El Vaticano II y el Sínodo de la Sinodalidad (I)

El Sínodo es un resultado del Vaticano II, lo contiene, lo expresa, lo supera y lo quiere poner en práctica

Vaticano II y Sínodo de la sinodalidad

«Buscando profundizar en el proceso y en el contenido sinodal he leído las claves sinodales plasmadas en un valioso folleto de Religión Digital»

«En este esfuerzo por entender, valorar y relacionarme adecuadamente con lo ocurrido y lo propuesto en el Sínodo, se me ha ido aclarando y acentuando la siguiente luz y convicción: El Sínodo es un resultado del Vaticano II,  lo contiene,  lo expresa  y lo quiere poner en práctica»

«Estoy organizando este compartir con Uds. en tres partes: mi relación con el Concilio Vaticano II y con el Sínodo de la Sinodalidad, la relación del Papa Francisco con el Vaticano II y con el Sínodo y la relación entre el Vaticano II y el Sínodo»

«Comenzaré por mi relación con el Concilio Vaticano II y con el Sínodo de la Sinodalidad»

Por | P. Román Espadas, S.J.

Hace unos pocos días que hemos concluido la primera parte del Sínodo de la Sinodalidad. Lo he seguido y compartido con Religión Digital. He podido incorporar mis comentarios a los muchos y muy valiosos materiales que Religión Digital nos ha ido compartiendo día a día.

Leí el Mensaje del Sínodo al Pueblo de Dios y la Síntesis final  de lo ocurrido y planteado en el Sínodo.

Buscando profundizar en el proceso y en el contenido sinodal he leído las claves sinodales plasmadas en un valioso folleto de Religión Digital.

En este esfuerzo por entender, valorar y relacionarme adecuadamente con lo ocurrido y lo propuesto en el Sínodo, se me ha ido aclarando y acentuando la siguiente luz y convicción: El Sínodo es un resultado del Vaticano II,  lo contiene,  lo expresa  y lo quiere poner en práctica  actualizada  en la vida diaria de la Iglesia y de los cristianos.

También se me está poniendo muy claro que el Sínodo de la Sinodalidad, además de ser modelo ejemplar de reuniones entre cristianos, supera con amplitud al Vaticano II en los siguientes aspectos:

El Sínodo está compuesto por miembros de todo el pueblo de Dios (obispos, sacerdotes, laicos, hombres y mujeres), mientras que el Vaticano II fue de solo obispos, auxiliados por una pléyade de muy capaces teólogos, también varones. 

La conversación en el Espíritu, guiada permanentemente por el Espíritu Santo, que el Sínodo asumió y practicó supera ampliamente en sus resultados espirituales y pastorales a la reflexión dogmática, escriturística, canónica e histórica que practicó el Vaticano II.

El ofrecer una información diaria, organizada y muy completa y detallada sobre lo que iba ocurriendo en el Sínodo superó en mucho el secretismo del Vaticano II.

El Sínodo está precedido y orientado por un diálogo concreto y muy detallado de todo el pueblo de Dios, mientras que el Vaticano II fue grandemente concebido, programado y orientado por Roma.

En el Sínodo la presencia y participación del Papa Francisco fue permanente, directa y sentado en una mesa redonda en conversación espiritual con bautizados y bautizadas, iguales que él.

La presencia de los Papas en el Vaticano II fue autoritaria y ocasional.

Estoy organizando este compartir con Uds. en tres partes: 

-Mi relación con el Concilio Vaticano II y con el Sínodo de la Sinodalidad, 

-La relación del Papa Francisco con el Vaticano II y con el Sínodo 

-La relación entre el Vaticano II y el Sínodo.

Mi relación con el Concilio Vaticano II y el Sínodo

Empezaré compartiéndoles mi relación con el Concilio Vaticano II. 

El Concilio (1962-1965) ocurrió a lo largo de mis años de formación filosófica en la Compañía de Jesús. Su puesta en práctica inicial tuvo lugar en mis años de estudios teológicos.

Mi relación con el Concilio, en esos años de formación filósofica y teológica, fue superficial, incompleta y fragmentaria: nunca leí o estudié, ni el Concilio en su totalidad, ni ninguno de sus documentos, de manera completa y profunda: a veces se mencionaba y oía alguno de sus contenidos.

En medio de esas etapas, la filosófica y la teológica, hice mis años de formación pastoral y pedagógica (1965-1968), y también allí el Concilio brilló por su ausencia: Teníamos otros temas y otras agendas.

Al finalizar la formación pastoral y pedagógica hice una maestría en Historia, con énfasis en historia latinoamericana y con dos temas fundamentales: 1. El marxismo de la revolución cubana, auspiciada, orientada y dirigida por el fidelismo castrista de Fidel Castro y 2. La relación entre el dictador dominicano Rafael Trujillo y la Iglesia Católica: 1930-1961.

En mis años anteriores a mi formación, allá por los años cincuenta del siglo pasado, estudié Ciencias Sociales en Cuba, que entonces pasaba por graves y conflictivos enfrentamientos políticos. 

Esa orientación hacia lo social y lo político, marcó y oriento mi formación y mis labores educativas y pastorales.

Desde mi tesis en filosofía, donde estudié las Bulas Pontificias relacionadas con el inicio de la evangelización colonizadora en América, enfaticé el estudio y la comprensión de la Iglesia en América.

Por eso, cuando ocurrió la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano: La Iglesia en la actual transformación en América Latina a la luz del Concilio, en 1968 en Medellín Colombia, puse gran atención y cuidado en entender lo que allí ocurrió y se planteó.

Mi interés se concentró en la realidad latinoamericana y no tanto en lo que el Concilio planteaba.

Antes y en medio del Concilio, en 1965, ocurrió la elección del P. Pedro Arrupe, S.J., como Superior General de la Compañía de Jesús.

Al P. Arrupe, siguiendo las indicaciones del Concilio, le tocó la difícil y compleja labor de orientar y dirigir la acomodación de la Compañía de Jesús al pensar y obrar propuestos por el Concilio.

Dado que el P. Arrupe se esforzó y se esmeró por cumplir con absoluta fidelidad ese mandato eclesial, algo se me pegó  del Concilio: salimos de nuestra vida semi-conventual  y orientamos nuestra labor pastoral en relación con el mundo real.

La realidad de los jesuitas en aquel entonces y la labor del P. Arrupe la he estudiado en artículos en Religión Digital.

Desde 1970 hasta 1992 estuve en República Dominicana trabajando educativamente en dos instituciones de formación técnica: el Instituto Politécnico Loyola y el Instituto Agronómico San Ignacio de Loyola.

En esa época mi gran hallazgo y fuente de trabajo fue el valor educativo y liberador de Paulo Freire. Mi énfasis fue poner en práctica lo fundamental de la propuesta de Paulo Freire, que coincidía con el Concilio.

En esos años tuve que ayudar a unas religiosas en el estudio del gran documento Gaudium et Spes y lo convertí en mi documento favorito.

En 1992, en medio de la Conferencia de Obispos Latinoamericanos de Santo Domingo fui a Colombia a un año sabático.

Allí, creo que inspirado por el Espíritu Santo, leí completo, con cuidado y con continuidad el Concilio Vaticano que acepté, reconocí, agradecí y me dispuse a seguirlo y compartirlo.

Después de leer el Concilio, leí los dos magistrales libros sobre el Concilio del P. John O’Malley, S.J.: 1. ¿Pasó algo en el Concilio Vaticano II? y 2. ¿Qué pasó en el Concilio Vaticano II?

Al año siguiente, 1993, volví a Cuba, a donde el Concilio no había podido llegar con facilidad y plenitud, fui a trabajar como párroco a la Diócesis de Cienfuegos que tenía como obispo a Emilio Aranguren, hoy obispo de Holguín.

El obispo, conocido y tratado por todos como Emilito, era y sigue siendo eclesial, fraterno y muy conocedor de la realidad cubana en la que se esforzaba y nos animaba a incorporar los valores cristianos. Con él y con los procesos diocesanos aprendí mucho y muy bueno sobre el obrar educativo y pastoral inculturizado, fomentado por el Concilio.

Con Emilito y la diócesis de Cienfuegos aprendí mucho, en la práctica pastoral, sobre la propuesta apostólica del Vaticano II.

Después de unos años de trabajo parroquial, me esforcé por dar a conocer y valorar a Paulo Freire, que era malvisto por el sistema educacional cubano. 

Creo que mis esfuerzos por dar a conocer, valorar y tomar en cuenta la propuesta de Paulo Freire en Cuba, tiene mucho que ver con la propuesta humano-humanizadora del Vaticano II.

El primero de los muchos y muy valiosos textos educativos y liberadores de Paulo Freire se titula La educación como práctica de la libertad.

Este título y su contenido antropológico, epistemológico, ético, político y pedagógico denuncian y contradicen la dictatorial y manipulada ideológicamente realidad educativa cubana.

Gracias al meritorio y constante esfuerzo de brillantes educadores y educadoras, cubanos y latinoamericanos, se ha logrado que el sistema educativo cubano algo acepte de la propuesta freireana.

Entré en fraterno contacto con el Dr. Roberto Méndez, cuyos cursos de Historia y Cultura de Cuba pude seguir en el Centro Félix Varela.

Con el Dr. Méndez, gran conocedor y propagador de la historia eclesial cubana y con el P. Raúl Arderí, S.J., ambos conocedores  y propagadores de la iglesia sinodal, pude alcanzar algún conocimiento y valoración de la sinodalidad eclesial.

Ese conocimiento y valoración me ha motivado y activado para esforzarme por conocer, entender, valorar, incorporarme y propagar la sinodalidad eclesial que hoy, motivados por Francisco y el Espíritu Santo y continuando el Concilio Vaticano II, estamos aprendiendo a vivir, convivir y compartir

Sugerencias para los Sínodos mundiales sobre la sinodalidad (II)

¿Cómo implementar la “infalibilidad de todo el pueblo de Dios”?

Papa de la primavera Andrés Brown –

«Urge una Ley Fundamental que, cuidadosa con la mediación democrática y con la separación de poderes, rompa el  actual formato sistémico, manifiestamente monárquico y absolutista»»Lo normal tendría que ser que se votara tras un diálogo abierto y fundado, es decir, después de haber aportado todos -obispos, ministros ordenados y bautizados- los datos y argumentos que se estimen oportunos»»Eso quiere decir que un papado “convertido” no está -ni puede estar- interviniendo en la cura pastoral y en el gobierno cotidiano de todas las diócesis»»¿Vamos a ver esta o parecida reflexión en los dos Sínodos Mundiales sobre la sinodalidad? ¿Vamos a tener la suerte de que se discutan estas propuestas u otras semejantes? No lo sé» 

Por | Jesús Martínez Gordo teólogo

Entiendo, sostenía en mi aportación anterior  (“¿Dónde va a quedar la “infalibilidad de todo el pueblo de Dios” en los Sínodos mundiales sobre la sinodalidad?”) que, a diferencia del formato absolutista que se ha venido defendiendo y practicando en el postconcilio, las mediaciones democráticas y la separación de poderes son mucho más adecuadas para implementar la infalibilidad de todo el pueblo de Dios, es decir, la de los bautizados y ministros, sean instituidos (ordenados y laicales) o reconocidos por las comunidades cristianas. 

