de la historia, el que puede contarla, contando su vida, que es la de Jesús.

Los fugitivos hablan entre si, con su tristeza, pero no culminan la conversación. Son los más interesados en el tema: escapan de Jesús y, sin embargo, no comprenden lo que pasa. Entonces llega y toma la palabra, para iluminar con su vida la Escritura antigua. 

Empieza preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y  permite que ellos hablen y digan lo que esperaban (liberación de Israel) y lo que ahora sufren (fracaso de Jesús). Como buen conversador, les hace hablar, no sólo para aprender lo que dicen, sino para dejar que se expresen y con ello manifiesten su verdad e intimidad más honda.

            El Jesús pascual ofrece su homilía, como un desconocido que pide lugar y  palabra en la conversación de dos decepcionados. Precisamente al fondo de su decepción, ellos conservan (y expresan) un rescoldo de fe; en ella penetra el caminante, reconstruyendo aquello que antes era su deseo y ahora es  su decepción. La experiencia pascual viene a expresarse a través de un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la cultura humana: el sentido del dolor y la esperanza de la felicidad. Así les habla:

 [Acusación]   a.¡Oh faltos de mente y duros de corazón    para creer todas las cosas que dijeron los profetas!

[Pregunta] b. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas   y entrara así en su gloria?

[Interpretación]  c. Y comenzando por Moisés y por todos los profetas   les fue interpretando en todas las Escrituras   todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).

             Estas palabras no forman un discurso teórico sobre el dolor y el fracaso de la vida, sino  respuesta fuerte que recrea la conversación de los fugitivos. Es fuerte, porque el caminante se atreve a acusar a los otros dos, llamándoles faltos de mente y duros de corazón, asumiendo así un motivo clásico de la tradición profética y legal de la Biblia, que describe a los israelitas como duros de cerviz e incircuncisos de corazón. Desde  la historia y tradición deuteronomista (siglo VI a. C.), hasta Jesús y  la Misná (siglo II d. C.), los mismos textos judíos han acusado a los israelitas de no aceptar a los profetas, incluso de asesinarlos.

Esta homilía o conversación… recoge el tema central de la Biblia: La historia de la humanidad contada desde los perdedores, los cojos, mancos ciegos de Jesús, los leprosos, los expulsados de la tierra, los vencidos, emigrantes si casa ni derechos…  Jesús les cuenta la historia de la humanidad desde los vencidos y expulsados de todos los tiempos. Él, ese mendigo del camino, ese peregrino (que vive cruzando caminos quo son su suyos: per agger), les cuenta la historia verdadera, no la historia del poder, de la falsa verdad impuesta, sino la de la vida sufrida… 

 – En un primer momento pudo parecer que bastaba el recuerdo de Jesús (Lc 24, 6-7). Los dos varones de la tumba vacía habían pedido a las mujeres que recordaran lo que Jesús había dicho: ¡el Hijo del humano debe padecer…!  La historia de Jesús contiene y garantiza el futuro de la pascua.

 Pero Jesús apela a la Escritura (24, 25-26). No remite a sus palabras anteriores, sino a Moisés y a todos los profetas…  Significativamente, contra lo que hará el judaísmo de la Misná, este caminante interpreta la Escritura  como palabra reveladora que culmina en la pasión y pascua del Cristo.

             Los fugitivos no habían entendido la muerte de Jesús, pretendiente mesiánico. Ellos esperaban que su historia culminara de un modo glorioso y que él  viniera, como mesías triunfador, para imponerse con la fuerza de su gloria (con armas, si fuera necesario) sobre los enemigos del pueblo. Pero ha muerto fracasado, en una cruz de infamia, y no ha vuelto a restaurar el reino.

Ciertamente, en un sentido, la pasión de Jesús ha sido un momento pasajero (=ha muerto para entrar en su gloria). Pero, en otro ella parece perdurable: externamente, a los ojos de los testigos “neutrales”, las cosas del mundo (las suertes del pueblo) continúan como estaban. Con la muerte de Jesús no ha cambiado externamente nada: el mensaje de resurrección es simple “habladuría” de mujeres.

Sobre la derrota  de Jesús sólo resultan posibles las emociones fantasmales de mujeres que dicen ver al ángel de Dios ante un sepulcro misteriosamente vacío (cf. 24, 22). Esta ha sido y sigue siendo la principal dificultad de judíos y musulmanes (y de muchos cristianos) ante la muerte de Jesús: Dios no puede avalar como Mesías a un crucificado. Pues bien, hablando a través del desconocido caminante, Jesús responde a estos judíos fugitivos, ofreciéndoles una hermenéutica o interpretación de las antiguas Escrituras, a partir de los mendigos, expulsados, cautivos, víctimas de la gran historia humana, que es en el fono una historia de falsedades. Lucas piensa que la más honda verdad de la Escritura israelita se condensa en la muerte gloriosa, salvadora, del mesías.  

La pascua cristiana es la clave que permite comprender las Escrituras, el misterio de la vida humana. La pascua cristiana es la resurrección de los crucificados.  Paradójicamente, Jesús ha comenzado enseñando a sus discípulos la gloria y valor del sufrimiento, a partir de la experiencia israelita. Ellos buscaban la redención de Israel, el reino externo. Jesús, en cambio, les hace comprender la hondura del fracaso, vivido en amor, como camino de salvación, como principio de una solidaridad más alta.según los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 40-55). En esta línea se sitúan algunos Salmos y, de un modo especial, Sab 2 (sobre la muerte de justo)..

Esos testimonios, evocados por Jesús como palabra de Dios y profecía, muestran que la historia no se salva a base de poder y por las armas, conforme a la ley de la venganza, en espiral de lucha y triunfo. Al contrario, sólo quien ama hasta el final, dejándose matar, sufriendo por los otros, sin vengarse ni emplear violencia, puede ser mesías verdadero. Sólo las víctimas, los expulsados, pueden contar de verdad la historia huma

El pecado aparece así como violencia de aquellos que imponen su fuerza sobre los demás, conforme a la ley del chivo emisario, es decir, sacralizando la misma violencia. Por el contrario, la gracia de Dios se identifica con el amor que se deja matar, para extender amor sobre la tierra.

La cena de Emaús. Hendrick ter Brugghen - Catequesis a través del arte -  Arguments

Según eso, se podrían distinguir dos pascuas. Por un lado, la de los violentos: el triunfo de una idea que se impone a través de su violencia, derrotando a los contrarios. Por otro lado la de Jesús, que se ha dejado matar precisamente por amor, por no responder al odio con odio, a la violencia con venganza… Sólo aquí se puede hablar de revelación de Dios, de gloria verdadera. 

– Pascua de Gloria. Los fugitivos de Emaús habrían aceptado la pascua en la mañana del tercer día, como victoria sobre los enemigos.  Dios habría dejado que maten a su Cristo, pero luego ha querido vengarse y se ha vengado de sus verdugos, imponiendo su victoria sobre el mundo. En el fondo, la pasión habría sido una verdad pasajera, pues después ha de mostrarse la de siempre, es decir, el triunfo del Dios grande, la derrota de sus enemigos.

Pascua del Sufriente. Pero Jesús les revela una pascua distinta, vinculada al sufrimiento de todas las víctimas: él no resucita para negar la pasión, sino para ratificarla y culminarla, es decir, para acoger en su amor transformador a los expulsados, a las víctimas…Sólo un peregrino, un pobre, un expulsado puede contar la historia verdadera de la humanidad, su historia, que es la de Jesús, la historia de todas las víctimas, desde el Justo Abel asesinado hasta Zacarías hijo de Baraquías…. (cf. Mt 23).

 Por eso, el Cristo resucitado no aparece  en gloria externa, imponiendo su poder sobre los contrarios, sino que aparece y habla como aquel que es, un caminante del amplio camino de dolores de la historia, aquel que acompaña en las jornadas de dolor a los fracasados de la vida, para ofrecerles su amor desde el sufrimiento,  para invitarles a acogerse unos a otros En otras palabras, la pascua no niega el  fracaso del mesianismo de Jesús, sino que lo avala, ratificando el valor de su muerte.

Solemos buscar una verdad y gracia impositiva: alguien o algo nos sorprenda y se imponga sobre nosotros, en forma victoriosa. Más aún, queremos la derrota de los otros: que aparezcan sometidos, reconociendo su error. Pues bien, en contra de eso, el Jesús de la pascua del camino ha venido a dialogar con nosotros, mientras vamos de retirada, a la caída de la tarde. No llega para imponer, sino para despertarnos (¡tardos de mente, duros de corazón!), de manera que entendamos la Fiesta de Dios, el camino de la vida, a partir de la Escritura.

Dentro de la pascua, así entendida, recibe su sentido el dolor de los pobres y excluídos del mundo, no para quedar como está, sino para transformarse en amor que acoge, que sana, que dura.

Por eso, el sufrimiento no es  objeción sino prueba de la mesianidad:  Jesús no es mesías de Dios a pesar de que ha sufrido, sino precisamente porque ha sabido sufrir sin vengarse. No resucita a pesar de haber muerto, sino precisamente porque ha muerto por los otros. Sólo allí donde el sufrimiento se comprende como gesto salvador (superando la venganza) puede hablarse de la pascua de Jesús, el Cristo. Esto es algo nuevo, siendo al mismo tiempo la verdad original de toda la Escritura. Por eso, el descubrimiento pascual viene unido a la más honda y verdadera comprensión de la Palabra de Dios. 

La pascua del pan compartido (Lc 24, 28-35)

             En la línea anterior, podemos definir la escena de Emaús en forma de catequesis eucarística. Hemos celebrado ya la liturgia de la palabra: Jesús ha ofrecido su argumento y los caminantes lo han aceptado, pues como dirán después  su corazón estaba ardiendo mientras le escuchaban (cf.  Lc 24, 32); pero todavía no le reconocen ni aceptan como Cristo, para eso necesitan la liturgia propiamente dicha, la mesa del pan compartido.

Estos discípulos no le entienden plenamente, pero le aman ya y le invitan a quedarse a cenar en su casa, pues es de noche (24, 28-29). No creen todavía, pero quieren  que se quede con ellos, que les acompañe en la cena y el descanso. Quizá pudiéramos decir que Jesús resucitado se revela allí donde alguien sabe invitar al caminante, ofreciéndole su hogar y compañía. Pero el texto quiere que avancemos hasta el lugar de la manifestación definitiva del  Cristo. Ellos le invitan a comer y él, actuando como padre de familia y señor de la casa, les parte el pan. Entonces le descubren:

 [Ademán de seguir]  Al acercarse a la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante.Pero ellos le instaron diciéndole:

[Quédate]. Pero ellos le dijeron:   Quédate con nosotros, porque atardece y el día ha declinado.Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, al sentarse con ellos en la mesa,            Y tomando el pan, bendijo; y partiéndolo se lo dio.  Entonces se abrieron sus ojos y le reconocieron, pero él se volvió invisible para ellos …

[Explicar las Escrituras]   Se dijeron uno a otro: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los otros, que decían:– ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!    Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino

[Fracción del pan]   cómo le habían conocido en la fracción del pan (Lc  24, 28-35).

