A 35 años de la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem

Hablar del papel de las mujeres en la Iglesia es también hablar del papel de los laicos

San Juan Pablo II

Por| Cecilia E. Sturla Directora del Instituto de la Familia y la Vida Juan Pablo II de Universidad Católica de Salta y Exalumna de la Academia de Líderes Católicos

Resultan muchos los estudios provocados por Juan Pablo II con respecto a las mujeres. Es, sin lugar a duda, el Papa que más ha escrito sobre nosotras. Pero antes que él, otros Obispos de Roma fueron incorporando a su discurso el papel de las mujeres de manera gradual y eso el mismo Juan Pablo II lo expresa al comienzo de su Carta Apostólica, Mulieris Dignitatem (MD).[1]

No es de extrañar este interés en el tema: si la Iglesia después del Concilio Vaticano II debía ser fiel a sí misma, era indispensable que estuviera al tanto de los reclamos y las inquietudes de las mujeres no ya en el ámbito extra Ecclesiae, sino intra Ecclesiae.

Ellas comienzan alrededor de los ´60, a estudiar Teología y esa incursión no fue inocua: miradas nuevas, exégesis distintas y pasadas por alto por las miradas masculinas, irrumpieron de una forma que fue adquiriendo tintes a veces suaves, otras tantas confrontativos. Los reclamos de las mujeres en la sociedad entera fueron impregnando también los reclamos dentro de la Iglesia. Si ésta había sido gobernada durante dos mil años por los varones, había que volver a pensarla desde otros lugares en los que la mirada femenina fuera incluida. Después que Juan XXIII dejara entrar el aire fresco e irrumpiera esa primavera de la Iglesia que fue el Concilio Vaticano II, las estructuras eclesiales fueron cuestionadas fuertemente. Una Iglesia misionera, que quiere ser más “barca” que “roca”, no puede no tomar en cuenta a las mujeres en esa nueva etapa que renacía post Concilio

En el campo social y político la segunda ola del feminismo irrumpió con toda su fuerza alrededor de los 70 y 80, posicionando sobre todo a las mujeres blancas de clase media en los lugares donde antes eran ocupados por los varones. Esa fuerza también llegó a la Iglesia y a sus espacios evangelizadores. “La hora de la mujer”, como lo había expresado Pablo VI en la Clausura del Concilio Vaticano II, había llegado con toda su fuerza y sus cuestionamientos hacia un statu quo que obligaba a repensar las estructuras de nuevo. La jerarquía eclesiástica ya no podía mirar para otro lado justamente porque dentro de sus filas, las mujeres que tenían a su cargo las diversas actividades pastorales, eran las que mayoritariamente seguían llenando los atrios de las Iglesias y las celebraciones litúrgicas.

Por ello Juan Pablo II tomó la iniciativa, aprovechando el Año Mariano, para hablar de la dignidad de las mujeres en su Carta Apostólica. Una carta que fue bien aceptada, aunque también con sus objeciones.

Por un lado, siempre es bien recibido que se visibilice el papel de las mujeres, sobre todo en una estructura tan masculinizada como es la Iglesia en su jerarquía. En ese entonces (más aún que ahora) llamaba la atención que todos los órganos de gobierno de la Iglesia fueran comandados por varones, con escasa o ninguna injerencia de las mujeres. Hablar de la “dignidad” y la “igualdad” de las mujeres, fue un claro avance en lograr que la voz de las mujeres se escuche con el debido respeto y en condiciones de reciprocidad. La fundamentación teológica que hace el Papa polaco sobre la igual dignidad de varón y mujer es de una belleza sublime, haciendo hincapié en que la imagen y semejanza del hombre es para el varón y la mujer juntos y por ello, ambos se entienden desde una relación, lo mismo que la Santísima Trinidad:

“El modelo de esta interpretación de la persona es Dios mismo como Trinidad, como comunión de Personas. Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de este Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don.” (MD, 7)

Pero esta relación se fundamenta en la diferencia, y es por ello que la MD ataca el corazón mismo del feminismo de la segunda ola, que es el feminismo de la igualdad. Porque no podemos afirmar el “genio” femenino, sin distinguirlo del masculino. Son miradas diferentes, particulares a cada sexo, y justamente allí encontramos la riqueza de lo diverso. Si la mujer abandona esa diferencia, comienza a tener una mirada masculinizada y, por tanto, opresora de su mismo ser mujer porque no responde a su naturaleza sino a estructuras sociales hechas por los hombres. La diferencia biológica, psicológica y social de una y otro da muestras de esa diversidad de dones y carismas que requiere el hombre (varón y mujer) para su plenitud.

Por otro lado, la postura de MD es de alguna manera, también parcial ya que, a pesar de la igual dignidad, reduce en cierta forma a las mujeres al ámbito de lo privado al distinguir dos dimensiones de la mujer, el de la maternidad y el de la virginidad, sin hacer referencia al ámbito de lo público. Al respecto tenemos una mirada crítica, al notar que es justamente el espacio público el que necesita de las mujeres, y ello no tendría por qué ser socavador de la estructura familiar y matrimonial. El énfasis de Juan Pablo II al genio femenino dentro de la maternidad y de la virginidad deja un gusto a poco para aquellas mujeres que optaron por evangelizar en los ambientes laborales y públicos. Si esa opción no está, podemos caer ciertamente en una especie de “esencialismo”, en el cual la biología de la mujer la lleva a los ámbitos de las profesiones de cuidado, de la maternidad o de la vida consagrada exclusivamente.

Por ello entiendo que su lectura se completa con la siguiente carta apostólica, Christifidelis Laici (CFL), fechada en diciembre de ese mismo año, donde Juan Pablo II sí tiene allí una mirada más amplia de las mujeres:  

“En este sentido, los Padres sinodales han escrito: «Participen las mujeres en la vida de la Iglesia sin ninguna discriminación, también en las consultaciones y en la elaboración de las decisiones». Y además han dicho: «Las mujeres—las cuales tienen ya una gran importancia en la transmisión de la fe y en la prestación de servicios de todo tipo en la vida de la Iglesia— deben ser asociadas a la preparación de los documentos pastorales y de las iniciativas misioneras, y deben ser reconocidas como cooperadoras de la misión de la Iglesia en la familia, en la profesión y en la comunidad civil» (CFL, 51)

A la primera tarea de la mujer, esto es, la responsabilidad de dar plena dignidad a la vida matrimonial y a la maternidad, Juan Pablo II reconoce una segunda tarea, que es la de asegurar la dimensión moral de la cultura, de una cultura digna del hombre, de su vida personal y social. (CFL, 51)

Debido a eso se hace necesaria la participación de la mujer en todos los espacios posibles. No en oposición ni en subordinación con respecto a los varones, sino en reciprocidad y complementación.

Hablar del papel de las mujeres en la Iglesia es también hablar del papel de los laicos y por ello las dos cartas apostólicas deberían leerse en continuidad, aprovechando los 35 años de ambas. Llama la atención que entre una Carta apostólica y la otra pasaron solamente tres meses.

El problema que encontramos en estas declamaciones es que llevarlas a la práctica se hace más difícil porque las estructuras eclesiales y la vida civil están configurados sobre criterios masculinos. Decimos esto no por una crítica destructiva, sino como un hecho histórico: no podemos negarlo, es así de facto. Por ello se hace indispensable incorporar la perspectiva de las mujeres a esas estructuras que nos obligan muchas veces a tener que decidir si formar una familia o ser profesional, si tener un hijo o no o más de uno. Porque las estructuras no están hechas aún para nosotras si no incluyen la posibilidad de la maternidad. Y quizás allí se encuentre la piedra de “toque” de todo el cambio que implicó la incorporación de la mujer al mundo del trabajo remunerado.