Puede haber quien, legítimamente, se pregunte, recordando lo indicado en el anterior artículo, si no estaré pidiendo peras al olmo. Por eso, creo que no está de más -una vez recuperado el fundamento de la sinodalidad codecisiva en la “infalibilidad de todo el pueblo de Dios”, la cuestión de cómo puede ser tal implementación democrática de la autoridad, del magisterio, del gobierno y de la organización de la Iglesia, más allá de las tensiones y conflictos (y hasta “demonios familiares”) que tal propuesta pueda provocar. 

Este último asunto -el de los posibles problemas y hasta escisiones- no es, al menos de momento y en primera instancia, la cuestión de la que se trata en estas líneas, sino la de fijar, recuperada la consistencia teológica de una sinodalidad codecisiva- su posible implementación. Por ello, ha de quedar para otra ocasión y momento abordar la sabiduría y prudencia que hay que desplegar para que esta posibilidad teológica y pastoral pueda efectuarse con el mínimo de tensiones. Y, sobre todo, no olvidando la importancia de cortar la hemorragia de abandonos que, también por esta cuestión, viene padeciendo desde hace tiempo la Iglesia católica, al menos en la Europa occidental.

1.- La “institución divina” de la codecisión

Es cierto que Jesús eligió un grupo de apóstoles y también que el Espíritu concede sus carismas y dones a quien quiere. Pero también lo es que el modo de organizarse, de impartir magisterio y gobernar la Iglesia no tiene que ser -y, menos, por “institución divina”- el monárquico y absolutista. Éstos, vistas las aportaciones al respecto del Vaticano II y el tiempo que nos toca vivir, pueden -y deben ser- corresponsables. 

De ahí, como he propuesto en el texto anterior, la necesidad de recuperar -y actualizar- el proyecto de Constitución eclesial o Ley fundamental no solo para que no se sigan torpedeando las aportaciones más relevantes del Vaticano II (y con ellas, las experiencias habidas de corresponsabilidad y de codecisión), sino también para que se ponga en su sitio a los ministros ordenados, en particular, cuando gobiernan e imparten magisterio. Urge una Ley Fundamental que, cuidadosa con la mediación democrática y con la separación de poderes, rompa el  actual formato sistémico, manifiestamente monárquico y absolutista.

Y de ahí, también, la urgencia de empezar a practicar los procedimientos democráticos al modo, por ejemplo, como se está haciendo en el “vinculante” Camino Sinodal Alemán. Y como también se ha aprobado que se practiquen en las correspondientes instituciones postsinodales: el Comité y el Consejo Sinodal. 

Creo que no está de más recordar que la verdad, teológica y dogmática, de la corresponsabilidad, al menos, en la iglesia alemana, se implementa dialogando entre los bautizados y con los obispos para finalizar con una votación, en la que -para que lo propuesto se considere aprobado por todos-  es necesario alcanzar  una mayoría cualificada de “dos tercios de los miembros presentes, que incluye una mayoría de dos tercios de los miembros de la Conferencia episcopal alemana presentes” en el aula sinodal (Estatutos 11 & 2). 

El mismo criterio se mantiene en el modo de proceder del Comité y del Consejo Sinodal y de los demás Consejos eclesiales, siendo particularmente interesante el procedimiento “comunional” que se ha de activar cuando el ministro ordenado (obispo o presbítero en sus respectivos ámbitos) planteen problemas para aceptar lo aprobado apelando a su responsabilidad en mantener la unidad de fe y la comunión eclesial de la diócesis o de la comunidad cristiana que les han sido encomendadas.

Entiendo que este modo de proceder es un ejercicio de la autoridad que, respetuoso con la dignidad propia de todos los bautizados (“maestros, sacerdotes y reyes”) y con la responsabilidad propia de los ministros ordenados, también está fundado “divinamente” por su singular cuidado de la infalibilidad de todo el pueblo de Dios. Es más, entiendo que, en nuestros días resulta particularmente adecuado tanto por su fundamento en dicha infalibilidad como por fidelidad a la misión evangelizadora de la Iglesia.

Cabe, igualmente, la posibilidad -ensayada en algunas iglesias locales en el tiempo inmediatamente posterior a la finalización del Vaticano II- de que los obispos elaboren con los bautizados la decisión o el contenido magisterial que se entienda necesario. Algunas de estas experiencias están recogidas en el “libro coral” al que me he referido más arriba y que inspira estas líneas que estoy prolongando en esta ocasión.

Lo normal tendría que ser que se votara tras un diálogo abierto y fundado, es decir, después de haber aportado todos -obispos, ministros ordenados y bautizados- los datos y argumentos que se estimen oportunos, tanto por fidelidad al Evangelio y a la “tradición viva” de la Iglesia, como, en general, a los llamados “lugares teológicos” y a la misión evangelizadora. 

No creo que siga siendo de recibo que el obispo o el ministro ordenado se limiten a “escuchar al pueblo de Dios” y que luego, aparte y fuera del marco institucional establecido para el ejercicio de la corresponsabilidad, tomen por sí mismos la disposición que consideren mejor. Y menos, en contra de lo que pueda ser decidido por mayoría cualificada. 

Entiendo que se ha pasado el tiempo de continuar con tal manera de proceder: al margen o por encima de dichas instituciones o de los diferentes consejos. 

En una iglesia, toda ella infalible cuando cree, lo aprobado por mayoría cualificada -después del oportuno debate- ha de ser asumido por el obispo o por el ministro ordenado, a no ser que lo propuesto o aprobado atente gravemente contra la unidad de fe y la comunión eclesial; una decisiva reserva que -por responsabilidad ministerial- se ha de explicitar y mostrar, sin ambigüedades y de manera clara, en el mismo diálogo y proceso de discernimiento y que se ha de regular en la Ley Fundamental de la Iglesia, tal y como se está haciendo, por ejemplo, en el Camino Sinodal alemán y se ha aprobado activar en el Comité y Consejo Sinodal y en los restantes Consejos eclesiales; o, por lo menos, de manera equivalente.

 Cuando la comunidad cristiana procede así o de parecida manera, está implementando lo que se entiende como liderazgo, magisterio y sinodalidad corresponsable que -a la vez, bautismal y ministerial- es “vinculante” para todos, es decir, codecisivo. Si así fuera,  creo que podríamos estar hablando del final del modelo monárquico de gobierno y magisterio en favor del conciliar, claramente colegial, corresponsable y codecisivo.

2.- La “conversión” del papado

Y lo que vale para los obispos y los ministros ordenados en general, vale igualmente para el obispo de Roma, tal y como se indica en el Vaticano II: le corresponde repartir las tareas; intervenir, “en último término” (“ultimatim”) en el gobierno ordinario de las iglesias locales “atendiendo al bien común” (LG 27) y, de manera particular, velar por la unidad de fe y la comunión eclesial de toda la catolicidad. Obviamente, son tareas que ha de desempeñar siendo fiel a una Iglesia que se auto-comprende como católica porque es “comunión de comunidades” locales; por tanto, no uniforme, sino diversa. Se trata de dos importantes aportaciones del Vaticano II que también tendrían que quedar, necesariamente recogidas en el proyecto de Constitución eclesial o Ley fundamental.

Eso quiere decir que un papado “convertido” no está -ni puede estar- interviniendo en la cura pastoral y en el gobierno cotidiano de todas las diócesis. Basta y es suficiente con que distribuya las tareas y sea instancia de apelación en “último término”, tanto para los obispos como para los religiosos y bautizados. No es, ni puede ser, por mucho que desagrade a las sensibilidades con una concepción uniformista de la unidad, el obispo del mundo. Basta y es suficiente con que lo sea de la iglesia de Roma y con que “presida en el amor” el colegio de los sucesores de los apóstoles.

En nuestros días, ya no tiene sentido que casi 1.400 millones de católicos caminen juntos y a la misma velocidad en todos los asuntos y de la misma forma. Y menos, cuando las diferencias -y no solo culturales- entre las iglesias locales son tantas y, a veces, tan agudas. De la misma manera que en el diálogo ecuménico se está abriendo camino la concepción de la unidad como diversidad reconciliada, es decisivo que dicha concepción de la unidad forme parte de un modelo organizativo como “comunión de iglesias diferentes” y, a la vez, articuladas o unidas por la misma fe, expresada en un mismo credo por todos compartido.

Así pues, urge repensar y “convertir” -como he indicado, recurriendo a una expresión del papa Francisco- el actual modelo del papado. Y hay que hacerlo, recibiendo el proclamado en el Vaticano I en el fecundo cauce tanto de la colegialidad episcopal como de la infalibilidad de todo el pueblo de Dios proclamadas por el Vaticano II. Creo que eso quiere decir, que lo propio de un papado “convertido” no es reivindicar, como se viene haciendo desde 1870, la plenitud de su potestad jurídica sobre toda la Iglesia, sino procurar y cuidar la unidad de fe en lo fundamental y la comunión eclesial, la libertad en lo opinable y, en todo, la caridad (San Agustín).

Para que sea factible esta “conversión” del papado, es preciso que el sucesor de Pedro se vaya despojando del polvo absolutista y monárquico en el que se encuentra envuelto y por el que sigue arropado y que con tanta pasión se viene defendiendo en el postconcilio. Y, por supuesto, que se ocupe en propiciar la implementación de mediaciones o instrumentos que -no autoritarios ni monárquicos- nos permitan contar, al menos, con el modelo de papado -colegial y corresponsable- aprobado en el Vaticano II por la mayoría conciliar y ratificado por Pablo VI. 

Por supuesto, habría que empezar retomando la Ley Fundamental de la Iglesia, aplazada “sine die” por Juan Pablo II. O, si se prefiere, recurriendo a una expresión muy querida por el Papa Francisco, “abriendo” un proceso que permitiera llegar cuanto antes a la redacción y aprobación de una Ley Fundamental, en sintonía con la colegialidad y la corresponsabilidad aprobadas en el Vaticano II, así como con la codecisión que comportan.

3.- El principio de realidad

No cuesta mucho comprender, vista la recepción habida hasta el presente del Vaticano II, que esta modalidad de gobierno y magisterio, así como de sinodalidad, no haya interesado nada o casi nada a un papado y a una curia vaticana particularmente ocupados en mantener el formato unipersonal y absolutista y, por ello, preconciliar -y, en el mejor de los casos, colegial “consultivo”- con la intención de reforzar la potestad jurisdiccional y magisterial del sucesor de Pedro sobre toda la Iglesia. 

