«Curas con olor a oveja»

Decálogo del buen sacerdote según el papa Francisco: 10 años reclamando curas con olor a oveja

Vida Nueva repasa las insistencias que el Pontífice hace sobre el perfil de los ministros ordenados

 El 13 de diciembre de 1969, Jorge Mario Bergoglio fue ordenado sacerdote. Una celebración presidida por el arzobispo de Córdoba, Ramón José Castellano, en Buenos Aires, pocos días antes de cumplir los 33 años. Unos años después, el 20 de mayo de 1992 sería consagrado obispo de Auca.Este momento llegó tras haber entrado en 1957 en el noviciado de los jesuitas y haber pasado por algunas presencia de la Compañía en Chile y Buenos Aires. Aunque el inicio más determinante de su vocación se sitúa en una confesión el 21 de septiembre de 1953, no comenzaría hasta 1967 sus estudios teológicos en la Facultad de Teología del Colegio Máximo de San José.

Con motivo de esta celebración, Vida Nueva repasa 10 de las insistencias que el pontífice hace sobre el perfil de los ministros ordenados.

 1. Adiós al clericalismo

Es casi uno de los mantras de Bergoglio. En su apertura del sínodo de los jóvenes, el Papa se refirió a la cuestión como “el flagelo del clericalismo” y no solo como apoyo silente de los abusos por parte de los clérigos. Para Bergoglio, una visión “elitista y excluyente, que interpreta el ministerio recibido como un poder para ejercer en lugar de un servicio gratuito y generoso para ofrecer” es algo que “nos lleva a creer que pertenecemos a un grupo que tiene todas las respuestas y ya no necesita escuchar y aprender nada”. Por ello, el Papa ha dicho que el clericalismo es “una perversión raíz de muchos males en la Iglesia” ante la cual hay que “pedir humildemente perdón y, sobre todo, crear las condiciones para que no se repita”.

  2. Curas callejeros Jesús, habiendo “podido perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley, pero quiso ser un ‘evangelizador’, un predicador callejero, el ‘portador de alegres noticias’ para su pueblo”, señalaba Francisco en la Misa Crismal de 2018. El pontífice pidión a los sacerdotes que pongan en práctica la “pedagogía de la encarnación, de la inculturación; no solo en las culturas lejanas, también en la propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes…”.

3. Un don no apto para funcionarios de lo sagrado

La llamada al sacerdocio es un don, “no es un pacto de trabajo ni algo que tengo que hacer”, recordaba Francisco en una de las misas de la mañana en Santa Marta no hace mucho. Para el pontífice los curas no son meros funcionarios. “El hacer está en segundo plano, yo debo recibir el don y custodiarlo como un don”, señalaba, a la vez que recordaba que “cuando olvidamos esto, nos apropiamos del don y lo transformamos en función, perdemos el corazón del ministerio”.

4. Ensuciarse las manos

Los sacerdotes se manchan las manos no solo al ungir el crisma a los enfermos o a los bautizados. Francisco, en la Misa Crismal de este 2019, señaló que “al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción”. “No somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón”, añadió.

5. Expertos en misericordia

“Como sacerdotes, somos testigos y ministros de la Misericordia siempre más grande de nuestro Padre; tenemos la dulce y confortadora tarea de encarnarla, como hizo Jesús, que ‘pasó haciendo el bien’ (Hch 10,38), de mil maneras, para que llegue a todos. Nosotros podemos contribuir a inculturarla, a fin de que cada persona la reciba en su propia experiencia de vida y así la pueda entender y practicar –creativamente– en el modo de ser propio de su pueblo y de su familia”, pedía el Papa en el Año de la Misericordia.

6. Recuperar la ilusión

Francisco es consciente de que los sacerdotes también viven la desilusión o la soledad. Incluso dedicó al tema una de sus intenciones y vídeos mensuales, el de julio de 2018“Que los sacerdotes que viven con fatiga y en la soledad el trabajo pastoral se sientan ayudados y confortados por la amistad con el Señor y con los hermanos”, imploraba.

7. Fuera los que buscan hacer carrera

En su primer encuentro con los nuncios, en junio de 2013, Francisco, en un discurso muy personal, les pidió: “Estad atentos a que los candidatos sean pastores cercanos a la gente; este es el primer criterio. Pastores cercanos a la gente. Si es un gran teólogo, una gran cabeza, que vaya a la universidad, donde hará tanto bien. ¡Pastores! ¡Los necesitamos!” para de no sucumbir a la “mundanidad espiritual”.

8. Lenguaje positivo en la homilía

La exhortación ‘Evangelii gaudium’ dedica varios puntos, de forma muy directa, a la homilía. Escribe el Papa que “la homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración” (núm. 138).

9. El aliento de la oración

Por supuesto, la oración es indispensable en la vida de los presbíteros. En su carta a los sacerdotes con motivo de los 160 años de la muerte del santo Cura de Ars, el pasado mes de agosto, el Papa recordaba que “en la oración experimentamos nuestra bendita precariedad que nos recuerda que somos discípulos necesitados del auxilio del Señor y nos libera de esa tendencia prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas”.

10. La teología del encuentro

En la carta a todos los presbíteros también señalaba que “nuestro tiempo, marcado por viejas y nuevas heridas”, y, por ello, “necesita que seamos artesanos de relación y de comunión, abiertos, confiados y expectantes de la novedad que el Reino de Dios quiere suscitar hoy”

BALANCE DE LOS 10 AÑOS DEL PAPA FRANCISCO

LA PRIMAVERA PENDIENTE.

En noviembre de 2013, 8 meses después de su elección, el papa Francisco publicó el primero de sus grandes documentos, creo que el mejor de todos los textos escritos o firmados por él: la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Fue como un pregón programático. Como un pregón primaveral. Evocaba aquellas palabras que el relato evangélico de Lucas pone en boca de Jesús en la escena inaugural de su misión profética en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu de la Vida me envía a anunciar la buena noticia a los pobres, a proclamar la liberación de los cautivos, a promulgar el año de gracia, el Jubileo de la justicia y de la paz sobre toda la Tierra” (Lc 4,18-19).

Evangelii Gaudium: eso es todo y a eso vengo”, venía a decir el papa argentino, jesuita y franciscano a la vez: solo la bondad inseparablemente personal y política puede traer la alegría de vivir a esta tierra, solo la alegría compartida puede sostener a la larga la lucha por la paz y la justicia universal. La Evangelii Gaudium no denuncia la cultura actual, sino la economía financiera asesina. Afirma que “el gran peligro del mundo (y de los cristianos) es la tristeza” (n. 2), y el remedio no está en creer los dogmas, sino en realizar la “revolución de la ternura” (n. 88). Fue un pregón profético y primaveral con los pies en el suelo y el espíritu en la Buena Noticia de Jesús.

La Buena Noticia de Jesús fue y sigue siendo políticamente y religiosamente subversiva, y es posible que ningún documento de ningún papa anterior lo haya expresado con la fuerza, la libertad y la valentía con que lo hizo el papa Francisco en su programática Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Es lo primero que quiero afirmar en mi balance personal de sus 10 años de pontificado.

Y quiero destacar en particular la extraordinaria aportación de este papa a las grandes causas políticas globales de nuestro tiempo: su reivindicación de la justicia como condición de la paz, su denuncia de la economía financiarizada, su análisis de la emergencia ecológica, su reivindicación de la igualdad de los derechos de la mujer (con la grave incoherencia que luego señalaré…). Baste mencionar algunas afirmaciones de la misma Evangelii Gaudium. Denuncia sin titubeos “una economía de la exclusión y la inequidad”, “esa economía que mata (n. 53); y afirma rotundamente que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (n. 59); que “hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (n. 195), y que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (n. 202).

Estas declaraciones y otras muchas similares que el papa Francisco ha proclamado a los cuatro vientos en los cinco continentes a lo largo de estos 10 años ininterrumpidamente –“Quitad vuestras manos de África”, y “El veneno de la codicia ha manchado de sangre sus diamantes”, dijo hace un mes en la República Democrática del Congo– han hecho de él el profeta político más importante de esta década, y no soy yo quien lo dice, sino analistas políticos de izquierda de prestigio internacional como Boaventura de Sousa Santos, y líderes y lideresas de Podemos como Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesia y Yolanda Díaz. Esa es, a mi modo de ver, la mejor contribución del papa Francisco.

Claro que la contribución socio-política, aun siendo la primera condición, no permite sin más hablar de primavera eclesial. Esta requiere una profunda transformación de la institución eclesial en los campos de la teología, la moral y la organización del poder. ¿Sería posible? Para gran sorpresa de propios y extraños, el espíritu y la letra de Evangelii Gaudium sugerían una profunda transformación eclesial. Denunciaba sin tapujos a la gente de Iglesia que “se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (n. 94). Recalcaba que los hombres y las mujeres de hoy necesitan encontrar en la Iglesia “una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria” (n. 89); que “la Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (n. 114); que, “pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (n. 216); que “aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse” (n. 236); que “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (n. 270). Y aseveraba que “no podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura” (n. 118); que, por lo demás, “no hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse  siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable (n. 129). Y, antes de todo ello, afirmaba: “tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones (n. 16).

Es un texto lleno de aliento y frescura. Pero no todo era fresco y nuevo: sigue refiriéndose reiteradamente a la vieja teología de la muerte sacrificial, expiatoria, de Jesús que “dio su sangre por nosotros” (n. 178; cf. 128, 229, 274) (¿para quién puede eso resultar hoy buena noticia, motivo de alegría?); reivindica una mayor presencia de la mujer en la Iglesia, pero afirma a la vez que “el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (n. 104) (¿una Iglesia clerical podrá comunicar el gozo del Evangelio a las mujeres y a los hombres de hoy?); habla de la defensa de los “niños por nacer”, sin hacer distinción alguna entre el cigoto de un día y el feto de cuatro meses (nn. 213-214) (lo que contradice los datos de la ciencia: ¿puede así la Iglesia aliviar la angustia de muchas madres y padres?). En resumidas cuentas: el mensaje político de la Evangelii Gaudium, tanto en su denuncia como en su anuncio, habla el lenguaje de hoy, mientras que el mensaje más propiamente religioso y eclesial sigue ligado a creencias y categorías del pasado incapaces de inspirar a la inmensa mayoría de nuestra sociedad.

No obstante, la Evangelii Gaudium en su conjunto me hizo vibrar. Todo sonaba a puro Evangelio de aliento y renovación, libertad y liberación. Como innumerables cristianas y cristianos, la leí como un bello y firme himno a la primavera eclesial. Sin embargo, no me lo creía del todo, por dos motivos mayores. Primero, porque no veía señales claras de nuevo lenguaje teológico. Segundo, porque en el año 2013 yo ya no albergaba ilusiones de que en este pontificado se fuera a recuperar el retraso secular acumulado por la institución eclesial en los últimos 500 años (muchos más, en realidad), revertir la inercia tradicionalista de los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, colmar el desfase creciente entre la cultura moderna-posmoderna y el sistema eclesiástico en su conjunto. Ya era muy tarde para que la entera institución eclesial se dejara transformar por el espíritu de Jesús, por el aliento de la vida.