El temor de la Iglesia, sobre todo de principio del siglo XX, fue que si las mujeres se incorporaban al mundo del trabajo y dejaban el ámbito de lo doméstico, la familia iba a ser la principal perjudicada[2].  Pero la mirada sobre la familia era una mirada reductiva de roles fijos e inmutables, donde la mujer se encargaba de los hijos y el padre era el único proveedor. Esa mirada, gracias a Dios y al trabajo de los feminismos es imposible tenerla en la actualidad. No sólo por las condiciones económicas y sociales, sino también porque al trabajar los dos, la estructura familiar debió ser repensada nuevamente. Hoy la familia se entiende de manera más dinámica, con roles que van cambiando de acuerdo con las realidades laborales y particulares. Ello implica de suyo que en el centro de la familia no se encuentre ni en la mujer ni en el varón, sino en el hijo. Si el hijo está en el centro, la madre y el padre van a trabajar juntos como un verdadero equipo, para lograr la felicidad y plenitud del hijo. De allí que no sólo cambió la mirada sobre la mujer, sino cambió también la mirada sobre el varón y la paternidad. Esta centralismo del hijo posibilita asimismo una perspectiva de familia que trasciende la polaridad padre-madre.

La familia requiere de una participación de mujeres y varones por igual, y si bien en Juan Pablo II encontramos un énfasis de las condiciones biofiosiológicas, no las reduce a ellas:

“El análisis científico confirma plenamente que la misma constitución física de la mujer y su organismo tienen una disposición natural para la maternidad, es decir, para la concepción, gestación y parto del niño, como fruto de la unión matrimonial con el hombre. Al mismo tiempo, todo esto corresponde también a la estructura psíquico-física de la mujer. Todo lo que las diversas ramas de la ciencia dicen sobre esta materia es importante y útil, a condición de que no se limiten a una interpretación exclusivamente biofisiológica de la mujer y de la maternidad. Una imagen así «empequeñecida» estaría a la misma altura de la concepción materialista del hombre y del mundo. En tal caso se habría perdido lo que verdaderamente es esencial: la maternidad, como hecho y fenómeno humano, tiene su explicación plena en base a la verdad sobre la persona.” (MD, 18)

Es evidente que la mirada de Juan Pablo II fue un gran aporte para los feminismos dentro de la Iglesia católica. Y que a medida que pase el tiempo y vayamos madurando esa dignidad propia de mujeres y varones, podremos agregar al magisterio pontificio algunos elementos que era imposible que el Papa polaco los tuviera en cuenta en su tiempo.

Si bien la MD no puede abarcar todos los temas y problemas que presenta la cuestión de la mujer en el ámbito público, nos proporciona una brújula indispensable: tanto por su fundamentación, como por la inquietud de poner en diálogo la teología, el Magisterio y la Tradición con los planteos que irrumpen de manera innegable en nuestra vida cotidiana.

Pasaron 35 años de la MD y de la CFL. Algunos elementos siguen vigentes (como la fundamentación teológica de la igualdad) otros elementos no tanto (como el ver a la mujer desde la maternidad y la virginidad exclusivamente). Pero de eso se trata en definitiva el Magisterio de la Iglesia: siempre está sujeto al tiempo y a sus interpretaciones temporales y allí está la riqueza de un Cristo que se hizo hombre y asumió la condición humana con su historicidad. Porque Cristo es verdaderamente hombre, asumió la interpretación histórica de su época y porque Cristo es verdaderamente Dios trasciende la época y siempre “hace nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5).

Está en nosotros seguir desarrollando respuestas que den cuenta de los problemas que acucian a la sociedad en general y a la Iglesia en particular, teniendo presente tanto los elementos perennes como los elementos sometidos a la cultura y a la época. Incorporar la perspectiva de las mujeres en todas las instituciones hechas por el hombre para que esas estructuras permitan la igualdad de oportunidades y que el genio femenino las dinamice e impidan que se conviertan parciales y unilateralizadas. La Iglesia en su estructura de gobierno debería ser ejemplo de inclusión, apertura e igualdad. Porque ese fue el trato que Jesús dio a las mujeres en su época, incluyéndolas siempre y llamándolas también a ellas como discípulas, marcando de esta manera el camino a seguir.[3]

Tenemos un gran desafío todos y en la misma medida: varones y mujeres, laicos y consagrados, Porque el Espíritu sopla en todo el Pueblo de Dios por igual.

[1]  “La dignidad de la mujer y su vocación, objeto constante de la reflexión humana y cristiana, ha asumido en estos últimos años una importancia muy particular. Esto lo demuestran, entre otras cosas, las intervenciones del Magisterio de la Iglesia, reflejadas en varios documentos del Concilio Vaticano II, que en el Mensaje final afirma: «Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga». Las palabras de este Mensaje resumen lo que ya se había expresado en el Magisterio conciliar, especialmente en la Constitución Pastoral Gaudium et spes y en el Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los seglares. Tomas de posición similares se habían manifestado ya en el período preconciliar, por ejemplo, en varios discursos del Papa Pío XII[4] y en la Encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII. Después del Concilio Vaticano II, mi predecesor Pablo VI expresó también el alcance de este «signo de los tiempos», atribuyendo el título de Doctoras de la Iglesia a Santa Teresa de Jesús y a Santa Catalina de Siena, y además instituyendo, a petición de la Asamblea del Sínodo de los Obispos en 1971, una Comisión especial cuya finalidad era el estudio de los problemas contemporáneos en relación con la «efectiva promoción de la dignidad y de la responsabilidad de las mujeres».” (MD, 1 y 2)

[2] Véase al respecto el siguiente número 27 de la Carta Encíclica Casti Connubii, escrita por Pío XI: “Todos los que empañan el brillo de la fidelidad y castidad conyugal, como maestros que son del error, echan por tierra también fácilmente la fiel y honesta sumisión de la mujer al marido; y muchos de ellos se atreven todavía a decir, con mayor audacia, que es una indignidad la servidumbre de un cónyuge para con el otro; que, al ser iguales los derechos de ambos cónyuges, defienden presuntuosísimamente que por violarse estos derechos, a causa de la sujeción de un cónyuge al otro, se ha conseguido o se debe llegar a conseguir una cierta emancipación de la mujer. Distinguen tres clases de emancipación, según tenga por objeto el gobierno de la sociedad doméstica, la administración del patrimonio familiar o la vida de la prole que hay que evitar o extinguir, llamándolas con el nombre de emancipación social, económica y fisiológica: fisiológica, porque quieren que las mujeres, a su arbitrio, estén libres o que se las libre de las cargas conyugales o maternales propias de una esposa (emancipación ésta que ya dijimos suficientemente no ser tal, sino un crimen horrendo); económica, porque pretenden que la mujer pueda, aun sin saberlo el marido o no queriéndolo, encargarse de sus asuntos, dirigirlos y administrarlos haciendo caso omiso del marido, de los hijos y de toda la familia; social, finalmente, en cuanto apartan a la mujer de los cuidados que en el hogar requieren su familia o sus hijos, para que pueda entregarse a sus aficiones, sin preocuparse de aquéllos y dedicarse a ocupaciones y negocios, aun a los públicos.”

