Pentecostés: la fiesta del Espíritu
Jn 20, 19-23
Se llenaron todos del Espíritu Santo
Pentecostés es la fiesta del Espíritu. El que anunciaron los profetas. El que dio vida y empuje a la primera Iglesia para que llevara a todos los pueblos la gran noticia de Jesús.
El Espíritu de Dios puede estar en todas partes y se manifiesta en los «signos de los tiempos», es decir, en todo aquello que hay de verdad, de vida y de amor para una mejor realización humana. Sin embargo los cristianos creemos que el Espíritu Santo continúa la obra de Jesús especialmente a través de la Iglesia.
Es la fidelidad de los cristianos a esta acción la que puede hacer más fecundo el camino de toda la humanidad. El Espíritu Santo es la fuerza que abre caminos, que nos impulsa siempre más allá. El Espíritu es el que hace posible la historia de la humanidad.
ALIENTO DE VIDA
Los hebreos se hacían una idea muy bella y real del misterio de la vida. Así describe la creación del hombre un viejo relato, muchos siglos anterior a Cristo: «El Señor Dios modeló al hombre del barro de la tierra. Luego sopló en su nariz aliento de vida. Y así el hombre se convirtió en un [ser] viviente».
Es lo que dice la experiencia. El ser humano es barro. En cualquier momento se puede desmoronar. ¿Cómo caminar con pies de barro? ¿Cómo mirar la vida con ojos de barro? ¿Cómo amar con corazón de barro? Sin embargo, este barro ¡vive! En su interior hay un aliento que le hace vivir. Es el Aliento de Dios. Su Espíritu vivificador.
Al final de su evangelio, Juan ha descrito una escena grandiosa. Es el momento culminante de Jesús resucitado. Según su relato, el nacimiento de la Iglesia es una «nueva creación». Al enviar a sus discípulos, Jesús «sopla su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
Sin el Espíritu de Jesús, la Iglesia es barro sin vida: una comunidad incapaz de introducir esperanza, consuelo y vida en el mundo. Puede pronunciar palabras sublimes sin comunicar el aliento de Dios a los corazones. Puede hablar con seguridad y firmeza sin afianzar la fe de las personas. ¿De dónde va a sacar esperanza si no es del aliento de Jesús? ¿Cómo va a defenderse de la muerte sin el Espíritu del Resucitado?
Sin el Espíritu creador de Jesús podemos terminar viviendo en una Iglesia que se cierra a toda renovación: no está permitido soñar en grandes novedades; lo más seguro es una religión estática y controlada, que cambie lo menos posible; lo que hemos recibido de otros tiempos es también lo mejor para los nuestros; nuestras generaciones han de celebrar su fe vacilante con el lenguaje y los ritos de hace muchos siglos. Los caminos están marcados. No hay que preguntarse por qué.
¿Cómo no gritar con fuerza: «¡Ven, Espíritu Santo! Ven a tu Iglesia. Ven a liberarnos del miedo, la mediocridad y la falta de fe en tu fuerza creadora»? No hemos de mirar a otros. Hemos de abrir cada uno nuestro propio corazón.
José Antonio Pagola
Testigos de la Palabra
Christian-Chergé y 6 compañeros, Beatos
El 21 de mayo de 1996, en Argelia, eran brutalmente asesinados siete monjes trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas en Tibhirine; eran franceses y se dedicaban a la oración y al trabajo en los campos. Se habían rehusado a colaborar con los guerrilleros islamistas a los que llamaban “los hermanos de la montaña” y habían organizado en la zona un grupo de oración y diálogo entre cristianos y musulmanes, apodado “Vínculo de paz”.
Cuando los grupos extremistas de la guerrilla exigieron que todos los extranjeros salieran del país, ellos se negaron por fidelidad a la gente del lugar, que los apreciaba y los quería. La casi totalidad de las misioneras y misioneros extranjeros presentes en Argelia hicieron lo mismo. Los monjes de Tibhirine fueron los chivos expiatorios. El más joven de los monjes tenía 45 años y el más anciano 82; fueron secuestrados el 27 de marzo de 1996. Exactamente dos meses después del secuestro, se supo la terrible noticia: los monjes del Atlas habían sido decapitados el 21 de mayo por los guerrilleros fundamentalistas.
Nueve días después fueron hallados sus cuerpos y por la insistencia del abad general trapense, el argentino dom Bernardo Olivera, fueron sepultados en el pequeño cementerio del monasterio, ahora sin monjes. Fue para respetar la voluntad de los mártires porque ellos habían querido quedarse para siempre en esa tierra. Con ellos también fue sepultado el famoso card. León Duval de Argel que murió en esos mismos días a los 92 años. Había dicho antes de morir: “He sido crucificado yo también con estos mis hermanos”. En Francia, por primera vez desde la muerte del Papa Juan XXIII, todos los templos católicos (alrededor de 40 mil) hicieron repicar las campanas al mismo tiempo como signo de luto. En la plaza de los Derechos Humanos en París se reunieron más de 10 mil personas, todos con una flor blanca en las manos. En la catedral de París el arzobispo Lustiger apagó siete grandes cirios, uno por cada monje.