¿Y hoy, 10 años después? Lo diré abiertamente, y no sin algún pesar: sigo sin ver señales de aquella primavera anunciada. No obstante, constato con profunda extrañeza que muchas mujeres y hombres inteligentes y críticos celebran “la primavera del papa Francisco” como ya llegada, o al menos estrenada e irreversible. Por despacio que corra el tiempo en los relojes vaticanos y a pesar de que sus días sean como siglos, en estos tiempos de cambio acelerado, 10 años a la espera de la primavera son muchos años, demasiados para seguir aguardándola. En estos 10 años el mundo ha cambiado tanto y la Iglesia tan poco o nada, que su retraso se ha redoblado, la brecha entre la sociedad y la Iglesia ha seguido creciendo, y no porque la sociedad se haya alejado, sino porque la Iglesia sigue detenida en el pasado. 10 años son dos legislaturas en la mayoría de los parlamentos y gobiernos. Son suficientes para que quede bien de manifiesto aquello que un gobierno se propone hacer y lo que no, o aquello que puede hacer y lo que no podrá aunque se lo proponga. Una década es también suficiente para que un papa plenipotenciario dé signos inequívocos de lo que quiere y no quiere, de lo que puede y no puede hacer por plenipotenciario que sea (contradicción congénita del papado).

Entretanto, el zorzal común ha vuelto a cantar cada año sus variadas melodías siempre nuevas y el almendro ha florecido adelantándose cada año a la primavera general. La vida revive sin cesar y su incesante renacer es irreversible a pesar de todo, a pesar incluso de esta humanidad a la deriva. Pero, 10 años después, sigo sin ver las señales de la primavera eclesial. Porque quiere y no puede, porque puede y no quiere o porque ni quiere ni puede, la primavera no ha llegado ni la espero. ¿Y por qué lo digo así, tan tajantemente? He aquí 6 de los motivos principales:

1. Una teología que se ha vuelto incomprensible. Las palabras del papa Francisco siguen aferradas a la misma teología de siempre; la misma imagen de Dios como Ente Supremo, aunque misericordioso, que interviene en el mundo; el mismo viejo “diablo”; la misma idea del ser humano como centro y culmen de la creación; el mismo pecado y la misma idea de la Cruz expiatoria de “nuestros pecados”; la misma presentación del cielo y del infierno del más allá. Los mismos dogmas y el mismo Derecho Canónico con dos o tres retoques irrelevantes. Y pienso que, mientras no cambie la teología, no habrá primavera en la Iglesia. ¿Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir? era el título de un libro publicado por el obispo episcopaliano John Shelby Spong en 1999. Hace 50 años como mínimo que, según todos los indicios, la Iglesia católica optó por morir en vez de renovarse y revivir.

2. Una visión insostenible de la homosexualidad: “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?», dijo en el avión a la vuelta de Brasil en 2013, y mucha gente vio en esas palabras una ruptura con el pasado que yo sigo sin ver, pues alguien afirma que “no puede juzgar” a una determinada persona cuando ésta mantiene una conducta considerada en sí misma como condenable (“¿quién soy yo para juzgar a un homicida?”). De acuerdo con la tradición teológica general, el papa ha afirmado siempre que “la orientación homosexual no es pecaminosa, pero que los actos homosexuales sí lo son”, aunque en una reciente entrevista se enredó un poco diciendo que “la homosexualidad no es delito, pero sí pecado”. Sea como fuere, ha repetido numerosas veces que “el sacramento del matrimonio es entre un hombre y una mujer, y la Iglesia no puede cambiar eso”. Pues bien, no habrá primavera eclesial mientras perdure esa homofobia.

3. Una perspectiva de género absolutamente fuera de lugar. Durante estos 10 años, hasta hoy, el papa Francisco se ha referido reiteradamente a la “teoría de género” como “una colonización ideológica”, “esa maldad que hoy se hace en el adoctrinamiento de la teoría del género”, tachada de “diabólica y de “atentado contra la Creación”, que “vacía el fundamento antropológico de la familia”. ¿Qué primavera cabe mientras se sigan lanzando tales falsedades y ofensas contra las personas LGTBIQ+ y contra la sensibilidad, imprescindible, de una mayoría social creciente?

4. La mujer sublimada y marginada. A lo largo de esta década se han multiplicado en boca del papa las tomas de posición sobre la necesaria igualdad de derechos de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad civil…, Pero no en el interior de la comunidad eclesial, en la que está vedado el acceso de la mujer a todos los puestos de responsabilidad y de poder, y ello “por voluntad divina”. Se ha referido tímidamente a la posible ordenación de “diaconisas”, y muy recientemente incluso a la posibilidad de que una mujer presida un dicasterio vaticano, pero en ambos casos se trataría de funciones subalternas, siempre desligadas del llamado “sacerdocio sacramental”, ordenado. Los argumentos aducidos –enteramente anacrónicos y carente de todo fundamento histórico y teológico– siguen siendo los de siempre: la diferencia absoluta entre “sacerdocio común” y “sacerdocio sacramental”, la elección por parte de Jesús de 12 apóstoles varones, la distinción entre la función administrativa y el “poder sacramental” derivado del “sacramento del Orden”, indispensable éste para la celebración de la eucaristía y la “absolución sacramental de los pecados”. Nada nuevo bajo las cúpulas vaticanas. En diciembre de 2022, el papa Francisco incluso hizo suya la teoría del doble principio, mariano y petrino, que rige la Iglesia, teoría propuesta y defendida por Hans Urs von Balthasar –uno de los principales teólogos del siglo XX, referente de la teología más conservadora– en su libro El complejo antirromano (1974): María simboliza el amor, y es lo esencial en la Iglesia, pero carece de poder; Pedro y sus “sucesores” –con amor o sin amor– poseen en exclusiva el poder de representar al varón Jesús, que como varón representa a Dios Padre… No florecerá la primavera en la Iglesia, mientras no se rompa este sistema patriarcal.

5. El impasse de los sínodos. “Sínodo” significa “camino compartido”, si bien en el Derecho Canónico significa ante todo “asamblea del papa con los obispos”. Con el papa Francisco, llevamos tres Sínodos Generales y el cuarto está en marcha, y no han servido para caminar adelante sino para dar vueltas en el punto partida, y preveo que lo mismo pasará con el cuarto que está en curso. Primero fue el Sínodo de los jóvenes (2018), en el que los jóvenes brillaron por su ausencia. Luego se convocó el Sínodo de la Amazonía (2018-2019), en cuyo documento final se proponía que algunos varones casados “idóneos y reconocidos” que son diáconos permanentes puedan ser ordenados sacerdotes en “algunas zonas remotas de la región amazónica” (n. 111), pero el 3 de septiembre del año 2020 el papa Francisco desaprobó ese párrafo. En tercer lugar, se celebró el Sínodo de la Familia (2021-2022), del que se esperaba que dijera que los divorciados vueltos a casarse podrían comulgar, pero todo quedó en el aire, y cada uno hace como mejor le parece, como antes del Sínodo. Por fin, en 2021 se dio comienzo al cuarto Sínodo General, el Sínodo sobre la Sinodalidad, que recientemente se ha decidido prolongarlo hasta el 2024, no sé si para ganar tiempo o para perderlo. Pero no puedo pensar sino que acabará donde empezó: en efecto, en su Documento preparatorio se dice que “algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás” (n. 12), que aquellos “con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad” (n. 13), que los pastores son los “auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia” (n. 14), y se define a la Iglesia como “una comunidad jerárquicamente estructurada” (n. 14), contradicción en los términos. Si, después de dos años largos, no supera, que no superará, ese planteamiento, no habrá sido un auténtico Sínodo, “camino común”, sino un callejón clerical sin salida.

Mírese lo que está pasando, lo que ha pasado ya, con el “Camino Sinodal” de la Iglesia Católica alemana, puesto en marcha a finales de 2019. Por una amplísima mayoría de laicos y clérigos, obispos incluidos, han reclamado, entre otras cosas, la ordenación sacerdotal de mujeres y el reconocimiento de la unión de homosexuales como sacramento matrimonial, pero en el camino se han encontrado una y otra vez con el veto absoluto del Vaticano para esas y otras propuestas. Ante su insistencia, el cardenal Kasper, en otro tiempo prestigioso teólogo abierto, luego obispo y ahora principal asesor teológico del papa Francisco, a finales de 2021 declaró que “el Camino sinodal alemán se ha convertido en una farsa de sínodo”. “Maria 2.0”, el movimiento de mujeres católicas romanas de Alemania, acaba de advertir que el Camino Sinodal está en peligro de “fracasar fatalmente”.

6. El clericalismo es la raíz de todos los males. La Iglesia Católica romana se define y funciona de acuerdo a un modelo clerical vertical, autoritario, masculino y célibe. Es un modelo enteramente obsoleto, sin fundamento alguno en Jesús y en las primeras generaciones cristianas (si bien hay que decir que dicho modelo no sería hoy vinculante ni en el caso, totalmente irreal, de que lo hubiese instaurado Jesús en persona y lo hubiesen aplicado todas las comunidades cristianas al unísono desde el principio, al igual que ya no son vinculantes para hoy el pergamino o el papiro y la tinta con que entonces escribían).

El papa Francisco ha advertido una y otra vez en términos severos contra la tentación del clericalismo, pero no ha dado ningún paso decisivo para hacerlo desaparecer, ni siquiera para relativizarlo. Ha denunciado con razón que «los laicos clericalizados son una plaga en la Iglesia”, pero no que esa plaga es derivada del modelo clerical de Iglesia ni que este modelo es la causa principal de los grandes males sistémicos de esta Iglesia católica romana –agresiones sexuales incluidas– y que hay que derogarlo en nombre de Jesús y de la fraternidad-sororidad universal a la que la humanidad aspira.

La erradicación del modelo clerical piramidal, autoritario y masculino requiere la transformación radical del discurso teológico en su conjunto y el desmantelamiento de los cimientos mismos del actual Código del Derecho Canónico. No habrá primavera en la Iglesia mientras eso no suceda, como no podrán avanzar los sínodos mientras la última palabra la tengan el papa y los obispos nombrados por él a dedo, ni mientras el papa siga siendo plenipotenciario, elegido por los cardenales nombrados por el papa anterior, y obligado lógicamente a ceder el poder real a curias que lo ejercerán en la mayor opacidad y fuera de todo control, y ello en nombre de Dios y del papa, que apenas se enterará y que poco podrá hacer aunque se entere. Y no bastará con reformar la burocracia curial, es decir, fundamentalmente, redistribuir dicasterios y poderes y cambiar protocolos.

Por todo lo dicho, la conclusión se me impone: la primavera del papa Francisco sigue pendiente, enteramente pendiente. Y no puede valer como excusa la existencia –por verdadera que sea– de grandes poderes que operan contra él desde fuera y sobre todo desde dentro mismo del sistema clerical (por ejemplo, cardenales como Pell, Burke, Brandmüller, Müller, Sarah, Rouco, Erdö, Ouellet, Viganò…), pues las luchas de poder y de intereses forman parte constitutiva del sistema del papado absolutista.