[3] “En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer, propia del tiempo; por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer. La mujer encorvada es llamada «hija de Abraham» (Lc 13, 16), mientras en toda la Biblia el título de «hijo de Abraham» se refiere sólo a los hombres. Recorriendo la vía dolorosa hacia el Gólgota, Jesús dirá a las mujeres: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí» Lc 23, 28). Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara «novedad» respecto a las costumbres dominantes entonces.” (MD, 13)

Las mujeres y el poder en la Iglesia

Las mujeres en la Iglesia

«Repaso las tomas de posición de muchas personas y colectivos estos ultimos días ante la disposición, tomada por el Papa Francisco, de incorporar -con voz y voto- un grupo de setenta laicos y laicas (la mitad de ellos, mujeres) al Sínodo mundial de obispos»

«¿No se están confundiendo las churras con las merinas? subrayan las voces críticas»

«Estrechos colaboradores de Francisco están tratando de paliar la agitación indicando que tales laicos no llegan al 25 % del aforo sinodal. Por tanto, no hay riesgo alguno de una revolución laical»

«Creo que ya ha llegado la hora de poner en su sitio tal modelo unipersonal, absolutista y monárquico, y empezar a implementar, por fidelidad a lo aprobado en 1964, que todo el pueblo de Dios -por tanto, no solo los obispos y los curas- es infalible cuando cree»

Por Jesús Martínez Gordo

Es difícil -y más en una institución tan enorme y diversa como la Iglesia católica- que una decisión, por limitada que sea, no se preste a diferentes y enfrentadas reacciones. Es lo que, de nuevo, compruebo cuando repaso las tomas de posición de muchas personas y colectivos estos ultimos días ante la disposición, tomada por el Papa Francisco, de incorporar -con voz y voto- un grupo de setenta laicos y laicas (la mitad de ellos, mujeres) al Sínodo mundial de obispos que se va a celebrar el próximo mes de octubre en Roma para afrontar el siempre peliagudo asunto de cómo se ha de gobernar y estructurar la Iglesia e impartir magisterio.

Las voces críticas han subrayado la contradicción (otra más, han enfatizado) que presenta la decisión de Francisco. ¿Cómo se explica que en una asamblea de obispos haya laicos con voz y con voto? ¿No se están confundiendo las churras con las merinas?

Conviene tener presente que quienes formulan éstas o parecidas críticas lo hacen porque sostienen que el poder en la Iglesia católica lo detentan única y exclusivamente los ministros ordenados y, de manera particular, los obispos; y solo ellos. Y lo detentan por “mandato o institución divina”, es decir, porque, por voluntad de Jesús de Nazaret, el poder y su ejercicio descansarían -así lo entienden- en los apóstoles y, a partir de ellos, en los obispos, sucesores suyos; por supuesto, todos varones. Para nada en los laicos; y menos, en las mujeres. Éstos solo pueden “participar” de dicho poder si los obispos tienen a bien concederles tal “participación”. De ahí brota y hasta ahí llega -en el mejor de los casos- el poder del laicado en el gobierno y magisterio de la Iglesia. Y, por supuesto, los de las mujeres.

Tampoco están faltando quienes subrayan la puerta abierta por el Papa Francisco con esta decisión, calificándola, incluso, de “histórica” por incorporar -aunque sea en términos de participación- a los laicos en este órgano de gobierno eclesial y por determinar que la mitad de ellos tengan que ser mujeres. Ya sabemos, se les oye decir, que su número no es gran cosa: 70 personas de entre unos 250 posibles miembros. Pero es un primer paso que “abre” -como gusta decir Francisco- un proceso llamado a más; a pesar de que sean muchos los católicos a los que les parezca una gota en un océano. En todo caso, prosiguen, tampoco se puede descuidar que no son pocos los católicos a los que esta puerta abierta les resulta -en su indudable timidez- demasiado rompedora; en particular, por la irrupción (cierto que muy timorata) de las mujeres en puestos de gobierno y decisión eclesial y a pesar de que Francisco haya dicho, por activa y por pasiva, que él no va a promover el sacerdocio de la mujer.

Finalmente, me encuentro con quienes siendo estrechos colaboradores de Francisco, están tratando de paliar la agitación provocada por esta decisión papal. Y lo intentan indicando que tales laicos no llegan al 25 % del aforo sinodal. Por tanto, no hay riesgo alguno de una revolución laical en el gobierno, magisterio y organización de la Iglesia católica. Además, por si ese dato no les resultara suficiente, indican seguidamente, son los obispos -por medio de los siete encuentros continentales de las Conferencias Episcopales- quienes van a tener un papel determinante en la presentación de las personas laicas que estimen idóneas para que, al final, las nombre el Papa. Van aser, por tanto, laicos y laicas de confianza episcopal. Estas y otras consideraciones buscan “tranquilizar” a quienes vienen cuestionando desde hace años el pontificado de Francisco.

«Reconociendo la importancia de incorporar tal número de laicos -y, particularmente, de mujeres- a una asamblea mundial de obispos, entiendo que un asunto de fondo que abordar es el modelo unipersonal de gobierno, magisterio y organización de la Iglesia en todos los niveles»

Reconociendo la importancia de incorporar tal número de laicos -y, particularmente, de mujeres- a una asamblea mundial de obispos, entiendo que un asunto de fondo que abordar -si se pretende que la Iglesia sea creíble en el siglo XXI- sigue siendo el de la gestión del poder en su seno. Es cierto que la llamada “institución divina” de dicho poder, entregada por Jesús a Pedro, admite diferentes interpretaciones: la unipersonal, promulgada en el Vaticano I (1870); pero tambien la colegial y corresponsable, aprobada en el Vaticano II (1962-1965). Sin embargo, durante la mayor parte del tiempo transcurrido desde la finalización del último de los Concilios se ha seguido primando el modelo unipersonal de gobierno, magisterio y organización de la Iglesia en todos los niveles (curia vaticana, diócesis y parroquias).

Creo que ya ha llegado la hora de poner en su sitio tal modelo unipersonal, absolutista y monárquico, y empezar a implementar, por fidelidad a lo aprobado en 1964, que todo el pueblo de Dios -por tanto, no solo los obispos y los curas- es infalible cuando cree. La Iglesia alemana (obispos, presbíteros, religiosos, religiosas, laicos y laicas) ya ha abierto una vía importante en esta dirección con su llamado Camino sinodal “vinculante”, por más que haya quienes –tan solo escuchando tal calificativo- se crispen y hasta pierdan los nervios. Veremos qué hace (y puede hacer) Francisco.

«Creo que ya ha llegado la hora de poner en su sitio tal modelo unipersonal, absolutista y monárquico, y empezar a implementar, por fidelidad a lo aprobado en 1964, que todo el pueblo de Dios -por tanto, no solo los obispos y los curas- es infalible cuando cree»

“La humanidad sin la mujer está sola”

El Papa recibe a las participantes en la asamblea general de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas

El papa Francisco ha dado la bienvenida a las participantes en la asamblea general de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC) que de celebrará en Asís hasta el 20 de mayo. Una cita para la que deseo que fuera “ocasión de renovar su empuje misionero” y para “mirar al futuro con los ojos y el corazón abiertos al mundo, para escuchar el lamento de tantas mujeres que sufren en el mundo la injusticia, el abandono, la discriminación, la pobreza, o un trato inhumano desde niñas en algunos procedimientos”.

Pérdida de identidad

Francisco invitó a las participantes a que su nuevo Observatorio mundial de las mujeres les haga “ser ‘samaritanas’, compañeras de viaje, que lleven esperanza y serenidad a los corazones, ayudando, y haciendo que otros ayuden a aliviar tantas necesidades corporales y espirituales de la humanidad”. Por ello advirtió que junto a la paz está en peligro “la identidad antropológica de la mujer” ya que “se la usa como instrumento, como argumento de contiendas políticas y de ideologías culturales que ignoran la belleza con la que ha sido creada”.

“Es preciso valorar más su capacidad de relación y de donación, y que los hombres comprendan mejor la riqueza de la reciprocidad que reciben hacia la mujer, para recuperar esos elementos antropológicos que caracterizan la identidad humana y con ella, la de la mujer y su rol en la familia y en la sociedad, en la que no deja de ser un corazón latente”, reclamó el Papa. “El hombre sin la mujer está solo. La humanidad sin la mujer está sola. Una cultura sin la mujer está sola. Donde no está la mujer, hay soledad, soledad árida que genera tristeza, y toda clase de daño a la humanidad. Donde no está la mujer, hay soledad”, resultó Francisco.

