«Curas con olor a oveja»

Decálogo del buen sacerdote según el papa Francisco: 10 años reclamando curas con olor a oveja

Vida Nueva repasa las insistencias que el Pontífice hace sobre el perfil de los ministros ordenados

 El 13 de diciembre de 1969, Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote. Una celebración presidida por el arzobispo de Córdoba, Ramón José Castellano, en Buenos Aires, pocos días antes de cumplir los 33 años. Unos años después, el 20 de mayo de 1992 sería consagrado obispo de Auca.Este momento llegó tras haber entrado en 1957 en el noviciado de los jesuitas y haber pasado por algunas presencia de la Compañía en Chile y Buenos Aires. Aunque el inicio más determinante de su vocación se sitúa en una confesión el 21 de septiembre de 1953, no comenzaría hasta 1967 sus estudios teológicos en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San José.

Con motivo de esta celebración, Vida Nueva repasa 10 de las insistencias que el pontífice hace sobre el perfil de los ministros ordenados.

 1. Adiós al clericalismo

Es casi uno de los mantras de Bergoglio. En su apertura del sínodo de los jóvenes, el Papa se refirió a la cuestión como “el flagelo del clericalismo” y no solo como apoyo silente de los abusos por parte de los clérigos. Para Bergoglio, una visión “elitista y excluyente, que interpreta el ministerio recibido como un poder para ejercer en lugar de un servicio gratuito y generoso para ofrecer” es algo que “nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y ya no necesita escuchar y aprender nada”. Por ello, el Papa ha dicho que el clericalismo es “una perversión raíz de muchos males en la Iglesia” ante la cual hay que “pedir humildemente perdón y, sobre todo, crear las condiciones para que no se repita”.

  2. Curas callejeros Jesús, habiendo “podido perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley, pero quiso ser un ‘evangelizador’, un predicador callejero, el ‘portador de alegres noticias’ para su pueblo”, señalaba Francisco en la Misa Crismal de 2018. El pontífice pidión a los sacerdotes que pongan en práctica la “pedagogía de la encarnación, de la inculturación; no solo en las culturas lejanas, también en la propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes…”.

3. Un don no apto para funcionarios de lo sagrado

La llamada al sacerdocio es un don, “no es un pacto de trabajo ni algo que tengo que hacer”, recordaba Francisco en una de las misas de la mañana en Santa Marta no hace mucho. Para el pontífice los curas no son meros funcionarios. “El hacer está en segundo plano, yo debo recibir el don y custodiarlo como un don”, señalaba, a la vez que recordaba que “cuando olvidamos esto, nos apropiamos del don y lo transformamos en función, perdemos el corazón del ministerio”.

4. Ensuciarse las manos

Los sacerdotes se manchan las manos no solo al ungir el crisma a los enfermos o a los bautizados. Francisco, en la Misa Crismal de este 2019, señaló que “al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción”. “No somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón”, añadió.

5. Expertos en misericordia

“Como sacerdotes, somos testigos y ministros de la Misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que ‘pasó haciendo el bien’ (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar –creativamente– en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia”, pedía el Papa en el Año de la Misericordia.

6. Recuperar la ilusión

Francisco es consciente de que los sacerdotes también viven la desilusión o la soledad. Incluso dedicó al tema una de sus intenciones y vídeos mensuales, el de julio de 2018“Que los sacerdotes que viven con fatiga y en la soledad el trabajo pastoral se sientan ayudados y confortados por la amistad con el Señor y con los hermanos”, imploraba.

7. Fuera los que buscan hacer carrera

En su primer encuentro con los nuncios, en junio de 2013, Francisco, en un discurso muy personal, les pidió: “Estad atentos a que los candidatos sean pastores cercanos a la gente; este es el primer criterio. Pastores cercanos a la gente. Si es un gran teólogo, una gran cabeza, que vaya a la universidad, donde hará tanto bien. ¡Pastores! ¡Los necesitamos!” para de no sucumbir a la “mundanidad espiritual”.

8. Lenguaje positivo en la homilía

La exhortación ‘Evangelii gaudium’ dedica varios puntos, de forma muy directa, a la homilía. Escribe el Papa que “la homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración” (núm. 138).

9. El aliento de la oración

Por supuesto, la oración es indispensable en la vida de los presbíteros. En su carta a los sacerdotes con motivo de los 160 años de la muerte del santo Cura de Ars, el pasado mes de agosto, el Papa recordaba que “en la oración experimentamos nuestra bendita precariedad que nos recuerda que somos discípulos necesitados del auxilio del Señor y nos libera de esa tendencia prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas”.

10. La teología del encuentro

En la carta a todos los presbíteros también señalaba que “nuestro tiempo, marcado por viejas y nuevas heridas”, y, por ello, “necesita que seamos artesanos de relación y de comunión, abiertos, confiados y expectantes de la novedad que el Reino de Dios quiere suscitar hoy”

Sáhara Occidental. Declaración del Frente POLISARIO en España

Por Abdulah Arabi, Resumen Latinoamericano

En un contexto en el que las Sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) está resolviendo las demandas planteadas por el Frente Polisario, la presidencia española del Consejo y las citas electorales se vuelven inminentes; el Presidente del Gobierno de España y su Ministro de Exteriores siguen actuando premeditadamente, de espaldas a las Cámaras y a la sociedad civil española, para seguir dando pasos en dirección a su errática decisión sobre el Sáhara Occidental. Deciden seguir caminando a contrarreloj en contra de la legalidad internacional.

Este hecho demuestra la desesperación del Gobierno de España ante la ausencia de resultados significativos traídos por la «nueva etapa» de relaciones con Marruecos. El Gobierno ha perdido toda posibilidad de iniciativa, es Marruecos quien maneja el ritmo, fija y determina los tiempos de las relaciones entre ambos países.

Es sumamente preocupante que en vez de rectificar su decisión y volver a la senda del Derecho Internacional, el presidente del Gobierno siga tomando decisiones como la de negociar con la potencia ocupante del Sáhara Occidental, Marruecos, cuestiones que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ya estableció –entre otros extremos– en sentencia del 27 de febrero de 2018. El Tribunal concluyó que Marruecos carecía de soberanía –además de sobre el espacio terrestre– sobre las aguas y el espacio aéreo del Sáhara Occidental.

Mientras no concluya el proceso de descolonización que permita ejercer al pueblo saharaui su legítimo e inalienable derecho a la autodeterminación e independencia, España seguirá siendo la responsable de cuanto ocurra en el territorio ocupado

Por lo tanto, aunque el Gobierno de Sánchez pretenda ahora atribuirle una «gestión» del espacio aéreo, la soberanía del espacio aéreo del Sáhara Occidental, desde un punto de vista jurídico, pertenece al pueblo saharaui y corresponde en última instancia a España –tal y como la OACI atribuye hasta el momento– la gestión de este por ser la potencia administradora del territorio del Sáhara Occidental.

En ese sentido, mientras no concluya el proceso de descolonización que permita ejercer al pueblo saharaui su legítimo e inalienable derecho a la autodeterminación e independencia, España seguirá siendo la responsable de cuanto ocurra en el territorio ocupado ilegalmente por Marruecos.

Asimismo, la idea de la apertura de una extensión del Instituto Cervantes en la ciudad ocupada de El Aaiún es cuestionable jurídicamente y ensombrece la credibilidad de una institución como el Instituto Cervantes, que de este modo se pone al servicio de Marruecos para blanquear la ocupación militar del SO, a sabiendas de la naturaleza política y jurídica del territorio y la extensa documentación que atestigua las constantes violaciones de Derechos Humanos que sufre el pueblo saharaui por parte de las fuerzas marroquíes en la parte ocupada del Sáhara Occidental 

BALANCE DE LOS 10 AÑOS DEL PAPA FRANCISCO

LA PRIMAVERA PENDIENTE.