Pero quede muy claro: no reprocho nada al papa de mente jesuita y corazón franciscano. Es un hombre como cualquiera de nosotros, seguramente mejor que yo y que la mayoría de nosotros, pero eso no viene aquí al caso. Tiene su mentalidad, su teología, su modelo de Iglesia, con todo derecho, como cualquiera de nosotros. Y hace como mejor piensa y puede con la mejor voluntad. No le reprocho nada, ni le exijo nada más de lo que hace, a sus 86 años y con su salud quebrada. Pero representa un sistema eclesiástico obsoleto. Es rehén del papado y de su historia y de sus dogmas inamovibles. Y es el jefe absoluto de una institución en la que se halla enfrentado a una alternativa poco halagüeña: o intentar reformarla radicalmente (cosa improbable, por no decir imposible) o empeñarse en mantenerla con meros ajustes de funcionamiento, reformas curiales y sínodos incluidos (lo que equivale a dejar que siga cayendo poco a poco, al ritmo aproximado de un punto porcentual al año, según las estadísticas –implacables– socio-religiosas mundiales; las cifras son implacables).

Tal es el balance general que hago después de 10 años. Puede parecer demasiado pesimista. Pero quiero dejar también muy claro: no me siento decepcionado por el papa Francisco (el lector puede corroborarlo leyendo la breve reflexión “100 días de papado” que escribí poco después de su elección). No me siento decepcionado por dos motivos, determinantes ambos: en primer lugar, porque hace 10 años no tenía expectativas de la gran reforma eclesial (que 50 años atrás era absolutamente indispensable y tal vez hubiera sido posible), y no hay decepción donde no hay expectativas; en segundo lugar, porque el hecho de que esta institución eclesial, que en el Concilio Vaticano II y en el inmediato postconcilio se negó a reformarse a fondo para empujar el anhelo de un mundo mejor en este mundo, que esta institución, digo, se vaya derrumbando ya no me parece ni una gran desgracia ni un motivo de desesperanza.

La esperanza del mundo ya no se juega en la suerte de este sistema eclesial. Con mis dudas y contradicciones, trataré de vivir en esperanza: de seguir cuidando en mí mismo y en los demás la llama vacilante que arde en la comunidad eclesial de las discípulas y discípulos de Jesús, pero sin esperar la reforma de esta institución eclesiástica ya irreformable. La esperanza no consiste en esperar o aguardar a que algo –aunque sea lo mejor– suceda, sino en vivir con espíritu, en respiro, dejándose inspirar por el Espíritu transformador y poniendo cada día una semillita de vida para la vida común más plena a la que aspiramos.

José Arregi

«Nadie queda excluído de la Iglesia»

Farrell: “Lo más grande que nos ha enseñado Francisco en estos diez años es que nadie queda excluido en la Iglesia”

El cardenal prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida cree que, por decisión del Papa, será el último clérigo en presidir este órgano

“El Papa es la persona más indicada para enseñarnos cómo debe vivir el mundo. ¿Le escuchamos todos? No. Pero él ha abierto los brazos de la Iglesia para abrazar a todo el mundo, no solo a los católicos, y no solo a los buenos católicos que van a la iglesia. A todos los católicos. A todas las personas. Nadie queda excluido. Y, para mí, eso es lo más grande que nos ha enseñado Francisco en estos diez años”. Así lo afirma el cardenal Kevin Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, en entrevista con Vatican News con motivo de los 10 años de pontificado.

En la entrevista, el purpurado estadounidense afirma también que “el mayor logro del Papa ha sido mostrarnos cómo vivir el Evangelio. Será recordado por eso, y por enseñarnos a todos que tenemos que salir a las periferias. Eso significa que tenemos que comprometernos con la gente”. Asimismo, en su opinión, “Francisco ha hecho enormes progresos en la Iglesia y ha cambiado la mentalidad de muchos, tanto clérigos como no clérigos”.

Sobre su trabajo en la Curia romana, Farrell destaca que el Papa le llamó para “promover a los laicos dentro de la Iglesia, y para encontrar estructuras y formas en las que los laicos puedan ser miembros activos. Y creo que lo ha conseguido…”. En el Dicasterio que preside hay hoy tres sacerdotes del total de 35 trabajadores. Por eso, dice imaginar que “tendré el honor de ser el último clérigo en ser prefecto de este Dicasterio”.

La cultura de la vida

En relación a la personalidad del Pontífice, el cardenal sostiene que “Francisco está en contacto con la gente y quiere enseñarnos cómo poner en práctica lo que aprendemos de la doctrina de Juan Pablo II y del énfasis de Benedicto XVI en la teología del encuentro con Jesucristo”. “Puedo decir, por experiencia personal, que nada trae más felicidad y alegría al Papa que encontrarse con la gente”, añade.

Por último, y en relación a la defensa de la vida, recalca que “solo conseguiremos construir una cultura de la vida cuando cambiemos las mentes y los corazones de todas las personas. Esto se refiere no solo a la cuestión del aborto, sino a la cuestión de las guerras injustas, de los asesinatos, de la pena de muerte”.

La política del bien común

El Papa: todos debemos hacer política por el bien común


Ciudad del Vaticano. «El Pastor», el libro de los periodistas Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin, que se publica estos días en Argentina, es el resultado de varias entrevistas con el Papa sobre los temas más importantes y urgentes de la Iglesia. De la política a la economía, de las reformas en la Curia Romana a las amenazas a la «casa común». También se da espacio a algunos aspectos personales, respecto a un viaje a Argentina Francisco dice que «es injusto decir que no quiero ir».

De ‘El jesuita’, escrito en 2010, a ‘Il Pastor’, un volumen que se publica actualmente en Argentina. Francesca Ambrogetti, ex directora de ANSA en el país sudamericano, y Sergio Rubin, del diario El Clarín, vuelven sobre la figura de Jorge Mario Bergoglio.

Si en el primer libro habían recogido el pensamiento del cardenal arzobispo de Buenos Aires, en este segundo
el enfoque es sobre el magisterio del Papa Francisco: los retos afrontados en los diez años de pontificado y
las perspectivas de futuro como «revitalizar el anuncio del Evangelio» – dice el Pontífice – «reducir el centralismo vaticano, proscribir la pederastia… y combatir la corrupción económica». Un programa de gobierno, subraya, que «es ejecutar lo declarado por los cardenales en las congregaciones generales en vísperas del cónclave».

Diecinueve capítulos en 346 páginas divididas en un prólogo firmado por el Papa en el que, escribe, «debo
reconocer una virtud en Francesca y Sergio: su perseverancia». Los periodistas ofrecen un análisis del magisterio a través de entrevistas periódicas realizadas a lo largo de 10 años. Se tratan muchos temas: desde cuestiones relacionadas con los inmigrantes, la defensa de la vida, el impacto de las reformas de la Curia Romana, hasta los abusos a menores.

En este punto, Francisco subraya que su pontificado «será evaluado en gran parte por cómo ha afrontado esta plaga». A continuación, el matrimonio y la familia, la «casa común» amenazada, el «genio femenino», el «arribismo» en la Iglesia. So-
bre la homosexualidad, subrayó que «aquellos que han sufrido el rechazo de la Iglesia, quisiera hacerles saber que son personas en la Iglesia».

El Evangelio para convertir una mentalidad La política es uno de los temas centrales. ‘Sí, hago política’, responde el Papa, ‘porque todos deben hacer política’. ¿Y qué es la política? Una forma de vida para la polis, para la ciudad. Lo que yo no hago, ni debe hacer la Iglesia, es política de partidos. Pero el Evangelio tiene una dimensión política, que es transformar la mentalidad social, incluso religiosa, de las personas» para que se oriente al bien común.

Otro tema fuerte se refiere a la economía, Francisco reitera que el faro a seguir es la Doctrina Social de la Iglesia, que la suya no es una condena del capitalismo sino que es necesario, como indicó Juan Pablo II, seguir una «economía social de mercado». Hoy, añade, prevalecen las finanzas y la riqueza es cada vez menos participativa. «En lo que todos podemos estar de acuerdo es en que la concentración de la riqueza y la desigualdad han aumentado. Y que hay mucha gente pasando hambre».

Claridad en las finanzas vaticanas Francisco se detiene después en los asuntos financieros del Vaticano, defendiendo la buena fe de la «inmensa mayoría» de los miembros de la Iglesia, «pero no se puede negar -dice- que algunos eclesiásticos y muchos,
yo diría, falsos laicos ‘amigos’ de la Iglesia han contribuido a malversar el patrimonio mueble e inmueble, no del Vaticano, sino de los fieles».

Refiriéndose luego al asunto de la propiedad londinense, subraya que fue precisamente en el Vaticano donde se detectó «la compra sospechosa». «Me alegré», dice el Papa, «porque significa que hoy la administración vaticana tiene los medios para hacer luz sobre las cosas feas que pasan dentro». Sobre las relaciones Estado-Iglesia, pues, dice defender «la laicidad del Estado, no
el laicismo que, por ejemplo, no permite imágenes religiosas en los espacios públicos».

Listo para ir a China

Sobre Argentina, el Papa subraya que «las acusaciones de peronismo son un lugar común» y pide a los sindicatos que defiendan la dignidad de los trabajadores y sus derechos. También sostiene que su intención de viajar al país «sigue siendo válida». ‘Es injusto decir que no quiero ir’. Respecto al acuerdo entre la Santa Sede y China, el Papa dice ser consciente de los problemas y
sufrimientos, mostrándose dispuesto a ir al país asiático: «¡Mañana mismo, si fuera posible!».

La Iglesia no es una madre «por correspondencia» Por último, el Papa confiesa haber tenido crisis de fe, superadas con la ayuda de Dios. «En cualquier caso – añade-, una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis. Igual que una fe que no nos hace crecer es una fe que debe crecer». Sobre la Iglesia del futuro, explica que la cercanía es la clave de todo. La Iglesia es una madre, y no conozco ninguna madre ‘por correspondencia’.

La madre da afecto, toca, besa, ama. Cuando la Iglesia no está cerca de sus hijos porque está ocupada con mil cosas o se comunica con ellos a través de documentos, es como si una madre se comunicara con sus hijos por carta».

La nueva fase de recepción del Vat II

Rafael Luciani: “Francisco inicia una nueva fase en la recepción del Vaticano II”

El teólogo venezolano analiza las implicaciones eclesiológicas de la sinodalidad en el marco del encuentro online organizado por la Academia de Líderes Católicos con motivo de los diez años del pontificado de Bergoglio

Para el teólogo Rafael Luciani, “Francisco inicia una nueva fase en la recepción del Vaticano II y recupera la imagen conciliar de una Ecclesia semper reformanda”. Es la reflexión que lanzó esta tarde en el marco del encuentro online organizado por la Academia de Líderes Católicos con motivo del décimo aniversario del pontificado del primer Papa latinoamericano de la historia que se celebra el lunes 13 de marzo.