              Ellos le invitan: eso significa que se introduce en su argumento, en su manera de entender las Escrituras. Han empezado un buen camino. Han abandonado Jerusalén, pero encontrarán a Jesús en la casa de la mesa compartida, situada en Emaús. Jesús acepta la invitación, que incluye evidentemente una cena, a la caída de la tarde. Da la impresión de que los fugitivos llevan tiempo fuera de su casa de Emaús.

Las colas de hambre en España cada vez son mayores, un grave problema  social que se esconde - h50

Por otra, pueden preparar una cena con rapidez, poniendo el pan ante Jesús. Forman una “casa”: ¿son hermanos varones, esposos?

Lo cierto es que se reclinan (kataklithênai) a la mesa, de forma festiva y distendida, para ratificar la conversación anterior en un banquete. Pues bien, en contra de las leyes de la cortesía,  en lugar de esperar a que le sirvan, diciéndole que coma, el invitado asume la iniciativa: ¡parte el pan y se lo ofrece precisamente a los señores de la casa!Podría pensarse que los mismos caminantes  le  han ofrecido la presidencia de su mesa, pidiéndole que parta el pan, pero no se dice… No hace falta decirlo: El peregrino, el sufriente, el expulsado es siempre el que preside la nueva mesa de Jesús, el resucitado.

Esta es la acciòn de Jesús, peregrino, expulsado, crucificado… la acción de todos los expulsados. Jesús toma el pan  de la vida, del trabajo de todos los hombres y mujeres y lo parte y se lo ofrece, en gesto que recuerda las  multiplicaciones y la Cena con sus discípulos:

 – Toma el pan, que es signo central de la mesa… y de la vida humana. Pan de trabajo,pan de la tierra,pan para compartir entre todos….  No pide permiso, no pregunta, no se deja rogar. Ha llegado su momento y, con total seguridad lo toma, como identificándolo consigo mismo.

– Bendijo… (eulogêsen). Puede suponerse que bendijo el pan, pero según costumbre judía, es más probable que bendiga a Dios, con el pan en la mano. De todas formas, bendecir el pan compartido es bendecir a Dios. De esa forma repite sus gestos: sus comidas con los discípulos y pecadores.

– Y partiéndolo… Parte el pan para poder distribuirlo, en gesto que la tradición eucarística ha interpretado en línea de donación y entrega de la vida. Se trata de tomar el pan de la vida de los hombres, todos los panes del mundo, para compartirlos, pues sólo son panes humanos de verdad si se comparten….

No sólo de pan vive el hombre (Mt 4,4)… No sólo de pan material, sino de pan compartido en conversación (palabra) de diálogo y amor.  Ése es el pan de Jesús, Dios mismo hecho mán, comunión de vida, esperanza de pascua en la tierra.. Es evidente que las palabras anteriores sobre el sufrimiento y muerte de Jesús han de entenderse desde este fondo del pan que se parte.

– Se lo dio…  Antes, Jesús les ha llamado “necios y duros de corazón”, interpretándoles la Escritura. Ahora les ofrece el pan, de un modo gratuito, sin condiciones...  Es el pan que ellos han comprado o cultivado en sus campos, antes de seguir a Jesús. Ahora es él quien se lo ofrece.

 Este gesto de Jesús sobre el pan traza la relación más profunda entre su vida y pascua… Los fugitivos le han re-conocido al partir el pan. Si los hombres y mujeres del mundo comparten el pan, comparten la vida en amor… sabrán que Jesús está resucitado. Esto significa que ya le conocían, que sabían que su vida se hallaba vinculada a ese pan compartido…

Emaús: Iglesia en huida, en salida, en retorno (con CELAM, Santo Domingo  1992)

Es evidente que esta referencia a la fracción del pan como signo de Jesús alude a la última cena (Lc 22,14-23). Pero, por lo antes dicho, ella debe referirse también al conjunto de la vida de Jesús (cf. Lc 9, 10-17). Este es su gesto más significativo, su signo más profundo: es contraseña que permite interpretar y aceptar su figura, es Eucaristía.

Sólo de esta forma culmina la catequesis: ¡Jesús se revela plenamente, ellos le descubren como Cristo eucarístico, resucitado!. No ha sido suficiente su interpretación bíblica, ni su exégesis sobre el sufrimiento y muerte en favor de los demás. Eso ha sido un camino que debe culminar y ha culminado en la fracción del pan, como dirán las palabras finales del texto: en el pan partido y compartido se hace presente el mismo Jesús muerto y resucitado, en su totalidad (Lc 24, 35).

Se ha dicho a veces que Jesús resucita en el kerigma, es decir, en la palabra proclamada. Puede añadirse también que ha resucitado en la entrega gozosa de la vida en favor de los demás. Pues bien, ahora debemos avanzar en esa línea y afirmar que

Jesús resucita y está presente en la fracción del pan, es decir, allí donde sus discípulos se reúnen, le recuerdan, compartiendo en su honor el pan….Pero no sólo en honor a Jesús, sino en honor a todos los pobres del mundo… Hay muchas formas y momentos de amor, pero según el Padre-nuestro, oración eucarística, las dos fundamentales son compartir el pan nuestro de cada día y perdonarnos en perdón y gracia unos a otros  (perdónanos como nosotros perdonamos).

 La pascua no es sólo verdad interior, un sentimiento hermoso sobre el valor de la vida, una idea más honda sobre el misterio. Al contrario, la pascua ella se materializa y expresa en el pan de justicia y de la fraternidad, en el pan compartido de la vida… que se celebra sacramentalmente en la eucaristía

Este pan compartido es recuerdo de Jesús…, pero recuerdo hecho vida, es presencia… Jesús resucita en el pan compartido de la vida los hombres y mujeres del mundo, que se respetan y ayudan, que se acogen y alimentan, empezando por los panes…, como hemos dicho: era su signo, comía con los pecadores y con sus discípulos, celebrando de esa forma la fiesta de la vida. Pero, al mismo tiempo, es anticipo del banquete final, como sabe el mismo Lucas: ¡Bienaventurado quien coma el pan en el Reino de Dios! (Lc 14, 15).  Por eso, estos caminantes, sentados en la mesa de  la casa (¿de la iglesia?) con Jesús, pueden pensar que han llegado al final del camino: Descubren a Jesús, le ven, celebran su presencia… Es evidente un anticipo de cielo. 

Fracción del Pan. /NFractio panis (la "fracción del pan"), a finales del  siglo II a. La pintura de la pared en la denominada "capilla griega' de la  catacumba de Priscila, Roma, Italia

 Para encontrar a Jesús resucitado hay que avanzar en su camino, acercándose a la mesa común, al pan que se parte, a la comunidad donde los fieles (creyentes) celebran y expanden el banquete escatológico, que un día podrán compartir todos los humanos. El camino de Emaús recoge así su vida entera y, de algún modo, se abre hacia la pascua eterna. Pues bien, allí donde el fin ha llegado, en el signo del pan compartido, vuelve a empezar la vida verdadera: los discípulos deben retornar a Jerusalén, para asumir su camino. Se les muestra Jesús un momento, le ven y conocen, conociendo en él la hondura y verdad de su reino. Tan pronto como le miran y descubren, él desaparece, pero quedan sus signos: palabra entendida, pan compartido.  La pascua deja de ser una experiencia del pasado y se hace don y tarea de todos los creyentes.    

Pascua y Eucaristía

La pascua de Jesús recibe su densidad y sentido en la eucaristía. Los dos fugitivos han recorrido su camino hasta el final. Ahora saben que Jesús ha triunfado: está presente en la palabra y el pan compartido. Han hecho un camino especial, al principio de la iglesia. Pero su ejemplo se abre y extiende a todos los cristianos, que descubren a Jesús por la Eucaristía, centrada en la fracción del pan. Como hemos visto ya,  la referencia al vino puede quedar en el trasfondo o resulta innecesaria.  Así descubren a Jesús precisamente cuando su presencia externa desaparece. Nosotros, herederos de una vieja tradición  racionalista y, al mismo tiempo, mágica, queremos fundar muchas veces nuestra fe en argumentos científicos y en apariciones.

Al final de este recorrido no encontramos leyes de ciencia ni tampoco apariciones:  sólo una palabra sobre la entrega de la vida (el sufrimiento del mesías) y el signo del pan compartido. En esa palabra y signo aparece el Cristo pascual, principio de fidelidad y gozo de la vida, fuente de comunicación, pan compartido. Los fugitivos ya no necesitan más. Llevaban consigo aquello que buscaban.

Querían escapar de Jesús, pero Jesús estaba con ellos. Evidentemente son dos (al menos dos), pues la reflexión sobre la palabra y la fracción del pan exige compañía: tienen en las manos el pan de Jesús; lo comparten y saben que el Señor ha resucitado. Están reclinados, se preparan para disfrutar el sueño de la noche, tras la conversación y la cena. Pero la visión de Jesús les despierta y, por eso, dejándolo todo, dejando su casa, con el pan caliente sobre la mesa, vuelven hacia Jerusalén, para compartir esta experiencia con el resto de los discípulos, diciendo

¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón! (24, 35).

Ha resucitado y le seguimos viendo, compartindo su vida y recreando su esperanza en la fracción del Pan… pues sobre el pan compatido y el amor resucitado crea Dios los nuevos cielos y la tierra nueva

Jesús, el Buen Pastor

No para meter en redil, sino para sacar y liberar a las ovejas (Sl 23 ; Jn 10)

Ésta es la palabra central, carta magna de la liberación bíblica y cristiana: Sacar a las «ovejas» del redil cósmico y social donde estaban cerradas, oprimidas, haciendo con ellas un camino de comunión personal, en libertad. 

Sin esa libertad que es Dios (en nuestro caso el Dios de Israel y de Cristo),  el ejercicio político/social y religioso  de pueblos y estados  ha sido (=es) un dominio de  kleptai (ladrones) y lêstai (bandidos .

Así lo proclama  esta palabra de Jesús sobre el poder/gobierno de sacerdotes (Jerusalén) y de soldados (Roma), que viene precedida y preparada en la Biblia y liturgia de este dom. 4 de Pascua por el responsorio de Sal 23 (=22).

Por | X Pikaza Ibarrondo

Ésta es la palabra central de la Iglesia, pero a veces, la misma iglesia, en vez de sacar y liberar, ha metido a sus ovejas en más duros rediles de dominio de conciencia (castillos fortificados y vigilados de opresión social)-

Dicen que la economía y política moderna quieren liberar, pero ella también ha corrido y está corriendo el riesgo de sacar a las ovejas delos viejos rediles (redes) de opresión tradicional para encerrarlas en apriscos más duros de opresión económica, ideológica y política. Todo el mundo está corriendo el riesgo de convertirse en un gulag, un Lager de concentración para la muerte, campos y campos de exilados, encerrados en fronteras de opresión.

