Diaconisas en África

El Patriarcado de Alejandría ordena una diaconisa apelando a la tradición del cristianismo primitivo

Angelic Molen estudia geografía y ciencias medioambientales y será responsable de iniciativas ecológicas en las parroquias de Zimbabue

El arzobispo ortodoxo Serafim de Zimbabue, dependiente del Patriarcado de Alejandría, ha ordenado a Angelic Molen como diaconisa, siendo la primera mujer desde la Iglesia primitiva en recibir este sacramento. Mientras media África discute sobre ‘Fiducia supplicans’ o diversas comisiones se atascan en el estudio de la cuestión de cara al Sínodo, el pasado Jueves Santo (ortodoxo) el arzobispo procedió a la ordenación.

Diaconisa ecológica

El Centro San Febe para la Diaconisas ha recogido la declaraciones del arzobispo de Zimbabue explicando que “ella hará lo que hace el diácono en la liturgia y en todos los sacramentos en nuestros servicios ortodoxos“. Hay que tener en cuenta que en la Iglesia Ortodoxa, los diáconos tienen principalmente la tarea de ayudar en la liturgia y no ordinariamente presidir los sacramentos. Molen trabaja desde hace años en la parroquia misionera de San Nektarios, en Harare, donde ha estado implicada en la pastoral juvenil, la catequesis y el trabajo con madres.

Actualmente la nueva diaconisa estudia geografía y ciencias medioambientales y el arzobispo ha comunicado que como parte de su nuevo ministerio será responsable de iniciativas ecológicas en las parroquias de Zimbabue. La ordenación forma parte de la decisión adoptada por el Patriarcado Ortodoxo de Alejandría y de toda África en 2016 de admitir a las mujeres en el diaconado, como era costumbre en la Iglesia primitiva. Así, en 2017 se ordenaron las primeras mujeres como subdiáconos en la República Democrática del Congo. Ya en 1906, la Iglesia Ortodoxa Rusa consideró la posibilidad de revivir el diaconado eclesiástico primitivo para las mujeres. A mediados del siglo XX, la Iglesia Ortodoxa Griega fundó una escuela de diaconisas en Atenas, que se cerró unos 20 años después.

Una Iglesia sin discriminación del sexo

«Si más mujeres fueran conscientes de su propia dignidad bautismal, sería más fácil erradicar el clericalismo»

¿Qué es lo que falta para una iglesia sin discriminación en razón del sexo?

«Comienza a ser políticamente “correcto” que haya mujeres en todos los lugares. Sin embargo, afirmar tanto que a la iglesia le falta la participación de las mujeres puede esconder una afirmación más necesaria: a las mujeres les falta más conciencia de su dignidad personal y bautismal. Y, me parece que aquí, también hay mucho por trabajar»

«¿Qué pasa entonces con las mujeres en la iglesia que consideran “normal”, “mejor”, “voluntad divina”, “no necesario” o no sé que otra razón, ser excluidas en razón del sexo de algunas instancias eclesiales?»

«Algunas responderán que Jesús se encarnó en un varón. Eso es innegable. Pero ¿eso hace que el sexo masculino pueda tener privilegios? Si así fuera, no parecería que Dios respaldara la igualdad fundamental de todos los seres humanos, creados a su imagen y semejanza»

15.04.2024 Consuelo Vélez

Continuamente escuchamos que a la Iglesia le hace falta la presencia de las mujeres. Pero, al mismo tiempo se dice, que son ellas las que más acuden a la Iglesia, las que realizan muchas actividades pastorales e, incluso, las que más cultivan la espiritualidad y el compromiso social. Se preguntaría uno, entonces, si en verdad a la iglesia le falta la participación de las mujeres.

La respuesta que se da es que falta en los niveles de liderazgo y dirección. Es verdad que, en esos niveles, no solo falta, sino que está ausente casi absolutamente. Por eso el papa Francisco está nombrando a más mujeres en puestos de cierta relevancia en la curia romana y, en otras instancias, se está comenzando a buscar que haya más mujeres en todos los eventos, reuniones, comités, etc., que se propongan.

Comienza a ser políticamente “correcto” que haya mujeres en todos los lugares. Sin embargo, afirmar tanto que a la iglesia le falta la participación de las mujeres puede esconder una afirmación más necesaria: a las mujeres les falta más conciencia de su dignidad personal y bautismal. Y, me parece que aquí, también hay mucho por trabajar. Veamos qué quiere decir lo que acabo de afirmar.

A nivel social, los derechos humanos ponen a mujeres y varones en igualdad de condiciones y la lucha es constante porque eso se reconozca y se cumpla. ¿Qué pasa entonces con las mujeres en la iglesia que consideran “normal”, “mejor”, “voluntad divina”, “no necesario” o no sé que otra razón, ser excluidas en razón del sexo de algunas instancias eclesiales?¿qué pasa con tantas mujeres en la iglesia que sabiendo que por el bautismo tienen la dignidad fundamental de su ser cristiano, no les inquieta, no les molesta, no les duele, el no poder ser mediación de la presencia de Cristo en el servicio sacramental?

Las preguntas podrían multiplicarse: ¿qué pasa con tantas mujeres que defienden el seguir hablando en masculino aduciendo que ellas se sienten incluidas? ¿no se dan cuenta que, si solo se privilegia lo masculino en el lenguaje, lo femenino es invisibilizado? ¿qué pasa con tantas mujeres en la Iglesia que siguen fomentando el clericalismo porque consideran que lo masculino si es mediación divina para orientarlas en su espiritualidad? ¿qué pasa con tantas religiosas que consideran que no hace falta estudiar teología porque creen que eso es para los llamados al presbiterado sin darse cuenta que la labor evangelizadora supone un desarrollo intelectual adecuado a la tarea que llevan entre manos? ¿qué pasa con tantas mujeres en la iglesia que huyen de cualquier pensamiento feminista y les parece que luchar por los derechos de las mujeres les hace perder la aceptación en los círculos eclesiales que frecuentan? ¿qué pasa con tantas mujeres que no se preguntan porque solo tenemos imágenes masculinas de Dios, si varón y mujer han sido creados a imagen y semejanza de Dios?

Mujeres en la Iglesia

Algunas responderán que Jesús se encarnó en un varón. Eso es innegable. Pero ¿eso hace que el sexo masculino pueda tener privilegios? Si así fuera, no parecería que Dios respaldara la igualdad fundamental de todos los seres humanos, creados a su imagen y semejanza. Por supuesto la encarnación supuso limitarse a un sexo, a una cultura, a un tiempo, a una lengua, a unas costumbres, a un momento histórico. Pero nada de todas las otras características de la encarnación las aducimos como imprescindibles para hoy ser mediación de Dios. Solamente el sexo masculino perdura en las mentes, imaginarios y decisiones.