En noviembre de 2013, 8 meses después de su elección, el papa Francisco publicó el primero de sus grandes documentos, creo que el mejor de todos los textos escritos o firmados por él: la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Fue como un pregón programático. Como un pregón primaveral. Evocaba aquellas palabras que el relato evangélico de Lucas pone en boca de Jesús en la escena inaugural de su misión profética en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu de la Vida me envía a anunciar la buena noticia a los pobres, a proclamar la liberación de los cautivos, a promulgar el año de gracia, el Jubileo de la justicia y de la paz sobre toda la Tierra” (Lc 4,18-19).

Evangelii Gaudium: eso es todo y a eso vengo”, venía a decir el papa argentino, jesuita y franciscano a la vez: solo la bondad inseparablemente personal y política puede traer la alegría de vivir a esta tierra, solo la alegría compartida puede sostener a la larga la lucha por la paz y la justicia universal. La Evangelii Gaudium no denuncia la cultura actual, sino la economía financiera asesina. Afirma que “el gran peligro del mundo (y de los cristianos) es la tristeza” (n. 2), y el remedio no está en creer los dogmas, sino en realizar la “revolución de la ternura” (n. 88). Fue un pregón profético y primaveral con los pies en el suelo y el espíritu en la Buena Noticia de Jesús.

La Buena Noticia de Jesús fue y sigue siendo políticamente y religiosamente subversiva, y es posible que ningún documento de ningún papa anterior lo haya expresado con la fuerza, la libertad y la valentía con que lo hizo el papa Francisco en su programática Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Es lo primero que quiero afirmar en mi balance personal de sus 10 años de pontificado.

Y quiero destacar en particular la extraordinaria aportación de este papa a las grandes causas políticas globales de nuestro tiempo: su reivindicación de la justicia como condición de la paz, su denuncia de la economía financiarizada, su análisis de la emergencia ecológica, su reivindicación de la igualdad de los derechos de la mujer (con la grave incoherencia que luego señalaré…). Baste mencionar algunas afirmaciones de la misma Evangelii Gaudium. Denuncia sin titubeos “una economía de la exclusión y la inequidad”, “esa economía que mata (n. 53); y afirma rotundamente que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (n. 59); que “hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (n. 195), y que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (n. 202).

Estas declaraciones y otras muchas similares que el papa Francisco ha proclamado a los cuatro vientos en los cinco continentes a lo largo de estos 10 años ininterrumpidamente –“Quitad vuestras manos de África”, y “El veneno de la codicia ha manchado de sangre sus diamantes”, dijo hace un mes en la República Democrática del Congo– han hecho de él el profeta político más importante de esta década, y no soy yo quien lo dice, sino analistas políticos de izquierda de prestigio internacional como Boaventura de Sousa Santos, y líderes y lideresas de Podemos como Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesia y Yolanda Díaz. Esa es, a mi modo de ver, la mejor contribución del papa Francisco.

Claro que la contribución socio-política, aun siendo la primera condición, no permite sin más hablar de primavera eclesial. Esta requiere una profunda transformación de la institución eclesial en los campos de la teología, la moral y la organización del poder. ¿Sería posible? Para gran sorpresa de propios y extraños, el espíritu y la letra de Evangelii Gaudium sugerían una profunda transformación eclesial. Denunciaba sin tapujos a la gente de Iglesia que “se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (n. 94). Recalcaba que los hombres y las mujeres de hoy necesitan encontrar en la Iglesia “una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria” (n. 89); que “la Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (n. 114); que, “pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (n. 216); que “aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse” (n. 236); que “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (n. 270). Y aseveraba que “no podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura” (n. 118); que, por lo demás, “no hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse  siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable (n. 129). Y, antes de todo ello, afirmaba: “tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones (n. 16).

Es un texto lleno de aliento y frescura. Pero no todo era fresco y nuevo: sigue refiriéndose reiteradamente a la vieja teología de la muerte sacrificial, expiatoria, de Jesús que “dio su sangre por nosotros” (n. 178; cf. 128, 229, 274) (¿para quién puede eso resultar hoy buena noticia, motivo de alegría?); reivindica una mayor presencia de la mujer en la Iglesia, pero afirma a la vez que “el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (n. 104) (¿una Iglesia clerical podrá comunicar el gozo del Evangelio a las mujeres y a los hombres de hoy?); habla de la defensa de los “niños por nacer”, sin hacer distinción alguna entre el cigoto de un día y el feto de cuatro meses (nn. 213-214) (lo que contradice los datos de la ciencia: ¿puede así la Iglesia aliviar la angustia de muchas madres y padres?). En resumidas cuentas: el mensaje político de la Evangelii Gaudium, tanto en su denuncia como en su anuncio, habla el lenguaje de hoy, mientras que el mensaje más propiamente religioso y eclesial sigue ligado a creencias y categorías del pasado incapaces de inspirar a la inmensa mayoría de nuestra sociedad.

No obstante, la Evangelii Gaudium en su conjunto me hizo vibrar. Todo sonaba a puro Evangelio de aliento y renovación, libertad y liberación. Como innumerables cristianas y cristianos, la leí como un bello y firme himno a la primavera eclesial. Sin embargo, no me lo creía del todo, por dos motivos mayores. Primero, porque no veía señales claras de nuevo lenguaje teológico. Segundo, porque en el año 2013 yo ya no albergaba ilusiones de que en este pontificado se fuera a recuperar el retraso secular acumulado por la institución eclesial en los últimos 500 años (muchos más, en realidad), revertir la inercia tradicionalista de los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, colmar el desfase creciente entre la cultura moderna-posmoderna y el sistema eclesiástico en su conjunto. Ya era muy tarde para que la entera institución eclesial se dejara transformar por el espíritu de Jesús, por el aliento de la vida.

¿Y hoy, 10 años después? Lo diré abiertamente, y no sin algún pesar: sigo sin ver señales de aquella primavera anunciada. No obstante, constato con profunda extrañeza que muchas mujeres y hombres inteligentes y críticos celebran “la primavera del papa Francisco” como ya llegada, o al menos estrenada e irreversible. Por despacio que corra el tiempo en los relojes vaticanos y a pesar de que sus días sean como siglos, en estos tiempos de cambio acelerado, 10 años a la espera de la primavera son muchos años, demasiados para seguir aguardándola. En estos 10 años el mundo ha cambiado tanto y la Iglesia tan poco o nada, que su retraso se ha redoblado, la brecha entre la sociedad y la Iglesia ha seguido creciendo, y no porque la sociedad se haya alejado, sino porque la Iglesia sigue detenida en el pasado. 10 años son dos legislaturas en la mayoría de los parlamentos y gobiernos. Son suficientes para que quede bien de manifiesto aquello que un gobierno se propone hacer y lo que no, o aquello que puede hacer y lo que no podrá aunque se lo proponga. Una década es también suficiente para que un papa plenipotenciario dé signos inequívocos de lo que quiere y no quiere, de lo que puede y no puede hacer por plenipotenciario que sea (contradicción congénita del papado).

Entretanto, el zorzal común ha vuelto a cantar cada año sus variadas melodías siempre nuevas y el almendro ha florecido adelantándose cada año a la primavera general. La vida revive sin cesar y su incesante renacer es irreversible a pesar de todo, a pesar incluso de esta humanidad a la deriva. Pero, 10 años después, sigo sin ver las señales de la primavera eclesial. Porque quiere y no puede, porque puede y no quiere o porque ni quiere ni puede, la primavera no ha llegado ni la espero. ¿Y por qué lo digo así, tan tajantemente? He aquí 6 de los motivos principales:

1. Una teología que se ha vuelto incomprensible. Las palabras del papa Francisco siguen aferradas a la misma teología de siempre; la misma imagen de Dios como Ente Supremo, aunque misericordioso, que interviene en el mundo; el mismo viejo “diablo”; la misma idea del ser humano como centro y culmen de la creación; el mismo pecado y la misma idea de la Cruz expiatoria de “nuestros pecados”; la misma presentación del cielo y del infierno del más allá. Los mismos dogmas y el mismo Derecho Canónico con dos o tres retoques irrelevantes. Y pienso que, mientras no cambie la teología, no habrá primavera en la Iglesia. ¿Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir? era el título de un libro publicado por el obispo episcopaliano John Shelby Spong en 1999. Hace 50 años como mínimo que, según todos los indicios, la Iglesia católica optó por morir en vez de renovarse y revivir.