El tema de fondo, la palabra inquietante de Jn 10, 10, es que este mundo está bajo el dominio de poderes económicos (kleptai,ladrones) y político/militares (lestai,bandidos). Por eso, lo primero es sacar (ex-agein), esto es, liberar a las ovejas-ovejas, a fin de que puedan ser lo que son, es decir, personas en libertad de conocimiento y amor, para caminar en comunión (comunicaciòn de vida).

Éste es un evangelio fuerte quizá el más fuerte de la Biblia, de la iglesia y de la humanidad: La autoridad social y religiosa sólo es digna de ese nombre si libera, si permite que hombres y mujeres, que empiezan pareciendo ovejas de redil, se conviertan en personas de libertad para el amor. 

Para eso esta la Biblia (=la Palabra), para eso está Jesús (para sacarnos del redll cerrado de animales), para eso está la iglesia…para eso están un tipo de autoridades sociales, económicas y religiosas. 

Pero la Biblia (Palabra), Jesús (liberador) y la Iglesia (con los poderes político-sociales) se han vuelto con frecencia creadores de nuevos rediles, peores (más refinados) que los anteriores: Rediles de dogmatismo de conciencia (no de buen dogma), campos de inquisición y de concentración, sistemas cada vez más totalitarios/totales de manipulación, al servicio de klepta y lestai, esto es, de latrocinio y esclavizamiento.

Ciertamente, el evangelio de Juan, con el despliegue de la iglesia y  los programas de liberaciòn politico-social de la modernidad, han conseguido muchas libertad. Pero hay que estar muy atentos para que esas libertades no sean tapadera de nuevas y más duras opresiones de ladrones y bandidos, como sigue diciendo el salmo y evangelio de este domingo.

SAL 23 (=22): YAHVÉ ES MI PASTOR, NADA ME FALTA

Breve salmo, atribuido a David, pastor y rey, a quien la tradición atribuye el orden sagrado del templo de Jerusalén y la “constitución del judaísmo”.. Sus motivos básicos son dos, conectados entre sí de un modo histórico y religioso.

(a) 23, 1-4. Yahvé, pastor que protege, guía y alimenta al rebaño (Israel, humanidad) y al orante en los caminos fuertes, peligrosos, de trashumancia en oriente.

(b) 23, 5-6El mismo Yahvé se muestra vinculado a un templo (un casa), que es, evidentemente Jerusalén, donde abre un espacio de vida y una mesa de amor para los justos (frente, en contra de los enemigos) (tomo el comentario que sigue de mi libro de los salmos).

            Es muy posible que este salmo sea la oración de un “devoto” (creyente), a quien sus enemigos acusan, persiguiéndole  y queriendo expulsarle del culto de los fieles del templo; pero se ha defendido, ha triunfado, y puede mantenerse en el templo, confesando a Yahvé como su Dios, tanto en su entorno anterior de trashumancia (como oveja de un rebaño protegido por Dios), como en su contexto posterior (actual) de presencia y culto en el templo.De un modo implícito, este salmo evoca el arco histórico de la identidad israelita, en sus dos momentos fundamentales. 

(a) Sal 23, 1-4  presenta a Israel  (al ser humano) como un rebaño guiado y defendido por Dios, no sólo en la etapa de los patriarcas (Jacob pastor), sino a lo largo de los tiempos de trashumancia por un tipo de desierto, desde la salida de Egipto hasta su establecimiento en torno a Jerusalén.

(b)  Sal 23,5-6    nos sitúa ante la comunidad de creyentes, reunidos de un modo sacral en torno al templo de Jerusalén, donde Dios mismo aparece como “anfitrión”, en la casa sagrada que acoge a sus devotos, les unge, les llena de gloria y les “alimenta”, de forma que ellos pasan de ser ovejas de su rebaño (cf. Is 40, 11; Ez 34, 21-22; Sal 95,7) y huéspedes y amigos de su casa.

            Este paso de la religión trashumante del Yahvé pastor y su rebaño a la religión establecida del Yahvé del templo con sus fieles, que comparten la mesa y oración (y que más tarde el libro de la Ley), constituye la clave de la historia de Israel, y aparece aquí resumida en esta espléndida oración, que no es ya propia de un Rey como David (aunque se le puede aplicar la primera parte), ni de unos sacerdotes, gestores del culto del pueblo (aunque también se les puede aplicar la segunda parte), sino de un creyente, que se defiende y eleva como representante o portavoz de la historia israelita.

            Cambian de un momento a otro los “peligros”, vinculados primero con el tiempo de pastoreo con riesgos concretos de carencia (de agua, de pastos, de oscuros caminos, de fieras o bandidos…) y después con el tiempo del templo, con enemigos humanos, que se sientan o vigilan al otro lado de la mesa del orante, acechándole siempre. Pero la defensa de Yahvé (su presencia protectora) es siempre la misma en un momento y el otro, de forma que el salmista original o los que repiten y asumen su canto en el templo o en la liturgia particular de las comunidad, pueden habitar tranquilos (23,5), libres de temor, porque el Dios pastor y anfitrión (amigos) va con ellos y les acompaña.

(A) Yahvé es mi pastor, nada me falta:2 en verdes praderas me hace recostar; | me conduce hacia fuentes tranquilas. 3 y repara mis fuerzas; | me guía por el sendero justo, | por el honor de su nombre.4 Aunque camine por cañadas oscuras, | nada temo, porque tú vas conmigo:tu vara y tu cayado me defienden.

(B) 5 Preparas una mesa ante mí, | enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, | y mi copa rebosa.6 Bondad y tu misericordia me acompañan | todos los días de mi vida,Y  habitaré en la casa Yahvé | por años sin término.

Éste salmo tiene, como he dicho, dos partes principales (Yahvé-Pastor, Yahvé en el Templo) que van unidas de un modo inseparable, como es normal en otros salmos. Entre el pasado de los patriarcas-pastores y el presente de los devotos del templo queda un largo transcurso de historia simbólica (conquista de la tierra, monarquía de Jerusalén, quizá exilio…), que el salmo no necesita precisar, pasando como hace la etapa de pastores (promesa) a la etapa de fieles/levitas de un templo.

La imagen primera es de “pastores”, una imagen que ha seguido vive en el mundo rural hasta tiempos muy recientes: La humanidad logró una madurez antes impensable cuando logró domesticar algunos animales (cf. Sal 8; Gen 2), de forma que, en vez de ser cazador fortuito de venados silvestres, se convirtió en pastor de animales domésticos (perros y caballos, vacas, ovejas…) a los que cuidaba y guiaba, para mantenerse de ellos. Resulta esencial este recuerdo   de los israelitas posteriores, que seguían identificándose más con los pastores patriarcas nómadas (trashumantes) que con los agricultores sedentarios, simbolizados por los pueblos paganos cananeos. De esa forma pasa el salmo del recuerdo antiguo de los “jeques” pastores (patriarcas) a los fieles sedentarios del templo. 

(A). Yahvé, tú eres mi pastor (23, 1-4). No dice eres mi Rey, mi Padre o Sacerdote, sino mi Pastor, Ro’i (y[iªro÷), con acento de intensificación sobre la palabra hebrea, como para indicar que su vida (la vida de la humanidad) ha podido surgir y se ha desarrollado a través de una presencia gratuita, bondadosa y fuerte de Dios, como pastor que “domestica” a las ovejas, las guía, las protege… Eso significa que el hombre es un animal “domesticado”, educado por Dios, por una presencia superior de vida, a quien se conoce con el nombre de Yahvé (el que vive, hace vivir).

Actualmente, siglo XXI, al menos en el mundo occidental, esta imagen se nos ha hecho difícil de entender y de aceptar: No nos sentimos bien si alguien nos guía, no somos “animales domésticos”, dependientes de un Dios exterior, sino dueños y gestores de la propia vida, sin necesidad de “pastores”. En un plano, ese nuevo sentimiento de libertad es bueno, y este mismo salmo lo ratifica al final. Pero en otro sentido, la visión del “Dios pastor”, vinculado a nuestra propia identidad de “rebaño de hombres libres”, sigue siendo necesaria: Nuestro despliegue en la vida ha sido un prodigio, la mayor de las maravillas de la tierra; la humanidad ha surgido por obra especial de una Presencia y Guía que podemos comparar con la del pastor, que nos ha hecho capaces de tener lo que tenemos, que nada nos falte.

Las notas principales de la presencia y obra de este Pastor divino son tradicionales y apenas necesitan comentario, teniendo en cuenta las condiciones del pastoreo trashumante antiguo, en una tierra de estepas semidesérticas, como las del entorno de Israel: Con la ayuda del Dios-Pastor, con su presencia educadora, el hombre ha sido capaz de encontrar verdes praderas y tranquilas fuentes,  en medio de una tierra calcinada,  reparando su cansancio y superando  los peligros, a través de “senderos justos” (qd<c,©÷-yleG>[.m;).

            Esta última expresión se puede y debe entender de dos maneras. (a) Los hombres han recorrido senderos “rectos”, esto es, apropiados, que les han llevado a la supervivencia física. (b) Pero también han recorrido caminos de “justicia”, en un sentido social y religioso, pues de otra manera ellos habrían perecido todos, víctimas de la violencia universal. Desde ese fondo se entienden las dos frases fundamentales.

 – Aunque camine por cañadas oscuras (de oscuridad de muerte)  nada temo, porque tú vas conmigo; este Dios-presencia, en medio del riesgo de muerte de la vida humana, define y sostiene la su existencia. El hombre ha sido y sigue siendo un viviente acompañado, bordeando sin cesar el riesgo de la muerte-oscura que le rodea y amenaza. Un camino por la oscuridad rodeada de muerte, pero abierta a la Vida es la existencia humana.

– Porque tu vara y cayado me sosiegan-defienden (ynImU)x]n:)y> hM’heä ^T,ªn>[;v.miW÷ ^ïj.b.vi); la vara es un tipo de “cetro” de orientación y mando (propio incluso de reyes); el cayado es más bien un bastón defensivo, que podía llevar punta de hierro, para luchar contra las fieras y contra posibles enemigos.

 Según esto, la vida de los grupos humanos y de las personas en particular ha sido un “milagro” de educación (maduración, crecimiento) que el salmista atribuye a la presencia de Dios, como Pastor y guía. En un sentido, el hombre es dueño de sí (capaz de defenderse); pero, al mismo tiempo, su vida ha sido y sigue siendo resultado de una presencia superior. El hombre es porque Yahvé (el que es), siendo su presencia y providencia activa, le ha hecho surgir y le mantiene en vida. 

(B) 2. Habitaré en la casa de Yahvé (23, 5-6).El salmista da un gran salto, para situarse en el lugar en que ahora se encuentra (al menos simbólicamente): Ante la mesa (!x’ªl.vu) que el mismo Yahvé le ha preparado en su casa (Bet-Yahvé) . No camina ya buscando descanso de agua y sombra, en medio de duros senderos de muerte, sino que puede sentarse y se sienta ante la mesa de Dios, hasta saciarse sin fin. Su bienaventuranza no se expresa aquí en forma de visión (contemplar a Dios, cara a cara…), sino de banquete (comer siempre en la casa de Dios).