Es más urgente trabajar por transformar la conciencia de las propias mujeres para que se valoren como imagen de Dios y no acepten ninguna discriminación en razón del sexo

En definitiva, en la medida que haya más participación de las mujeres en la Iglesia, se irá cambiando el rostro masculino y clerical y los valores e imaginarios se irán transformando poco a poco. Pero es más urgente trabajar por transformar la conciencia de las propias mujeres para que se valoren como imagen de Dios y no acepten ninguna discriminación en razón del sexo. Por supuesto ni todas podemos hacer todo, ni todas se sienten llamadas a todo, pero lo que no se puede aceptar es que sigan existiendo discriminaciones en razón del sexo que pongan un límite al ser mujer en la realización de su ser personal, de su ser bautismal, de su protagonismo y compromiso con la misión evangelizadora de la Iglesia, desde todos los lugares y responsabilidades que todos los miembros de la iglesia están llamados a realizar y, a las que muchas mujeres se sienten llamadas.

¿Cuál será la contribución propia de las mujeres a la Iglesia?

Lo que acabo de decir puede parecer obvio para algunos, innecesario para otros, demasiado reivindicativo para unos cuantos, desconcertante para quienes tienen la convicción profunda que las mujeres aportamos aquello que los hombres no tienen y viceversa, pero, en la medida que se desvanece la organización patriarcal y clerical, más claridad tenemos sobre nuestro propio ser y más nos urge que las cosas sean como siempre debieron ser. Si más mujeres fueran conscientes de su propia dignidad bautismal, sería más fácil erradicar el clericalismo y, posiblemente, más rápido la iglesia de Jesús podría dar testimonio de este texto tan conocido de Pablo en la carta a los Gálatas: “no hay judío, ni griego, esclavo ni libre, varón ni mujer porque todos somos uno en Cristo Jesús” (3, 28).

La Revuelta de mujeres en la esperanza de una Iglesia sinodal

por Pepa Moleón Caro

Marzo ha vuelto a ser un tiempo especial de numerosos encuentros reivindicativos y de reflexión para las mujeres en todo el mundo. En el marco de las reivindicaciones feministas del 8M, también en nuestro país, un año más, la Revuelta de mujeres en la Iglesia salió a las calles de veinticinco ciudades para hacer público el trabajo realizado, reclamar desde la esperanza una Iglesia sinodal, en la que las mujeres tengan voz y voto, y reivindicar la igualdad hasta que se haga costumbre.

La riqueza y diversidad de las diferentes Revueltas en nuestro país hace que este año se optase por un cartel y un comunicado común y que cada una de ellas expresara y celebrara de acuerdo a su trayectoria y experiencia en el último año, haciendo hincapié en los aspectos que en cada territorio se consideran más necesarios o significativos resaltar y reclamar. La experiencia de respeto por la diversidad se une a la utopía compartida y es importante en el camino de la Revuelta en el ámbito estatal por lo que supone de enriquecimiento mutuo.

La experiencia de respeto por la diversidad se une a la utopía compartida y supone enriquecimiento mutuo

Acogemos con cariño y esperanza a las Revueltas que han salido a la calle este año por primera vez; como Donostia. La mayoría de las iniciativas optaron por celebrar y hacer público su mensaje el 3 de marzo y el resto lo hicieron también el siguiente domingo, día 10. Lo hicieron concentrándose delante de las catedrales de las ciudades; otras, delante o dentro de algún templo significativo. Todas; reclamando una Iglesia comunidad de iguales, en la que mujeres y hombres compartamos tareas y misión, una Iglesia donde la imagen, la palabra y las decisiones sean compartidas entre mujeres y hombres. Tomando las calles con la convicción de estar vinculadas a una corriente cada vez más fuerte en la Iglesia universal: la voz de las mujeres suena cada vez con más fuerza.

La voz de las mujeres suena cada vez con más fuerza

Una voz y una fuerza que ha llegado al Sínodo que próximamente concluirá en Roma y al le hacen llegar un mensaje: Demos los pasos necesarios para caminar hacia la igualdad real, sin miedo y cambiando las estructuras y costumbres que impiden avanzar hacia ella. Las celebraciones que han tenido lugar este año han generado la certeza de la reflexión aportada y del “grito” que engendra cambio.

En los encuentros se ha recordado a las mujeres anónimas de las que nos hablan los Evangelios y que son importantes en la pedagogía que se desprende de sus encuentros con Jesús y, otras, fundamentales referentes como María de Nazaret, la primera que se abre al Misterio, María de Betania (que elige ser discípula antes que criada), María de Magdala que recibe de Jesús, fuerza para anunciar la resurrección. Sin estas mujeres, no habría habido Encarnación, ni Pascua, sin ellas no habría Comunidad eclesial. Con ellas reclamamos una Iglesia en la que la autoridad que cuente sea la del seguimiento y el servicio. Desde ellas reivindicamos que se escuche y reconozca la voz de las mujeres en la Iglesia.

Con las mujeres referentes de Jesús, reclamamos una Iglesia en la que la autoridad que cuente sea la del seguimiento y el servicio

En otras celebraciones se ha querido poner de relieve, desde la esperanza, el Sínodo de la sinodalidad, del caminar juntos, en el que estamos inmersas e inmersos en la Iglesia. Está siendo en el pontificado de Francisco, cuando algunas mujeres han podido por fin votar en el máximo órgano de la Iglesia. En el Sínodo han participado 85, 54 con derecho a voto, 2 de ellas como presidentas delegadas. El documento que este año se debate en todo el mundo recoge avances significativos en materia de igualdad y reconocimiento de las mujeres, pero todavía insuficientes contemplados desde el deseo de una comunidad eclesial de iguales.

También en los símbolos elegidos ha facilitado la confluencia: utilizando la danza, la expresión de los cuerpos, el silencio, la música en directo o grabada haciendo que los significantes expresen más y mejor una sororidad manifiesta. Y haciendo visible el dolor de los abusos a mujeres adultas dentro de la Iglesia, recogiendo el trabajo realizado por alguna comisión de abusos de la Revuelta. Los abusos han sido enfrentados y definidos por el Papa Francisco como un mal sistémico dentro de la Iglesia.

Hemos querido hacer visible el dolor de los abusos a mujeres adultas dentro de la Iglesia

En Madrid, delante de la catedral de la Almudena, se alcanzó uno de los momentos más expresivos y llenos de emoción cuando se leyó el testimonio literal de una víctima: “Toda palabra se queda corta para expresar tanto sufrido por la herida de los abusos. Providencialmente se me dio la gracia de poder hacerme palabra para denunciar…” el texto completo resonó en la mañana luminosa y fría acogido por un profundo silencio de las personas allí congregadas. Silencio que se repitió cuando cayó la tela que lo tapaba y se descubrió una reproducción de un mosaico del jesuita esloveno Marko Rupnik del que, en un momento dado, empezó a caer pintura roja recogida por tres mujeres vestidas con túnicas y capuchas negras que compartían -con las personas que lo aceptaban- las manos manchadas de sangre como signo de perdón y compromiso por el silencio de la comunidad eclesial ante tantas víctimas.

La Revuelta reconoce el papel de los medios de comunicación que, cada vez más, acompañaron las concentraciones. En especial los espacios dedicados en los telediarios de la televisión pública y cadenas autonómicas, así como cadenas privadas y agencias de prensa.