Por eso, tampoco extraña que cuando se ha ensayado este nuevo y posible modo de sinodalidad corresponsable y codecisivo -fundado en la infalibilidad de todo el pueblo de Dios- haya sido rápidamente descalificado por atentar -al decir del Vaticano- contra el poder unipersonal del Papa sobre toda la Iglesia (el mismo argumento empleado para cortocircuitar la colegialidad episcopal codecisiva en el postconcilio) o por violar la -igualmente, unipersonal- capacidad gubernativa y magisterial que tienen los obispos en sus respectivas diócesis frente, en el caso del Camino Sinodal alemán vinculante, a un Comité y Consejo Sinodal (u otro análogo) que lo continúe (2023). Tampoco sorprende que hayan condenado las articulaciones del poder personal del presbítero con la responsabilidad reconocida a equipos ministeriales de laicos y laicas en diferentes áreas pastorales y organizativas, como así sucedió, en el tiempo en que la diócesis de Poitiers estuvo presidida por monseñor Albert Rouet. Y, finalmente, tampoco está de más recordar la famosa declaración interdicasterial de 1997 sobre “la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes”, en total sintonía con la eclesiología involutiva y preconciliar de la “Nota explicativa praevia” (1964) de Pablo VI, la Declaración “Mysterium Ecclessiae” (1973) y la Instrucción “de Synodis dioecesanis agendas”  (1997) de Juan Pablo II.De nuevo, como se puede apreciar, siguen siendo muy largas las sombras de tales textos magisteriales y la del Sínodo extraordinario de obispos de 1969 en el que Pablo VI reafirma -implementando involutivamente lo aprobado en el Vaticano II- la responsabilidad y el poder unipersonal del Papa en el gobierno eclesial. Procediendo de esta manera, recoloca los Sínodos de obispos como institución “consultiva” (y excepcionalmente deliberativa o codecisiva) al servicio del poder de jurisdicción del papado sobre toda la Iglesia. 

Y, de paso, propicia una recepción del poder unipersonal de los obispos y de los presbíteros en sus respectivos ámbitos de responsabilidad pastoral. He aquí la raíz “sistémica” del poder y de la autoridad que denuncian los Informes sobre la pederastia eclesial realizados por la universidad de Zúrich (Suiza), el MHG (Alemania) y el CIASE (Francia).

Más allá de estas lamentables decisiones, es incuestionable que la infalibilidad de todo el pueblo de Dios abre las puertas a un nuevo modelo de liderazgo y magisterio corresponsables que -integrando sin problemas el que bascula únicamente en la colegialidad episcopal- pasa por implementar una sinodalidad, a la vez, bautismal y ministerial, que, por su fundamento “infalible”, puede –y debe- ser codecisiva o deliberativa. 

Es evidente que este nuevo modelo de gobierno, magisterio y sinodalidad no solo está pendiente de ser recibido, sino que -visto el tiempo transcurrido desde la aprobación de la verdad -teológica y dogmática que lo funda- también requiere ser recuperado del silencio en el que se encuentra sumido.

¿Qué va a ser de la “infalibilidad de todo el pueblo de Dios”?

Retomo la pregunta que se encuentra en el origen de las presentes líneas: ¿vamos a ver esta o parecida reflexión en los dos Sínodos Mundiales sobre la sinodalidad? ¿Vamos a tener la suerte de que se discutan estas propuestas u otras semejantes?-No lo sé. 

La verdad es que tengo muchas dudas, pero, en todo caso, ésta debiera ser una de las más importantes perspectivas desde la que valorar su andadura, así como sus conclusiones y resoluciones. Confieso que me gustaría no quedar defraudado, a pesar de que la cuestión “sistémica” no ha ocupado el lugar que tendría que haber tenido también en el tiempo de preparación sinodal y a pesar de que el clamor de las víctimas de la pederastia no se encuentre representada. A veces, hay milagros, aunque no sea racionalmente muy sensato tenerlos en cuenta. A ver si, cuando finalicen estos dos Sínodos mundiales, podemos decir que se ha producido el milagro de haber irrumpido con fuerza en el aula sinodal y haberse formulado propuestas para implementar la “infalibilidad de todo el pueblo de Dios”. 

El Sínodo de la sinodalidad

Mario J. Paredes: «Comprender la importancia histórica del acontecimiento sinodal»

Iglesia

En octubre de 2021, el Papa Francisco convocó un Sínodo para la Sinodalidad, con el título «Por una Iglesia sinodal: Comunión, participación y misión»

El sínodo debía organizarse -local y regionalmente- entre 2021 y 2023, y concluir en la asamblea sinodal de octubre de 2024

Para comprender la importancia histórica de este acontecimiento en la existencia, el quehacer y el futuro de la Iglesia católica, debemos, en primer lugar, entender lo que significa realizar un SÍNODO en la Iglesia y, en segundo lugar, debemos reflexionar sobre la SINODALIDAD como una identidad que debemos asumir

Por | Mario J. Paredes

En octubre de 2021, el Papa Francisco convocó un Sínodo para la Sinodalidad, con el título «POR UNA IGLESIA SINODAL: COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN». El sínodo debía organizarse -local y regionalmente- entre 2021 y 2023, y concluir en la asamblea sinodal de octubre de 2024.

Para comprender la importancia histórica de este acontecimiento en la existencia, el quehacer y el futuro de la Iglesia católica, debemos, en primer lugar, entender lo que significa realizar un SÍNODO en la Iglesia y, en segundo lugar, debemos reflexionar sobre la SINODALIDAD como una identidad que debemos asumir, una tarea que debemos realizar y un camino que debemos recorrer en comunidad eclesial, si queremos ser hoy, indefectiblemente, la comunidad de discípulos de Cristo y misioneros de la Buena Nueva en el mundo.

¿Qué es un sínodo?

Etimológicamente, la palabra «sínodo» procede de los términos griegos «syn» («juntos») y «hodos» («camino»). El término «SYNOD» expresa la idea de «caminar juntos». Así pues, la palabra «Sínodo» reecoge un significado de múltiples dimensiones: la dimensión comunitaria: «juntos» y la dimensión dinámica: «caminar».

Para alcanzar este objetivo de caminar, y de caminar juntos y fraternalmente, en comunidad eclesial y universal, el Sínodo de los Obispos se convirtió en una institución permanente, creada por el Papa Pablo VI el 15 de septiembre de 1965, con la promulgación del Motu proprio Apostolica Sollicitudo en respuesta a los deseos de los Obispos participantes en el Concilio Ecuménico Vaticano II, de mantener vivo el espíritu y el clima de colegialidad nacidos en la experiencia conciliar.

Un SÍNODO es una asamblea de obispos, representantes de todo el episcopado católico, organizados y colegiados en conferencias episcopales o en organismos eclesiales regionales (v.gr. Celam), con la tarea de compartir experiencias pastorales, asesorar y asistir al Papa, como órgano consultivo, en el gobierno de la Iglesia; para – «juntos»- abrir nuevos «caminos» por los que recorrer, en las siempre cambiantes circunstancias, temas y problemas históricos de toda la humanidad, la existencia y obra de la Iglesia, en su misión evangelizadora, y la construcción del Reino de Dios en el mundo.

Considerando todo esto, no debemos perder de vista que la finalidad principal del Sínodo de los Obispos essu servicio y compromiso a la colegialidad y comunión de todos los obispos católicos con el Santo Padre. Además, debemos recordar que, aunque el Sínodo de los Obispos es una institución permanente, sólo se reúne y actúa cuando el Papa lo considera oportuno. En los últimos tiempos, la participación de los laicos en los procesos y asambleas sinodales se ha ido abriendo cada vez más.

En el Sínodo que tratamos aquí, el Papa Franciscoha querido que la participación de las mujeres sea tan importante y signiifcativa que ha concedido oficialmente a las participantes, voz y voto.

¿Qué es la sinodalidad?

La palabra «Sinodalidad» deriva del término «Sínodo», ya explicado anteriormente, y, según su convocatoria, el Papa Francisco quiere que la Sinodalidad, es decir, el «caminar juntos» sea el programa de la Iglesia católica en el siglo XXI, como comunidad creyente que peregrina, unida en la tarea de hacer posible la soberanía de Dios en el mundo, aquí y ahora, mediante el anuncio y la vida de la Buena Noticia que es el evangelio de Jesucristo.

Desde los albores del cristianismo, la idea de «caminar juntos» fue recogida por los primeros discípulos en el Nuevo Testamento. (cf. Hch 18,25-26; Mt 7,13-14; Jn 14,6). Además, «Camino» aparece como un término que designa el estilo de vida y el nombre de la propia comunidad de los primeros creyentes en Cristo: Hch 9,2.

Por tanto, convocar a la Iglesia a vivir en sinodalidad es invitarnos a volver a las fuentes primeras de nuestra fe, a vivir juntos de nuevo, fraternalmente, siendo y haciéndonos «uno» (Jn 17, 21) en Cristo, en el reconocimiento de que somos hermanos, hijos de Cristo, y de que somos «uno» (Jn 17, 21) en Cristo. Hijos de un mismo Padre. Pero, al mismo tiempo, la llamada a un ser y quehacer sinodal en la Iglesia nos pide repensar nuestras imágenes, conceptos y modos de ser y realizar la Iglesia de Jesucristo.

Ponernos en camino «JUNTOS», vivir sinodalmente, significa que podemos unirnos, reconocernos iguales en la dignidad de hijos de Dios, iguales también en el sacerdocio de Cristo del que todos participamos: los laicos del sacerdocio común de los fieles y los ministros ordenados que, además, participan por el sacerdocio sacramentalmente. Alcanzamos entonces el equilibrio en la misma fe, el mismo bautismo, el mismo Credo, el mismo Dios y la participación del sacerdocio de Cristo aunque seamos diferentes en la diversidad de dones, carismas y ministerios que el El Espíritu suscita en la comunidad de los creyentes para la misión de todos en la misión evangelizadora de la Iglesia y para el bien de todos y de toda la humanidad, teniendo siempre a Cristo como centro de la vida de la Iglesia, a imagen de los primeros cristianos que vivían unidos, con un solo corazón y una sola alma y lo tenían todo en común (cf. Hch 2,42s y Hch 4,2s).

Ponerse «en camino juntos» significa reconocerse como Pueblo de Dios peregrino en la tierra, con la misma fe, la misma esperanza y en la misma caridad.

Esta eclesiología de comunión y participación difiere de una imagen piramidal y jerárquica de la Iglesia en la que unos administran y otros, los de abajo, reciben; en la que unos participan y otros son espectadores; en la que unos saben y otros no; en la que unos hablan y otros escuchan pasivamente… La eclesiología que exige una vida en sinodalidad requiere superar el clericalismo y construir, de una vez por todas, una comunidad eclesial – Pueblo de Dios, en la que todos (ministros ordenados, religiosos y laicos, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, con diferentes culturas) estemos sentados a la misma mesa, nos experimentemos hijos de Dios, hermanos todos, partícipes todos y corresponsables de la misión evangelizadora de la iglesia en el mundo.

«CAMINAR juntos» significa e implica una comunidad capaz de abrir caminos y de ponerse en camino, de saberse enviada (Mt 10,16-18) y misionera. «Caminar» supone una comunidad creyente, no pasiva sino activa, en movimiento, en pie, atenta, despierta, vigilante, construyendo, evangelizando con obras y palabras, «predicando el Evangelio y curando toda enfermedad y toda dolencia» (cf. Mt 9,35), para cumplir el mandato de Jesús: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio» a toda criatura (Mc 16,9-15).

Cuando Francisco nos convoca al Sínodo para la Sinodalidad, a un Sínodo en el que «caminemos juntos», sueña con esta Iglesia, este Pueblo de Dios y no piramidal, un Pueblo de hermanos en el mismo credo, Pueblo que marcha y peregrina hacia la casa del Padre, Pueblo que es «luz y sal de la tierra» por el mandamiento nuevo del amor, Pueblo de Dios en el que todos se sienten llamados, pertenecientes e igualmente importantes, Pueblo de Dios en el que todos t y todos son acogidos con la compasión y la misericordia del Padre, un Pueblo de Dios en COMUNIÓN, PARTICIPACIÓN Y MISIÓN.