El profesor venezolano de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas y docente extraordinario del Boston College defendió que la reforma de este Papa “no se trata de un acto puntual de revisión de ciertas estructuras, sino de un proceso permanente de conversión eclesial enraizado en la eclesiología del Pueblo de Dios”.

Sinodalidad con historia

Es ahí donde enmarcó el término sinodalidad, que está marcando este tiempo de pontificado: “La sinodalidad puede ser nueva para nosotros, pero no para la larga y rica tradición de la Iglesia”.

“La sinodalidad no es algo opcional”, aseveró el investigador, convencido de que “no podemos pretender domesticar al Espíritu y decirle por donde ha de hablar”. De hacerla realidad, tal y como pretende el Papa, “se recuperarían las relaciones horizontales que brotan de la dignidad bautismal, la participación en el sacerdocio común de todos los fieles y el ejercicio de la corresponsabilidad en la misión”.

Proceso de maduración

Por eso, para el miembro de la Comisión Teológica de la Secretaría General del Sínodo, “hablar de un proceso de reformas en clave sinodal va más allá de la celebración de Sínodos”. “Se trata de un proceso de maduración de la eclesiología”, añadió. El teólogo considera que “este pontificado ha iniciado un proceso de renovación eclesial que supone un cambio en la comprensión de la conciencia colectiva de lo que es ser Iglesia Pueblo de Dios”.

Con todas estas premisas, Luciani concluyó que “hoy, Francisco nos deja con este gran desafío para el tercer milenio: construir una Iglesia toda ella sinodal que viva la comunión desde la participación y la corresponsabilidad de todos los fieles”.

BALANCE DE LOS 10 AÑOS DEL PAPA FRANCISCO

LA PRIMAVERA PENDIENTE. BALANCE DE LOS 10 AÑOS DEL PAPA FRANCISCO

 En noviembre de 2013, 8 meses después de su elección, el papa Francisco publicó el primero de sus grandes documentos, creo que el mejor de todos los textos escritos o firmados por él: la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Fue como un pregón programático. Como un pregón primaveral. Evocaba aquellas palabras que el relato evangélico de Lucas pone en boca de Jesús en la escena inaugural de su misión profética en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu de la Vida me envía a anunciar la buena noticia a los pobres, a proclamar la liberación de los cautivos, a promulgar el año de gracia, el Jubileo de la justicia y de la paz sobre toda la Tierra” (Lc 4,18-19).

Evangelii Gaudium: eso es todo y a eso vengo”, venía a decir el papa argentino, jesuita y franciscano a la vez: solo la bondad inseparablemente personal y política puede traer la alegría de vivir a esta tierra, solo la alegría compartida puede sostener a la larga la lucha por la paz y la justicia universal. La Evangelii Gaudium no denuncia la cultura actual, sino la economía financiera asesina. Afirma que “el gran peligro del mundo (y de los cristianos) es la tristeza” (n. 2), y el remedio no está en creer los dogmas, sino en realizar la “revolución de la ternura” (n. 88). Fue un pregón profético y primaveral con los pies en el suelo y el espíritu en la Buena Noticia de Jesús.

La Buena Noticia de Jesús fue y sigue siendo políticamente y religiosamente subversiva, y es posible que ningún documento de ningún papa anterior lo haya expresado con la fuerza, la libertad y la valentía con que lo hizo el papa Francisco en su programática Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Es lo primero que quiero afirmar en mi balance personal de sus 10 años de pontificado.

Y quiero destacar en particular la extraordinaria aportación de este papa a las grandes causas políticas globales de nuestro tiempo: su reivindicación de la justicia como condición de la paz, su denuncia de la economía financiarizada, su análisis de la emergencia ecológica, su reivindicación de la igualdad de los derechos de la mujer (con la grave incoherencia que luego señalaré…). Baste mencionar algunas afirmaciones de la misma Evangelii Gaudium. Denuncia sin titubeos “una economía de la exclusión y la inequidad”, “esa economía que mata (n. 53); y afirma rotundamente que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (n. 59); que “hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha (n. 195), y que “mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales” (n. 202).

Estas declaraciones y otras muchas similares que el papa Francisco ha proclamado a los cuatro vientos en los cinco continentes a lo largo de estos 10 años ininterrumpidamente –“Quitad vuestras manos de África”, y “El veneno de la codicia ha manchado de sangre sus diamantes”, dijo hace un mes en la República Democrática del Congo– han hecho de él el profeta político más importante de esta década, y no soy yo quien lo dice, sino analistas políticos de izquierda de prestigio internacional como Boaventura de Sousa Santos, y líderes y lideresas de Podemos como Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesia y Yolanda Díaz. Esa es, a mi modo de ver, la mejor contribución del papa Francisco.

Claro que la contribución socio-política, aun siendo la primera condición, no permite sin más hablar de primavera eclesial. Esta requiere una profunda transformación de la institución eclesial en los campos de la teología, la moral y la organización del poder. ¿Sería posible? Para gran sorpresa de propios y extraños, el espíritu y la letra de Evangelii Gaudium sugerían una profunda transformación eclesial. Denunciaba sin tapujos a la gente de Iglesia que “se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (n. 94). Recalcaba que los hombres y las mujeres de hoy necesitan encontrar en la Iglesia “una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria” (n. 89); que “la Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (n. 114); que, “pequeños pero fuertes en el amor de Dios, como san Francisco de Asís, todos los cristianos estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (n. 216); que “aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse” (n. 236); que “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (n. 270). Y aseveraba que “no podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura” (n. 118); que, por lo demás, “no hay que pensar que el anuncio evangélico deba transmitirse  siempre con determinadas fórmulas aprendidas, o con palabras precisas que expresen un contenido absolutamente invariable (n. 129). Y, antes de todo ello, afirmaba: “tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones (n. 16).

Es un texto lleno de aliento y frescura. Pero no todo era fresco y nuevo: sigue refiriéndose reiteradamente a la vieja teología de la muerte sacrificial, expiatoria, de Jesús que “dio su sangre por nosotros” (n. 178; cf. 128, 229, 274) (¿para quién puede eso resultar hoy buena noticia, motivo de alegría?); reivindica una mayor presencia de la mujer en la Iglesia, pero afirma a la vez que “el sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (n. 104) (¿una Iglesia clerical podrá comunicar el gozo del Evangelio a las mujeres y a los hombres de hoy?); habla de la defensa de los “niños por nacer”, sin hacer distinción alguna entre el cigoto de un día y el feto de cuatro meses (nn. 213-214) (lo que contradice los datos de la ciencia: ¿puede así la Iglesia aliviar la angustia de muchas madres y padres?). En resumidas cuentas: el mensaje político de la Evangelii Gaudium, tanto en su denuncia como en su anuncio, habla el lenguaje de hoy, mientras que el mensaje más propiamente religioso y eclesial sigue ligado a creencias y categorías del pasado incapaces de inspirar a la inmensa mayoría de nuestra sociedad.

No obstante, la Evangelii Gaudium en su conjunto me hizo vibrar. Todo sonaba a puro Evangelio de aliento y renovación, libertad y liberación. Como innumerables cristianas y cristianos, la leí como un bello y firme himno a la primavera eclesial. Sin embargo, no me lo creía del todo, por dos motivos mayores. Primero, porque no veía señales claras de nuevo lenguaje teológico. Segundo, porque en el año 2013 yo ya no albergaba ilusiones de que en este pontificado se fuera a recuperar el retraso secular acumulado por la institución eclesial en los últimos 500 años (muchos más, en realidad), revertir la inercia tradicionalista de los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, colmar el desfase creciente entre la cultura moderna-posmoderna y el sistema eclesiástico en su conjunto. Ya era muy tarde para que la entera institución eclesial se dejara transformar por el espíritu de Jesús, por el aliento de la vida.

¿Y hoy, 10 años después? Lo diré abiertamente, y no sin algún pesar: sigo sin ver señales de aquella primavera anunciada. No obstante, constato con profunda extrañeza que muchas mujeres y hombres inteligentes y críticos celebran “la primavera del papa Francisco” como ya llegada, o al menos estrenada e irreversible. Por despacio que corra el tiempo en los relojes vaticanos y a pesar de que sus días sean como siglos, en estos tiempos de cambio acelerado, 10 años a la espera de la primavera son muchos años, demasiados para seguir aguardándola. En estos 10 años el mundo ha cambiado tanto y la Iglesia tan poco o nada, que su retraso se ha redoblado, la brecha entre la sociedad y la Iglesia ha seguido creciendo, y no porque la sociedad se haya alejado, sino porque la Iglesia sigue detenida en el pasado. 10 años son dos legislaturas en la mayoría de los parlamentos y gobiernos. Son suficientes para que quede bien de manifiesto aquello que un gobierno se propone hacer y lo que no, o aquello que puede hacer y lo que no podrá aunque se lo proponga. Una década es también suficiente para que un papa plenipotenciario dé signos inequívocos de lo que quiere y no quiere, de lo que puede y no puede hacer por plenipotenciario que sea (contradicción congénita del papado).

Entretanto, el zorzal común ha vuelto a cantar cada año sus variadas melodías siempre nuevas y el almendro ha florecido adelantándose cada año a la primavera general. La vida revive sin cesar y su incesante renacer es irreversible a pesar de todo, a pesar incluso de esta humanidad a la deriva. Pero, 10 años después, sigo sin ver las señales de la primavera eclesial. Porque quiere y no puede, porque puede y no quiere o porque ni quiere ni puede, la primavera no ha llegado ni la espero. ¿Y por qué lo digo así, tan tajantemente? He aquí 6 de los motivos principales:

1. Una teología que se ha vuelto incomprensible. Las palabras del papa Francisco siguen aferradas a la misma teología de siempre; la misma imagen de Dios como Ente Supremo, aunque misericordioso, que interviene en el mundo; el mismo viejo “diablo”; la misma idea del ser humano como centro y culmen de la creación; el mismo pecado y la misma idea de la Cruz expiatoria de “nuestros pecados”; la misma presentación del cielo y del infierno del más allá. Los mismos dogmas y el mismo Derecho Canónico con dos o tres retoques irrelevantes. Y pienso que, mientras no cambie la teología, no habrá primavera en la Iglesia. ¿Por qué el cristianismo tiene que cambiar o morir? era el título de un libro publicado por el obispo episcopaliano John Shelby Spong en 1999. Hace 50 años como mínimo que, según todos los indicios, la Iglesia católica optó por morir en vez de renovarse y revivir.

2. Una visión insostenible de la homosexualidad: “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?», dijo en el avión a la vuelta de Brasil en 2013, y mucha gente vio en esas palabras una ruptura con el pasado que yo sigo sin ver, pues alguien afirma que “no puede juzgar” a una determinada persona cuando ésta mantiene una conducta considerada en sí misma como condenable (“¿quién soy yo para juzgar a un homicida?”). De acuerdo con la tradición teológica general, el papa ha afirmado siempre que “la orientación homosexual no es pecaminosa, pero que los actos homosexuales sí lo son”, aunque en una reciente entrevista se enredó un poco diciendo que “la homosexualidad no es delito, pero sí pecado”. Sea como fuere, ha repetido numerosas veces que “el sacramento del matrimonio es entre un hombre y una mujer, y la Iglesia no puede cambiar eso”. Pues bien, no habrá primavera eclesial mientras perdure esa homofobia.