2. Una visión insostenible de la homosexualidad: “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?», dijo en el avión a la vuelta de Brasil en 2013, y mucha gente vio en esas palabras una ruptura con el pasado que yo sigo sin ver, pues alguien afirma que “no puede juzgar” a una determinada persona cuando ésta mantiene una conducta considerada en sí misma como condenable (“¿quién soy yo para juzgar a un homicida?”). De acuerdo con la tradición teológica general, el papa ha afirmado siempre que “la orientación homosexual no es pecaminosa, pero que los actos homosexuales sí lo son”, aunque en una reciente entrevista se enredó un poco diciendo que “la homosexualidad no es delito, pero sí pecado”. Sea como fuere, ha repetido numerosas veces que “el sacramento del matrimonio es entre un hombre y una mujer, y la Iglesia no puede cambiar eso”. Pues bien, no habrá primavera eclesial mientras perdure esa homofobia.

3. Una perspectiva de género absolutamente fuera de lugar. Durante estos 10 años, hasta hoy, el papa Francisco se ha referido reiteradamente a la “teoría de género” como “una colonización ideológica”, “esa maldad que hoy se hace en el adoctrinamiento de la teoría del género”, tachada de “diabólica y de “atentado contra la Creación”, que “vacía el fundamento antropológico de la familia”. ¿Qué primavera cabe mientras se sigan lanzando tales falsedades y ofensas contra las personas LGTBIQ+ y contra la sensibilidad, imprescindible, de una mayoría social creciente?

4. La mujer sublimada y marginada. A lo largo de esta década se han multiplicado en boca del papa las tomas de posición sobre la necesaria igualdad de derechos de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad civil…, Pero no en el interior de la comunidad eclesial, en la que está vedado el acceso de la mujer a todos los puestos de responsabilidad y de poder, y ello “por voluntad divina”. Se ha referido tímidamente a la posible ordenación de “diaconisas”, y muy recientemente incluso a la posibilidad de que una mujer presida un dicasterio vaticano, pero en ambos casos se trataría de funciones subalternas, siempre desligadas del llamado “sacerdocio sacramental”, ordenado. Los argumentos aducidos –enteramente anacrónicos y carente de todo fundamento histórico y teológico– siguen siendo los de siempre: la diferencia absoluta entre “sacerdocio común” y “sacerdocio sacramental”, la elección por parte de Jesús de 12 apóstoles varones, la distinción entre la función administrativa y el “poder sacramental” derivado del “sacramento del Orden”, indispensable éste para la celebración de la eucaristía y la “absolución sacramental de los pecados”. Nada nuevo bajo las cúpulas vaticanas. En diciembre de 2022, el papa Francisco incluso hizo suya la teoría del doble principio, mariano y petrino, que rige la Iglesia, teoría propuesta y defendida por Hans Urs von Balthasar –uno de los principales teólogos del siglo XX, referente de la teología más conservadora– en su libro El complejo antirromano (1974): María simboliza el amor, y es lo esencial en la Iglesia, pero carece de poder; Pedro y sus “sucesores” –con amor o sin amor– poseen en exclusiva el poder de representar al varón Jesús, que como varón representa a Dios Padre… No florecerá la primavera en la Iglesia, mientras no se rompa este sistema patriarcal.

5. El impasse de los sínodos. “Sínodo” significa “camino compartido”, si bien en el Derecho Canónico significa ante todo “asamblea del papa con los obispos”. Con el papa Francisco, llevamos tres Sínodos Generales y el cuarto está en marcha, y no han servido para caminar adelante sino para dar vueltas en el punto partida, y preveo que lo mismo pasará con el cuarto que está en curso. Primero fue el Sínodo de los jóvenes (2018), en el que los jóvenes brillaron por su ausencia. Luego se convocó el Sínodo de la Amazonía (2018-2019), en cuyo documento final se proponía que algunos varones casados “idóneos y reconocidos” que son diáconos permanentes puedan ser ordenados sacerdotes en “algunas zonas remotas de la región amazónica” (n. 111), pero el 3 de septiembre del año 2020 el papa Francisco desaprobó ese párrafo. En tercer lugar, se celebró el Sínodo de la Familia (2021-2022), del que se esperaba que dijera que los divorciados vueltos a casarse podrían comulgar, pero todo quedó en el aire, y cada uno hace como mejor le parece, como antes del Sínodo. Por fin, en 2021 se dio comienzo al cuarto Sínodo General, el Sínodo sobre la Sinodalidad, que recientemente se ha decidido prolongarlo hasta el 2024, no sé si para ganar tiempo o para perderlo. Pero no puedo pensar sino que acabará donde empezó: en efecto, en su Documento preparatorio se dice que “algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás” (n. 12), que aquellos “con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad” (n. 13), que los pastores son los “auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia” (n. 14), y se define a la Iglesia como “una comunidad jerárquicamente estructurada” (n. 14), contradicción en los términos. Si, después de dos años largos, no supera, que no superará, ese planteamiento, no habrá sido un auténtico Sínodo, “camino común”, sino un callejón clerical sin salida.

Mírese lo que está pasando, lo que ha pasado ya, con el “Camino Sinodal” de la Iglesia Católica alemana, puesto en marcha a finales de 2019. Por una amplísima mayoría de laicos y clérigos, obispos incluidos, han reclamado, entre otras cosas, la ordenación sacerdotal de mujeres y el reconocimiento de la unión de homosexuales como sacramento matrimonial, pero en el camino se han encontrado una y otra vez con el veto absoluto del Vaticano para esas y otras propuestas. Ante su insistencia, el cardenal Kasper, en otro tiempo prestigioso teólogo abierto, luego obispo y ahora principal asesor teológico del papa Francisco, a finales de 2021 declaró que “el Camino sinodal alemán se ha convertido en una farsa de sínodo”. “Maria 2.0”, el movimiento de mujeres católicas romanas de Alemania, acaba de advertir que el Camino Sinodal está en peligro de “fracasar fatalmente”.

6. El clericalismo es la raíz de todos los males. La Iglesia Católica romana se define y funciona de acuerdo a un modelo clerical vertical, autoritario, masculino y célibe. Es un modelo enteramente obsoleto, sin fundamento alguno en Jesús y en las primeras generaciones cristianas (si bien hay que decir que dicho modelo no sería hoy vinculante ni en el caso, totalmente irreal, de que lo hubiese instaurado Jesús en persona y lo hubiesen aplicado todas las comunidades cristianas al unísono desde el principio, al igual que ya no son vinculantes para hoy el pergamino o el papiro y la tinta con que entonces escribían).

El papa Francisco ha advertido una y otra vez en términos severos contra la tentación del clericalismo, pero no ha dado ningún paso decisivo para hacerlo desaparecer, ni siquiera para relativizarlo. Ha denunciado con razón que «los laicos clericalizados son una plaga en la Iglesia”, pero no que esa plaga es derivada del modelo clerical de Iglesia ni que este modelo es la causa principal de los grandes males sistémicos de esta Iglesia católica romana –agresiones sexuales incluidas– y que hay que derogarlo en nombre de Jesús y de la fraternidad-sororidad universal a la que la humanidad aspira.

La erradicación del modelo clerical piramidal, autoritario y masculino requiere la transformación radical del discurso teológico en su conjunto y el desmantelamiento de los cimientos mismos del actual Código del Derecho Canónico. No habrá primavera en la Iglesia mientras eso no suceda, como no podrán avanzar los sínodos mientras la última palabra la tengan el papa y los obispos nombrados por él a dedo, ni mientras el papa siga siendo plenipotenciario, elegido por los cardenales nombrados por el papa anterior, y obligado lógicamente a ceder el poder real a curias que lo ejercerán en la mayor opacidad y fuera de todo control, y ello en nombre de Dios y del papa, que apenas se enterará y que poco podrá hacer aunque se entere. Y no bastará con reformar la burocracia curial, es decir, fundamentalmente, redistribuir dicasterios y poderes y cambiar protocolos.