El mismo Dios-Pastor se vuelve así anfitrión, quizá mejor de Amigo, que acoge a los amigos en su casa, ofreciéndoles alimento, como ha sabido la tradición antigua (la carne de los sacrificios que se comen en el templo es “carne de Dios”) y más tarde el cristianismo (que ha interpretado el pan y vino eucarístico como cuerpo y sangre de Cristo, Dios encarnado). Es evidente que estas afirmaciones, como las que forman parte del “misterio” religioso han de tomarse “simbólicamente”, no para indicar que no son verdaderas, sino para afirmar que lo son de un modo más alto.

El orante ha pasado de ser “oveja” o pastor de ovejas en los caminos arriesgados de estepas orientales a ser miembro de una comunidad de culto del templo (la gran asamblea; Sal 22, 23-26), en la que ha sido admitido, quizá con la oposición de algunos miembros. Parece que en ese sentido ha de entenderse la frase enigmática “frente a mis enemigos”: Él está en la mesa, nadie podrá nunca separarle de ella, expulsarle de la compañía de Yahvé, pero éste fin del salmo advierte que en esa casa “sigue habiendo enemigos”, quizá grupos enfrentados.

Esa expresión (frente a mis enemigos) puede y debe entenderse de manera afirmativa: A pesar de que tengo enemigos (personas y grupos que piensan de un modo distinto y querrían expulsarme) estoy sentado a la mesa de Yahvé y ellos deben aceptarlo (no pueden impedirlo). Pero ella  conserva un rasgo muy significativo: En otros salmos, incluso en Sal 22, daba la impresión de que los enemigos eran aniquilados en la gran lucha final; aquí, en cambio, sigue habiendo enemigos, incluso al fin, en el mismo templo, pues el culto del  santuario de Yahvé sigue estando dividido entre grupos enfrentados, pero sabiendo que los otros, los enemigos, no podrán expulsar nunca al orante justo.

Dios mismo ha preparado esa mesa del templo para el orante, sirviéndole en ella: Unge su cabeza con perfume, declarándole triunfador (un tipo de mesías, ungido); mantiene siempre llena su copa… Aquí se ha invertido la imagen del hombre sometido a Dios pastor (que le domestica y dirige desde fuera), pues Dios se ha convertido en servidor del hombre, le unge, le orece su vino en la copa… y así la acompaña todos los días de la vida, como muestran las dos frases finales. 

2 JUAN 10, 1-10. CUANDO SAQUE DEL  APRISCO LAS OVEJAS (Jn 10,1-10)

 En aquel tiempo, dijo Jesús «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.

 A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba.

Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

 La imagen anterior del pastor del Dios que es Pastor trashumante que guía la historia de los hombres y señor de un templo donde “alimenta” a sus devotos… sigue al al fondo, pero ha cambiado poderosamente. Éstas son las tres notas principales de este mundo (que era el suyo de los sacerdotes de Jerusalén y el de los legionarios romanos y que sigue siendo el nuestro son estas:

Cuatro  principios

1.  El mundo entero (Jerusalén,y Roma, templo  eimperio…) estaban en manos de kleptaì y lêstai,

como he dicho, y ahora repito. Ésta son las dos palabras fundamentales, que Jesús repite al principio y al fin de su “proclamación de investidura”: Todo lo que hay en el mundo es latrocinio (kleptai) u violencia opresora, armada o de otro tipo  (lêstai).

Son palabras durísimas, yo no me atrevería a decirlas, pero el dulcísimo Jesús crucificado las repite, en la iglesia (Jerusalén) y en el imperio (Roma). Ladrones y bandidos no han entrado por la puerta de Dios (que es la vida), sino que han asaltado el “aprisco”, el hogar de la vida humana, han tomado el poder económico y militar, y así identifican la justicia y la paz con su justicia opresora y su pan esclavizadora.

    Ciertamente, estos ladones y bandidos pueden ser los “celotas” y los “terroristas” sicarios del “mal judaísmo” (como nos decía La Potterie, en su año largo de clases sobre este motivo…); pero él solía olvidarse de que Jesús llamaba también (y sobre todo) kleptai y lestai a los sumos sacerdotes de Jerusalén y a los sumos legionarios de Roma (como algunos alumnos, después famosos, le decían ya entonces; los españoles solíamos estar callados, no estaba el horno para bollos). 

2. La humanidad ha estado (está) encerrada en ese corral (aprisco, redil…),

en  na especie de campo de concentración universal, con muros altos, difíciles de saltar…, pero que ahora asaltaban y asaltanlos nuevos ladrones bandidos que expulsan a los  anteriores para ocupar su  lugar en la red/redil de poder (como dice Ecl 5).

Esta visión de la humanidad como campo concentración, aprisco  “exterminio” era y sigue siendo el tema de fondo de la historia y apocalíptica judía y cristiana, desde Daniel  y 1 Henoc, hasta el evangelio de Juan y el Apocalipsis.

Había ya entonces, en el curso de Ignace de La Potterie (1968) algunos estudiantes hispanos (recuerdo en especial a Porfirio Mirando, que escribió luego Marx y la Biblia) que le hicieron desesperar al profesor que terminó refugiándose en un espiritualismo gnóstico, contrario a lo que él quería. El tema de base del texto (y del curso) era que Jesús había venido para entrar por la puerta (no para asaltar por los muros…), para llamar uno a uno a los hombres y mujeres del gran campo de concentración, para sacarlos, con la ayuda de  Dios (el portero y guía) a las anchas praderas de la salvación, para vivir en libertad de amor, en comunicación personal de vida, culminando así el ideal del salmo 22/23, superando por gracia a todos los enemigos.

3. En contra de aqellos que encierran a los hombres: liberar a las ovejas, hacerlas personas.. Éxodo pascual, una  salida salvadora

La salvación implica una nueva creación, una transformación de vida en libertad Hombres y mujeres dejan de ser súbditos de un Dios-Dinero, de un Dios-Poder, y se hacen amigos de Dios, siendo amigos unos en otros… Este era el tema clave, la gran propuesta de Jesús: Había venido, había resucitado para llamar y sacar a todas las ovejas, a todas las personas… Éste era y sigue siendo su éxodo (exagei…), la nueva salida de Egipto y de todas las opresiones, una salida personal (Jesús llama a cada uno por su nombre…), un salida social, de la humanidad entera y de la Iglesia.

4. Imperios, iglesias y estados han querido encerrar a los hombres en rediles para así tenerles sometidos…

  Pero lo propio del Éxodo de Egipto  del Éxodo pascual de Jesús ha sido sacar a los hombres de su encierro (ex-agein), abrir las puertas de sus campos de concentración, para que puedan vivir al aire libre de la Vida en libertad, giados y animados por Jesús, pero sin sometimiento. En diálogo de amor, pero no en imposición.

Por eso dice el texto que los que que han salido por Jesús de su cautiverio pueden ya salir y entrar,  (eis-eleusontai, ex-eulesontai),  viviendo de esa forma en libertad. Éste es el gran programa y camino de Jesús, en libertad, en conocimiento mutuo, en diálogo de todos. No para robar y matar, sino para compartir y recrear la vida, en amor mutuo.  Éste es el probrama de Jesús,éste es el sentido de su pascua.

Se trata de salir de un tipo de iglesia judía o o cristian, y de imperio romano o moderno… para descubrir y compartir los caminos de la libertad…, salir de un mundo de latrocinio y violencia, de opresión y esclavitud…., para vivir en comunión de amor, una resurrección que comenzaba entonces (en tiempo de Jesús del templo de Jerusalén y de Roma) y que sigue ahora, porque es la pascua de Jesús, la misma pascua de nuestro tiempo, pendiente todavía-

 2. Marginalia: algunas consecuencias…

Este fue el primer curso que yo escuché en el bíblico de Roma, en el curso 1967/1968,  un año clave en la historia de la Iglesia y en la historia de Europa. Yo iba a Roma para escribir una tesis sobre Mt 25, 31-46 (tuve hambre…) y me encontré de lleno con Jn 10, en un italiano peculiar, con las pécore (ovejas) de un lado para otros, con Jesús pastor que ha venido a sacar a las ovejas religiosas o sociales de sus cautiverios.

 Fue un curso precioso, aunque Ignace de La Potterie iba en su línea de neo-sacralismo; pero el tema le podía, nos podía todos. Un curso entero sobre Jn 10, fue mucho, fue definitivo.  Para quien quiera seguir (tenga tiempo y humor), dicho lo más importante, ofrezco unas anotaciones marginales para seguir disfrutando sobre el tema, en clave de transformación y compromiso por el gran éxodo cristiano, anunciado e iniciado por Jn 10, 1-10

(1) Ladrones/malos pastores, que quieren apoderarse de las ovejas. E n aquel tiempo, dijo Jesús «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido.

(2) Jesús buen pastor: libera a las ovejas, llamándolas por su nombre. El que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba.

(3) Jesús buen pastor, frente a los ladrones: Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Ésta no es una aparición tranquila de Jesús resucitado a las mujeres o discípulos amantes, sino de un Jesús-Pastor que dirige y guarda, anima y protege a sus amigos que, conforme a un símbolo usual del oriente, aparecen como ovejas. Ésta es la imagen de un pastor que es Puerta de Libertad, pastor/amigo que  sabe, conoce, libera y da vida, frente a un mundo de malos pastores que asaltan por fuerza el redil y que engañan y roban y matan/exterminan las ovejas.

Estamos ante el signo de un mundo inquietante, asesino, de ovejas encerradas, aterrorizadas, ante el riesgo de los duros señores de dinero y engaño, de guerra y muerte. En el tiempo de Jesús (del 30 al 70 d. C.) los falsos pastores, asaltantes de “apriscos” (y los duros señores de guerra del imperio romano) hicieron que más de medio Israel pereciera de engaño, de guerra y de muerte. Hoy, año 2023, puede suceder algo parecido pues sigue habiendo como entonces, y aún con más fuerza, pastores religiosos y civiles que saltan por las bardas del aprisco, que engañan y aterrorizan, que destruyen y matan.  

Imágenes, un  gran aprisco cerrado

Puede tener varios sentidos. Ciertamente, es el lugar donde se reúnen muchas ovejas que pasan la noche (un tiempo largo) protegidas por muros o bardas… Pueden haber allí miles de ovejas de dueños diversos, ovejas que responden a voces distintas y que parecen estar vigiladas por un misterioso “thyroros”, un ostiario que guarda la puerta, como el clavero o llavero de las ciudades amuralladas (pero que no puede impedir que vengan y asalten los muros los ladrones).

Este aprisco malo puede ser el templo de Jerusalén, donde quisieron encerrarse y guardarse las ovejas el año 67-70 dC muriendo casi todas a manos de bandidos y ladrones religiosos y civiles.