Ellos, desde las montañas del Atlas, en el silencio y el servicio humilde a las poblaciones, habían optado por la no violencia y el diálogo con los hermanos musulmanes. El monasterio en estas últimas décadas se despojó de sus bienes donando casi toda su tierra al Estado, compartiendo su jardín con el pueblo vecino.
Fueron un ejemplo frente a lo que hoy es el dramático choque entre opuestos fundamentalismos sea del Islam como de occidente. El ejército les había ofrecido protección; no la quisieron. El nuncio, frente a las repetidas amenazas, les había ofrecido su casa en Túnez; optaron por quedarse. En su testamento espiritual, el prior Christian-Marie Chergé ya dos años antes había previsto el martirio y dejaba constancia de su respeto a la fe islámica, de su amor al pueblo argelino, de su perdón “al amigo del último momento que no habrá sabido lo que hacía” augurándose poder reencontrarlo un día cerca de Dios, “padre de ambos”.
Efectivamente la gente sencilla de Tibhirine los acompañaba y el grupo “Vínculo de paz” (Ribat es-Salám) sigue todavía ahora. Diez años después de los sucesos, no ha desaparecido nada del monasterio: todo ha sido respetado. El testamento del anciano y simpático hermano Luc (82 años), médico del dispensario, simplemente era una cassette con una canción de Edith Piaf: “No, no añoro nada”.
Son entrañables los últimos versos del padre Christophe: “Soy Suyo y sobre Sus pasos sigo mi camino hacia la Pascua.. La llama parpadea, la luz se debilita…Puedo morir. Aquí estoy”.
El papa San Juan Pablo II exigió el “nunca más” para estos horribles delitos y al mismo tiempo señaló emocionado “el testimonio de amor de estos hermanos para ese pueblo con el que ellos se habían hecho solidarios”. Fue en nombre de ese pueblo dolorido y masivamente presente en los funerales de Tibhirine que se acercó para darle los pésames a dom Olivera un musulmán; y en nombre de todos simplemente le dijo: “También eran nuestros hermanos”.
Fiestas patronales de El Acebrón
Nuestro Señor de la Misericordia que nos amó hasta el extremo de dar su vida por nosotros
Bienvenidos todos a la celebración de la fiesta del Cristo de la Misericordia, todos los vecinos y vecinas de El Acebrón y de todos los pueblos vecinos que llegáis estos días siguiendo una tradición de muchos años.
Todos nos queremos poner a los pies de la imagen tan venerada del Señor de las Misericordias para contemplar este misterio de amor tan grande del que dio la vida por nosotros y así demostró el amor que nos tiene, pues “no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos”.
Bien sabemos que esta devoción al Cristo de la Misericordia no se puede quedar en algo folclórico, pues Jesucristo es el centro de nuestra fe y vivir esta espiritualidad cristiana es algo fundamental para los que queremos ser discípulos de Jesús, quien no quiso quedarse arriba junto a Dios, sino que se abajó haciéndose como uno de nosotros, e incluso hasta morir como un esclavo por amor a todos nosotros.
Desde la cruz, suplicio para los enemigos del imperio romano, Jesús nos ama y nos perdona a todos invitándonos a seguirle, viviendo ese amor a los pequeños y abandonados, todos los que sufren y están crucificados. Allí encontraremos la alegría y la felicidad al encontrarnos con El y con su misericordia, con la tarea de “bajar de la cruz a todos los crucificados de la historia”, como diría Ignacio Ellacuría, mártir jesuíta de El Salvador.
Que el Señor de la Misericordia os bendiga a todos y os llene de su Espíritu de amor y de Paz en este día de Pentecostés. ¡Felices Fiestas a todos!
Daniel Sánchez Barbero
Celebración en las casas
PENTECOSTÉS 20- A.
Ambientación (Quien anime o coordine la celebración):
Hoy es la fiesta de Pentecostés, una de las fiestas más bonitas del cristianismo aunque mucha gente no sabe valorarla. Y ¿por qué es una fiesta tan grande y tan bonita? Pues es una fiesta tan grande y tan bonita porque hoy celebramos que el Espíritu de Dios viene a nosotros como vino sobre los primeros cristianos y los cambió totalmente. Los cambió. El evangelio de San Juan dice que Jesús les había avisado de que les iba a enviar el Espíritu Santo. Pues esa promesa se cumplió y vino el Espíritu Santo sobre ellos. Y desde ese momento empezó algo nuevo en la vida de aquellas gentes. Algo nuevo. Pues de eso nuevo quiero yo hablaros en esta misa. Bienvenidos todos. Que os sintáis a gusto y que disfrutéis.
Comenzamos: En el nombre del P.
Saludo: Que el Espíritu de Dios venga sobre vosotros.