Por todo lo dicho, la conclusión se me impone: la primavera del papa Francisco sigue pendiente, enteramente pendiente. Y no puede valer como excusa la existencia –por verdadera que sea– de grandes poderes que operan contra él desde fuera y sobre todo desde dentro mismo del sistema clerical (por ejemplo, cardenales como Pell, Burke, Brandmüller, Müller, Sarah, Rouco, Erdö, Ouellet, Viganò…), pues las luchas de poder y de intereses forman parte constitutiva del sistema del papado absolutista.

Pero quede muy claro: no reprocho nada al papa de mente jesuita y corazón franciscano. Es un hombre como cualquiera de nosotros, seguramente mejor que yo y que la mayoría de nosotros, pero eso no viene aquí al caso. Tiene su mentalidad, su teología, su modelo de Iglesia, con todo derecho, como cualquiera de nosotros. Y hace como mejor piensa y puede con la mejor voluntad. No le reprocho nada, ni le exijo nada más de lo que hace, a sus 86 años y con su salud quebrada. Pero representa un sistema eclesiástico obsoleto. Es rehén del papado y de su historia y de sus dogmas inamovibles. Y es el jefe absoluto de una institución en la que se halla enfrentado a una alternativa poco halagüeña: o intentar reformarla radicalmente (cosa improbable, por no decir imposible) o empeñarse en mantenerla con meros ajustes de funcionamiento, reformas curiales y sínodos incluidos (lo que equivale a dejar que siga cayendo poco a poco, al ritmo aproximado de un punto porcentual al año, según las estadísticas –implacables– socio-religiosas mundiales; las cifras son implacables).

Tal es el balance general que hago después de 10 años. Puede parecer demasiado pesimista. Pero quiero dejar también muy claro: no me siento decepcionado por el papa Francisco (el lector puede corroborarlo leyendo la breve reflexión “100 días de papado” que escribí poco después de su elección). No me siento decepcionado por dos motivos, determinantes ambos: en primer lugar, porque hace 10 años no tenía expectativas de la gran reforma eclesial (que 50 años atrás era absolutamente indispensable y tal vez hubiera sido posible), y no hay decepción donde no hay expectativas; en segundo lugar, porque el hecho de que esta institución eclesial, que en el Concilio Vaticano II y en el inmediato postconcilio se negó a reformarse a fondo para empujar el anhelo de un mundo mejor en este mundo, que esta institución, digo, se vaya derrumbando ya no me parece ni una gran desgracia ni un motivo de desesperanza.

La esperanza del mundo ya no se juega en la suerte de este sistema eclesial. Con mis dudas y contradicciones, trataré de vivir en esperanza: de seguir cuidando en mí mismo y en los demás la llama vacilante que arde en la comunidad eclesial de las discípulas y discípulos de Jesús, pero sin esperar la reforma de esta institución eclesiástica ya irreformable. La esperanza no consiste en esperar o aguardar a que algo –aunque sea lo mejor– suceda, sino en vivir con espíritu, en respiro, dejándose inspirar por el Espíritu transformador y poniendo cada día una semillita de vida para la vida común más plena a la que aspiramos.

José Arregi

«Violaciones masivas» de DD.HH.

Un informe de AI señala «violaciones masivas» de derechos humanos en El Salvador

Historia de Agencia EFE

San Salvador, 27 mar (EFE).- La organización internacional Amnistía Internacional (AI) señaló en su informe anual que el régimen de excepción vigente en El Salvador desde marzo de 2022 «conllevó violaciones masivas de derechos humanos y el debilitamiento del Estado de derecho».

«Las autoridades declararon un estado de excepción que conllevó violaciones masivas de derechos humanos y el debilitamiento del Estado de derecho, así como el deterioro grave y continuo del acceso a la información pública», indicó AI.

Advirtió que «la mayoría de las más de 60.000 detenciones efectuadas durante el estado de excepción eran presuntamente arbitrarias porque no cumplían los requisitos legales, concretamente que se hubiera dictado una orden de arresto o que la persona en cuestión hubiera sido sorprendida en flagrante delito».

La medida, ampliada en 12 ocasiones por términos de 30 días por parte del Congreso de mayoría oficialista, fue implementada tras una escalada de homicidios que se cobró la vida de más de 80 personas en tres días.

«Miles de personas fueron procesadas de manera indiscriminada, y a la mayoría de ellas se les negó el contacto con sus abogados, el acceso al expediente del caso, la información sobre los motivos de su detención o el derecho a ser oídas en la vista de acusación formal», sostuvo la ONG.

Acotó que, a su juicio, en este contexto la Asamblea Legislativa «aprobó enmiendas procesales y penales contrarias al derecho internacional», como realizar audiencias «sin que la parte acusada estuviera presente, no revelar la identidad de los jueces, y suprimir los periodos máximos de detención en espera de juicio».

AI reportó que El Salvador «presentó el índice de privación de libertad más elevado del mundo» con las detenciones bajo el régimen, que superan las 65.000.

La tasa de encarcelamiento llegó a «1.927 personas presas por cada 100.000 habitantes» con más de 94.000 personas recluidas al cierre del 2022, «pese a que las prisiones tenían capacidad para albergar a 30.864, según datos oficiales de febrero de 2021 obtenidos por organizaciones locales».

«El hacinamiento extremo daba lugar a violaciones del derecho a la vida y la integridad física, y provocó problemas graves de saneamiento y escasez de alimentos y productos básicos de higiene, lo que afectó gravemente a la salud de la población», agregó.

De acuerdo con las organizaciones humanitarias locales, son más de 100 personas detenidas en régimen que han fallecido en custodia estatal.

ATAQUES A PRENSA Y ACTIVISTA

Por otra parte, AI añadió que el país centroamericano también se mantuvieron «los ataques contra periodistas y defensores y defensoras de los derechos humanos» seguían siendo habituales.

Indicó que la Asamblea Legislativa no aprobó una ley para garantizar «los derechos de las víctimas de los crímenes de derecho internacional cometidos durante el conflicto armado (1980-1992) y además «continuaba vigente la prohibición total del aborto».

En El Salvador, las mujeres que sufren complicaciones del embarazo que dan lugar a abortos espontáneos y mortinatos son habitualmente sospechosas de haberse practicado un aborto, prohibido en todas las circunstancias y son procesadas bajo el cargo de homicidio agravado.

(c) Agencia EFE

«Nadie queda excluído de la Iglesia»

Farrell: “Lo más grande que nos ha enseñado Francisco en estos diez años es que nadie queda excluido en la Iglesia”

El cardenal prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida cree que, por decisión del Papa, será el último clérigo en presidir este órgano

“El Papa es la persona más indicada para enseñarnos cómo debe vivir el mundo. ¿Le escuchamos todos? No. Pero él ha abierto los brazos de la Iglesia para abrazar a todo el mundo, no solo a los católicos, y no solo a los buenos católicos que van a la iglesia. A todos los católicos. A todas las personas. Nadie queda excluido. Y, para mí, eso es lo más grande que nos ha enseñado Francisco en estos diez años”. Así lo afirma el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, en entrevista con Vatican News con motivo de los 10 años de pontificado.

En la entrevista, el purpurado estadounidense afirma también que “el mayor logro del Papa ha sido mostrarnos cómo vivir el Evangelio. Será recordado por eso, y por enseñarnos a todos que tenemos que salir a las periferias. Eso significa que tenemos que comprometernos con la gente”. Asimismo, en su opinión, “Francisco ha hecho enormes progresos en la Iglesia y ha cambiado la mentalidad de muchos, tanto clérigos como no clérigos”.