Este aprisco puede ser la sociedad cerrada de Israel en tiempos de Segundo Templo y años siguientes. Una sociedad donde quedaron muchos judíos cautivos de su propio miedo, de sus leyes mudas…

Este aprisco puede ser en fin un tipo de Iglesia que también se cierra en sí misma, incapaz de lograr que caminen sus “fieles ovejas”. Tiene que venir alguien para sacar a las ovejas al campo de la vida, para que caminen… par que amen, para que vivan en libertad.

Un thyroros, ostiario,  que en el fondo es Dios…  

     Ese Dios antiguo es un buen ostiario, señor de la puerta, pero parecer tener también algo: la puerta, pero que no vigila las “bardas” o murallas del Castillo donde se hacinan las ovejas, de manera que los ladrones (que vienen a robar) y los bandidos/lêstai (que vienen a esclavizar) parecen campar a las anchas… Esos ladrones bandidos horadan los muros del redil/templo o saltan por los muros y matan ovejas o las sacrifican. 

Hay algo muy inquietante. El ostiario o guardián de las ovejas parece bueno   pero no logra defender los muros… de manera que los ladrones/opresores/asesinos de un tipo o de otro vienen, sacrifican, matan…Muchos ladrones/bandidos había en tiempos de Jesús y del evangelio de Juan, ladrones que entraban al aprisco por los huecos de las piedras… o que saltaban por los muros… Ellos llevaron a la gran catástrofe del 67-70, cuando perecieron casi todas las ovejas de Israel.

Muchos ladrones/bandidos de ovejas hay en estos tiempos confusos, de tráfico de vidas, de conciencias y armas… y parece que el ostiario no sabe defender sus ovejas… O no puede… O es Dios mismo el que no quiere ni puede lograr que el redil esté cerrado a cal y canto, de forma que pueden seguir entrando bandidos…O el mismo ostiario abre unas puertas laterales a los bandidos del redil/castillo de las ovejas.

Un pastor, Jesús,  que sabe y que “saca” a las ovejas a los pastos de la vida

 Este pastor no tiene más poder ni autoridad que su voz, que el silbo amoroso de su melodía, y su conocimiento personal: Llama a cada oveja por su nombre, la quiere como amada, se deja querer por ellos…, y de esa forma, en amor,  abre las puertas de la vida.   

Están las ovejas cautivas en un redil de opresión. Así entiende el evangelio de Juan el viejo templo de Jerusalén, del que Jesús vino a sacar a las ovejas, para conducirlas por el ancho campo de la vida… Éste es el Jesús que libera, que saca a las ovejas a los pastos de la vida, al campo abierto del amor compartido.

Los que no entran y salen por la puerta

En aquel tiempo, dijo Jesús «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido.

Hay un aprisco con ovejas, que es la humanidad (o el pueblo de Israel). Un aprisco donde las ovejas están “encerradas”, como en una larga noche… Ésta es la fatalidad: ovejas manejadas, encerradas, en un templo como el de Jerusalén (según el Jesús de Juan aquel templo era lugar de encerramiento y muerte)…

Hay gente que entra por los huecos o que “salta” por encima de los muros: no tiene llave, no entra por la puerta… Mundo de ladrones y bandidos:

Klêptês: ladrón que roba. Ladrones de ovejas, como los cuatreros… Robar personas, para tenerlas sometidas 2. Lêstês: bandido de que mata, el que utiliza a los demás para sus fines…

El evangelio de Juan vive en un mundo de bandidos religiosos, que utilizan a las ovejas… Desde los sacerdotes de Jerusalén hasta el Emperador, pasando por los celotas, escribas… Todos aquellos que viven de robar y de utilizar a los demás 

Entrar por la puerta, el pastor, el amigo….

Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera

El buen pastor conoce la puerta… sabe dónde está… No tiene que forzar ni saltar… Conoce a las ovejas, las quiere y llama por su nombre… No necesita dinero ni espada, templo externo de poder ni imperio sagrado. Su imperio y su tiempo es el conocimiento del amo…

El Guardián (portero: ostiario, thyrôros) le conoce y la abre… ¿Quién es ese ostiario, que abre? De nuevo la gran pregunta: ¿Es Dios? Pero, si es Dios ¿por qué deja que ladrones y bandidos entren por encima de los muros, al asalta, con sus armas, como entraron los celotas el 67 o las legiones del 70 d.C., con más o menos razones, pero siempre por dinero y por violencia…?… está ahí y por lo menos hace algo bueno: Abre la puerta al que viene por la puerta.

El que entra por la puerta llama por su nombre a sus ovejas y ellas escuchan y responden, porque confían en él y le quieren…

     Éste es el tema: El portero abre… Hay una puerta que abre a la humanidad, al templo interior de los creyentes, al aprisco y el corazón de la ovejas le abre…. A éste le abre el guarda.

Y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Hay un conocimiento personal… Hay un diálogo de pastor a oveja. Ser pastor de ovejas es conocer a cada una y llamarla. No hay más poder que la voz del que llama.

Y las saca (exagei)… Eso significa que han estado encerradas Que el aprisco ha sido lugar de custodia, que sólo vale por un tiempo. A las ovejas hay que “sacarlas”, para que no estén cerradas en los corrales, clausuradas, como en una plaza fuerte, sin poder moverse, en manos de leyes y de imposiciones. 

Conclusión. Sobre una historia de ladrones y vendidos

Y cuando saca a las ovejas antes encerrada camina delante de ellas  a los buenos pastos de los que habían hablado los salmos de Israel: ¡las conduce hacia fuentes tranquilas! (Sal 22/23)

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.

Ahora descubrimos que Jesús mismo es la puerta y el portero: Thyra y Thyroros, Ostium y Ostiario… Jesús es la puerta de la ciudad y la ciudad entera, siendo al mismo tiempo el pastor amigo, que llama y responde, que acoge y cuida… Éste es el pastor que se vuelve novio y amigo de cada oveja, no la ciudad del aprisco cerrado (vigilado), sino en el campo ancho de la vida… 

El ladrón/bandido no entra sino para robar, sacrificar y destruir… El ladrón es el principio de la violencia y del engaño, de la fuerza destructora (entra por encima de los muros, roba y mata…). De un modo misterioso, los tres verbos que se emplean aquí para los “ladrones” pueden aplicarse a los ladrones económicos, a los sacerdotes sagrados y los celotas militares

a) Roban (con kleptein)…porque quieren tener (por dinero)

b) Sacrifican (con Thyein, como los sacerdotes)… Viven de sacrificar a los demás, como los sacerdotes del templo. Este es el gran robo-destrucción sacerdotal de los profesionales de la religión c) Destruyen (con apolyô…), llevan todo a la ruina, con la famosa palabra que emplea el Apocalipsis al llamar a Satán el Apolyon (como sabía el difunto Sábato en su relato escalofriante sobre Apolyon, el Exterminador)

Jesús ha venido para que tengan vida y la tengan abundante. Ha venido para sacar a las ovejas del redil, para conversar con ellas, para que puedan vivir en los lugares espaciosos de los pastos de amor y de futuro de la vida resucitada.

Francisco Papa (2013-2023).

Fue hermoso su comienzo, pero hace falta otro

Su comienzo fue bueno, como verá quien sigua leyendo: Fue tiempo de alegría de evangelio, de iglesia en salida, de vuelta los márgenes.

Pero aquel impulso parece estancarse, incapaz de encender la ilusión primera y muchos piensan que todo sigue como hace diez años, pero peor: (a) Avanza la descristianización, triunfa un sistema de dinero y poder. (b) La iglesia se enquista en temas pequeños de institución antigua: Disputa de obispos, patriarcalismo de siempre, antiguos seminarios cerrados, “cultos” sin fieles, ministerios sin ministros, como si el sistema se “comiera” al evangelio. 

Algunos piensan (pensamos) que los 10 años de Francisco han sido muy buenos, pero no han dado los resultados esperados, de forma que es necesario un nuevo comienzo.

Por | X.Pikaza

La solución no es que cambie el papa

La solución no está en que cambie el papa, sino en que cambien (cambiemos) los hombres y mujeres de iglesia (¡de evangelio). Según dice Mc 16, 1-8), hacia el 70 dC, que tres mujeres arriesgadas (María Magdalena, María la de Santiago y Salomé) vencieron el miedo y entraron en la tumba/cueva funeraria de Jesús (y que allí vieron al joven (neaniskos) de blanca estola, sentado a la derecha (¿derecha de Dios, derecha de Cristo) que les dijo:

No tengáis miedo…no está aquí, ha resucitado. Decid a sus discípulos y a Pedro que os está esperando en Galilea. Que allí le veréis (Mc 16, 6-7)

La primera palabra del joven y de las mujeres de pascua no es para Pedro, sino para los millones de discípulos de Jesús. Todos son los discípulos son los “responsables”. De ellos depende la Iglesia. 

Pero también es importante Pedro, el papa, por eso se le cita, aunque en segundo lugar. La solución no empieza con Pedro, sino con todos los discípulos, como dicen esas tres mujeres, que ayer como hoy se atrevieron a entrar en la “tumba viva”  de Jesús, para morir/vivir con él, para transmitir su palabra…, descubriendo allí al “neaniskos” (ángel de pascua), escuchando su palabra, para decirnos que Jesús nos espera, que vayamos a compartir su nuevo camino en Galilea, que le hemos dejado demasiado solo en una tumba.

En este contexto quiero recordar los 10 buenos años de Francisco…atreviéndome a decir que quizá su camino está cumplido, que él ha llegado donde debía y podía llegar, que hace falta un nuevo comienzo, como el que anunciaron y promovieron las tres primeras mujeres de pascua, que salieron de la tumba/cueva de Jesús para decir a sus discípulos y a Pedro que se pusieran (que nos pusiéramos) en marcha, que nos espera en Galilea. 

Francisco empezó. Lo mejor fue lo primero: Primerear, involucrarse, acompañar

             Nos sorprendió su programa, expuesto en la exhortación Evangelii Gaudium que debía recoger los trabajos del Sínodo, propuesto y presidido por Benedicto XVI, sobre la Evangelización (2012). Pero Benedicto renunció el 2013, y ese mismo año retomó Francisco su proyecto, recogiendo algunas propuestas del Sínodo, pero formulándolas de un modo personal, abierto a un futuro aún no cumplido de la Iglesia.

              Francisco quiso hacerse y hacernos callejeros” de la fe,  diciéndonos que no quedáramos custodiando tumbas, como supervivientes de un pasado muerto, sino que ofrezcamos con Jesús nuevos relatos de vida para la ciudad del evangelio, como programa y tarea de transformación integral. En ese contexto sigue resonando su propuesta, como si Jesús hablara por su boca, diciéndonos que rechacemos la cultura del descarte, la teoría del derrame, el fetichismo del dinero, la inequidad y la injusticia social… (núm. 53), que engendra violencia y más violencia. Francisco condena a los hacedores de violencia, es decir los violentos que engendran más violencia y que después culpan a los pobres de serlo, apelando incluso a la falsa teoría de la buena-mano del mercado…

Desde hace siglos no se oían en la iglesia unas palabras tan recias, tan teológicas y humanas, como voz inmediata de Jesús en los nuevos caminos de la Iglesia, con Dios frente a Mammón, con la alegría creadora del evangelio, frente a los miedos de una iglesia tentada a encerrarse en sus leyes. Así presentó Francisco su programa en Evangelii Gaudium, el gozo del evanelio.  