Portugal aprueba la eutanasia

Además, el pontífice lamentó que estaba “triste” porque un día antes de la fiesta de la Virgen de Fátima en Portugal “se promulga una ley para matar, un paso más en la larga lista de Países con eutanasia”. Y apuntó a María “como modelo de mujer por excelencia, que vive en plenitud un don y una tarea: el don de la “maternidad” y la tarea de “cuidar” a sus hijos en la Iglesia”. “María les enseña a generar vida y a protegerla siempre, relacionándose con los demás desde la ternura y la compasión, y conjugando tres lenguajes: el de la mente, el del corazón y el de las manos, que tienen que ser coordinados”, añadió.

“Como todas las cosas grandes que Dios hace, lo que caracteriza la escena es la pobreza y la humildad”, apuntó el Papa. Quien confió a las participantes que “el secreto de todo discipulado y de la disponibilidad para la misión está en cultivar” la unión con Dios. Una actitud que “se tiene que manifestar al exterior, se tiene que manifestar permaneciendo en comunión con la Iglesia, con mi familia o con mi organización, que me ayudan a madurar en la fe”, concluyó

Mujeres y laicos con voz y voto en el Sínodo

Historia de Diego Montero

El Papa en una de las audiencias generales –

El Papa ha decidido conceder el derecho de voto a las mujeres y los laicos que sean elegidos para participar como miembros en el Sínodo de la Sinodalidad, en una decisión sin precedentes en la Iglesia católica ya que hasta ahora solo los obispos podían votar el documento final.

Según han anunciado los organizadores de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo, que culminará con dos reuniones en octubre de 2023 y de 2024, con los nuevos cambios, cinco religiosas se unirán a cinco sacerdotes como representantes con derecho a voto de las órdenes religiosas.

De este modo, diez clérigos serán ’’sustituidos por cinco religiosas y cinco religiosos pertenecientes a Institutos de vida consagrada, elegidos por las respectivas organizaciones representativas de las superioras generales y de los superiores generales’’ y con derecho al voto. Se trata de una reivindicación histórica de las mujeres con la que Francisco refleja su deseo de dar más responsabilidad a mujeres y laicos en la toma de decisiones en la Iglesia católica. Desde hace décadas, las mujeres reclaman el derecho al voto en los sínodos, el próximo de los cuales está previsto para octubre. En febrero del 2021, el Pontífice eligió por primera vez a una mujer como subsecretaria del Sínodo de los Obispos, la religiosa francesa Nathalie Becquart, que estuvo acompañada en este cargo por el español de la Orden de San Agustín, Luis Marín de San Martín. La religiosa, nacida en Fontainebleau (Francia) en 1969, fue la primera mujer en ocupar este cargo. Becquart sí pudo votar en la reunión de febrero de 2021, pero lo hizo en realidad en su condición de subsecretaria.

Además, el Pontífice ha decidido que también los laicos, hombres y mujeres, que participen en el Sínodo tendrán derecho a votar. Así, ha eliminado la figura de los auditores en la asamblea y, en su lugar, ha añadido a ’’otros 70 miembros, no obispos, que representen a otros fieles’’ y, entre ellos pueden ser elegidos ’’sacerdotes, personas consagradas, diáconos o fieles laicos y que procedan de las Iglesias locales’’.

Los organizadores de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo, espera que la mitad de estos nuevos miembros -que serán elegidos por el Papa de una lista de 140 personas indicadas durante las reuniones Internacionales de las Conferencias Episcopales y la Asamblea de Patriarcas de las Iglesias Orientales Católicas- sean mujeres y especifican que todos ellos tendrán derecho a voto.

’’A la hora de identificarlos, se tendrá que tener en cuenta no sólo su cultura general y prudencia, sino también sus conocimientos, tanto teóricos como prácticos, así como su participación en diversas capacidades en el proceso sinodal’’, han informado desde la Asamblea General Ordinaria del Sínodo.

Desde el Concilio Vaticano II, las reuniones de los años 60 que modernizaron la Iglesia, los Papas han convocado a los obispos del mundo a Roma durante unas semanas para tratar temas concretos. Al final de las reuniones, los obispos votan propuestas concretas y las presentan al Papa, quien elabora un documento que tiene en cuenta sus opiniones. Hasta ahora, sólo podían votar los hombres.

Voto a mujeres y laicos en el Sínodo

Un pequeño paso en la «urgente» reforma de la Iglesia

Sinodo

Ya es verdaderamente anacrónica una Iglesia que después de afirmar que la dignidad bautismal es el fundamento de nuestro ser cristiano porque nos hace partícipes de la triple dignidad sacerdotal, profética y regia, del mismo Cristo, no lo traduzca en estructuras donde “el sentido de la fe” (sensus fidei) que pertenece a “todo” el pueblo de Dios, tenga la posibilidad de expresarse

Tendrá que llegar el día en que las “invitaciones” no tengan tantos filtros, sino que, efectivamente, se quieran escuchar las voces discordantes, distintas, de otras perspectivas, con preguntas hondas, sin miedo a la reflexión crítica y a las propuestas audaces. Pero aún hemos de seguir esperando. Más tiempo falta aún para que los participantes de asambleas o sínodos o reuniones eclesiales sean los pobres de la tierra, de quienes Jesús dicen que son los primeros destinatarios del reino

Bien por el paso dado para la reunión del sínodo de octubre porque no hay otra forma de comenzar que comenzando. Pero sigue urgente una reforma de la Iglesia en la que no sea la voluntad de un pontífice la que permita algunos cambio

Por Consuelo Vélez

Se ha anunciado con “bombos y platillos” que, por primera vez, en un sínodo el laicado -mujeres y varones- tendrá voz y voto. Y esto se decide por voluntad del Papa. Lo que parecía inamovible -el sínodo de obispos nació como una institución de obispos y por eso solo ellos podían tener voz y voto-, se ha cambiado después de una reunión con el llamado C9 (grupo de cardenales que Francisco eligió desde el inicio del pontificado con el ánimo de realizar su tarea de manera más colegiada). Es decir, muchas cosas podrían cambiar si hay la voluntad de hacerlo, sin buscar tantas justificaciones o excusas.

Podemos decir que “ya era hora” que se diera ese paso. En las reuniones de consulta de estos dos años desde que empezó el sínodo de la sinodalidad, no han dejado de oírse voces exigiendo dicha participación. Laicado, especialmente mujeres, y jóvenes lo han pedido porque ya es verdaderamente anacrónica una Iglesia que después de afirmar que la dignidad bautismal es el fundamento de nuestro ser cristiano porque nos hace partícipes de la triple dignidad sacerdotal, profética y regia, del mismo Cristo, no lo traduzca en estructuras donde “el sentido de la fe” (sensus fidei) que pertenece a “todo” el pueblo de Dios, tenga la posibilidad de expresarse.

Sin embargo, esta decisión tomada por el Papa tiene sus “peros”: todavía solo será un 25% del total de miembros y las personas que participen serán elegidas “a dedo” por Francisco, de una lista que le proporcionarán los que lideraron las siete reuniones de la Etapa continental. ¿Con qué criterios serán elegidos? Por lo pronto tendrán que pasar “dos filtros” o dos listas. Y los criterios que parece se tendrán en cuenta para elegirlos serán: “no sólo su cultura general y prudencia, sino también sus conocimientos, tanto teóricos como prácticos, así como su participación en diversas instancias del proceso sinodal”. Me hace algo de ruido eso de “prudencia” porque habitualmente en nuestros grupos eclesiales ser prudente es no decir las cosas directamente, no pensar diferente, no insistir, no mantener una postura crítica y todo esto es una buena táctica para ser llamado y permanecer en esos grupos de participación eclesial. ¿Esto es lo que se espera de las voces laicas en el sínodo? y nada indica que debamos entenderlo de otra manera.