Desde los colectivos de mujeres en el ámbito nacional e  internacional proponemos pedagogías que ayuden a establecer relaciones sororales y fraternas, y alienten una participación paritaria en todos los niveles de representación eclesial. Creemos que los órganos consultivos deben pasar a ser decisorios desde la corresponsabilidad y que la teología ha de incorporar una reflexión, hermenéutica y perspectiva feminista. Es necesario utilizar un lenguaje inclusivo y una simbología actualizada a fin de poder vivir una Iglesia donde todas las personas sean consideradas con los mismos responsabilidades y derechos, emanados de su bautismo.

¡Hasta que la igualdad se haga costumbre!

Cuando las mujeres eran sacerdotes –

Por JUAN JOSÉ TAMAYO 2002

Durante los últimos meses han aparecido numerosos documentos y declaraciones de teólogos y teólogas, grupos de sacerdotes y religiosos, movimientos cristianos y organizaciones cívico-sociales, e incluso de obispos y cardenales de la Iglesia católica, pidiendo el acceso de las mujeres al sacerdocio. Todos ellos consideran la exclusión femenina del ministerio sacerdotal como una discriminación de género que es contraria a la actitud inclusiva de Jesús de Nazaret y del cristianismo primitivo, va en dirección opuesta a los movimientos de emancipación de la mujer y a las tendencias igualitarias en la sociedad, la política, la vida doméstica y la actividad laboral.

El alto magisterio eclesiástico responde negativamente a esa reivindicación, apoyándose en dos argumentos: uno teológico-bíblico y otro histórico, que pueden resumirse así: Cristo no llamó a ninguna mujer a formar parte del grupo de los apóstoles, y la tradición de la Iglesia ha sido fiel a esta exclusión, no ordenando sacerdotes a las mujeres a lo largo de los veinte siglos de historia del catolicismo. Esta práctica se interpreta como voluntad explícita de Cristo de conferir sólo a los varones, dentro de la comunidad cristiana, el triple poder sacerdotal de enseñar, santificar y gobernar. Sólo ellos, por su semejanza de sexo con Cristo, pueden representarlo y hacerlo presente en la eucaristía.

Estos argumentos vienen repitiéndose sin apenas cambios desde hace siglos y son expuestos en tres documentos de idéntico contenido, a los que apelan los obispos cada vez que los movimientos cristianos críticos se empeñan en reclamar el sacerdocio para las mujeres: la declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe Inter insigniores (15 de octubre de 1976) y dos cartas apostólicas de Juan Pablo II: Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988) y Ordinatio sacerdotalis. Sobre la ordenación sacerdotal reservada sólo a los hombres (22 de mayo de 1984). La más contundente de todas las declaraciones al respecto es esta última, que zanja la cuestión y cierra todas las puertas a cualquier cambio en el futuro: ‘Declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia’.

Es verdad que la historia no es pródiga en narrar casos de mujeres sacerdotes. Esto no debe extrañar, ya que ha sido escrita por varones, en su mayoría clérigos, y su tendencia ha sido a ocultar el protagonismo de las mujeres en la historia del cristianismo. ‘Si las mujeres hubieran escrito los libros, estoy segura de que lo habrían hecho de otra manera, porque ellas saben que se les acusa en falso’. Esto escribía Cristina de Pisan, autora de La ciudad de las damas (1404). Sin embargo, importantes investigaciones históricas desmienten tan contundentes afirmaciones del magisterio, hasta invalidarlas y convertirlas en pura retórica al servicio de una institución patriarcal. Entre los estudios más relevantes al respecto cabe citar Mujeres en el altar, de Lavinia Byrne, religiosa expulsada de su congregación por publicar este libro; Cuando las mujeres eran sacerdotes, de Karen Jo Torjesen, catedrática de Estudios sobre la Mujer y la Religión en Claremont Graduate School, y los trabajos del historiador Giorgio Otranto, director del Instituto de Estudios Clásicos y Cristianos de la Universidad de Bari. En ellos se demuestra, mediante inscripciones en tumbas y mosaicos, cartas pontificias y otros textos, que las mujeres ejercieron el sacerdocio católico durante los 13 primeros siglos de la historia de la Iglesia. Veamos algunas de estas pruebas que quitan todo valor a los argumentos del magisterio eclesiástico.

Debajo del arco de una basílica romana aparece un fresco con cuatro mujeres. Dos de ellas son las santas Práxedes y Prudencia, a quienes está dedicada la iglesia. Otra es María, madre de Jesús de Nazaret. Sobre la cabeza de la cuarta hay una inscripción que dice: Theodora Episcopa 😊Obispa). La ‘a’ de Theodora está raspada en el mosaico, no así la ‘a’ de Episcopa.

En el siglo pasado se descubrieron inscripciones que hablan a favor del ejercicio del sacerdocio de las mujeres en el cristianismo primitivo. En una tumba de Tropea (Calabria meridional, Italia) aparece la siguiente dedicatoria a ‘Leta Presbytera’, que data de mediados del siglo V: ‘Consagrada a su buena fama, Leta Presbytera vivió cuarenta años, ocho meses y nueve días, y su esposo le erigió este sepulcro. La precedió en paz la víspera de los Idus de Marzo’. Otras inscripciones de los siglos VI y VII atestiguan igualmente la existencia de mujeres sacerdotes en Salone (Dalmacia) (presbytera, sacerdota), Hipona, diócesis africana de la que fue obispo san Agustín cerca de cuarenta años (presbiterissa), en las cercanías de Poitires (Francia) (presbyteria), en Tracia (presbytera, en griego), etcétera.

En un tratado sobre la virtud de la virginidad, del siglo IV, atribuido a san Atanasio, se afirma que las mujeres consagradas pueden celebrar juntas la fracción del pan sin la presencia de un sacerdote varón: ‘La santas vírgenes pueden bendecir el pan tres veces con la señal de la cruz, pronunciar la acción de gracias y orar, pues el reino de los cielos no es ni masculino ni femenino. Todas las mujeres que fueron recibidas por el Señor alcanzaron la categoría de varones’ (De virginitate, PG 28, col. 263).

En una carta del papa Gelasio I (492-496) dirigida a los obispos del sur de Italia el año 494 les dice que se ha enterado, para gran pesar suyo, de que los asuntos de la Iglesia han llegado a un estado tan bajo que se anima a las mujeres a oficiar en los sagrados altares y a participar en todas las actividades del sexo masculino al que ellas no pertenecen. Los propios obispos de esa región italiana habían concedido el sacramento del orden a mujeres, y éstas ejercían las funciones sacerdotales con normalidad.