Durante los años de su ministerio petrino, Francisco ha sido reiterativo en temas importantes a considerar en la relación de la Iglesia con el mundo y que seguramente ya están marcando el curso de estos años de preparación del Sínodo, como son: la evangelización de las periferias sociales y de quienes viven en ellas, «descartados» y «alejados» por una Iglesia samaritana que debe mostrarse como una Iglesia «en salida». Una Iglesia que necesita superar asimetrías y polarizaciones y hablar de los temas que interesan a toda la humanidad, de forma abierta, franca y libre de tópicos prohibidos.

El Sínodo para vivir la SINODALIDAD en la Iglesia nos pide COMUNIÓN y PARTICIPACIÓN para hacer efectiva y relevante la MISIÓN de quienes somos la IGLESIA de Cristo en el mundo.

Para ello, hemos de mirarnos «ad intra», dentro de la propia Iglesia y mirarnos «ad extra» como Iglesia peregrina en el mundo, en medio y para toda la familia humana, para lo cual, hemos de unirnos urgentemente en la sinodalidad, para tener sentido de pertenencia a y en la Iglesia, apertura, atención respetuosa, escucha, consulta, cooperación, asesoramiento, discernimiento desde el Evangelio, celebración y diálogo sincero con otras confesiones religiosas, con los alejados de la fe, con los muy diversos ambientes e instituciones de la sociedad: política, economía, cultura, trabajo, educación, grupos minoritarios de la sociedad, etc. Porque, con la luz y los valores del Evangelio, debemos iluminarlo todo y a todos.

Que estas recepciones nos iluminen, animen y guíen en el discernimiento, participación y misión que todos debemos cumplir, para «caminar juntos», en sinodalidad, como Pueblo de Dios que quiere ser sacramento de Cristo en el mundo, espacio de luz y de compasión y misericordia de Dios para todos, como -en su momento- Jesús de Nazaret fue sacramento del Padre (Jn 14,8-12).

Mario J. Paredes es miembro del Consejo de Directores de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos.

¿Por qué el temor al Sínodo?

por Rixio Portillo

Dentro de los comentarios en varios círculos eclesiásticos está la reiterada posición del temor a las discusiones del Sínodo de los obispos, de los años 2023 y 2024.

Sí los sínodos convocados por el papa Francisco, en este tiempo, han levantado un gran interés mediático, esta vez, las voces que han sonado vienen de adentro; los mismos católicos son los que opinan al respecto.

No es una invención ni una elucubración, el papa Francisco en la conferencia de prensa del vuelo de regreso de Mongolia a Roma lo indicó:

“Hace unos meses llamé a una Carmelita: “¿Cómo están las monjas, madre superiora?”, le dije a la Priora que me contestó. Y al final me dice – una carmelita no italiana –: “Santidad, tenemos miedo con el Sínodo”. “¿pero, qué paso? ¿quieren enviar una monja al Sínodo?”, le dije bromeando. Ella dice: “No, tenemos miedo de que nos cambien la doctrina”. Eso es lo que dice ella; existe esta idea”, contó el pontífice.

Anecdótico o no, la dudas y el temor están, y parece que el asunto puede tener varias razones. Incluso reconociendo que no son “malos católicos” los que dudan, al menos en el ejemplo del papa son unas hermanas religiosas del Carmelo.

¿De dónde surgen los miedos?

La primera razón pueden ser las sobre expectativas del encuentro sinodal, lo cual, es muestra de un desconocimiento de la misma realidad eclesial. Los sínodos son un órgano consultivo, no deliberativo para la toma de decisiones. Son para la escucha, la consulta, ofrecer consejos y ahora para el discernimiento, pero las decisiones siguen estando en manos del papa, y en muchas cosas más de las que parece, en manos de la Curia.

Lo segundo, la narrativa de una vocería no institucionalizada sobre el sínodo, o mejor dicho, institucionalizada a medias. Ahora parece que sobran expertos sobre el tema y todos saben dar lecciones de sinodalidad.

De igual forma comentarios interpretativos no oficiales, que tiene un rasgo más ideológico; el mismo Francisco ha dicho que el sínodo no es ideológico, y de que si lo fuese, ya podría darse por concluido.

Un ejemplo, el uso indiscriminado del adjetivo sinodal, cuando la idea original de Pablo VI fue Sínodo de los Obispos, por eso padres sinodales. Pero a más de uno se le ha ocurrido decir que la Praedicate evangelium legisló sobre el asunto, y por eso ahora el término adecuado es Sínodo, sin apellidos. Una distinción sobre sustantivo y adjetivo debería ser suficiente.

De igual forma se pasa por alto que ni la Asamblea sinodal, ni el Secretariado del Sínodo son Curia Romana, la constitución referida no prevalece sobre el órgano, por tanto, el documento que reformó dicha instancia es la Episcopalis Communio.

La otra figura que aparece en el Derecho son los Sínodos diocesanos pero no implicaría que sus miembros recibirán el adjetivo sinodal. El riesgo es un nominalismo excesivo (Cfr. EG 231).

Del dicho al hecho, como reza el refrán

Otra polémica fue una infografía publicada por la cuenta oficial del Sínodo con una síntesis de los temas encontrados en las consultas realizadas previamente. Lo cual no condiciona el resultado del mismo, más aún, muchos de esos temas forman parte de los desafíos contemporáneos en la Iglesia, e ignorarlos no parecería lo más conveniente.

Sin embargo, el Instrumentum Laboris, que recoge todos esos puntos, es un documento condenado a desaparecer, lo que menciona la Episcopalis Communio es que el documento final votado podría ser aceptado como magisterio ordinario, y no el Instrumentum Laboris.

En los sínodos anteriores hubo muchos asuntos que no pasaron al documento final, y otros más del documento final que no figuran en las Exhortaciones Apostólicas.

Por ello, el miedo al sínodo podría ser por una narrativa no clara ni diáfana sobre sus alcances, más que por la realidad misma de lo que se dirá.

El papa Francisco, al incluir en la lista a los cardenales Müller, Ladaria y Fernández, está dejando claro que no pretende un monolítico modelo eclesial, pero sí la unidad y la comunión.

El Sínodo puede ser una oportunidad de encuentro y comunión, para detener o minimizar la esteril e ideológica polarización.

Por Rixio Gerardo Portillo. Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey.

Ser facilitador del Sínodo

Leonardo Lima Gorosito: Ser facilitador en el Sínodo, ver “la manera como el Espíritu está hablando entre las personas”

Leonardo Lima Gorosito

«El facilitador tiene la bendición de poder ir viendo de alguna manera cuál es el proceso, cuál es la manera como el Espíritu está hablando entre las personas y también tenemos la gracias de ver cuales son los dones que se dan en la conversación espiritual»

«La diversidad es un don y una gracia para la Iglesia, y una Iglesia sinodal, sin duda tiene que ser diversa»

«Cuando se está en el momento de la conversación espiritual no hay jerarquía, hay humanidad, hay personas llamadas, y se vive mucho algo circular, que estamos en torno de algo, pero a un mismo nivel»

«Formarse en esto de ser facilitador, en ayudar a que la conversación sea lo que dinamice las organizaciones, las estructuras»

Por Luis Miguel Modino, corresponsal en Latinoamérica

En la Asamblea del Sínodo 2021-2024 se ha establecido una figura nueva, la del facilitador. Uno de ellos es el laico uruguayo Leonardo Lima Gorosito, que ve su figura como alguien que “tiene la bendición de poder ir viendo de alguna manera cuál es el proceso, cuál es la manera como el Espíritu está hablando entre las personas”.

Se trata de llegar a la sintonía, de ver la diversidad como “un don y una gracia para la Iglesia”, insistiendo en que “una Iglesia sinodal, sin duda tiene que ser diversa”. Una Iglesia en la que se vive la circularidad, algo a lo que ayuda la conversación espiritual, donde “no hay jerarquía, hay humanidad, hay personas llamadas”, que están “en torno de algo, pero a un mismo nivel”.

“Es un camino que hay que recorrer, algo que va a tener que irse introduciendo en la vida de las comunidades”, insiste Lima Gorosito, en el que hay que formarse y dar pasos concretos para que “la conversación sea lo que dinamice las organizaciones, las estructuras”.

Una de las novedades de la Asamblea Sinodal a ser realizada en octubre es el trabajo en las llamadas comunidades para el discernimiento, en las que habrá un facilitador. ¿Cómo alguien que asumirá ese papel, qué es lo que significa?

En lo personal, la verdad es que es una bendición poder participar como facilitador. Es un rol de ayuda, de sustento de la dinámica de la conversación espiritual y lo que buscamos es que el método ayude al encuentro profundo de las personas en un clima de oración, de apertura al Espíritu.

El facilitador tiene la bendición de poder ir viendo de alguna manera cuál es el proceso, cuál es la manera como el Espíritu está hablando entre las personas y también tenemos la gracias de ver cuales son los dones que se dan en la conversación espiritual.

¿Cómo el Espíritu ayuda a avanzar en la sinodalidad?

El Espíritu es sin duda el gran artífice de todo esto, porque en lo que he visto en las instancias de conversación espiritual, el poder llegar a sintonía no necesariamente estando de acuerdo en todo o señalando las cosas en el mismo sentido, pero poder llegar a sintonía, llegar a la fraternidad, a la fraternidad se llega muy rápidamente, se ve como la acción del Espíritu hace llegar.

La Palabra de Dios nos dice que hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. La diversidad es algo bueno, el Papa Francisco insiste mucho en eso. ¿Por qué nos cuesta tanto en la Iglesia aceptar a quien es diverso y las opiniones diferentes?

Celebro sin duda la diversidad. El Sínodo nos está señalando la igual dignidad de todos los bautizados y eso desarma cualquier otra pretensión de que puede haber algunos que van a ser bien recibidos y otros no, algunos que vamos a salvarnos y otros que no vamos a salvarnos. Esas cosas no tienen nada que ver con el Espíritu, ni el Espíritu de Jesús, ni con el Espíritu de Dios mismo.

La diversidad es un don y una gracia para la Iglesia, y una Iglesia sinodal, sin duda tiene que ser diversa. A veces hay como resistencias, se mal entiende cuál es el rol de las personas o a qué somos llamados, pero también la sinodalidad nos ha mostrado que en la medida que es un proceso necesitamos transitarlo y eso va a ir ayudando y sanando.

Hablas de igual dignidad del Bautismo. Eres laico y vas a facilitar un grupo donde la mayoría son obispos, con otras vocaciones y ministerios. ¿Podemos decir que esa dinámica que el Papa Francisco ha querido impulsar en este Sínodo refuerza esa dignidad bautismal, refuerza una Iglesia donde el sacramento fundamental es el Bautismo?

Sin duda, a partir de los textos preparatorios para el Sínodo y lo que fueron las experiencias continentales y diocesanas, lo que se vivenció mucho en la Etapa Continental, la igual dignidad tuvo una expresión que para mí fue linda, no sentimos la piramidalidad de la Iglesia, sino que sentimos mucha horizontalidad, te diría que, hasta circularidad, en el sentido de que estábamos todos en el mismo plano, reunidos en torno de algo y no había nivel jerárquico.