Tendrá que llegar el día en que las “invitaciones” no tengan tantos filtros, sino que, efectivamente, se quieran escuchar las voces discordantes, distintas, de otras perspectivas, con preguntas hondas, sin miedo a la reflexión crítica y a las propuestas audaces. Pero aún hemos de seguir esperando. Más tiempo falta aún para que los participantes de asambleas o sínodos o reuniones eclesiales sean los pobres de la tierra, de quienes Jesús dicen que son los primeros destinatarios del reino. En caso de que algún pobre por condición socioeconómica, o de etnia, o por alguna razón diferente participe, es como por una especie de concesión o de representación que se quiera dar, pero no porque se crea en la porción del pueblo de Dios que, igual que en la sociedad, permanece marginado y sin ser protagonista de las grandes decisiones.

Bien por el paso dado para la reunión del sínodo de octubre porque no hay otra forma de comenzar que comenzando. Pero sigue urgente una reforma de la Iglesia en la que no sea la voluntad de un pontífice la que permita algunos cambios. Hay demasiada teología formulada que fundamenta una manera de ser iglesia con la plena participación del pueblo de Dios. Hay mucha más conciencia en el laicado y, especialmente en las mujeres, de que la exclusión en razón del sexo, no puede seguir manteniéndose en el seno de la Iglesia. Hay demasiada deserción de personas de nuestra vida eclesial porque una Iglesia que no se pone “al ritmo de los tiempos” -y eso no es relativismo, ni estar a la moda- para secundar la voz del Espíritu que sigue aleteando en el mundo tal y como es hoy, le dice cada vez menos a la gente.

Se ha dado un paso pequeño. Algunos dirán que es demasiado grande. Otros decimos que la marcha va tan lenta, sin razones de peso -más que el tradicionalismo y la retención del poder en pocas manos- que se necesita seguir insistiendo más y más. Lo que está en juego no es quien vence la partida. Lo que está en juego es que se reforme la Iglesia para que pueda ser signo del reino en este presente que vivimos.

Entrevista a María García-Nieto

María García-Nieto: “El principal obstáculo para la igualdad en la Iglesia es la mentalidad, exige tiempo”

La profesora de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra publica ‘La presencia de la mujer en el gobierno de la Iglesia. Perspectiva jurídica’

La cuestión del papel de la mujer en la Iglesia es algo más que una moda pasajera y es una cuestión que llega a todos los ámbitos. Por eso la profesora de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra María García-Nieto acaba de publicar el libro ‘La presencia de la mujer en el gobierno de la Iglesia. Perspectiva jurídica’ (Editorial EUNSA, 2023). Un acercamiento desde la historia y el Derecho Canónico desde Pablo VI hasta la actualidad en el que se analizan no solo el camino recorrido, sino que se apunta lo que aún queda por hacer. Y es que en el prólogo del libro se recuerda el llamamiento que el papa Francisco hizo en la exhortación ‘Querida Amazonía’ a “que las mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más importantes […] con el estilo propio de su impronta femenina”. ‘Vida Nueva’ conversa con la autora sobre cómo desterrar el clericalismo y cómo desarrollar este “buen gobierno” que “necesita a las mujeres”.

PREGUNTA- ¿Cuál es el papel que ha ido teniendo la mujer en el Derecho Canónico en sintonía con la reflexión teológica actual?

RESPUESTA- En el siglo XX, con el Concilio Vaticano II, se redescubrió el papel y la importancia de los laicos en la Iglesia, y esto llevó a desarrollar la teología del laicado. A partir de esta, en los últimos años, ha ido tomando forma una teología realizada con una mayor sensibilidad y apertura a las mujeres.

Existe una clara vinculación entre el derecho canónico y la teología y, sin lugar a duda, la teología femenina ha tenido repercusión tanto en la ley eclesiástica como en la praxis. Fruto de esto ha sido, por ejemplo, la apertura de los ministerios laicales a las mujeres. Otro ejemplo, con respecto a la praxis, es el hecho de que Francisco, haya llamado a tres mujeres a formar parte de la comisión para la elección de los obispos. Algunos se extrañaban, sin embargo, esto ya ocurría entre los primeros cristianos. Gregorio de Tours anotó ya en el siglo VI, un caso en el que se observa que el factor decisivo para elegir el candidato al episcopado fue, precisamente, la opinión de una mujer.  

Por otro lado, es importante ser conscientes de que la mayoría de las mujeres católicas no van a ocupar puestos en la institución. Lo cual no significa que estén menos comprometidas o sean bautizadas de segundo grado, algo que no existe en la Iglesia. Como nos recuerda el Papa, debemos estar prevenidos contra la funcionalidad, pues identificar el lugar de las mujeres con determinadas funciones eclesiales sería muy reductivo. El cambio no consiste en generar listas de lo que las mujeres pueden o no hacer, es más profundo.

Frente al clericalismo

P.- Aunque el libro comienza haciendo un recorrido histórico desde el magisterio de Pablo IV, el análisis del clericalismo nos lleva incluso al siglo I. ¿Cómo ha marcado este fenómeno tan denunciado por Francisco al papel de la mujer en una Iglesia clericalizada?

R.- El clericalismo es una mentalidad que se ha desarrollado con el tiempo, a lo largo de la historia de la Iglesia. De hecho, entre las primeras comunidades cristianas destacaba una fuerte armonía entre los fieles. Eran conscientes de que por el bautismo tenían la misma dignidad, aunque sus funciones dentro de la Iglesia eran diferentes. Con el tiempo, esta igualdad se nubla y se comienza a hablar de clases dentro de la Iglesia.

El término clericalismo aparece en el siglo XVIII, se trata de un concepto complejo, precisamente porque describe una realidad compleja. Francisco ha denunciado fundamentalmente el clericalismo que abusa y rompe la comunión entre los fieles, lo cual es su mayor daño. El clericalismo sitúa al clero en una posición de superioridad ante los laicos, con lo que rompe la igualdad. Además, esto se hace más grave ya que esa superioridad lleva a una lógica del gobierno ajena a la propiamente cristiana, que es la lógica del servicio, pues el ministerio es para el servicio. Desgraciadamente, este ha sido el origen de casos muy graves de abusos que actualmente se están conociendo.

Aunque la Iglesia siempre ha defendido la dignidad de las mujeres, un aspecto concreto del clericalismo es la relación que establece con ellas. Se puede decir que el clericalismo tiene raíz machista. Esto se traduce en un desprecio no solo al talento de las mujeres, sino muchas veces a su misma presencia. Si bien este menosprecio generalmente se manifiesta de un modo sutil, lo que lo hace más difícil de identificar y, por tanto, también más difícil de superar. Esto no es algo del pasado, Francisco continúa denunciando su presencia, por ello es importante trabajar para llegar a eliminar toda forma de clericalismo, que es, sin lugar a duda, el mayor obstáculo que las mujeres, en cuanto tales, encuentran en la Iglesia.

Cambios legislativos

P.- ¿Qué cambios son necesarios en esta materia en el ‘Código de Derecho Canónico’ de 1983?

R.- Juan Pablo II, afirmaba que eran amplias las posibilidades que el Código de 1983 recogía para que las mujeres pudieran participar en la vida de la Iglesia. No obstante, el texto presentaba límites y, aunque se han dado pasos hacía una mayor igualdad, se mantienen algunos. Se observa, por ejemplo, en el caso de los jueces. Con el ‘Mitis Iudex Dominus Iesus’, del año 2015, Francisco modifica el Código y permite que, para las causas matrimoniales, sean dos los jueces laicos en un colegio de tres (antes solo podía ser uno). Sin embargo, se conserva la disposición de que tanto el juez único como quien preside el colegio han de ser clérigos. Esto a pesar de que, cada vez, hay laicos más preparados para llevar a cabo estas funciones dentro de la Iglesia.

P.- Esta ya en marcha ‘Praedicate Evangelium’, ¿sobran bueno aires para la presencia de la mujer en el gobierno de la Curia?