Un sacerdote llamado Ambrosio pregunta a Atón, obispo de Vercelli, que vivió entre los siglos IX y X y era buen conocedor de las disposiciones conciliares antiguas, qué sentido había que dar a los términos presbytera y diaconisa, que aparecían en los cánones antiguos. Atón le responde que las mujeres también recibían los ministerios ad adjumentum virorum, y cita la carta de san Pablo a los Romanos, donde puede leerse: ‘Os recomiendo a Febe, nuestra hermana y diaconisa en la Iglesia de Cencreas’. Fue el concilio de Laodicea, celebrado durante la segunda mitad del siglo IV, sigue diciendo en su contestación el obispo Aton, el que prohibió la ordenación sacerdotal de las mujeres. Por lo que se refiere al término presbytera, reconoce que en la Iglesia antigua también podía designar a la esposa del presbítero, pero él prefiere el significado de sacerdotisa ordenada que ejercía funciones de dirección, de enseñanza y de culto en la comunidad cristiana.

En contra de conceder la palabra a las mujeres se manifestaba el papa Honorio III (1216-1227) en una carta a los obispos de Burgos y Valencia, en la que les pedía que prohibieran hablar a las abadesas desde el púlpito, práctica habitual entonces. Éstas son sus palabras: ‘Las mujeres no deben hablar porque sus labios llevan el estigma de Eva, cuyas palabras han sellado el destino del hombre’.

Estos y otros muchos testimonios que podría aportar son rechazados por el magisterio papal y episcopal y por la teología de él dependiente, alegando que carecen de rigor científico. Pero ¿quién es la teología y quiénes son el papa, los cardenales y los obispos para juzgar sobre el valor de las investigaciones históricas? La verdadera razón de su rechazo son los planteamientos patriarcales en que están instalados. El reconocimiento de la autenticidad de esos testimonios les llevaría a revisar sus concepciones androcéntricas y a abandonar sus prácticas misóginas. Y a eso no parecen estar dispuestos. Prefieren ejercer el poder autoritariamente y en solitario encerrados en la torre de su ‘patriarquía’, a ejercerlo democráticamente y compartirlo con las mujeres creyentes, que hoy son mayoría en la Iglesia católica y, sin embargo, carecen de presencia en sus órganos directivos y se ven condenadas a la invisibilidad y al silencio.

Juan José Tamayo-Acosta es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de la Religión en la Universidad Carlos III de Madrid.

LAS MUJERES SIGUEN A JESÚS: MEMORIA Y CONFLICTO

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María Magdalena y el protagonismo de las mujeres

Al comienzo de la Semana Santa quizá no esté de más recordar el lugar de las mujeres en los acontecimientos que celebramos estos días y a partir de ellos preguntarnos por el horizonte de seguimiento al que hoy las mujeres creyentes podemos aspirar. En esa encrucijada entre la pregunta y el recuerdo está la legitimación de los anhelos de muchas mujeres de encontrar en la Iglesia un lugar propio, inclusivo y liberador y de un reconocimiento pleno de su palabra y de su experiencia espiritual.

El camino sinodal ha puesto en evidencia el malestar de las mujeres tanto por su ausencia en los espacios de liderazgo y toma de decisiones como por el clericalismo y machismo que muchas veces se sufre dentro de los grupos y comunidades en las que se participa. Las mujeres somos mayoría en la Iglesia y si embargo seguimos teniendo que pedir ser escuchadas, justificar la legitimidad de nuestro pensamiento teológico o que se reconozca nuestra adultez en la fe sin paternalismo ni sospechas. Se van dando pasos, sin duda, pero todavía queda mucho camino por recorrer y muchos cambios que implementar para que la Iglesia sea de verdad esa comunidad inclusiva que Jesús proclamó.

Una memoria conflictiva

María Magdalena es quizá un ejemplo paradigmático de cómo el horizonte del discipulado de las mujeres se fue resignificado para que encajara en las expectativas y valores que las sociedades tradicionalmente han asignado al sexo femenino colaborando en su silenciamiento y a su lugar secundario en la Iglesia.

En la memoria colectiva cristiana sigue arraigada, a pesar de los estudios serios y contrastados que se han hecho sobre su figura, la idea de su identidad pecadora y redimida por su amor a Cristo. Las relecturas que se han ido haciendo de ella a lo largo de los siglos en el arte, la literatura, el cine o las reflexiones religiosas la han perpetuado como un modelo de la fragilidad y dependencia femenina.

Un modelo con el que cada vez se identifican menos las mujeres. Como nos recuerda Carmen Bernabé: “Desde en el último tercio del siglo XX, la memoria de María Magdalena discípula de primera hora, apóstol, enviada con autoridad ha sido reivindicada como ejemplo, inspiración y modelo de autoridad por teólogas feministas y grupos de mujeres que encuentran en ella la fuerza y legitimidad para empoderarse en situaciones muy difíciles, para reivindicar una mayoría de edad en la Iglesia y una participación igual a los varones en los órganos de decisión de la vida comunitaria “ (Qué se sabe de… María Magdalena, 2020, 216).

Ella alienta así el testimonio y la audacia de muchas mujeres que nos reconocemos en su impotencia, en su silenciamiento, pero también en la confianza y en su adhesión a la persona de Jesús, que la mantuvo en la certeza de la esperanza, la capacitó para reconocerlo resucitado y la fortaleció en la difícil y arriesgada misión de ser portadora del primer anuncio del kerigma a pesar de muchos obstáculos.

Pero no las creyeron… (Lc 24, 8)

El evangelio de Lucas nos transmite con claridad la dificultad que la primera comunidad de Jesús tuvo en creer el testimonio de las mujeres sobre su encuentro con Jesús resucitado. Siglo tras siglo las mujeres seguimos experimentando como se cuestiona nuestra palabra y de nuestra experiencia. No se duda de nuestra fe ni de nuestra necesaria implicación eclesial, pero se sigue sosteniendo en la teología y a tradición un techo de cristal para nuestros carismas y dones.

La “negra sombra” de los abusos dentro y también fuera de la Iglesia planea en la vida de las mujeres como una niebla mucho más densa. El testimonio de muchas mujeres víctimas de abusos sexuales, de autoridad y de conciencia, muchas más veces de las esperables, son puestos entre paréntesis porque se considera que, siendo adultas, hay libre consentimiento. No falta, tampoco, quien sigue pensando que la seducción es un arma de mujer, descargando así de culpabilidad a quien agrede.

Las mujeres en nuestras parroquias, asociaciones, comunidades… nos seguimos encontrando con situaciones cotidianas que evidencian multitud de micromachismos que, casi imperceptiblemente, nos relegan a un lugar segundario, nos silencian o nos obligan a escuchar explicaciones o reflexiones en tono paternalista como si nuestra condición natural fuese la ignorancia (mansplaining).

Estas experiencias no son anecdóticas y tienen nombres propios, sufrimiento y cansancio. Ya no basta con apelar a la paciencia, a la humildad o a la entrega. Es tiempo de cambiar estructuras y procedimientos, pero también la mirada y el corazón. Es tiempo de posibilitar espacios inclusivos donde varones y mujeres nos reconozcamos mutuamente autoridad en el anuncio de Buena Noticia, nos respetemos en igualdad y nos impulsemos mutuamente en el compromiso y en la fe. Es tiempo de escuchar una vez más a Magdalena anunciar: He visto al Señor y me ha dicho esto (Jn 20, 18).