Sobre su trabajo en la Curia romana, Farrell destaca que el Papa le llamó para “promover a los laicos dentro de la Iglesia, y para encontrar estructuras y formas en las que los laicos puedan ser miembros activos. Y creo que lo ha conseguido…”. En el Dicasterio que preside hay hoy tres sacerdotes del total de 35 trabajadores. Por eso, dice imaginar que “tendré el honor de ser el último clérigo en ser prefecto de este Dicasterio”.

La cultura de la vida

En relación a la personalidad del Pontífice, el cardenal sostiene que “Francisco está en contacto con la gente y quiere enseñarnos cómo poner en práctica lo que aprendemos de la doctrina de Juan Pablo II y del énfasis de Benedicto XVI en la teología del encuentro con Jesucristo”. “Puedo decir, por experiencia personal, que nada trae más felicidad y alegría al Papa que encontrarse con la gente”, añade.

Por último, y en relación a la defensa de la vida, recalca que “solo conseguiremos construir una cultura de la vida cuando cambiemos las mentes y los corazones de todas las personas. Esto se refiere no solo a la cuestión del aborto, sino a la cuestión de las guerras injustas, de los asesinatos, de la pena de muerte”.

San Romero de América

Monseñor Romero, luces para el camino hacia la Pascua

por Flor María Ramírez 


Cuarenta y tres años han pasado desde el Martirio de Monseñor Romero un 24 de marzo y la situación de tensión y desesperanza lamentablemente sigue latente en su país. Por muchos años, Monseñor fue la “voz de los sin voz”,  denunció sin temor la violencia, las violaciones a los derechos humanos y las arbitrariedades que sumergieron a El Salvador en una cruenta guerra de más de 12 años.


Las homilías de San Óscar Romero se transmitían cada domingo en la radio abierta, sus palabras eran consuelo, eran un bálsamo ante una espiral de violencia; con su valentía puso a la vista pública las injusticias de una guerra sin fin alimentada por un contexto internacional de polarización. Fue un pastor y un líder que se transformó por la realidad del pueblo, adquirió gran conciencia de su rol, en “disposición de dar mi vida por Dios, sea cual sea el fin de mi vida”, dijo San Óscar Romero.

Su camino, ha sido uno de liberación y preparación, decía en una de sus homilías cuaresmales que “sentimos en el Cristo de la Semana Santa, con su cruz a cuestas que es el pueblo que va cargando también su cruz. Sentimos en el Cristo de los brazos abiertos y crucificados, al pueblo crucificado; pero que desde Cristo, un pueblo crucificado y humillado, encuentra su esperanza”. (Homilía 19 de marzo  de 1978, IV p. 80)

San Óscar Romero

Monseñor ahora canonizado, fue un  pastor con voz potente, fuerte y clara que se comprometió con la justicia y con la búsqueda de una solución al conflicto. Su legado se ha hecho cada vez más conocido y asimilado por las nuevas generaciones en contextos adversos en donde la violencia es latente. Hoy su influencia trasciende a la Iglesia Católica y a las fronteras salvadoreñas. Su labor ha sido reconocida en diferentes foros ecuménicos, políticos y sociales. El arzobispo ocupa un lugar especial al ser considerado uno de los 10 mártires del siglo XX en la Abadía de Westminster, al lado de Martin Luther King.

Descrito por Casaldáliga

El histórico San Romero de América era descrito por Pedro Casaldáliga como:

“Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.
Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,
abandonado por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!
(Las curias no podían entenderte: ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo)… pero el pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio…”

Fue siempre la esperanza la que dio fuerza a su trayectoria valiente y la que ayudó a la Iglesia a asimilar su Martirio: “si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Podemos ver en la imagen, vida y obra de Romero un camino claro hacia la Pascua, de cómo nuestras palabras, pensamientos y acciones pueden ser luz en un contexto de sombras, anunciar la Resurrección en lo más profundo de nuestras comunidades.

Cuenca, una provincia maltratada

Cuando decimos que Cuenca es una provincia maltratada no lo decimos sin más por desgracia 😔

📉 Los hechos (ojalá los datos dijeran lo contrario) nos lo demuestran una y otra vez.

⏰ Si observamos la frecuencia existente en los autocares 🚌 que viajan diariamente desde Madrid a las distintas provincias limítrofes a dicha Comunidad de Madrid, vemos que Cuenca vuelve a ser la gran olvidada, la que nunca pasa por los planes gubernamentales, la que siempre ha de quedar en el vagón de cola del progreso, (nótese la ironía referente al vagón ya que también nos han cerrado la línea del tren Madrid-Aranjuez-Cuenca-Utiel-Valencia) 🛤️

Frecuencia actual del servicio de autocares entre Madrid y provincias limítrofes:

➡️ Toledo – 70 viajes cada día.

➡️ Guadalajara – 57 viajes cada día.

➡️ Segovia – 34 viajes cada día.

➡️ Ávila – 16 viajes cada día.

➡️ Cuenca – 9 viajes cada día.

La política del bien común

El Papa: todos debemos hacer política por el bien común


Ciudad del Vaticano. «El Pastor», el libro de los periodistas Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin, que se publica estos días en Argentina, es el resultado de varias entrevistas con el Papa sobre los temas más importantes y urgentes de la Iglesia. De la política a la economía, de las reformas en la Curia Romana a las amenazas a la «casa común». También se da espacio a algunos aspectos personales, respecto a un viaje a Argentina Francisco dice que «es injusto decir que no quiero ir».

De ‘El jesuita’, escrito en 2010, a ‘Il Pastor’, un volumen que se publica actualmente en Argentina. Francesca Ambrogetti, ex directora de ANSA en el país sudamericano, y Sergio Rubin, del diario El Clarín, vuelven sobre la figura de Jorge Mario Bergoglio.

Si en el primer libro habían recogido el pensamiento del cardenal arzobispo de Buenos Aires, en este segundo
el enfoque es sobre el magisterio del Papa Francisco: los retos afrontados en los diez años de pontificado y
las perspectivas de futuro como «revitalizar el anuncio del Evangelio» – dice el Pontífice – «reducir el centralismo vaticano, proscribir la pederastia… y combatir la corrupción económica». Un programa de gobierno, subraya, que «es ejecutar lo declarado por los cardenales en las congregaciones generales en vísperas del cónclave».

Diecinueve capítulos en 346 páginas divididas en un prólogo firmado por el Papa en el que, escribe, «debo
reconocer una virtud en Francesca y Sergio: su perseverancia». Los periodistas ofrecen un análisis del magisterio a través de entrevistas periódicas realizadas a lo largo de 10 años. Se tratan muchos temas: desde cuestiones relacionadas con los inmigrantes, la defensa de la vida, el impacto de las reformas de la Curia Romana, hasta los abusos a menores.

En este punto, Francisco subraya que su pontificado «será evaluado en gran parte por cómo ha afrontado esta plaga». A continuación, el matrimonio y la familia, la «casa común» amenazada, el «genio femenino», el «arribismo» en la Iglesia. So-
bre la homosexualidad, subrayó que «aquellos que han sufrido el rechazo de la Iglesia, quisiera hacerles saber que son personas en la Iglesia».

El Evangelio para convertir una mentalidad La política es uno de los temas centrales. ‘Sí, hago política’, responde el Papa, ‘porque todos deben hacer política’. ¿Y qué es la política? Una forma de vida para la polis, para la ciudad. Lo que yo no hago, ni debe hacer la Iglesia, es política de partidos. Pero el Evangelio tiene una dimensión política, que es transformar la mentalidad social, incluso religiosa, de las personas» para que se oriente al bien común.

Otro tema fuerte se refiere a la economía, Francisco reitera que el faro a seguir es la Doctrina Social de la Iglesia, que la suya no es una condena del capitalismo sino que es necesario, como indicó Juan Pablo II, seguir una «economía social de mercado». Hoy, añade, prevalecen las finanzas y la riqueza es cada vez menos participativa. «En lo que todos podemos estar de acuerdo es en que la concentración de la riqueza y la desigualdad han aumentado. Y que hay mucha gente pasando hambre».