Primerear, tomar la iniciativa. La iglesia no se puede hipotecar por su pasado teológico o sacral, sino que debe volver a Jesús que primerea en amor (cf. 1 Jn 4,10); por eso tiene el deber de adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro de los hombres, buscar a los alejados y ponerse en los cruces de caminos para invitar al banquete de Dios los excluidos de este mundo.

Involucrarse, no quedarse fuera, repitiendo sin cesar las mismas palabras manidas. Jesús se implicó, vivió entre los enfermos y excluidos, los posesos, los pobres (empobrecidos), comprometiéndose por ellos y con ellos, recreando desde su experiencia la palabra antigua de la Biblia. Frente a una iglesia de sacristía y alcanfor, que se limita a dar consejos a los pobres con palabra vacías, Francisco quiere una iglesia de plena calle, con «olor a oveja», es decir, a humanidad, como Jesús, hombre de caminos plazas cargadas de gente.

Acompañar, una misión de presencia. Una iglesia cerrada en sí (esto es, en su pasado) ha dejado fuera colectivos y grupos muy significativos de la sociedad: intelectuales y obreros, emigrantes e incluso a mujeres, corriendo así el riesgo de mantenerse hermosa pero vacía de vida, como madre estéril. Ha querido enseñar, como si tuviera una respuesta ya firmada de antemano; pero, a fin de hacerlo, ella debe empezar escuchando la voz de la gente, el ruido y llanto de las plazas, la opresión de los suburbios, la desesperación de las cárceles.

Fructificar, un camino de fecundidad. Los frutos de la nueva iglesia no se cuantifican en dinero, ni en edificios especiales, ni en ceremonias lujosas, ni en número de “practicantes” (oficinas, bautismos, misas), sino en humanidad, en vida compartida, esperanzada, superando en el camino un tipo de derecho canónico que tiende a cerrarse en sí mismo, en un tipo de cánones y mandatos que no son los de Jesús.

La última palabra es festejar, esto es, celebrar la vida. La comunidad evangelizadora de la iglesia ha de ser un lugar de fiesta, de fe compartida, canto y gozo de amor, que se expresa en la eucaristía. Sin la celebración de la vida, desde el nacimiento hasta la despedida en amor y esperanza de resurrección, no existe Iglesia.

2. Iglesia en salida. Dejar el sepulcro, buscar las periferias

            Francisco aprendió en Buenos Aires que la Iglesia debía salir de sus campos resguardados, de sus pactos políticos, su sacralidad dominadora para abrirse a las periferias de la gran ciudad. Y así se hizo casi “arzobispo villero” compañero de curas y agentes de pastoral del inmenso cordón empobrecido de su diócesis. Ese espíritu y decisión de salida marcó su pontificado romano, desde su declaración fundacional el año 2013:  

Salir de una iglesia fortaleza, cerrada tras muros de miedo y poder, a fin de convertirse en ciudad universal abierta (Ap 21‒22), iglesia‒móvil, hospital de campaña para los heridos, casa de acogida, ternura, diálogo abierto y acogida para todos los que huyen y vagan, rompiendo vallas y fronteras, en un mundo que tiende a vigilarnos y dominarnos a todos. 

Salir de una iglesia instalada y dominanteprotegida por el miedo, llena de seguridad doctrinal, una iglesia segura en sí misma, en un mundo de privilegios y desigualdades. Los cristianos deben salir de esa iglesia o, mejor dicho, hacer que la misma Iglesia salga de su seguridad, para así fundar y potencias comunidades redentoras, que sean pueblo universal de hermanos, en la “calle y camino abierto” de la vida. Salir por eso de unas instituciones de seguridad, concebidas como ciudades amuralladas y palacios nobles, a fin de convivir en palabra y vida, con los empobrecidos de las viejas ciudades y las nuevas periferias, en humanidad. No somos simplemente ciudad de atracción para que vengan otros, sino, más bien, ciudad de salida, para acoger a los miles y millones expulsadas de nuestras ciudades dominantes. 

Salir del poder eclesiástico, resguardado en un tipo de Derecho Sagrado, bien establecido para asegurar el propio poder. Se trata de dejar el mundo quizá cuadriculado de la leya fin de redescubrir y potenciar la autoridad de la palabra profética y del amor abierto a todos, sin necesidad de poderes externos que nos defiendan (y que al fin se apoderen de nosotros). La iglesia debe superar según eso un tipo de seguridad que proviene de su “palabra sagrado”, concebida como poder superior, dominador, seguro de sí, a fin de volver al magisterio ministerial de Jesús, que escucha y anima, que acoge y comparte la vida con los empobrecidos sabios de la tierra. 

Salir de una iglesia del auto‒alabanza, una iglesia que canta sus glorias pasadas y que se define como institución de superioridad universal, imperio de todos los imperios, lugar de auto‒referencia egoísta, acrítica… Se trata de recrear una Iglesia donde lo que importa no es ella, sino el derecho y libertad de los pobres, excluidos y cautivos, la justicia, la vida de todos en una tierra que ha de ser espacio de libertad y comunión, incluso de ecología universal, abierta la resurrección de la “carne”, es decir, a la esperanza de salvación para todos. Ciertamente, lo que importa es la “ecología humana”, que los hombres y mujeres vivamos en un mundo saludable, no en un mundo de “mazmorras”, de bajos fondos, de humedad y oscuridad, propio de los barrios donde malvivían (y malviven) los antiguos cautivos y los nuevos oprimidos. 

Salir de una iglesia moralista y rigorista, con “cara de amargura y de crítica”, que dice a los demás lo que han de hacer pero sin dar ella ejemplo, una iglesia empeñada en imponer normas externas más que en ofrecer un amor que crea vida, en libertad llena de esperanza. Se trata de salir de una iglesia llena de orden impuesto y de amenazas de infierno, donde los hombres y mujeres mal-viven con miedo, para crear comunidades de fidelidad humana, de ternura, con mujeres y niños que se mueven en libertad, sin miedo a la opresión. Se trata de crear “espacios verdes”, de misericordia y cuidado, donde pueden habitar los antes marginados y expulsados, una iglesia dispuesta a equivocarse por amor a favor de los oprimidos, en lugar de mantener su seguridad egoísta, sin equivocaciones, pero sin vida. 

Salir de una iglesia que empieza defendiendo su propia autoridad, más que la libertad de los hombres concretos, de una iglesia que quiere tener a su disposición todos los poderes sociales, interpretando mal las escrituras (¡se nos ha dado todo poder, las llaves del cielo y el infierno!), con una teología que legitima ideológicamente su propia superioridad doctrinal y moral… Se trata de salir de una iglesia que “gobierna y guarda ovejas desde arriba”, pero sin “olor a oveja”, es decir, sin compartir los males y sufrimientos reales de los nuevos cautivos…  

Las seis propuestas de esta iglesia en salida pueden concretarse en una: Se trata de abandonar una iglesia que quiere tener siempre su razón (para defenderse a si misma), creando en su lugar una iglesia que defiende la razón de los cautivos y excluidos, de los pobres, enfermos y encarcelados.

3. Iglesia en los márgenes, iglesia de “nómadas”, emigrantes.

 Francisco no empezó hablándonos de libertad y redención en general, sino dejándose interpelar por las muchedumbres oprimidas de su entorno tiempo, y de un modo especial, por los “emigrantes”, sin tierra, sin trabajo, sin libertad ni posibilidades para vivir de un modo digno.

En este contexto, quizá el motivo central (más repetido) del Papa Francisco sea el relacionado con la emigración forzosa, que es un tipo de cautiverio, mirado desde una perspectiva bíblica y eclesial, económica y política. Muchos emigrantes son los nuevos cautivos de una historia llena de nuevas opresiones.

Francisco instaura con Jesús un modelo de evangelización a partir de los excluidos, cautivos y emigrantes, iniciando así un proyecto nuevo de evangelio, sin conquista violenta ni expulsión (o muerte), sino con un proyecto y camino transformación de los propietarios anteriores.      No son los sedentarios-establecidos los que “salvan” a los oprimidos, sino que los emigrantes los que pueden salvar a los establecidos (ricos) enfermos.

Los itinerantes/emigrantes no son simples receptores pasivos de una liberación que les ofrecen desde fuera, sino sujetos y gestores de una transformación de evangelio, Son precisamente esos emigrantes-cautivos los que pueden anunciar y ofrecer un reino de libertad más alta a los mismos ricos, abriendo un camino de perdón y paz allí donde quería imponerse la dominación de unos sobre otros.

Una iglesia desde Mt 25, 31-46. No se trata de recibir en nuestras iglesias a los pobres, sedientos, desnudos, expulsados, enfermos y encarcelados, ni tampoco de ofrecerles servicios sociales desde un plano de superioridad, sino de compartir nuestra vida con ellos, para que así ellos mismos puedan asumir su libertad y transformarnos a los otros. Entendido así, este pasaje de Mt 25, 31-46 (que es la clave del evangelio de Francisco) eleva una propuesta de grandes consecuencias para una iglesia, que no puede volverse xenó‒foba (enemiga de los enemigos), ni encerrarse como grupo separado, para algunos “fieles propios”, sino que ha de abrirse a los de fuera, no para perder su identidad, sino para enraizarla y expandirla, ofreciendo a los oprimidos, cautivos y emigrantes sin tierra y libertad unos espacios de vida  económica, cultural y religiosa. No basta no rechazar (ser tolerantes, respetar, no matar); hay que integrar a los emigrantes/cautivos/oprimidos en la comunión vital de los creyentes, en un tiempo (como el de Jesús, como el nuestro) en el que los no integrados corren un riesgo de la exclusión física y social. 

4. Volver a Abraham. En el cielo las estrellas, en la tierra los hermanos

El 6 de marzo de 2021, el Papa Francisco retomó en Ur de los Caldeos, Irak, al sur de Babilonia, junto al Golfo Pérsico, la peregrinación que Abraham había comenzado hace más de 2500 años (cf. Gen 11, 28.31). De aquella ciudad de caminantes, observatorio de estrellas, nacieron y siguen viviendo las tres religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e islam), con las que Francisco ha vinculado todas las religiones y culturas de la tierra. 

La peregrinación de Abrahán es el origen del judaísmo, nación y religión de creyentes que asumen la semilla de fe y vida que el patriarca de Ur sembró en la tierra por Sara, su mujer, e Isaac, su hijo. Así le dijo Dios: Sal de tu casa y de tu parentela, vete a la tierra que yo te mostraré… (Gen 12, 1-3I). Y más adelante: como las estrellas del cielo así será tu descendencia (Gen 15, 5), y en que en ti serán benditas todas las naciones de la tierra.