Propuesta de Revuelta de Mujeres en la Iglesia y Alcem la Veu

Coordinadora Dones Creients

¿Cómo superar la discriminación de las mujeres en las Iglesias diocesanas?

Ellas lo cuentan aquí

Acto de Alcem la Veu ante la catedral de Valencia EFE

Revuelta de Mujeres en la Iglesia y Alcem la Veu. Coordinadora Dones Creients ha elaborado una propuesta en la que proponen una serie de buenas prácticas para superar la discriminación que sufren las mujeres en las Iglesias locales

El objetivo es favorecer la visibilización de las mujeres en todos los ámbitos de las iglesias diocesanas, así como la participación de las mujeres (laicas y religiosas) en la toma de decisiones que afectan a la vida eclesial en las diócesis, de cara a desarrollar la sinodalidad y desterrar el clericalismo, para lograr una Iglesia menos jerárquica y más circular, verdadera comunidad de iguales, al servicio de las personas empobrecidas y excluida

Incorporar mujeres en todas las comisiones y reuniones de vicarías y arciprestazgos de todas las diócesis, impulsar la participación paritaria de las mujeres en los consejos de pastoral y económicos de las parroquias o aumentar la representación femenina en las conferencias, charlas, encuentros de oración, retiros y ejercicios espirituales, que se imparten y ofrecen en las parroquias, son algunas de las medidas demandadas

«Favorecer la visibilización de las mujeres en todos los ámbitos de las iglesias diocesanas, así como la participación de las mujeres (laicas y religiosas) en la toma de decisiones que afectan a la vida eclesial en las diócesis, de cara a desarrollar la sinodalidad y desterrar el clericalismo, para lograr una Iglesia menos jerárquica y más circular, verdadera comunidad de iguales, al servicio de las personas empobrecidas y excluida». Ese es el objetivo de la propuesta de buenas prácticas elaborada por Revuelta de Mujeres en la Iglesia y Alcem  la Veu. Coordinadora Dones Creients.

1-DE DONDE NACEN ESTAS PROPUESTAS

Estas propuestas nacen de nuestra experiencia de sentirnos Iglesia y de nuestro trabajo comprometido con ella al servicio de la utopía del Reino. Nos mueve a hacerlo la pasión por Jesús y su Evangelio y su opción por los más empobrecidos y empobrecidas, desde la comunidad de iguales, como camino de plenitud para todos y todas.

Por eso estas propuestas las hacemos en memoria suya y en la de las mujeres que aparecen en el Evangelio: María Magdalena, María de Nazaret, Juana de Cusa, Susana, María de Cleofás, Marta ( Lc 8,1-3), y tantas otras que con Jesús inauguraron la Iglesia como comunidad de iguales.

“Ya no hay más judío ni griego, ni siervo, ni libre, ni varón, ni mujer, ya que todas las personas somos una con Cristo Jesús, herederas conforme a la promesa”. (Gal 3,27-20)

Nos moviliza también la llamada del papa Francisco a ser Iglesia en salida y liberada del clericalismo:

“Los laicos son protagonistas de la Iglesia. Hoy es necesario ampliar los espacios y la presencia relevante femenina en la Iglesia (…) porque las mujeres suelen ser dejadas de lado. Hemos de promover la integración de las mujeres donde se toman las decisiones importantes”. (Oración10/10/2020).

Creemos que el contexto de invitación a la sinodalidad que estamos viviendo es una oportunidad para poner en marcha las propuestas que presentamos en este documento.

Iglesia en México reconoce el papel de la mujer

2-OBJETIVO

El objetivo de estas buenas prácticas y propuestas es favorecer la visibilización de las mujeres en todos los ámbitos de las iglesias diocesanas, así como la participación de las mujeres (laicas y religiosas) en la toma de decisiones que afectan a la vida eclesial en las diócesis, de cara a desarrollar la sinodalidad y desterrar el clericalismo, para lograr una Iglesia menos jerárquica y más circular, verdadera comunidad de iguales, al servicio de las personas empobrecidas y excluidas.

Desde

3-ALGUNAS PROPUESTAS Y CAMINOS DE AVANCE QUE CREEMOS QUE ES IMPORTANTE PONER EN MARCHA

1- Incorporar mujeres en todas las comisiones y reuniones de vicarías y arciprestazgos de todas las diócesis. Tener en cuenta su preparación y servicio a la Iglesia a la hora de llevar a cabo los nombramientos de las personas responsables de las delegaciones, de modo que no sean mayoritariamente sacerdotes, sino que se incorporen a estas tareas eclesiales mujeres capacitadas para ello, siguiendo la línea iniciada por el papa Francisco, con el objetivo de llegar a la paridad.

2- Impulsar la participación paritaria de las mujeres en los consejos de pastoral y económicos de las parroquias, así como poner los medios para que esos consejos funcionen realmente y se tengan en cuenta las opiniones y decisiones de sus miembros. Para ello sería necesario revisar y actualizar los estatutos de aplicación diocesana que regulan la participación, sus competencias y funcionamiento.

Entendemos que los consejos de pastoral han de dejar de ser meramente consultivos, es preciso entenderlos como órganos de expresión y realización de la corresponsabilidad, que puedan tener capacidad decisoria dentro de sus competencias y puedan ser la instancia habitual para la deliberación y la aprobación de planes y normativa pastoral diocesana y parroquial.

La Revuelta de mujeres en la Iglesia y Alcem la Veu no solo planteamos estas propuestas, sino que nos comprometemos a participar en su publicación y promoción.

3- Fomentar una eclesiología de comunión en la que todo el pueblo de Dios participe y las mujeres puedan participar activamente en los distintos momentos de la vida sacramental y litúrgica. Especialmente consideramos necesaria la presencia de las mujeres en el altar y su participación en las lectura de la Palabra, homilía, peticiones, ofertorio, reparto de la comunión, acción de gracias, despedida…como ya se viene haciendo en algunas parroquias.

4- Aumentar la representación femenina en las conferencias, charlas, encuentros de oración, retiros y ejercicios espirituales, que se imparten y ofrecen en las parroquias.

5- Fomentar el uso del lenguaje inclusivo y la simbología femenina en la liturgia, en las acciones pastorales y en los documentos eclesiales y materiales catequéticos. Revisión de algunos textos litúrgicos que no están adaptados a la situación actual de las mujeres en la sociedad (por ejemplo, las bendiciones diferenciadas a los nuevos esposos, algunas plegarias que inciden en que la mujer debe ser callada, obediente, discreta… o que no incorporan la corresponsabilidad del hombre en la familia y el hogar…) contando para ello con mujeres expertas.

6- Consideramos que una formación crítica y liberadora en la que todo el pueblo de Dios sea parte del proceso formativo es un elemento clave para la revitalización de las diócesis. Por ello es necesaria la incorporación y la promoción de la teología feminista en los espacios formativos ofrecidos a nivel diocesano: escuelas de agentes de pastoral, seminarios, etc. Del mismo modo es fundamental incrementar la presencia femenina en la docencia y en el acompañamiento espiritual en los seminarios y facultades de teología.