Claridad en las finanzas vaticanas Francisco se detiene después en los asuntos financieros del Vaticano, defendiendo la buena fe de la «inmensa mayoría» de los miembros de la Iglesia, «pero no se puede negar -dice- que algunos eclesiásticos y muchos,
yo diría, falsos laicos ‘amigos’ de la Iglesia han contribuido a malversar el patrimonio mueble e inmueble, no del Vaticano, sino de los fieles».

Refiriéndose luego al asunto de la propiedad londinense, subraya que fue precisamente en el Vaticano donde se detectó «la compra sospechosa». «Me alegré», dice el Papa, «porque significa que hoy la administración vaticana tiene los medios para hacer luz sobre las cosas feas que pasan dentro». Sobre las relaciones Estado-Iglesia, pues, dice defender «la laicidad del Estado, no
el laicismo que, por ejemplo, no permite imágenes religiosas en los espacios públicos».

Listo para ir a China

Sobre Argentina, el Papa subraya que «las acusaciones de peronismo son un lugar común» y pide a los sindicatos que defiendan la dignidad de los trabajadores y sus derechos. También sostiene que su intención de viajar al país «sigue siendo válida». ‘Es injusto decir que no quiero ir’. Respecto al acuerdo entre la Santa Sede y China, el Papa dice ser consciente de los problemas y
sufrimientos, mostrándose dispuesto a ir al país asiático: «¡Mañana mismo, si fuera posible!».

La Iglesia no es una madre «por correspondencia» Por último, el Papa confiesa haber tenido crisis de fe, superadas con la ayuda de Dios. «En cualquier caso – añade-, una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis. Igual que una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer». Sobre la Iglesia del futuro, explica que la cercanía es la clave de todo. La Iglesia es una madre, y no conozco ninguna madre ‘por correspondencia’.

La madre da afecto, toca, besa, ama. Cuando la Iglesia no está cerca de sus hijos porque está ocupada con mil cosas o se comunica con ellos a través de documentos, es como si una madre se comunicara con sus hijos por carta».

La nueva fase de recepción del Vat II

Rafael Luciani: “Francisco inicia una nueva fase en la recepción del Vaticano II”

El teólogo venezolano analiza las implicaciones eclesiológicas de la sinodalidad en el marco del encuentro online organizado por la Academia de Líderes Católicos con motivo de los diez años del pontificado de Bergoglio

Para el teólogo Rafael Luciani, “Francisco inicia una nueva fase en la recepción del Vaticano II y recupera la imagen conciliar de una Ecclesia semper reformanda”. Es la reflexión que lanzó esta tarde en el marco del encuentro online organizado por la Academia de Líderes Católicos con motivo del décimo aniversario del pontificado del primer Papa latinoamericano de la historia que se celebra el lunes 13 de marzo.

El profesor venezolano de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas y docente extraordinario del Boston College defendió que la reforma de este Papa “no se trata de un acto puntual de revisión de ciertas estructuras, sino de un proceso permanente de conversión eclesial enraizado en la eclesiología del Pueblo de Dios”.

Sinodalidad con historia

Es ahí donde enmarcó el término sinodalidad, que está marcando este tiempo de pontificado: “La sinodalidad puede ser nueva para nosotros, pero no para la larga y rica tradición de la Iglesia”.

“La sinodalidad no es algo opcional”, aseveró el investigador, convencido de que “no podemos pretender domesticar al Espíritu y decirle por donde ha de hablar”. De hacerla realidad, tal y como pretende el Papa, “se recuperarían las relaciones horizontales que brotan de la dignidad bautismal, la participación en el sacerdocio común de todos los fieles y el ejercicio de la corresponsabilidad en la misión”.

Proceso de maduración

Por eso, para el miembro de la Comisión Teológica de la Secretaría General del Sínodo, “hablar de un proceso de reformas en clave sinodal va más allá de la celebración de Sínodos”. “Se trata de un proceso de maduración de la eclesiología”, añadió. El teólogo considera que “este pontificado ha iniciado un proceso de renovación eclesial que supone un cambio en la comprensión de la conciencia colectiva de lo que es ser Iglesia Pueblo de Dios”.

Con todas estas premisas, Luciani concluyó que “hoy, Francisco nos deja con este gran desafío para el tercer milenio: construir una Iglesia toda ella sinodal que viva la comunión desde la participación y la corresponsabilidad de todos los fieles”.

BALANCE DE LOS 10 AÑOS DEL PAPA FRANCISCO

LA PRIMAVERA PENDIENTE. BALANCE DE LOS 10 AÑOS DEL PAPA FRANCISCO

 En noviembre de 2013, 8 meses después de su elección, el papa Francisco publicó el primero de sus grandes documentos, creo que el mejor de todos los textos escritos o firmados por él: la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Fue como un pregón programático. Como un pregón primaveral. Evocaba aquellas palabras que el relato evangélico de Lucas pone en boca de Jesús en la escena inaugural de su misión profética en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu de la Vida me envía a anunciar la buena noticia a los pobres, a proclamar la liberación de los cautivos, a promulgar el año de gracia, el Jubileo de la justicia y de la paz sobre toda la Tierra” (Lc 4,18-19).

Evangelii Gaudium: eso es todo y a eso vengo”, venía a decir el papa argentino, jesuita y franciscano a la vez: solo la bondad inseparablemente personal y política puede traer la alegría de vivir a esta tierra, solo la alegría compartida puede sostener a la larga la lucha por la paz y la justicia universal. La Evangelii Gaudium no denuncia la cultura actual, sino la economía financiera asesina. Afirma que “el gran peligro del mundo (y de los cristianos) es la tristeza” (n. 2), y el remedio no está en creer los dogmas, sino en realizar la “revolución de la ternura” (n. 88). Fue un pregón profético y primaveral con los pies en el suelo y el espíritu en la Buena Noticia de Jesús.

La Buena Noticia de Jesús fue y sigue siendo políticamente y religiosamente subversiva, y es posible que ningún documento de ningún papa anterior lo haya expresado con la fuerza, la libertad y la valentía con que lo hizo el papa Francisco en su programática Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Es lo primero que quiero afirmar en mi balance personal de sus 10 años de pontificado.

Y quiero destacar en particular la extraordinaria aportación de este papa a las grandes causas políticas globales de nuestro tiempo: su reivindicación de la justicia como condición de la paz, su denuncia de la economía financiarizada, su análisis de la emergencia ecológica, su reivindicación de la igualdad de los derechos de la mujer (con la grave incoherencia que luego señalaré…). Baste mencionar algunas afirmaciones de la misma Evangelii Gaudium. Denuncia sin titubeos “una economía de la exclusión y la inequidad”, “esa economía que mata (n. 53); y afirma rotundamente que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (n. 59); que “hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (n. 195), y que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (n. 202).

Estas declaraciones y otras muchas similares que el papa Francisco ha proclamado a los cuatro vientos en los cinco continentes a lo largo de estos 10 años ininterrumpidamente –“Quitad vuestras manos de África”, y “El veneno de la codicia ha manchado de sangre sus diamantes”, dijo hace un mes en la República Democrática del Congo– han hecho de él el profeta político más importante de esta década, y no soy yo quien lo dice, sino analistas políticos de izquierda de prestigio internacional como Boaventura de Sousa Santos, y líderes y lideresas de Podemos como Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesia y Yolanda Díaz. Esa es, a mi modo de ver, la mejor contribución del papa Francisco.

Claro que la contribución socio-política, aun siendo la primera condición, no permite sin más hablar de primavera eclesial. Esta requiere una profunda transformación de la institución eclesial en los campos de la teología, la moral y la organización del poder. ¿Sería posible? Para gran sorpresa de propios y extraños, el espíritu y la letra de Evangelii Gaudium sugerían una profunda transformación eclesial. Denunciaba sin tapujos a la gente de Iglesia que “se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (n. 94). Recalcaba que los hombres y las mujeres de hoy necesitan encontrar en la Iglesia “una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria” (n. 89); que “la Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (n. 114); que, “pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (n. 216); que “aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse” (n. 236); que “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (n. 270). Y aseveraba que “no podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura” (n. 118); que, por lo demás, “no hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse  siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable (n. 129). Y, antes de todo ello, afirmaba: “tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones (n. 16).