Es lo que sucede en la conversación espiritual, cuando se está en el momento de la conversación espiritual no hay jerarquía, hay humanidad, hay personas llamadas, y se vive mucho algo circular, que estamos en torno de algo, pero a un mismo nivel.

En los encuentros regionales de la Etapa Continental del Sínodo se vivió esa circularidad en los círculos para el discernimiento. ¿Eso se ha asumido bien, es posible vivir y caminar así, es posible construir la Iglesia a partir de esa circularidad?

Sin duda, la experiencia fue maravillosa, personalmente me quedé muy lleno del Espíritu, en el sentido de que fue de mucha gracia. Es un camino que hay que recorrer, algo que va a tener que irse introduciendo en la vida de las comunidades. La conversación espiritual es una gran herramienta y hay que apostar a eso, es el momento de hacerlo y estamos en camino.

Dices que hay que introducirlo en la vida de las comunidades, ¿qué pasos deben ser dados para eso?

Hay que identificar, porque en todas las comunidades hay gente que facilita el diálogo, hay que identificar a las personas que hacen eso posible en las comunidades, y luego tal vez formarse en esto de ser facilitador, en ayudar a que la conversación sea lo que dinamice las organizaciones, las estructuras. Que, en los consejos diocesanos, en los consejos parroquiales, pueda existir este tipo de instancia, facilitaría mucho la tarea. Hay que formarse en esto y darle cabida.

Del Concilio Vaticano II (1962) al Sínodo del Papa Francisco (2022)

El Camino Sinodal tiene que «empoderarse»

Iglesia

La finalidad del Sínodo al igual que el Concilio Vaticano II, sigue siendo «comunión participación y misión». El Concilio Vaticano II se hizo a sí mismo

A eso hoy día, el moralista Marciano Vidal, lo llama ‘empoderamiento’. Fue una ‘intuición’. «…Que entendí como voz de lo alto…» dijo Juan XXIII

Juan XXIII cambió la relación de la Iglesia con el mundo. Hay que ser amigos. El mundo es de verdad en donde tenemos que realizarnos. El Concilio hoy renace en el Camino Sinodal. El Camino Sinodal tiene que «empoderarse»

Por José Manuel Coviella Corripio

De aquella magna asamblea (Concilio Vaticano II) al Sínodo presente

La finalidad del Sínodo al igual que el Concilio Vaticano II, sigue siendo “comunión participación y misión”. El Concilio Vaticano II se hizo a sí mismo. A eso hoy día, el moralista Marciano Vidal, lo llama “empoderamiento”. Se empoderó. Fue una “intuición”. “…Que entendí como voz de lo alto…” dijo Juan XXIII …Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del Concilio…”. Esa intuición era algo inaudito. No se comprendía. “Sentí por dentro una intuición que yo comprendí como voz del Espíritu Santo…” (Juan XXIII)

Necesidad de empoderamiento

Por empoderamiento se conoce el proceso por medio del cual se dota a un individuo, comunidad o grupo social de un conjunto de herramientas para aumentar su fortaleza, mejorar sus capacidades y acrecentar su potencial, todo esto con el objetivo de que pueda mejorar.

La palabra, proviene del inglés, del verbo to empower, que en español se traduce como ‘empoderar’, del cual a su vez se forma el sustantivo empoderamiento.

Empoderar, significa desarrollar el potencial y la importancia de las acciones y decisiones para afectar su vida positivamente. El empoderamiento se refiere, al proceso de conceder poder a un colectivo, comunidad o grupo social. En el plano individual, el empoderamiento se refiere a la importancia de que las personas desarrollen capacidades y habilidades para que puedan hacer valer su rol y mejorar su situación.

En el discurso inaugural de Juan XXIII “Gaudet Mater Ecclesia” (11 de octubre de 1962, se dijo:
“…Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación…La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo difusamente la enseñanza de los Padres y Teólogos antiguos y modernos…Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del «depositum fidei», y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral…”

Juan XXIII cambió la relación de la Iglesia con el mundo. Hay que ser amigos. El mundo es de verdad en donde tenemos que realizarnos. El Concilio hoy renace en el Camino Sinodal. El Camino Sinodal tiene que “empoderarse”. El Concilio fue Concilio Vaticano II ecuménico porque se empoderó. El Camino Sinodal será Camino Sinodal si se empodera.

De la teología del Vaticano II al Camino Sinodal. “Jerarquía de verdades”

Algunos ejemplos ilustrativos. En el decreto “Unitatis Redintegratio” , se dice en relación con “la forma de expresar y de exponer la doctrina de la fe“ (nº11) que “… finalmente, en el diálogo ecumenista los teólogos católicos, bien imbuidos de la doctrina de la Iglesia, al tratar con los hermanos separados de investigar los divinos misterios, deben proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. Al confrontar las doctrinas no olviden que hay un orden o «jerarquía» de las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana. De esta forma se preparará el camino por donde todos se estimulen a proseguir con esta fraterna emulación hacia un conocimiento más profundo y una exposición más clara de las incalculables riquezas de Cristo (Cf. Ef., 3,8)”.

Creer en la divinidad de Cristo, no es lo mismo que creer en las prácticas de ayuno y abstinencia. Hay una “jerarquía de verdades”; por lo tanto cuando dialoguemos, sepamos tener en cuenta la jerarquía en los temas motivo de diálogo. Y lo mismo se puede decir en el modo y contenido de las predicaciones.

·…en el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación…”

En el campo de la moral, también hay jerarquía de verdades. Efectivamente. El Papa Francisco en el primer documento “Evangelium Gaudium”, plasma que eso que dijo el Concilio en el decreto “Unitatis Redintegratio” para la dogmática, también sirve para la moral.

En la exhortación “Evangelii Gaudium” nº 36, se dice “…Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral.

En el nº 37. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6).

En el nº 246. “…Dada la gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente en Asia y en África, la búsqueda de caminos de unidad se vuelve urgente. Los misioneros en esos continentes mencionan reiteradamente las críticas, quejas y burlas que reciben debido al escándalo de los cristianos divididos. Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio…”

En el Decreto Optatam totius nº 16. “…Renuévense igualmente las demás disciplinas teológicas por un contacto más vivo con el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, más nutrida de la doctrina de la Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obligación que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad…”

Crisis de los misiles en Cuba. El problema de la guerra. Mentalidad nueva

Si el Concilio Vaticano II coincidió su inauguración con la crisis de los misiles en Cuba, es decir, el conflicto diplomático entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba en octubre de 1962, generado a raíz de la toma de conocimiento por parte de Estados Unidos de la existencia de bases de misiles nucleares de alcance medio del ejército soviético en Cuba.

En 1962 la Iglesia nos hacía estas preguntas: ¿Qué vamos a hacer? ¿Queremos seguir pasando el tiempo en discusiones sobre los problemas internos de la Iglesia cuando los dos tercios de la humanidad mueren de hambre? ¿Qué podemos decir nosotros ante el problema del subdesarrollo? ¿Mostramos preocupación ante los grandes problemas de la humanidad?”.

Un tema importante y de máxima actualidad es el referente a la guerra. En el Concilio Vaticano II, en la Constitución “Gaudium set Spes” nº 80, es donde explica lo de la guerra y cómo ha cambiado la situación de la guerra.

Sobre la guerra total, dice el Concilio: “…Todo esto nos obliga a examinar la guerra con mentalidad totalmente nueva. Sepan los hombres de hoy que habrán de dar muy seria cuanta de sus acciones bélicas. Pues de sus determinaciones presentes dependerá en gran parte el curso de los tiempos venideros…. Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones…”

El Papa Francisco retoma en “Fratelli Tutti”, la idea de la “mentalidad nueva”. Así en una nota dice. “Ya no sirve la teoría de la guerra justa…”

En el nº 258 “….no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra!. Fue san Agustín, quien forjó la idea de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos, dijo que «dar muerte a la guerra con la palabra, y alcanzar y conseguir la paz con la paz y no con la guerra, es mayor gloria que darla a los hombres con la espada» (Epístola 229, 2: PL 33, 1020).)

Y el Papa Francisco dice también que el uso del arma nuclear es inmoral. Lo dijo el Concilio Vaticano II. Hay que pensar la guerra con mentalidad nueva. El Concilio Vaticano ii aceptó la disuasión nuclear y no dijo nada de la posesión de armas nucleares. Ahora el Papa Francisco, dice que no solo el uso de armas nucleares es inmoral, sino la posesión del arma nuclear es inmoral.

Crisis de Ucrania

En 2022 la sociedad vuelve a estar en peligro de una guerra nuclear (la crisis de Ucrania).

Estamos saliendo de una pandemia cuyos efectos devastadores perdurarán durante tiempo afectando sobre todo a los países más pobres y la guerra nuclear es una nueva amenaza real con su epicentro en Ucrania. Los bloques políticos acrecientan su enfrentamiento y el armamentismo parece  ser su única alternativa de seguridad.

El papa Francisco advirtió (9-10-22) que la humanidad «atraviesa momentos difíciles» y «corre un grave peligro”. Pidió aprender de la historia y no olvidar el peligro de guerra nuclear que amenazaba el mundo hace 60 años, durante el periodo en el que inició el Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962. ”No podemos olvidar el peligro de guerra nuclear que en aquel entonces amenazaba al mundo. ¿Por qué no aprender de la historia?», dijo Francisco en referencia a la crisis de los misiles entre Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Hoy 2022 la Iglesia nos vuelve a hacer estas preguntas: ¿Qué vamos a hacer ante tantas víctimas de la pobreza, frente a  “un sistema económico que mata” y ante un mundo que camina hacia su “autodestrucción” conducido  por los explotadores de la naturaleza? En pleno siglo XXI, los problemas graves de la humanidad siguen vigentes. Y la Iglesia no puede permanecer indiferente; es necesario reexaminar la enseñanza cristiana.

Una cosa es el depósito de la Fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra doctrina, y otra el modo de proclamarlas, pero siempre en el mismo sentido y significado. La Iglesia siempre ha condenado los errores. Y en la época actual, prefiere utilizar la medicina de la misericordia antes que tomar comportamientos severos; piensa que debe responder a las necesidades de hoy exponiendo el valor de su enseñanza más claramente que condenándola”. Hoy también se quiere un aggiornamento. Es preciso abrir la Iglesia al pluralismo y diálogo con el mundo. La Iglesia “en salida”. Y urge, asimismo, que la Iglesia continúe renovándose a la luz del Evangelio.

La Iglesia en sintonía con lo signos de los tiempos

Hoy la Iglesia maneja documentos (los del Papa Francisco), que responden a una evolución de iglesia y esos documentos (los nuevos), comenzando por el documento programático: la “Evangelii Gaudium”, no ofrece dificultad alguna al Concilio Vaticano II, sino todo lo contrario, lo hace más actual, lo concreta.

Así la exhortación “Amoris Laetitia” manifiesta una orientación nueva mirando a los intereses teológicos y las sensibilidades del pueblo cristiano. La encíclica sobre la casa común supone una revolución en la línea de las encíclicas sociales. Con el término revolución quiero indicar tema nuevo.