7- Creación de una comisión de equidad de género1para:

Revisar y elaborar materiales catequéticos y pastorales que promuevan la igualdad entre hombres y mujeres y den a conocer las aportaciones de las mujeres bíblicas y las grandes mujeres testigos en la historia de la Iglesia. Elaborar materiales para difundir en las parroquias y otros espacios eclesiales para la celebración y la sensibilización en torno a fechas significativas como el 25 de noviembre, día de la erradicación de la violencia de género; 8 de marzo: día de internacional de las mujeres y día de la mujer trabajadora, 22 de julio; celebración de la fiesta de María Magdalena, apóstol de los apóstoles, así como jornadas celebrativas y acciones de sensibilización que promuevan la equidad de género dentro y fuera de la Iglesia. Proponer formación para transversalizar la perspectiva o el enfoque de género2 en los distintos ámbitos eclesiales: celebraciones litúrgicas, espacios de formación, distintas pastorales etc. con el objetivo de lograr la equidad de género y así una Iglesia más justa. 

8- Generar un clima de acogida y acompañamiento a las mujeres víctimas de violencia sexual y de género3. Realizar formaciones adecuadas para la detección y manejo de la misma en los ámbitos eclesiales.

9- Favorecer la cultura del cuidado y buen trato, y las relaciones horizontales en parroquias, colegios, entidades de voluntariado y en todos los ámbitos pastorales para la prevención de abusos de conciencia, de poder y sexuales dentro de la Iglesia. Implementar protocolos y comités de protección del menor y personas vulnerables. La participación de las mujeres en estos comités es fundamental para un abordaje equilibrado de un tema tan sensible.

10- Acoger, acompañar e integrar la diversidad de identidades y orientaciones sexuales y de familias en el seno de la Iglesia sin discriminación. Crear e impulsar en todas las diócesis la Pastoral de la diversidad sexual y de género.

11- Revisar y ajustar a derecho las condiciones laborales de las mujeres que trabajan para la Iglesia de manera que sus derechos laborales sean reconocidos según la legislación vigente. Diferenciar las participaciones que se realizan de forma voluntaria para no encubrir una explotación que traspasa una dedicación ajustada a derecho.

12- Contar con las mujeres también para representar a la Iglesia diocesana en los encuentros y diálogos que la Iglesia establece con otras confesiones religiosas y con distintos movimientos, instituciones e interlocutores de la sociedad civil.

13- Establecer un cauce de diálogo permanente para conocer, dar seguimiento y evaluar la ejecución de estas y otras propuestas que se pudieran presentar, y para seguir avanzando en la participación de las mujeres en las iglesias diocesanas.

1Equidad de género: justicia en el tratamiento de hombres y mujeres según sus respectivas necesidades. Implica el tratamiento diferencial para corregir desigualdades a través de medidas no necesariamente iguales, pero conducentes a la igualdad en términos de derechos, beneficios, obligaciones y oportunidades. Se refieres a la distribución justa entre varones y mujeres de las oportunidades, recursos y beneficios, para alcanzar su pleno desarrollo y la vigencia de sus derechos humanos. Supone el reconocimiento de las diferencias, y la garantía de la igualdad en el reconocimiento de los derechos.

2Perspectiva de género: Es una categoría analítica que muestra cómo los procesos sociales y culturales convierten la diferencia sexual en inequidad de género. El resultado es desigualdad e injusticia social. Se le denomina también «enfoque de género», «visión de género» y «análisis de género»

3Violencia de género: Se trata de una violencia que afecta a las mujeres por el mero hecho de serlo. Constituye un atentado contra la integridad, dignidad y libertad de las mujeres, independientemente del ámbito en el que se produzca.

Las mujeres siguen a Jesús: memoria y conflicto

María Magdalena y el protagonismo de las mujeres

«El camino sinodal ha puesto en evidencia el malestar de las mujeres tanto por su ausencia en los espacios de liderazgo y toma de decisiones como por el clericalismo y machismo que muchas veces se sufre dentro de los grupos y comunidades en las que se participa»

«Las mujeres somos mayoría en la Iglesia y si embargo seguimos teniendo que pedir ser escuchadas, justificar la legitimidad de nuestro pensamiento teológico o que se reconozca nuestra adultez en la fe sin paternalismo ni sospechas»

«Ya no basta con apelar a la paciencia, a la humildad o a la entrega. Es tiempo de cambiar estructuras y procedimientos, pero también la mirada y el corazón. Es tiempo de posibilitar espacios inclusivos donde varones y mujeres nos reconozcamos mutuamente autoridad en el anuncio de Buena Noticia, nos respetemos en igualdad y nos impulsemos mutuamente en el compromiso y en la fe. Es tiempo de escuchar una vez más a Magdalena anunciar: He visto al Señor y me ha dicho esto (Jn 20, 18)»

Por | Carme Soto Varela

Al comienzo de la Semana Santa quizá no esté de más recordar el lugar de las mujeres en los acontecimientos que celebramos estos días y a partir de ellos preguntarnos por el horizonte de seguimiento al que hoy las mujeres creyentes podemos aspirar. En esa encrucijada entre la pregunta y el recuerdo está la legitimación de los anhelos de muchas mujeres de encontrar en la Iglesia un lugar propio, inclusivo y liberador y de un reconocimiento pleno de su palabra y de su experiencia espiritual.

El camino sinodal ha puesto en evidencia el malestar de las mujeres tanto por su ausencia en los espacios de liderazgo y toma de decisiones como por el clericalismo y machismo que muchas veces se sufre dentro de los grupos y comunidades en las que se participa. Las mujeres somos mayoría en la Iglesia y si embargo seguimos teniendo que pedir ser escuchadas, justificar la legitimidad de nuestro pensamiento teológico o que se reconozca nuestra adultez en la fe sin paternalismo ni sospechas. Se van dando pasos, sin duda, pero todavía queda mucho camino por recorrer y muchos cambios que implementar para que la Iglesia sea de verdad esa comunidad inclusiva que Jesús proclamó.

Una memoria conflictiva

María Magdalena es quizá un ejemplo paradigmático de cómo el horizonte del discipulado de las mujeres se fue resignificado para que encajara en las expectativas y valores que las sociedades tradicionalmente han asignado al sexo femenino colaborando en su silenciamiento y a su lugar secundario en la Iglesia.

En la memoria colectiva cristiana sigue arraigada, a pesar de los estudios serios y contrastados que se han hecho sobre su figura, la idea de su identidad pecadora y redimida por su amor a Cristo. Las relecturas que se han ido haciendo de ella a lo largo de los siglos en el arte, la literatura, el cine o las reflexiones religiosas la han perpetuado como un modelo de la fragilidad y dependencia femenina.