3. Una perspectiva de género absolutamente fuera de lugar. Durante estos 10 años, hasta hoy, el papa Francisco se ha referido reiteradamente a la “teoría de género” como “una colonización ideológica”, “esa maldad que hoy se hace en el adoctrinamiento de la teoría del género”, tachada de “diabólica y de “atentado contra la Creación”, que “vacía el fundamento antropológico de la familia”. ¿Qué primavera cabe mientras se sigan lanzando tales falsedades y ofensas contra las personas LGTBIQ+ y contra la sensibilidad, imprescindible, de una mayoría social creciente?

4. La mujer sublimada y marginada. A lo largo de esta década se han multiplicado en boca del papa las tomas de posición sobre la necesaria igualdad de derechos de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad civil…, Pero no en el interior de la comunidad eclesial, en la que está vedado el acceso de la mujer a todos los puestos de responsabilidad y de poder, y ello “por voluntad divina”. Se ha referido tímidamente a la posible ordenación de “diaconisas”, y muy recientemente incluso a la posibilidad de que una mujer presida un dicasterio vaticano, pero en ambos casos se trataría de funciones subalternas, siempre desligadas del llamado “sacerdocio sacramental”, ordenado. Los argumentos aducidos –enteramente anacrónicos y carente de todo fundamento histórico y teológico– siguen siendo los de siempre: la diferencia absoluta entre “sacerdocio común” y “sacerdocio sacramental”, la elección por parte de Jesús de 12 apóstoles varones, la distinción entre la función administrativa y el “poder sacramental” derivado del “sacramento del Orden”, indispensable éste para la celebración de la eucaristía y la “absolución sacramental de los pecados”. Nada nuevo bajo las cúpulas vaticanas. En diciembre de 2022, el papa Francisco incluso hizo suya la teoría del doble principio, mariano y petrino, que rige la Iglesia, teoría propuesta y defendida por Hans Urs von Balthasar –uno de los principales teólogos del siglo XX, referente de la teología más conservadora– en su libro El complejo antirromano (1974): María simboliza el amor, y es lo esencial en la Iglesia, pero carece de poder; Pedro y sus “sucesores” –con amor o sin amor– poseen en exclusiva el poder de representar al varón Jesús, que como varón representa a Dios Padre… No florecerá la primavera en la Iglesia, mientras no se rompa este sistema patriarcal.

5. El impasse de los sínodos. “Sínodo” significa “camino compartido”, si bien en el Derecho Canónico significa ante todo “asamblea del papa con los obispos”. Con el papa Francisco, llevamos tres Sínodos Generales y el cuarto está en marcha, y no han servido para caminar adelante sino para dar vueltas en el punto partida, y preveo que lo mismo pasará con el cuarto que está en curso. Primero fue el Sínodo de los jóvenes (2018), en el que los jóvenes brillaron por su ausencia. Luego se convocó el Sínodo de la Amazonía (2018-2019), en cuyo documento final se proponía que algunos varones casados “idóneos y reconocidos” que son diáconos permanentes puedan ser ordenados sacerdotes en “algunas zonas remotas de la región amazónica” (n. 111), pero el 3 de septiembre del año 2020 el papa Francisco desaprobó ese párrafo. En tercer lugar, se celebró el Sínodo de la Familia (2021-2022), del que se esperaba que dijera que los divorciados vueltos a casarse podrían comulgar, pero todo quedó en el aire, y cada uno hace como mejor le parece, como antes del Sínodo. Por fin, en 2021 se dio comienzo al cuarto Sínodo General, el Sínodo sobre la Sinodalidad, que recientemente se ha decidido prolongarlo hasta el 2024, no sé si para ganar tiempo o para perderlo. Pero no puedo pensar sino que acabará donde empezó: en efecto, en su Documento preparatorio se dice que “algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás” (n. 12), que aquellos “con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad” (n. 13), que los pastores son los “auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia” (n. 14), y se define a la Iglesia como “una comunidad jerárquicamente estructurada” (n. 14), contradicción en los términos. Si, después de dos años largos, no supera, que no superará, ese planteamiento, no habrá sido un auténtico Sínodo, “camino común”, sino un callejón clerical sin salida.

Mírese lo que está pasando, lo que ha pasado ya, con el “Camino Sinodal” de la Iglesia Católica alemana, puesto en marcha a finales de 2019. Por una amplísima mayoría de laicos y clérigos, obispos incluidos, han reclamado, entre otras cosas, la ordenación sacerdotal de mujeres y el reconocimiento de la unión de homosexuales como sacramento matrimonial, pero en el camino se han encontrado una y otra vez con el veto absoluto del Vaticano para esas y otras propuestas. Ante su insistencia, el cardenal Kasper, en otro tiempo prestigioso teólogo abierto, luego obispo y ahora principal asesor teológico del papa Francisco, a finales de 2021 declaró que “el Camino sinodal alemán se ha convertido en una farsa de sínodo”. “Maria 2.0”, el movimiento de mujeres católicas romanas de Alemania, acaba de advertir que el Camino Sinodal está en peligro de “fracasar fatalmente”.

6. El clericalismo es la raíz de todos los males. La Iglesia Católica romana se define y funciona de acuerdo a un modelo clerical vertical, autoritario, masculino y célibe. Es un modelo enteramente obsoleto, sin fundamento alguno en Jesús y en las primeras generaciones cristianas (si bien hay que decir que dicho modelo no sería hoy vinculante ni en el caso, totalmente irreal, de que lo hubiese instaurado Jesús en persona y lo hubiesen aplicado todas las comunidades cristianas al unísono desde el principio, al igual que ya no son vinculantes para hoy el pergamino o el papiro y la tinta con que entonces escribían).

El papa Francisco ha advertido una y otra vez en términos severos contra la tentación del clericalismo, pero no ha dado ningún paso decisivo para hacerlo desaparecer, ni siquiera para relativizarlo. Ha denunciado con razón que «los laicos clericalizados son una plaga en la Iglesia”, pero no que esa plaga es derivada del modelo clerical de Iglesia ni que este modelo es la causa principal de los grandes males sistémicos de esta Iglesia católica romana –agresiones sexuales incluidas– y que hay que derogarlo en nombre de Jesús y de la fraternidad-sororidad universal a la que la humanidad aspira.

La erradicación del modelo clerical piramidal, autoritario y masculino requiere la transformación radical del discurso teológico en su conjunto y el desmantelamiento de los cimientos mismos del actual Código del Derecho Canónico. No habrá primavera en la Iglesia mientras eso no suceda, como no podrán avanzar los sínodos mientras la última palabra la tengan el papa y los obispos nombrados por él a dedo, ni mientras el papa siga siendo plenipotenciario, elegido por los cardenales nombrados por el papa anterior, y obligado lógicamente a ceder el poder real a curias que lo ejercerán en la mayor opacidad y fuera de todo control, y ello en nombre de Dios y del papa, que apenas se enterará y que poco podrá hacer aunque se entere. Y no bastará con reformar la burocracia curial, es decir, fundamentalmente, redistribuir dicasterios y poderes y cambiar protocolos.

Por todo lo dicho, la conclusión se me impone: la primavera del papa Francisco sigue pendiente, enteramente pendiente. Y no puede valer como excusa la existencia –por verdadera que sea– de grandes poderes que operan contra él desde fuera y sobre todo desde dentro mismo del sistema clerical (por ejemplo, cardenales como Pell, Burke, Brandmüller, Müller, Sarah, Rouco, Erdö, Ouellet, Viganò…), pues las luchas de poder y de intereses forman parte constitutiva del sistema del papado absolutista.

Pero quede muy claro: no reprocho nada al papa de mente jesuita y corazón franciscano. Es un hombre como cualquiera de nosotros, seguramente mejor que yo y que la mayoría de nosotros, pero eso no viene aquí al caso. Tiene su mentalidad, su teología, su modelo de Iglesia, con todo derecho, como cualquiera de nosotros. Y hace como mejor piensa y puede con la mejor voluntad. No le reprocho nada, ni le exijo nada más de lo que hace, a sus 86 años y con su salud quebrada. Pero representa un sistema eclesiástico obsoleto. Es rehén del papado y de su historia y de sus dogmas inamovibles. Y es el jefe absoluto de una institución en la que se halla enfrentado a una alternativa poco halagüeña: o intentar reformarla radicalmente (cosa improbable, por no decir imposible) o empeñarse en mantenerla con meros ajustes de funcionamiento, reformas curiales y sínodos incluidos (lo que equivale a dejar que siga cayendo poco a poco, al ritmo aproximado de un punto porcentual al año, según las estadísticas –implacables– socio-religiosas mundiales; las cifras son implacables).

Tal es el balance general que hago después de 10 años. Puede parecer demasiado pesimista. Pero quiero dejar también muy claro: no me siento decepcionado por el papa Francisco (el lector puede corroborarlo leyendo la breve reflexión “100 días de papado” que escribí poco después de su elección). No me siento decepcionado por dos motivos, determinantes ambos: en primer lugar, porque hace 10 años no tenía expectativas de la gran reforma eclesial (que 50 años atrás era absolutamente indispensable y tal vez hubiera sido posible), y no hay decepción donde no hay expectativas; en segundo lugar, porque el hecho de que esta institución eclesial, que en el Concilio Vaticano II y en el inmediato postconcilio se negó a reformarse a fondo para empujar el anhelo de un mundo mejor en este mundo, que esta institución, digo, se vaya derrumbando ya no me parece ni una gran desgracia ni un motivo de desesperanza.

La esperanza del mundo ya no se juega en la suerte de este sistema eclesial. Con mis dudas y contradicciones, trataré de vivir en esperanza: de seguir cuidando en mí mismo y en los demás la llama vacilante que arde en la comunidad eclesial de las discípulas y discípulos de Jesús, pero sin esperar la reforma de esta institución eclesiástica ya irreformable. La esperanza no consiste en esperar o aguardar a que algo –aunque sea lo mejor– suceda, sino en vivir con espíritu, en respiro, dejándose inspirar por el Espíritu transformador y poniendo cada día una semillita de vida para la vida común más plena a la que aspiramos.

Grech, en los 10 años de Francisco:

“Está ayudándonos a redescubrir la belleza de la Iglesia como Pueblo de Dios”

“El Papa quiere trasladar a la vida cotidiana la enseñanza del Concilio Vaticano II”, dice el secretario general del Sínodo

“Lo que está haciendo el papa Francisco es ayudarnos a redescubrir la belleza de la Iglesia como Pueblo de Dios. Y este es el discurso del Concilio Vaticano II”. De esta manera se expresa el cardenal secretario general del Sínodo, Mario Grech, en entrevista con Vatican News con motivo del décimo aniversario del pontificado.

“Así pues –continúa–, si hoy, por invitación del Santo Padre, reflexionamos –y espero que también tomemos decisiones– para hacer que la Iglesia sea más sinodal, es porque el Santo Padre quiere trasladar a la vida cotidiana la enseñanza del Concilio Vaticano II, especialmente la enseñanza sobre la Iglesia, la eclesiología del Vaticano II”.