La encíclica “Fratelli tutti” que es un cuadro de lo que podría ser el mundo entero, si se dejara guiar por el principio de la fraternidad, principio que proviene de la Revelación cristiana, pero que es compartido por otras religiones. El Papa ha querido poner esto de relieve. Y además es un principio que proviene y es consonante con la cultura occidental de la modernidad. En los números en los que alude a la guerra, suponen un cambio cualitativo del paradigma de la guerra. Y es la concreción del Concilio Vaticano II cuando dice que “hay que pensar la guerra con mentalidad totalmente nueva”. El Concilio pensó con mentalidad totalmente nueva; ahora el Papa Francisco dice que hay que pensar con mentalidad nueva la totalidad de la guerra.

Muchos, por no decir todos los problemas de interpretación teológica que hoy tienen lugar, suceden por no atender y seguir el Magisterio del Papa Francisco

Pautas a seguir

1º.- La Iglesia, como pueblo de bautizados, es el sujeto capital para la misión.

2º.- Tener siempre presente, ante los signos de los tiempos, el aggiornamento hoy vigente y del que habló el Concilio Vaticano II.

3º.- Saber leer siempre esos signos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de manera que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones. Los seres humanos se hallan en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Jamás el ser humano, tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria.

4º.- Del ‘extra ecclesiam, nulla salus’ (fuera de la Iglesia, no hay salvación) al ‘extra mundum, nulla salus’ (fuera del mundo, no hay salvación); es en este mundo  donde se realiza la salvación. Y hoy se insiste y urge añadir el ‘extra pauperes, nulla salus’ (fuera de los pobres, no hay salvación). 

5º.- Se quiere pasar de una Iglesia piramidal a una Iglesia circular: de una Iglesia cerrada en sí misma, a una orientada hacia el mundo y sus problemas más urgentes, hacia los pobres, es decir, una  “Iglesia en salida”.

6º.- De una Iglesia que se situaba como centro de la humanidad y referencia imprescindible, a cuyo criterio debía someterse la sociedad y sus formas de gobierno, se pasa a una Iglesia dialogante y que se deja interpelar; de una Iglesia eclesiocéntrica a una Iglesia circuncéntrica; de una Iglesia unicéntrica a una Iglesia policéntrica y plural.

7º.- De una Iglesia jerarquizada y clerical a una iglesia de hermanos bautizados donde todos son escuchados y donde la autoridad se entiende como servicio. De una Iglesia de las periferias y de los pobres frente a una Iglesia de las catedrales y curias. Una Iglesia siempre en diálogo y teniendo como espejo el Evangelio.

8º.-El proceso sinodal, propone la renovación a fondo de la Iglesia para que caminando juntos, como Pueblo de bautizados,  seamos capaces de ofrecer esperanza y respuestas eficaces. Tenemos que aceptar la diversidad en aquello que es discutible y mostrar unidad en los principios fundamentales de nuestra fe.

9º.-Habría que aterrizar en reformas concretas que afecten tanto a la estructura clerical (centralidad de la comunidad, respeto a los carismas y a la diversidad de ministerios, elección de responsables, celibato opcional, igualdad de la mujer…) como a la pastoral (reformas de los sacramentos, economía eclesial, consejo pastoral decisorio…).

10º.-Testimoniar el rostro de una Iglesia «madre amorosa de todos, benigna, paciente, llena de misericordia», capaz de cercanía y de ternura, capaz de acompañar a quien está en la oscuridad y en la necesidad. Una Iglesia que no confía en sí misma y que no persigue el poder mundano ni el protagonismo mediático, sino que permanece humildemente detrás de su Señor, confiando sólo en Él.

«Cristo es la luz de los pueblos”. La Iglesia no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo, («fulget Ecclesia non suo sed Christi lumine»), dice san Ambrosio. Existe, pues, solo una luz: en esta única luz resplandece también la Iglesia. Si es así, entonces el anuncio del Evangelio no puede hacerse más que en el diálogo y en la libertad, renunciando a cualquier medio de coerción, ya sea material o espiritual. La sinodalidad es ante todo una manera de ser y de operar de la Iglesia.

El laico (superar la concepción de ministerios ordenados y no ordenados) debe ser considerado como sujeto de la acción eclesial y no puede ser oyente pasivo. “No hago nada sin el consejo de los presbíteros y el consenso del pueblo”, decía San Cipriano, obispo de Cartago. Y así propiciar una Iglesia que no sea clerical; una Iglesia que salga de lo ritual para ser una Iglesia más humana y cercana a todos, involucrando al mayor número posible de bautizados, sin excepción, apuntando a cambios de mentalidad.

Algo se mueve en la Iglesia y no queremos verlo

escrito por  Manu Andueza

El jueves 27 de octubre nos encontramos con un par de hechos significativos dentro del entono eclesial.

Por un lado, el cardenal Muller acudía a España, invitado por la fundación San Pablo CEU que organizaba un congreso sobre Benedicto XVI y donde participo también en el real Casino de Madrid con una conferencia sobre san Juan Pablo II. Estaba arropada por Rouco Varela, Martínez Camino, Reig Pla, Munilla. Sin ningún pudor se atrevió a lanzar la idea de que el Concilio Vaticano II suponía un peligro para la Iglesia ya que desde él esta iba a la deriva.

Por otro lado, el mismo día, se publicaba por parte de la Secretaria General del Sínodo el Documento de Trabajo para la etapa continental. Se trata de un documento honesto y valiente, que sorprende y no poco. Tal vez nunca había habido un documento eclesial como este, con una autocrítica tan clara y con tal nivel de honestidad. Intenta recoger lo que ha salido hasta ahora en los diferentes encuentros locales. Es valiente porque no esconde temas tratados que hasta ahora estaban ausentes en el diálogo eclesial público.

El documento insiste en la importancia del bautismo como elemento fundamental que otorga carácter de igualdad a todo cristiano sobre el que se sustenta la dignidad de este. Critica con dureza el clericalismo y no niega la existencia de sacerdotes y obispos instalados en él y con mentalidad de sentirse superiores que generan trabas en la sinodalidad eclesial.

Con la imagen tomada de Isaías de ensanchar la tienda aboga claramente por escuchar, acoger y dar palabra dentro de la Iglesia, citando directamente a colectivos que han sido obviados y que no pueden ni deben ser silenciados. Aquí encontramos a las mujeres -insiste mucho en su participación dentro de la Iglesia-, divorciadoscolectivo LGTIBQ, curas que han abandonado el ministerio para casarse, hijos de curas -reconoce su existencia y dice que no pueden ser olvidados-, personas con discapacidades, los jóvenes, empobrecidos, ancianos, pobres, pueblos indígenas, alcohólicos, drogadictos, presos, víctimas de abusos (dentro y fuera de la Iglesia), personas abandonadas, quienes han caído en la delincuencia y la prostitución, colectivos marginados…

El documento insiste en el diálogo, en la participación y en la corresponsabilidad. También alude al miedo de muchos a que esto no suponga nada dentro de la Iglesia o no genere ningún cambio.

Todo ello supone modificar estructuras e instituciones. Lo afronta de cara, sin miedo y como pregunta, de manera que permita generar modelos y espacios de sinodalidad. No es una tarea cerrada, sino una labor a trabajar en la que todos tenemos algo que aportar. Por ejemplo, pide ayuda a las facultades de teología para dar razón y formar en estos espacios de sinodalidad así como en la reflexión de las experiencias y prácticas que se están dando. Insiste mucho en la formación de una cultura sinodal para que los cambios necesarios puedan darse. Y todo ello sin olvidar en ningún momento la importancia de la espiritualidad y el arraigo de la sinodalidad en la liturgia.

Acaba el documento indicando cuáles son los siguientes pasos a dar. Pasos que tendrían que llevarnos a un camino de conversión y reforma.

Habrá que ver a donde nos lleva todo esto. Conscientes de las dificultades que hay, y de la oposición a dichas modificaciones en la Iglesia como pudo verse en el encuentro en que participó el Cardenal Muller, podemos afirmar que la tarea no es sencilla. Pero al mismo tiempo se van abriendo nuevas ventanas en la Iglesia que pueden permitir respirar otros aires, posiblemente más evangélicos, que algunos de los actuales.

Habrá que ver si el Sínodo posibilita realmente un cambio en las dinámicas eclesiales. Sería interesante que como mínimo se pudieran generar nuevas maneras de organización local que posibiliten los cambios y acogidas que el documento, después de escuchar la voz de muchas personas, invita a realizar. Esperemos a ver qué pasa.

De momento, no perdamos la esperanza -que no es lo mismo que optimismo- y preparémonos para lo que vaya viniendo. Acabo recomendando la charla inaugural del curso en Cristianisme i Justícia, a cargo de Cristina Inogés, en total sintonía con el documento aquí comentado

La Iglesia en Sinodalidad (I)

Por Prisciliano Cordero del Castillo 

El papa Francisco, en su esfuerzo por acercar la Iglesia a una sociedad cada vez más secularizada y cambiante, ha diseñado un nuevo método que ha llamado «Sínodo de la Sinodalidad» y que consiste en un camino de reflexión que implica a todos los bautizados: obispos, sacerdotes y laicos y les compromete a participar de forma más activa en la vida de la Iglesia. Pero, qué es un sínodo? El Sínodo es un organismo consultivo creado por Pablo VI en el marco del Concilio Vaticano II, para pedir a obispos de todo el mundo que participen en el gobierno de la Iglesia, aconsejando al Papa sobre asuntos de interés universal. Por su parte, la Sinodalidad es un proceso de reflexión que involucra a millones de bautizados  (sacerdotes, religiosos, laicos, hombres, mujeres, jóvenes, adultos…) para mejorar la participación de todos los creyentes en la misión que tiene la Iglesia de llevar el Evangelio al mundo de hoy. La convocatoria del Sínodo sobre la Sinodalidad se ha convertido en el proceso consultivo más extenso que jamás haya tenido la Iglesia.

El Sínodo de la Sinodalidad se inauguró en el Vaticano el 9 de octubre de 2021. Luego, durante varios meses, se desarrolló una fase diocesana de consulta a las iglesias locales, y un año después, en octubre de 2022, se abrió la fase continental, para que las Conferencias Episcopales de todo el mundo profundicen en las conclusiones de las Iglesias locales. Esta fase durará hasta octubre de 2023. El itinerario sinodal supone una fase diocesana: octubre 2021-agosto 2022, ya realizada; una fase continental: de octubre de 2022 a marzo de 2023, en proceso de realización; y una fase de la Iglesia universal, que se realizará en octubre de 2023 y octubre 2024.

En la fase diocesana, las Iglesias particulares y otros grupos eclesiales reflexionaron a partir del Documento Preparatorio, enviado por Roma para consultar la opinión del total de los creyentes. Al finalizar esta etapa, cada diócesis envió sus conclusiones a su Conferencia Episcopal. Por su parte, cada conferencia episcopal redactó una síntesis para enviar a Roma. Roma recibió también las aportaciones del resto de organismos e instituciones a los que había enviado el Documento Preparatorio y con todas las contribuciones redactó el Documento para la Etapa Continental.

Tres meses después de la apertura del proceso sinodal, la Secretaría General del Sínodo expresaba su «gran satisfacción» por el progreso del Sínodo a nivel local. También afirmaba que el Sínodo ha sido acogido «con alegría y entusiasmo» en países de África, América Latina y Asia.