Magdalena

Un modelo con el que cada vez se identifican menos las mujeres. Como nos recuerda Carmen Bernabé: “Desde en el último tercio del siglo XX, la memoria de María Magdalena discípula de primera hora, apóstol, enviada con autoridad ha sido reivindicada como ejemplo, inspiración y modelo de autoridad por teólogas feministas y grupos de mujeres que encuentran en ella la fuerza y legitimidad para empoderarse en situaciones muy difíciles, para reivindicar una mayoría de edad en la Iglesia y una participación igual a los varones en los órganos de decisión de la vida comunitaria “ (Qué se sabe de… María Magdalena, 2020, 216).

Ella alienta así el testimonio y la audacia de muchas mujeres que nos reconocemos en su impotencia, en su silenciamiento, pero también en la confianza y en su adhesión a la persona de Jesús, que la mantuvo en la certeza de la esperanza, la capacitó para reconocerlo resucitado y la fortaleció en la difícil y arriesgada misión de ser portadora del primer anuncio del kerigma a pesar de muchos obstáculos.

Pero no las creyeron…(Lc 24, 8)

El evangelio de Lucas nos transmite con claridad la dificultad que la primera comunidad de Jesús tuvo en creer el testimonio de las mujeres sobre su encuentro con Jesús resucitado. Siglo tras siglo las mujeres seguimos experimentando como se cuestiona nuestra palabra y de nuestra experiencia. No se duda de nuestra fe ni de nuestra necesaria implicación eclesial, pero se sigue sosteniendo en la teología y a tradición un techo de cristal para nuestros carismas y dones.

La “negra sombra” de los abusos dentro y también fuera de la Iglesia planea en la vida de las mujeres como una niebla mucho más densa. El testimonio de muchas mujeres victimas de abusos sexuales, de autoridad y de conciencia, muchas mas veces de las esperables, son puestos entre paréntesis porque se considera que, siendo adultas, hay libre consentimiento. No falta,tampoco, quien sigue pensando que la seducción es un arma de mujer, descargando así de culpabilidad a quien agrede.

Las mujeres en nuestras parroquias, asociaciones, comunidades… nos seguimos encontrando con situaciones cotidianas que evidencian multitud de micromachismos que, casi imperceptiblemente, nos relegan a un lugar segundario, nos silencian o nos obligan a escuchar explicaciones o reflexiones en tono paternalista como si nuestra condición natural fuese la ignorancia (mansplaining).

Estas experiencias no son anecdóticas y tienen nombres propios, sufrimiento y cansancio. Ya no basta con apelar a la paciencia, a la humildad o a la entrega. Es tiempo de cambiar estructuras y procedimientos, pero también la mirada y el corazón. Es tiempo de posibilitar espacios inclusivos donde varones y mujeres nos reconozcamos mutuamente autoridad en el anuncio de Buena Noticia, nos respetemos en igualdad y nos impulsemos mutuamente en el compromiso y en la fe. Es tiempo de escuchar una vez más a Magdalena anunciar: He visto al Señor y me ha dicho esto (Jn 20, 18).

“Demokrazia: Derechos Humanos en juego”

Mónica Díaz Álamo: «El camino sinodal nos puede ayudar a avanzar, no solo a las mujeres, sino a toda la Iglesia Pueblo de Dios»

Mónica Díaz Álamo

«La sinodalidad supone viajar juntos y en el modo de hacerlo está también el reto que, como Iglesia Pueblo de Dios, tenemos porque en este viaje, no solo debemos reconocer la dignidad de todos y cada uno de los miembros, o las diferentes sensibilidades dentro de la Iglesia, sino también, saber que no todos viajamos del mismo modo»

«Debemos de ser conscientes que existen estructuras de pecado que condenan a una gran parte de la humanidad a la pobreza y la miseria y convierten los derechos, no en una ética de mínimos que todos deberíamos respetar, sino en un horizonte al que tenemos que tender siendo conscientes de las dificultades, no solo sociales y estructurales, sino también, personales porque respetar los derechos humanos de todas las personas pasa también por cuestionar los privilegios de los que disfrutamos muchos y muchas»

 | Equipo Asociación KRISARE

Mónica Díaz Álamo, quién participará como ponente en el próximo Foro KRISARE Foroa “Demokrazia: ¿Derechos Humanos en juego?”, que tendrá lugar los días 14 a 16 de marzo en el Palacio de Congresos Europa de Vitoria-Gasteiz, nos guiará con su conferencia «Sinodalidad o viajar en común, una práctica que plenifica los Derechos Humanos». Este Foro está promovido por personas cristianas que necesitamos poder ir más allá, poder ensanchar nuestra tienda para seguir creciendo y desarrollando una Iglesia diversa, plural, feminista, insertada en la sociedad y en el mundo actual.

De la mano de Mónica, en este 8 de marzo, invitamos a reflexionar, reivindicar e implicarnos por los derechos de la mujer en la Iglesia. Licenciada en Sociología y en Teología Fundamental se encuentra actualmente realizando el doctorado en Teología en la línea de investigación: «Espiritualidad en el ámbito público», en la Universidad de Deusto. Es profesora de la titulación DECA (Declaración Eclesiástica de Competencia Académica) en la Universidad del País Vasco (UPV-EHU). Ha editado junto con María Belén Brezmes: «¿Eres tú o esperamos a otro? La salvación en la que creemos las mujeres» y ha publicado el libro «El carisma profético en la Iglesia de hoy. Madeleine Delbrêl y Oscar Romero». Es miembro de la Junta Directiva como vicepresidenta de la Asociación de Teólogas Españolas (ATE), y a su vez participa en la Revuelta de mujeres en la Iglesia de Madrid y Bilbao, y en el movimiento internacional Catholic Women Council.

¿Qué está aportando este camino sinodal al lugar que tenemos las mujeres en la Iglesia?

El camino sinodal parte de la común dignidad de varones y mujeres hechos a imagen y semejanza de Dios y reconoce la misma dignidad bautismal y la variedad de los dones del Espíritu (cf. Ga 3,28). Este camino nos hace ver que es necesaria una renovación de las relaciones y de cambios estructurales, porque reconoce la diversidad de situaciones y de las injusticias que sufren muchas mujeres en el mundo; además, propone y anima a escuchar y acompañar a las que peor lo están pasando; a que las mujeres participen en las decisiones y en la asunción de roles de responsabilidad en el cuidado pastoral y el ministerio; así como a seguir avanzando para solventar la discriminación que viven en la Iglesia. Creemos que este modo de caminar nos puede ayudar a avanzar, no solo a las mujeres, sino a toda la Iglesia Pueblo de Dios.

Si podemos entender que la sinodalidad es una invitación a caminar junt@s, a vivir conjuntamente, ¿qué actitudes debemos desarrollar o fomentar para llevar a cabo esta invitación? ¿no te parece que en este momento hay voces de mujeres en la iglesia pero no hay votos?

En una Iglesia sinodal debemos escuchar juntos la Palabra de Dios, reconociendo la gracia de la palabra que todos los miembros del Pueblo de Dios tenemos y trabajar nuestras relaciones para transformarlas. Además, una Iglesia sinodal supone trabajar la humildad dejando espacios a las mujeres para que puedan participar y liderar, no por su sexo, sino porque tenemos distintas inteligencias y habilidades que podemos poner al servicio del Reino y enriquecer la diversidad de dones dentro de la Iglesia.