Los cristianos son hijos de Abraham y comparten su peregrinación de fe por Cristo. En esa línea, el Papa Francisco quiere que ellos retomen (retomemos) su experiencia desde Ur, buscando con Jesús la tierra prometida, que comenzó siendo Jerusalén yGalilea para abrirse luego en solidaridad de fe y de vida, desde la montaña de la pascua (Mt 28, 16-20), llevando como portadores de la fe de Abraham a todas las naciones.

Los musulmanes creen que Abrahán siguió caminando más allá del Monte Moria de Jerusalén (ciudad de Isaac y Jesús), y que así llego con su otro hijo, Ismael, nacido de Agar, hasta la Meca, donde levantaron ambos (Abraham e Ismael) la Santa Caaba, signo de Dios y santuario de todos los creyentes. Por eso, ellos, los musulmanes quieren retomar la peregrinación de Abraham, llegando con él hasta la Meca.

             Según eso, hay tres tradiciones, tres formas de realizar la peregrinación de fraternidad y de vida que comenzó en Ur de los caldeos (ciudad de altas estrellas) para vincular por la misma fe en el Dios Excelso a todos los hombres y mujeres de esta dura tierra, haciéndoles hermanos. Así creen los judíos; así responden los cristianos; así lo ratifican los musulmanes, que siguen recorriendo y celebrando la gran peregrinación de Abraham/Ibrahim, Amigo de Dios y Creyente.

            Insistiendo en eso, el Papa quiso convocarnos en Ur de los Caldeos, para retomar el camino de Abraham, convirtiendo su búsqueda de estrellas en gran marcha de fraternidad para judíos, cristianos, musulmanes y todos los creyentes de la tierra.                                          Así lo muestra el encuentro y programa inter-religioso (06.03.2021), como ha mostrado en su discurso y su oración creyente (cf. vatican.va/papa-francesco_20210306).

Así se resume su discurso: “(Nuestro padre Abrahán) escuchó aquí la llamada de Dios, desde aquí partió para un viaje que iba a cambiar la historia…Dios le pidió que mirara el cielo y contara las estrellas (cf. Gen 15,5). En esas estrellas vio la promesa de su descendencia, nos vio a nosotros. Y hoy nosotros, judíos, cristianos y musulmanes, junto con los hermanos y las hermanas de otras religiones, honramos al padre Abrahán del mismo modo que él: miramos al cielo y caminamos en la tierra… (Por eso) el más allá de Dios nos remite al más acá del hermano… (y así) afirmamos que Dios es misericordioso y que la ofensa más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano”.  

Conclusión con las tres mujeres de Mc 16, 1-: volver al evangelio, volver a Marcos… De un papa providencial a una iglesia providencial

Francisco empezó abriendo un camino ejemplar de evangelio, y muchos pensábamos al principio que las cosas podían cambiar para bien, para mucho bien. Y es evidente que han cambiado. Pero la realidad es dura, es terca, y pasados diez años las cosas de iglesia están casi peor que antes (mucho peor estarían si no hubiera estado con nosotros Francisco). Los problemas son dos:

– Por un lado, está el problema del mundo, que en medio de grandes avances está quizá peor que hace diez años, al menos en occidente. Domina por doquier el sistema del poder y del dinero, el sistema de la mentira organizada, la violencia… Un tipo de descristianización (al menos externa) domina sobre el mundo. Sin Francisco habría sido peor (al menos para la iglesia católica). Pero con Francisco tampoco se han resuelto los problemas.

– Por otro lado, está el “sistema” de la iglesia, una iglesia clerical, una iglesia del poder y del dinero…  La iglesia ha tenido y tiene valores inmensos, de experiencia interior (oración) y de servicio social, de cultura, de sabiduría de la vida… Pero la iglesia como institución está en gran riesgo, como muestra la dificultad que el papa Francisco ha tenido para cambiarla por dentro. Como dice en un lugar el evangelio, los problemas del hombre/cristiano no vienen de fuera (Mt 10, 36-38), sino de dentro, de la propia casa. 

             Como he dicho al principio, Francisco ha sido y sigue siendo un hombre providencial para la iglesia.  Pero quizá ha cumplido ya su tarea principal: Ha  primereado (ha dado un primer paso…), ha salido (está saliendo) de la iglesia-tumba, con las tres mujeres, con todos los discípulos… ha querido empezar desde los márgenes. Ha hecho algo que parecía impensable en los últimos siglos de vida de la iglesia.

Ha empezado, pero los primeros, los que empiezan no suelen ser después más adecuados para seguir avanzando en el camino. Francisco comenzó con un programa excepcional, pero, pasados los años, da la impresión de que aquel programa (gozo, salida, empezar desde los márgenes) ha terminado siendo repetitivo, de manera que hay amigos de Francisco (entre los que me cuento) que pensemos que su tiempo de transformación eclesial está acabando.

Quizá necesitamos otra cosa, lo que hicieron al principio las tres mujeres de la tumba. Ellas, las tres   primeras (con miles de mujeres y hombres como ellas) siguen realizando, culminando, el camino de Jesús, entrando en su tumba (muriendo con/por él), para retomar su camino.

Necesitamos que mujeres y hombres como las tres del principio, descubran y vivan el misterio de la pascua de Jesús, para que animen a sus discípulos, poniéndoles en marcha… Y entre esos discípulos el ángel de la pascua les dice (nos dice) que convenzan a Pedro, para que asume por fin del todo, el camino de Galilea.

El Papa Francisco ha comenzado a recorrer ese camino de Galilea, ha empezado primereando, saliendo de la tumba/roca, ha querido ir a los márgenes, ha recorrido un camino inmenso. Pero quizá ya no sea posible que él culmine ese camino. Quizá hace falta en primer lugar un tipo nuevo de discípulos (que Mc 16, 7 no define como obispos ni presbíteros, ni como hombres ni como mujeres….) sino como “discípulos”, personas que escuchan, que aprenden, que gozan con el evangelio…, que vayan, que vayamos a Galilea, para retomar la marcha de Jesús, para primerear etc.

            Eso es lo primero, que surjan discípulos (discípulos, discípulas) que escuchemos la voz de la pascua de Jesús, que nos pongamos en camino… Sólo después, en un segundo momento, el evangelio de Marcos dice que llamemos también a Pedro, que es importante que él esté también como primero de la iglesia.

No sé lo que sucederá, los años que vivirá Francisco, los años en los que será Papa. Pero es evidente que su “conversión”, su ministerio depende de la conversión y compromiso de los discípulos, de todos, poniéndose (poniéndonos) en camino hacia Galilea. Dejemos hablar al Espíritu Santo, que en este momento (con Mc 16, 1-8) tiene que empezar hablando a través de las mujeres.

¿Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo?

Principio de Pascua: “Sobre” Pedro y Pablo está Marcos. Un libro de Mar Pérez

Mar Pérez i Díaz: ¿Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo? La teología paulina del evangelio de Marcos (Verbo Divino, Estella 2022). Este libro llevaba en mi estudio cuatro meses, pero sólo ahora, tras profundizar en el tema, me atrevo a ofrecer una recensión histórico-teológica de su contenido y sus implicaciones.

El libro ha sido reseñado por dos máximos especialistas : L.A. Montes Peral (Vida Nueva, Marzo 2023) y Antonio Piñero (RD, Tendencias 21, 22-12-22), de manera afirmativa, aunque con ciertas reservas. Por eso he querido terciar en el tema, con cinco anotaciones de fondo.

Tenga paciencia el lector, si encuentra dificultades en el tema (o en mi exposición). No es fácil resolverlo, pero merece la pena intentarlo.

Se trata de un libro de tesis, publicado en inglés (imagen final), en una editorial y colección bíblica alemana de gran importancia(WUNT, Mohr-Siebeck, Tübingen).

17.04.2023 | X.Pikaza

Cinco anotaciones histórico-teológicas

1. Marcos no fue un simple discípulo de Pedro y/o Pablo, sino más que discípulo, como ha puesto de puesto de relieve Mar Pérez i Díaz (y ha destacado Montes Peral). Fue, como dice Mar Pérez, un gran pensador, un inmenso narrador (testigo y promotor) del camino de Jesús. Se movió en un contexto cercano al del Pablo, aceptando como base algunos de sus planteamientos, pero corrigiendo, replanteando y precisando sus aportaciones. Da la impresión de que Marcos ha pensado que Pablo ignora y devalúa o no pone suficientemente de relieve  al Jesús de la carne (cristo nacional judío fracasado por elevación), de manera que funda su experiencia y misión casi únicamente  en el descubrimiento de Jesús,  como Hijo eterno de Dios, constituido como tal por la resurrección (Rom 1, 1-3).

A diferencia de Pablo, Marcos ha querido recuperar la historia mesiánica de Jesús, interpretada en forma de evangelio (tema paulino, en la línea de los primeros cristianos helenistas), situando esa palabra base la luz de la tradición de Isaías, como afirma en la introducción de su libro (Mc 1, 1-3). En esa perspectiva, Marcos puede afirmar, con Pablo, que Jesús murió (fracasó) como Cristo nacional judío, pero resucitando como Hijo Universal de Dios.

Pues bien, sobre ese planteamiento de Pablo, por exigencia de su misma teología, Marcos tiene que mostrar que Jesús fue Cristo judío “malogrado”, de manera que sólo así, fracasando  en un plano nacional de “poder” pudo revelarse, no sólo por su muerte, sino por toda su vida anterior,  como verdadero Hijo de Dios. Sólo aquel que puede fracasar y fracasa en un plano es verdadero Hijo de Dios, cumplimiento de la esperanza mesiánica de Israel. Esta es la tesis de fondo de Mar Díaz i Pérez.

2. Un tipo del mensaje de Pablo (prescindiendo en línea semi-gnóstica del Jesús histórico), habría más fácil, de aceptar, ignorando o pasando por alto la cruz del Jesús histórico, para fijarse sólo en su resurrección como Hijo de Dios. En esa línea, para muchos, hubiera sido preferible abandonar o atenuar la cruz/fracaso de Jesús insistiendo en su promesa de poder (victoria sobre todos los enemigos), con los apóstoles sentados sobre doce tronos, juzgando y dominando a todos los enemigos de Israel (y de Dios). A diferencia de eso, Pablo insiste en el carácter central de la Cruz (y en esa línea Marcos puede y debe considerarse su discípulo, pues todo su evangelio es una justificación histórico-pascual de la cruz de Jesús, en contra de algunos discípulos, en especial de Pedro y de los zebedeos (e incluso de los “hermanos” de Jesús, que tienen muchas dificultades en aceptar al Cristo Crucificado, por encima del triunfo de la Ley nacional).