Para Grech, “el Santo Padre quiere una Iglesia sinodal donde haya comunión, por tanto, donde nadie se sienta excluido; donde haya participación para todos, respetando los carismas y los ministerios; y luego para una misión, porque todo esto no es un discurso autorreferencial, es decir, no es introspección, sino que estamos reflexionando sobre la Iglesia para poder comunicar también hoy el Evangelio, para ayudar al encuentro entre el Señor resucitado y el hombre de hoy”.

De la periferia al centro

Según explica el purpurado maltés, “el Papa nos invita continuamente a reflexionar sobre la sinodalidad. Pero la sinodalidad no es solo un desafío para la Iglesia, es también un desafío para toda la humanidad. Con esto quiero decir que el Santo Padre nos invita a caminar juntos y a escuchar a todos, sin excluir a nadie, incluidas las personas que se encuentran en dificultades. Quizá podamos decir también que el Santo Padre está dando voz a los pobres, a los que sufren la injusticia, a los que se sienten marginados”.

En este sentido, añade: “El Papa nos recuerda a menudo que los cambios en la historia no empezaron desde el centro sino desde la periferia, porque los que están en la periferia pueden ver la realidad mucho más objetivamente que los que están en el centro. Con esta afirmación, el Papa reconoce en realidad la dignidad y el valor de cada persona”

Francisco、Reformador por la Cuarta Vía

Diez años en la cuerda floja: Francisco, el reformador de la cuarta vía

«Reforma de Francisco por la cuarta vía de conversión continua y reforma evangélica por camino sinodal»

«El ‘camino de en medio’ de Francisco no es postura intermedia de ‘pseudo-centro’, sino cuarta opción para que caminen juntas las divergencias hacia una convergencia que requiere tiempo y sufrimiento, manteniendo equilibrios inestables con la ayuda del Espíritu Santo»

«En la década del Papa Francisco, tanto en la práctica pastoral como en la enseñanza de la teología, se puede practicar la cuarta vía evangélica para acoger, en vez de condenar; bendecir, en vez de demonizar; ayudar a discernir en conciencia soluciones pastorales a situaciones canónicamente calificadas como irregulares y doctrinalmente pendientes de evolución y reforma»

Por | Juan Masiá teólogo jesuita

~Ni restauración, ni ruptura, ni solo renovación, sino reforma~

De Benedicto a Bendecido

   Hace diez años titulé De Benedicto a Bendecido el primer gesto del nuevo obispo de Roma: jesuita argentino con nombre franciscano invita a rezar en silencio. Esperábamos bendición papal, pero él pide primero que el Espíritu nos bendiga. El gesto clave de hermandad universal auguraba bendiciones, cumplidas año tras año con gestos, palabras y silencios, retratos de un estilo pastoral de misericordia evangélica, discernimiento espiritual y comunión de caminantes en el Espíritu. Así promueve la “conversión del Papado” y la “conversión pastoral” de una iglesia que deje de hablar “más de la ley que de la gracia, más de ella misma que de Jesucristo, más del Papa que de la Palabra de Dios (“Evangelii Gaudium”, EG, 32-38). El poliédrico Francisco (EG 236): discierne como san Ignacio, para reformar, compadece, como san Francisco, para sanar ; escucha y acompaña, como san Alfonso Ligorio, para reconciliar.

   No caben aquí recopilaciones. Me limito a un tema: la audacia de Francisco para ir por el “Camino de en medio” (que no el “punto medio”, sino “la cuarta Vía” de conversión continua y reforma evangélica por camino sinodal (EG. 217-237). Lectores/as de este blog disculparán lo repetitivo de la cantilena sobre la “la cuarta vía” (Cf. numerosos posts de estos diez años en RD sobre Papa Francisco y moral). 

Ni restauración, ni ruptura, ni renovación cosmética, sino reforma por el Espíritu

   Más allá de la restauración conservadora y del reformismo progresista; también más allá del “punto medio” de compromiso diplomático “a la vaticana”, el “camino de en medio” de Francisco no es postura intermedia de “pseudo-centro”, sino cuarta opción para que caminen juntas las divergencias hacia una convergencia que requiere tiempo y sufrimiento, manteniendo equilibrios inestables con la ayuda del Espíritu Santo.

   Lo ilustraría con un cable extendido sobre la plaza de san Pedro: Francisco se balancea, báculo-pértiga en la izquierda y mano derecha bendiciendo hacia las periferias. El pueblo reza y aplaude mientras él entona coplas de utopía, aunque no estén de moda, ni siquiera entre fieles seguidores.

   Para la reforma eclesial, el Papa Francisco camina por la vía media o camino de en medio; pero prefiero llamarle cuarta vía, para evitar la confusión con el simple “punto medio inmovilista entre dos extremos”.

  No basta la renovación cosmética

  Al revisar la tradición y recrearla con fidelidad, se dan tres actitudes estáticas y un cuarto estilo dinámico de creer, pensar y actuar para reformar.

Tres actitudes estáticas:

1) tradicionalismo a ultranza 2) ruptura radical 3) renovación cosmética moderada mediante “documentos de compromiso en el punto medio”, sin acabar de salir del inmovilismo.

 Ejemplos de la “tercera postura”: la Declaración sobre el Cuidado Pastoral de Personas Homosexuales (CDF, 1986) o el Responsum sobre la bendición del enlace de personas del mismo sexo (CDF, 2021). Estos intentos timoratos aparentan ser mediación, pero no asumen la necesidad de que evolucionen las doctrinas. Tampoco bastan para superar la triple crisis que confronta la Iglesia hoy: 1) crisis de las formas de transmisión de la fe que pueden y deben evolucionar y cambiar; 2) crisis de fe y alejamiento de creyentes en situaciones de marginación dentro de la comunidad; 3) crisis sistémica en la cumbre y estratos dirigentes de la iglesia institucional.

   Contrastando con estas tres actitudes, la “cuarta vía” propone el camino de en medio: conversión perenne, diálogo crítico y creativo, camino sinodal de posturas divergentes que se escuchan mutuamente a la vez que escuchan al Espíritu y siguen caminando hacia una futura convergencia, viviendo con esperanza y compasión mutua los dolores de parto de la evolución de las doctrinas.

   ¿Bendecir el enlace de parejas del mismo sexo?

   Un ejemplo concreto. Cuando Francisco se opone a las legislaciones que tratan la homosexualidad como delito o cuando admite el enlace civil de parejas del mismo sexo  surgen diferentes reacciones por parte de las tres posturas mencionadas.

 Ejemplos:  a) a un obispo de la “primera vía” tradicionalista le parece que el Papa está pensando y actuando en contra de la doctrina de la iglesia. Este obispo sufre porque no asume la necesidad de evolución en la interpretación de las doctrinas;

   b) a un obispo de la “segunda vía”, más liberal, que acompaña a minorías marginadas en la sociedad y en la iglesia, le parecen insuficientes los gestos papales de acogida, respeto y discernimiento, porque percibe en carne viva la necesidad de romper con siglos de inmovilismo. Este obispo sufre impotente al ver dentro de la iglesia la causa sistémica de muchos alejamientos y pérdidas de fe;

   c) un tercer obispo, de escuela «ratzingeriana», le sugiere al Papa un “punto medio” (que en realidad es “una ultraderecha disfrazada de centro”: “Publiquemos, dice, un documento que insista en no discriminar, en acoger a las personas y respetar sus derechos; admitamos incluso ciertos actos discretos de acogida comunitaria, pero dejando claro que no se cambia nada de lo que dice el Catecismo sobre castidad y pecado, que no hay cambio en la interpretación tradicional del “procread y multiplicaos”, de la Moral sexual tradicional o de la ley natural etc.

   Al primero de estos tres obispos le dice Francisco que tiene que convertirse.

   Al segundo le dice que está de acuerdo, pero que a esa reforma no se debe llegar por decreto, sino por camino sinodal.

   Ante el tercero… Francisco lo pasa mal y se queda perplejo, siente que le meterán el gol de tener que firmar (por el momento) con su visto bueno una declaración de CDF, a sabiendas de que esa tercera vía no soluciona nada. Pero al mismo tiempo prosigue repitiendo los gestos que anuncian la cuarta vía y animando a proseguir por el camino sinodal,…

   Luz verde a agentes de pastoral y docentes de moral teológica

   En la década del Papa Francisco, tanto en la práctica pastoral como en la enseñanza de la teología, se puede practicar la cuarta vía evangélica para acoger, en vez de condenar; bendecir, en vez de demonizar; ayudar a discernir en conciencia soluciones pastorales a situaciones canónicamente calificadas como irregulares y doctrinalmente pendientes de evolución y reforma. Se puede hacer esto, no solo con la conciencia tranquila, sino también sin temer que algún inquisidor ponga en el punto de mira al presunto disidente.

 Clave de  “la cuarta vía”: misericordia evangélica, discernimiento responsable y comunión itinerante (sinodal). (EG 20-39, 217-237)

   ¿Qué ocurre cuando se afrontan con esta actitud algunos temas controvertidos, por ejemplo, situaciones matrimoniales llamadas eufemísticamente “irregulares”, o el criterio de evaluación moral del comportamiento sexual humano, o no confundir delito penal con injusticia o pecado, etc… ?

   En tiempos de Juan Pablo y Benedicto, un sacerdote o agente pastoral o un profesor de moral que creyera, pensase y actuase según esa cuarta vía tenía que admitir que su postura es incompatible con lo que oficialmente dicen documentos eclesiásticos como, p.e., Homosexualitatis problema (1986) o el  Nuevo Catecismo  (1992) y el Nuevo derecho canónico (1983) , – por cierto, ninguno de los dos “nuevo”, sino repetidor de lo que tenía que reformarse, pero solamente se había renovado tímida y vaticanamente, según la “tercera alternativa”: más de lo mismo…

   Tarea pendiente en la era post-Ratzinger

   Al conmemorarse el cincuentenario del Concilio Vaticano II, Ratzinger recomendó releer el Catecismo y el Derecho canónico, poniéndolos al mismo nivel que los documentos del Concilio, aunque ambos contienen muchos puntos de retroceso y desacuerdo con la reforma conciliar. El famoso discurso de Ratzinger sobre la interpretación del Concilio en términos de renovación y no de reforma explica las reticencias que él abrigaba contra Gaudium et spes (1965).

   Hoy, en cambio, a quien se le presenta ese problema es al mismo Francisco, porque le achacarán sus objetores que su reforma es incompatible con la doctrina tradicional de la iglesia.

   Cuando preguntan hoy sobre la bendición eclesial del enlace civil de parejas del mismo sexo, la cuestión no es si concuerda con la doctrina tradicional de la iglesia, sino cómo ha evolucionado y tiene que seguir evolucionando esta doctrina. Y esta es la gran tarea pendiente para la que no le da tiempo a Francisco, aunque llegue a centenario (¿le dará tiempo a su sucesor?).