Es un texto lleno de aliento y frescura. Pero no todo era fresco y nuevo: sigue refiriéndose reiteradamente a la vieja teología de la muerte sacrificial, expiatoria, de Jesús que “dio su sangre por nosotros” (n. 178; cf. 128, 229, 274) (¿para quién puede eso resultar hoy buena noticia, motivo de alegría?); reivindica una mayor presencia de la mujer en la Iglesia, pero afirma a la vez que “el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (n. 104) (¿una Iglesia clerical podrá comunicar el gozo del Evangelio a las mujeres y a los hombres de hoy?); habla de la defensa de los “niños por nacer”, sin hacer distinción alguna entre el cigoto de un día y el feto de cuatro meses (nn. 213-214) (lo que contradice los datos de la ciencia: ¿puede así la Iglesia aliviar la angustia de muchas madres y padres?). En resumidas cuentas: el mensaje político de la Evangelii Gaudium, tanto en su denuncia como en su anuncio, habla el lenguaje de hoy, mientras que el mensaje más propiamente religioso y eclesial sigue ligado a creencias y categorías del pasado incapaces de inspirar a la inmensa mayoría de nuestra sociedad.

No obstante, la Evangelii Gaudium en su conjunto me hizo vibrar. Todo sonaba a puro Evangelio de aliento y renovación, libertad y liberación. Como innumerables cristianas y cristianos, la leí como un bello y firme himno a la primavera eclesial. Sin embargo, no me lo creía del todo, por dos motivos mayores. Primero, porque no veía señales claras de nuevo lenguaje teológico. Segundo, porque en el año 2013 yo ya no albergaba ilusiones de que en este pontificado se fuera a recuperar el retraso secular acumulado por la institución eclesial en los últimos 500 años (muchos más, en realidad), revertir la inercia tradicionalista de los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, colmar el desfase creciente entre la cultura moderna-posmoderna y el sistema eclesiástico en su conjunto. Ya era muy tarde para que la entera institución eclesial se dejara transformar por el espíritu de Jesús, por el aliento de la vida.

¿Y hoy, 10 años después? Lo diré abiertamente, y no sin algún pesar: sigo sin ver señales de aquella primavera anunciada. No obstante, constato con profunda extrañeza que muchas mujeres y hombres inteligentes y críticos celebran “la primavera del papa Francisco” como ya llegada, o al menos estrenada e irreversible. Por despacio que corra el tiempo en los relojes vaticanos y a pesar de que sus días sean como siglos, en estos tiempos de cambio acelerado, 10 años a la espera de la primavera son muchos años, demasiados para seguir aguardándola. En estos 10 años el mundo ha cambiado tanto y la Iglesia tan poco o nada, que su retraso se ha redoblado, la brecha entre la sociedad y la Iglesia ha seguido creciendo, y no porque la sociedad se haya alejado, sino porque la Iglesia sigue detenida en el pasado. 10 años son dos legislaturas en la mayoría de los parlamentos y gobiernos. Son suficientes para que quede bien de manifiesto aquello que un gobierno se propone hacer y lo que no, o aquello que puede hacer y lo que no podrá aunque se lo proponga. Una década es también suficiente para que un papa plenipotenciario dé signos inequívocos de lo que quiere y no quiere, de lo que puede y no puede hacer por plenipotenciario que sea (contradicción congénita del papado).

Entretanto, el zorzal común ha vuelto a cantar cada año sus variadas melodías siempre nuevas y el almendro ha florecido adelantándose cada año a la primavera general. La vida revive sin cesar y su incesante renacer es irreversible a pesar de todo, a pesar incluso de esta humanidad a la deriva. Pero, 10 años después, sigo sin ver las señales de la primavera eclesial. Porque quiere y no puede, porque puede y no quiere o porque ni quiere ni puede, la primavera no ha llegado ni la espero. ¿Y por qué lo digo así, tan tajantemente? He aquí 6 de los motivos principales:

1. Una teología que se ha vuelto incomprensible. Las palabras del papa Francisco siguen aferradas a la misma teología de siempre; la misma imagen de Dios como Ente Supremo, aunque misericordioso, que interviene en el mundo; el mismo viejo “diablo”; la misma idea del ser humano como centro y culmen de la creación; el mismo pecado y la misma idea de la Cruz expiatoria de “nuestros pecados”; la misma presentación del cielo y del infierno del más allá. Los mismos dogmas y el mismo Derecho Canónico con dos o tres retoques irrelevantes. Y pienso que, mientras no cambie la teología, no habrá primavera en la Iglesia. ¿Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir? era el título de un libro publicado por el obispo episcopaliano John Shelby Spong en 1999. Hace 50 años como mínimo que, según todos los indicios, la Iglesia católica optó por morir en vez de renovarse y revivir.

2. Una visión insostenible de la homosexualidad: “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?», dijo en el avión a la vuelta de Brasil en 2013, y mucha gente vio en esas palabras una ruptura con el pasado que yo sigo sin ver, pues alguien afirma que “no puede juzgar” a una determinada persona cuando ésta mantiene una conducta considerada en sí misma como condenable (“¿quién soy yo para juzgar a un homicida?”). De acuerdo con la tradición teológica general, el papa ha afirmado siempre que “la orientación homosexual no es pecaminosa, pero que los actos homosexuales sí lo son”, aunque en una reciente entrevista se enredó un poco diciendo que “la homosexualidad no es delito, pero sí pecado”. Sea como fuere, ha repetido numerosas veces que “el sacramento del matrimonio es entre un hombre y una mujer, y la Iglesia no puede cambiar eso”. Pues bien, no habrá primavera eclesial mientras perdure esa homofobia.

3. Una perspectiva de género absolutamente fuera de lugar. Durante estos 10 años, hasta hoy, el papa Francisco se ha referido reiteradamente a la “teoría de género” como “una colonización ideológica”, “esa maldad que hoy se hace en el adoctrinamiento de la teoría del género”, tachada de “diabólica y de “atentado contra la Creación”, que “vacía el fundamento antropológico de la familia”. ¿Qué primavera cabe mientras se sigan lanzando tales falsedades y ofensas contra las personas LGTBIQ+ y contra la sensibilidad, imprescindible, de una mayoría social creciente?

4. La mujer sublimada y marginada. A lo largo de esta década se han multiplicado en boca del papa las tomas de posición sobre la necesaria igualdad de derechos de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad civil…, Pero no en el interior de la comunidad eclesial, en la que está vedado el acceso de la mujer a todos los puestos de responsabilidad y de poder, y ello “por voluntad divina”. Se ha referido tímidamente a la posible ordenación de “diaconisas”, y muy recientemente incluso a la posibilidad de que una mujer presida un dicasterio vaticano, pero en ambos casos se trataría de funciones subalternas, siempre desligadas del llamado “sacerdocio sacramental”, ordenado. Los argumentos aducidos –enteramente anacrónicos y carente de todo fundamento histórico y teológico– siguen siendo los de siempre: la diferencia absoluta entre “sacerdocio común” y “sacerdocio sacramental”, la elección por parte de Jesús de 12 apóstoles varones, la distinción entre la función administrativa y el “poder sacramental” derivado del “sacramento del Orden”, indispensable éste para la celebración de la eucaristía y la “absolución sacramental de los pecados”. Nada nuevo bajo las cúpulas vaticanas. En diciembre de 2022, el papa Francisco incluso hizo suya la teoría del doble principio, mariano y petrino, que rige la Iglesia, teoría propuesta y defendida por Hans Urs von Balthasar –uno de los principales teólogos del siglo XX, referente de la teología más conservadora– en su libro El complejo antirromano (1974): María simboliza el amor, y es lo esencial en la Iglesia, pero carece de poder; Pedro y sus “sucesores” –con amor o sin amor– poseen en exclusiva el poder de representar al varón Jesús, que como varón representa a Dios Padre… No florecerá la primavera en la Iglesia, mientras no se rompa este sistema patriarcal.