La sinodalidad es tratar de construir una eclesiología de comunión o, en consonancia con la Laudato si (137-162), una comunidad ecológica integral comprometida que respete la autonomía de las personas y reconozca diferentes liderazgos para hacer posible una “saludable descentralización” a la que apunta el papa Francisco (Evangelii Gaudium 16).

¿Qué papel crees que jugarán, o deberían jugar, de aquí en adelante las mujeres dentro de la Iglesia teniendo presente de modo efectivo los DDHH? “¿Quién ha de mover la piedra del sepulcro?” (Mc. 16, 3), ¿cuáles van a ser las piedras más difíciles de mover en la Iglesia? ¿en nuestras Diócesis? ¿en nuestras comunidades? ¿en nosotras mismas?

La Iglesia, y las mujeres como bautizadas, debe practicar la equidad desde este camino sinodal emprendido y también desde la práctica del respeto a los derechos humanos. Equidad supone: valorar a cada persona desde su singularidad, aceptando la diversidad de experiencias de fe y de manera de expresarlas; tratar equitativamente a los miembros de la comunidad valorando las vocaciones diferentes, las capacidades y abogando por la igualdad de oportunidades, ejerciendo liderazgos desde el principio de autoridad en la comunidad.

La sinodalidad supone viajar juntos y en el modo de hacerlo está también el reto que, como Iglesia Pueblo de Dios, tenemos porque en este viaje, no solo debemos reconocer la dignidad de todos y cada uno de los miembros, o las diferentes sensibilidades dentro de la Iglesia, sino también, saber que no todos viajamos del mismo modo: unos y unas lo hacen en avión, otros y otras en coche y muchos y muchas andando. Planteo esta comparación para ser conscientes de la diversidad de situaciones y problemáticas de las cristianas y cristianas en el mundo, lo que condiciona nuestra manera de viajar en esta Iglesia sinodal.

Invitamos a revisar la continuación de la cita bíblica Mc. 16, 4. Y seguimos, para la sociedad los DDHH son un referente. Sin embargo ¿realmente lo son para quienes gobiernan, los son para la clase política, los son para la Iglesia?

Los derechos humanos son un referente válido para construir un mundo más justo y humano, sin embargo, debemos de ser conscientes que existen estructuras de pecado que condenan a una gran parte de la humanidad a la pobreza y la miseria y convierten los derechos, no en una ética de mínimos que todos deberíamos respetar, sino en un horizonte al que tenemos que tender siendo conscientes de las dificultades, no solo sociales y estructurales, sino también, personales porque respetar los derechos humanos de todas las personas pasa también por cuestionar los privilegios de los que disfrutamos muchos y muchas.

¿Qué opinas del Foro KRISARE Foroa?

El foro es una invitación a reflexionar, escuchar y dialogar que nos ayuda a construir una Iglesia sinodal en nuestro ámbito más cercano, y a poner nuestro grano de arena en el trabajo por un mundo más justo y humano que haga realidad el respeto a los Derechos Humanos.

El papel de la mujer en la Iglesia

Obispos de México: “Las mujeres enriquecen la vida de la Iglesia”

En el Día Internacional de la Mujer, llamaron a “reafirmar el papel esencial de la mujer en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y solidaria”

Los obispos de México hicieron un reconocimiento a todas las mujeres “que, con su invaluable contribución, enriquecen la vida de la Iglesia y de la sociedad”.

En el Día Internacional de la Mujer reflexionaron sobre el contexto actual de México, “marcado por desafíos sociales, económicos y políticos”, y en el que “es crucial reafirmar el papel esencial de la mujer en la construcción de una sociedad más justa, fraterna y solidaria”.

Recordaron parte de lo que ha señalado el papa Francisco en ‘Evangelii Gaudium’: “La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones”.

“Seguir el ejemplo de María”

Este reconocimiento -explicaron los obispos mexicanos- se fundamenta en la Sagrada Escritura, “donde encontramos numerosos ejemplos de mujeres valientes, sabias y fieles, como María, Madre de Jesús, María Magdalena, Judit y Ester”.

También refirieron lo dicho por San Juan Pablo II en su carta apostólica ‘Mulieris Dignitatem’: “la mujer tiene un papel único y decisivo en la vida, no sólo de la familia, sino también en la de la entera sociedad”.

El episcopado mexicano alentó a las mujeres a seguir el ejemplo de María, “quien con su ‘Sí’ al plan de Dios, se convirtió en madre y discípula, mostrando así el camino de la fe y el servicio”.

Finalmente, en referencia al Concilio Vaticano II, dijeron: “Así como la mujer tuvo en María un excelso ejemplar de la mujer redimida y liberada, así el Pueblo de Dios tiene en ella un modelo permanente de discípula y misionera.

Con nombre de mujer…

8M: Imagina una Iglesia… que tenga nombre de mujer

La Iglesia de mi corazón es la Iglesia invisible que sube a las estrellas formada por quienes buscan la verdad” (sor María di Campello, 1932). Una iglesia, la de Ana, que sepa anunciar el sueño que soñó Dios, libre de la sombra de la muerte y de las estructuras patriarcales. Una iglesia, la de Isabel, que sepa reconocer la belleza de lo inédito y captar los brotes de vida y esperanza de cada tiempo.

Una Iglesia, la de Marta que, inmersa en la lectura popular de la Escritura, sepa transmitir el amor a la Palabra y confesar la fe en el Resucitado. Una Iglesia samaritana que, bebiendo del agua buena del pozo de toda relación libre, sepa asumir las enfermedades de la humanidad herida y abandonada. Una Iglesia, la de Magdalena, que sintiéndose muy amada, sepa ungir el presente con el aceite del amor político y anunciar con alegría la Buena Noticia de Jesús.

Una Iglesia, la de Febe, que sepa animar liturgias y celebraciones aprovechando prácticas que florecen entre mujeres de todo el mundo: ecuménicas, judeocristianas e interreligiosas. Una iglesia, la de Priscila, que sea capaz de ofrecer, también en la formación del clero, una educación no misógina ni homofóbica, promoviendo el conocimiento del pensamiento, de las acciones y de la historia de las mujeres. Una Iglesia, la de Lidia, que sepa sustituir la casa por la pirámide (¡aunque esté al revés, siempre hay una parte debajo!), porque solo alrededor de la mesa puesta en amistad por todos y todas, de todas las edades, puede florecer y dar lugar a una Iglesia plenamente ministerial y sinodal.

Un camino diferente

Una Iglesia, la de Junia, que sepa acoger la profecía de las Iglesias de todo el mundo, fomentando nuevos ministerios y nuevos lugares donde sea posible un camino diferente, lleno de cariño, aliento, perdón, pan y vida sin exclusiones. Una Iglesia, la de María, que siga aportando al mundo un mundo “donde todos seamos hermanos (¡y hermanas!), donde haya un lugar para cada persona rechazada en nuestras sociedades y donde brillen la justicia y la paz” (‘Fratelli tutti’, 269)