Perdón. -Para que el Espíritu de Dios inunde nuestra vida. Señor, ten piedad
-Para el Espíritu de Dios dibuje en nosotros los rasgos bonitos de Jesús. Cristo ten piedad.
-Para que el Espíritu de Dios nos haga personas nuevas. Señor, ten piedad.
Oración de los fieles.
A Jesús que nos envía su Espíritu, le presentamos ahora nuestras pobrezas pidiéndole: Señor: envíanos tu Espíritu.
-Por la iglesia de Dios de la que todos nosotros formamos parte, para que nos dejemos guiar por el Espíritu de Dios. Oremos.
-Por los que somos seguidores de Jesús, para que llevemos en nuestra vida los rasgos bonitos de Jesús. Oremos.
-Por los pobres, por los refugiados y por todas las víctimas del coronavirus, para que sientan sobre ellos el cariño de Dios. Oremos.
-Por nuestro pueblo y por nuestra parroquia, para que el Espíritu de Dios nos guie a todos para ser buenas personas. Oremos
Ven, Espíritu Santo: llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Por J.N S.
Bendición: -Dios nuestro Padre que en este día alegró el corazón de los primeros cristianos enviándoles su Espíritu, que hoy alegre también nuestros corazones y nos colme de sus bendiciones. Amén.
-Que el mismo Fuego Divino que purificó el alma de los primeros cristianos, que purifique e ilumine hoy también nuestras vidas. Amén.
-Que el Espíritu de Dios que congregó en una misma fe a los que había dividido el pecado, que a nosotros también nos reúna en nuestra parroquia como a los hijos de una misma familia. Amén.
-Y la bendición de Dios……
Despedida. Hoy, con esta fiesta tan grande, hemos terminado el tiempo de Pascua. Desde hoy apagaremos el Cirio Pascual, usaremos el color verde en las misas, y empezaremos una etapa en la que el Espíritu de Dios va haciendo nueva nuestra vida. Feliz fiesta de Pentecostés. Que la disfrutéis. Podéis ir en paz.
PENTECOSTÉS -20- A.
«Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo»
Dice la primera lectura que, estando todos juntos en el día de Pentecostés, se oyó un ruido como de un viento recio y que los discípulos quedaron todos llenos del Espíritu Santo. Parece que en aquel momento se produjo una especie de conmoción muy fuerte, inefable y llena de gozo que removió la vida de aquellas personas. La removió. Estas cosas las hemos leído muchas veces en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero el evangelio de hoy cuenta la venida del Espíritu Santo de otra manera muy distinta. Era el domingo de resurrección por la tarde. Dice el evangelio que ese día Jesús se apareció a sus amigos, que les enseñó las llagas de las manos y del costado, que todos se pusieron contentísimos y que entonces Jesús les dijo: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Fijaos en esa frase. Como si les dijera: la misma tarea que me encomendó a mí el Padre, esa misma tarea os la encomiendo yo a vosotros. Y entonces dice el evangelio que Jesús hizo un gesto extrañísimo: exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Fijaos en ese gesto: Jesús echándoles su aliento. Pues ese gesto tan extraño tiene un significado muy bonito porque en hebreo la palabra Aliento significaba Espíritu. Es decir: Jesús les trasmitía su Espíritu. Y ¿qué pasó entonces? Pues el evangelio ya no lo cuenta, pero el libro de los Hechos de los Apóstoles sí dice que se oyó un ruido muy fuerte, que recibieron el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego y que salieron a la calle emocionados y como locos. La gente decía que estaban borrachos. Es decir: la gente también veía algo raro en ellos. Ahora nos preguntamos: esas cosas tan bonitas ¿pasaron entonces y ya no pasan nunca más? O ¿pueden pasar también ahora? ¿Podemos recibir nosotros el Espíritu de Dios? Pues claro que podemos. Si le dejamos, el Espíritu de Dios viene a nuestra vida y produce en nosotros un cambio tan grande que empezaremos a traslucir en nuestra vida los rasgos bonitos de Jesús. Después de aquella experiencia, los cristianos dieron un giro enorme a sus vidas: se fueron haciendo cada vez más sencillos, más luchadores, más cariñosos, más valientes, más misioneros. Pedro salió a predicar y sus palabras ya no eran las de un pescador. Y empezaron a vivir de otra manera: formaban comunidades, cuidaban de los pobres y llevaban en el alma los mismos sueños bonitos de Jesús. Ya han pasado casi dos mil años desde eso. ¿También ahora el Espíritu sigue haciendo esas cosas? Pues claro. Ahora nos podemos encontrar con personas majísimas, encantadoras, con las que da gusto estar, sencillas, capaces de desvivirse por los demás, que irradian paz, que llevan en su vida el estilo de Jesús. Eso es lo que hace el Espíritu de Dios si le dejamos. Pues si hoy sentimos algo de eso en el corazón, es que el Espíritu de Dios ya ha entrado en nuestra vida y está haciendo sus cosas bonitas en nosotros. Feliz fiesta de Pentecostés.