Por otra parte, el documento redactado cita como dificultades  «el miedo y la reticencia que se dan entre algunos grupos de fieles y entre el clero» y  «cierta desconfianza entre los laicos, que dudan que su contribución sea realmente tenida en cuenta». Otras complicaciones añadidas son la pandemia, que limitó las reuniones presenciales; la necesidad de formación, para que el Sínodo «no se reduzca a un debate parlamentario»; la necesidad de encontrar formas para mejorar la participación de los jóvenes; la implicación de personas que viven al margen de las instituciones eclesiales.

Como conclusión, «la novedad del proceso sinodal» está suscitando «mucha alegría y dinamismo», pero también «una serie de incertidumbres  que deben ser abordadas», reconocen desde la Secretaría General.

La segunda fase del Sínodo de la Sinodalidad terminará en marzo de 2023. El objetivo es que la Iglesia, a nivel continental o regional, dialogue sobre las aportaciones realizadas por las Iglesias particulares. Sigue siendo un tiempo de escucha y de discernimiento de todo el pueblo de Dios para reflexionar sobre el tema principal del Sínodo: «Cómo caminamos juntos hoy».

Cuando le preguntaron al secretario general del Sínodo, el cardenal Grech, ¿cómo iban a funcionar estas asambleas continentales?, respondió que eso dependía de cada asamblea, pues son estas las que deciden donde se reunirán y quienes participarán. Y añadió que los organizadores europeos «ya han decidido celebrar la asamblea continental en Praga, en febrero de 2023».

La fase continental debe basarse en el documento de trabajo redactado a partir de las conclusiones de la fase diocesana, que establece que  «es necesaria una reforma permanente de la Iglesia, de sus estructuras y de su estilo». No toma una postura definitiva sobre los asuntos más polémicos que han aparecido en la fase diocesana, como el papel de la mujer en la Iglesia, el acceso a la comunión de divorciados vueltos a casar, las reformas en los ministerios o las bendiciones a parejas homosexuales.

La fase continental terminará con un documento final por cada región, que remitirán a Roma. Con todo este material, la Secretaría General Permanente del Sínodo redactará un informe (el Instrumentum laboris), que será enviado a los padres sinodales para la primera sesión de la Asamblea episcopal, en octubre de 2023. Esta asamblea, una vez estudiado el informe, redactará el documento final que presentarán al papa Francisco.

Este es el largo recorrido que tiene que hacer la sinodalidad para hacer llegar al papa Francisco lo que piensan las bases de la Iglesia.

De aquella magna asamblea (Concilio Vaticano II) al Sínodo presente

La finalidad del Sínodo al igual que el Concilio Vaticano II, sigue siendo “comunión participación y misión”. El Concilio Vaticano II se hizo a sí mismo. A eso hoy día, el moralista Marciano Vidal, lo llama “empoderamiento”. Se empoderó. Fue una “intuición”. “…Que entendí como voz de lo alto…” dijo Juan XXIII …Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del Concilio…”. Esa intuición era algo inaudito. No se comprendía. “Sentí por dentro una intuición que yo comprendí como voz del Espíritu Santo…” (Juan XXIII)

Necesidad de empoderamiento

Por empoderamiento se conoce el proceso por medio del cual se dota a un individuo, comunidad o grupo social de un conjunto de herramientas para aumentar su fortaleza, mejorar sus capacidades y acrecentar su potencial, todo esto con el objetivo de que pueda mejorar.

La palabra, proviene del inglés, del verbo to empower, que en español se traduce como ‘empoderar’, del cual a su vez se forma el sustantivo empoderamiento.

Empoderar, significa desarrollar el potencial y la importancia de las acciones y decisiones para afectar su vida positivamente. El empoderamiento se refiere, al proceso de conceder poder a un colectivo, comunidad o grupo social. En el plano individual, el empoderamiento se refiere a la importancia de que las personas desarrollen capacidades y habilidades para que puedan hacer valer su rol y mejorar su situación.

En el discurso inaugural de Juan XXIII “Gaudet Mater Ecclesia” (11 de octubre de 1962, se dijo:
“…Iglesia no ha asistido indiferente al admirable progreso de los descubrimientos del ingenio humano, y nunca ha dejado de significar su justa estimación…La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo difusamente la enseñanza de los Padres y Teólogos antiguos y modernos…Una cosa es la substancia de la antigua doctrina, del «depositum fidei», y otra la manera de formular su expresión; y de ello ha de tenerse gran cuenta —con paciencia, si necesario fuese— ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral…”

Juan XXIII cambió la relación de la Iglesia con el mundo. Hay que ser amigos. El mundo es de verdad en donde tenemos que realizarnos. El Concilio hoy renace en el Camino Sinodal. El Camino Sinodal tiene que “empoderarse”. El Concilio fue Concilio Vaticano II ecuménico porque se empoderó. El Camino Sinodal será Camino Sinodal si se empodera.

De la teología del Vaticano II al Camino Sinodal. “Jerarquía de verdades”

Algunos ejemplos ilustrativos. En el decreto “Unitatis Redintegratio” , se dice en relación con “la forma de expresar y de exponer la doctrina de la fe“ (nº11) que “… finalmente, en el diálogo ecumenista los teólogos católicos, bien imbuidos de la doctrina de la Iglesia, al tratar con los hermanos separados de investigar los divinos misterios, deben proceder con amor a la verdad, con caridad y con humildad. Al confrontar las doctrinas no olviden que hay un orden o «jerarquía» de las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana. De esta forma se preparará el camino por donde todos se estimulen a proseguir con esta fraterna emulación hacia un conocimiento más profundo y una exposición más clara de las incalculables riquezas de Cristo (Cf. Ef., 3,8)”.

Creer en la divinidad de Cristo, no es lo mismo que creer en las prácticas de ayuno y abstinencia. Hay una “jerarquía de verdades”; por lo tanto cuando dialoguemos, sepamos tener en cuenta la jerarquía en los temas motivo de diálogo. Y lo mismo se puede decir en el modo y contenido de las predicaciones.

·…en el anuncio del Evangelio es necesario que haya una adecuada proporción. Ésta se advierte en la frecuencia con la cual se mencionan algunos temas y en los acentos que se ponen en la predicación…”

En el campo de la moral, también hay jerarquía de verdades. Efectivamente. El Papa Francisco en el primer documento “Evangelium Gaudium”, plasma que eso que dijo el Concilio en el decreto “Unitatis Redintegratio” para la dogmática, también sirve para la moral.

En la exhortación “Evangelii Gaudium” nº 36, se dice “…Todas las verdades reveladas proceden de la misma fuente divina y son creídas con la misma fe, pero algunas de ellas son más importantes por expresar más directamente el corazón del Evangelio. En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado. En este sentido, el Concilio Vaticano II explicó que «hay un orden o “jerarquía” en las verdades en la doctrina católica, por ser diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana». Esto vale tanto para los dogmas de fe como para el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, e incluso para la enseñanza moral.

En el nº 37. Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6).

En el nº 246. “…Dada la gravedad del antitestimonio de la división entre cristianos, particularmente en Asia y en África, la búsqueda de caminos de unidad se vuelve urgente. Los misioneros en esos continentes mencionan reiteradamente las críticas, quejas y burlas que reciben debido al escándalo de los cristianos divididos. Si nos concentramos en las convicciones que nos unen y recordamos el principio de la jerarquía de verdades, podremos caminar decididamente hacia expresiones comunes de anuncio, de servicio y de testimonio…”

En el Decreto Optatam totius nº 16. “…Renuévense igualmente las demás disciplinas teológicas por un contacto más vivo con el misterio de Cristo y la historia de la salvación. Aplíquese un cuidado especial en perfeccionar la teología moral, cuya exposición científica, más nutrida de la doctrina de la Sagrada Escritura, explique la grandeza de la vocación de los fieles en Cristo, y la obligación que tienen de producir su fruto para la vida del mundo en la caridad…”

Crisis de los misiles en Cuba. El problema de la guerra. Mentalidad nueva

Si el Concilio Vaticano II coincidió su inauguración con la crisis de los misiles en Cuba, es decir, el conflicto diplomático entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba en octubre de 1962, generado a raíz de la toma de conocimiento por parte de Estados Unidos de la existencia de bases de misiles nucleares de alcance medio del ejército soviético en Cuba.

En 1962 la Iglesia nos hacía estas preguntas: ¿Qué vamos a hacer? ¿Queremos seguir pasando el tiempo en discusiones sobre los problemas internos de la Iglesia cuando los dos tercios de la humanidad mueren de hambre? ¿Qué podemos decir nosotros ante el problema del subdesarrollo? ¿Mostramos preocupación ante los grandes problemas de la humanidad?”.

Un tema importante y de máxima actualidad es el referente a la guerra. En el Concilio Vaticano II, en la Constitución “Gaudium set Spes” nº 80, es donde explica lo de la guerra y cómo ha cambiado la situación de la guerra.

Sobre la guerra total, dice el Concilio: “…Todo esto nos obliga a examinar la guerra con mentalidad totalmente nueva. Sepan los hombres de hoy que habrán de dar muy seria cuanta de sus acciones bélicas. Pues de sus determinaciones presentes dependerá en gran parte el curso de los tiempos venideros…. Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones…”

El Papa Francisco retoma en “Fratelli Tutti”, la idea de la “mentalidad nueva”. Así en una nota dice. “Ya no sirve la teoría de la guerra justa…”

En el nº 258 “….no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”. ¡Nunca más la guerra!. Fue san Agustín, quien forjó la idea de la “guerra justa” que hoy ya no sostenemos, dijo que «dar muerte a la guerra con la palabra, y alcanzar y conseguir la paz con la paz y no con la guerra, es mayor gloria que darla a los hombres con la espada» (Epístola 229, 2: PL 33, 1020).)

Y el Papa Francisco dice también que el uso del arma nuclear es inmoral. Lo dijo el Concilio Vaticano II. Hay que pensar la guerra con mentalidad nueva. El Concilio Vaticano ii aceptó la disuasión nuclear y no dijo nada de la posesión de armas nucleares. Ahora el Papa Francisco, dice que no solo el uso de armas nucleares es inmoral, sino la posesión del arma nuclear es inmoral.

Crisis de Ucrania

En 2022 la sociedad vuelve a estar en peligro de una guerra nuclear (la crisis de Ucrania).

Estamos saliendo de una pandemia cuyos efectos devastadores perdurarán durante tiempo afectando sobre todo a los países más pobres y la guerra nuclear es una nueva amenaza real con su epicentro en Ucrania. Los bloques políticos acrecientan su enfrentamiento y el armamentismo parece  ser su única alternativa de seguridad.

El papa Francisco advirtió (9-10-22) que la humanidad «atraviesa momentos difíciles» y «corre un grave peligro”. Pidió aprender de la historia y no olvidar el peligro de guerra nuclear que amenazaba el mundo hace 60 años, durante el periodo en el que inició el Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962. ”No podemos olvidar el peligro de guerra nuclear que en aquel entonces amenazaba al mundo. ¿Por qué no aprender de la historia?», dijo Francisco en referencia a la crisis de los misiles entre Cuba, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Hoy 2022 la Iglesia nos vuelve a hacer estas preguntas: ¿Qué vamos a hacer ante tantas víctimas de la pobreza, frente a  “un sistema económico que mata” y ante un mundo que camina hacia su “autodestrucción” conducido  por los explotadores de la naturaleza? En pleno siglo XXI, los problemas graves de la humanidad siguen vigentes. Y la Iglesia no puede permanecer indiferente; es necesario reexaminar la enseñanza cristiana.