(Continuará en próximos posts sobre evolución de las doctrinas).

El pensamiento de Francisco (1)

Gracia y liberación (contra Pelagio y la gnosis); carta a los Gálatas

Al Papa Francisco le han acusado  de “poca” teología,  en comparación con Benedicto XVI, un gigante intelectual de la identidad dogmática cristiana.

Ciertamente, Benedicto XVI ha sido “teólogo”. Francisco parece más bien un simple cristiano. Pero a veces, un simple cristiano, a ras de tierra, encarnado en los problemas del mundo, con el impulso de Jesús, puede saber sabe mucha teología, como sucede con Francisco.

Así quiero presentarle a los diez años de su pontificado (aquí y en algunas aportaciones sucesivas), no para compararle con Benedicto XVI, sino para insistir en los valores teológico-sociales y eclesiales  de su magisterio.

Por | X. Pikaza Ibarrondo

Quiso Dios,  Amor que libera (2018). Unos correos con Ladaria

            Así le pasó a Francisco de Asís, que fue inspirador de los grandes teólogos franciscanos del siglo XIII y XIV. Eso  le pasa al Papa Francisco, como muestra el documento sobre los dos riesgos de la teología (gnosis y pelagianismo), tal como aparecen destacados en un documento publicado a través del Documento de  la Congregación para la Doctrina de la Fe, titulado Placut Deo (Quiso Dios…, firmada por su Prefecto el Card. Luis Ladaria:  https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2018/03/01/plac.html

            Le escribí al Prefecto de la Congregación, Card. Luis Ladaria, antiguo colega de la Facultad de Teología, firmante oficial del documento, con la autorización del Papa Francisco, haciéndole algunas preguntas sobre el origen y contenido de ese documento:

Querido Luis:

   Hace siglos que no nos hemos visto, pero tengo un gran recuerdo de ti, de nuestros encuentros con el inolvidable P. Nereo Silanes… He seguido tu camino,le he preguntado siempre a Brotóns por ti y a otros amigos. Estoy feliz en un pequeño pueblo escribiendo comentarios bíblicos (a Mc a Mt, quisiera a Lucas)…

   Te escribo ahora sólo para saludarte y felicitarte (quizá mejor, acompañarte con mi respeto y admiración) en tu trabajo de Pefecto de la C. para la D. de la Fe. Quise escribirte el día en que salió tu nombramiento, pero no me atreví, tendrás mucho trabajo.

   Hoy lo hago, porque acabo de leer Placuit Deo. Es de lo mejor que he leído. Felicidades, de corazón. He puesto una nota en mi blog… Como siempre, he añadido unas frases finales de «apertura», en la línea de mi pequeña reflexión eclesial. No lo tomes a mal. Estoy terminando para Sal Terrae una reflexión bíblica sobre NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y AL DINERO. LA ECONOMÍA CRISTIANA. Me gustaría mandártela cuando salga.

   Un saludo grande. Que conserves el humor, que puedas seguir trabajando en teología. Un abrazo. Xabier

  Casi a vuelta de correo me contestó Luis Ladaria, como en años que fuimos colegas. Él enseñaba el Misterio de Dios, con otros temas, en la Universidad de Comilla, Madrid. Yo lo mismo, en la Pontificia de Salamanca. A veces nos veíamos. Su contestación decía así: 

Querido Xabier.

Gracias por tu mensaje y por lo elogios que dedicas a “Placuit Deo”. El texto es breve pero nos ha llevado mucho trabajo. De todas maneras sobrevaloras mis méritos. Muchas manos han trabajado en la redacción y no han sido las mías las que más parte han tenido en el resultado final. Gracias a Dios tenemos muy buenos colaboradores que se prestan a ese trabajo oculto. Es muy de agradecer.

Que sigas adelante tú también copn tu trabajo. Más creativo que el mío, ciertamente. Pero cada uno tiene que hacer lo que le toca.Muchísimas gracias de nuevo y un abrazo,Luis

La teología de Placuit Deo. Voluntad gratuita de Dios,liberación humana   

Ésta, a mi juicio, la más honda del Papa Francisco y se sitúa en el lugar en que Ratzinger exponía su teolgía en contra de la teología y practica de liberación. En sentido, Ratzinger era más profundo, pero Francisco ha entendido mejor el evangelio, como gracia de Dios y como experiencia de liberación humana. Evidentemente, Francisco no ha querido decir nada sobre (y menos «contra») Ratzinger. Pero cualquiera que sepa leer sabe que está «corrigiendo» o, si se prefiere, situando a Ratzinger. 

En este sentido, Francisco es más profundo que Ratzinger, tiene una distancia mayor ante los hechos y sabe entenerlos desde la perspectiva clásica de la teología, es decir, desde la patrística, como he puesto de relieve en mi libro sobre el tema. 

  Ratzinger no tenía distancia para situarse ante los temas y por eso se dejó quizá dominar por ellos, sin situarlos y entenderlos desde la raíz del evangelio, como hace Francisco, con profundidas, con elegancia. 

Ciertamente, Placuit Deo es obra de L. Ladaria y de su equipo, pero se ve claramente que su pensamiento es el de Francisco, resituando, desde su perspectiva, los dos documenos principales del Cardenal Ratzinger (Libertatis Nuntius y Libertatis Constientia, que he comentado hace unas semanas en este blog, desde una perspectiva bíblica, teológica y de liberación.

El Cardenal Ratzinger estaba más interesado en poner de relieve los riesgos de una teología de la liberación, que, a su juicio, corría el riesgo de escorase hacia el marxismo. El Papa Francisco, con su equipo, sigue en la línea de Ratzinger, pero matiza los temas de un modo distinto:

Más que el marxismo, a Francisco  le preocupa el pelagianismo, la herejía de la pura acción, tanto el línea marxista como no marxista, el riesgo de que el hombre se considere «divino», creando un mundo (una sociedad, una economía) a imagen y semejanza de su egoísmo.

Pero, al mismo tiempo,  al lado del pelagianismo quiere condenar un tipo de gnosis espiritualista, cerrada en el cultivo interior de un tipo deegoísmo propio, de una espiritualidad que no se preocupa de la liberación de los demás 

Francisco sabe que, por una parte, es necesaria la oración, la espiritualidad, pero sin caer en un tipo de gnosis de pura contemplación cerrada en sí misma.

Por otra parte es necesaria la acción redentora externa, pero sin caer en un activismo de tipo puramente político o económico. En esta línea quiere el Papa Francisco que “trabaje” la Congregación para la Doctrina de la fe, de manera que, en vez de condenar o amonestar a los teólogos, como antes hacía, les anime y ayude a pensar e impulsar la vida de la iglesia, poniendo de relieve los dos riesgos de un tipo espiritualismo y sociedad actual:

— Francisco va en contra de una gnosis espiritualista, que busca la salvación fuera de la «carne» (humanidad) concreta, dejando a los pueblos y personas en manos de un puro capitalismo industrial y comercial, poniendo así en riesgo la misma vida de los hombres en el mundo. No basta con rezar para que el mundo se salve y para que los cautivos sean redimidos, sino que, con la oración, es necesaria una acción de ayuda liberadora muy concreta, como la de Pedro Nolasco y sus primeros compañeros.

— Francisco va en contra de un pelagianismo activista, que quiere alcanzar la salvación por medio unas obras y acciones puramente externas, como aquellas que algunos adversarios (entre ellos ciertos discípulos de san Agustín) le atribuían a un monje ingles llamado Pelagio. Éste es el riesgo del puro activismo, de la pura “renta per cápita”, pero sin alma, el riesgo del enriquecimiento de algunos, pero sin verdadera solidaridad, sin gratuidad, sin comunión con los pobres.  

No basta una oración separada de la vida (sin relación con el pan, el perdón, la libertad del Padrenuestro). Pero tampoco basta un activismo, que termina en el enriquecimiento de los más ricos y la opresión más intensa de los pobres. Una sociedad más rica no es más justa sin más. Un enriquecimiento sin humanidad, sin servicio a los pobres, sin transformación social desde los oprimidos y cautivos, termina siendo destructor.

Así lo ha mostrado esto documento, que es uno de los más importantes de los últimos decenios de la Iglesia. Es breve, pero sustancial. Es claro, parece sencillo (poco pretencioso) y, sin embargo, plantea y resuelve con gran precisión, sin acusaciones importunas ni proposiciones pomposas, uno de los temas centrales de la sociedad y de la Iglesia.  

Al plantear así el tema de la oposición y complementariedad entre gnosis y pelagianismo, Francisco está rindiendo un gran servicio no sólo a la Iglesia, sino a la vida y esperanza de los hombres, según el evangelio, y en esa línea debemos profundizar todos,   elaborando una teología y práctica de liberación que apela, por un lado, a san Ireneo (en contra de una gnosis separa de la carne, pues la carne, la vida real es la clave de la salvación: Caro cardo salutis) y acude, por otro, a San Agustín (pues una obras humanas, e incluso unas conquistas técnicas, tomadas en sí mismas, separadas del amor mutuo, de la gratuidad, pueden ser destructoras). En la línea de ese documento se puede plantear el sentido de la teología  cristiana actual , conforme a la intención del Papa Francisco: 

Hay que precisar la relación entre Gnosis intimista y Transformación social,conforme a la visión del Nuevo Testamento y del cristianismo primitivo que opone (¡vincula!) una tendencia gnóstica (Evangelio de Juan, Evangelio Apócrifo de Tomás) y otra más apocalíptica (que aparece en Mc 13, 1 Tes 4, l1 Cor 15 y en ApJn). El buen planteamiento de esta oposición ayuda a entender y potenciar algunos temas medulares de Francisco, desde Laudato Sí (2015) a Fratelli tutti (2020). Se trata, pues, de establecer una redención “integral”, personal y social, espiritual y carnal,.

Hay que replantear la relación entre fe y obras, pues ella nos sitúa en el centro de la teología de San Pablo, vinculada al encuentro personal con Dios, a la justificación de los pecadores y a la libertad radical de todos los creyentes, conforme al programa de Gal 3, 28: Ya no hay judíos y griegos, hombres y mujeres, amos y esclavos, libres y cautivos… pues todos somos hermanos, unidos en Cristo. Así lo ha querido destacar Francisco al insistir en la “celebración” de los 500 años de la Reforma Protestante (iniciada por Lutero el 1517). Aquí se está jugando no sólo la relación entre catolicismo y protestantismo, sino el futuro de la Iglesia y de la Humanidad. Aquí se plantea el mayor riesgo de una humanidad que quiere hacer a Dios a la medida de su egoísmo violento.