R.- La nueva regulación de la curia romana, la ‘Praedicate Evangelium’, introduce avances significativos con respecto a la anterior legislación en relación con los laicos. Uno de ellos es la posibilidad de que los laicos, y por tanto las mujeres, puedan presidir un dicasterio. Algo que hasta ahora no ha ocurrido: en la historia de la Iglesia no ha habido ninguna mujer como número uno de un dicasterio de la curia romana. Sin embargo, según afirmó Francisco en una entrevista reciente, esto podría cambiar pronto.

Pero la ‘Praedicate Evangelium’ mantiene algunas imprecisiones con respecto a los fieles laicos. Por ejemplo, reserva determinados puestos técnicos, como el de presidente del Consejo de economía, a los Cardenales.

En conclusión, hay que ser optimista porque se están dando cambios y pasos importantes, pero aún hay que trabajar para llegar a la igualdad. El principal obstáculo es la mentalidad, algo que, para que cambie, exige tiempo

Mujeres de la Iglesia en América Latina:

“Afirmamos la igual dignidad conferida por el bautismo”

La Comisión del eje de mujeres en la Iglesia y sociedad ha suscrito un manifiesto al cierre de su encuentro latinoamericano, realizado en Bogotá

Al cierre de su encuentro latinoamericano, realizado en Bogotá, la Comisión del eje de mujeres en la Iglesia y sociedad, ha suscrito un manifiesto en la que destacaron la igualdad entre hombres y mujeres para “vivir la plena ciudadanía eclesial”.


“Afirmamos la igual dignidad conferida por el bautismo, asumiendo el compromiso de la triple misión: sacerdotal, profética y regia para vivir así la plena ciudadanía eclesial – participación en las instancias de decisión – como Discípulas Misioneras de Cristo”, han señalado.

Las mujeres de la Iglesia de “diversos lugares, historias, estados de vida e identidades que representamos diferentes procesos e instancias” aspiran a “transformación eclesial, para lo cual es necesaria la conversión personal y comunitaria animada por el Espíritu Santo”.

También urge de “un cambio de mentalidad y el compromiso de todas las personas, miembros de la Iglesia. Este es el camino de una Sinodalidad Encarnada”.

Una Iglesia con rostro femenino

Han destacado “la fortaleza, la capacidad de resistencia y resiliencia de las mujeres como semilla de esperanza”, porque “esta escucha nos ha ensanchado el corazón para acogernos con profunda misericordia, a imagen de Dios Padre y Madre, dando lugar a una genuina sororidad”.

Apuestan “en este tiempo de primavera eclesial animada por el papa Francisco” por “una Iglesia con rostro femenino plural, sinodal y con ministerios compartidos que reflejen los carismas sembrados por el Espíritu Santo”.

Se han comprometido a seguir posicionando “la dignidad bautismal, el ejercicio pleno de nuestra ciudadanía eclesial, la participación amplia y diversa, la conversión y el no callar”, en torno a un plan estratégico que “desarrolle las líneas de acción e incidencia priorizadas: organización del proceso del eje y trabajo en red, participación en instancias eclesiales y sociales”.

Por ahora, “hemos saboreado los gozos y las esperanzas emergidas de las historias y experiencias de cada participante en sus realidades, transformadas en vida abundante para sí mismas y para las demás personas”.

Esta Comisión ha surgido por la articulación entre la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos/as (CLAR), Cáritas Latinoamérica y el Consejo episcopal Latinoamericano (CELAM).

El protagonismo de las mujeres en la Iglesia

«Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla»

«La conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con las mujeres»

«El esfuerzo de Francisco todavía es demasiado pequeño para desmontar la mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece»

Por | Consuelo Vélez teóloga

Muchas mujeres creen que por el hecho de tener oportunidades laborales o de que en la cotidianidad se vea a tantas mujeres actuando a nivel social en múltiples esferas y logrando tantas realizaciones personales y sociales, ya no hay discriminación hacia ellas. Pero eso no es así. Los muchos feminicidios que siguen ocurriendo, muestran que en el imaginario patriarcal, la mujer es propiedad del varón y si no cumple con sus expectativas, él puede agredirla hasta matarla. En Colombia se registraron más de 600 feminicidios el año pasado y en lo que va corrido de este año, ya van diez.

La violencia contra la mujer no se ejerce solo en los feminicidios. Hay demasiadas violencias en múltiples esferas. Todavía se oye decir que se prefiere un varón para muchas profesiones o se pone en tela de juicio lo que provenga del género femenino. Esto no significa que todo lo que las mujeres realizan esté bien. Habrá que descalificar a esta o aquella -con razones justificadas, por supuesto- pero no a todas las mujeres, como si fueran un grupo homogéneo, con las mismas cualidades -en la que se destaca el rol materno, servicial, cuidador- y con los mismos defectos -que se asocian, muchas veces, a querer salir del rol que la sociedad patriarcal les asignó- cuestionando cualquier intento de ser reconocidas en su igual dignidad con los varones y, por tanto, con los mismos derechos.

Por eso la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, cada 8 de marzo, no ha de pasarse de largo o banalizarse convirtiéndola en un día comercial en el que se tienen detalles con las mujeres. Ese día recuerda las largas y difíciles luchas que a lo largo de la historia se han dado para conseguir el reconocimiento de la dignidad de las mujeres, con los derechos que conlleva y, mientras esto no sea realidad en todas las circunstancias y en todos los lugares, es necesario seguir trabajando por ello.

A nivel social los movimientos feministas siguen defendiendo los derechos de las mujeres. Pero la pregunta que podemos hacernos es, si a nivel eclesial, hay una consonancia con esas luchas o, si por el contrario, la iglesia se desentiende de esa realidad e incluso la retrasa. Cada vez es más evidente que la práctica de Jesús en su tiempo, fue la inclusión de las mujeres en su círculo de discípulos y defendió su dignidad en múltiples ocasiones. Las mujeres que acompañaron a Jesús durante su vida pública (L 8, 1-3), entre las que se destaca María Magdalena, muestran que Jesús incluyó en su grupo a las mujeres y, ellas, dejando sus roles asignados por la sociedad, lo siguieron a la par con los discípulos.

Fue tal su protagonismo que, Jesús después de resucitado, se aparece a una mujer, María Magdalena, y le confía el anuncio de esa Buena Noticia (Jn 20, 11-18). Además, varios son los relatos de curación donde las mujeres dialogan con Jesús -cosa inaudita en la sociedad judía de ese tiempo-, entre ellos la mujer cananea que prácticamente “le exige” a Jesús que cure a su hija, aunque ella no sea judía (Mt 15, 21-28). La exégesis bíblica actual no tiene duda de la comunidad de varones y mujeres que surgió en torno a Jesús y la igualdad de roles y servicios que desempeñaron.

Sin embargo, la iglesia se acomodó a la sociedad patriarcal e introdujo dentro de ella, las mismas limitaciones que dicha sociedad establece para la mujer. Por eso, dentro de la Iglesia, también se han de revisar los estereotipos femeninos y transformarlos. No está bien que no se denuncie desde los altares, toda la violencia contra las mujeres. La justicia de género hay que impulsarla desde los púlpitos, no por moda o acomodo a la sociedad, sino porque es una de las buenas noticias del reino anunciado por Jesús. Pero también en los altares no debería haber ninguna discriminación contra las mujeres. Un ejemplo que sigue mostrando que no se acepta por igual la presencia de la mujer, es la actitud frente a las ministras de la comunión.

Los fieles que se acercan a recibir la comunión con ellas, son muy pocos; mientras que las filas de los presbíteros son interminables. Y no debería extrañarnos que cada vez más los altares, los púlpitos, las clases de teología, las homilías, las administraciones parroquiales y muchos otros ministerios, fueran ocupados por mujeres y su palabra y acción tuviera el mismo valor que la de los ministros ordenados. Aunque la mayoría de fieles que asisten a la liturgia y que realizan las pastorales parroquiales son mujeres, no son la mayoría de los que deciden, ni son reconocidas como tales en el servicio eclesial.