Una cosa es el depósito de la Fe, es decir, las verdades contenidas en nuestra doctrina, y otra el modo de proclamarlas, pero siempre en el mismo sentido y significado. La Iglesia siempre ha condenado los errores. Y en la época actual, prefiere utilizar la medicina de la misericordia antes que tomar comportamientos severos; piensa que debe responder a las necesidades de hoy exponiendo el valor de su enseñanza más claramente que condenándola”. Hoy también se quiere un aggiornamento. Es preciso abrir la Iglesia al pluralismo y diálogo con el mundo. La Iglesia “en salida”. Y urge, asimismo, que la Iglesia continúe renovándose a la luz del Evangelio.

La Iglesia en sintonía con lo signos de los tiempos

Hoy la Iglesia maneja documentos (los del Papa Francisco), que responden a una evolución de iglesia y esos documentos (los nuevos), comenzando por el documento programático: la “Evangelii Gaudium”, no ofrece dificultad alguna al Concilio Vaticano II, sino todo lo contrario, lo hace más actual, lo concreta.

Así la exhortación “Amoris Laetitia” manifiesta una orientación nueva mirando a los intereses teológicos y las sensibilidades del pueblo cristiano. La encíclica sobre la casa común supone una revolución en la línea de las encíclicas sociales. Con el término revolución quiero indicar tema nuevo.

La encíclica “Fratelli tutti” que es un cuadro de lo que podría ser el mundo entero, si se dejara guiar por el principio de la fraternidad, principio que proviene de la Revelación cristiana, pero que es compartido por otras religiones. El Papa ha querido poner esto de relieve. Y además es un principio que proviene y es consonante con la cultura occidental de la modernidad. En los números en los que alude a la guerra, suponen un cambio cualitativo del paradigma de la guerra. Y es la concreción del Concilio Vaticano II cuando dice que “hay que pensar la guerra con mentalidad totalmente nueva”. El Concilio pensó con mentalidad totalmente nueva; ahora el Papa Francisco dice que hay que pensar con mentalidad nueva la totalidad de la guerra.

Muchos, por no decir todos los problemas de interpretación teológica que hoy tienen lugar, suceden por no atender y seguir el Magisterio del Papa Francisco

Pautas a seguir

1º.- La Iglesia, como pueblo de bautizados, es el sujeto capital para la misión.

2º.- Tener siempre presente, ante los signos de los tiempos, el aggiornamento hoy vigente y del que habló el Concilio Vaticano II.

3º.- Saber leer siempre esos signos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de manera que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones. Los seres humanos se hallan en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Jamás el ser humano, tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria.

4º.- Del ‘extra ecclesiam, nulla salus’ (fuera de la Iglesia, no hay salvación) al ‘extra mundum, nulla salus’ (fuera del mundo, no hay salvación); es en este mundo  donde se realiza la salvación. Y hoy se insiste y urge añadir el ‘extra pauperes, nulla salus’ (fuera de los pobres, no hay salvación). 

5º.- Se quiere pasar de una Iglesia piramidal a una Iglesia circular: de una Iglesia cerrada en sí misma, a una orientada hacia el mundo y sus problemas más urgentes, hacia los pobres, es decir, una  “Iglesia en salida”.

6º.- De una Iglesia que se situaba como centro de la humanidad y referencia imprescindible, a cuyo criterio debía someterse la sociedad y sus formas de gobierno, se pasa a una Iglesia dialogante y que se deja interpelar; de una Iglesia eclesiocéntrica a una Iglesia circuncéntrica; de una Iglesia unicéntrica a una Iglesia policéntrica y plural.

7º.- De una Iglesia jerarquizada y clerical a una iglesia de hermanos bautizados donde todos son escuchados y donde la autoridad se entiende como servicio. De una Iglesia de las periferias y de los pobres frente a una Iglesia de las catedrales y curias. Una Iglesia siempre en diálogo y teniendo como espejo el Evangelio.

8º.-El proceso sinodal, propone la renovación a fondo de la Iglesia para que caminando juntos, como Pueblo de bautizados,  seamos capaces de ofrecer esperanza y respuestas eficaces. Tenemos que aceptar la diversidad en aquello que es discutible y mostrar unidad en los principios fundamentales de nuestra fe.

9º.-Habría que aterrizar en reformas concretas que afecten tanto a la estructura clerical (centralidad de la comunidad, respeto a los carismas y a la diversidad de ministerios, elección de responsables, celibato opcional, igualdad de la mujer…) como a la pastoral (reformas de los sacramentos, economía eclesial, consejo pastoral decisorio…).

10º.-Testimoniar el rostro de una Iglesia «madre amorosa de todos, benigna, paciente, llena de misericordia», capaz de cercanía y de ternura, capaz de acompañar a quien está en la oscuridad y en la necesidad. Una Iglesia que no confía en sí misma y que no persigue el poder mundano ni el protagonismo mediático, sino que permanece humildemente detrás de su Señor, confiando sólo en Él.

«Cristo es la luz de los pueblos”. La Iglesia no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo, («fulget Ecclesia non suo sed Christi lumine»), dice san Ambrosio. Existe, pues, solo una luz: en esta única luz resplandece también la Iglesia. Si es así, entonces el anuncio del Evangelio no puede hacerse más que en el diálogo y en la libertad, renunciando a cualquier medio de coerción, ya sea material o espiritual. La sinodalidad es ante todo una manera de ser y de operar de la Iglesia.

El laico (superar la concepción de ministerios ordenados y no ordenados) debe ser considerado como sujeto de la acción eclesial y no puede ser oyente pasivo. “No hago nada sin el consejo de los presbíteros y el consenso del pueblo”, decía San Cipriano, obispo de Cartago. Y así propiciar una Iglesia que no sea clerical; una Iglesia que salga de lo ritual para ser una Iglesia más humana y cercana a todos, involucrando al mayor número posible de bautizados, sin excepción, apuntando a cambios de mentalidad.

Por José Manuel Coviella Corripio

Síntesis de la Fase Diocesana del Sínodo

Ha llegado la hora de los laicos en la Iglesia

Por Prisciliano Cordero del Castillo

El informe de la CEE Síntesis sobre la fase diocesana del Sínodo sobre la sinodalidad de la Iglesia que peregrina en España, publicado el 11 de junio de 2022, resume el trabajo realizado en la primera fase del Sínodo en las distintas diócesis, parroquias y agrupaciones de la Iglesia en España. En esta primera fase «han participado 14.000 grupos sinodales que han implicado a más de 215.000 personas, en su mayor parte laicos, también consagrados, religiosos, sacerdotes y obispos. Se han involucrado las 70 diócesis, con 13.500 grupos parroquiales, numerosas congregaciones religiosas y 11 Confer regionales, 215 monasterios de clausura, 20 Cáritas diocesanas, 37 movimientos y asociaciones laicales, 21 institutos seculares», según dice el mismo informe.

El Sínodo, entre otras aportaciones, ha puesto de manifiesto las dos realidades de la Iglesia: el clericalismo y el laicado.  Los clérigos creen tener todas las respuestas y el poder para decir a los fieles lo que pueden y no pueden hacer.  Los laicos, por su parte, creen que el trabajo en la iglesia es cosa de los curas.  A los laicos nunca se les ha pedido que hagan otra cosa que rezar, colaborar económicamente y obedecer, entonces pueden pensar, ¿para qué molestarse? Esa realidad fue sostenible cuando había muchos sacerdotes y religiosos.  Pero hoy, la situación ha cambiado, el número de sacerdotes y religiosos se ha reducido tanto que la Iglesia está en serio declive.

El Papa Francisco se ha enfrentado al clericalismo, diciendo a los obispos que no actúen como príncipes y a los sacerdotes que sean más pastores.  Con el Sínodo también está llamando a los laicos a dar un paso adelante y ocupar su puesto en la iglesia. En este proceso sinodal es especialmente importante que el clero escuche a los laicos, pero también es importante que los laicos se escuchen unos a otros.

En las sesiones sinodales se denunciaron las heridas causadas por el escándalo de la pederastia en la iglesia y, en ocasiones, por el abuso de poder, que han creado una necesidad de curación y un fuerte deseo de comunión y sentido de pertenencia.

Además, en estas sesiones se puso de manifiesto el deseo de los laicos de «acercarse a Dios y a los demás a través de un conocimiento más profundo de las Escrituras, la oración y las celebraciones sacramentales, especialmente la Eucaristía».

Las cuestiones más destacadas, referidas al interior de la Iglesia y a su papel en la sociedad: «Comunión, comunidad, escucha y diálogo, corresponsabilidad, formación, presencia pública y misión», han estado presentes en las aportaciones de los grupos sinodales.

 Pero junto a ellas, aparecen con fuerza algunos temas específicos, como: el papel de la mujer en la Iglesia; la escasa presencia y participación de los jóvenes en la Iglesia; la familia como ámbito prioritario de evangelización; el tema de los abusos sexuales y de poder; la necesidad de institucionalizar y potenciar los ministerios laicales; el diálogo con las demás confesiones cristianas y con otras religiones.

También señala el informe de la CEE algunas otras cuestiones relevantes que han surgido en el diálogo sinodal. Estas son: potenciar la presencia de la Iglesia en el mundo rural; la religiosidad popular como cauce de evangelización en un mundo secularizado; la pastoral de los mayores; la atención a determinados colectivos, tales como presos, enfermos o inmigrantes; el celibato opcional en el caso de los presbíteros y la ordenación de casados; y también el tema de la ordenación de las mujeres.

A la luz del trabajo realizado, «el deseo más común mencionado en las consultas sinodales fue el de ser una Iglesia más acogedora, donde todos los miembros del Pueblo de Dios puedan encontrar un acompañamiento en el camino».

La Iglesia española siente la necesidad de caminar juntos en los aspectos que la definen: la comunión y la misión. Esta llamada implica: crecer en sinodalidad, promover la participación de los laicos y superar el clericalismo. «La promoción del laicado implica y exige la superación del clericalismo como una inercia de tiempos pasados, en los que todas las responsabilidades recaían en la figura del sacerdote. Esa superación implica también vencer la pasividad y la falta de implicación de muchos fieles laicos en la edificación de la Iglesia».

Por último, el informe del Sínodo, plantea una serie de propuestas a nivel parroquial, diocesano y de Iglesia universal.

Todo este trabajo parece estar en sintonía con el papa Francisco cuando dice: «La gente quiere que la Iglesia sea un hogar para los heridos y quebrantados, no una institución para los perfectos. Quieren que la Iglesia encuentre a las personas donde están, donde sea que estén, y camine con ellas en lugar de juzgarlas». Nada de esto puede sorprender a quienes estén familiarizados con la investigación de encuestas sobre el laicado católico.  Lo que es nuevo aquí es un proceso respaldado por el Papa que permite a los laicos exponer públicamente sus puntos de vista. Los laicos ya han hablado. ¿Habrá alguien que los escuche?