Hay que retornar el evangelio como buena noticia a los pobres… (Lc 4, 17-18). La problemática planteada por la oposición entre gnosis y pelagianismo ha de resolverse volviendo a la opción radical de Jesús, que no es sólo evangelizar a los pobres, sino dejar «que los pobres nos evangelicen», en la línea de la primera misión cristiana según Mc 6, 1-6, Mt 10, 2-15 y paralelos. Ese retorno traza el sentido de la evangelización, que es nueva «en su ardor, sus métodos y su expresión» (Juan Pablo II, Discurso de Puerto Príncipe, 9-3-1983), pero sobre todo en su contenido, volviendo a la raíz del evangelio de Jesús, que cura a los enfermos, que libera a los “poseídos por el Diablo” (que eran y son

Aquí se encuentra, a mi juicio, la mayor riqueza del documento sobre los riesgos de la gnosis y el pelagianismo, y de la teología católica, tal como de Francisco la ha ratificado en su Motu proprio Aperuit illis( 2019.09.30), instituyendo el Domingo de la Palabra de Dios y el Año Santo de la Biblia (instaurado el año 2020). De esa forma se expresa la mayor riqueza de la teología (antropología) cristiana y del compromiso creyente de la iglesia, por encima (más allá) de sus riesgos principales (gnosis y pelagianismo), un tema que yo mismo he querido desarrollar, partiendo de la teología del Papa Francisco, en Dios o el dinero. Teología y economía(Sal Terrae, Santander 2019).

            Ciertamente, el Papa Francisco no es un teólogo profesional, como era Benedicto XVI, pero, a mi juicio, su teología se encuentra mucho mejor fundada, pues se funda en la raíz del evangelio y no en tradiciones a veces menos significativas.

Profundización.Catequesis sobre la Carta a los Gálatas

   El Papa Francisco en un gran lector de San Pablo y todo su pensamiento  se inspira en la carta a los Gálatas: “Cuando éramos menores estábamos esclavizados bajo los elementos de este mundo. Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para liberar a los que estaban bajo la ley…. Por tanto, ya no eres esclavo sino hijo, y si eres hijo eres también heredero por Dios” (Gal 4,3-7).

Este pasaje nos sitúa en el centro de la teología y acción liberadora de Francisco en la Iglesdia. Toda la vida del hombre en este mundo viejo aparece definida como servidumbre (douleia): Nos esclaviza el mundo, la ley nos hace siervos, unos hombres dominan a los otros, muchas religiones e ideología justifican la opresión de los pobres. En ese contexto de sometimiento, los hombres aparecen divididos en una lucha en la que se oponen varones y mujeres, judíos y griegos, esclavos y libres (Gal 3,28). Pues bien, para superar esa esclavitud y cautiverio general de la humanidad ha enviado Dios a su Hijo, que es Jesús. De un modo semejante la misma Trinidad ha enviado a San Pedro Nolasco y a los mercedarios para liberar a los nuevos cautivos, sometidos bajo el poder espiritual, social, económico de otros.

En esa línea, de un modo muy significativo, el Papa Francisco inició hace dos años (23.06.2021) una serie de catequesis sobre la Carta a los Gálatas  que son centrales para entender su pensamiento.Esas catequesis, lo mismo que el conjunto del Magisterio del Papa, se inscriben en el contexto de su compromiso por volver al fundamento bíblico del cristianismo y de la Iglesia, tal como lo formuló el mismo Papa al instituir el Día de la Palabra (cf. Aperuit Illis, 30.09.2019). De esa forma, él ha querido que volvamos al principio de la Palabra de Dios, al mensaje originario de la Biblia, en sentido social y espiritual

Esas catequesis han de entenderse además desde su deseo de dialogar con la Reforma Protestante de Lutero, ahora que se celebran los quinientos años de su iniciación (a partir del 1517). El Papa quiere ofrecer de esa manera las bases de una teología, que responda no sólo a la experiencia fundante de la Biblia, sino a las necesidades actuales de la Iglesia, en apertura al mundo y en comunión con las diversas confesiones y comunidades cristianas. Desde ese fondo han de entenderse los tres rasgos siguientes: 

Al principio está la Biblia. Francisco quiere ser Papa de la Escritura. Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido grandes teólogos, pero quizá se han apoyado más en la tradición de la Iglesia que en la Biblia. Ambos han estado marcados por un tipo de teología “sistemática”, bien centrada en la patrística y en la teología dogmática posterior (escolástica), pero menos en la Biblia. Francisco, en cambio, quiere retornar de un modo radical a la Escritura, y así lo muestran estas catequesis sobre la carta a los Gálatas, en la que hallamos el testimonio más claro de la aportación de san Pablo y de sus cartas en el comienzo de la Iglesia, con las diferencias que él muestra frente a Pedro, dentro de eso que podemos llamar la “identidad plural” de la Iglesia.

Francisco se muestra heredero de Pedro y Pablo. Como obispo de Roma, él se sabe “deudor” (continuador) no sólo de Pedro (como en Mt 13, 13-2), sino también de Pablo, como he mostrado en comentario a Mateo (VD, Estella 2017). Francisco asume así las dos tradiciones (petrina y paulina) que desembocaron en la Iglesia de Roma, en la capital del imperio y así quiere mostrarlo en estas catequesis. En general, los “papas” se han sentido más herederos de Pedro que de Pablo (en la cúpula del Vaticano se escribe sólo “tu es Petrus”, tú eres Pedro). A diferencia de eso, Francisco, ha querido asumir el legado de Pablo, pues teológica y eclesialmente, la herencia de Pedro no se entiende sin la aportación de Pablo, como lo muestra de un modo especial la carta a los Gálatas (en cuyo contexto nos sitúa también el testimonio de Santiago). La liberación de los cautivos forma parte de la esencia universal de la iglesia, en línea petrina y paulina, pues la tarea de la libertad es de todos y para todos.

Dialogar no sólo con Lutero y los protestantes, sino con toda la modernidad. Estas catequesis de Francisco se inscriben también en el contexto de su deseo de relacionarse con la Reforma protestante, ligada de forma inseparable con el comentario de Lutero a la carta a los Gálatas, carta que ha sido quizá el documento más significativo para un tipo de Reforma Protestante, a favor de una vuelta a la Biblia. Lutero elaboró ese comentario en diversas ocasiones (primera redacción, año 1519; segunda, año 1535). Francisco no quiere criticar a Lutero, ni devaluar su comentario, sino situarse a su lado, como católico y obispo de Roma, realizando un ejercicio teológico y eclesial muy serio, actualizando la carta a los Gálatas, en diálogo con los protestantes, no para discutir con ellos, sino para ponerse todos al servicio de la libertad de todos los hijos de Dios.

Algunos católicos han querido hacer una teología y una iglesia anti-protestante. Por su parte, hay grupos que se llaman protestantes que quieren hacer también una teología anti-católica. Pues bien, Francisco quiere superar esas oposiciones, insistiendo en que la carta a los Gálatas y todo el Nuevo Testamento ha de estar al servicio de la liberación de los oprimidos, una tarea común de católicos y protestantes.  

En su comentario a Gálatas, Francisco quiere ofrecer una catequesis, no una doctrina dogmática. Lo esencial sigue siendo el retorno a Jesús, un retorno que está muy vinculada a la experiencia y exégesis de Pablo. El hecho de que el Papa quiera elaborar una catequesis de Gálatas, y lo haga en línea de ecumenismo, volviendo a los orígenes del cristianismo, indica su radicalidad cristiana, en línea de teología y apertura eclesial.

       Quien se introduce en la dinámica de la carta a los Gálatas queda transformado, abandonando un campo trillado de lugares comunes (y quizá de imposiciones canónicas), para dejarse transformar por el evangelio. Se trata de que estemos todos dispuestos a retomar la experiencia original del evangelio, no sólo los católicos, sino también los “reformados”. Se trata de que dialoguemos, como dialogaron Pablo y Pedro (sin olvidarnos de María Magdalena y de Santiago, de la Madre de Jesús, del Discípulo Amado y los sinópticos).

Pensadores latinoamericanos trazan los “caminos de la paz” desde Fratelli tutti

Emilce Cuda, secretaria de Pontificia Comisión para América Latina (CAL) , abandera esta iniciativa que busca constituir una mesa diálogo social por la paz en noviembre de este año

Conformar una mesa de diálogo social por la paz. Es el objetivo que la Pontificia Comisión para América Latina (CAL) y Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (Celam) se han propuesto al convocar a más de 30 pensadores de diversas disciplinas para celebrar  el seminario Fratelli tutti en la sede del organismo colegiado, en Bogotá, desde el 13 al 15 de marzo.

Este seminario es organizado por Sergio Torres, Anibal Torres y Emilce Cuda, secretaria de la CAL. Han establecido como punto de partida el análisis de la encíclica para tener distintas miradas y ubicare temas en común que permitan el diálogo social.

Sobre todo, se han planteado iniciar el camino para constituir una mesa diálogo social por la paz, en noviembre de 2023, a partir del cuidado de la casa común como alternativa a los desafíos que presenta la crisis ecológica socio-ambiental en América Latina y el Caribe.

Una economía injusta

Humberto Ortiz, coordinador del área de proyectos del Celam, analizó la actual crisis económica partiendo del modelo neoliberal que “privilegia la economía del mercado y las privatizaciones, con graves consecuencias que lleva a una economía injusta que genera mayor empobrecimiento”.

Aún con todas las vicisitudes, el laico peruano afirmó que hay experiencias claras de solidaridad sobre todo desde la economía popular por lo que añade que es clave darle respaldo a esta forma de economía, porque “los pobres tienen derecho a hacer economía”.

Lamentó que por la poca atención de los gobiernos y la corrupción en todos los niveles, por lo que “los más pobres terminan financiando el presupuesto público”.

Participación interconfesional

Ariel Stofenmacher, rector del Seminario Judaico Latinoamericano, ha dado una mirada interconfesional a este encuentro. Desde el judaísmo ha propuesto varios temas para el debate: educación en valores, recuperar la idea del jubileo bíblico, la eliminación de los ejércitos en América Latina, el cuidado de los niños y las niñas o la banca ética.

Ariel Castaño, pastor evangélico colombiano, ha pedido un mayor diálogo en un mundo donde se ha perdido el poder de la palabra y la falta de compromiso. A ello suma la actual crisis climática en la que el ser “no entiende su papel de administrador” al tiempo que urge una cultura de la verdad para entender lo sagrado como algo actual y no anacrónico.

Representantes de las redes eclesiales y territoriales también han participado de este seminario. Así el cardenal Álvaro Ramazzini, obispo de Huehuetenango y en representación de la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (Remam), ha referido que en este sistema de inequidades inciden “el sistema bancario y sus injusticias para con los pobres, los precios de los combustibles, el narcotráfico y su intrusión en los partidos políticos”.

El purpurado lamenta que se use la agricultura para producir lo que “le interesa al mercado, a pesar del hambre que sufre la población local de muchos países”, mientras que “las decisiones de organismos internacionales quedan en el papel, en especial, los casos de migración”.

Desde el cono sur, Miguel Cruz habla de la Red Eclesial del acuífero Guaraní y gran Chaco (Regchag) como secretario ejecutivo. Al respecto, el laico asevera que urge una demanda para conocer más a fondo los conocimientos ancestrales como también una profunda reflexión sobre

Por tanto, se requiere de una escucha horizontal para así generar consensos. “Junto con ello la necesidad de un diálogo ecuménico interreligioso y una mayor presencia eclesial en el territorio y una reflexión ante una naturaleza herida que lleve a cuidarla desde una perspectiva horizontal”.