Francisco, desde el inicio de su pontificado, ha sido consciente de la necesidad de que las mujeres ocupen puestos de decisión en la Iglesia. Ha intentado hacer algunos cambios, nombrando a mujeres en la curia vaticana, en lugares que antes solo eran ocupados por clérigos. Pero su esfuerzo todavía es demasiado pequeño para desmontar la mentalidad patriarcal de clérigos y laicado que siguen entendiendo la iglesia como una pirámide, donde el clero manda y el pueblo obedece. La iglesia ha de ser “Pueblo de Dios”, donde todos han de ser corresponsables de su devenir y, ninguno, por cuestión de género, debe ser excluido o no reconocido en su protagonismo eclesial.

Por todo esto, la conmemoración del Día internacional de la mujer ha de permear también la vida eclesial y llevarnos a una revisión del lugar que ocupan las mujeres en la Iglesia; de los discursos y prácticas que de allí surgen con respecto a las mujeres y; sobre todo, del testimonio que la Iglesia da de que en la comunidad eclesial las mujeres ocupan un lugar igual con los varones y no existe ninguna discriminación en razón de su sexo. Esta es una difícil tarea por todos los cambios que habría que dar para hacerlo realidad, pero las transformaciones han comenzado y no podemos detenernos hasta conseguirlo

Liderazgos femeninos

Nathalie Becquart: «No es suficiente que las mujeres ocupen puestos de primera fila en el Vaticano»

Nathalie Becquart

Becquart, especialista en eclesiología, ha participado en Barcelona en el encuentro Tribuna Joan Carrera, donde ha explicado que en el sínodo que ha convocado el papa Francisco, «este llamamiento tan claro a replantear la participación femenina, es fruto de constatar que muchas mujeres se sienten marginadas en la sociedad y en la Iglesia»

«La gente cada vez es más consciente de la urgencia de reconocer a las mujeres y de implicarlas más en puestos de responsabilidad en la sociedad y en la Iglesia», ha subrayado antes de reconocer que «hay reacciones contrarias» y que hay que hacer «un inevitable y largo camino de cambio de mentalidad»

 | RD/Efe

La religiosa francesa Nathalie Becquart, subsecretaria general del Sínodo de Obispos de la Iglesia Católica, ha dicho hoy miércoles que «no es suficiente que las mujeres ocupen puestos de primera fila en el Vaticano» y ha afirmado que «el mundo en crisis necesita realmente liderazgos femeninos».

Becquart, especialista en eclesiología, ha participado en Barcelona en el encuentro Tribuna Joan Carrera, donde ha explicado que en el sínodo que ha convocado el papa Francisco, «este llamamiento tan claro a replantear la participación femenina, es fruto de constatar que muchas mujeres se sienten marginadas en la sociedad y en la Iglesia».

La religiosa, miembro de la Congregación de Xavières, ha informado de que el proceso sinodal que culminará el próximo año con la asamblea en Roma ha comportado una amplia participación de las comunidades cristianas de todo el mundo y ha puesto de manifiesto la dedicación de las mujeres a la Iglesia, la «participación masiva» en las liturgias y actividades eclesiales, pero también «sus frustraciones».

Frustración e insatisfacción

Becquart se ha referido en varias ocasiones a una encuesta a 17.000 mujeres católicas hecha con motivo del sínodo que ha identificado «niveles altos de frustración o de insatisfacción relacionados con sus experiencias».

Ante esta realidad, ha defendido que «para la sinodalidad las mujeres tienen un don específico» ya que, según ha dicho, «la forma que tienen las mujeres de ver el liderazgo es una dinámica de colaboración que implica diálogo y cooperación».

«La gente cada vez es más consciente de la urgencia de reconocer a las mujeres y de implicarlas más en puestos de responsabilidad en la sociedad y en la Iglesia», ha subrayado antes de reconocer que «hay reacciones contrarias» y que hay que hacer «un inevitable y largo camino de cambio de mentalidad».

Según la religiosa, en este camino un elemento positivo es que «para los más jóvenes, esta igualdad es una cuestión indiscutible».

Durante su intervención, ha reconocido que «queda mucho por hacer y hace falta mucha paciencia, abnegación y fe por parte de las mujeres implicadas en la Iglesia para seguir llevando a cabo su humilde servicio cotidiano a pesar de los numerosos obstáculos y las resistencias que encuentran en una sociedad y en una Iglesia que todavía están configuradas a partir de una mentalidad patriarcal y clerical».

«Me gusta pensar que si las mujeres gozaran de una plena igualdad de oportunidades, podrían contribuir de manera sustancial al cambio necesario hacia un mundo de paz, de inclusión, de solidaridad y de sostenibilidad integral»

Sin embargo, ha destacado que «no partimos de cero, porque ya se ha avanzado en este camino».

«Me gusta pensar que si las mujeres gozaran de una plena igualdad de oportunidades, podrían contribuir de manera sustancial al cambio necesario hacia un mundo de paz, de inclusión, de solidaridad y de sostenibilidad integral», ha manifestado.

Reciprocidad y cooperación

La responsable del sínodo ha asegurado que «la Iglesia sinodal está llamada a abandonar las formas de predominio, de competición, de dominación, para entrar en un estilo de vida y de misión caracterizado por la reciprocidad y la cooperación».

Becquart, que ha sido presentada por el vicario episcopal y responsable de la fase diocesana de Barcelona en la consulta del Sínodo, Enric Termes, ha resaltado que ella forma parte del 23 % de mujeres que trabajan en la curia vaticana.

Al finalizar el coloquio, el coordinador de la Tribuna Joan Carrera, el ex director general de Asuntos Religiosos de la Generaliat y ex colaborador del obispo Carrera, Marcel·lí Joan, han anunciado que la próxima conferencia será con el teólogo vasco Jesús Martínez Gordo, catedrático emérito de Teología y profesor de Cristianismo y Justicia, que hablará de la situación que se vive en Alemania en relación con el sínodo.

Diaconado femenino: ¿hay sitio en la tienda?

Mientras la Iglesia se prepara para la próxima fase del sínodo sobre la sinodalidad, uno de los temas más apremiantes es la relación entre las mujeres y la Iglesia, junto con el problema del clericalismo. El documento de trabajo para la etapa continental afirma claramente que “casi todos los resúmenes plantean la cuestión de la participación plena e igualitaria de las mujeres” (n. 64). Muchos informes nacionales han pedido que se restituya a las mujeres el diaconado ordenado e incluso el Documento de trabajo habla de “un diaconado femenino”.

¿Indica esto que hay un discernimiento en curso sobre la capacidad de las mujeres para recibir la ordenación sacramental como diáconos a pesar de la evidencia histórica de mujeres diáconos ordenadas?

Aunque las mujeres tienen cada vez más puestos de liderazgo dentro de las instituciones de la Iglesia, concretamente dentro de la Curia Romana, todavía existe una profunda renuencia a aceptar el precedente histórico de las mujeres en el ministerio ordenado.

¿La Iglesia puede superar el clericalismo y la negación de la Historia?

¡Predicad el Evangelio!

La Constitución Apostólica Praedicate Evangelium sobre la Curia Romana y su servicio a la Iglesia y al mundo del Papa Francisco establece claramente que la misión de la Iglesia es predicar el Evangelio. El documento rompe el vínculo entre el estado clerical y el servicio curial, dando un paso importante en la predicación de la verdad evangélica de la igualdad de todas las personas. En efecto, predicar el Evangelio es tarea de todos los cristianos, pero predicar el Evangelio durante la liturgia de la Misa es tarea específica del diácono.