5. El impasse de los sínodos. “Sínodo” significa “camino compartido”, si bien en el Derecho Canónico significa ante todo “asamblea del papa con los obispos”. Con el papa Francisco, llevamos tres Sínodos Generales y el cuarto está en marcha, y no han servido para caminar adelante sino para dar vueltas en el punto partida, y preveo que lo mismo pasará con el cuarto que está en curso. Primero fue el Sínodo de los jóvenes (2018), en el que los jóvenes brillaron por su ausencia. Luego se convocó el Sínodo de la Amazonía (2018-2019), en cuyo documento final se proponía que algunos varones casados “idóneos y reconocidos” que son diáconos permanentes puedan ser ordenados sacerdotes en “algunas zonas remotas de la región amazónica” (n. 111), pero el 3 de septiembre del año 2020 el papa Francisco desaprobó ese párrafo. En tercer lugar, se celebró el Sínodo de la Familia (2021-2022), del que se esperaba que dijera que los divorciados vueltos a casarse podrían comulgar, pero todo quedó en el aire, y cada uno hace como mejor le parece, como antes del Sínodo. Por fin, en 2021 se dio comienzo al cuarto Sínodo General, el Sínodo sobre la Sinodalidad, que recientemente se ha decidido prolongarlo hasta el 2024, no sé si para ganar tiempo o para perderlo. Pero no puedo pensar sino que acabará donde empezó: en efecto, en su Documento preparatorio se dice que “algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás” (n. 12), que aquellos “con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad” (n. 13), que los pastores son los “auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia” (n. 14), y se define a la Iglesia como “una comunidad jerárquicamente estructurada” (n. 14), contradicción en los términos. Si, después de dos años largos, no supera, que no superará, ese planteamiento, no habrá sido un auténtico Sínodo, “camino común”, sino un callejón clerical sin salida.

Mírese lo que está pasando, lo que ha pasado ya, con el “Camino Sinodal” de la Iglesia Católica alemana, puesto en marcha a finales de 2019. Por una amplísima mayoría de laicos y clérigos, obispos incluidos, han reclamado, entre otras cosas, la ordenación sacerdotal de mujeres y el reconocimiento de la unión de homosexuales como sacramento matrimonial, pero en el camino se han encontrado una y otra vez con el veto absoluto del Vaticano para esas y otras propuestas. Ante su insistencia, el cardenal Kasper, en otro tiempo prestigioso teólogo abierto, luego obispo y ahora principal asesor teológico del papa Francisco, a finales de 2021 declaró que “el Camino sinodal alemán se ha convertido en una farsa de sínodo”. “Maria 2.0”, el movimiento de mujeres católicas romanas de Alemania, acaba de advertir que el Camino Sinodal está en peligro de “fracasar fatalmente”.

6. El clericalismo es la raíz de todos los males. La Iglesia Católica romana se define y funciona de acuerdo a un modelo clerical vertical, autoritario, masculino y célibe. Es un modelo enteramente obsoleto, sin fundamento alguno en Jesús y en las primeras generaciones cristianas (si bien hay que decir que dicho modelo no sería hoy vinculante ni en el caso, totalmente irreal, de que lo hubiese instaurado Jesús en persona y lo hubiesen aplicado todas las comunidades cristianas al unísono desde el principio, al igual que ya no son vinculantes para hoy el pergamino o el papiro y la tinta con que entonces escribían).

El papa Francisco ha advertido una y otra vez en términos severos contra la tentación del clericalismo, pero no ha dado ningún paso decisivo para hacerlo desaparecer, ni siquiera para relativizarlo. Ha denunciado con razón que «los laicos clericalizados son una plaga en la Iglesia”, pero no que esa plaga es derivada del modelo clerical de Iglesia ni que este modelo es la causa principal de los grandes males sistémicos de esta Iglesia católica romana –agresiones sexuales incluidas– y que hay que derogarlo en nombre de Jesús y de la fraternidad-sororidad universal a la que la humanidad aspira.

La erradicación del modelo clerical piramidal, autoritario y masculino requiere la transformación radical del discurso teológico en su conjunto y el desmantelamiento de los cimientos mismos del actual Código del Derecho Canónico. No habrá primavera en la Iglesia mientras eso no suceda, como no podrán avanzar los sínodos mientras la última palabra la tengan el papa y los obispos nombrados por él a dedo, ni mientras el papa siga siendo plenipotenciario, elegido por los cardenales nombrados por el papa anterior, y obligado lógicamente a ceder el poder real a curias que lo ejercerán en la mayor opacidad y fuera de todo control, y ello en nombre de Dios y del papa, que apenas se enterará y que poco podrá hacer aunque se entere. Y no bastará con reformar la burocracia curial, es decir, fundamentalmente, redistribuir dicasterios y poderes y cambiar protocolos.

Por todo lo dicho, la conclusión se me impone: la primavera del papa Francisco sigue pendiente, enteramente pendiente. Y no puede valer como excusa la existencia –por verdadera que sea– de grandes poderes que operan contra él desde fuera y sobre todo desde dentro mismo del sistema clerical (por ejemplo, cardenales como Pell, Burke, Brandmüller, Müller, Sarah, Rouco, Erdö, Ouellet, Viganò…), pues las luchas de poder y de intereses forman parte constitutiva del sistema del papado absolutista.

Pero quede muy claro: no reprocho nada al papa de mente jesuita y corazón franciscano. Es un hombre como cualquiera de nosotros, seguramente mejor que yo y que la mayoría de nosotros, pero eso no viene aquí al caso. Tiene su mentalidad, su teología, su modelo de Iglesia, con todo derecho, como cualquiera de nosotros. Y hace como mejor piensa y puede con la mejor voluntad. No le reprocho nada, ni le exijo nada más de lo que hace, a sus 86 años y con su salud quebrada. Pero representa un sistema eclesiástico obsoleto. Es rehén del papado y de su historia y de sus dogmas inamovibles. Y es el jefe absoluto de una institución en la que se halla enfrentado a una alternativa poco halagüeña: o intentar reformarla radicalmente (cosa improbable, por no decir imposible) o empeñarse en mantenerla con meros ajustes de funcionamiento, reformas curiales y sínodos incluidos (lo que equivale a dejar que siga cayendo poco a poco, al ritmo aproximado de un punto porcentual al año, según las estadísticas –implacables– socio-religiosas mundiales; las cifras son implacables).

Tal es el balance general que hago después de 10 años. Puede parecer demasiado pesimista. Pero quiero dejar también muy claro: no me siento decepcionado por el papa Francisco (el lector puede corroborarlo leyendo la breve reflexión “100 días de papado” que escribí poco después de su elección). No me siento decepcionado por dos motivos, determinantes ambos: en primer lugar, porque hace 10 años no tenía expectativas de la gran reforma eclesial (que 50 años atrás era absolutamente indispensable y tal vez hubiera sido posible), y no hay decepción donde no hay expectativas; en segundo lugar, porque el hecho de que esta institución eclesial, que en el Concilio Vaticano II y en el inmediato postconcilio se negó a reformarse a fondo para empujar el anhelo de un mundo mejor en este mundo, que esta institución, digo, se vaya derrumbando ya no me parece ni una gran desgracia ni un motivo de desesperanza.

La esperanza del mundo ya no se juega en la suerte de este sistema eclesial. Con mis dudas y contradicciones, trataré de vivir en esperanza: de seguir cuidando en mí mismo y en los demás la llama vacilante que arde en la comunidad eclesial de las discípulas y discípulos de Jesús, pero sin esperar la reforma de esta institución eclesiástica ya irreformable. La esperanza no consiste en esperar o aguardar a que algo –aunque sea lo mejor– suceda, sino en vivir con espíritu, en respiro, dejándose inspirar por el Espíritu transformador y poniendo cada día una semillita de vida para la vida común más plena a la que aspiramos.