En esa línea, Marcos centra y culmina su evangelio  en las tres afirmaciones que, según Pablo (1 Cor 15, 38)  son el centro la fe cristiana que son:   Cristo murió por nuestros pecados, fue enterrado y resucitó…

Estas tres afirmaciones (murió, fue enterrado, resucitó son el fundamento y clave de bóveda del evangelio, pero no todas las iglesias lo ponían igualmente de relieve, pues algunas empezando por los “doce apóstoles” e incluso por cierto Pedro) insistían más en el triunfo mesiánico (social) de Cristo. En contra de eso, Pablo insistía en el carácter centrar de la cruz y muerte de Cristo, y en ese sentido podemos afirmar que Marcos fue su discípulo más influyente Pero, a juicio de Marcos, el mismo Pablo dejaba pendiente una pregunta clave: ¿Quién y cómo vivió ese Cristo judío que sólo fracasando como mesías nacional  (fue crucificado según la Ley),  pudo triunfar y triunfó como revelación suprema de Dios.?

Ésta era la pregunta a la que Pablo, según Marcos, no había respondido,  una pregunta a la que él (Marcos) se siente llamado a responder, por fidelidad a las implicaciones del evangelio de Pablo y del mensaje de conjunto de las iglesias. Éste es el tema clave: La muerte (juicio, pasión y condena) de un Cristo entendido en clave de “carne” (de poder y victoria sobre sus  enemigos”).

Pablo y Marcos plantean de un modo mucho más profundo la “confesiòn” suprema de  Nietzsche (y de un tipo de modernidad occidental) diciendo “Dios ha muerto”. Pero mucho más importante que esa afirmación ontológica y en el fondo “abtracta”: Dios ha muerto),  es la proclamación mesiánica de Pablo (1 Cor 15-34) y  todo el evangelio de Marcos: Ha muerte, tenía que morir el Cristo de la ley/ poder, de forma que así (sólo así) ha podido revelarse el Cristo de la verdadera divinidad/humanidad.

  Cristo ha muerto y con él ha muerto la experiencia mesiánica del triunfo final de esta humanidad, que quiere triunfar matando e imponiéndose sobre los enemigos (cf. 1 Cor 15, 3-

4. Porque confesaban (adoraban) a un Cristo fracasado (muerto) había perseguido Pablo a los cristianos. Porque descubrió y reconoció que Dios se revelaba y salvaba a los hombres por medio de su Cristo muerto, Pablo se hizo cristiano; y porque estaba convencido de ello escribió Marcos el evangelio de la muerte del Mesías.. Esto es lo que quiso narrar y narró Marcos, de un modo ejemplar en su evangelio, que culmina con la entrada de las tres mujeres en la tumba de Jesús, para compartir con él su muerte.

Éste fue el principio y tema clave del  mensaje que  Pablo no pudo o no quiso narrar, describiendo  la razón histórica de la muerte de Jesús; no quiso o no pudo contar la historia humana (israelita, universal) del Cristo crucificado, de forma que tuvo que apelar a un principio de tipo genérico/apocalíptico, diciendo que “murió por nuestros pecados” (1 Cor 15 3), y desde ese fondo desarrolló su teología genial pero incompleta del “pecado original”.

Marcos, en cambio, quiso matizar, completar y radicalizar la respuesta de Pablo, escribiendo su “evangelio” del Mesías crucificado (mostrando una a una las razones por las que los poderes de este mundo, un tipo de sacerdotes de Jerusalén y de jueces de Roma le condenaron a muerte).

En este contexto, más que  “discípulo” de Pablo, Marcos es maestro de su maestro Pablo, atreviéndose a narrar históricamente las claves mesiánicas de la vida y muerte  de Jesús/Cristo, mostrando (dei) que humana y divinamente (como hombre y como “Dios”)no había para él más salida ni solución mesiánica que la muerte.

3. En ese “hueco” que Pablo deja vacío (¿cómo fue Jesús Mesías muerto?), sin atreverse a explicarlo, introduce Marcos la historia mesiánica del Cristo muerto, que es, al mismo tiempo, Jesús de la Carne/Historia y Cristo de lala fe, hijo de Dios resucitado). Para desarrollar ese tema, con elementos previos de la historia de Israel y de la tradición de la vida de Jesús, introduciendo su revelación mesiánica en la historia de los hombres, como genio del pensamiento bíblico y gran narrador literario, Marcos ha escrito un evangelio, que es totalmente paulino, siendo supra-paulino (pues recupera la historia de la carne de Jesus)

En el despliegue de esa historia mesiánica del Cristo Crucificado, como clave narrativa y teológica esencial, introduce Marcos la presencia y obra de las tres mujeres, que ofrecen el testimonio de la muerte, sepultura y la resurrección de Jesús (Mc 15-16). Esta tres afirmaciones (murió, fue sepultado resucitó) forman el punto central del evangelio paulino (1 Cor 15, 3-8), pero Pablo no las introduce en la historia mesiánica del evangelio, cosa que hace cuidadosa y explícitamente Marcos. Pablo sólo citas  las  “visiones pascuales” de los fundadores posterior de las iglesias (se apareció a Pedro, a los doce, a los apóstoles, a quinientos hermanos, a Santiago, Pablo). Marcos avanza en esa línea, pero situando, antes de la historia de los santos varones vienter, el testimonio fundante de la proto-historia (proto-iglesia)  universal a las tres mujeres  de la muerte, sepultura y pascua del Cristo.

Significativa (y necesariamente) esas mujeres, que son clave y principio universal de todas las iglesia, no pueden haber recibido una “aparición particular” (no pueden fundar una iglesia concreta), a diferencia de los que vienen después (Pedro, los 12, Santiago, todos los apóstoles…). Estas mujeres no reciben una visión particular, sino que viven (experimentan) algo anterior y más hondo: Ellas penetran en nombre de toda la humanidad en la tumba de Jesús (Mc 16, 3-4),  de manera que el evangelio fundante de la Iglesia lo viven y proclaman ellas, como principio de nueva humanidad: Penetran en la tumba, asumen, ratifican, despliegan en su misma carne la experiencia cristiana radical que es “morir con Cristo”.

Esas mujeres son, según eso, la experiencia encarnada de la teología paulina, que se condensa en la certeza gloriosa de “morir con Cristo” (compartir su muerte, penetrar en ella, con morir, syn-apothanein). Estas mujeres hacen lo que han de hacer todos los cristianos: Penetran en la muerte, es decir, en Cristo muerto, sentado en la misma tumba a la Derecha (de Dios), como dice cuidadosamente el texto aludiendo al Ángel Pascual, que es Cristo, sentado en tois dexiois (Mc 16, 4-6).o (identificado con Dios).

Este Cristo Pascual no está sentado a la derecha de Dios en un cielo extra-terrestres, sino en la misma tumba pascual, como diece la tradición del Credo Romano (bajo a los infierno…) y como sabe, pinta y canta toda la liturgia pasucual de la iglesia ortodoxa,  que celebra la resurrección de Cristo en el infierno de la historia, en la misma tumba,

La teología posterior ha tendido a olvidar está experiencia de las mujeres entrando en la tumba de Jesús, compartiendo su muerte, para pasar  a las visiones parciales de la resurrección de (se apareció a Pedro, a los Doce, a Pablo…). Estas apariciones vienen después, son  siempre secundaria. Lo importante es morir con Cristo, viviendo. Esta es la teología de Pablo, representada por el primer credo de la iglesia, que conservan fielmente las iglesias orientales: Descendit al ínferos, descendieron con (en) Cristo) al infierno de la tumba mesiánica de Dios,  que, siendo el fracaso supremo de un tipo de historia judía y humana es plenitud de todo el judaísmo y de la humanidad entera

5. Conclusión. ¿Discípulo de quién…?

(1)En sentido estricto, Marcos no pudo ser discípulo de Pedro…Eso es textualmente imposible, contradictorio…A lo largo de todo el evangelio, Mateo ha apareciendo (en nombre de Jesús) como maestro de Pedro, al que no logra convencer de la novedad del Cristo muerto y enterrado (resucitado en su muerte) … de manera que el final el Cristo/ángel del sepulcro dice a las mujeres que vayan y digan a los discípulos (en el paralelo de Mt 28 a los hermanos…) y a Pedro (¡especialmente a Pedro, pero en segundo lugar!) que vayan a Galilea para empezar de nuevo el camino y recorrerlo rectamente. Este Marcos del evangelio no se considera en ningún momento discípulo de Pedro, aunque sigue conservando la “esperanza” de que se convierta a Jesús.

(2) Como he venido mostrando, Marcos no es tampoco discípulo de Pablo, o, al menos, no aparece así en su evangelio. Evidentemente, él se sitúa en la órbita de Pablo (¡no en la de los doce y Pedro, ni en la de Santiago y los hermanos de Jesús), pero piensa y formula el evangelio paulino de un modo libre y creador. Así se presenta, de alguna manera, a lo largo de todo el evangelio como discípulo/corrector (recreador) de Pablo, a quien le obliga (literaria y teológicamente) a recorrer el camino del discipulado mesiánico de Jesús, en el tiempo de su vida protestando contra todos los que no se atreven o no quieren presentar como Hijo de Dios a un Cristo judío fracasado, a un Jesús crucificado. La verdad de la pascua paulina (tan como la ratifica Marcos) no es una resurrección que va en contra de la muerte mesiánica de Jesús, sino que se identifica con ella.

Por eso, las mujeres del evangelio de Marcos no tienen una visión del Cristo resucitado después de la cruz, sino del Cristo que resucita (culmina su camino, expresa su identidad) en la mima cruz/tumba, donde entran las mujeres. Al final del camino (para culminarlo) las mujeres tienen que penetrar en la tumba de Jesús, sorprendentemente encuentran abierta. Las mujeres van con aromas ya inútiles, Pablo sigue con cientos y miles de argumentos…Sólo entrando en la tumba de Jesús ellas penetran  en la Vida verdadera del Cristo de Dios.

PD. Quiero terminar esta reseña de su libro dándole gracias a la profesora Mar Pérez i Díaz (¿le dices a Ramón Prat, también de Lleida, que le quiero mucho? por haber desarrollado de un modo admirable, estos argumentos que yo he querido condensar, quizá de un modo poco matizado. Este Jesús de Marcos, que Mar Pérez  presenta en un contexto paulino, pero superando y reinterpretando algunos elementos del mensaje de Pablo, ha sido y sigue siendo principio de salud integral (de salvación) para todos los creyentes. En esa línea, le deseo a ella (con A. Piñero y Montes Peral, sus primeros lectores) una pascua de transformación humana y salud plena.

También quiero dar gracias Elías Pérez, que me ha invitado a escribir esta reseña,  al colega y amigo Xavier Alegre por haberlo impulsado, y  a la editorial Verbo Divino por publicarlo. Como he dicho al principio, este trabajo académico ejemplar que había sido publicado ya, en su versión inglesa, con el título Mark, a Pauline theologian: a Re-reading of the Traditions of Jesus in the Light of Pauls Theology, en una de las colecciones y editoriales teológicas más importantes del mundo (WUNT, Mohr-Siebeck, Tübingen 2020)