Si bien los registros históricos y los manuscritos litúrgicos demuestran que, tanto los obispos orientales como los occidentales ordenaron mujeres como diáconos, persiste la controversia sobre la naturaleza exacta de esas ordenaciones. Sin embargo, la historia cuenta que, en diferentes épocas y territorios, los obispos han ordenado mujeres como diáconos dentro del santuario, durante la Misa y en presencia de otros clérigos, mediante la imposición de manos y la invocación del Espíritu Santo. Las nuevas mujeres diáconos comulgaban por sí mismas con el cáliz y el obispo les colocaba una estola alrededor del cuello. Lo más importante: el obispo llamaba a estas mujeres diáconos, como antes que ellas a santa Febe (cf. Romanos 16,1-2).

El debate actual se centra en dos cuestiones:

¿Puede una mujer representar a Cristo, el Señor Resucitado? y

¿La prohibición del sacerdocio de las mujeres también se aplica al diaconado de las mujeres?

A pesar de algunas confusiones por parte de los estudiosos, las respuestas son claras: sí, las mujeres pueden representar a Cristo; no, el sacerdocio no es el diaconado.

¿Una mujer puede representar a Cristo?

El llamado “argumento icónico” de que una mujer no puede representar a Cristo apareció en la Declaración Inter insigniores sobre la cuestión de la admisión de mujeres al sacerdocio ministerial de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (15 de octubre de 1976). El documento cita la afirmación de Santo Tomás de Aquino según la cual los “signos sacramentales representan lo que significan por una natural semejanza”, sosteniendo además que la necesaria “semejanza natural” es con la masculinidad de Jesús ya que, “Cristo mismo fue y sigue siendo un hombre”. Así, enfatiza el accidente del género por encima de la sustancia de la Encarnación: Dios se hizo hombre. El ser humano masculino Jesús no es el Señor Resucitado, el Cristo que todos los cristianos pueden representar.

El segundo punto importante de Inter insigniores es que Jesús eligió solo apóstoles varones, reafirmando así la primera afirmación del documento de que: “La Iglesia católica nunca ha considerado que las mujeres pudieran recibir válidamente la ordenación presbiteral o episcopal”. Pero cuando sostiene su “argumento icónico”, Inter insigniores no menciona el diaconado. Dieciocho años después de Inter insigniores, la Carta Apostólica Ordinatio sacerdotalis sobre la ordenación sacerdotal reservada solo a los hombres de Juan Pablo II, (1994) abandona el “argumento icónico”. Ordinatio sacerdotalis no menciona el diaconado.

¿La prohibición relativa al sacerdocio de las mujeres vale también para el diaconado de las mujeres?

Mientras que ni Ordinatio sacerdotalis ni Inter insigniores abordan la cuestión de las mujeres diáconos, algunos estudiosos proponen lo que denominan “la unicidad de las órdenes” para vincular el diaconado y el sacerdocio. Su argumento asume que el diaconado implica la elegibilidad para la ordenación sacerdotal y, dado que las mujeres no pueden ser ordenadas sacerdote, tampoco pueden ser ordenadas diácono.

Este falso razonamiento sobre “la unicidad de las órdenes” tiene sus raíces en el cursus honorum medieval, distintas etapas clericales que van desde la tonsura, pasando por las órdenes menores del ostiariado, lector, exorcista o acólito, hasta las órdenes mayores del subdiaconado, diaconado y presbiterado. Este cursus honorum requería que cualquiera que fuera ordenado diácono también fuera elegible para la ordenación sacerdotal, haciendo desaparecer el diaconado como una vocación permanente.

Aunque la ordenación diaconal se había convertido en solo un paso hacia la ordenación sacerdotal, el Concilio de Trento (1545-1563) sí trato la cuestión de las órdenes menores y el diaconado. Durante la vigésimo tercera sesión, cuando el Concilio estaba próximo a concluir, el concilio aprobó un canon que permitía a los clérigos casados ejercer las cuatro órdenes menores. Aparentemente, el concilio también afirmó la sacramentalidad de la ordenación diaconal, a pesar del debate académico en curso sobre el tema. Se desconoce si hubo entonces alguna discusión sobre la ordenación histórica de mujeres, conocida en occidente hasta el s. XII.

Restauración y Renovación del diaconado

Desde su restauración por el Concilio Vaticano II como un ministerio permanente que incluye a hombres casados, el diaconado ha florecido. Lumen gentium en el n.29 afirma que los diáconos reciben la imposición de manos “no en orden al sacerdocio, sino en orden al servicio” y, hasta la fecha, unos 47.000 hombres han aceptado la llamada al ministerio diaconal ordenado. Dos obispos, uno italiano y otro peruano, habían sugerido la diaconía femenina en el concilio que, por su parte, no tomó ninguna decisión.

Unos años más tarde, Pablo VI pidió a la Comisión Teológica Internacional, o a algunos de sus miembros, que reexaminaran el asunto. Tanto Cipriano Vagaggini, miembro de la Comisión Teológica Internacional, como Philippe Delhaye, su secretario, escribieron positivamente sobre el diaconado ordenado de mujeres en la década de 1970, uniéndose después Roger Gryson. Diez años después, Aimé-Georges Martimort publicó su réplica en sentido negativo. Un subcomité de la Comisión Teológica Internacional también investigó el asunto entre 1992 y 1997, su informe, supuestamente positivo, no ha sido publicado.

En 1998, la ‘Ratio fundamentalis Institutionis diaconorum permanentium’ de la Congregación para la Educación Católica afirmaba que “con la sagrada ordenación, [el diácono] se constituye en la Iglesia como imagen viva de Cristo servidor”, buscando quizás eliminar la restauración de este orden para las mujeres. En 2002, un segundo informe de un subcomité de la Comisión Teológica Internacional identificó al diácono como una persona que es y actúa in persona Christi servi, retomando el “argumento icónico” que se había abandonado. Ese subcomité afirmó que los diáconos hombres y mujeres a lo largo de la historia no tenían las mismas tareas y deberes, dejando de lado los deberes sacramentales de las mujeres diáconos.

Además, escribió que los ritos de ordenación eran diferentes, ignorando aquellos ritos que eran idénticos, excepto en el uso de los pronombres. Es importante destacar que el documento de 2002 afirmó que el diaconado y el sacerdocio eran órdenes distintas, por lo que concluyó que la cuestión de las mujeres diáconos requería una decisión magisterial.

Por petición de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), el Papa Francisco nombró una comisión para examinar el tema de las mujeres en el diaconado, grupo que se reunió entre 2016 y 2019. Estableció una segunda comisión en 2020, que parece ser que se reunió entre 2021 y 2022. Ninguna de las deliberaciones de estas comisiones ha sido publicada todavía.

¿Qué puede hacer el sínodo?

La intención del sínodo es preparar una Iglesia en escucha, una Iglesia que escuche los temas relacionados con la inclusión y también la Palabra de Dios, clarificada por el magisterio. Algunos asuntos son verdaderamente dolorosos, y el pueblo de Dios puede encontrar difícil el “caminar juntos” cuando la respuesta a sus preguntas es “no”.

Pero a la cuestión de restaurar para las mujeres el diaconado ordenado, una vocación permanente que no implica elegibilidad para el sacerdocio, es fácil responder afirmativamente. El trabajo histórico, antropológico y teológico está completo. Las mujeres fueron ordenadas como diáconos. La mujer está hecha a imagen y semejanza de Dios. El diaconado no es un sacerdocio.

En todo el mundo, la gente ha pedido a la Iglesia que madure respecto al clericalismo y reconozca las habilidades directivas y ministeriales de las mujeres. Hay avances a la hora de incorporar a las mujeres a la gestión. Por eso, el prolongado proceso sinodal no debe retrasar la restauración para las mujeres del ministerio diaconal ordenado.

Por Phillis Zagano